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SUMARIO

  1. Bibliografía

En los últimos años se ha escrito mucho sobre la crisis de la representación. No obstante, hay otros conceptos que quizá reflejen mejor el fenómeno que se pretende describir. El título del libro no es casual: los autores de esta obra colectiva hablan de malestar, que, aunque recuerde a otras disciplinas, puede reflejar mejor la llamada crisis de la representación. Optar por la preposición en, y no de o hacia, tampoco es casual. En democracias consolidadas como las tres del estudio, el régimen democrático no es ampliamente cuestionado. Así, tiene sentido hablar de malestar no con la representación, sino en la representación.

El libro comienza con una introducción de los editores a modo de marco teórico de todos los capítulos, en donde se operacionaliza el malestar en tanto actitud y comportamiento. Como actitud se mide a través de lo que llaman las tres D: desafección (no identificarse con partidos), desconfianza (en presidente, Congreso, partidos y Gobierno municipal) y desaprobación de la gestión del Gobierno. Como comportamiento se mide a través de la participación en manifestaciones, recogida de firmas y presentación de quejas ante las instituciones. En cuanto a los casos, son países cuya democracia tiene un cierto recorrido temporal, con niveles de ingreso medio, situados en la misma región, diseño institucional similar, diferentes niveles de desigualdad, y también distintos niveles de malestar. Los editores justifican así la selección de Chile, Argentina y Uruguay, con la intención de entender causas y consecuencias del malestar en democracias consolidadas.

Tener una introducción de este tipo, en donde se realiza la revisión bibliográfica, se operacionaliza el concepto con que se va a trabajar y quedan claros los objetivos, es realmente útil. Sirve de marco propiamente dicho para los demás capítulos, a cargo de otros autores, sin que sea necesario nuevamente definir el objeto de estudio, la metodología, e incluso citar la misma bibliografía.

En cuanto a la estructura, el libro se divide en tres partes, una por país, con cuatro capítulos cada una, más un apartado de conclusiones. La primera parte comienza con Chile y el capítulo a cargo de Nicolás Somma, con el objetivo de discernir qué factores explican la movilización en el país. Aunque se pueda pensar que el descontento es relevante, el caso chileno demuestra que no. Más allá de variables sociodemográficas, el malestar no viene tanto por la desconfianza o la insatisfacción, sino por la desaprobación de la gestión de una institución fuerte e identificable (presidencia) o sentirse abusado.

A continuación, Carolina Segovia aborda la relación entre malestar y democracia. Se propone cuantificar el malestar en el país, y qué lo explica. Primero queda claro que en cuanto a malestar, las actitudes y el comportamiento no son dimensiones de un mismo concepto: hay sectores que presentan malestar pero no se movilizan. El principal aporte de la autora es vincular esto al apoyo de la democracia: no es el mismo malestar el de los demócratas que el de los autoritarios. Efectivamente, quienes más se movilizan son quienes apoyan la democracia: la movilización sería una parte más del repertorio de acciones de la población chilena, maneras alternativas de comunicar demandas y preferencias a los gobernantes.

Por su parte, Peter Siavelis analiza la congruencia entre la población y las élites. Ante todo destaca la preocupación en torno a los principales problemas del país: la desigualdad no es el principal problema para la población, siendo el segundo más importante para la élite, después de la educación. En cuanto a otros aspectos de la congruencia, el autor argumenta que los chilenos no han perdido del todo la fe en el Estado en tanto solucionador de los problemas del modelo económico y social, que sigue siendo el mercado. El capítulo cierra con una reflexión sobre la última reforma electoral que vuelve el sistema más proporcional: llega tarde. Debería haberse implementado cuando había mayores niveles de congruencia y los partidos gozaban de mejor reputación, y no ahora que han empeorado estos indicadores.

La primera parte concluye con el intento de Patricio Navia de desmitificar el malestar en Chile. En el capítulo se critica el mito de que en el país siempre ha habido malestar, idea que nunca se ha apoyado en datos; precisamente se propone desmontar tal mito utilizando datos. Por ejemplo, la desconfianza hacia los partidos no es algo nuevo en Chile; es cierto que comienza a ganar terreno el pesimismo sobre el futuro del país, pero eso se produce ahora, no en los noventa, que es cuando se crea el mito del malestar de la ciudadanía chilena: antes imperaba el optimismo. Apoyándose siempre en información extraída de encuestas, el autor efectivamente desmitifica el malestar chileno, demostrando la importancia no solo de trabajar con datos, sino de hacerlo con perspectiva temporal.

La segunda parte, sobre Uruguay, empieza con el capítulo de Germán Bidegain y Víctor Tricot sobre estructura de oportunidades políticas, movimientos sociales y malestar en los últimos treinta años. Este capítulo contextualiza al lector sobre la trayectoria del sistema político uruguayo desde la transición. Para explicar la situación actual uruguaya resaltan la importancia de los mecanismos de democracia directa y los contactos de los partidos políticos, fundamentalmente el Frente Amplio (FA), con los actores sociales a la hora de canalizar el descontento y malestar.

El siguiente capítulo, a cargo de Daniel Chasquetti, trata de explicar el (débil) malestar en Uruguay. Se distinguen cuatro categorías de ciudadanos en función de las distintas combinaciones de las tres Ds: satisfechos, molestos, enfadados y desafiantes. Las categorías preocupantes son enfadados (presentan dos de las tres D) y desafiantes (presentan las tres D). Luego dicotomiza estas categorías entre integrados (satisfechos y molestos) e insatisfechos (enfadados y desafiantes). El autor señala que el malestar como comportamiento es mayor entre los integrados, que hay una correlación negativa entre malestar y apoyo a la democracia, y que la principal variable para explicar una actitud de malestar es la evaluación de la situación económica.

Daniel Buquet y Lucía Selios abordan la congruencia entre élites y población, a nivel general y por partidos. Destaca la mayor congruencia del FA frente a los partidos tradicionales (Blancos y Colorados), así como la inclinación hacia la izquierda de los diputados respecto de los votantes. Del mismo modo, no hay coincidencia en el principal problema del país: para la población es el crimen, y para la élite, la educación. Además de esto repasan las divergencias y convergencias de élite y población en diversos ítems, como el dilema orden-libertad, pobreza o evaluación de la situación económica a futuro. Finalmente concluyen que habría un sector de la población de derecha, contrario a los partidos, descontento, que no está representado por las élites políticas del país.

Jorge Lanzaro y Rafael Piñeiro, en el último capítulo sobre Uruguay, dejan patente que el pasado pesa; es decir, que para entender la excepcionalidad uruguaya necesariamente hay que entender los cambios y trayectoria del país, en especial los últimos treinta años. La narración de los autores concluye que los cambios del país han sido graduales, gracias al papel del FA como un anfibio entre las instituciones y la calle, además de una contraposición programática entre dos bloques (FA y partidos tradicionales) que ha ayudado a consolidar un sistema de partidos vigoroso en el país. En definitiva, Uruguay no ha sido un sistema estático, a pesar de que su sistema de partidos sea prácticamente centenario.

La tercera parte comienza con el capítulo a cargo de Sebastián Pereyra sobre protestas y movimientos sociales en Argentina, centrado en la desafección con los partidos. Se realiza un repaso de la historia de los movimientos sociales y protestas argentinos desde la dictadura. El punto de inflexión es 2001, cuando estos movimientos se «institucionalizan» apoyados por el kirchnerismo, tanto que desde que gobierna ha habido una desmovilización de estos. Se concluye argumentando que la protesta argentina es heterogénea: la identificación con partidos no explica la participación en protestas, ni ninguna otra variable. En otras palabras, la protesta está normalizada y rutinizada en Argentina.

Seguidamente, Mariana Heredia y Federico Lorenc Valcarce analizan las causas del malestar en Argentina. Desde una perspectiva más bien descriptiva, los determinantes de la desafección con los partidos son la edad, la preocupación por el crimen y la mayor percepción de la corrupción. Los determinantes de la desconfianza serían la evaluación de la economía, estar políticamente informado, creer que las elecciones no son limpias y creer que los políticos roban. En cuanto a la desaprobación, importan la percepción de la corrupción, un mayor nivel educativo, la creencia sobre la limpieza de las elecciones, que los políticos roban, conocimiento sobre política y valores de igualitarismo. Al tratar de vincular el malestar con el apoyo a la democracia, queda claro del análisis de los datos que no importa; las claves para el apoyo son la satisfacción con la vida, vivir en el Gran Buenos Aires, o el igualitarismo, entre otros. Ahora bien, sí importa el malestar, aunque indirectamente, a la hora de analizar la satisfacción con la democracia.

Sobre la congruencia en Argentina escriben Noam Lupu y Zach Warner. Aunque en un principio se destaca que hay congruencia, hay matices respecto a los temas y los grupos de población. Primero los datos dejan clara la mayor congruencia de las élites ejecutivas frente a las legislativas. Como aporte sobre la congruencia en Argentina, las preferencias (sesgadas) de la élite se acercan más a las de los ciudadanos del Gran Buenos Aires, los votantes del oficialismo, y a las clases altas. Entonces, los ciudadanos de clases bajas, de interior, y que hayan votado a la oposición están peor representados.

Cierra el apartado sobre Argentina Gabriel Vommaro con una mirada más actual al malestar en el país, vinculándolo a los años de gobierno de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. De acuerdo al autor, de esos gobiernos queda la restauración de la confianza en el país tras la crisis de 2001, fruto de los nuevos vínculos de representación creados. En un contexto en que los partidos han perdido fuerza, el peronismo sigue siendo un clivaje vital en la vida política, junto con la creciente importancia de los ámbitos local y regional. Actualmente quienes se movilizan lo hacen para apoyar al oficialismo (kirchnerismo) o criticarlo (cacerolazos), una muestra más del vigor del clivaje peronista en Argentina.

Manuel Alcántara y Timothy Power concluyen esta obra colectiva con un capítulo comparativo a modo de resumen/conclusiones. El capítulo gira en torno a una serie de reflexiones o preguntas que surgen a la luz de los capítulos previos sobre el malestar en Chile, Uruguay y Argentina. Para tratar de entender mejor qué causa el malestar, los autores proponen recurrir a cuatro áreas clave: el contexto de cada país (pasado, enclaves autoritarios, estructura de clivajes, sistema presidencialista), las expectativas políticas (mediación de los problemas por grupos de interés, medios de comunicación en general y más recientemente redes sociales), el ciclo económico y el rol de las élites políticas (tecnocracia chilena, estilos de liderazgo). Como ya se había hecho en la introducción, se recuerda el origen filosófico, antropológico y psicológico del concepto «malestar». Sin embargo, este no dejaría de ser una concreción de la teoría del postmaterialismo de Inglehart (Inglehart, R. (1999). Postmodernization erodes respect for authority, but increases support for democracy. En P. Norris (ed.). Critical citizens. Global support for democratic governance. Oxford: Oxford University Press.1999) sobre ciudadanos críticos. Los autores también critican los estudios sobre calidad de la democracia, que a pesar de sus muchos avances no tienen todavía en cuenta el componente del malestar ciudadano para medir la calidad de una democracia: ¿es posible una democracia de buena calidad con una ciudadanía molesta? ¿Y lo contrario?

De acuerdo a los autores en política el conflicto es inevitable, lo cual no es óbice para que las élites creen expectativas congruentes con la realidad y que por tanto no lleven a la desilusión y el escepticismo político. En definitiva, ha de tenerse en cuenta el contexto del país, su legado histórico y las expectativas creadas por la élite si quiere entenderse la evaluación del desempeño de la democracia por parte de la ciudadanía.

Escribir un libro colectivo de manera coherente no es tarea sencilla. Esta obra demuestra cuál es una buena forma de hacerlo: un primer capítulo a modo de marco (teórico) para el resto de capítulos, que comparten una misma estructura y con una división clara de las tareas: dimensión temporal, actitudes, comportamiento y congruencia. Además, los capítulos hacen referencia unos a otros; no se trata de compartimentos estancos, de una recopilación de artículos separados con diferentes bibliografías y metodologías.

No obstante, se echa en falta un mayor enfoque comparativo de los tres países, en donde se contrasten las diferentes causas y consecuencias del malestar por país, que ya se analizan por separado. Del mismo modo es toda una virtud incluir en el trabajo la perspectiva de la congruencia, generalmente poco estudiada en las ciencias sociales. Finalmente, cabe subrayar de nuevo que la multidisciplinariedad puede ser útil para abordar fenómenos que una disciplina por sí sola quizá no consiga abordar o incluso operacionalizar. Así, esta obra colectiva introduce, con éxito, el «malestar» en la ciencia política.

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Inglehart, R. (1999). Postmodernization erodes respect for authority, but increases support for democracy. En P. Norris (ed.). Critical citizens. Global support for democratic governance. Oxford: Oxford University Press.