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La bibliografía sobre partidos políticos ha sido, desde Michels y Ostrogorski, uno de los vectores doctrinales de la ciencia política, con aportaciones fundamentales como las de Duverger y Sartori. Pero los partidos son una realidad viva y dinámica y cada cierto tiempo hace falta una nueva reflexión teórica que ponga al día los nuevos fenómenos políticos que van emergiendo en torno a los partidos. José Félix Tezanos, catedrático emérito de Sociología, y César Luena, doctor en Historia y con una extensa experiencia práctica en la vida de partido, han publicado Partidos políticos, democracia y cambio social, cuyo título es muy expresivo de lo que pretenden, que es «analizar las principales tendencias de cambio y evolución que se pueden identificar en la dinámica de los partidos políticos, como organismos vivos que se encuentran abocados a procesos dialécticos permanente de ajustes y/o desfases con su realidad sociológica circundante» (p. 11).

Tezanos y Luena plantean un análisis sociológico, politológico e histórico de los partidos de una manera dinámica, pues los partidos se fosilizan y entran en procesos declinantes; desde comienzos del siglo xx los partidos han sufrido grandes conmociones, de modo que desaparecen unos (comunistas, democristianos, ciertos partidos socialdemócratas) y aparecen otros (Cinco Estrellas, Podemos, etc.). Por eso, dicen los autores, «la sociología de los partidos políticos presenta hoy en día un panorama muy complejo y diverso, que tiene que someter a continuas pruebas de contraste las nociones tradicionales heredadas» (p. 13).

El primer capítulo está dedicado a la evolución de los partidos. Los autores destacan en primer lugar que los partidos son una realidad histórica bastante reciente, pues si bien fue Edmund Burke quien los definió por primera vez, no se remontan más allá de 1850, es decir, están asociados a la democracia moderna, al sufragio universal y al parlamentarismo. Tezanos y Luena se refieren a su evolución histórica desde los protopartidos (los ingleses whigs y tories) hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, para adentrarse a continuación en los modelos actuales (de cuadros, de masas, de participación, «atrapatodo», personalizados, etc.), cuyos rasgos describen sucintamente pero con mucha precisión.

La calidad de la democracia es un tema que los autores vienen a conectar con los partidos políticos. Parten del hecho de la nueva condición de los ciudadanos, que cada vez son más activos y que consideran, en creciente porcentaje, que la democracia es el mejor sistema político: «Ya no tienen suficiente confianza —sin más y por sí solos— en los mecanismos y procedimientos clásicos de la democracia delegativa periódica […] y quieren tener mayor protagonismo y mayores garantías de que se van a cumplir las promesas electorales y los compromisos políticos» (p. 41) Mediante una buena acumulación de datos que despliegan con gráficos y cuadros, los autores se preguntan cómo se tendrían que traducir las demandas de más calidad democrática. Y lo responden en el tercer capítulo, intitulado «Transformaciones sociales y cambios en los sistemas de partidos políticos».

En dicho capítulo empiezan los autores definiendo el sistema de partidos —«el modelo que define las relaciones y equilibrios existentes entre el número de partidos que existen en un país, las cuotas de representación de cada uno de ellos, y las formas de relación mutuas (alianzas, alternancias, hegemonía, etc.)» (p. 77)— y a continuación despliegan las diversas tipologías elaboradas por la doctrina, como Duverger, Sartori, La Palombara y Weiner, etc. Después de las diversas tipologías vemos la evolución del sistema de partidos en España, experiencia sobre la que hacen una interesante consideración:

[Se da] la tendencia a que los espacios político-electorales que se abandonan, o se dejan desguarnecidos y sin atender adecuadamente, suelen ser ocupados con bastante rapidez por organizaciones, a veces no suficientemente maduras, y por líderes que hablan un lenguaje más desenfrenado, propio de los realities de televisión, y que asumen enfoques incluso populistas y demagógicos, que les permiten sintonizar —al menos momentáneamente— con los sectores de población más desengañados e indignados (p. 84).

A partir de aquí, Tezanos y Luena analizan los nuevos retos de los partidos políticos. Siguiendo a Kelsne, recuerdan que la democracia necesita partidos y que estos están tan imbricados en la democracia que sus enemigos ni siquiera los atacan frontalmente.

Los autores examinan a continuación el debate sobre la democracia interna de los partidos, debate que, señalan sus autores, siempre ha sido muy intenso en la vida de los propios partidos. El debate ha sido sobre todo intenso en los partidos socialdemócratas, porque fueron los primeros partidos de masas que hubo en el mundo, de modo que ese tipo de partido fue una innovación. Tezanos y Luena explican la evolución de los partidos socialdemócratas: fueron los que «se orientaron, lógicamente, en la dirección de consolidar y avanzar en las prácticas democráticas» (p. 91), por lo que la elección directa de Borrell y de Sánchez no constituye, dicen, ninguna anomalía. Sin embargo, reconocen que tienen alguna razón quienes dicen que los partidos son instrumentos de acción ágiles y eficaces, lo que dio lugar a la profesionalización de los cuadros y dirigentes de los antiguos partidos socialdemócratas. En la actualidad, los afiliados no reconocen ninguna superioridad de los dirigentes y lo que exigen es democracia en su vida interna. Por eso, dicen los autores, un partido que se introduzca en la senda no democrática y tienda a ser un partido de notables acabará entrando en declive. Tezanos y Luena acaban este capítulo de la democracia interna de los partidos proponiendo avanzar hacia un nuevo modelo de «partido democrático de participación» que sintetice, a la vez, todo lo positivo de la tradición socialdemócrata y que incorpore los nuevos avances, aspiraciones y tendencias en democracia y participación ciudadana (p. 96).

El siguiente capítulo se detiene en un problema específico de los partidos, que es el de los viejos y nuevos populismos. Considerando que el populismo es un fenómeno político y sociológico complejo que responde a circunstancias diferentes, y disociándolo de las tendencias populistas que se detectan en el comportamiento de ciertas organizaciones y líderes, apuntan, entre otros, los siguientes rasgos del populismo: el papel de un líder carismático que «opera como un rey sobre un movimiento social» (p. 99), opera con un cierto componente «familista», maneja discursos bastante demagógicos y, en fin, «falta de respeto a los cánones establecidos sobre las reglas y procedimientos de la democracia» (p. 99), cultiva una «ceremonialidad» especialmente cuidada, etc. Tras señalar el posible carácter efímero de estos populismos, los autores se preguntan si estamos ante un «poujadismo» del siglo xxi, en el que también podría inscribirse Trump.

El capítulo sexto analiza las experiencias participativas de los partidos teniendo como punto de partida la elección directa de secretario general que se inició en 2014 con el PSOE. Apuntan los autores que los partidos socialdemócratas han sido los precursores de estas experiencias y sugieren que ya son una necesidad porque lo requieren los jóvenes, educados en un modelo permisivo e igualitario. En todo caso, la democracia actual requiere nuevos cauces de participación extra e intrapartidista, aunque no en todos los partidos españoles se entienden igual las experiencias participativas. Por ello, se puede hablar de diferentes niveles de calidad participativa, pues, dicen los autores, «la democracia también consiste en establecer —y garantizar— procedimientos claros, contrastados, rigurosos y perfectamente verificables» (p. 112), y hay partidos en España que se proclaman participativos pero adolecen de un nivel de calidad participativa muy bajo. Por eso Tezanos y Luena se interrogan a continuación por la funcionalidad de las experiencias participativas, es decir, si los afiliados disponen de igualdad de oportunidades, debates y un proceso electoral que permita optar por proyectos concretos. Tras examinar el tema desde el punto de vista de su regulación jurídica, los autores señalan la problemática práctica y también estatutaria de elegir directamente a los máximos dirigentes de un partido por sus afiliados, sin congresos.

El siguiente capítulo examina las nuevas condiciones sociales de los partidos o, como dicen los autores, sus luces y sombras. Constatan cómo se extiende la demanda social para que los partidos mejoren su democracia interna, pero esta exigencia contrasta con un dato preocupante, a saber, está generalizada la crítica a la escasa representatividad, pues «aunque los ciudadanos respaldan a los partidos políticos participando de forma razonable en las elecciones, luego tienden a desconfiar de ellos y los someten a juicios bastante críticos y a veces extremos» (p. 130). Es interesante la defensa que hacen los autores de la disciplina partidista, que es uno de los motivos más habituales de crítica, pues esa disciplina es necesaria en un régimen parlamentario. Y tras estos problemas generales de inserción de los partidos en la sociedad, Tezanos y Luena estudian las tendencias y posibilidades de los partidos socialdemócratas en las sociedades del siglo xxi: proceso significativo de descenso electoral, factores internos (entropía, disminución del número de afiliados, etc.) y externos (modificación de las estructuras de clases sociales, cambios en la lógica de la desigualdad, etc.). Tras ello, efectúan un breve análisis de los principales partidos socialdemócratas europeos. La conclusión, muy atinada, es:

La menor participación electoral y la mayor fragmentación de las fuerzas políticas en presencia —que responden asimismo a cambios importantes en la sociedad y en la opinión pública— tienden a situar a los socialdemócratas en unos parámetros medios de representación que, por sí solos, les llevan a quedar por debajo de las fuerzas conservadoras (p. 137).

Finalmente, en esa idea de la crisis de los partidos socialdemócratas, Tezanos y Luena explican las iniciativas del PSOE en materia de transparencia.

El penúltimo capítulo versa sobre el papel de los afiliados y las políticas de igualdad y modernización en los partidos. Los autores destacan el nuevo papel activo de los afiliados en todos los partidos, con la aparición de consultas y elecciones primarias, el esfuerzo por conseguir la igualdad de género, la aprobación de códigos éticos y la participación en las redes sociales. Es un capítulo muy sugerente, lleno de información y de gráficos, que ayuda a entender cómo actúa un partido en el siglo xxi.

El capítulo último se dedica a los retos y tendencias de futuro. Se señala que muchos cambios se han producido «más por una sensación de que era necesario abordarlos que por una reflexión profunda y sistemática sobre la naturaleza y dirección de dichos cambios» (p. 175). Con ese punto de partida, se analizan los cambios experimentados por un partido, el PSOE, entre 2012 y 2016, cambios que consideran acompasados a los de otros socialdemócratas europeos, apuntando, para concluir los retos de esta clase de partidos: ser atractivos para los jóvenes. Desarrollar nuevas estructuras de partido en las grandes ciudades, adecuar las modalidades de afiliación a las nuevas tendencias sociales y organizar adecuadamente la relación con los movimientos sociales.

La obra acaba con unas breves consideraciones finales que giran sobre la idea de reforzar los sistemas democráticos, y es en esa democracia donde deben insertarse los problemas y los objetivos de los partidos políticos.

Partidos políticos, democracia y cambio social es una obra recomendable porque compendia los grandes problemas de los partidos políticos, y los compendia con visión realista y de actualidad. Es un gran trabajo que proporciona aire fresco a la bibliografía sobre los partidos.