El acuerdo entre los principales líderes cristianos libaneses, Samir Geagea y Michel Aoun, ha conducido al inicio de una colaboración entre dos actores radicalmente enfrentados hasta ahora. El objetivo de este artículo consiste en valorar la posibilidad de que el mismo implique un cambio notable en favor de la comunidad cristiana del equilibrio político existente en el país desde el final de la guerra civil. Para ello, se ha realizado un análisis de los distintos escenarios posibles y de sus implicaciones para el sistema institucional libanés. Las conclusiones extraídas apuntan a que existen una serie de circunstancias (la polarización de la política libanesa, la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, la guerra civil siria…) que han favorecido el reforzamiento de la influencia política cristiana dentro de las coaliciones electorales existentes, pero que el tradicional fraccionamiento de las élites cristianas hace improbable el surgimiento de un auténtico polo cristiano o de una tercera vía. Sin embargo, sus efectos han sido positivos para solucionar el bloqueo institucional existente. También ha contribuido a alcanzar un consenso con respecto a la ley electoral, ya que los partidos tradicionales están interesados en evitar el surgimiento de nuevos actores políticos.
An agreement between the principal Lebanese Christian leaders, Samir Geagea and Michel Aoun, has begun a collaboration between two previously radically antagonistic actors. The objective of this article is to assess the possibility that this implies a remarkable shift in the post-civil war political balance, in favour of the Christian community. In order to achieve this objective, the paper analyses a number of different possible political scenarios and their implications for the Lebanese institutional system. The conclusions suggest that several circumstances, including the polarisation of Lebanese politics, the Saudi-Iranian rivalry, and the Syrian civil war, have contributed to the enhancement of Christian political influence within the current electoral coalitions. However, traditional divisions among the Christian elites renders unlikely the emergence of either a true Christian pole or a ‘third way’. Regardless, the effects of the agreement have been positive in relation to solving the existing institutional blockade. It has also contributed to attaining a consensus concerning the new electoral law, as traditional parties are interested in preventing the emergence of new political actors.
El final de la guerra civil (1975-1990) marcó un fuerte declive de la influencia política de la comunidad cristiana libanesa, momento a partir del cual Siria asumió un papel hegemónico, actuando como mediador entre los diferentes partidos, mantenidos en una situación de debilidad de manera que ninguno de ellos pudiera desafiar el
La llamada Revolución del Cedro (2005) fue percibida entre los cristianos como una oportunidad para cambiar la situación, por lo que muchos de ellos mostraron un gran activismo en las calles contra la presencia siria. Sin embargo, la rentabilidad política de esta revuelta fue a parar fundamentalmente a manos del suní Movimiento de Futuro de la familia Hariri. Por su parte, las disputas entre partidos cristianos les condujeron a situarse en distintas posiciones del espectro político, una fractura confirmada en las diferentes elecciones que han tenido lugar desde entonces. Así, mientras los suníes y los chiíes han respaldado de forma mayoritaria a las coaliciones 14 de Marzo y 8 de Marzo respectivamente, el electorado cristiano ha dividido su voto entre ambas.
La gran polarización electoral en torno a esas agrupaciones ha originado una auténtica parálisis del sistema político debido tanto a la propia arquitectura institucional del país, que fomenta la adopción de decisiones ampliamente respaldadas, como a la ausencia de un mínimo entendimiento en torno a las medidas a tomar. Un reflejo de ello se dio tras la finalización del mandato del presidente Michel Suleiman en mayo de 2014, ante la falta de acuerdo sobre un candidato para reemplazarlo. Igualmente, el mandato del Parlamento fue prorrogado debido a las disputas sobre la ley electoral. Esta crisis ha sido también reforzada por la conflictiva situación a nivel regional, donde la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán se ha filtrado en el escenario político de otros países, como se ve reflejado en la guerra civil siria. De hecho, este último acontecimiento ha tenido también un impacto desestabilizador en el Líbano, ya que las divisiones allí existentes han traspasado la frontera común.
El acuerdo alcanzado (18 de enero de 2016) entre los dos principales políticos cristianos (y tradicionales enemigos), Michel Aoun y Samir Geagea, genera dudas sobre sus implicaciones para el equilibrio de poder en el sistema político libanés. En un contexto de profunda división interna en dos bloques antagónicos, este compromiso ha abierto nuevas posibilidades, reflejadas en la posterior elección de Aoun como nuevo presidente del país y en la formación de un nuevo Gobierno, por lo que resulta necesario analizar su posible impacto en la política nacional, tratando de evaluar si las circunstancias actuales permiten que la élite política cristiana pueda reconquistar parte del poder político perdido, si podrá superar sus tradicionales divisiones internas y si ello contribuirá a aliviar la enorme fractura existente en el país.
La estructura de este artículo comienza con un repaso de las principales interpretaciones académicas sobre el carácter peculiar del sistema político libanés. En segundo lugar, se aporta una visión global del papel de la comunidad cristiana en la política nacional. En el siguiente apartado, se trata el bloqueo del sistema político tras la Revolución del Cedro y el impacto de la guerra civil siria. Posteriormente, se examinan las características del acuerdo Aoun-Geagea y su reflejo en la estabilidad política, además de evaluar sus posibles efectos en la política del país. Por último, se extraen algunas conclusiones sobre un hipotético incremento del poder político de la comunidad cristiana.
El modelo político vigente en el Líbano desde su independencia ha sido objeto de numerosos estudios debido a sus peculiares características en una zona del mundo dominada por regímenes autoritarios. Este modelo fue en el pasado considerado como un ejemplo de lo que Arend Lijphart denominó democracia consociacional, entendiendo por tal «democracies with subcultural cleavages and with tendencies towards immobilism and instability which are deliberately turned into more stable systems by the leaders of the major subcultures» (
Según algunos autores, el Líbano constituiría un caso extremo de lo que Carl Brown denominó «Estados penetrados», caracterizados por el hecho de que las disputas entre las distintas facciones y grupos dentro de un Estado acaban teniendo una dimensión regional debido tanto a la tendencia de los países vecinos a ejercer su influencia directa sobre esos actores como a la propensión de estos a solicitar la ayuda de sus aliados exteriores. En tales condiciones, un Estado carece de la capacidad para articular una política nacional dotada de cierta autonomía, ya que la misma se ve fuertemente condicionada por las divisiones internas y por la influencia exterior (
Las causas de este fenómeno son diversas. Hay autores (
En cuanto al caso específico del Líbano, hay quienes consideran que la fortaleza del confesionalismo político libanés constituiría el legado de una poderosa tradición que pondría en evidencia la debilidad del proceso de modernización que tuvo lugar en el país (
La tendencia existente en el Líbano a que las rivalidades políticas entre partidos confesionales se diriman de forma violenta ha sido explicada mediante el recurso a la teoría del «dilema de seguridad», de acuerdo con la cual en condiciones de anarquía (cuando el Gobierno no garantiza la seguridad pública) cualquier incremento de poder de un actor rival es percibido por cada comunidad como una amenaza existencial, pudiendo conducir a un estallido violento. En el caso de actores subestatales, la propia cercanía entre ellos hace más agudo este dilema (
Los cristianos libaneses agrupan a un conjunto de confesiones con una larga presencia en distintas zonas del país, ostentando en el pasado un predominio basado en razones demográficas, económicas, culturales y políticas. Desde una perspectiva demográfica, su crecimiento fue notable en los siglos
La hegemonía política de los cristianos libaneses tuvo sus orígenes en el declive del Imperio otomano y en la creciente influencia francesa en el Oriente Medio a comienzos del siglo
Con el Mandato francés, los cristianos acapararon la mayoría de los puestos en la Administración. Además, Francia aceptó la visión dominante entre las élites cristianas, según la cual el Mandato debía incluir las áreas adyacentes al Monte Líbano, tales como las ciudades costeras (Beirut, Trípoli, Sidón), el Djebel Amil y el valle de la Bekaa, zonas de población predominantemente musulmana. De hecho, la presencia suní era dominante en las ciudades costeras, con una poderosa burguesía comercial, aunque también vivían en regiones como el Líbano septentrional o la Bekaa occidental, caracterizadas por un gran atraso económico. Por su parte, los chiíes eran un grupo numeroso en el Djebel Amil y en la Bekaa, en donde sus condiciones de vida eran muy precarias. Los líderes políticos musulmanes reaccionaron de forma negativa ante el nuevo Gran Líbano, especialmente los suníes, que preferían vincularse políticamente a Siria y que simpatizaban con el panarabismo. Por otra parte, tanto el libanismo como el panarabismo predominaban en el medio urbano, mientras que en el ámbito rural la política se centraba en las habituales rivalidades entre líderes tradicionales pertenecientes a las distintas confesiones y clanes, que intentaban garantizar su influencia dentro del nuevo sistema político (
Finalmente, el líder cristiano Bishara al-Khoury alcanzó un acuerdo con el dirigente suní Riad al-Solh, reflejado en el llamado Pacto Nacional (1943), que implicó otorgar una interpretación confesional a la Constitución, dando lugar a un contexto en el que la hegemonía maronita se vio favorecida por la tendencia de muchos musulmanes a desentenderse de la política. Por otro lado, el poder cristiano se matizaba mediante la formación de coaliciones de Gobierno multiconfesionales
El sistema electoral adoptado fue de carácter mayoritario. El país se dividió en
Sin embargo, con el paso del tiempo el control maronita experimentó una mayor contestación debido a una combinación de factores. Por un lado, las élites musulmanas se implicaron crecientemente en la política nacional. Además, dada la evolución demográfica en los años cincuenta y sesenta en favor de los musulmanes, estos comenzaron a exigir una revisión de las condiciones del Pacto Nacional. Al mismo tiempo, las élites cristianas estaban muy divididas en razón de las ambiciones políticas de sus líderes. De hecho, el surgimiento de un partido como el Kataeb o Falange (dirigido por Pierre Gemayel), de carácter populista y nacionalista, supuso un desafío para las élites tradicionales y su política de notables. A partir de entonces, se registró una tendencia a buscar líderes más carismáticos y con una influencia geográfica más extendida, ya que los recursos de la Administración eran fundamentales para mantener su apoyo electoral. De igual modo, los partidos políticos pasaron a adquirir un mayor protagonismo, pero no lograron convertirse en auténticamente nacionales. Los partidos de la derecha cristiana mantuvieron su carácter confesional, aprovechando la solidez de sus bases clientelistas, mientras que nuevos partidos como Amal y el Partido Socialista Popular descansaban en el apoyo de chiíes y drusos respectivamente. Por su parte, algunos partidos de izquierda tuvieron un carácter verdaderamente interconfesional, pero fracasaron a la hora de crear grandes organizaciones con un fuerte apoyo popular (
Desde finales de los años sesenta, el sistema político experimentó un progresivo deterioro debido tanto a los cambios socioeconómicos internos como al impacto de factores internacionales (el conflicto árabe-israelí y la llegada de numerosos refugiados palestinos; las rivalidades existentes entre los Estados árabes; y las tensiones de la Guerra Fría). Las divisiones internas libanesas, basadas en agravios económicos y políticos, condujeron al inicio de la guerra civil (1975-1990), cuando los partidos maronitas rechazaron una reforma institucional que implicara un nuevo reparto del poder. Para ellos, su hegemonía constituía una garantía irrenunciable que evitaba las discriminaciones existentes en otros países árabes (
La Falange y las Fuerzas Libanesas trataron de obtener la victoria a través de una alianza con Israel (que invadió el país en 1982), pero esta posibilidad fracasó con el asesinato de su nuevo líder, Beshir Gemayel, y la progresiva retirada israelí hacia el sur
El general maronita Michel Aoun, tras ser designado primer ministro en 1988, trató de unificar a todas las facciones cristianas con vistas a hacer frente al intento sirio de extender su hegemonía al conjunto del país
La reforma institucional acordada en Ta’if implicaba en teoría la superación del modelo confesional existente hasta entonces, lo que fue recogido en una reforma de la Constitución, de tal modo que en el futuro se deberían eliminar las referencias legales al reparto confesional de las magistraturas, eligiéndose una Cámara Baja del Parlamento de carácter no confesional, acompañada por un Senado en el que estarían representadas las comunidades religiosas. Mientras tanto, se mantendría de forma provisional la división confesional de las magistraturas, de manera que el Parlamento elevaba el número de diputados a 128, que se repartirían a partes iguales entre cristianos y musulmanes, siendo los escaños asignados a las distintas confesiones y distribuidos según su peso demográfico. Por su parte, los distritos electorales pasaron a ser en principio las
La explicación de este desarrollo hay que buscarla en la estrategia de Hafez el-Asad, que se basó en la idea de «divide y vencerás». Desde este punto de vista, el poder maronita proyectaba una amenaza que debía ser neutralizada a través de una reforma institucional que reforzara el papel de las comunidades suní y chií, la primera de las cuales garantizaba recursos económicos a través del millonario Rafik Hariri y de Arabia Saudí, mientras que la segunda proporcionaba una fuerza de resistencia esencial para evitar que Israel consolidara su presencia en el Golán y en el Líbano meridional, con su llamada «zona de seguridad»
Por su parte, líderes tradicionales como Amin Gemayel, Samir Geagea, Raymond Eddé o Michel Aoun promovieron un boicot a las nuevas instituciones, por lo que sus partidos quedaron marginados. Posteriormente, trataron de corregir su error y buscaron su retorno a las instituciones, pero Asad intentó evitarlo mediante el recurso a la ingeniería electoral, de manera que el
Este sentimiento de marginación quedó reforzado por la situación de aislamiento internacional. Los años noventa se caracterizaron por un compromiso entre Washington, Riad y Damasco por el cual Asad logró imponer su hegemonía en el país vecino, a cambio de reconocer los intereses saudíes (representados por el nuevo primer ministro, Rafik Hariri) y de colaborar con Estados Unidos en aspectos como las sanciones contra Irak o el proceso de paz en Oriente Medio. Por su parte, Irán logró que el mantenimiento de las armas en manos de Hezbollah le sirviera como instrumento de influencia en el escenario del conflicto árabe-israelí, otorgando a la milicia chií un papel de líder de la resistencia. A su vez, Francia e Israel se desentendieron de la política libanesa. En otras palabras, los partidos cristianos se vieron privados de sus tradicionales aliados exteriores, lo que no hizo sino debilitar su propia posición interna.
Finalmente, la comunidad cristiana experimentó una crisis demográfica continua. La emigración ha sido una opción muy habitual entre los libaneses como medio de mejorar sus condiciones de vida. Los cristianos han preferido en general emigrar hacia países occidentales, donde se han asentado de forma más permanente y donde sus lazos con su país de origen se han visto bastante debilitados. Esto ha reforzado su declive demográfico, al tiempo que ha dañado su poder político y económico con respecto a otras confesiones. A ello se añade el que no se haya hecho realidad el retorno a sus hogares de muchos cristianos desplazados durante la guerra civil (
Tras la muerte de Hafez al-Asad (2000) y su sustitución por su hijo Bashar, el contexto regional resultó crecientemente desfavorable para el nuevo líder. La posición de Washington viró notablemente, especialmente tras la invasión de Irak (2003), comenzando a exigir a Asad su cooperación en la lucha contra la insurgencia en ese país y su ruptura con Hezbollah y Hamas. En vista de la insatisfactoria respuesta de Damasco, Washington presionó en suelo libanés a través de la adopción de sanciones. Esta política fue apoyada por Arabia Saudí debido a las dificultades en la relación entre Bashar el-Asad y Rafik Hariri. En este contexto, algunos partidos libaneses percibieron la ocasión de liberarse de la tutela siria apoyándose en la nueva coalición internacional. Aquellos grupos cristianos que habían quedado hasta entonces marginados pasaron a movilizar a sus partidarios y se acercaron a algunos de sus tradicionales rivales, como Walid Jumblatt, para articular una plataforma anti-Asad (
El asesinato de Rafik Hariri (febrero de 2005) generó un clima de indignación que desembocó en el fin de la hegemonía siria. Las movilizaciones de masas dentro de la llamada Revolución del Cedro estuvieron principalmente compuestas por manifestantes cristianos y suníes, destacando el papel jugado por los jóvenes simpatizantes del Movimiento Patriótico Libre (MPL) de Michel Aoun. En ese escenario, Asad optó por retirar sus tropas del país vecino, pero al mismo tiempo sus aliados libaneses (especialmente Hezbollah y Amal) pasaron a mostrar una destacada presencia en las calles, de modo que las manifestaciones a favor y en contra de Siria se convirtieron en multitudinarias, demostrando la fractura social existente (
Pero la cooperación entre los partidos cristianos no sobrevivió a la salida de las tropas sirias. La fuerte presencia de los seguidores del MPL en las calles hizo temer a los líderes de la Falange (Amin Gemayel), de las Fuerzas Libanesas (Samir Geagea) y del Partido Nacional Liberal (Dory Chamoun) que Aoun podría convertirse en el líder indiscutible de la comunidad cristiana. Esto les condujo a pactar con el Movimiento de Futuro de la familia Hariri la creación de una coalición (el 14 de Marzo) que dejara fuera al MPL. Curiosamente, el 14 de Marzo llegó a acuerdos en algunos distritos con Hezbollah y Amal con vistas a derrotar a los candidatos de Aoun, quien por su parte trató de evitar ese resultado aliándose con políticos cristianos tradicionalmente prosirios, tales como el Movimiento Marada de la familia Frangieh. Los resultados finales señalaron que el MPL era claramente el partido cristiano más votado, pero las alianzas postelectorales lo dejaron fuera del Gobierno. Por otra parte, mientras el voto chií se concentraba en Amal y Hezbollah y el voto suní respaldaba al Movimiento de Futuro, las preferencias cristianas se hallaban mucho más fraccionadas (
En ese contexto, el MPL optó por establecer una alianza con Hezbollah, con lo que el país quedó fracturado en dos bloques. Por un lado, la Coalición 14 de Marzo, que contaba con un enorme respaldo de la comunidad suní, gracias a la cooperación entre la familia Hariri y grupos islamistas. Además, sus apoyos entre los cristianos eran apreciables (sobre todo, entre los maronitas), gracias a la presencia de las Fuerzas Libanesas y de la Falange. La mayoría del voto druso era aportada por Walid Jumblatt, mientras que su punto débil era el escaso apoyo entre los chiíes. Por otro lado, la Coalición 8 de Marzo era fuertemente respaldada entre la comunidad chií gracias a la alianza entre Hezbollah y Amal, al tiempo que contaba con la presencia del principal partido cristiano (el MPL), además del Marada. Sin embargo, sus apoyos entre drusos y suníes resultaban bastante débiles. La composición de estas coaliciones mostraba una de las tendencias de la política libanesa en los últimos años, de acuerdo con la cual la creciente rivalidad confesional entre chiíes y suníes ha quedado equilibrada por la división de la comunidad cristiana (véase la tabla 1).
El acuerdo con Hezbollah fue justificado por Aoun como un intento de acercamiento a la comunidad chií, previendo una posición crecientemente hegemónica por parte de esta última en los próximos años, de modo que el objetivo residiría en asegurar un puesto de relevancia para los cristianos en el Líbano del futuro. Por otra parte, el apoyo del 8 de Marzo resultaba esencial para las aspiraciones presidenciales de Aoun (
Este bloqueo se puso en evidencia en 2008, cuando el final del mandato del presidente Émile Lahoud dio paso a fuertes tensiones que condujeron a combates entre milicias rivales en el mes de mayo, saldadas con la victoria parcial del 8 de Marzo. La posterior negociación con respaldo internacional dio como resultado los Acuerdos de Doha, que implicaron la elección de un presidente independiente (el hasta entonces comandante en jefe de las FAL, general Michel Suleiman), así como la formación de un Gobierno en el que los ministros del 8 de Marzo tendrían garantizada una minoría de bloqueo (un tercio del total del Gabinete). Además, la presión cristiana aseguró una reforma electoral, reemplazando los amplios distritos electorales existentes hasta entonces, en los cuales la composición religiosa era más variada, por otros más pequeños en los que se garantizaba que un electorado mayoritariamente cristiano elegía a los parlamentarios cristianos (
Tras las elecciones de 2009 surgió un nuevo Gobierno de concentración bajo la dirección de Saad Hariri, compuesto por los principales partidos del país. Pero lejos de darse una colaboración entre ellos, las tensiones entre las dos coaliciones convirtieron al ejecutivo en inoperante. El abandono por parte de Walid Jumblatt de su alianza con Hariri en 2011 provocó la caída de este último, siendo reemplazado por Najib Mikati en un Gobierno dominado por el 8 de Marzo, lo que suscitó un agravamiento de las tensiones internas, a lo que también contribuyeron los efectos de la guerra civil siria. El comportamiento de los partidos cristianos con respecto a la guerra vecina fue fiel a sus compromisos dentro de sus respectivas coaliciones, con Samir Geagea apoyando a la insurgencia y criticando la intervención armada de Hezbollah, y Michel Aoun aceptando esta última como contribución a la defensa frente al yihadismo salafista, principal amenaza para todos los cristianos del Próximo Oriente. En zonas como Trípoli, Akkar o Sidón, grupos armados suníes emplearon la violencia (especialmente contra miembros de las minorías alauí y chií) como forma de protesta frente a lo que percibían como una marginación de su comunidad. Por su parte, Hezbollah exigía a las FAL una intervención más decidida en la lucha contra el yihadismo salafista. Esto condujo a un bloqueo político reflejado en la prolongación del mandato del Parlamento y en la dimisión de Mikati (marzo de 2013), abriéndose una larga negociación que desembocó en la formación de un Gobierno de unidad nacional, presidido por Tammam Salam, cuya actividad fue bastante reducida ante la falta de acuerdo sobre los aspectos más relevantes. Sin embargo, su lucha contra el yihadismo salafista fue más decidida, habida cuenta de que este objetivo cuadraba con los intereses tanto de Hezbollah como del Movimiento de Futuro (
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Coalición 14 de Marzo | ||||||
Fuerzas Libanesas | Samir Geagea | Cristianos (sobre todo, maronitas) | Monte Líbano y Beirut Este | Derecha conservadora, nacionalismo cristiano y populismo | Estados Unidos, Arabia Saudí y Francia | 8 |
Movimiento de Futuro | Saad Hariri | Suníes. Apoyo de burguesía beirutí | Beirut Oeste, Sidón | Liberalismo económico y conservadurismo social | Estados Unidos, Arabia Saudí y Francia | 35 |
Falange (Kataeb) | Samy Gemayel | Cristianos (sobre todo, clases medias maronitas) | Monte Líbano y Beirut Este | Derecha conservadora, nacionalismo cristiano y populismo | Estados Unidos y Francia | 5 |
Partido Nacional Liberal | Dory Chamoun | Cristianos maronitas | Beirut Este y Montañas del Chouf | Liberalismo económico y conservadurismo social | Francia | 1 |
No alineados en coaliciones | ||||||
Partido Socialista Progresista | Walid Jumblatt | Drusos | Montañas del Chouf, Beirut Oeste y Bekaa Occidental | Socialdemocracia y laicismo | Estados Unidos y Francia | 7 |
Coalición 8 de Marzo | ||||||
Hezbollah | Hassan Nasrallah | Chiíes | Líbano Meridional, Sur de Beirut y Valle de la Bekaa | Islamismo conservador, resistencia contra Israel | Irán, régimen sirio | 12 |
Amal | Nabih Berri | Chiíes | Líbano Meridional | Laicismo | Régimen sirio | 13 |
Movimiento Patriótico Libre | Michel Aoun, |
Cristianos de todas las corrientes. Difícil relación con la Iglesia maronita | Monte Líbano, Líbano Septentrional y Meridional | Populismo y nacionalismo libanés | Sin apoyos significativos | 20 |
Marada | Soliman Frangieh | Cristianos | Monte Líbano Septentrional (zona de Zghorta) | Centro-izquierda | Régimen sirio | 3 |
El final del mandato de Michel Suleiman en mayo de 2014 desató una nueva fase de bloqueo institucional, algo previsible en un momento en el que las profundas rivalidades entre el 8 y el 14 de Marzo se vieron agudizadas ante los acontecimientos de la guerra civil siria. Según la Constitución libanesa, el presidente de la República es elegido por el Parlamento, requiriéndose una mayoría de dos tercios en la primera vuelta y una mayoría simple en las siguientes, siempre que haya
Sin embargo, en noviembre de 2014 el Movimiento de Futuro propuso la candidatura de Suleiman Frangieh, provocando una sorpresa general dados los estrechos vínculos tanto políticos como personales que Frangieh y su familia poseen con Bashar el-Asad. Su partido, el Marada, es un pequeño grupo maronita que tiene su base en la zona septentrional del país, en la ciudad de Zghorta, encontrándose integrado en el 8 de Marzo. Por todo ello, su nombramiento complacería lógicamente al régimen de Damasco, muy necesitado de garantizar la colaboración de su vecino en la lucha contra los grupos yihadistas establecidos en el espacio fronterizo entre ambos países. Su relación con Aoun ha sido de colaboración, si bien más por interés común que por afinidad personal. Por su parte, la relación de Frangieh con Geagea es muy complicada en razón de la matanza de varios miembros de su familia a cargo de las Fuerzas Libanesas durante la guerra civil
Los motivos de Saad Hariri para proponer a Frangieh fueron muy sutiles, estando condicionados por los delicados equilibrios que caracterizan la política del país. Así, en lugar de un candidato de perfil independiente, la opción de escoger a un dirigente de la coalición rival pudo tener dos motivaciones: dividir al 8 de Marzo o promover un acuerdo más amplio en el que se incluyera también el nombramiento de Hariri como nuevo primer ministro. Por lo que se refiere a la primera posibilidad, esta generaba un grave problema para Hezbollah, ya que si aceptaba la oferta de Hariri ello implicaba marginar a Aoun, quien no se resignaría, provocando una probable crisis interna en la Coalición 8 de Marzo y su hipotética ruptura.
Igualmente, cabe la hipótesis de que Hariri aspirara a incluir la elección presidencial dentro de un paquete de acuerdos que abarcara otras cuestiones políticas. En primer término, el fin del mandato de Jean Kahwagi como comandante en jefe de las FAL abría una compleja negociación de gran relevancia, dada la enorme responsabilidad de quien ostenta esa posición en un contexto de importantes brotes de violencia en algunas zonas del país, debiendo frenar el yihadismo salafista. Entre los principales candidatos a sucederle se encontraba la figura de Chamel Roukouz, yerno de Michel Aoun, cuya elección habría reforzado enormemente la posición política del MPL
Pero el principal aspecto susceptible de negociación era el retorno del propio Hariri al puesto de primer ministro. En los últimos años, la red clientelista del Movimiento de Futuro entre la comunidad suní se ha visto debilitada en un momento en el que la guerra civil en Siria ha reforzado el yihadismo en toda la región. Algunos libaneses se unieron a la insurgencia siria, pero la ayuda prestada a la misma por el Movimiento de Futuro no surtió un gran efecto, en contraste con la eficaz intervención de Hezbollah en apoyo de Asad. A ello hay que añadir que grupos insurgentes han utilizado el espacio fronterizo entre ambos países para actividades logísticas y para lanzar ataques contra las fuerzas de Asad, e incluso llevan a cabo acciones violentas en el propio Líbano, dirigiéndolas contra las FAL, Hezbollah o la comunidad chií en general. En este entorno, la respuesta de las FAL y Hezbollah ha consistido en desmantelar las redes yihadistas, pero esto ha generado una elevada contestación entre los suníes, al tiempo que el Movimiento de Futuro se veía entre la espada y la pared, ya que su control de los ministerios de seguridad en el Gobierno de Tammam Salam le empujaba a luchar contra el yihadismo, mientras que una parte de sus electores simpatizaba con este último. El problema para el Movimiento de Futuro reside en que los radicales suníes han jugado en el pasado un papel esencial en la consecución de algunos de sus triunfos electorales en zonas como Trípoli, donde sus propias bases sociales son menos firmes y necesita el apoyo de distintos clérigos salafistas. En esos ambientes, Hariri es percibido como un líder débil y escasamente comprometido con los asuntos del país (
Por ello, Hariri necesitaba retornar a la Jefatura del Gobierno para reforzar su posición dentro de su comunidad, algo imposible de lograr ante el veto de Hezbollah (
También se debe tener en cuenta la influencia que otros países ejercen en la elección presidencial, lo que constituye una de las características tradicionales de la política libanesa. El procedimiento habitual consiste en una negociación en la que participan tanto los partidos como sus aliados extranjeros, siendo capaces de establecer complicadas alianzas que reflejan el equilibrio de poder existente en cada momento. En el caso del presidente Suleiman, tanto Washington como Damasco, Teherán y Riad le otorgaron su visto bueno, convenciendo además a sus respectivos aliados libaneses de su idoneidad. El problema es que la actual tensión entre algunas de esas potencias resulta especialmente inapropiada para alcanzar el consenso necesario. La relación entre Irán y Arabia Saudí se ha vuelto aún más difícil, con ambos países asumiendo un gran protagonismo en la región, lo que está generando una rivalidad entre chiíes y suníes. El juego de politizar las diferencias religiosas posee una enorme capacidad para inflamar las tensiones sociales y dañar la convivencia multicultural, algo especialmente amenazador para un país como el Líbano. Por su parte, Obama llevó a cabo un acercamiento a Irán, creando un cierto espacio de colaboración, algo favorecido por la amenaza de un enemigo común, el yihadismo salafista transnacional. Pero esa evolución ha generado tensiones entre Washington y Riad, cuyas políticas no siempre son coincidentes, si bien Donald Trump parece tratar de recomponer los lazos con Arabia Saudí. Finalmente, la guerra civil siria hace que el tradicional papel de Damasco en la elección de un presidente libanés tenga un perfil más bajo. En otras palabras, en ausencia de una potencia hegemónica en el Líbano que pueda imponer un candidato, la clave reside en alcanzar un consenso aceptable para todos (
En ese sentido, parece existir una voluntad generalizada de aislar al Líbano de las tensiones regionales, pero no podemos olvidar que cualquier compromiso es susceptible de alterar los equilibrios de poder existentes. De hecho, Irán parece ahora mismo satisfecho con el grado de influencia que ha obtenido en la política libanesa a través de sus aliados. Al propio tiempo, la evolución de los acontecimientos en Siria resulta favorable para sus intereses, puesto que la posición de Asad se ha visto reforzada. No obstante, los recursos de Hezbollah se hallan sometidos a una fuerte presión, por lo que un Líbano en paz evita que los mismos se dispersen en exceso. Por el contrario, Arabia Saudí recela de la actual evolución de los acontecimientos, ya que su apoyo a la oposición siria no ha dado aún los resultados esperados, mientras que las esperanzas depositadas en la Coalición 14 de Marzo con vistas a dominar la política libanesa han quedado defraudadas. Este malestar se ha visto reflejado en algunas decisiones, como la de cortar su ayuda militar para el reforzamiento de las FAL o sus ácidas críticas contra la diplomacia de Beirut, la cual se ha negado a apoyar a Arabia Saudí frente a Irán en ámbitos como la Liga Árabe (
Todo lo anterior indica que un compromiso sobre un candidato a la Presidencia requería que el mismo garantizara a la vez un mantenimiento del
La posibilidad de un acuerdo entre el Movimiento de Futuro y Hezbollah para otorgar la Presidencia a Suleiman Frangieh provocó una airada reacción por parte de Aoun y Geagea, quienes compartían el deseo de alcanzar el Palacio de Baabda
Ante el compromiso entre Aoun y Geagea, la clave se encontraba en la posición del Movimiento de Futuro y de Hezbollah. Inicialmente, a pesar de la labor de mediación francesa, Saad Hariri rechazó la candidatura de Aoun, quien respondió con una movilización de sus partidarios, dándose algunos choques con el Ejército que sirvieron para desactivar las aspiraciones presidenciales de Kahwagi (
Así, Aoun garantizó su elección en octubre de 2016 con el voto favorable de los dos principales partidos cristianos y de los dos principales partidos musulmanes. Sin embargo, pronto se vio que este compromiso entre los grandes partidos generaba reacciones especialmente hostiles entre aquellos actores acostumbrados a utilizar su posición intermedia para reforzar su influencia. Este fue el caso del líder druso Walid Jumblatt, que temía que un reforzamiento cristiano le privara de su papel de fiel de la balanza en la política nacional, o el del presidente del Parlamento, Nabih Berri, quien suele beneficiarse de su actividad como intermediario entre Hezbollah y los políticos del 14 de Marzo. Por ello, ambos mantuvieron su apoyo a Frangieh. También la Falange se mostró hostil hacia el acuerdo Aoun-Geagea ante el temor de quedar marginada por la nueva mayoría cristiana (
Tras el compromiso por la Presidencia, la negociación se centró en el retorno de Saad Hariri al puesto de primer ministro y en quién formaría parte de su Gabinete. A pesar de las dificultades, el clima de incertidumbre existente por las amenazas de la guerra en Siria condujo a los partidos a una mayor moderación, aceptando un Gobierno de concentración que llenara el vacío de poder existente mientras se negociaba una nueva ley electoral (
En este contexto, resulta clave evaluar qué influencia puede tener el pacto Aoun-Geagea en la futura política libanesa, abriéndose tres escenarios posibles:
La larga hostilidad entre Aoun y Geagea ha tenido por efecto un debilitamiento de la posición de los partidos cristianos en la arena política libanesa, como se demostró en la elección presidencial de Michel Suleiman en 2008. En 2014 era probable que se repitiera ese resultado con la elección de un candidato de consenso. Esto se ha evitado, permitiendo así un reforzamiento de la posición de ambos partidos cristianos dentro de sus respectivas coaliciones, dando un toque de atención a Hezbollah y al Movimiento de Futuro para tener más en cuenta los intereses de sus aliados (
El contexto actual de auge del islamismo a nivel regional puede conducir a una colaboración más estrecha entre los partidos cristianos, los cuales tendrían la opción de alcanzar una unidad de acción que se podría plasmar en listas conjuntas a las elecciones generales en algunos o en todos los distritos, en unidad de voto parlamentario ante ciertos temas o en acuerdos previos para apoyar a candidatos comunes a algunas magistraturas. El mayor grado de colaboración lo constituiría la formación de una coalición política estable entre los principales partidos cristianos. Pero el principal obstáculo para ello radica en la tendencia a la fragmentación y el enfrentamiento dentro de la élite política cristiana, no tanto por diferencias ideológicas como por rivalidades personales. Así, las últimas elecciones municipales (mayo de 2016) han puesto de manifiesto que las candidaturas conjuntas del MPL y las Fuerzas Libanesas han sufrido una fuerte oposición por parte de otros partidos (Falange, Marada) que temen que ambas formaciones monopolicen la representación de su comunidad (
De confirmarse el surgimiento de un polo cristiano, su efecto inmediato radicaría en la transformación del actual sistema de partidos, basado en dos coaliciones multiconfesionales enfrentadas, para pasar a otro en el que tres fuerzas de carácter predominantemente confesional (un 8 de Marzo chií, un 14 de Marzo suní y el nuevo polo cristiano) se disputarían entre sí el control de las instituciones. Una ventaja del nuevo modelo radicaría en que encajaría con el sistema institucional de troika vigente desde Ta’if, por el cual las negociaciones entre el presidente de la República, el primer ministro y el presidente del Parlamento son las que otorgan el impulso político necesario para el funcionamiento de las instituciones (
Pero este giro no dejaría de esconder serios riesgos. Al quedar la representación política en manos de tres bloques numéricamente bastante equilibrados y fuertemente confesionales en su carácter, existiría la tentación por parte de los líderes de cada uno de ellos de mantener posturas maximalistas en defensa de los intereses de su propia comunidad, no necesitando mejorar su imagen entre las otras minorías del país. En ese sentido, el actual modelo de dos coaliciones transversales multiconfesionales al menos proporciona la ventaja de dicho estímulo, debiendo los líderes justificar su acción en términos de interés nacional. De hecho, un polo cristiano haría que el sistema se volviera aún más confesional (
Una última posibilidad radicaría en que el acuerdo Aoun-Geagea constituyera el punto de partida para un debilitamiento del 8 y del 14 de Marzo que diera paso al surgimiento no de un polo cristiano, sino de una tercera vía, la cual agruparía a fuerzas de distintas confesiones decididas a romper con la actual división política del país. Precisamente, el elemento aglutinante de esa tendencia sería el deseo de alcanzar una normalización en el funcionamiento de las instituciones mediante el recurso a una política moderada que marginara la visión de enfrentamiento confesional. El surgimiento de terceras vías como instrumento para superar crisis de convivencia ha sido un recurso ya empleado en la historia libanesa, siendo capaz de alcanzar unos resultados notables
Esta alternativa requeriría para su éxito eliminar cualquier imagen de confesionalidad, de modo que los partidos cristianos deberían realizar una apelación al conjunto del pueblo libanés, incorporando a partidos y notables de otras comunidades. Además, su programa precisaría de un contenido nacional, por lo que las demandas tradicionales cristianas deberían quedar matizadas y adaptadas a los intereses generales. Por otra parte, el objetivo principal de tal iniciativa debería consistir en romper la situación de estancamiento en la que se halla inmersa la política libanesa desde 2005, presentándose como una alternativa abierta al cambio político y socioeconómico. Un impulso con estos rasgos nacionales supondría un nuevo entorno que presionaría a los principales partidos actuales (Hezbollah y el Movimiento de Futuro) a tener que moderar sus posiciones y adaptarse a un contexto no de enfrentamiento, sino de diálogo y cooperación.
Las implicaciones de un movimiento de este tipo para los partidos cristianos serían enormes, ya que en lugar de buscar un importante grado de autonomía para su comunidad, pasarían a desempeñar un papel de integración nacional. Sin embargo, ello comportaría que tendrían que aceptar una progresiva eliminación del confesionalismo estatal, si bien compatibilizándolo con el establecimiento de ciertas garantías para la posición de las distintas minorías.
El papel político de la comunidad cristiana se ha visto reforzado en un contexto de crisis a nivel regional y nacional entre las comunidades chií y suní, por lo que las características del sistema de Ta’if han quedado claramente modificadas. Esto ha sido el resultado de diversos factores: la rivalidad entre el Movimiento de Futuro y Hezbollah; la guerra civil siria y su impacto en territorio libanés; y el enfrentamiento regional entre Irán y Arabia Saudí. Por ello, ha crecido la relevancia de los partidos cristianos en la conformación de coaliciones de Gobierno y en el nombramiento de cargos institucionales, además de servir para legitimar en términos de interés nacional las acciones de Hezbollah o del Movimiento de Futuro.
El pacto entre Michel Aoun y Samir Geagea es susceptible de conducir a ciertos cambios en los equilibrios internos de poder dentro de las dos grandes coaliciones en las que se ha fragmentado en los últimos años el espectro político libanés. Pero resulta poco probable que ello desemboque en la formación de un polo cristiano que agrupe el voto de la gran mayoría de los electores de esa confesión, dada la larga tendencia a su fragmentación. Lo que sí hace este acuerdo es obligar a los aliados musulmanes de ambos partidos a tener crecientemente en cuenta los intereses de los líderes cristianos en sus decisiones. Sin embargo, es difícil que el pacto Aoun-Geagea genere una tercera vía, puesto que en las élites cristianas y en el conjunto de la élite política del país prevalece el interés por conservar su posición de liderazgo dentro de sus respectivas comunidades. Por otra parte, la aparición de movimientos políticos alternativos que han debilitado el liderazgo de los grandes partidos ha ayudado a que entre estos últimos hayan surgido un interés común en preservar su poder. De ahí que se hayan mostrado más flexibles a la hora de alcanzar una solución temporal al callejón sin salida institucional en el que se hallaba sumido el país, con el objetivo de bloquear el surgimiento de nuevas alternativas políticas. Ello ha ayudado a calmar las tensiones político-sociales y a evitar la posibilidad de un desbordamiento de la crisis siria que pudiera afectar al país, pero queda por ver si servirá para mejorar la calidad democrática del sistema.
En cualquier caso, esta situación hace surgir tres interrogantes. El primero de ellos se centra en saber si el actual contexto favorable será aprovechado por los partidos cristianos para reforzar esa creciente influencia política de su comunidad, o si sus disputas internas lo impedirán. De hecho, la rivalidad entre Samir Geagea y Suleiman Frangieh sobre su posible acceso a la Presidencia en 2022 se halla ya presente en el debate actual. El segundo aspecto a destacar es si los partidos cristianos desarrollarán un genuino compromiso con la gobernabilidad nacional o si simplemente se implicarán en ella para garantizar la autonomía de su comunidad, tal como han venido haciendo en las últimas décadas. Finalmente, queda por ver si el reforzamiento cristiano servirá en el futuro para favorecer un clima de entendimiento en el país o si aún ahondará más la fractura social ya existente, haciendo difícil un futuro de paz y convivencia.
Este artículo se inscribe en el marco del proyecto de investigación dirigido por la Laura Feliú Martínez y Ferrán Izquierdo Brichs, «Dinámicas y actores transnacionales en Oriente Medio y Norte de África (MENA): una genealogía histórica de élites y movimientos sociales entre lo local y lo global» (Ministerio de Economía y Competitividad, Agencia Estatal de Investigación y Fondo Europeo de Desarrollo Regional) (HAR2016-77876-P).
El pacto implicaba, por ejemplo, que la representación parlamentaria de cristianos y musulmanes siguiera una proporción de 6 a 5, mientras que determinados cargos públicos recaían de forma sistemática en miembros de ciertas comunidades. Así, mientras la Presidencia del país o la Jefatura de las Fuerzas Armadas quedaban siempre en manos maronitas, el puesto de primer ministro iba a parar a un suní.
El Parlamento era unicameral, compuesto por 99 miembros: 54 cristianos y 45 musulmanes.
Por ejemplo, el Partido Comunista Libanés poseíauna composición muy variada en lo relativo a los orígenes confesionales de sus militantes.
Las Fuerzas Libanesas constituyeron inicialmente una milicia unificada de distintos partidos cristianos, pero controlada por la Falange, si bien en 1985 se convirtieron en un partido diferenciado, al considerar la política falangista demasiado moderada (
Siria había enviado sus tropas al Líbano en 1976, controlando sobre todo el valle de la Bekaa.
El presidente de la República perdía el poder ejecutivo (que pasaba al Consejo de Ministros) y el de iniciativa legislativa.
La «zona de seguridad» era un espacio en el Líbano meridional, ocupado por el Ejército israelí y su milicia aliada denominada «Ejército del Sur del Líbano». La zona fue mantenida hasta el año 2000, cuando los ataques de Hezbollah aconsejaron su desmantelamiento.
El principal veto al retorno cristiano ha procedido del Partido Socialista Popular druso (PSP), ya que la llegada masiva de cristianos al Chouf debilitaría su control político de la zona.
Si para Hezbollah era imprescindible proteger a la comunidad chií de los ataques salafistas, para el Movimiento de Futuro resultaba necesario frenar el auge de aquellos grupos que le pueden disputar el liderazgo de la comunidad suní. De ahí que acepte reprimirlos en la medida en que sea necesario para controlarlos, pero evitando su completa eliminación.
Para muchos suníes, las FAL son muy estrictas en su lucha contra el yihadismo salafista, mientras que ignoran deliberadamente el armamento de Hezbollah.
Suleiman Frangieh es nieto del expresidente de la República del mismo nombre, quien se mostró como el político maronita más cercano a Asad. El padre del actual candidato era Tony Frangieh, asesinado en junio de 1978 por las Fuerzas Libanesas. Sus hijos se refugiaron en Siria bajo la protección de Hafez el-Asad (
El general Roukouz ha estado al frente de las Fuerzas Especiales libanesas durante varios años, siendo el responsable directo de acciones contra combatientes salafistas en escenarios como Nahr el-Bared, Sidón o Arsal, lo que le ha granjeado grandes apoyos entre muchos libaneses (especialmente cristianos y chiíes), mientras que entre los suníes han surgido críticas notables contra él (
Sede de la Presidencia de la República.
Un ejemplo claro fue la crisis de 1958 y la opción de una tercera vía personificada en la elección presidencial del general Fouad Chehab.