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SUMARIO

  1. Notas
  2. Bibliografía

La dichosa leyenda negra es uno de esos debates interminables de la historiografía española. Y con frecuencia, de tanto recurrir a ella, para aceptarla o rechazarla, se olvidan sus orígenes, su desarrollo, sus hitos y sus protagonistas. Clarificar y exponer esta polémica que dura ya cinco siglos es uno de los objetivos del libro editado por María José Villaverde y Francisco Castilla, y publicado por Tecnos. Pero no es el único. El título de la obra alude a la sombra de la leyenda negra, a su proyección más allá del momento histórico en que aparece la crítica virulenta a España y a su comportamiento en el Nuevo Mundo. De hecho, la mayoría de los capítulos están dedicados al resurgimiento de la leyenda negra en el siglo xviii, cuando España está recorriendo el camino de las Luces, realizando una política de reformas en todos los ámbitos y ensayando una apertura social y cultural mucho más cercana a los planteamientos europeos que en los siglos anteriores. Estos dos aspectos, más la discusión historiográfica contemporánea a la que han dado lugar, quedan muy bien narrados a lo largo del libro.

En su inicio, al que dedica un amplio estudio Francisco Castilla, el protagonista principal es desde luego Bartolomé de las Casas. Encomendero antes que fraile es el personaje más controvertido de esta historia. Gran apóstol de los derechos de los indígenas, y precursor, según algunos, de lo que siglos después se llamarán los derechos del hombre o, en nuestros días, los derechos humanos, no todos los historiadores le han visto bajo la misma luz. En realidad existe una profunda brecha entre lascasianos y antilascasianos, denunciando estos últimos la actitud poco leal de fray Bartolomé hacia la Corona, que tantos beneficios le había hecho, al publicar algunos de sus textos fuera de España ante la prohibición de hacerlos en el interior, y, sobre todo, la exageración de sus datos y la poca fiabilidad de sus testimonios, que casi nunca puede probar de manera indudable. Pero, aun atendiendo a la figura del obispo de Chiapas como el punto obligado de referencia de toda la polémica que siguió a la aparición de sus obras, lo más interesante del capítulo del profesor Castilla es el debate en torno a Las Casas en vida de este y en los años inmediatamente posteriores a su muerte. Las alusiones y los comentarios cruzados entre diversos historiadores y cronistas de Indias nos proporcionan el contexto de Las Casas, casi siempre olvidado en aras de lo llamativo de sus denuncias. Este tejido de acusaciones, ataques, defensas y logros restituyen a la obra del obispo su lugar en el momento histórico en que se producen, antes de que el ruido lo inunde todo.

El mayor amplificador de la tormenta desatada por Las Casas se situó en los Países Bajos, a partir de la Apología de Guillermo de Orange. Mediada por las guerras de religión y por la rebelión de Flandes, la leyenda fue un arma del nacionalismo flamenco, como bien explica Yolanda Rodríguez en su aportación a este libro colectivo. Una exposición sistemática, y muy bien narrada, de los medios y los caminos que se utilizaron para la difusión de la imagen de la crueldad y la ambición política de los españoles, convierte este capítulo en una interesante investigación sobre un tema del que se conocen ya sus líneas principales. Aunque el duque de Alba, en su papel de villano, y Guillermo el Taciturno en el de héroe, son los nombres destacados, la profesora Rodríguez se interesa también por la contribución de Antonio Pérez, el antiguo secretario de Felipe II, exilado en Francia y en Inglaterra, que encontró en el género panfletario el espacio adecuado para orquestar su venganza. La circulación de obras entre Inglaterra y los Países Bajos, y la acogida popular que tuvieron, son objeto de este examen pormenorizado, aportando muchos datos sobre las redes de difusión de las opiniones políticas en la Europa de los siglos xvi y xvii.

La leyenda negra también viajó a bordo del Myflower, como relata la profesora Alicia Mayer, investigadora de la UNAM y especialista en historia del pensamiento político americano. Los soldados de las Trece Colonias que formaron parte de las tropas inglesas en la conquista de Jamaica desembarcaron en la isla con un ejemplar de la Brevísima relación de Las Casas. El tono general del enfrentamiento era el de puritanos contra papistas, lo que permitía utilizar todo el repertorio argumental que la leyenda proporcionaba, como hizo, entre otros, Cotton Mather, teólogo bostoniano. Los protestantes deseaban la conversión religiosa de los indios tanto como los españoles y veían en los indígenas elementos diabólicos a los que combatir, pero los puritanos asociaban también a los españoles —y a los franceses— a ese carácter satánico de los nativos americanos. Y quizá por eso, los puritanos de Nueva Inglaterra ni siquiera se plantearon la justicia o injusticia de una colonización con nefastas consecuencias para los colonizados. En sus visiones milenaristas veían al continente americano como el lugar elegido por Dios para erigir la ciudad sagrada, libre de pecado, y para ello Dios afligía a los pueblos indígenas con guerras y epidemias que castigaran sus vicios y allanaran el camino a sus designios. Tan solo Roger Williams se admiraba de las «maravillosas conversiones» hechas por españoles y portugueses en las Indias Occidentales, mientras el pastor John Eliot reconocía «la energía» y el «sacrificio» de los misioneros españoles y franceses.

En el siglo xviii asistimos a un sorprendente resurgir de la leyenda negra, como ya se ha indicado. Las razones de esta nueva ofensiva, en un momento de triunfo de la Ilustración también en España, se discuten en los distintos capítulos de la segunda parte de la obra, y van desde la construcción del siempre útil espejo invertido donde Europa critica sus propios males y expresa sus propios temores, hasta el deseo, a veces explícito, de rivalizar con España construyendo un imperio propio, con mano de obra no esclava pero igualmente sometido a una metrópoli civilizada, Francia en este caso. Y hay que contar también simplemente con la persistencia de los clichés, los lugares comunes, las imágenes tópicas que el tiempo o los cambios producidos no logran borrar ni siquiera en la mente preclara de los intelectuales ilustrados: Montesquieu, Voltaire, Diderot…

La adopción de la teoría de los climas y la permanente alusión al concepto de raza —que va consolidándose a lo largo del siglo— facilitan igualmente las opiniones negativas sobre los españoles. Según estos análisis, considerados científicos en la época, España quedaría al sur y excluida de la zona templada del centro de Europa, única zona de civilización y prosperidad, fuera de la cual aún persiste la barbarie, y el pueblo español arrastraría una herencia de sangre judía y árabe que dificultaría aún más su homologación con el resto del continente.

Sobre el telón de fondo de estas visiones peyorativas, varias obras dedicadas a los territorios americanos de la Corona española alcanzaron gran notoriedad y amplia difusión, expandiendo la visión negativa sobre España y su actuación en América.

La más famosa fue sin duda la Histoire des deux Indes, con el abate Raynal (Raynal, G.-T. F. (1770). Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les deux Indes. Amsterdam.1770) asumiendo la autoría, pero con diversos colaboradores, entre ellos el gran Diderot. María José Villaverde dedica un capítulo a esta obra colectiva que se convirtió en el gran alegato contra la esclavitud y que proporcionó las armas ideológicas a quienes deseaban rebelarse contra sus metrópolis. La revolución de Haití, comandada por Toutsaint L’Overture, en 1791, fue la heredera más directa de este escrito incendiario en muchos de sus capítulos, aunque la violencia desatada acabó traumatizando incluso a quienes habían ensalzado la obra, mientras el conjunto de la sociedad francesa optaba por un olvido voluntario de la antigua colonia y de las masacres perpetradas por los antiguos esclavos[1].

Evidentemente, durante la centuria ilustrada hubo también voces discrepantes que trataron de narrar una historia de la conquista del Nuevo Mundo más equilibrada, sin desconocer las atrocidades cometidas en algunos lugares, especialmente en las primeras décadas, pero sin adherirse por ello a una leyenda negra que abarcara toda la actuación española en América y en el interior de la península.

Entre todas estas voces destaca por su importancia la de William Robertson, el historiador ilustrado escocés, que sitúa su History of America (1777) en el marco de sus preocupaciones sobre el progreso de la Humanidad y la división en etapas del devenir histórico. Desde esta perspectiva la idea de civilización se impone sobre otras consideraciones y entiende que los españoles se hayan adjudicado esta misión sobre los indígenas americanos. Aunque reconoce errores y crueldades puntuales, Robertson pretende «reivindicar el carácter castellano frente a algunas difamaciones del mismo en base a errores de escritores españoles y a la ignorancia o los prejuicios de los extranjeros». El autor se sitúa así en el lado opuesto al de los propagadores de la leyenda negra y absuelve incluso a la Iglesia católica en su labor evangelizadora, a pesar de ser él uno de los principales dirigentes del calvinismo escocés. El estudio que le dedica Gerardo López Sastre en la obra que comentamos desvela con maestría de especialista todos los pormenores de un relato que se convirtió en referencia obligada, que quiso ser traducido al español, y que llevó incluso a que Robertson fuera nombrado miembro de la Real Academia de la Historia española.

Porque España se vio, evidentemente, en la necesidad de contrarrestar la leyenda negra y fueron también numerosas las obras que relataron, desde su inicio, la conquista de las Indias desde una perspectiva más ecuánime o menos desfavorable para los españoles. Jonathan Israel contribuye a este volumen con un capítulo dedicado a las reflexiones del jesuita catalán José María Nuix. Exilado en los Estados Pontificios, publicó en Londres unas Reflexiones imparciales sobre la humanidad de los españoles, contra los pretendidos filósofos y políticos (1776), no exenta de polémica religiosa al considerar que la pretendida superioridad de los protestantes, defendida incluso por Robertson, contribuía a la visión malévola y sesgada de la actuación de los españoles en América.

A los jesuitas desterrados está también dedicado el capítulo sexto, escrito por Víctor Peralta, que recoge obras y opiniones que han recibido poca atención en este terreno, mientras que el capítulo octavo, a cargo de Fermín del Pino, aborda el intento más serio de contrarrestar la leyenda negra fabricada en Europa. Se trata de la Historia del Nuevo Mundo, de Juan Bautista Muñoz, no publicada hasta 1793, y redactada por encargo expreso de la Academia de la Historia para emular, con documentación española, la «Historia» de Robertson. El recorrido que hace el profesor Del Pino por los entresijos de la política española en relación con el control de las opiniones sobre los acontecimientos de Indias resulta apasionante. Después de casi dos siglos de críticas exteriores, la respuesta de España debía ser meditada, más científica que retórica, sin chauvinismos ridículos, imparcial y todo lo transparente, en cuanto a la documentación existente, que fuera posible. La riqueza de las fuentes utilizadas y la autoexigencia de su autor acabaron convirtiendo a esta Historia en la primera contribución a la historiografía americanista.

Los restantes capítulos de la obra colectiva que comentamos están dedicados a la influencia de la leyenda negra más allá de la historiografía que produjo entre los siglos xvi y xviii. En la segunda mitad del xviii muchos ilustrados españoles trataron de llevar a cabo una reevaluación de los objetivos políticos y culturales de la monarquía española que tuviera en cuenta las críticas recibidas por parte de los europeos, como analiza Anthony Pagden en el capítulo noveno, contribuyendo a medio plazo a la transformación del mundo iberoamericano. Algo similar nos cuenta Juan Pimentel al hablar del impulso que se dio a las disciplinas científicas, convirtiendo América en un escenario para las expediciones geográficas y astronómicas que nos homologaran con Europa.

Estos esfuerzos, que indudablemente beneficiaron a España y a Iberoamérica en su conjunto, fueron el resultado de un fenómeno bien conocido en nuestro país: la interiorización de esa «leyenda negra», la conciencia siempre crítica con nosotros mismos, la queja y la insatisfacción permanente que ni siquiera cuarenta años de democracia y prosperidad han logrado borrar.

Javier Fernández Sebastián nos relata, en el penúltimo capítulo de la obra, cómo los liberales españoles del siglo xix fueron los primeros en afrontar el pasado como un fardo incómodo que debían cargar sobre sus espaldas. Tenían que asumirlo, criticarlo, «abominar de los desaciertos de nuestros padres» —como decía Leandro Fernández de Moratín— y resolverse a construir un futuro en todo diferente para obtener el aplauso europeo. La España negra de la famosa leyenda fue, sin embargo, difícil de borrar. Los problemas políticos del siglo, con las amenazas absolutistas y la omnipresencia del catolicismo más conservador, reforzaron la autopercepción negativa de España por parte de los españoles, a pesar de los esfuerzos, siempre renovados, y de los muchos logros, de liberales y demócratas, para la modernización del país.

El libro se cierra con la transformación de la «leyenda negra» en «leyenda romántica». José Álvarez Junco expone esta hipótesis sugerente: la visión secular europea de una España semibárbara tendrá para los viajeros románticos el encanto del exotismo, el atractivo de lo primigenio, no contaminado todavía por lo que ya se consideran los excesos de la civilización: un último reducto de autenticidad. Y una terca prolongación del estereotipo del atraso, la crueldad y la ignorancia, que suscitará la cólera o la ironía amarga de los intelectuales españoles, entregados a la causa del progreso y de la modernización del país.

La sombra de la leyenda negra nos proporciona así un amplio recorrido histórico que se convierte en una sucesión de las imágenes de España, desde el interior y desde el exterior, durante cuatro siglos. Visiones todavía imprescindibles en estas primeras décadas del siglo xxi que aun reciben su influjo.

Bibliografía[Subir]

[1] 

Miller, C. L. (2008). The French Atlantic Triangle. Durham-London: Duke University Press.

[2] 

Raynal, G.-T. F. (1770). Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les deux Indes. Amsterdam.