Este trabajo, siguiendo la metodología de la historia conceptual, muestra los usos del concepto de ciencia política durante el siglo xvi. Se propone una periodificación desde el contexto aristotélico bajomedieval hasta la traducción de este concepto a las lenguas vernáculas, a finales del siglo xvi. A través de esta periodificación puede verse que la noción de ciencia política llegó a desbancar a los conceptos del saber civil propios de la tradición romana y que acabó postulándose como un saber autónomo, en el marco del pujante Estado.
This paper, following the methodology of conceptual history, demonstrates the uses of the concept “political science” during the Sixteenth Century. A periodisation is proposed from the Late Medieval Aristotelian context to the translation into vernacular languages, at the end of the Sixteenth Century. Through this periodisation, it can be seen that the notion of “political science” came to unseat the concepts of civil knowledge typical of the Roman tradition and ended up positing itself as an autonomous knowledge, within the framework of the flourishing State.
Ciencia políticahistoria conceptualsiglo xviaristotelismoBodinPolitical scienceBegriffsgeschichteSixteenth CenturyAristotelianismBodinmagazine-editorsJuan José Solozabal Echavarria, Joaquín Abellán García, Joaquim Brugué, Carlos C. Closa Montero, Javier Fernández Sebastián, Iván Llamazares Valduvieco, Antonio López Castillo, Javier Tajadura Tejada, Isabel Wencesxml-html-producerComposiciones RALI, S.A.Cómo citar este artículo / Citation: Ramis-Barceló, R. (2019). El concepto de ciencia política en el siglo XVI. Revista de Estudios Políticos, 185, 75-104. doi: https://doi.org/10.18042/cepc/rep.185.03
La configuración de la noción de ciencia política en la Baja Edad Media y en el Renacimiento ha sido estudiada especialmente por su contenido contemporáneo (es decir, el estudio acerca del funcionamiento, las doctrinas y los comportamientos políticos). Los trabajos de Ullmann (1965, 1975) ayudaron a mostrar el nacimiento de la política como ámbito de estudio a partir de la recepción de la Política de Aristóteles y el surgimiento a la sazón del concepto de ciencia política. Asimismo, los estudios de Kelley (1976, 1990), Rubinstein (1990), Skinner (1978), Viroli (1994, 1998) y otros han contribuido a explicar el contexto del nacimiento de la ciencia política en la época moderna. Autores como Merio Scattola (2003) han reconstruido la emergencia de la política como ámbito de estudio en los siglos xvi y xvii, y otros, como Stegmann (1968) o Demonet (2005), se han ocupado lexicológicamente de la palabra política y de sus transformaciones históricas. Maravall (1975) y Abellán (2008) se han centrado en diferentes usos de la noción de ciencia política, aunque restringida a la España del siglo xvii.
Nuestro propósito es complementar estos trabajos con un análisis de la noción de ciencia política, no desde su contenido, sino desde la evolución conceptual. De ahí que, a partir del marco metodológico de la Begriffsgeschichte, queramos mostrar de qué forma fue usada la expresión scientia politica (o politica scientia, que a todos los efectos fungen como sinónimos) y sus traducciones vernáculas durante el siglo xvi.
No abordamos, por lo tanto, lo que en la época contemporánea se entiende por ciencia política, ni tan solo el fenómeno del estudio sobre la política en el siglo xvi. Nos centramos única y exclusivamente en los usos del lenguaje para atender a la creación y a la fijación conceptual de la noción de ciencia política.
Así como diferentes trabajos en los últimos decenios (Kelley, 1990; Skinner, 1996; Ramis Barceló, 2018) han mostrado la diversidad de denominaciones del saber político en el Renacimiento y en la Modernidad temprana (scientia civilis, disciplina civilis, disciplina politica, philosophia ciuilis, philosophia politica, sapientia politica, sapientia civilis…), nuestra intención es concentrarnos en el sintagma ciencia política en el siglo xvi, para analizar quiénes fueron los autores que lo usaron y en qué contexto. Por cuestión de espacio, no podremos detenernos en estudiar en detalle cuáles eran el método de estudio, las fuentes o el contenido a las que remitían cada una de estas nociones de ciencia política. Nos centraremos aquí en un estudio de la definición que dan cada uno de estos autores de la ciencia política, analizada en su contexto cultural.
Queremos mostrar que, tras ser enunciada por los comentaristas medievales latinos de Aristóteles, en el siglo xvi la noción fue desarrollada por escolásticos y humanistas, todos ellos en la órbita aristotélica. Progresivamente, fue usada asimismo por comentaristas y traductores de Cicerón, y también de otros autores como Isócrates, Plutarco… de modo que esta noción, que había sido patrimonio casi exclusivo de la tradición aristotélica, fue usada por otras corrientes, al compás de las querencias humanistas. Ello contribuyó a solidificar el uso de este concepto en las lenguas vernáculas, especialmente en obras como la de Jean Bodin, de modo que cada vez fue más utilizado y acabó asentándose definitivamente en el lenguaje político.
Debemos destacar, de entrada, que no existe ningún trabajo que se ocupe de estudiar desde la historia conceptual la noción de ciencia política hasta finales del siglo xvi. El estudio de Salvo Mastellone (1981) se circunscribe exclusivamente al sintagma science politique, y no afronta el tránsito del concepto desde las lenguas latinas a las vernáculas.
Hay que recalcar asimismo que trabajamos directamente con fuentes impresas del siglo xvi, tanto para dar fe de la recepción en esta centuria de los autores bajomedievales como para conocer los diferentes usos de esta noción en las obras de este período. Para conseguir una mayor claridad expositiva, vamos a dividir este estudio en cuatro partes: la primera, tras una reflexión sobre la creación del léxico político desde los siglos xiii a xv, muestra el uso de la noción de ciencia política entre los autores bajomedievales (cuyas obras fueron impresas en el siglo xvi); la segunda se detiene en el uso del concepto en las obras originales de la primera mitad del siglo xvi; la tercera se centra en la recepción en las obras latinas de la segunda mitad de la centuria, y esta misma época es el marco de la la última parte, dedicada al análisis de la noción en las lenguas vernáculas, especialmente el francés y el italiano.
I. LA NOCIÓN DE CIENCIA POLÍTICA EN EL LÉXICO TARDOMEDIEVAL
Durante los siglos xv y xvi se usaron diferentes conceptos para referirse al saber político, tanto teórico como práctico. Algunos de ellos provenían directamente del acervo latino (especialmente de Cicerón), mientras que otros procedían de las traducciones al latín de las obras de Platón, Aristóteles, Plutarco… En un sentido general, puede decirse que los autores que seguían más directamente el influjo latino preferían aludir a la civitas (y sus derivados), mientras que la dependencia del pensamiento griego de otros autores les llevaba a latinizar la palabra politica (y a construir derivados). Por esa razón, desde el siglo xiii hasta el xv encontramos un abundante uso adjetivo de ambas nociones, junto con otras de carácter sustantivo que significaban «reflexión». Así, por ejemplo, hallamos la unión de sapientia, scientia, ars, disciplina… con los adjetivos ciuilis o politica.
De ahí que encontremos sintagmas como sapientia ciuilis, scientia ciuilis, disciplina ciuilis… y también sapientia politica, scientia politica… mientras que otros, como theoria politica, philosophia ciuilis o philosophia politica fueron posteriores, y tomaron cuerpo ya en los siglos xvi y xvii. La historia conceptual ayuda a precisar el momento de nacimiento, el desarrollo y los usos de estas expresiones de la historia de las ideas políticas, que resultan fundamentales para reflexionar adecuadamente sobre las nociones que todavía hoy empleamos.
De la misma manera que el adjetivo ciuilis fue usado preferentemente por los autores del humanismo italiano, influidos por la tradición conceptual romana (singularmente, Marsilio Ficino al traducir a Platón), el adjetivo politica o politico era muy propio de los comentaristas de Aristóteles, quienes latinizaron rápidamente su noción de Πολιτικα.
La tradición ciceroniana se basaba, esencialmente, en las nociones de sapientia ciuilis, scientia ciuilis o ciuilis ratio, expresiones que se encuentran en la obra del Arpinate, mientras que el concepto de scientia politica o politica scientia es de factura netamente aristotélica. Sin duda, el concepto de ciencia política durante la Baja Edad Media tuvo un uso y carga semántica ahormada esencialmente por la recepción de Aristóteles (Bertelloni, 1996). Ullmann mostró este aristotelismo político refiriéndose al contenido, sin detenerse a analizar los usos del lenguaje y su evolución, que son algo más explicitados en los citados estudios de Rubinstein y de Bertelloni.
El punto de partida más explícito de scientia politica o politica scientia se encuentra en Alberto Magno y Tomás de Aquino. San Alberto tuvo menos fortuna entre los impresores de los siglos xv y xvi, si bien en la edición que se hizo en el siglo xvii de sus comentarios a la Ética y a la Política de Aristóteles puede leerse claramente «quod scientia virtutum quae: traditur in Ethicis, principium est ad scientiam politicam» (Alberto Magno, 1651: 198). Aparecen otras frases igualmente rotundas: «De delectatione igitur et tristitia opposita illius philosophi est tractare, qui philosophatur politicam scientiam. Politica enim scientia sive politicum bonum finis est architectonis, ad quam architectones respicientes dicunt unumquodque politicorum bonum vel malum esse» (ibid.: 283). Trabajos recientes han mostrado el uso de esta noción y el posterior análisis de la plausibilidad de la política como ciencia en la obra de Alberto Magno (véase especialmente Pierpauli, 2015).
Mucho más difundido ha sido el comentario de Tomás de Aquino a los libros de la Política de Aristóteles. Según el Aquinate, todo lo que podía ser conocido por la razón debía ser objeto de una ciencia (un saber específico). Si la sociedad podía ser conocida por la razón, la sociedad debía ser, por tanto, objeto de una ciencia. En el prólogo, como es sabido, puso las bases del conocimiento de la política como ciencia. Para Santo Tomás, la «politicam scientiam» (Aquino, 1570: 1) no era un arte mecánica, sino que pertenecía al dominio de los conocimientos prácticos y establecía que esta ciencia tenía que pertenecer al ámbito de la filosofía moral. Al comienzo del libro VIII, se hacían varias alusiones más a la ciencia política (Aquino, 1570: 18v3) en los términos ya expresados.
Así como los textos de santo Tomás han sido muy analizados, resulta menos conocida la alusión del franciscano Pedro Aureolo, quien empezó a mostrar los desgarros entre el aristotelismo y la teología bíblica al comparar el libro de los Números con la política aristotélica: «Scientia politicae si bene tractatur, debet populum disponere et sub certo numero ordinare, vt patet 7. Politic». Y la obra continúa diciendo: «Ista politica est, diuina et bene tradita: ergo populus deuit (vt praedictum est) sub certis numeris ordinari» (Aureolo, 1585: 19v). Por su parte, Egidio de Roma en sus Metaphysicales quaestiones había escrito que el fin de la ciencia política era la «pax ciuitatis» (Egidio, 1552: 2).
No debe dejarse de lado el averroísmo político, especialmente de Juan de Jandún, que tuvo una gran incidencia en autores como Marsilio de Padua, que usaron términos muy similares para indicar cuál era el grado de perfección de la ciencia política: «Virtutes morales sunt honorabiliores et nobiliores, ad quarum perfectionem proficit monastica et politica scientia» (Sehmugge, 1966: 99). Los comentarios de Averroes y Juan de Jandún, como es sabido, fueron reimpresos en el siglo xvi, muy especialmente en la segunda mitad de la centuria.
Algunos teólogos se vieron en la obligación de matizar que esa ciencia política, como fin último y más elevado al que podía tender el hombre, no suponía, en ningún caso, una disminución de la teología. La política era, por tanto, el fin más noble entre las actividades humanas, excluyendo el saber divino.
En un sentido bíblico, los comentarios de Nicolai Lyrani (1588: 343) incluyeron algunas referencias a la «scientia politica, cuius finis est ciues facere bonos et studiosos», como puede leerse en las sucesivas ediciones de esta obra, que tanta difusión tuvo a lo largo de los siglos.
Otros no le dieron una interpretación tan claramente teológica, como sucedió con el también franciscano Juan de Gales en su florilegio Summa de regimine vite humane seu Margarita doctorum, que fue impreso ya como incunable y también a comienzos del siglo xvi. En él dedicó una rúbrica a «Politica scientia de quibus inquirat» (Gales, 1511: 148). Asimismo, se refirió a la ciencia política en su Summa el dominico Giovanni da San Gimignano, fallecido hacia 1314, en la que intentó unir la tradición aristotélica con la agustiniana: «Vnde scientia politica est, qua vrbes seu res publica dirigitur, vt patet, sicut satis innuit Augu[stinus]. Libro xix. De ci[vitate] Dei» (San Gimignano, 1585: 272v). Cabe aludir asimismo a la importante referencia de Vincent de Beauvais a la ciencia política. De hecho, dedica su séptimo libro a De scientia politica, en un sentido claramente aristotélico (Beauvais, 1591: 101v).
Viroli (1994: 34) ha subrayado los ecos de una idea de ciencia política ciceroniana en las ciudades italianas. Pueden documentarse algunos ejemplos en el uso de la noción, como el comentario a la Divina Comedia de Pietro di Dante, en el que se dice: «Et praeditti narrandum invocat illam vivam fontanam Pegaseam, quam pro morali et politica scientia et philosophia figurat» (Dante, 1845: 673). Sin negar este extremo, sostenemos que la noción de ciencia política no fue propia de la tradición ciceroniana, que —como veremos— prefirió otras denominaciones hasta la segunda mitad del siglo xvi.
De hecho, el uso de la expresión hasta finales de la Edad Media fue casi exclusivamente aristotélica: así puede verse en los comentaristas del siglo xiv, como Walter Burleigh, con un desarrollo del concepto de scientia politica paralelo al de felicitas politica. De acuerdo con la tradición aristotélica, este autor unía la política al despliegue de las virtudes: no solamente se refería a la felicidad política, sino también a la prudentia politica o a la fortaleza política o civil. En cuanto a los usos de la expresión scientia politica, se hallan varias referencias de interés, entre las cuales destacan la definición, netamente aristotélica, según la cual «consideratio de ultimo fine hominis maxime pertinet ad scientiam politicam» (Burleigh, 1521: tabula), o la del político como «qui habet scientiam politicam» (ibid.: 187v). Comentando igualmente la ética del Estagirita, hallamos una interesante referencia de Juan Buridán, para quien «scientiam politicam vel prudentiam studiosissimam estimat esse si non optimum eorum que in mundo homo est» (Buridanus, 1518: 134).
Anotemos una última referencia, debida en este caso a Dionisio Cartujano. Se trata de una alusión teológica, que hizo un giro sobre los Proverbios de Salomón (30:2), que confesaban que Dios no tenía la sabiduría de los humanos («sapientia hominum non est mecum») añadiendo seguidamente «i. scientia politica, secundum quod ait Philosophus» (Dionisio, 1533: 67v). Comparaba aquí la sabiduría divina con la sabiduría humana, cuya máxima plasmación era la ciencia política. De ahí que siguiese su argumentación indicando «quod eremita non est bonus, aut malus politice, quia non curat ciuilia». Es una contraposición entre el saber divino, al que aspira el eremita y el místico Dionisio, frente al saber humano, de carácter político.
Observemos que estas definiciones de scientia politica, de cuño aristotélico, se referían al regimiento de la ciudad y destacaban que era el saber más elevado entre los humanos. Asimismo, esta ciencia estaba vinculada con la prudencia, de modo que se establecía un ligamen indestructible entre ética y política.
Con esta selección de alusiones se puede mostrar un uso frecuente de la noción de scientia politica en el ámbito de la exégesis tardomedieval, en obras impresas a lo largo del siglo xvi, época en la que progresivamente se fue modificando ese predominio aristotélico. Cierto es que, en la primera mitad de la centuria, se siguió esencialmente bajo el ámbito aristotélico, aunque en la segunda mitad hubo una gran renovación.
II. LA NOCIÓN DE CIENCIA POLÍTICA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVI
Así como muchos autores se han referido a Maquiavelo como el fundador de la ciencia política en un sentido moderno, lo cierto es que el florentino nunca utilizó este sintagma, ni tan solo el término política. Algunos autores, como Wolin (2004), habían defendido que esa llamativa ausencia se debía a la novedad conceptual que manejaba el propio Maquiavelo, quien desechaba la tradición política aristotélica y toda su nomenclatura. Otros, como Viroli (1994: 87), con quien concordamos, explican que Maquiavelo no trataba de elaborar una nueva concepción de la política, sino de explicar la tradición florentina del arte del Estado.
De ahí que Maquiavelo no sea un autor esencial en un estudio sobre la noción de ciencia política, puesto que utilizó la terminología propia del saber cívico florentino, muy diferente a la del acervo aristotélico. Sin embargo, salta a la vista que en la obra de Maquiavelo la política empezó a desligarse de la ética, una realidad mucho más patente en los autores de finales del siglo xvi, que acusaron una honda influencia maquiaveliana —no tanto en un sentido terminológico, como en el teleológico—, que fue aceptada o rechazada con vehemencia.
Frente a esta tradición cívica de las ciudades italianas, muy fuerte aún en las primeras décadas del siglo xvi, los comentarios a la Ética y a la Política de Aristóteles editados durante la primera mitad de la centuria contenían la noción de ciencia política, que hallamos también en otros tratados, siempre en la órbita aristotélica y tomista. La metamorfosis de la noción vino desde el contexto aristotélico, capaz de absorber otras tradiciones, o de imprimir en ellas, a lo largo del siglo xvi, su propia terminología.
Muchos comentaristas y editores reprodujeron la frase: «Inconveniens enim si quis scientiam politicam vel prudentiam studiosam existimat esse, si non optimum eorum quae in mundo homo est», común a Alberto Magno y a Tomás de Aquino, respetada por Leonardo Bruni en su edición aristotélica (Aristóteles, 1516: 56). El propio Bruni, que vivió a caballo entre los siglos xiv y xv, al editar los comentarios de santo Tomás a los libros de la Política, recogió el texto del Aquinate en el libro VIII: «Sicut est in aliis potentiis et artibus operativis respectu operationum, sic est in virtutibus politicis, et scientia politica respectu actionum politicarum» (Aquino, 1514: 137).
Al igual que Bruni, algunos comentaristas cuatrocentistas de la ética aristotélica, como Donato Acciaioli, ya habían aludido al concepto. Y es especialmente importante examinar las equivalencias entre lo civil y lo político, en el marco de la sensibilidad humanística florentina: «Vel intellegi etiam de morali Philosopho potest cum dicit ciuilem, quia scientia moralis continet prima elementa scientiae politicae, et talem ordinem videtur habere ad scientiam ciuilem, qualem habet liber Physicorum ad philosophiam naturalem» (Aristóteles, 1544: 633). Hay que observar que lo civil y lo político empezaban a funcionar como sinónimos y que la ciencia moral contenía los primeros principios de la ciencia política, la cual —para Acciaioli— no difería de la ciencia civil.
También Johannes Romming o John Mair se refirieron a la ciencia política. El primero lo hizo enfatizando que era la parte final y última de la filosofía moral (Romming, 1516: s.f.), mientras que Mair aludió varias veces al concepto, por ejemplo, al comentar, siguiendo el primer libro de Aristóteles, que los etíopes «incurabilibus scientia politica est inutilis» (Mair, 1530: 4). En un sentido plenamente aristotélico escribieron asimismo autores como Raffaele Maffei (1530: 416), al anotar que «humanum bonum ac politicae scientiae finis»; Francesco Robortello (1552: 171, 173, 174) con varias menciones en el comentario a la Política de Aristóteles; o Bartolomeo Spina (1576: 129), que hizo una distinción entre la ciencia legal y la ciencia política: «Scientia autem legum non est scientia Politica, sed effectus eius. […]. Infertur etiam quaod legis latores habebant scientiam Politicae, non autem quod omnes Iuristae».
Cabe proponer algún ejemplo de uso de la noción entre los humanistas y teólogos reformados. Aunque hallamos varias alusiones en los textos de Melanchthon, no deja de ser siempre una exégesis muy enraizada en la tradición y marcadamente aristotélica. En cambio, la tensión entre la sabiduría divina y la política —presente, como hemos visto, entre los teólogos bajomedievales— es un tema desarrollado, entre otros, por Konrad Pellikan (1534: 228v) al comentar el libro de los Proverbios. Igualmente, Matija Vlačić (1550: s.f.) contrastó la sabiduría antigua con la Biblia y se refirió a la ciencia política, denominada arquitectónica por Aristóteles. Esta misma idea fue repetida en una obra titulada De Materiis scientiarum, et Erroribus Philosophiae, in rebus diuinis, publicada por Vlačić (1561: 22), bajo el pseudónimo de M. Theophilo.
Desde la década de 1540 hallamos una propensión hacia el sincretismo en el uso de la noción de ciencia política. El término, usado hasta entonces bajo una óptica aristotélica, empezó a ser empleado por los comentaristas de otros autores. Quizás el autor paradigmático sea Jacques-Louis D’Estrebay, al comentar a Cicerón. En su obra podemos leer la siguiente frase, que en cierta manera supone la apropiación de la noción de ciencia política por parte del humanismo ciceroniano: «Scientiam politicam non modo vult accipi de qua Plato, Aristoteles, et ipse libros relinquerunt, sed etiam obseruationem, et prudentiam administrandae domo forisque Reipublicae Romanae, de qua potissimum loquitur» (D’Estrebay, 1540: 27v).
Este cambio de tendencia puede verse también en Marcantonio Majoragio, destacado polemista, quien comparó a Platón y a Aristóteles y enfatizó que “haec enim sunt omnium maxima (quod ait Aristoteles) de quibus in ciuitate deliberatur: atque hanc quidem scientiam Politicam nominant” (Majoragio, 1549: 79).
De todas formas, el autor más profundo filosóficamente fue el dominico Giovanni Crisostomo Javelli, seguidor de Aristóteles y de santo Tomás en casi todos los aspectos del pensamiento, salvo en materias morales y políticas, en las que se inclinaba preferentemente hacia Platón. Cabe recordar sus Civilis philosophie ad mentem Platonis dispositio (Javelli, 1536) y Philosophia civilis christiana (Javelli, 1540), dos obras fundamentales en el pensamiento político renacentista.
Javelli fue un autor que contribuyó mucho a la solidificación del léxico político moderno, ya que, al comparar el pensamiento platónico y el aristotélico, utilizó diversos conceptos procedentes del acervo de Ficino y de la tradición del Aristóteles latino. Quizás por esa razón, su obra completa fue impresa en la segunda mitad del siglo xvi. Sin ir más lejos, Javelli manejó con soltura el concepto de scientia politica, no solamente al tratar la ética y la política, sino también en sus diferentes obras dedicadas a la metafísica (Javelli, 1568: 435), al conectar el conocimiento con la acción: «Actus voluntatis in principe quibus mouet quae libet subditum ad operandum iuxta propriam virtutem, regulantur noticia et scientia politica existente in intellectu principis mediante intellectione qua intellectus considerat […]» (Javelli, 1555: 134v).
En su comentario de la ética aristotélica (Javelli, 1580: 147) criticó a los sofistas, «qui promittunt se docere scienciam politicam, videntur longè esse ab eo quod docet: quia totaliter ignorant qualis sit scientia politica, et circa quae insistat». En su análisis de la política, es especialmente importante la comparación entre Platón y Aristóteles y la afirmación de la existencia de una «scientia politica academica», que —al parecer— el propio autor había desarrollado (Javelli, 1580: 230). Para este dominico, podía hablarse de una «scientia politica et regitiva» (Javelli, 1580: 260).
La metamorfosis producida a mediados de la centuria se debió, entre otros factores, a la incidencia del protestantismo, que se interesó vivamente por la relación entre religión y política, con soluciones muy diferentes y, especialmente, a la decadencia cada vez más acusada del modelo retórico-cívico como ideal político. Desde la segunda mitad del siglo xvi, se asistió a una vocación cada vez más epistemológica en el análisis de la política. De ahí que, si nos atenemos al contexto del uso del concepto y a las definiciones formuladas, no pueda hablarse de una decadencia del aristotelismo como matriz de la noción de ciencia política, sino de un crecimiento de alternativas paralelas. Ciertamente, no es baladí insistir en que lo cívico (en un sentido especialmente retórico) empezó a decaer, frente a lo político (entendido desde un prisma más epistemológico).
Con ello queremos mostrar que si, la noción había tenido hasta la década de 1540 una orientación aristotélica y un éxito moderado frente a otras expresiones (saber cívico, ciencia civil, sabiduría civil…), en la que lo civil era el adjetivo fundamental, desde 1550 se asistió a una multiplicación de las referencias a la ciencia política, en una doble dimensión: tanto en el lenguaje latino como en el de las lenguas vernáculas.
La tradición aristotélica siguió teniendo un peso fundamental en la semántica del concepto, aunque hubo un acercamiento desde las perspectivas de Platón, Cicerón, Isócrates o incluso Plutarco. De ahí que, desde 1550 hasta 1600, la noción de ciencia política adquiriera sentidos nuevos y quedara profundamente arraigada en el lenguaje político, con una presencia que no ha decaído desde entonces.
Para una mayor nitidez expositiva, dividiremos el período que abarca la segunda mitad de la centuria en dos apartados: uno trata de los usos de la expresión en lengua latina, mientras que el otro lo hace en las lenguas vernáculas.
III. EL CONCEPTO DE CIENCIA POLÍTICA EN LAS OBRAS LATINAS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVI
Las impresiones de las obras de Aristóteles, tal y como mostró Lohr (1988), no decayeron a lo largo del siglo xvi, sino que crearon un aristotelismo renovador, que transformó algunas de las bases del aristotelismo medieval, como detalló Schmitt (2004: 27-28). Durante este período, encontramos un desarrollo del aristotelismo, que se hizo cada vez más sincrético, al incluir rasgos del platonismo y de la tradición ciceroniana.
En la segunda mitad de la centuria, las referencias a la ciencia política aristotélica no se centraban exclusivamente en los comentarios a la Ética y a la Política, sino que también afectaban a otras obras, cotejadas a menudo con las de Averroes. La traducción de la Retórica del Estagirita por Antonio Riccobono (Aristóteles, 1579: 17) compara, por ejemplo, la dialéctica y la retórica, como facultades, con la ciencia política.
De todas formas, la propia difusión de la Política de Aristóteles, con varias ediciones, fue esencial para la pervivencia y transformación de la noción de ciencia política. Tras la edición de la Política (Aristóteles, 1542), con los comentarios de Raffaello Maffei, la más importante fue la ya citada de Leonardo Bruni, que incluía los comentarios de santo Tomás (Aristóteles, 1558: 1), en la que se aludía también a la ciencia política. Lo mismo sucedía con la edición de 1582, con las tablas sinópticas que hizo Theodor Zwinger, en las que indicó: «Vti enim urbs omnes domos complectitur: ita Politia omnes oeconomias, et Politicae scientia omnes practicae Philosophiae partes» (Aristóteles, 1582: s.f.). Incluso la noción griega Politia fue traduciéndose cada vez más por politica, e incluso por scientia politica.
El aristotelismo humanista, el tomista y el reformado, con diversos matices, siguieron desarrollando el concepto de ciencia política como expresión del saber político. A veces con menciones aisladas, o con auténticos silogismos, como puede verse en la obra de John Case. Leemos en su Sphaera civitatis (Case, 1588: 613), uno de los comentarios más curiosos a la política aristotélica, la siguiente afirmación: «Politica scientia (vt ait Aristoteles) imitatur naturam: sed natura in omni regione locum vnum eminentem fixit, eudemque maximé ornauit: ergo politica scientia vnam vrbem in quauis regione constitueret, eandemque ornamentis quàm queat maximis perpoliret».
Simone Pietro Simoni, converso al calvinismo, podría ser un ejemplo del humanismo aristotélico reformado. Aludió a la ciencia política al examinar si la política era o no una ciencia subalterna: «Politicam Scientiam non modo Architectam, sed etiam Honoratissimam nominari posse, quòd facultates honoratissimas aliquo modo sibi subiectas habeat» (Simoni, 1567: 36). En cambio, Girolamo Zanchi (1591: 611), también reformado, rebajó el estatus de la ética, de la economía y de la ciencia política a un nivel secundario con respecto a la teología.
Hay que llamar la atención sobre el desarrollo del sincretismo entre platonismo y aristotelismo. Por ejemplo, Jacob Schegk (1550: 425), al comentar la ética aristotélica, citó la ciencia política comparando las soluciones del Estagirita con las que ofrecía Platón en El político, a fin de mostrar que lo civil y lo político venían a ser lo mismo. En otra obra suya, De demonstratione libri quindecim, leemos algo similar: «Politicam scientiam Plato difinuit, qua nulla est (excepta Theologia uera) preclarior nulla tamen rarior et infrequentior uirtus» (Schegk, 1564: 445).
El jesuita Benito Pereira, que hizo equilibrios entre Platón y Aristóteles, también matizó el lugar de la ciencia política en el conjunto del saber, especialmente en relación con la teología. En su comentario al Génesis (Pereira, 1589: 379) puede leerse: «vel denique Scriptura non loquitur de sapientia quae est scientia speculatiua rerum naturalium et diuinarum, sed de scientia politica quae est prudentia bene regendi ac moderandi ciuitates ac populos».
En estas definiciones se muestra el carácter sincrético de estos autores y la concordancia del platonismo y del aristotelismo en su concepción de la ciencia política. A este rasgo debemos sumarle otros dos: por un lado, la defensa de la matemática como método para todos los saberes y, por otro, una integración del léxico humanista en la recepción de la política aristotélica, e incluso una sustitución de la terminología ciceroniana por la de Aristóteles.
Petrus Ramus, destacó en Scholarum mathematicarum que la matemática tenía que ser el método de todas las ciencias, incluyendo la política: «Atqui mathemata sunt pysicorum et politicorum elementa et fundamenta: neque physicum, aut politicum naturae, aut reipub[licae] magistrum atque artificem quenquam idoneum Pythagoras judicabat, qui non ante mathematum magister atque artifex fuisset» (Ramus, 1569: 8). Incluso, más adelante, llegó a comentar que «[…] at Pythagoras, Plato, Aristoteles philosophiae physicae et politicae principia in mathematicis statuerunt, et bellam istorum philosophorum sapientiam, sine capite, vel potius sine corde esse docuerunt» (Ramus, 1569: 54).
No hallamos ciertamente en Ramus la noción de ciencia política, aunque sí la idea de un estudio independiente de la política, fundamentado en la matemática. La edición bilingüe de la Política (Aristóteles, 1601), con un esmerado aparato conceptual, era una de las tareas que ocupaba a Ramus cuando fue asesinado en 1572. Por ese motivo, la publicación de la obra se retrasó hasta comienzos del siglo xvii, aunque, por su refinado análisis de los conceptos, puede considerarse un jalón fundamental en la consolidación de la política como una ciencia o una disciplina autónoma. Sus seguidores completaron el itinerario: en el último tercio del siglo xvi se hallan ya abundantes referencias a la ciencia política, que amplían el horizonte del aristotelismo hacia nuevas corrientes de pensamiento, y que tenían en cuenta especialmente las matemáticas.
Junto con lo anterior, se produjo un debate cada vez más profundo acerca de las relaciones entre la retórica y la ciencia política, en relación con las ideas de Cicerón y de algunos autores grecolatinos. Ciertamente, como hemos visto, la noción de ciencia política no pertenecía a la tradición ciceroniana. Sin embargo, muchos autores la incluyeron ya en sus obras y comentarios a los tratados del Arpinate. En los comentarios al De oratore de Omer Talon (1575: 271, 287) hallamos ya varias veces la noción de scientia politica junto a la filosofía, la jurisprudencia y a la historia. Con ello, la tradición cívica ciceroniana era cotejada con la aristotélica y la noción de ciencia política empezaba a comparecer en los comentarios a Cicerón.
El punto álgido es el comentario de Aldo Manuccio el Joven, quien trató las mismas cuestiones que Talon, utilizó la noción de ciencia política en varias ocasiones y comentó asimismo el primer libro del De oratore. Tal vez la más destacada y la que muestra claramente la sustitución de la denominación de Cicerón (ciuilis scientia) por la propia de la tradición aristotélica sea la siguiente, que pese a su extensión merece transcribirse íntegramente por su claridad:
[…] quod oratoris facultate, neque scientia politica, neque philosophia, neque ius ciuile neque historia proprie contineatur, quas tamen artes Crassus oratori suo subiecerat. Atque, ut tota Antonii oratio facilius intelligatur, sex sunt contradictionis capita contra Crassum: primum, (quod scientia politica non sit oratoris propria) illustrantur duobus exemplis repugnantibus: Scaeuola et Scarus habent scientiam politicam, nec tamen oratores sunt: ergo scientia politica non est oratoris propria […] (Cicerón, 1583: 43).
Manuccio se refería aquí —y en otras ocasiones— a la ciencia política para designar lo que Cicerón denominaba ciencia civil. El comentarista usó, por lo tanto, una terminología ajena al acervo ciceroniano para explicar el pensamiento del Arpinate.
Otros autores quisieron conciliar varias tradiciones. El dominico Ludovico Carbone se mostró sincrético en su tratado sobre la elocuencia, aceptando las soluciones de Cicerón y de Platón: «[…] Rhetorica est instrumentum scientiae politicae. Declaro hanc positionem, ex cuius declaratione eius etiam veritas innotescet». Y continuaba así: «Politica, siue ciuilis doctrina, est ea, quae ad remp[ublicam] recte administrandam est necessaria; cuius finis est honesta et cum pietate coniuncta ciuium vita» (Carbone, 1593: 136-137).
El concepto de ciencia política pasaba a ser, cada vez con mayor determinación, el vocablo para designar la antigua sabiduría cívica y política. De ahí que humanistas y escolásticos releyesen a los clásicos y comentasen que sus ideas sobre el regimiento de la ciudad y el saberse conducir en ella en pro de los conciudadanos eran ciencia política. Asimismo, el adjetivo política evitaba también la ambigüedad que siempre tenía civil: mientras cualquier saber político se refería claramente al gobierno de la ciudad, el saber civil a menudo se confundía con el derecho civil, propio de los juristas. Poco a poco, la ciencia política pasó a designar una disciplina —un saber, un conocimiento— ligado al (aunque distinto del) derecho. De ahí que ciencia política a menudo tuviese una carga más especulativa.
Hay que subrayar asimismo que encontramos menciones a la ciencia política en traducciones o comentarios en latín de textos griegos que habían sido desconocidos en el Occidente medieval. Veamos algunos ejemplos de estos textos, que nos proporcionan interesantes definiciones o comparaciones.
El humanista Hermann Cruser, al traducir el Lisandro de Plutarco, escribió: «In politicae scientiae nonnulli non exigua ponunt parte» (Plutarco 1566: 291). Y Denis Lambin, al prologar y anotar a Nepote, comparó el saber de los griegos con el de los romanos, aludiendo a la «prudentiam, sive scientiam politicam» (Nepote, 1569: ad lectorem). Henri Estienne, al comentar la quinta diatriba de Isócrates (1593: 15), indicó que «maximam fuisse cognitionem Isocrati politicae scientiae (quam ipse nobis permitterem politicam philosophiam apellare)». Es decir, que para Estienne la ciencia política equivalía a la filosofía política. No es casualidad que ambos conceptos acabasen triunfando en los siglos posteriores, frente a las denominaciones del saber civil.
Los humanistas —estudiosos de la historia antigua— como, por ejemplo, Niels Krag (1593: 175), utilizaron ya el concepto al referirse al saber político de los espartanos: «Plato nihilominus sicut et Isocrates, tribuunt Lacedaemoniis scientiam politicam».
Podrían aducirse muchos ejemplos más. No hay duda de que el concepto, procedente del acervo aristotélico, se impuso progresivamente y que los estudiosos de la filosofía, así como también de la Antigüedad clásica, empezaron a usarlo para referirse al saber de la ciudad y del emergente Estado. De esta forma, al comentar a Cicerón, Plutarco, Suetonio…, los autores de esta época se refirieron cada vez más a la ciencia política, que era sinónimo de la prudencia del gobernante, del saber civil, de la reflexión política. Con ello, se separaban del ámbito del saber civil, tan enraizado en la tradición romana.
Si unimos estos elementos humanistas con el programa matemático, podemos constatar cómo se empezaban a poner las bases de una disciplina «científica» moderna que, aunque estuviera construida sobre Aristóteles, trascendía al propio aristotelismo y a la teología en busca de una fundamentación metodológica más sólida. De ahí que se tuvieran que delimitar no solamente sus relaciones con la filosofía, sino también con el derecho, las matemáticas, la historia…
Esta metamorfosis de la noción de ciencia política se produjo de forma muy intensa en las lenguas vernáculas, en las que se puede percibir aún de manera más clara su uso novedoso y moderno, aplicado ya a las emergentes estructuras políticas. Este proceso empieza a producirse en la segunda mitad de la centuria, aunque adquiere especial ímpetu en el último cuarto de la misma.
IV. LA NOCIÓN DE CIENCIA POLÍTICA EN LAS OBRAS EN LENGUA VERNÁCULA DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVI
El sintagma ciencia política fue usado especialmente en italiano y en francés durante la segunda mitad de la centuria. Hemos dicho antes que desde la década de 1540 hallamos una aproximación a esta noción desde el acervo ciceroniano, la cual fue transformándose paulatinamente hasta asumir una carga mucho más científica, por parte de Bodin y sus coetáneos.
En italiano podemos ver su uso en la obra De regimenti publici de la citta del erudito Girolamo Garimberto (1544: XI), quien se refiere a una «perfetta cognitione di questa politica scienza, ò ciuile». Se trata de una igualación de lo político a lo civil. Lo mismo sucede, y de una manera mucho más clara, en la obra de Felice Figliucci. En su comentario a la Ética de Aristóteles usó en varias ocasiones el adjetivo politica, aludiendo en ocasiones a la ciencia política y, en otras, a la facultad política. Para Figliucci (1552: 1) «la scienza politica è scienza uniuersale, e contiene sotto di se tre sorti de scienze. La prima è quella, che gouerna le Republiche, e quella è detta Politica; l’altra à quella que gouerna le famiglie, e questa è l’inconomica; la terza è quella, che regge un particulare huomo, e questa è la scienza morale [...]».
La ciencia política para este autor comprendería estas tres disciplinas y sería una ciencia práctica universal. Por eso, «la scienza politica sia quella, che è perfettissima, et piu degna di tutte l’altre; il perche à lei meriteuolmente dobbiamo credere che s’appartenga questo perfetissimo fine, et questa perfettione, et felicità humana» (Figliucci, 1552: 21). Este filósofo escribió también De la politica overo scienza civile secondo la dottrina d’Aristotile libri otto (Figliucci, 1583), en la cual insitió de nuevo en la equivalencia entre la ciencia política y la ciencia civil. Desde el momento en que ambas expresiones funcionaban como equivalentes, se empezó a preferir la primera. Como hemos indicado antes, el declive de la noción de ciencia civil fue parejo a la decadencia de la retórica cívica y al ascenso de un modelo especulativo. Al configurarse una ciencia política cada vez más libresca, sin dejar de tener en cuenta a Aristóteles, la noción fue usada cada vez más para designar el estudio científico de la política moderna, la propia del emergente Estado, como podremos constatar a continuación.
Hallamos algunas pocas referencias a la ciencia política en italiano en diferentes obras como, por ejemplo, los discursos de Lorenzo Giacomini (1597: 29, 35). Los italianos fueron por lo general más renuentes que otros al uso de esa expresión, fundamentalmente porque la tradición del arte del Estado siguió viva en muchos autores, en especial entre los que discutían a Maquiavelo. Por ejemplo, en la obra de Botero (1589: 6, 22-32, 50), el vocablo política aparece en muy pocas ocasiones, y los temas que trata (en respuesta al canciller florentino) son una continuación del humanismo italiano, aunque con marcado acento contrarreformista.
Sin embargo, en las traducciones la situación fue cambiando y se trazó un nuevo mapa, en el cual Francia fue la abanderada. Veamos, por ejemplo, el caso de las traducciones vernáculas que recibió De regno et regis institutione de Francesco Patrizi. Este filósofo de Siena, como se acostumbraba en la tradición humanista italiana, usó muy escasamente el vocablo politica y no tenemos constancia de que nunca utilizara el sintagma ciencia política. Prefirió siempre otras referencias a lo civil. En Il Sacro regno del vero reggimento, e de la vera felicita del principe (Patrizi, 1569), traducción al italiano, no se halla ninguna alusión. En cambio, en la traducción al español de Enrique Garcés (Patrizi, 1591: 237) hallamos varias, e incluso se alude a ella como «la sciencia politica (a que tambien podemos llamar sabiduria ciuil)» lo que indica que «Platón quería enseñar la ciencia politica» (Patrizi, 1591: 65).
No hay alusiones a la política en De Institutione reipublicae libri novem (Patrizi: 1518), como tampoco en el epítome que hizo Gilles d’Aurigny, mientras que en la traducción francesa De l’Institution de la république (Patrizi, 1590) ya hallamos alusiones al homme politique, a la administration politique y también la science politique (Patrizi, 1590: 10v).
En realidad, matizando a Mastellone (1981: 50-53), notamos que las alusiones a la science politique no empezaron hacia 1560, sino en la década de 1540, si bien tuvieron mucho mayor éxito que las que se hicieron a la scienza politica, a la ciencia política o a la politique science (o politicke science). En inglés, las muy escasas referencias hasta 1600 se deben casi siempre a traducciones de obras francesas.
Puede decirse que fue en Francia, al compás de los convulsos acontecimientos políticos y sociales, donde se usó con mayor frecuencia la noción de ciencia política, y allí acabó adquiriendo los matices modernos, como veremos seguidamente. Ya en Le Livre de l’Institution du Prince, Budé llamaba a estudiar la literatura grecolatina, «on eut science et experience politique pleurs grans esperitz et labeurs» (Budé, 1548: 39v-40). El uso del vocablo politique fue recurrente en esta obra, en la que se dice claramente, en consonancia con la tradición, que la «science politique est necessaire aux gouuerneurs du bien publicq» (Budé, 1548: 97v).
Los clásicos traducidos del griego al latín tuvieron también su correspondencia en francés. La expresión science politique fue usada en la traducción de las vidas de Pericles —entendido como maistre de la science politique— (Plutarco, 1543: 31), Marco Catón y Marco Craso, que proporcionaba asimismo la siguiente definición: «La science politique qui est de sçavoir bien regir une chose publique» (Plutarco, 1565: 247 y 381).
En este mismo contexto aristotélico hallamos a Louis Le Caron, quien en su célebre opúsculo De l’origine, antiquité, progrès, excellence et utilité de l’art politique (Le Caron: 1579) comparando a Platón y Aristóteles se refería al art politique. Sin embargo, pocos años después, en la traducción que hizo Le Caron de la Política (Aristóteles, 1576: ad indicem), se refirió ya a la science politique.
Los hugonotes usaron con frecuencia este concepto, que nos lleva ya a las puertas de la idea de Bodin. Por ejemplo, el jurista Pierre de la Place, al referirse a la vocación política en su Traitté de la vocation, dio aún una definición cercana al aristotelismo: «La science politique, laquelle consiste à bien sçauoir regir et gouuerner une grande multitude d’hommes, et telle que lon uoit en une cité» (Place, 1561: 7).
Sin embargo, en su Du droict usage de la Philosophie Morale avec la Doctrine Chrestiène hallamos la siguiente idea: «Le bien souverain apparoit plus excellent en la science politique, que en nulle autre» (Place, 1562: 11v). La noción de ciencia política empezó a hermanarse con la de bien soberano. El autor lo clarificó aún más al escribir (Place, 1562: 12): «La cognoissance de ce bien souuerain, dont nous parlons, est d’autant plus necessaire à la science et action politique, sur toutes les autres: qu’elle tend à la conduite, et principale administration de tous les hommes vniversellement». Sin dejar el contexto aristotélico, se quería establecer una verdadera ciencia de la política, basada en el bien soberano. Hay que notar que Pierre de la Place fue un autor muy difundido entre sus correligionarios, e incluso traducido al inglés.
Progresivamente se fue asentando la idea de que la ciencia política no se trataba de un mero saberse desenvolver en el gobierno de la ciudad, sino que era un saber con principios epistemológicos, al servicio de la comprensión de la república y de su soberanía. Se trataba de una política que no estaba pensada para las ciudades, sino para estructuras más amplias, y debía hacerse de ella una ciencia para conocer sus principios. Guy du Faur (1573: 12) escribió: «C’est errer et faillir aux principaux principes de la science politique, si nous croions ce que Platon et Aristote en on escrit». Eran necesarios otros principios.
François de Rosières publicó Six Livres des Politiques, obra de transición entre el acervo de Platón y Aristóteles y las nuevas ideas que estaban gestándose. Se trata de un libro desgraciadamente poco estudiado, aunque muy sugestivo. Este arcediano de Toul se refirió a menudo a l’art politique, aunque la consideró ya claramente una ciencia, en un sentido muy cercano al expresado por Bodin:
[…] car vous auez entendu l’excellence et vtilité de la politique, cogneu l’ordre des anciens qui ont dressé ou escrit politices, et veu la conference des Politiques de Platon et Aristote. Par lesquels propos i’estime que soiez rendus tres affectionez enuers ceste noble science: et qu’il ne soit besoin vous y exhorter d’adventage. Car si vous regardez a l’honneur, quelle autre science y a il, que vous le promete plus grand que la politique, laquelle vous apelle au gouuernement des villes, des seigneuries, et royaumes, en quoy consiste de la souueraine authorité humaine? (Rosières, 1574: 131).
No podemos entrar a examinar aquí en detalle el desarrollo que hizo Rosières de diferentes nociones conexas, si bien este texto resume bien sus intereses y el énfasis el estudio del gobierno y de la «soberana autoridad humana», que pasaba a ser el eje de la ciencia política.
En un mismo sentido, Pierre de La Primaudaye (1577: 284) alabó la unión platónica entre la ciencia regia, filosófica y política, y consideró que una república era afortunada cuando recaía, en una misma persona, «la souueraine authorité du Magistrat avecque la volonté de sage Philosophe». Hay que recalcar la importancia de la soberanía como objeto de esta ciencia (Primaudaye, 1577: 282): «L’establissement de la souueraineté, c’est sans doubte, que d’icelle depend le fondement de toute Republique, et qu’elle est sa puissance absolute et perpetuelle, non limitee ny en pouvoir, ny en charge, ny à certain temps». Esta idea de soberanía como poder (cada vez más absoluto e ilimitado) era el objeto de estudio de la ciencia política.
1576 fue un annus mirabilis para la teorización del concepto, pues se publicó la obra cumbre de Jean Bodin y también el Discours sur les moyens de bien gouuerner de Innocent Gentillet. Este último era un hugonote, contrario a Maquiavelo, que hizo interesantes consideraciones indirectas sobre la ciencia política. Apuntemos asimismo que en la traducción latina de esta obra, Gentillet no se refirió a la ciencia política, sino a Politices (Gentillet, 1578: 5). Ello muestra, una vez más, el mayor uso de la noción en la lengua vernácula.
En su obra, Gentillet indicó que, según Aristóteles, había dos tipos de vías para acceder al conocimiento de las cosas: una, cuando de las causas y máximas se conocían los efectos y las consecuencias (matemáticas), y otra, cuando por los efectos y las consecuencias conocemos las causas y las máximas (la filosofía natural, la medicina, la jurisprudencia, la ciencia moral, la política y las otras). Gentillet indicaba que, «en l’art politique donc (dont Platon, Aristote, et autres philosophes ont escrit des liures) lon vse bien de toutes les deux voyes: car des effects et particularitez d’un gouuernement ciuil on peut venir à la conoissance des Maximes et reigles: et par le contraire, par les reigles et Maximes on peut auoir la notice des effects» (Gentillet, 1578: 2)
Insistamos en la importancia de las matemáticas como vía para l’art politique, así como también la necesidad de estas máximas o reglas, que expresan la exigencia de un nuevo método. Hay que recalcar nuevamente que la noción de art politique de Gentillet resultaba, como para sus coetáneos, equivalente a la de ciencia política, que usó claramente para mostrar que «Nicolas Machiauel Florentin, iadis secretaire de la Republique […] n’a rien entendu, ou peu en ceste science Politique dont nous parlons, et qu’il a prins des Maximes toutes meschantes, et basty sur icelles non une science Politique mais tyrannique. Voila donc le but que ie me propose, c’est de confuter la doctrine de Machiauel, et non de traiter à fond la science politique» (Gentillet, 1576: 3).
Observemos que Gentillet pretendía, ante todo, refutar a Maquiavelo, puesto que en este texto esclarece que el florentino había juntado algunas ideas y había creado una ciencia tiránica, a diferencia de la verdadera ciencia política, edificada sobre los principios epistemológicos que Gentillet había mencionado antes.
Sentado lo anterior, entremos a analizar la obra de Bodin. Autores contemporáneos (Quaglioni, 1992; Couzinet, 1996: 118) han indicado que Bodin estudió la ciencia política en su Methodus ad facilem historiarum cognitionem, destacando las equivalencias entre el vocabulario usado por Bodin y lo que modernamente se ha denominado ciencia política. Una lectura atenta de Les six Livres de la Republique sirve para constatar este extremo, aunque también que el autor usó directamente la noción de science politique. En el prefacio se indicaba que, desde Platón y Aristóteles, «la science politique estoit encores de ce temps là cachee en tenebres fort espesses» (Bodin, 1578: preface). Los autores coetáneos, como Maquiavelo, «ont accoustumé de discourir doctement, penser sagement, et resouldre subtilement les hauts affaires d’estat, s’accorderont qu’il n’a iamais fondé le gué de la science politique, qui ne gist pas en ruzes tyranniques […]» (Bodin, 1578: preface).
Bodin —al igual que Gentillet— pese a acusar la influencia de Maquiavelo, se oponía a él. Sus fuentes y sus ideales eran otros. Seguidor de Ramus, Bodin intentó una Aufhebung entre el ideal pitagórico, el platónico y el aristotélico. Al decir de Couzinet (2007: 101) :
Tout autant qu’une tentative pour faire coïncider théorie et pratique dans un Pythagorisme compliqué, l’application par Bodin de la proportion harmonique à la justice est un moyen qu’il se donne pour porter la loi le plus loin possible dans le sensible. Garantir l’ordre revient à élever la technique politique au rang suprême d’art divin, par l’application inédite d’un modèle mathématique compliqué seul à même de révéler, dans le chaos des actions humaines, l’étincelle de la raison divine […].
Hay que subrayar que no debemos entender aquí la matemática de forma cartesiana, sino en el contexto del segundo tercio del siglo xvi, muy influenciada aún por la astrología, como indicó Garin (1976): se trataba del esfuerzo epistemológico para hallar, especialmente en la geometría, un conocimiento adecuado de las cosas. Los avances de la matemática, que mezclaba aún a Euclides con un poso pitagórico, parecían mostrar un camino interesante para ello. De ahí la recomendación de Ramus, que quería convertir a la matemática en la matriz de los saberes. Sus discípulos, en el caso de la política, decidieron abrirse también a otros fundamentos como la filosofía, el derecho o la historia (Ramis Barceló, 2016).
La nueva ciencia política, compendiada por Bodin, estaba caracterizada por su afán metodológico, que no solamente se basaba en la filosofía de los antiguos, sino que tenía la matemática y el derecho como guías. Como recuerda Mastellone (1981: 57):
[...] per il governo dello Stato, che riguarda la scienza politica, Bodin propone l’integrazione dei principi della matematica, del diritto e della filosofia.
Ciertamente, en Les six Livres de la Republique, leemos:
il est besoin d’emprunter les principes des mathématiciens et les decisions des iurisconsultes: car il semble que les Iurisconsultes, pour n’avoir vaqué aux Mathematiques, et les Philosophes, pour n’avoir eu l’expérience judiciaire… (Bodin, 1578: 746).
En Bodin se hallaba ya la vindicación de la política como una ciencia, con sus principios y sus reglas. Es cierto que la science politique aparecía en contadas ocasiones (Bodin, 1578: 716), y que el autor basculó entre varias denominaciones: philosophie politique, prudence politique o science du Prince. Recordemos, con todo, que también aludió a les sciences politiques (Bodin, 1578: 493) y a les sages politiques (Bodin, 1578: 422, 668, 698, 709).
Pese a las variaciones terminológicas, la influencia de Bodin fue poderosa: en la Apologie de la obra de Bodin, publicada bajo el pseudónimo de René Herpin (1581: 12): leemos que «[…] il faut avoir bien versé en la cognoissance des loix, et aux Mathematiques, et en la science Politique».
Como mostró Parkin (1976: 27-53), hallamos un léxico muy similar al de Bodin en Les opuscules politiques de François Grimaudet (1580: 95), que definía —de forma más bien tradicional— la ciencia política como «l’art de sagement gouuerner vne multitude d’hommes», aunque insistía en la necesidad de fundar la política sobre la matemática y el derecho. Los juristas debían ser buenos geómetras y los filósofos debían conocer las leyes (Grimaudet, 1580: 30).
Bodin quería buscar un método nuevo, aunque valoraba mucho la historia como forma de aprendizaje de los hechos del pasado. Junto con la filosofía, el derecho y las matemáticas, Bodin consideraba, al igual que Aristóteles y que muchos humanistas, que la historia era una buena maestra para el gobierno. En su perspectiva histórica, Jean Bodin daba cabida a elementos geográficos, demográficos, económicos… que ampliaban el radio de análisis de la política, desarrollando extremos que en muchas ocasiones estaban apuntados en la obra de Aristóteles (Isnardi Parente, 1964).
En este sentido, puede decirse que Bodin representa un hito en la concepción de la ciencia política por su visión crítica sobre las tinieblas que la acompañaban, por su objeto (la soberanía) y por su propuesta metodológica (la más ambiciosa, al tomar elementos de la filosofía, el derecho, la matemática y la historia). En particular, la historia, tal y como la entendía Bodin, recogía toda la herencia humanista y la mezclaba con el empirismo aristotélico, recogiendo datos geográficos o antropológicos.
Muchos autores posteriores enfatizaron esta dimensión histórica, abierta hacia la experiencia de la vida. De hecho, en la dedicatoria al Rey en L’Histoire de France, Paul-Émile Piguerre (1582) escribió el siguiente texto, que —pese a su extensión— sintetiza ejemplarmente esta transformación y merece ser reproducido:
Ceste science politique consiste en preceptes et enseignemens, suyuant lesquels on peut gouuerner bien et droictement une ville, Royaume, et Republique; et en exemples, des gestes et gouuernemens des Roys et Princes, et discours de l’estat de telles seigneuries. Les enseignemens et preceptes se peuuent tirer et recuellir des liures des Philosophes qui ont traicté ceste science: Les exemples se puisent de l’Histoire, qui se peut nommer la vraye guide et maistresse des actions des Princes: come celles, qui par les exemples dont elle est pleine et par le discours des diuers euenemens heureux et melheureux des affaires d’estat, enseigne les Princes comme ils se doiuent gouuerner et dresser en leurs charges. De maniere que l’on peut à bon droict nommer l’Histoire la vraye practique de la science politique (Piguerre, 1582: Au Roy).
En definitiva, la ciencia política, tal y como la definió Piguerre, tenía dos vertientes: una teórica, basada en preceptos y enseñanzas que podían aprenderse de los filósofos, y una práctica, que podía extraerse a partir de los ejemplos de la historia. Ello da fe del carácter complejo de la articulación metodológica de la nueva ciencia política.
Si nos fijamos en el uso de la noción de ciencia política en los autores del último cuarto de la centuria, hallamos mucha insistencia en estas ideas. Por ejemplo, Mathieu Coignet en su Instruction aux princes pour garder la Foy promise (Coignet, 1584: 130) aludió a la science politique, a medio camino entre la filosofía y la historia; o el jurisconsulto Louis Le Caron (1579: 10) escribió que las historias antiguas son «les vrais registres de la science politique».
Algunos autores de finales de la centuria incluso se acercaron a la experiencia y al realismo, así como a la dimensión de la fuerza del Estado, en la que la ciencia política estaría unida a la ciencia militar. Estos serían ya los rasgos propios de la política en el siglo xvii. Encontramos un uso interesante de la noción en el hugonote Ian de Serres, que aludió en su Inventaire General de L’Histoire de France a la «science politique et militaire» (Serres, 1600: 498). Asimismo, Jacques de Villamont, caballero de la Orden de Jerusalén, con gran realismo escribió en el prefacio de su obra que «comme à la verité c’est la vraye science politique que l’esperience, y n’y a aucunes regles de philosophie, o maxime de police si certaines, que celles que nous apprenons par l’exemple d’autruy» (Villamont, 1600: pref.).
En fin, el uso de la noción de ciencia política a finales del siglo xvi se alejaba de la órbita del aristotelismo (la prudencia, el bien común, el regimiento de la ciudad) y se embarcaba hacia otros derroteros. Así como el aristotelismo había integrado el acervo de muchos autores grecolatinos (Cicerón, Isócrates, Plutarco…), que aportaban un renovado interés por la historia, en Francia empezó a buscarse una fundamentación más sólida de la política, entendida como una ciencia con unos principios. De ahí la búsqueda de estas reglas o máximas que unos hallaban en la historia y otros en la filosofía, el derecho y la matemática.
Esta búsqueda metodológica, propiciada por las nuevas realidades políticas, proporcionaba nuevas definiciones de ciencia política, cuyo objeto no era tanto el buen regimiento de la cosa pública, sino estudiar la «la soberana autoridad humana» o el «bien soberano». La noción de ciencia política (cada vez más en lengua vernácula) no se interesaba solo por la práctica de los pueblos antiguos, sino también por una unión entre la teoría racional y la práctica cotidiana.
De este modo, la noción de ciencia política había experimentado una importante transformación, desde el contexto de los comentarios de Aristóteles, Alberto Magno y Tomás de Aquino hasta el establecimiento de una ciencia con unos principios renovados, cuyo objeto era la soberanía en el marco del floreciente Estado. La Francia de la segunda mitad del siglo xvi fue el escenario de ese cambio terminológico y conceptual: sin abjurar del aristotelismo, Bodin, Rosières o Gentillet dieron un paso más allá y empezaron a referirse a unos nuevos principios y máximas para guiar la science politique. De ahí la necesidad de unas nuevas reglas, inspiradas en la filosofía, en el derecho y en la matemática, sin dejar de lado la experiencia que aportaba la historia.
Esta síntesis de ciencia y de experiencia, de teoría y práctica, fue la que abrió una nueva forma de comprender el concepto de ciencia política en un contexto de guerras de religión y de reforzamiento de la autoridad soberana. Sin embargo, el desarrollo de esta senda a lo largo del siglo xvii, y con algunas variaciones semánticas, cae ya fuera de los límites de este estudio.
V. CONCLUSIONES
Las páginas anteriores sirven para conocer con mayor detalle la evolución semántica del concepto de ciencia política desde la Baja Edad Media hasta finales del siglo xvi. No hemos analizado en detalle el contenido de la misma, sino el uso de la noción de ciencia política y la definición que proporcionan los diferentes autores.
Hemos dividido la recepción de este concepto en cuatro momentos: el primero, que analiza el uso de la noción de ciencia política entre los pensadores bajomedievales (mayormente teólogos, cuyas obras circularon impresas en el siglo xvi); el segundo, que muestra la recepción de la noción hasta 1540; el tercero, que se ocupa de la recepción en las obras latinas desde 1540 hasta 1600, y el último, dedicado a la difusión y el uso de noción en las lenguas vernáculas.
Podemos constatar —de entrada— que, hasta 1540, la expresión ciencia política se empleó básicamente en el contexto aristotélico, que consideraba a la política como una ciencia (un saber), y los teólogos discutían cuál era el lugar de la teología frente a ella. Hasta 1540, había tenido un uso restringido frente a otras expresiones del saber cívico, en la que el adjetivo civil era la base. Desde 1550, se asistió a una propagación de las referencias a la ciencia política en un contexto no estrictamente aristotélico: hubo un acercamiento desde las perspectivas de comentaristas de Platón, Isócrates o Plutarco, así como también de los editores e intérpretes de Cicerón. Progresivamente, la terminología vinculada a la ciceroniana scientia civilis fue sustituyéndose por otra, expresada mediante el sintagma scientia politica, de cuño aristotélico.
De esta forma, ciencia política pasó a ser equivalente a ciencia civil y la primera denominación empezó a imponerse tanto en la lengua latina como en las lenguas vernáculas. Desde 1550 hasta 1600, el concepto de ciencia política adquirió sentidos desconocidos y quedó intensamente enraizado en el léxico político, con una presencia constante que no ha declinado desde entonces.
Había ido desapareciendo el saber cívico, y la tradición aristotélica, con su terminología, le había sobrevivido: de ahí el éxito de la noción de ciencia política sobre otras. Al potenciar este concepto, muchos autores se separaban del ámbito del saber cívico y de la oralidad, tan arraigada la tradición romana, y con ello se iba creando una disciplina científica moderna que, pese a estar formada con mimbres aristotélicos, trascendía al propio aristotelismo en sus objetivos, método y alcance.
En italiano, las referencias a la política fueron escasas por la intensa recepción de las doctrinas del arte del Estado, incluso hasta el siglo xvii. Es cierto que progresivamente empezó a fungir scienza politica como sinónimo de scienza civile, si bien la tradición ciceroniana seguía pesando, aunque cada vez menos.
En cambio, desde 1550, en Francia se asistió a un uso cada vez más definido de la expresión science politique, que no solamente hacía referencia a la visión aristotélica, sino que la ampliaba en un sentido teórico y práctico. Leyendo críticamente a Maquiavelo, algunos autores franceses del entorno de Bodin empezaron a definir science politique como un saber teórico-práctico, que debía tanto a la historia como a la experiencia cotidiana, y que buscaba unos primeros principios y reglas de carácter racional.
Con Gentillet, Bodin, Rosières o Piguerre, la science politique pasó a ser una disciplina científica, que reclamaba un lugar en el mundo del saber, con un nuevo método y unas características definidas. El aristotelismo había reconocido siempre su estatus epistemológico, si bien no estaba claro cuál era su método y su alcance, especialmente en la Francia de la segunda mitad del siglo xvi. En aquel momento, la noción de science politique dejó de significar un vago conocimiento político o cívico, y empezó designar una novedosa ciencia, que buscaba un método inspirado, por un lado, en la filosofía, el derecho y la matemática y, por otro, en la historia.
Constatamos no solamente un cambio en la terminología, sino también una transformación del concepto, cuyo significado cambió: se puede comprobar en las definiciones de ciencia política, cuyo objeto no era tanto el bien público o la prudencia del gobierno, sino estudiar el bien soberano o la soberana autoridad humana como fundamento del poder.
Puede verse en las diversas definiciones cómo se fue construyendo una noción de ciencia política moderna, autónoma y que describiese la realidad del momento. Mientras que el uso del sintagma en la baja Edad Media tenía ecos de la época antigua (el gobierno de la ciudad, el saber dirigir virtuosamente el reino…), se conservó durante el siglo xvi la idea aristotélica de la política como una ciencia, aunque desapareció el énfasis en la virtud, para transformarse en un saber desligado de la ética y de la teología. Maquiavelo había puesto el problema sobre la mesa, y las guerras de religión contribuyeron a modificar la lectura del aristotelismo tradicional: hallamos una consideración nueva de la science politique en autores católicos y hugonotes, que experimentaban los vaivenes de la política francesa.
Para estos pensadores, las máximas tenían que recogerse de la historia y no se basaban tanto en la virtud personal del gobernante como del estudio de los principios matemáticos, jurídicos y filosóficos. La influencia de Ramus y su vindicación de la matemática como fundamento de todos los saberes, incluyendo la política, fue decisiva para la emancipación de la ciencia política como saber independiente, tal y como hicieron algunos de sus seguidores, como Bodin. Algunas de las últimas definiciones del siglo xvi que hemos recogido apuntan ya hacia una noción de ciencia política como saber autónomo, que luego fueron desarrolladas en el siglo xvii, tal y como han mostrado autores como Scattola o Skinner.
En definitiva, en este trabajo, a partir de textos impresos del siglo xvi, hemos ido examinando la evolución de la noción de ciencia política y hemos propuesto una periodificación que, con fuentes a menudo desatendidas, ayuda a conocer quiénes la utilizaron y en qué contexto. De este modo, hemos podido constatar la emergencia de este concepto, que, a partir de 1540, rebasó los confines del aristotelismo y se centró, por una parte, en la experiencia cotidiana y en la historia y, por otra, en la búsqueda de unos fundamentos matemáticos, jurídicos y filosóficos. Todo ello, en fin, pretendía cimentar una forma novedosa de entender la política, centrada en la soberanía, y conformada cada vez como una ciencia moderna, en la órbita del pujante Estado.
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