Uno de los mayores peligros en el oficio de historiador es concebir el pasado de forma maniquea, como si el tiempo y los procesos históricos que lo inundan fuesen una sucesión de blancos y negros, de posiciones opuestas y siempre coherentes. Todos somos conscientes de este riesgo, tan típico del periodismo y del análisis político actual. Sin embargo, a veces tentados por ofrecer explicaciones convincentes en las que todas las piezas encajen o para lograr divulgar o transmitir un mensaje, en más de una ocasión hemos caído en este error, relatando una historia demasiado monocorde, donde las notas que suenan en nuestra narración del pasado son escasas o son siempre las mismas. Este problema se hace patente, por ejemplo, en el estudio de las dictaduras y, por supuesto, del régimen franquista.

No obstante, a veces aparecen documentos, testimonios, que nos muestran que la historia, como la vida, dista siempre de la simplificación y de las posiciones únicas. Documentos rescatados por historiadores que nos acercan de manera compleja a determinados momentos históricos. Las memorias del general Rafael Latorre Roca, ahora sacadas a la luz, seleccionadas y editadas por Jaume Claret, son un buen ejemplo, pues este libro es un soplo de aire fresco para el conocimiento del nacimiento, consolidación y desarrollo de la dictadura del general Franco. Una obra útil para abordar, cuestionarse y matizar temas tan importantes (y variados) como el papel del Ejército en el primer tercio del siglo xx, las operaciones militares durante la guerra civil, la pacificación de las zonas conquistadas por los sublevados tras la guerra, la capacitación militar de los mandos rebeldes y franquistas, la corrupción generalizada entre los jerarcas del régimen, la responsabilidad de Franco y de sus colaboradores más cercanos en el fracaso económico de la autarquía, el papel de Falange, la pésima preparación del caro Ejército franquista, y un larguísimo etcétera.

Rafael Latorre Roca (1880-‍1968) fue un oficial del cuerpo de Artillería del Ejército con una incontestable necesidad por escribir. Bien entrados los años cuarenta comenzó a redactar una serie de cuadernos en los que repasaba su vida. Dedicó páginas a la dictadura de Primo de Rivera, pero también a la II República, cuando se retiró voluntariamente acogiéndose a la reforma militar de Azaña. Dedicó la mayoría de su tinta a la guerra civil, sin duda el momento más importante de su vida, cuando se une a los sublevados en Pamplona, vuelve a reintegrarse en el Ejército y dirige una columna en la conquista del norte de Navarra y el País Vasco. Mas cuando llega la victoria sublevada, Latorre prosigue escribiendo, descontento con la posición diplomática de la dictadura, con la corrupción y enriquecimiento de muchos de sus compañeros y con la política de venganza instaurada por el franquismo. La lectura de su relato nos hace extraer varias conclusiones de su persona. Era un militar preparado, con criterio y elevado conocimiento profesional. También tenía un alto sentido crítico pues, a pesar de algunos silencios o deformaciones (que más adelante señalaremos), en todo momento es capaz de apuntar las sombras que ve entre los suyos y en la dictadura.

Varias convicciones acompañaron a Latorre durante toda su vida. Primero, que el Ejército tenía que ser un instrumento para unir a la «Patria», como señala en innumerables ocasiones. Por eso, tenía que estar al servicio de la soberanía popular. Esto nos habla, en suma, de un oficial que comparte algunos de los principios esenciales del liberalismo, alejado de las reaccionarias posiciones de los africanistas. Bajo este razonamiento, y teniendo presente la historia de España del siglo xix, en todo momento Latorre abogará porque el Ejército no participe en política. Así se entiende su crítica a la dictadura de Miguel Primo de Rivera. No obstante, esta primera convicción será en una ocasión traicionada: como advertimos, en julio de 1936 regresará al Ejército, tomará las armas contra la República y se convertirá en un sublevado más contra el legítimo poder civil y democrático republicano.

La segunda convicción que le acompañó durante toda su vida, y reflejada constantemente en los cuadernos, es su defensa de la «Patria». Su patriotismo le hará justificar muchas de sus acciones (incluido su adhesión al golpe militar), pero también lo convertirá en una persona inconformista, que criticará todo lo que, aún dentro de la dictadura, considera perjudicial para España. No obstante, su concepto de España como entidad única e indivisible le incapacitará para comprender otras realidades nacionales, como ponen de manifiesto sus comentarios sobre los nacionalistas vascos. Y su concepción de España estará, como sucederá con la inmensa mayoría de los partidarios del golpe, preñada de catolicismo, concebido como algo consustancial a su nación a lo largo de la historia.

Será el catolicismo lo que marque su tercera convicción vital: un catolicismo social, entroncado en la doctrina social de la Iglesia. Este le hará ser crítico con la jerarquía eclesiástica y con algunos sacerdotes, tratando de explicar el porqué del anticlericalismo durante la II República y la guerra civil. Todo se plasma, por ejemplo, en las fabulosas páginas que dedica a la situación de las cuencas mineras y rurales de Asturias durante su paso por el gobierno militar durante la guerra (1937-‍1938), donde también se evidencia su preocupación social por las miserables condiciones que sufrían muchas familias de obreros y campesinos.

Leer los cuadernos de Latorre Roca nos acerca a una persona peculiar. Fue desde luego excepcional entre sus compañeros de la milicia. Pero también lo fue entre los jerarcas franquistas que, durante la guerra y tras ella, ocuparon puestos de responsabilidad (tras retirarse como general, fue director de la Confederación Hidrográfica del Duero). Latorre fue un hombre con personalidad suficiente como para sostener unas convicciones que se identificaban con las sostenidas con los sublevados, pero al mismo tiempo, dentro de ellas, fue capaz de ejercer una crítica demoledora sobre lo que tenía a su alrededor. Todo desde una posición de poder, desde dentro de las filas de los rebeldes, dentro del aparato institucional del franquismo. Y siempre con una escritura brillante, ágil pero repleta de detalles, con expresiones muy características, con exclamaciones y preguntas irónicas que desnudan la realidad. Y todo firmado nada menos que por un alto oficial del Ejército franquista.

Unas palabras sobre el trabajo del editor, Jaume Claret. Hay que llamar la atención sobre la increíble oportunidad que se presentó ante él al poder publicar los cuadernos de Latorre Roca. Pero si la oportunidad era alta, también lo era la responsabilidad, que Claret resuelve a nuestro juicio con brillantez. Podía haber optado por reproducir todo lo que Latorre escribió. Ese quizá hubiese sido lo más fácil, cumpliendo con el deseo de cualquier investigador, para así poder sumergirse en todos los detalles dados por el peculiar general, pero el editor ha tomado otro camino, a nuestro juicio más acertado: pensando quizá en el gran público, y sin perder seriedad académica, selecciona las partes más relevantes del relato de Latorre. No obstante, no se tratan de meros fragmentos deslavazados. Claret realiza un trabajo serio de contextualización (y también de fundamentación del porqué de su decisión en cada momento), introduciendo al lector en cada pasaje o temática, aportando también reflexiones críticas que nos conducirán con más acierto en la lectura. A nuestro parecer la selección es idónea, aunque quizá las partes relativas a la actuación en el gobierno militar de Asturias sean demasiado extensas.

Queremos también reflexionar críticamente sobre el relato de Latorre. Sobre sus silencios y también sobre sus interpretaciones. En primer lugar, llama la atención cómo nuestro general, pese a su carga crítica con todo lo que le rodea, justifica su adhesión al golpe militar. Entonces sí pareció estar justificado que el Ejército derribase al Gobierno: «A mí me sorprendió en Pamplona y en unión de mis dos únicos hijos sin previo acuerdo nos lanzamos al campo en defensa de los sacrosantos intereses de la PATRIA» (p. 51). A su juicio, la situación para la supervivencia de España lo exigía.

En segundo lugar, es interesante la posición que toma Latorre respecto a la violencia rebelde durante la guerra y después. Durante los primeros meses que siguieron a la sublevación, y dado que él conducía una columna, sencillamente no la menciona directamente, a pesar de ser conocida la virulencia de la misma; se limita a afirmar que frenó cualquier desmán entre sus subordinados e incluso les castigó. Lo mismo sucede durante el resto de la contienda. Pero el silencio es mucho peor en lo que se refiere a la posguerra, cuando parece que el régimen ha dejado de ejecutar a sus enemigos, aunque algunos investigadores hace tiempo que demostraron que durante esa década las víctimas de la violencia franquista segaron 50 000 vidas. Mas todos estos silencios de Latorre vienen condicionados a nuestro juicio por una convicción: la de que los consejos de guerra ejercían una justicia legítima, efectiva y equilibrada. Este pensamiento no es extraño si proviene de un militar de alta graduación, si bien también diversas investigaciones han evidenciado las nulas garantías jurídicas de los consejos de guerra, por no hablar de su legitimidad para juzgar aquellos delitos de rebelión.

Otra cuestión interesante es la relativa a la ayuda militar recibida por los rebeldes durante la guerra. Latorre reconoce (tardíamente) que existió, e incluso fundamenta la victoria rebelde en ella. Pero, como acertadamente resalta Claret, no la menciona en sus campañas bélicas en Navarra y País Vasco, seguramente para apuntalar ese momento mítico que para muchos supuso la guerra civil. No obstante, existe algún clamoroso silencio: por ejemplo, no menciona los bombardeos aéreos en el frente norte, y por supuesto tampoco la brutalidad de Guernica.

Los lectores interesados en la posguerra, como es el caso de quien esta reseña suscribe, quizá quedan ávidos de conocer más detalles de la mano de Latorre sobre esta difícil década. Temas como el hambre, las muertes por inanición, las enfermedades, la miseria, los brutales problemas de la vivienda, no son recogidos en los cuadernos. No sabemos si porque el editor decidió prescindir de ellos por no alargar más el texto o, seguramente, porque el militar no los anotó en sus memorias. Desde luego aparecen cuestiones fundamentales como la corrupción del personal político (destacados oficiales del Ejército incluido), o preocupaciones sobre dónde se posicionaba la dictadura respecto a la política internacional en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. Quizá todo confirma la torre de marfil en la que se convirtió el Ejército, que, como otras instituciones del régimen, no sufrieron el brutal hundimiento de las condiciones de vida de posguerra: su buen abastecimiento, su acceso a productos de calidad, en abundancia y a buen precio, así como unas prácticas corruptas que permitirían pingües negocios a algunos, contribuirían así a la estabilización de la dictadura.

Finalmente, queda un aspecto no resuelto en las memorias. Si Latorre Roca vertió una crítica tan ácida y corrosiva sobre el franquismo, ¿por qué no abandonó la carrera militar o muchos de los cargos para los que fue designado? Jaume Claret también ofrece reflexiones interesantes al respecto. Apunta que su crítica fue mucho más allá de la de otros de sus compañeros, no solo de manera privada a través de lo anotado en sus cuadernos, sino también porque Latorre Roca publicaría innumerables artículos (algunos agrupados en libros) donde, si bien de forma más matizada, señalaba los problemas de la dictadura. También se relacionó con otros altos oficiales de la milicia e incluso políticos del régimen, a los que sin duda refirió sus opiniones. Pero una cosa es que Latorre reflexionase sobre cómo se estaba perdiendo la paz, y otra muy distinta es que estuviese dispuesto a abandonar el barco del franquismo. A nuestro juicio, aparte de los siempre presentes móviles económicos o profesionales, una razón esencial pudo ser la propia guerra civil: ese momento crucial en la vida de tantos hombres y mujeres y todo lo que significaba (y más para un militar), siempre pesó más en el fiel de la balanza.

Todos los silencios, dobleces y aparentes contradicciones apuntados no empañan, en ningún sentido, el interés excepcional de los cuadernos de Rafael Latorre. Interés para alguien interesado en conocer los años de entreguerras en España y en el difícil primer franquismo, pero también interés para todos los investigadores que quieran revisar sus planteamientos, matizarlos o ampliarlos. En sus recuerdos, en sus críticas, en sus reflexiones, Latorre nos presenta un auténtico catálogo para futuras investigaciones. En algunos casos para revisar y matizar temas planteados; en otros para discurrir por caminos menos transitados. En todo caso, las memorias del general Latorre nos vuelven a demostrar que, como ya plantease Marc Bloch, la verdadera historia reside donde se encuentra la carne humana. Con su clarividencia, su personalidad, sus contradicciones y silencios. Desde uno de los pilares más señalados de la dictadura franquista, el Ejército, Rafael Latorre Roca nos muestra que la historia está llena de colores y matices, aún dentro de los partidarios del franquismo.