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SUMARIO

  1. 1. El contexto
  2. 2. El personaje
  3. 3. Sobre la obra
  4. Coda

Confusión de confusiones, escrito y publicado en castellano por Joseph de la Vega en 1688, en Ámsterdam, es el primer libro de la historia en cualquier idioma sobre Bolsa; sobre Finanzas diríamos hoy. Su condición no es la de primero de una serie, sino la de rara avis, puesto que pasaron varios siglos hasta que vio la luz el siguiente. Con ser esto importante, su valor principal no radica en ser un adelantado a su tiempo, sino en su modernidad. Ambas circunstancias lo convierten en clásico, en uno de los pocos clásicos universales en economía de autor español, deberíamos decir con solemnidad.

La nueva edición realizada por la Comisión Nacional del Mercado de Valores, en conmemoración de su vigesimoquinto aniversario, es excelente. El texto está arropado por una presentación de la presidenta, Elvira Rodríguez, y del coordinador de la edición, Pablo Gasós, y por un conjunto de estudios que permiten situarlo desde diversas perspectivas: el personaje y la obra, en Ricardo Agustín Fornero, la historia económica en Carlos Álvarez Nogal, la moderna teoría de las finanzas en Teresa Corzo, Margarita Prat y Esther Vaquero y la literatura de la época en Antonio Rey Hazas. Incluso hay una selección de los pasajes más significativos desde la óptica financiera y un glosario de cultura clásica, judeocristiana y antigua.

1. El contexto [Subir]

Establezcamos primero las circunstancias de tiempo y lugar. La dedicatoria del libro, que da idea precisa del momento en que fue concluido, está fechada por De la Vega en mayo de 1688, un año que no es irrelevante en el siglo xvii. Recordemos que es el año de la revolución inglesa, la Gloriosa y del comienzo de otra guerra generalizada en Europa, la de los nueve años. Es más, el propio mes de mayo era el momento culminante de las conspiraciones que desembocaron en la revolución inglesa, y Ámsterdam, uno de los centros clave. Allí y entonces se decidió y financió la expedición del futuro Guillermo III, tras un nuevo conflicto de Jacobo II con la Iglesia protestante en abril, por su intención de establecer la libertad de cultos, y la amenaza de reforzamiento del catolicismo que supuso en junio el nacimiento de su heredero.

Por aquel tiempo Ámsterdam tenía cerca de doscientos mil habitantes. Seguía siendo un gran emporio comercial y financiero, aunque los tiempos de mayor esplendor empezaban a quedar atrás. Las limitaciones del tamaño holandés, ante la potencia de Francia y el Reino Unido, se estaban haciendo evidentes y se certificarían en el xviii. Pero algunas de las innovaciones que había creado estaban destinadas a perdurar y extenderse, como las sociedades por acciones o las Bolsas donde estas pudieran negociarse.

En España reinaba Carlos II, epítome de la decadencia en la historiografía tradicional, pero cuyo reinado está siendo visto con mejores ojos desde Domínguez Ortiz y Kamen para acá. Era una España que había abandonado el sueño de las conquistas europeas en brazos de Francia, pero volvía los ojos hacia sí misma y había conseguido estabilizar la situación económica interior, controlando la inflación y limitando las penurias de la Hacienda. Incluso había empezado de nuevo a crecer la población, signo inequívoco en la época de mejoría económica. Estaba ya lejos del esplendor de Breda que evocara Velázquez, porque solo le quedaban unos retazos en los Países Bajos, pero todavía era un gran imperio al conservar América.

La cultura estaba dominada por el barroco, como el propio libro de De la Vega muestra. Pero en el ámbito del pensamiento empezaban a abrirse paso con pie firme el racionalismo y la filosofía del liberalismo político. Precisamente en ese año, 1688, vivía exiliado en Holanda John Locke, que volvería a Londres al año siguiente, acompañando a la nueva reina María, y en pocos meses publicaría allí nada menos que la Carta sobre la tolerancia, Dos ensayos sobre el Gobierno civil y el Ensayo sobre el entendimiento humano.

2. El personaje [Subir]

Las noticias más fidedignas de que disponemos indican que Joseph de la Vega, nuestro autor, nació en Espejo, Córdoba, en 1650, en una familia judía. No existe una verdadera biografía del personaje, aunque algunos hechos parecen bien establecidos. Su educación esmerada y su sólida formación clásica se hacen evidentes por sus escritos y su familia pareció vivir en una desahogada posición económica, a pesar de los trastornos que les debió suponer su condición de exiliados. Salieron de España tras haber sido perseguido y encarcelado el padre por la Inquisición y recuperaron la religión judía.

La elección de Ámsterdam como destino para la emigración era muy común entre los judíos españoles de la época, así como el paso intermedio por Livorno que, al parecer, realizó De la Vega. Menéndez Pelayo, que no se ocupó de Penso, llama a la Ámsterdam de entonces «la sinagoga de Europa» y dice que, siendo «emporio del comercio de Holanda, lo fue también del saber y prosperidad de los judíos españoles, o, como allí los apellidan, portugueses, aunque los haya de todas las regiones de la Península. Gran número de tipógrafos judíos hacían sudar sus prensas con obras de todo género, escritos la mayor parte en castellano». La historia de nuestro personaje tiene, por cierto, un claro paralelismo con la de los antepasados del gran economista David Ricardo, que emigraron también de la península a mediados del xvii y, pasando por Livorno, recalaron en Ámsterdam, donde trabajaron en la Bolsa. A principios del xviii el abuelo se desplazó ya a Londres, el nuevo Eldorado, como habían hecho poco antes los hermanos de Joseph.

La dedicación profesional de Joseph de la Vega no está clara y esto crea ciertas incógnitas sobre el sentido del libro. Amador de los Ríos lo llamaba «rico mercader», sin más detalles. Su conocimiento del funcionamiento de la Bolsa había hecho pensar que había trabajado allí como un agente experto y esto se había aceptado con generalidad. Sin embargo, Petram en su tesis doctoral leída en 2011 en la Universidad de Ámsterdam, argumenta que no hay rastro de nuestro autor en los registros de la Bolsa ni en la documentación de las principales casas de la época, de modo que descarta esa hipótesis. Por otra parte, De la Vega escribió varios libros, aparte de Confusión de confusiones, y todos ellos eran estrictamente literarios, sin propósito alguno relacionado con la economía. Por el contrario, fue un participante activo en la vida cultural de la comunidad sefardita de Ámsterdam, lo que parece confirmar su condición principal de literato. Murió en 1692, o 1693 según Torrente.

3. Sobre la obra [Subir]

Confusión de confusiones es un libro enigmático ya desde el propio título. Podría reflejar un superlativo hebreo, como dice Fornero en la presentación, al igual que «Cantar de los Cantares», «Rey de Reyes» o «Libro de los Libros». Pero también podría estar tomado directamente, a modo de homenaje, de una expresión textual que repite en dos obras Pedro Calderón de la Barca, muerto ocho años antes y uno de los autores predilectos de De la Vega, como apunta Rey.

Pero, sobre todo, es un libro extraordinariamente valioso por su contenido. El subtítulo lo presenta como «Diálogos curiosos entre un filósofo agudo, un mercader discreto y un accionista erudito». El singular valor de esos cuatro diálogos está en que el accionista erudito explica, por primera vez en un texto escrito, el funcionamiento de una Bolsa de valores en la que se negocian títulos privados y describe las operaciones e instrumentos financieros de aquel momento. La Compañía de las Indias Orientales se había creado en 1602 y alrededor de ella se habían iniciado unas operaciones que iban a cambiar el mundo financiero, como explica con detalle Álvarez Nogal. No solo se negociaban valores al contado, sino futuros, opciones y derivados. Muchos de los instrumentos que ahora nos parecen innovaciones financieras ya estaban allí y tenían a De la Vega por testigo. Del mismo modo, nuestro autor describió con agudeza y arte de ingenio —podríamos decir a la manera gracianesca— comportamientos de los agentes participantes en el mercado que hoy en día tomamos como novedades conceptuales de la moderna teoría de las finanzas, nos dicen Corzo, Prat y Vaquero. Así, el efecto manada, las situaciones de sobreconfianza, el efecto disposición, la aversión al arrepentimiento, o la tendencia a la negociación excesiva, entre otras. En tercer lugar, De la Vega era también plenamente consciente del valor que tenían unas regulaciones atinadas para el correcto funcionamiento del mercado. Parecía saber que los mercados no son plantas de la naturaleza, como dijera con acierto Lionel Robbins, quien añadía que, para Adam Smith, la mano invisible era, en realidad, la mano del legislador.

Confusión de confusiones es, a la vez, un libro muy particular, como muestra que ni siquiera sepamos con certeza cuál era su propósito último, se decía hace un momento: ¿era una obra de entretenimiento, con la Bolsa como excusa, o un tratado sobre los negocios con ropaje literario? En defensa de la primera tesis se puede argüir el enorme peso de las consideraciones filosóficas o culturales en el conjunto de la obra y la propia trayectoria del autor. En aras de la segunda se podría traer a colación lo profundo, atinado y novedoso de muchas de sus observaciones sobre técnica financiera. Por mi parte, me siento inclinado hacia la primera de las tesis, es decir, a considerar que Joseph de la Vega pretendió esencialmente hacer una obra literaria. Coincido, por consiguiente, con la tradición española que veía en el autor a un literato y con Petram, quien, en el «Epílogo» de su citada tesis, sostiene que De la Vega escribió «para el entretenimiento de los miembros cultos de la comunidad sefardita». Por otro lado, esto no resta ningún valor al papel decisivo del libro en la historia financiera y además ayuda a entender lo tardío de su éxito, el tema al que ahora me referiré.

Coda [Subir]

Añadiré una breve reflexión personal sobre el destino historiográfico de Joseph de la Vega y Confusión de confusiones. Si estamos ante un clásico, decíamos al principio, ¿cómo es que ha tardado tanto tiempo en ser reconocido? Es evidente que la publicación original del libro en español, en un sitio alejado de la cultura española como Ámsterdam y en el seno de un grupo relativamente cerrado, como eran los judíos emigrados, no facilitó su difusión. Pero esta no es explicación suficiente, como prueba el hecho de que fuera descubierto y valorado doscientos años después por un autor alemán, Richard Ehrenberg, directamente en la edición en castellano de 1688. Si el darlo a conocer hubiera sido cuestión de proximidad, debieron haber sido investigadores españoles, o al menos holandeses, quienes lo hubieran recuperado.

En mi opinión la clave de su tardío reconocimiento está en que durante un largo tiempo el libro de Joseph de la Vega estaba fuera de la tradición de los economistas y por ese motivo era invisible para estos. Ocurría que Confusión de confusiones estaba al margen de la historia del pensamiento económico porque las finanzas como disciplina lo estaban. Hasta la segunda mitad del siglo xx no había en finanzas trabajos académicos equiparables a los de economía, y se entendía que las finanzas eran más bien cosa de hombres prácticos poco interesados en la teoría y la erudición.

Durante todo ese tiempo De la Vega era estrictamente un literato, un «poeta», como lo define la Enciclopedia Espasa. Una referencia al xix español ilustrará cuanto digo. Amador de los Ríos, en su historia literaria, cita a Joseph de la Vega y menciona entre sus obras, como una más, Confusión de confusiones. Por los mismos años escribió Manuel Colmeiro su minuciosa Biblioteca de los Economistas Españoles de los siglos xvi , xvii y xviii, en la que, por el contrario, no aparece De la Vega.

Confusión de confusiones no estaba en la conversación de los economistas de su época, insistimos, de ahí su invisibilidad. En la historia del pensamiento económico con mayúsculas, el libro está situado cronológicamente en un decenio muy especial, porque en él se producen también el nacimiento de Richard Cantillon en 1680 y la muerte de William Petty en 1687, dos de los grandes. En otras palabras, está entre la aritmética política de Petty y el mercantilismo liberal de Cantillon. Poco que ver con una teoría sobre el funcionamiento de los mercados financieros, a pesar de que Petty fue también hombre de negocios y Cantillon un astuto financiero que salió enriquecido de la tremenda especulación y crisis desatada por John Law en París a comienzos del xviii. Pero no escribían sobre ello, sino sobre aritmética política o sobre el comercio en general. Y eso que era la segunda crisis financiera en pocos decenios, pues se había producido ya la de los tulipanes en el propio Ámsterdam a mediados del xvii, a la que también se refiere De la Vega. En otras palabras, la escasa sensibilidad hacia la realidad no es un defecto de los economistas de nuestros días, podría añadir un observador irónico.

En España, a lo largo del siglo xvii había ido tomando cuerpo la conversación de los mercantilistas, una vez que los arbitristas más pintorescos abandonaban la escena, al tiempo que se estabilizaban la Hacienda y la moneda y los remedios milagreros —populistas quizá, diríamos hoy— se convertían en irrelevantes. El desarrollo económico, el fomento de la población, el comercio, las empresas públicas eran los nuevos temas de debate. Mientras tanto, las finanzas privadas como preocupación no estaban todavía en el horizonte de los trabajos académicos españoles, como no lo estaban en los de ningún país.

Hubo, no obstante, una oportunidad singular de que Confusión de confusiones fuese conocida tempranamente en los ambientes de economistas españoles. Acaso el más grande de nuestros mercantilistas, Jerónimo de Uztáriz, citado elogiosamente por el propio Adam Smith, vivió en Flandes precisamente entre 1687 y 1697, bien que como soldado español. Uztáriz era sensible a las instituciones de la economía holandesa, como mostró al escribir el prólogo de un libro de Huet acerca del comercio holandés en 1717 y sobre todo en su gran obra, Teoría y práctica de comercio y marina de 1724, donde recomienda la adopción en España de algunas políticas económicas europeas, entre ellas las holandesas. Era Uztáriz no solo un teórico, sino uno de los principales consejeros económicos en el reinado de Felipe V, de manera que habría podido ser receptor de la obra y los consejos de nuestro autor. Sin embargo, las finanzas no interesaban como tema académico y tampoco hay en Uztáriz referencia a De la Vega.

Confusión de confusiones empieza a ser reconocido cuando su contenido entra en la conversación de los economistas, algo que sucede a finales del siglo xix. Pero ocurre por causa de la Escuela histórica alemana, no por el desarrollo de las cuestiones financieras, que todavía se hallaba en mantillas. Cuando Ehrenberg busca explicaciones del funcionamiento de mercados e instituciones concretas, como era la tradición de la Escuela histórica, encuentra que De la Vega le proporciona respuestas precisas sobre un aspecto importante de la economía holandesa en un momento significativo de la misma. El libro entra en la conversación académica y acaba siendo traducido al alemán en 1919, antes que a cualquier otro idioma.

En 1939 se traduce al holandés, también en la estela de la historia económica y no de las finanzas. La historia económica era relevante, las finanzas todavía no. Distinta es la motivación que origina la versión parcial que se publica traducida al inglés en 1957, y que acaba siendo la más influyente, porque ya se incardina en los modernos desarrollos de las finanzas. La misma lógica del mundo financiero tiene la reedición del libro en español, por primera vez desde 1688, llevada a cabo por la Sociedad de Estudios y Publicaciones del Banco Urquijo en 1958 y todas las que le han sucedido. La expansión de las finanzas como objeto de estudio y como fracción de la realidad económica en los últimos decenios del siglo xx y lo que llevamos del xxi ha puesto de moda a Joseph de la Vega y Confusión de confusiones. Al fin ha encontrado su puesto en la literatura económica y por ello los reconocimientos no le faltan, como el que representa que la Federación Europea de Mercados de Valores haya puesto su nombre al premio que anualmente convoca. En esa estela confío en que Joseph de la Vega y Confusión de confusiones pasen a formar parte definitivamente del patrimonio cultural español y que los economistas españoles aprecien tener un clásico universal entre nosotros.