En el estudio teórico de la nación, la segunda mitad del siglo
In the theoretical study of the nation, the second half of the twentieth century was characterized by the disavowal of essentialist visions and the absolute predominance of modernist theories; that is, by the idea that national identity is a phenomenon exclusive to the contemporary age. In recent years, however, different studies have appeared that question this perspective and, whilst also maintaining distance from essentialism, defend the idea that the national phenomenon has an earlier historical origin. The approaches in this sense are varied; some are case studies, others present broader visions. Some authors simply intend to question the modernist perspective, whereas others provide a causal explanation with the aim of replacing it. The most relevant contributions are subjected to analysis and criticism in this study. It is argued that the pre-contemporary approach to the national phenomenon offers solid arguments to question modernist theories, and is thus achieving an increasing degree of acceptance. This suggests that the modernist perspective may lose its current status as a dominant paradigm in the future.
En el estudio teórico del nacionalismo y la etnicidad, uno de los mayores motivos de controversia académica desde hace décadas es la cuestión de los orígenes del fenómeno nacional. En el pasado, y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, predominaba una visión primordialista de la nación, que atribuía a esta una existencia objetiva, unas cualidades esenciales y un origen inmemorial. La Segunda Guerra Mundial, y las terribles catástrofes que en ella tuvieron lugar, fueron vinculadas por destacados académicos, y de forma general, al pernicioso efecto del nacionalismo, particularmente en su versión esencialista, que en casos como el del nacionalsocialismo identificaba la nación con una comunidad biológica de origen. Se sustentaban en esta concepción las actitudes agresivamente racistas y xenófobas de la época, de rechazo radical de otros pueblos e individuos considerados ajenos a la comunidad nacional.
Tras la Segunda Guerra Mundial se ha consolidado en el estudio académico del fenómeno nacional una perspectiva, habitualmente llamada «modernista», que enfatiza el carácter de la nación como una construcción cultural y simbólica. El origen de la nación, muy al contrario de lo que asumían las visiones esencialistas, se habría producido según esta visión en fechas muy cercanas, en el marco de la Edad Contemporánea. Este ha sido durante las últimas décadas el paradigma dominante, y lo sigue siendo hoy en día.
En desacuerdo con esta visión, pero manteniendo también distancia respecto a las visiones esencialistas, han aparecido de forma esporádica, particularmente en los últimos años, visiones de la nación que, sin presentarla como un hecho objetivo y esencial, y afirmando su carácter cultural y simbólico, le asignan un origen previo a la Edad Contemporánea. Estas perspectivas a menudo son descritas como «perennialistas», si bien la conveniencia de este término es cuestionable. En primer lugar, el perennialismo se identifica por lo general con la afirmación de la existencia de identidades nacionales previas a la Edad Contemporánea, desde una consideración de estas como una construcción cultural; pero el mismo término se vincula en ocasiones con una idea de la nación como algo intemporal, lo que hace que termine convergiendo con el primordialismo (
Todas las teorías llamadas modernistas
El presente estudio acomete primero una crítica del dominante paradigma modernista, desde la idea de que este muestra, según el caso concreto, importantes limitaciones, inconsistencias o errores de interpretación histórica. Luego ofrecerá un panorama global de las perspectivas premodernistas más relevantes, que serán sometidas a análisis crítico. Se argumentará por fin que, habiendo convincentemente demostrado las debilidades de las teorías modernistas, las visiones premodernistas de la nación por lo general no han ofrecido una explicación alternativa del origen del fenómeno nacional, y en los casos en los que lo han intentado los resultados son discutibles.
Las visiones de la nación que se incluyen habitualmente dentro de la etiqueta de modernistas comparten la idea de que la nación es una construcción cultural, y que su origen se encuentra en el período contemporáneo y se debe a factores propios de la modernidad. Más allá de esas coincidencias, las visiones son de una gran variedad, y ponen el énfasis en factores muy diversos, como pueden ser la industrialización y desaparición de la sociedad tradicional, el acceso de las masas en política, el colonialismo, el proceso de construcción del Estado, las nuevas teorías de autonomía política o transformaciones tecnológicas y culturales
Las objeciones a las perspectivas modernistas de la nación, a su énfasis en limitar el fenómeno nacional al período contemporáneo, son diferentes según la definición de la nación que asumen. Estas definiciones se pueden agrupar en dos categorías fundamentales, según si incorporan o no la idea de soberanía nacional. Como se verá a continuación, en el primer caso las objeciones son fundamentalmente semánticas y conceptuales, mientras que en el segundo caso se refieren más propiamente a consideraciones empíricas sobre hechos históricos.
Para algunos autores solo hay nación allí donde está presente la idea de que la legitimación del poder político emana de la voluntad expresada por los individuos que conforman la nación, en calidad de ciudadanos; es decir, donde se expresa el principio de soberanía nacional (por ejemplo,
Otros autores modernistas apelan a un concepto más amplio de identidad nacional, e identifican esta con la creencia consolidada en un grupo humano de constituir una comunidad a partir de elementos culturales compartidos (lengua, religión, tradiciones, etc.) unida a la idea de que esta comunidad debe tener una expresión político-territorial propia. Lo anterior conlleva también el entendimiento de que los gobernantes deben compartir la misma cultura, deben pertenecer a la misma nación, que los gobernados (por ejemplo,
Aunque la perspectiva modernista es el paradigma dominante en relación al origen de la nación, con el tiempo han ido surgiendo visiones alternativas. Diversos autores han ofrecido una genealogía de la nación que señala un origen previo a la Edad Contemporánea; en lo sucesivo se ofrece un intento de sistematización y análisis crítico de la pluralidad de perspectivas precontemporáneas de la nación. En primer lugar, se abordarán los cuestionamientos de la perspectiva modernista a partir de enfoques históricos concretos, que se agruparán según el período cronológico en el que se centran, distinguiendo entro los que se centran en la Edad Moderna, la Edad Media y la Edad Antigua. Luego se abordarán los estudios que hacen un cuestionamiento de conjunto de la visión modernista desde un cotejo histórico amplio y general. Se ha reprochado a las teorías premodernistas que ofrecen datos que refutan los enfoques modernistas, pero que no ofrecen una descripción causal alternativa (
La Edad Moderna es el período histórico al que más se ha recurrido para ofrecer ejemplos que cuestionen la idea de que la nación es un fenómeno limitado al mundo contemporáneo. Es en estos casos también en los que la argumentación se ha expresado de forma más explícita como un cuestionamiento de las perspectivas «modernistas». Aunque existe alguna visión de conjunto (por ejemplo,
Aunque hay también investigaciones centradas en otros territorios, no resulta casual que la mayoría de los estudios hagan referencia a Europa Occidental, pues en este entorno geográfico se produce en esta época, como documentan los autores citados, una multiplicación de las referencias escritas a la nación, que muestra una creciente atención a la identidad cultural de los súbditos como un elemento decisivo en las lealtades políticas.
Algunos de estos estudios ofrecen claves para una explicación causal del fenómeno nacional, pero de una forma fragmentaria, sin elaborar una teoría plena del origen de la nación. Ciertos fenómenos de este período parecen en cualquier caso determinantes en su desarrollo, además de haber creado las condiciones necesarias para la masiva propagación nacionalista de la Edad Contemporánea. Entre estos factores cabe destacar la aparición de la imprenta, y la transformación cultural que supuso, ya señalada por Benedict Anderson, si bien para integrarla en una teoría a la postre modernista (
Entre los autores que señalan la presencia de identidades nacionales en la Edad Moderna se encuentra a menudo presente el entendimiento de estar cuestionando una perspectiva asentada. Por el contrario, una parte importante de los autores medievalistas que describen fenómenos de tipo nacional en los siglos medievales no muestran interés por el debate teórico sobre la cuestión, y no polemizan en relación al paradigma modernista.
Entre los estudios en este sentido destacan de nuevo aquellos centrados en los casos inglés (
La aparición de estas identidades nacionales se considera el resultado de la confluencia de varios elementos, no siempre todos presentes, como un lenguaje propio, una idea de origen e historia comunes, sustentada en mitos y hechos históricos ejemplares, la convicción de tener una particular relación como grupo con la divinidad, y la idea de tener un territorio propio a la comunidad, llamado naturalmente a constituir una unidad política. La convergencia en la lealtad a un gobernante no sería así el único fundamento del vínculo comunitario; el monarca no sería legítimo exclusivamente por la sanción divina de su poder, sino también en cuanto que se presenta y es percibido como representante de una comunidad cultural, cuya existencia es independiente de la institución regia. Esta identidad se vería reflejada por el uso frecuente del término «nación» en la época que, según estos enfoques, ya hacía entonces referencia a una comunidad cultural y política a un tiempo. Estos planteamientos suponen por lo tanto el rechazo de la extendida idea según la cual el término «nación» tan solo hacía en este período referencia a las divisiones de los concilios eclesiásticos o, siguiendo la muy influyente argumentación de Guido Zernatto (
Por último, diversos autores han argumentado que también en la Antigüedad se pueden detectar ejemplos de existencia de un sentimiento de vinculación colectiva que se puede calificar de nacional. Algunos de los primeros autores que abordaron el origen de la nación postulaban la existencia de tempranas expresiones de nacionalismo en la Antigüedad, particularmente en al caso de Israel (
Cabe destacar en este sentido a Steven Grosby, quien inicialmente se centró en señalar al antiguo Israel como precedente del fenómeno nacional, y con el tiempo también en la influencia de este caso, por medio del Antiguo Testamento, en la aparición y características de las naciones cristianas occidentales (
La existencia de una religión común, a menudo exclusiva al grupo étnico en cuestión, una ley y un Gobierno propios, un lenguaje compartido, y un territorio claramente delimitado y considerado como propio, configuran ya en estos tiempos un tipo de identidad que Grosby califica como nacional. La habitual objeción de que esta identidad, de existir, no sería compartida por las masas campesinas e iletradas es discutible para este autor. Aunque no se puede dar una respuesta inequívoca, Grosby señala indicios de que ese sentimiento de vinculación colectiva podría ser compartido por amplias capas de la sociedad (
Steven Grosby podría haber sido emplazado en los dos apartados anteriores, pues también hace referencia a fenómenos nacionales en la Edad Media y la Edad Moderna. Su inserción en este apartado se explica por ser sus referencias a la Antigüedad las que de forma más radical cuestionan a las teorías modernistas. Lo mismo cabe decir de Anthony Smith, recientemente fallecido y probablemente el mayor referente en la perspectiva crítica hacia las teorías modernistas.
Vinculado en sus primeros años como investigador del nacionalismo a Ernest Gellner, de cuyos planteamientos se distanció inicialmente con su perspectiva etnosimbolista
Pese a lo alejado de estos postulados respecto a la óptica modernista, debe de quedar claro que estos se encuentran asimismo muy distantes del primordialismo. Smith y Grosby entienden las etnias y naciones como una construcción cultural y simbólica, que no responde a una realidad esencial, sino a la formación subjetiva de identidades.
Los enfoques vistos hasta aquí han formulado argumentos que cuestionan los postulados modernistas de autores clásicos del estudio del nacionalismo como Kedourie, Gellner, Anderson o Hobsbawm. Se considera aquí que la popularidad de sus teorías, y la adopción generalizada del enfoque modernista en la segunda mitad del siglo
Pero las teorías modernistas ofrecen además el atractivo de presentarse como teorías totales de la nación, que ofrecen una visión completa de su origen, causas y condición, a partir de relaciones causales específicas. Ninguno de los planteamientos premodernistas comentados hasta ahora ofrece algo similar; algunos de estos autores formulan interpretaciones parciales, caso particularmente de Anthony Smith, pero sin llegar a desarrollar una explicación plena comparable a las modernistas. Anthony Smith era consciente de esa diferencia al contrastar a los autores modernistas «fuertes en la teoría, pero flojos en historia» frente a los autores que plantean una aparición previa del fenómeno nacional, «más fuertes en historia y flojos en la teoría» (
Sin embargo, con el tiempo, y particularmente en los años recientes, han aparecido también intentos de ofrecer una explicación causal plena de los orígenes del fenómeno nacional desde postulados premodernistas. La separación que aquí se ha hecho entre «visiones» y «teorías» precontemporáneas de la nación puede parecer excesivamente categórica, ya que muchos autores se mueven en una zona gris en la que lo ilustrativo se combina con intentos parciales de explicación. El criterio seguido ha sido el de incluir en el primer grupo aquellos casos en los que los razonamientos causales no pasan de fragmentarios, sin apuntar a una explicación global.
A continuación, serán expuestas y sometidas a análisis y crítica las teorías precontemporáneas de la nación más relevantes, aquellas de mayor impacto académico y que de alguna forma siguen formando parte activa del debate sobre la cuestión.
Esta autora establece una cronología muy precisa del origen del nacionalismo, que sitúa en Inglaterra en el marco de las transformaciones políticas, sociales, económicas y religiosas de los siglos
Es relevante señalar que Greenfeld maneja una definición restringida de nación, que vincula al principio de soberanía nacional; solo se puede hablar de nación para esta autora cuando esta es considerada como «depositario de la soberanía, base de la solidaridad política, y objeto supremo de lealtad» (
Greenfeld ve el nacionalismo como un fenómeno político surgido en Inglaterra, desde donde se expande a otros lugares; su origen sería el resultado de la confluencia de un notable grado de movilidad social, como resultado de la determinación de los monarcas Tudor de apoyarse en la
La interpretación de Greenfeld puede ser objetada desde un punto de vista semántico, al utilizar una acepción muy limitada de nacionalismo, cuestionable como se ha argumentado, y no compartida por buena parte de los teóricos de la nación. Al margen de cuestiones semánticas, el estudio de Greenfeld del origen histórico de la soberanía nacional, previo a lo que entiende la concepción dominante, es en cualquier caso de gran valor.
Podría quizás cuestionarse hasta qué punto la primera expresión histórica de soberanía nacional se produce efectivamente a mediados del siglo
Los planteamientos de Hastings se remiten, como en el caso de Steven Grosby, al Israel bíblico, si bien en un sentido diferente. Grosby señala que en ese caso ya puede hablarse de una comunidad nacional, al tiempo que señala otros casos de la antigüedad en los cuales a su juicio también puede hablarse de naciones. Hastings, por el contrario, se interesa por el antiguo Israel no tanto por su relevancia intrínseca, sino por la importancia que el relato bíblico tuvo en la aparición, desde la Edad Media, de las naciones cristianas. Hastings muestra un interés moderado en la veracidad histórica de lo narrado en el Antiguo Testamento, para centrarse en cómo el relato del antiguo pueblo de Israel, y en particular la idea de pueblo elegido, es retomado y hecho propio en distintos territorios europeos, desarrollándose a partir de ahí varias identidades nacionales: «La Biblia proporcionó, para el mundo cristiano al menos, el modelo original de nación. Sin ella y sin su interpretación y aplicación cristianas, es discutible que las naciones y el nacionalismo, tal y como los conocemos, hubieran podido existir» (
Hastings subraya que el concepto de nación (
La Biblia aportó el concepto de nación y también, a semejanza del pueblo hebreo de las Escrituras, una idea de elección divina hecha propia desde distintas identidades nacionales del mundo cristiano. Hastings coincide con Greenfeld en considerar el caso inglés como precursor, si bien difiere radicalmente de ella en la cronología, pues remonta la aparición de una primera expresión de identidad nacional inglesa hasta una fecha tan temprana como la primera mitad del siglo
Aunque Hastings considera por lo general el caso inglés como un «prototipo» que fue emulado y determinó el desarrollo de otras identidades nacionales
Hastings incide en un fenómeno de gran importancia en el desarrollo del fenómeno nacional, pero se pueden plantear objeciones a su teoría. Si se parte de la vinculación de la nación con la tradición bíblica no es concebible la aparición de identidades nacionales en comunidades no cristianas, a no ser que estas hayan sido previamente influidas por la tradición nacional cristiana. Sin embargo, distintos autores, entre ellos Steven Grosby, han argumentado en favor de la temprana aparición de identidades nacionales en sociedades no cristianas, y no influidas por ideas procedentes de sociedades cristianas. Remitiéndonos a este autor, tales serían entre otros los casos del Armenia, Sri Lanka o Japón. Efectivamente, no parece correcto afirmar que en el antiguo Israel o en la Edad Media europea se producían fenómenos de identificación colectiva que no se diesen en los otros casos señalados. El término
Hastings, por otro lado, colige con excesiva facilidad la existencia de una nación a partir del descubrimiento de ciertos documentos históricos aislados en los que el autor expresa algo que podría identificarse como identidad nacional. Existe un acuerdo generalizado en que para hablar de la existencia de una nación es necesario un cierto grado de arraigo social de esa identidad, que en relación a ciertos casos y momentos históricos Hastings no justifica, ni resulta verosímil suponerla.
Aunque los planteamientos del profesor Hirschi estaban en buena medida ya presentados en un libro publicado en alemán en
Según Hirschi, el nacionalismo y las naciones surgieron en primer lugar en la Europa cristiana en la Edad Media; los fundamentos intelectuales para esta aparición se encontrarían, no obstante, en la Roma antigua. El autor no considera que en la Roma clásica existiese una mentalidad nacionalista, pero la evolución de su legado sería la base del nacionalismo que surgió posteriormente. Sería fundamental en este sentido la adaptación del ideal imperial romano a un contexto de fragmentación político- territorial.
El nacionalismo surgió en la Baja Edad Media, según Hirschi, como un discurso político generado en la pugna dialéctica entre distintos entes políticos o comunidades culturales, en cada uno de los cuales las clases letradas, los humanistas, reclaman para el grupo propio la herencia de la antigua Roma, y por ello la superioridad sobre sus vecinos y rivales (
Hirschi formula una particular definición de nación, que según este autor tiene una expresión histórica por primera vez en esta época: «The nation can be understood as an abstract community formed by a multipolar and equal relationship to other communities of the same category (i. e. other nations), from which it separates itself by claiming singular qualities, a distinct territory, political and cultural independence and an exclusive honour» (
Esta situación de multipolaridad e igualdad, considerada como un requisito esencial y necesario, se presenta según Hirschi por primera vez en la Europa medieval. Solo a partir de este período se concibe a la nación propia inserta en un mundo de naciones que comparten similares características. La idea de honor nacional, que Hirschi considera asimismo novedosa, da por otro lado lugar a una vehemente competencia de los representantes de las distintas naciones por la precedencia jerárquica de su nación respectiva, por ejemplo en los concilios eclesiásticos.
Según Hirschi, no sería adecuado hablar de nacionalismo en relación a entes políticos y grupos humanos previos históricamente, pues en esos casos existía una percepción que distinguía de forma dicotómica al grupo propio respecto a los grupos exteriores, adscritos de forma conjunta y homogénea en una categoría distinta:
Imperialist, religious and tribal cultures operate by confronting a single and clearly depreciated collectivity, such as “barbarians, “pagans” and “beasts”; they interrelate with communities of an opposite and inferior category, which are perceived as entirely different form one´s own, but not necessarily from each other. Their outward relationship can thus be defined as bipolar and unequal (
Hirschi documenta, por medio de una reveladora recopilación de citas, que entre los primeros humanistas europeos existía una intensa identificación con la nación propia, entendida como una comunidad cultural, basada en una lengua, costumbres, origen y/o historia compartidos, y de la que se espera que esté unida o al menos tenga una cierta unidad de acción. Humanistas franceses, ingleses, españoles, alemanes e italianos (pues como tales se consideraban, aunque no existiese un ente político correspondiente) expresan un intenso orgullo hacia la nación propia, que se proyecta hacia fuera en forma de competición por la precedencia con las naciones vecinas.
El estudio de Hirschi reclama la atención sobre un episodio muy poco tenido en cuenta en las aproximaciones a la historia del nacionalismo, que a partir de la argumentación y documentación aportadas por este autor debe de ser considerado de sustancial importancia. No obstante, varias objeciones se pueden plantear a la afirmación maximalista de Hirschi de haber formulado una teoría completa del origen de la nación y el nacionalismo.
La primera objeción es conceptual; Hirschi no usa una definición de nacionalismo convencional, sino una de acuñación propia, no utilizada por ningún otro teórico, y cuya pertinencia es cuestionable. Cabe preguntarse por qué las ideas de multipolaridad e igualdad han de ser consideradas necesarias para que podamos hablar de nacionalismo.
El paso de una visión bipolar a una visión multipolar en la relación con las comunidades exteriores, que Hirschi localiza en la tardía Edad Media, puede sin duda ser considerado como una transformación importante, pero no necesariamente como un momento fundacional del fenómeno nacional. Si se considera que, por ejemplo, en los antiguos Israel o Armenia existía la idea de ser una comunidad cultural con idioma, religión, costumbres, símbolos e historia compartidos, estos podrían ser requisitos suficientes para hablar de identidad nacional, sin que concurra el requisito de la multipolaridad en la percepción del mundo exterior. Pensemos igualmente en Japón, donde en determinados períodos históricos una autopercepción colectiva en la línea de lo ya apuntado (según señala por ejemplo Grosby) ha convivido con una imagen muy difuminada de los otros pueblos. No hay en la obra una explicación convincente de por qué un grupo humano que previamente (o en fechas posteriores) se haya percibido a sí mismo a partir de los criterios y parámetros señalados, pero en el que estuviese ausente el requisito de la multipolaridad, no pueda ser considerado una nación, para reservar esta categoría a la Europa de la tradición humanista.
Esto nos lleva a una posible segunda posible objeción, más empírica, al planteamiento de Hirschi, pues resulta también discutible la afirmación de que la percepción del grupo propio hacia los otros grupos previa a la tardía Edad Media estuvo siempre caracterizada por la bipolaridad. Esta idea apenas se discute ni documenta; se presenta como una verdad axiomática que los pueblos de períodos previos no distinguían sustancialmente entre los distintos colectivos humanos con los que interactuaban, que eran a grandes rasgos percibidos como un
Por otro lado, este discurso polémico multipolar por la superioridad nacional, cuyo inicio Hirschi sitúa en el temprano humanismo europeo, no da lugar a una forma de comprender las relaciones nacionales que desde entonces se expresa invariablemente en esos términos. Buen número de discursos nacionales posteriores no se han expresado, a diferencia del señalado precedente humanista, en competición explícita con otros discursos nacionales, sino exclusivamente para uso propio, y fundamentados en una distinción dicotómica y radical entre la nación propia y todas las demás. Resulta significativa en este sentido la atención absolutamente secundaria que Hirschi dedica a la influencia de la idea de que la comunidad propia es un Nuevo Israel, un nuevo pueblo elegido según el modelo bíblico, que varios autores han señalado como fundamental en la formación y autodefinición de diversas identidades nacionales desde fecha muy temprana, y que ha seguido siendo relevante en el período contemporáneo
Por último, Hirschi muestra una cierta inconsistencia en sus consideraciones acerca de la relevancia política del pensamiento nacionalista en los siglos que van desde la tardía Edad Media hasta la Edad Contemporánea. Existe, según este autor, «a remarkable time lag between the creation of nationalist language and the implementation of nationalist politics» (
La afirmación de que durante largo tiempo pervivieron principios de legitimación y movilización no nacionales es sin duda correcta, pero se pasa por alto que el discurso nacionalista tuvo asimismo efectos políticos prácticos desde fecha muy temprana. Diversos autores, algunos de ellos nombrados previamente en este artículo, han argumentado convincentemente que las consideraciones nacionales fueron de hecho determinantes de la vida política durante los siglos
Hirschi se muestra poco coherente en esta cuestión, pues en varios pasajes de su obra señala cómo el discurso nacional fue de hecho utilizado desde fecha temprana como un elemento legitimador y determinante de la acción política. La cita del emperador Federico III (1415-1493) con la que el autor inicia su obra sería una clara muestra de ello: «The Empire and the honour of Germany are so dear to me that I would spare no effort or expense. But […] we have to unite the forces of our nation; we have to make of all of us one single body» (
Hirschi se centra en el caso de la nación alemana, políticamente disgregada, pero podrían encontrarse aún mejores ejemplos de cómo el discurso de la nación determina desde fechas tempranas las prácticas políticas prestando atención a los casos de Inglaterra, Francia, o más tarde España; se trata en estos casos de entes políticos unificados, que también se vinculan con una de las cinco mencionadas «naciones», y en los que resulta más sencilla la identificación de la acción política con la nación respectiva
En conclusión, Caspar Hirschi ha llamado convincentemente la atención sobre la gran importancia de un período histórico por lo general ignorado en el desarrollo del fenómeno nacional. El discurso de los primeros humanistas en defensa de su respectiva «nación» —entendida como una comunidad cultural y, al menos idealmente, también política— parece fundamental en el desarrollo en Europa de una mentalidad e identidad que crecería progresivamente en intensidad y sería asimilada por un número creciente de individuos. No obstante, la afirmación de que ese período histórico marca el momento fundacional del nacionalismo, y de que con ello se ofrece una teoría explicativa plena sobre el origen del fenómeno nacional, al nivel de las teorías modernistas, no parece sostenerse.
El autor, en primer lugar, fundamenta su teoría en una definición de nacionalismo que puede considerarse arbitraria. Si pese a ello aceptamos la definición, resulta cuestionable que el Renacimiento temprano sea el momento histórico fundacional de la mentalidad que describe. El relato histórico de la evolución del nacionalismo desde entonces hasta la Edad Contemporánea es asimismo altamente discutible. A la vista de lo anterior puede afirmarse que el autor limita su aportación a ofrecer evidencias de un origen más temprano de la nación de lo que afirma el paradigma modernista. En ese sentido, no obstante, la argumentación de Hirschi es de gran valor, al llamar la atención sobre la enorme importancia en este proceso de un período y un contexto cultural apenas considerados previamente.
Junto a la obra de Hirschi, el texto alternativo a las perspectivas modernistas más relevante en los últimos años, y de contenido mucho más polémico, es
En relación con esta primera proposición, la otra idea central que Gat sostiene en su estudio es que «la etnicidad siempre ha sido política» (
El fundamento de la etnicidad, afirma Gat, no es cultural sino biológico; los sentimientos sobre los que se asienta la identidad étnica, y por ello también la nacional, responden según este autor a elementos instintivos e innatos, insertos en la naturaleza humana. Gat sitúa el debate en unos términos que le separan de la práctica totalidad de los teóricos del nacionalismo, y se adentra en un terreno muy sensible, pues la vinculación de identidad nacional y biología evoca experiencias altamente traumáticas, relacionadas con los efectos del nacionalismo más exacerbado, por ejemplo con la experiencia del nacionalsocialismo o el nacionalismo racista e imperial japonés. Gat aborda directamente la cuestión, y afirma que la Segunda Guerra Mundial ha desprestigiado la explicación biológica del ser humano, particularmente sus dimensiones social y política, dando lugar a que estas, y en concreto la etnicidad y el nacionalismo, sean explicadas exclusivamente por la cultura (
Gat entiende que la sociobiología, «la aplicación de la teoría evolutiva a la explicación de las emociones, los deseos y la conducta fundamentales del ser humano» (
Gat aplica al ser humano y al terreno de la etnicidad la teoría popularizada por Richard Dawkins, particularmente en su obra
Gat compara la relación entre base natural y diversidad cultural en el caso de la etnicidad con el de la comida y el deseo sexual, también fundamentados en un instinto natural, y también generadores de una enorme diversidad cultural. Lo mismo que hay una atracción por lo dulce con un fundamento biológico, que ahora es utilizado para fines distintos, con efectos incluso perniciosos, al igual que el deseo sexual ha dado lugar a las más variadas costumbres y prácticas, algunas muy alejadas del fin evolutivo originario, el instinto de solidaridad grupal ha sido moldeado culturalmente, dando lugar a una gran diversidad de expresiones étnicas y nacionales.
La segunda proposición central de la obra de Gat, que sostiene que la etnicidad siempre ha sido política, deriva de la primera. Una arraigada corriente teórica entiende que la identidad étnica tiene una historia mucho más amplia y previa a la nación, en la que la primera carece de una dimensión política. La identidad étnica sería un sentimiento de comunidad cultural del cual, en su existencia prenacional, no se derivaban expectativas de autonomía política y autogobierno, ni de que las élites gobernantes compartiesen identidad cultural con los gobernados. El momento tardío en el que esta nueva mentalidad habría aparecido marcaría el paso de la etnia a la nación. Gat argumenta, por el contrario, que las expectativas políticas señaladas siempre han ido unidas a la identidad étnica, incluso en los períodos históricos más alejados en el tiempo y en los más diversos contextos geográficos. La etnicidad sería así «política» desde su origen, pues surge evolutivamente como una forma de asegurar la cohesión de grupo, articulado bajo una única autoridad, y el control de recursos y territorio en pugna con otros grupos.
El paso de la etnia a la nación no sería para Gat el resultado de que se añadan contenidos políticos a la identidad étnica, sino de la aparición del Estado, una forma de organización política que sucede a la organización tribal, y que difiere de aquella, entre otros aspectos, en el grado de complejidad, estratificación y concentración de poder, pero no en su carácter político (
Gat vincula por lo tanto la aparición de la nación a la aparición del Estado, frente a una corriente generalizada que entiende que la existencia de los Estados y los imperios precede con mucho a la aparición de la nación. Gat postula así un origen extremadamente temprano de la nación, en relación con otras teorías: «Es posible dar con naciones y estados nacionales allí donde surgieron estados desde los albores de la historia» (
Gat extiende la presencia del sentimiento nacional también a los imperios antiguos; esto puede resultar aún menos evidente, pues se trata de entes políticos caracterizados por un alto grado de pluralidad étnica, de forma que la legitimidad del gobernante no podía estar basada de forma generalizada en compartir una identidad étnica con los gobernados. Pero según Gat todos los imperios se han fundamentado en un «núcleo étnico dominante», que establecía los vínculos de lealtad con el gobernante a partir de una identificación nacional, al tiempo que existían otros grupos étnicos «periféricos» que de una u otra forma quedaban excluidos del núcleo del poder (
Gat ejemplifica su argumentación con una gran diversidad de Estados premodernos e imperios de la Antigüedad, de los contextos geográficos más diversos, en los que entiende que se daban estas condiciones, tales como Egipto, Persia, Asiria, China, Japón, Armenia y Roma. Los numerosos casos históricos de rechazo a gobernantes considerados extranjeros, por ejemplo por medio de sublevaciones, serían para Gat un indicio particularmente revelador de la existencia de un sentimiento nacional, pues suponen un afloramiento explícito de identidades étnicas que en situaciones de estabilidad son difíciles de detectar a partir de la información que nos ha llegado. La idea de libertad individual sería un fenómeno de existencia muy limitada en la historia, pero no así la idea de libertad frente a una opresión extranjera (
Una cuestión adicional es la del grado de arraigo de esa identidad nacional en las sociedades premodernas. Algunos autores han señalado que esta identidad sería en cualquier caso un fenómeno restringido a las clases superiores, mientras que la mayor parte de la población, rural y analfabeta, no participaría de estos sentimientos. Gat admite la dificultad de determinar esta cuestión, ante la falta de documentos, pero se inclina por suponer que el sentimiento nacional podía en algunos casos estar bastante extendido, en particular allí donde existiese un idioma común o una religión común, particularmente si esta presentaba al pueblo propio como sagrado o elegido (
El planteamiento de Gat ha generado un intenso debate en el estudio teórico del fenómeno nacional, a menudo en forma de reacciones muy adversas. Aunque el estudio es cuestionable en varios sentidos, algunas de las críticas han mostrado, no obstante, una escasa profundización en sus postulados concretos, y se han basado en un rechazo axiomático a la posibilidad de explicar la etnicidad y el nacionalismo a partir de fundamentos naturales. Como suponía el autor, el recurso a la biología y la genética choca frontalmente con una consolidada tendencia a circunscribir estos estudios al ámbito de la cultura, compartida por teóricos modernistas y premodernistas (o «tradicionalistas» en la terminología de Gat) (
La investigación de Gat no está, no obstante, exenta de aspectos cuestionables. Su estudio queda en primer lugar claramente devaluado por su pretensión de ofrecer una visión global y omnicomprensiva de los fenómenos del nacionalismo y la etnicidad en todo el mundo y a lo largo de toda la historia. La decisión de iniciar el relato desde los orígenes de la humanidad encaja con su planteamiento, pero resulta por el contrario malograda, además de innecesaria, su pretensión de integrar en su explicación a la práctica totalidad de las formas políticas históricamente relevantes desde la Antigüedad más temprana hasta la actualidad. El resultado de tan ambicioso proyecto es que muchos de los casos abordados, en los que el autor a todas luces no es experto, presentan importantes omisiones y errores, y quedan a menudo reducidos a unas pocas ideas generales, que en algunos casos pueden calificarse como clichés. Un caso ilustrativo entre muchos de esta debilidad lo ofrece su tratamiento de las identidades nacionales en la península ibérica; el autor aborda las identidades portuguesa, española, castellana y catalana (sin mención alguna a la vasca) en el período de tiempo que va desde la Reconquista hasta Francisco Franco, en el espacio de tres exiguas páginas, llenas por lo demás de imprecisiones (
Resultan valiosas las referencias de Azar Gat, que refutan las concepciones modernistas, a cómo la etnicidad ha sido relevante en la legitimación del poder político en sociedades de muy distintos espacios geográficos y momentos históricos. Más cuestionable resulta, sin embargo, su idea de que la identidad étnica, y su necesaria expresión política, hayan sido predominantes de forma permanente en las sociedades humanas a lo largo de la historia. Se pueden encontrar en la historia buen número de formas políticas en las que ese vínculo no era determinante. Gat, por ejemplo, minimiza y apenas presta atención a los períodos de disgregación del poder político. Este fue el caso durante largo tiempo en las sociedades feudalizadas de Europa y en otros muy diversos ámbitos donde encontramos condiciones parecidas; sociedades agrícolas, altamente fragmentadas, en las que las lealtades políticas parecen haber estado poco o nada determinadas por criterios de identidad étnica, en particular para la mayoritaria masa campesina. Gat apenas hace referencia al feudalismo europeo (
Gat señala, como prueba de la presencia generalizada de identidades étnicas con expectativas políticas, los testimonios o indicios de rechazo, en los más variados lugares y momentos históricos, de los gobernantes extranjeros por parte de la población. Si esto es una prueba en un sentido, deberán considerarse asimismo una prueba en el sentido contrario (de irrelevancia política de la etnicidad) los también numerosos casos históricos en los que no existe testimonio ni indicio alguno de que la población rechazase a un gobernante por ser extranjero.
Gat crítica, como ya se apuntó, la generalizada idea de que en las sociedades premodernas las clases populares no participaban de la identidad étnica o nacional de las élites (
Volviendo al planteamiento central de la teoría de Gat, resulta extraño que este, pese a insertar su enfoque en el marco de la sociobiología, no se remita ni haga referencia a los autores centrales de esta disciplina, ni aborde la discusión teórica que existe en torno a ella. Sus afirmaciones sobre la base genética e instintiva del instinto grupal, como resultado de una adaptación evolutiva, se presentan en consecuencia sin un sustento teórico sólido ni base probatoria, al margen de que la idea resulte más o menos verosímil. La explicación se presenta en buena medida a trazos gruesos, sin que se explique concretamente en qué consiste la base biológica a la que se alude.
Las explicaciones sociobiológicas aplicadas a la especie humana son en el momento presente altamente controvertidas. Acaso en lo sucesivo, con futuros avances científicos que puedan explicar a nivel físico con mayor precisión los mecanismos del ADN y la herencia genética, sea posible abordar empíricamente la existencia de una base natural del comportamiento social. El tiempo dirá si el planteamiento central de Gat —la idea de una base genética del sentimiento grupal, étnico y nacional— se podrá abordar desde las ciencias naturales. Su teoría puede considerarse como un interesante enfoque, que quizás abre una nueva línea de interpretación, pero que presenta de momento importantes lagunas e imprecisiones.
Pese a ser una visión minoritaria en relación con la dominante perspectiva modernista, el elenco de autores que postulan un origen de la nación previo a la era contemporánea es, como se ha podido ver, de gran amplitud. La proliferación en los últimos años de estudios que, desde distintos enfoques, ofrecen una visión alternativa, es aquí percibida como el indicio de que se está afirmando progresivamente una nueva comprensión histórica del fenómeno nacional. No parece probable que asistamos a un cambio de paradigma, pero quizás sí a la desaparición de la visión modernista como paradigma dominante.
La distinción dicotómica entre los enfoques modernistas y premodernistas, eje en torno al cual se posicionan muchos autores, supone en cualquier caso una extrema esquematización de la enorme diversidad de perspectivas en una y otra categoría. Centrándonos en las perspectivas etiquetadas como premodernistas, encontramos entre ellas estudios que señalan el origen del fenómeno nacional en la Edad Moderna, en la Edad Media o incluso en la Edad Antigua. Algunos están centrados en un caso concreto, y otros ofrecen una perspectiva más general. Unos, por último, tienen una pretensión más ilustrativa, dirigida a documentar la temprana existencia y características de identidades nacionales concretas, mientras que otros tienen un enfoque explicativo y causal del fenómeno nacional, que intenta ofrecer una alternativa a la perspectiva modernista. El presente estudio ha procurado ofrecer un análisis crítico de esa pluralidad de visiones, centrándose en los autores más destacados y las perspectivas más relevantes y centrales en el debate.
El debate teórico sobre el origen del fenómeno nacional desde perspectivas premodernas empieza a ser intenso en el mundo académico anglosajón, como se evidencia atendiendo al origen de los autores y publicaciones abordados aquí. En el mundo de habla hispana, por el contrario, este debate es casi inexistente, y muy limitado el conocimiento de las teorías premodernistas de la nación, de forma que el paradigma modernista cuenta con un grado de aceptación particularmente acusado.
El presente artículo pretende corregir lo que se percibe como una importante laguna. No se ha llegado, como se evidencia en la pluralidad de enfoques abordados, a una visión integral y consensuada del origen e historia de la nación, algo que resulta difícil suponer que llegue a ocurrir. Pero estas perspectivas suponen, sin embargo, un importante avance en el estudio del fenómeno nacional.
Algunas de las divergencias entre distintas visiones sobre el origen e historia de la nación no son tanto empíricas como semánticas, están basadas en una comprensión distinta de conceptos centrales como «nación» o «nacionalismo». Estas diferencias son en buena medida irreconciliables, al no poder objetivarse ni consensuarse las definiciones de los conceptos centrales, si bien se puede cuestionar la falta de coherencia discursiva que se deriva de ciertas acepciones. Otra parte de las controversias es, sin embargo, de orden más estrictamente fáctico, en torno a la existencia en un momento histórico dado de determinadas mentalidades o fenómenos. En este sentido, las distintas perspectivas premodernistas han hecho muy valiosas aportaciones para una comprensión más precisa de la historia del fenómeno nacional y el cuestionamiento de las teorías modernistas, que aquí se entiende que pueden perder en los próximos años su carácter de paradigma dominante.
La referencia habitual a las «teorías modernistas» en el debate sobre el origen de la nación puede conducir a equívoco, resultado de la traducción literal al castellano del término inglés
En relación a la multiplicidad de teorías modernistas, véase la obra
Los autores que se mencionan y se mencionarán en lo sucesivo lo son solo a título ilustrativo, una enumeración con afán de exhaustividad sería prolija, de gran complicación, e innecesaria para el objetivo de este artículo.
Anderson, como ya se comentó, se cuenta en cualquier caso entre los autores que conecta la aparición de la nación con la de la soberanía nacional.
Según George Minois (
Esta idea debe mucho a la obra
La última obra citada,
El texto más relevante en este sentido fue
«Only in a few cases —ancient Egypt, Judah, and later Armenia— can we really discern the makings of nations» (
Este es el caso por ejemplo en relación a la rebelión comunera, durante la cual según varios autores se considera por primera vez a la comunidad representada en el Parlamento como fuente de la soberanía política, por encima de la autoridad monárquica. Inician esta corriente tres autores clásicos; José Antonio Maravall (
Hastings no menciona en relación a esta cuestión a Steven Grosby, sino a Conor Cruise O´Brien,
«El impacto de la nación inglesa se sintió tanto hacia Occidente como hacia Oriente» (
Esta visión se ve reforzada en su artículo «Holy lands and their political consequences», publicado en 2003, dos años después de su muerte.
Hirschi no hace más que alguna referencia ocasional a este importante discurso (
La única explicación a esta aparente incongruencia se encuentra en que cuando el autor habla de
Este libro ha sido publicado en castellano un año más tarde, con el más neutro título de
Extrañamente Gat no cita a Dawkins, salvo en relación a una cuestión secundaria (
No obstante, la idea de parentesco biológico, recuerda Gat, ha estado y sigue estando presente en distintos grupos étnicos e incluso naciones, de lo que hay numerosos testimonios, y sigue latente en una retórica nacional netamente «familiar», detectable por ejemplo en las alusiones a la madre patria y la equiparación entre connacionales y hermanos (
Cuestionando al probablemente mayor referente de la perspectiva modernista, Gat concluye que «si aceptamos la definición de la nación en cuanto congruencia relativa entre cultura o afinidad étnica y estado formulada por el teórico modernista Ernest Gellner, habrá que reconocer que las naciones no son exclusivas de la modernidad» (
Por ejemplo, en su narración de la Francia premoderna, Gat se centra en la Baja Edad Media, desde el período final de la guerra de los Cien Años, donde percibe una identidad nacional que entiende compartida por las clases bajas (