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La edición de este libro coincide con lo que parece un cambio de rumbo en las democracias occidentales. El modelo representativo, construido inicialmente por la cultura política anglosajona y asentado desde el final de la II Guerra Mundial en Europa, se enfrenta al empuje de una serie de movimientos que acusan al sistema de partidos tradicionales y a la contención liberal expresada en el Estado de derecho de haber provocado la crisis económica, el crecimiento de la desigualdad social y la frustración de las perspectivas de vida individuales. El nacionalismo, el populismo, la xenofobia y el proteccionismo vuelven a ser valores en alza, en gran medida gracias a la transformación de una opinión pública que antes filtraba y ordenaba los discursos que consumían los ciudadanos, pero que ahora parece superada por una revolución digital que crea canales paralelos para hacer llegar discursos que, aunque parecían desterrados de las sociedades avanzadas, solo estaban aquilatados por lo políticamente correcto.

Si se quiere entender por qué Donald Trump se ha convertido en presidente de Estados Unidos, el Reino Unido ha votado en referéndum abandonar la Unión Europea o algunos países de Europa del Este abrazan la retórica autoritaria, el libro del que aquí damos noticia será de gran ayuda. El autor, Manuel Arias Maldonado, es profesor de la Universidad de Málaga y además colaborador habitual de diversos medios de comunicación: la altura académica y la transferencia de conocimiento a la sociedad se dan la mano para facturar una obra compleja y llena de matices, que satisfará a todo tipo de lectores porque al margen de la densidad ensayística, está escrita con el ánimo divulgativo que siempre ha caracterizado a quien la escribe.

La tesis que recorre el libro es clara: hay que tomar cierta distancia de la pretensión de considerar al sujeto político como un ente que construye sus decisiones exclusivamente en base a elementos y reflexiones racionales. El sujeto político es y ha sido siempre un sujeto postsoberano, depende tanto de su equipaje genético y biológico como del paisaje cultural para ir conformando una realidad evolutiva en la que puede entreverse un predominio de los valores cooperativos sobre los conflictivos (Pinker). Como se sabe, desde el siglo xix se han llevado a cabo grandes reflexiones sobre la hipótesis regulativa kantiana y cartesiana que dibujaba un sujeto racional y autosuficiente. Marx abrió un enorme campo de estudio al afirmar que la conciencia estaba condicionada por la realidad material y económica. Weber dibujó al hombre moderno en una jaula de hierro burocrática y sentó las bases para que la Escuela de Frankfurt pusiera en cuestión los beneficios para la autonomía individual del maridaje entre capitalismo y la cultura de masas. Aún hoy el postestructuralismo más tardío reduce la vida del sujeto a un vaivén de ideologías y lenguajes que cancelarían por completo cualquier posibilidad de comprender la realidad fuera de las vanguardias iluminadoras.

El presente libro es actual e importante por dos motivos: recoge y aborda la revolución que para la reconsideración del sujeto suponen las neurociencias y vuelca el sentido de su análisis en la cuestión política, algo que no suele hacerse habitualmente cuando se trata de abordar la propia subjetividad. Se realiza en la primera parte una síntesis muy interesante sobre los afectos, las emociones, los sentimientos y los estados de ánimo, cualidades innatas a la actividad cerebral que funcionan como un hardware que permite al individuo enfrentarse a los distintos retos vitales. La tradición política moderna cuenta con aportaciones sobresalientes que de forma rudimentaria intuyeron la presencia por ejemplo del miedo (Hobbes) o la simpatía (Adam Smith) como factores internos que determinan la necesidad de construir instituciones para salvaguardar la convivencia o favorecer el triunfo práctico de unos modelos económicos sobre otros. El autor, no obstante, rechaza que como algunos autores contemporáneos señalan (Jonathan Haidt y, en parte, Joshua Greene), cada ser humano tenga una ética política incorporada de fábrica. Considera, en cambio, que los sistemas de creencias que pretenden adecuar la realidad a las ideas interactúan con los afectos para construir representaciones políticas y dotar a los sujetos de atajos cognitivos que simplifiquen los razonamientos relacionados con la vida pública y privada. La izquierda apela en sus fundamentos a la compasión y a la confianza recíproca para construir una sociedad solidaria, mientras que la derecha juega con la decepción y el miedo para reclamar la necesidad de combinar la libertad y la seguridad en dosis adecuadas.

Todas estas cuestiones no parecían importantes en un mundo más o menos estable y con unas jerarquías de poder y autoridad ampliamente compartidas. La globalización y la multiplicación de estilos de vida han venido fomentando una pluralización social que si bien inicialmente tenía virtudes estabilizadoras, ahora parece evolucionar hacia formas de polarización que recuerdan a otros periodos históricos. Estos cambios se ven potenciados por otros factores paralelos, que tienen especial relevancia cuando se trata de detectar fenómenos políticos que actualmente están recuperando las emociones para intentar mayorizar propuestas que parecían desterradas del canon comparado de la democracia liberal. En el libro se hace referencia, por ejemplo, al capitalismo libidinal, que, como viene apuntándose desde hace décadas (Lyotard o Lipovetsky), promueve técnicas de consumo directamente dirigidas al deseo y a favorecer la gestión personal de las emociones. Asimismo, el autor considera clave la aparición de la revolución digital y las redes sociales, elementos que están transformando profundamente el concepto tradicional de esfera pública y sobre los que merece la pena pararse un poco más.

Efectivamente, desde que apareció su obra de referencia al respecto, Castells vino anunciando la sustitución de los viejos medios de comunicación por otras formas digitales de participación, que permitirían una democratización de la opinión pública, la multiplicación de los canales informativos y la inevitable modificación de las agendas gubernamentales. El presente libro proyecta una mirada escéptica sobre esta afirmación, mediante la descripción de las distintas dimensiones de lo que Arias Maldonado denomina globalmente como sentimentalización de la conversación política. Particularmente, las redes sociales agudizan la polarización antes aludida porque producen un «efecto túnel» (la expresión es nuestra) como consecuencia de la sustitución del discurso político por consignas publicitarias. En un contexto despojado de jerarquías, decretado el fin de las ideologías, se abre entonces la puerta a modelos de democracia posfactuales, donde el ciudadano no distingue entre lo complejo y lo simple, entre lo real y lo figurado, en gran medida porque la satisfacción política se traduce en nuestros días en una simple sensación de empoderamiento derivada de la participación en los canales que ofrecen las nuevas tecnologías.

Continúa el autor dando cuenta de los afectos políticos que pueden vislumbrarse ya con cierta claridad en el momento histórico que nos ha tocado vivir. Interesante resulta la caracterización que hace del populismo como nueva religión política que supone una vuelta al romanticismo en la medida en que pretende la transformación de lo constituido, del mundo de lo ordinario, en un acontecimiento constituyente permanente, donde los obstáculos de lo real se difuminan en favor de un voluntarismo cuya premisa es la ignorancia de los escenarios futuros. Las relaciones públicas al servicio de una clase política sin escrúpulos han descubierto que el votante es feliz manteniendo posiciones radicales, mientras que la mutación del elector escéptico que ocupaba antes el centro se consigue introduciendo en el cuerpo político emociones como la ira, el resentimiento o la rabia. Arendt ya apuntó tempranamente, en sus consideraciones Sobre la Revolución, que tales sentimientos imposibilitan la consolidación de un contrato social con carácter universal. Naturalmente, en el libro también hay un apartado específico para analizar la emergencia por doquier de afectos nacionales cada vez más frecuentes, en forma de xenofobia o movimientos secesionistas que consideran extemporánea la solidaridad, precisamente una de las nociones revolucionarias menos anclada en la racionalidad.

Pese a esta aproximación diríamos que pesimista, donde quizá podría haberse profundizado un poco más en la incertidumbre normativa de los escenarios dibujados, Arias Maldonado analiza los distintos enfoques que vienen estudiando la posibilidad de dar a las emociones un papel positivo en la construcción del hombre político. A este respecto, se abordan los siempre interesantes trabajos de Cass Sunstein, que en los últimos años, a partir de la distinción entre pensamiento rápido y lento del nobel de Economía Daniel Kahneman, ha venido desarrollando la tesis del «paternalismo libertario», una aproximación a la relación entre lo público y lo privado que alcanza pleno significado en las clásicas diatribas doctrinales americanas sobre los límites de intervención del Estado. Si el mercado nos engaña mediante estrategias psicológicas (Akerlof y Shiller), parece legítimo que las instituciones tengan un deber informacional, para cambiar comportamientos que pueden dañar la salud, la economía personal o el medio ambiente. Claro que está por ver si este tipo de aproximaciones terminarán por imponerse también en el ámbito de lo político. Precisamente, en este contexto, es justo reconocer que el patriotismo constitucional, pese a sus buenas intenciones, no ha conseguido movilizar el corazón de los ciudadanos y quizá, como Martha Nussbaum apunta, sea necesario volver a repensar el consenso superpuesto rawlsiano teniendo en cuenta elementos emocionales débiles como la ejemplaridad, los relatos históricos compartidos o los discursos presidenciales del estilo del mejor Obama.

Pero ¿cuál es la posición del autor sobre el asunto que recorre el libro? Pues una defensa apasionada de la razón escéptica. Ello supone una reivindicación, para empezar, del modelo liberal clásico como mejor antídoto para refrenar y contener las emociones del sujeto político, de acuerdo a la tradición anglosajona. Dicho sujeto debería reconstruirse teniendo en cuenta la importancia de la soledad como mecanismo evolutivo que permite poner en valor la necesidad de la sociabilidad, fortaleciendo la idea de que la democracia constitucional es el único sistema que permite sostener un pluralismo razonable y adoptando una perspectiva ciudadana irónica (Rorty), que mira los asuntos públicos con los ojos de un escéptico que es consciente de las limitaciones de la propia política. Ahora bien, conviene no confundirse: Arias Maldonado no considera que el hecho de reconocer que las emociones jueguen un papel importante en la configuración del hombre contemporáneo se constituya como la evidencia del fracaso de la razón moderna. Más bien al contrario, mostrar los límites de la misma y la importancia de los afectos en la formación de nuestro comportamiento no es más que otra manifestación ilustrada del empeño por mantener una actitud meliorista ante el mundo y, sobre todo, la política. Buen colofón para una obra de gran envergadura, donde lo normativo y lo descriptivo encuentran un buen equilibrio y cada párrafo contiene una riqueza argumental de gran altura.