Posiblemente nunca como hasta ahora había habido tanto interés por la economía y los términos económicos. A consecuencia de la grave crisis de 2008, que aún estamos padeciendo, el vocabulario económico y todo cuanto tiene que ver con esta disciplina parecen haberse puesto de moda. Al punto que hasta en los programas de televisión emitidos en
Pues bien, quién mejor que el profesor Comín para abordar un tema aparentemente tan complicado como el de la deuda soberana en un volumen que pretende explicar de forma clara y asequible las distintas crisis de esta naturaleza habidas en España desde el siglo
Por tanto, solo un gran conocimiento del tema permite hacer este tipo de grandes síntesis, que tienen la ventaja, además, de no estar únicamente dirigidas a los especialistas en historia económica, sino que pretenden ir más allá. De hecho, el libro carece intencionadamente de notas a pie de página, precisamente para aligerar su lectura. Pero, además, esta síntesis no se limita únicamente a la Edad Contemporánea, sino que busca el largo plazo, remontándose a la época de los primeros Austrias, a comienzos del siglo
Dicho esto, lo primero que conviene señalar es la matización que el autor hace de la leyenda negra de las bancarrotas de los tiempos de los Austrias, ya que, en verdad, no fueron tales, sino suspensiones temporales y parciales del pago de las consignaciones a los asentistas con el fin de auditar las cuentas, calcular la deuda neta y negociar un acuerdo para consolidar la deuda flotante (asientos) en deuda consolidada (juros). Es más, hasta 1621 se puede decir que la deuda fue sostenible. No es posible negar que hubiese frecuentes crisis de la deuda, planteadas las más de las veces por problemas de refinanciación de los asientos. De hecho, las necesidades de financiación de los Habsburgo aumentaron paulatinamente como consecuencia de su intensa actividad guerrera. En paralelo, también crecieron las emisiones de juros, pero su cotización mejoró debido a que las rentas ordinarias eran suficientes para pagar sus intereses. Por tanto, los juros eran títulos fiables. La prueba la tenemos en la apreciación que experimentaron entre 1500 y 1621, a pesar de su ralentización desde las primeras suspensiones de pagos de Felipe II. Con todo, hasta 1621, ya con Felipe IV en el trono, los juros fueron una inversión segura.
A partir de ese momento las cosas cambiaron, haciéndose la deuda insostenible, ya que los intereses superaban a los ingresos corrientes. Pese a todo, los gastos siguieron aumentando y se emitió más deuda de la que se podía pagar, lo que provocó la reestructuración de la misma, suspensión de pagos y reducción de intereses y del principal. En este sentido, no debemos olvidar la grave crisis vivida por Castilla desde finales del siglo
El cambio de dinastía, los Borbones, a comienzos del siglo
Esta fue la tónica general hasta mediados de siglo, cuando en 1851 Juan Bravo Murillo consiguió acabar con la situación de bancarrota gracias al arreglo de la deuda de ese año. Se reconocieron todos los tipos de deuda existentes y el pago regular de las obligaciones del Estado, incluidas las derivadas de dicha deuda soberana. Previamente, fue preciso consolidar la deuda flotante en 1844, hacer una reforma tributaria en1845 y ordenar el gasto del Estado. Pese a todo, el déficit presupuestario persistió y la deuda se elevó, lo que no era sino el reflejo de un Estado insolvente, por lo que en 1881 Camacho se vio obligado a hacer un nuevo arreglo de la deuda. Otro tanto debió hacer Fernández Villaverde tras la guerra de Cuba. Ahora bien, este supuso el último arreglo del siglo
La Guerra Civil cambió absolutamente todo, generando nuevamente una grave crisis de la deuda, lo que obligó al ministro de Hacienda José Larraz a recurrir a un nuevo arreglo, caracterizado por el repudio de la deuda y de los billetes del Gobierno republicano y la consolidación en deuda pública pignorable los adelantos del Banco de España que había financiado al bando franquista. En cualquier caso, durante la Dictadura no se incurrió en grandes déficits presupuestarios, ya que la tendencia fue tratar de equiparar los gastos del Estado a los ingresos fiscales disponibles, dado el atrasado sistema tributario existente. La insuficiencia recaudatoria devino en escasas inversiones públicas y solo los ocasionales y pequeños déficits públicos se financiaron con la emisión de deuda pública. Ahora bien, la novedad consistió en la imposibilidad de los Gobiernos de financiarse en los mercados. Franco colocó la deuda forzosamente, fundamentalmente, a los bancos. La crisis de la deuda se saldó con el impuesto inflacionista (sobre todo de la monetización del déficit) y la represión financiera, síntomas de la anormalidad del régimen.
Semejante anormalidad pervivió durante los primeros años de la restauración de la democracia. Las medidas impuestas durante el franquismo condicionaron las primeras actuaciones de los gobiernos de la Transición para financiar la deuda generada por la grave crisis económica de los setenta y la construcción del Estado del bienestar. En concreto, se vieron obligados a recurrir otra vez al Banco de España y a la represión financiera. Tales medidas retrasaron las políticas de responsabilidad del Estado, de forma que solo con la entrada de España en el Sistema Monetario Europeo en 1989 y en el euro en 1993 se puso fin a estas prácticas. Se acabó con el dominio fiscal sobre la política monetaria, creándose ya un mercado moderno de deuda, caracterizado por la responsabilidad. Responsabilidad, eso sí, puesta a prueba esta vez por la depresión económica iniciada en 2008. De hecho, tal como señala Comín, la verticalidad de la ratio deuda/PIB desde 2007 indica que el Gobierno tendrá problemas tanto para detener esta escalada de la deuda, como para reducir dicha ratio hasta 2020, cuando no podrá superar el 60 %.
En definitiva, Francisco Comín nos presenta un estudio apasionante sobre un tema fundamental para la historia económica de España, como es el problema de la deuda soberana, algo que ha perseguido a nuestra economía durante siglos y que ha dado lugar a todo tipo de comentarios negativos por parte de los tenedores extranjeros, fundamentalmente a lo largo del siglo