RESUMEN

El artículo se aproxima al género de la biografía heroica comunista durante los años treinta, particularmente en España. Parte del peso notable que han adquirido en los últimos años el vector biocrático/biográfico y las perspectivas transnacionales en la historiografía internacional sobre comunismo. A través de una metodología comparada, se analizan diversos relatos sobre lo personal aparecidos en aquellos años en castellano, bien en traducciones con amplia circulación en el espacio comunista internacional o bien en textos originales generados desde la singularidad nacional. El estudio resalta varios aspectos: las funcionalidades empáticas, ejemplarizantes, didácticas y socializadoras de estas narrativas; el acoplamiento entre particularidades y significaciones compartidas en la cultura comunista; la ubicación de dichos relatos en un contexto «glocal» —global y local—, propio del antifascismo, o su implicación con el culto a la personalidad, un rasgo esencial de la identidad comunista fundado en el carisma y en el capital político-simbólico generado gracias a la imagen de una idílica convergencia entre trayectoria individual, colectividad y partido.

Palabras clave: Biografía heroica; narrativas políticas; comunismo; España; Guerra Civil; historia transnacional; culto a la personalidad; bolchevización; estalinismo; socialización.

ABSTRACT

The article approaches the genre of communist heroic biography in the 1930s, particularly in Spain. It starts from the notable weight that the «biocratic» and biographical vector and transnational perspectives have acquired in recent years in the international historiography on communism. Using a comparative methodology, it analyses a range of accounts of the personal that appeared in Spanish in those years, either in the form of translations with wide circulation in the international communist space or as original texts generated from the national singularity. The study highlights several aspects: the empathetic, exemplary, didactic and socializing functions of these narratives; the coupling between particularities and shared meanings in the communist culture; the location of these stories in a «glocal» —global and local— context, typical of anti-fascism; or their involvement in the magma of the personality cult, an essential feature of communist identity based on the power of charisma and the political-symbolic capital generated by the image of an idyllic convergence of individual trajectory, collective and party.

Keywords: Heroic biographies; political narratives; communism; Spain; Spanish Civil War; transnational history;; personality cult; bolshevization; stalinism; socialization.

Cómo citar este artículo / Citation: Rueda Laffond, J. C. (2022). Gigantes. Biografía heroica y cultura transnacional comunista en los años treinta. Revista de Estudios Políticos, 195, 187-‍215. doi: https://doi.org/10.18042/cepc/rep.195.07

SUMARIO
  1. RESUMEN
  2. ABSTRACT
  3. I. INTRODUCCIÓN: EL VALOR DE LO PERSONAL
  4. II. UNA CULTURA POLÍTICA TRANSNACIONAL
  5. III. LOS ÁNGULOS DEL HEROÍSMO TRANSNACIONAL
  6. IV. LA GUERRA CIVIL: REFLEJOS Y TRANSFERENCIAS
  7. V. PRÁCTICAS DE ESPAÑOLIZACIÓN
  8. VI. CONCLUSIONES
  9. NOTAS
  10. Bibliografía

I. INTRODUCCIÓN: EL VALOR DE LO PERSONAL[Subir]

El prólogo a un extenso informe de Stalin, presentado en junio de 1930 en el XVI Congreso del Partido Comunista —PCU(b)—, ofrece uno de los primeros semblantes biográficos en castellano del dirigente soviético coincidiendo con su definitivo ascenso al poder (‍Stalin: 1930, 5-‍10). El texto era obra de un dirigente de segunda fila del Partido Comunista de España (PCE), el asturiano José de la Fuente, candidato al Congreso de los Diputados en 1931 y 1933 y animador de la Liga Atea Revolucionaria o de las editoriales Atheia y Teivos, dos sellos impulsados desde la Internacional Comunista (IC). De la Fuente presentó un ambiguo retrato, impensable apenas dos o tres años después en la publicística del partido. En él Stalin aparecía dibujado como incansable revolucionario profesional y «baluarte» en la sucesión de Lenin, pero asimismo como personificación del «centrismo», «figura más discutida de la revolución rusa» y perfecto desconocido en el extranjero. Ya a finales de 1933, otra publicación emplazada en la constelación editorial del PCE —Octubre, dirigida por Rafael Alberti— ofreció, con un tono opuesto, una breve reseña biográfica de Lenin escrita por Stalin. El texto recogía el sumatorio de rasgos que fijaban las cualidades ortodoxas asignadas al liderazgo comunista, ahora sí de manera nítida: la firmeza y el sacrificio, frutos de los duros años de clandestinidad; la agudeza en los diagnósticos, la perspicacia, la concisión y, ante todo, la sencillez. La modestia era una de las expresiones más «fuertes del caudillo», se afirmaba, una cualidad que en Lenin se conjugó con la clarividencia —«había nacido para la Revolución [y sus] profecías habrían de realizarse más tarde»— y con su intransigencia frente al enemigo socialdemócrata (‍Stalin, 1933: 2-‍4).

Aquel artículo se compuso mediante la idealización y el riguroso presentismo de la política de clase contra clase. Es más, el texto podía leerse incluso como un ejercicio de (auto)simbolismo hagiográfico en el que operaba un culto reflejo al tipificar el liderazgo de Lenin gracias a unos atributos ya presentes en la exaltación pública de Stalin. Como ha destacado Andreas Ventsel (‍2011), tal juego de espejos —que acabó ejemplificado en el popular lema «Stalin es el Lenin de hoy»— pretendía fundamentar no solo la legitimidad de origen del poder estalinista, sino el propio tiempo histórico al imponer sobre el pasado ciertas expectativas de futuro. Lenin figuraba como primer peldaño en una escala ascendente de desarrollo culminado en Stalin. De ese modo, en la práctica, cabía invertir en su auténtico sentido los términos explícitos del eslogan. «Stalin es el Lenin de hoy» era como decir que Lenin fue el Stalin de ayer, otorgando a aquel el rol de anticipar un mañana luminoso, fraguado gracias a su sucesor.

La cronología del culto a Stalin en la Unión Soviética ofrece unos ritmos claros de articulación. Sus primeras muestras tuvieron lugar a finales de 1929, en la celebración del quincuagésimo cumpleaños del georgiano, y despegó a partir de 1933, en lo que cabría advertir como otro peculiar ejercicio reflejo de respuesta frente a la propaganda nazi. No obstante, su clímax se localizó particularmente en 1936-‍1938, coincidiendo con el Terror o los Procesos de Moscú y con la promulgación de la nueva Constitución, hasta decrecer desde agosto de 1939, momento de la firma del Pacto Ribbentrop-Mólotov (‍Plamper, 2012: 29-‍86 y 228; ‍Pisch, 2016: 449). Dicha cadencia pone de manifiesto cómo la exaltación pública de Stalin constituyó una estrategia sensible cuya modulación se vio determinada por diversas variables. Más allá de la lectura reduccionista que ha interpretado los productos del culto como un todo monolítico y repetitivo, hace décadas que Graeme Gill (‍1980) destacó que esa aparente estandarización es engañosa ya que incluyó mensajes con declinaciones coyunturales. Carol Strong y Matt Killingsworth (‍2011) han hablado, por su parte, de una técnica de comunicación sofisticada y fluida, con un lenguaje reconocible pero abierto a la diversificación y a los cambios. Tal plasticidad se puso a prueba en los contextos de su exportación, como ocurrió en la España republicana al socaire de las celebraciones del XX Aniversario de la URSS (noviembre de 1937), cuando el homenaje a Stalin se integró en un universo heterogéneo nutrido por múltiples claves venidas del frentepopulismo local (‍Donofrio y Rueda, 2017: 3-‍6).

Meses antes, en el verano de 1937, el nombre de José de la Fuente salió a relucir en una investigación con abundantes ramificaciones emprendida en Madrid y Valencia desde la Comisión de Cuadros del Comité Central del PCE. Arrancó tras la publicación en Frente Rojo de un artículo contra la periodista judeoalemana Ilse Wolff, colaboradora de la radio de UGT y Claridad, en el que era tildada de «aventurera internacional» al servicio de la Gestapo y enlace con «los trotskistas del POUM» (‍Una aclaración, 1937). La onda expansiva afectó a diversos intelectuales y artistas comunistas, como los diseñadores polacos Mauricio Amster y Marian Rawicz, que se vieron obligados a redactar varias autobiografías y aclaraciones sobre sus antecedentes políticos y su red de amistades y contactos. La hermana de Rawicz, Stefa, esposa de José de la Fuente, también se vio envuelta en las pesquisas. Su evaluación definitiva, redactada en Moscú en agosto de 1940, representa una suerte de biografía en negro o de relato de anticulto, en la que no faltaron despectivas alusiones a los «cercles d´intellectuels ou de pseudo-intellectuels, artistes bohémiens» que había frecuentado con su marido en Polonia o a la catadura de De la Fuente, ya excluido del PCE. En 1937 delató a Stefa, «mais nous l’avons chassé car tout», escribió el responsable de la caracterización, Edoardo Romano. «Il vivait avec autre femme et voulait justifier devant le parti par des raison politiques son éloignement de son ancienne femme»[2].

Otro ejemplo lo encontramos en una serie de características confidenciales de dirigentes mexicanos remitidas a Dolores Ibárruri, responsable de una de las secretarías de la IC a inicios de los años cuarenta. Las apreciaciones, anónimas, componen un auténtico recetario de corrupción según el informador. Uno de los caracterizados fue tildado de «tipo senil al que le gusta la molicie» dominado por un «sensualismo enfermizo» y sus sucesivas parejas de «degenerada sexual», «semiloca, ligada con los trotskistas» o de «lesbiana anarquista, partidaria del matriarcado, que es ahora una enemiga encarnizada del Partido». No faltan tampoco muestras parecidas en el ingente fondo documental que manejó o generó la Comisión de Cuadros Extranjeros del PCE, responsable del control de brigadistas internacionales (BBII) durante 1938. Un frecuente retrato en negro era el de la mujer fatal, como evidencia la evaluación de la alemana Lini Bunges. En ella, su exilio se trastocó en sinuosa infiltración, las redes de amistad en oscuros contactos internacionales o sucesión de flirteos amorosos y su presencia en España en puro espionaje[3].

Los casos mencionados evidencian el peso otorgado al decoro en las evaluaciones comunistas mediante una lógica que oponía la lúcida imagen del buen militante, definida por la rectitud política y por su integridad moral, frente a la contraimagen del otro, del traidor o el renegado, fundada en la desviación ideológica y en la amoralidad privada. Se trata de una dualidad de rango transnacional que puede observarse en evaluaciones con orígenes geográficos muy diversos. Las características formaron parte, a su vez, de un ecosistema de comunicación política más vasto y tupido, conformado a distinto ritmo y grado de intensidad en las estructuras de cuadros de los partidos nacionales y, ya desde mediados de los años veinte, en la propia IC. Se ha hablado así de una «socio-biocracia» comunista (‍Werth, 2001: 127), de un doble vector biocrático/biográfico articulado gracias a la ingente recolección orgánica de materiales que pretendían testar la dimensión antropológica del compromiso militante (autobiografías de partido, fichas de afiliación, cuestionarios, evaluaciones, autocríticas…), junto a una no menos infatigable producción pública de narrativas biográficas o de representaciones visuales centradas en ensalzar el valor lo individual.

Las siguientes páginas se interesarán por un género reconocible en la cultura política comunista, con abundantes muestras internacionales, diversos personajes tratados o múltiples lugares de edición: la biografía heroica o edificante. Ha sido un corpus apenas abordado en la historiografía española, que se ha interesado esencialmente por la imagen y la exaltación pública de nombres muy concretos, en especial Dolores Ibárruri o alguna otra figura menor (‍Cruz, 1999: 132-‍139; ‍Bunk, 2003; ‍Ginard, 2013: 195-‍200; ‍Llona, 2016). El rasgo distintivo de las biografías heroicas fue su cariz de ejemplificadoras historias de vida. Sus raíces pueden situarse en la tradición de la hagiografía cristiana o, ya desde el último cuarto del siglo xix, en las series de biografías obreras que combinaron el relato de denuncia, la perspectiva emancipadora y el ejemplo de la vida virtuosa. En ese mismo contexto surgieron también las primeras críticas al culto a la personalidad, esgrimidas por Marx, Engels, Bebel, Vahlteich o Bernstein frente a la sacralización de que fue objeto Ferdinand Lassalle (‍Bonnell, 1989). En todo caso, la idealización —e incluso, la glorificación como santos laicos, compendio y dechado de rectas virtudes morales—, caracterizaron a dos de las figuras más prototípicas del socialismo mediterráneo de inicios de siglo: Pablo Iglesias y Jean Jaurès, objeto ambos de una «panteonización» pública que excedió los límites de su credo político y que se proyectó hacia amplios sectores del republicanismo o del liberalismo de izquierdas (‍Pérez Ledesma, 1985; ‍Lalouette, 2014). Ya en su estricta variante comunista, y aunque constituyó un género con cumplida presencia en la URSS durante los años veinte, la gran eclosión de la biografía heroica se produjo en Europa en la siguiente década, el momento en que se multiplicaron las semblanzas de dirigentes, de cuadros modélicos o de comunistas caídos (‍Pennetier y Pudal, 2002: 369-‍376).

Resultan evidentes, pues, las pretensiones didácticas de dichas narraciones, algo que se abordará aquí valorando a las organizaciones comunistas como comunidades pedagógicas. Las biografías heroicas deben conceptualizarse asimismo como evidencias de una intersección entre memoria individual y colectiva. De una parte, porque representaron un producto emblemático de la política oficial de memoria. Y, por otro lado, ya que sirvieron de canon para el trabajo introspectivo de militantes y cuadros. En coherencia con ello, según ha recalcado Kevin Morgan (‍2020), el principal especialista en la materia, constituyen un valioso indicador para testar la variable antropológica en el universo referencial comunista. Todos estos extremos convergen con la hipótesis formulada por Bernard Pudal (‍2003: 78), que asumiremos en este artículo. Pudal ha resaltado el valor cardinal alcanzado, en la cultura soviética y en la comunista internacional, por el capital político —entendido en términos de trayectoria vital— como principio regulador para fijar principios de diferenciación y jerarquía.

La estructura del presente estudio se apoya en una doble aproximación. De una parte, el próximo apartado repasará el estado de la cuestión acerca de la proyección transnacional de la cultura comunista y la inserción de las biografías heroicas en tales parámetros. La segunda parte del texto analizará un muestrario de relatos sobre lo personal aparecidos durante los años treinta en castellano, bien en forma de traducciones con amplia circulación internacional o bien como materiales originales generados desde la singularidad española coincidiendo con la Guerra Civil. De este modo se subrayará, desde una óptica comparada, las dinámicas de integración y las particularidades operadas en un entorno «glocal» (global y local), correlacionando los ejemplos estudiados con la compleja fenomenología del culto a la personalidad, con su indigenización y con las funcionalidades otorgadas a las biografías heroicas.

II. UNA CULTURA POLÍTICA TRANSNACIONAL[Subir]

En una conferencia pronunciada en octubre de 1935, poco después del VII Congreso de la IC, André Marty sistematizó el horizonte vivencial y el canon conductual del óptimo comunista. Marty era entonces un influyente dirigente del Partido Comunista Francés (PCF), además de responsable de una de las secretarías de la Comintern, y su auditorio estaba compuesto por un selecto grupo de oyentes: estudiantes de la Escuela Internacional Leninista. Como frontispicio de su intervención, Marty subrayó la relevancia del liderazgo, enfatizándolo como activo que trascendía el cargo orgánico y que podía encarnarse en cualquier esfera, por nimia que resultase, de la vida del partido, el todo que daba valor al devenir individual[4]. Semejante argumentación, así como el foro donde fue expuesta, señala el componente transnacional en la cultura comunista de los años treinta en lo que esta tuvo de universo compartido de valores, creencias y pautas de comportamiento. También es un indicio de la importancia asumida por una trama de redes superpuestas y jerarquizadas de actividad, información, socialización y decisión que superó los marcos de lo local o lo nacional entendidos como compartimento estanco.

La interpretación transnacional del comunismo de entreguerras ha ido ganando terreno en la historiografía (‍Drachewych, 2019). Obviamente no se trata de un enfoque que haya canibalizado el espacio clásico de reflexión, el fijado por la política nacional. Más bien ha revitalizado unas coordenadas temáticas y metodológicas subyacentes en la tradición de los estudios sobre comunismo, habitualmente atentos a su alcance internacional. Pero, sobre todo, se ha interesado por ciertas escalas de compresión: por las mecánicas de trabajo y las claves político-culturales manejadas en las instancias supranacionales, comenzando por la propia IC, o por las dinámicas de retroalimentación establecidas entre los planos de lo global y las múltiples realidades locales (‍Häberlen, 2012). El cambio de perspectiva queda ilustrado si contrastamos los temas a debate presentes en la agenda historiográfica de los años noventa —tras la apertura de los archivos soviéticos— y los más recientes: antes volcados en la obsesiva cuestión de la sujeción a Moscú y después en intentar desenmarañar la complejidad de las relaciones centro/periferia (‍LaPorte et al., 2008). La última gran monografía interesada por la IC (‍Studer, 2020) ha centrado su atención en la red trashumante de delegados, activistas y «misioneros políticos» que, en un flujo multidireccional, llegaron o partieron desde la capital soviética. Al tiempo, dichas perspectivas abren nuevas cuestiones y dificultades para los estudios microscópicos, los preocupados por escudriñar contextos geográficos precisos y analizar cómo la política nacional comunista se sustanció en tales entornos (‍López Villaverde y Hernández Sánchez, 2021). El enfoque transnacional permite, en cambio, formular nuevas comparaciones en otro tipo de escalas, en relación por ejemplo con el tropo internacionalismo y con su interiorización en marcos distantes entre sí, ante el internacionalismo oficial manejado por la IC o ante el subjetivo que podían asumir un voluntario de las BBII o un oscuro militante de base (‍Dullin y Studer, 2018: 69).

El resultado es un replanteamiento de asuntos clásicos. El influjo soviético fue decisivo en la exportación de líneas políticas de rango global. Las campañas antitrotskistas se tradujeron en cruzadas mundiales y su impacto se dejó sentir en múltiples escenarios. Otro tanto cabe decir del impulso a la tesis de la emulación socialista, al fomento de cuadros o a la multiplicación de estructuras educativas, entendidos como moldes eficaces por encima de las particularidades geográficas. Sin embargo, asimismo se ha indicado que la URSS actuó en paralelo como «gran aspiradora» de influjos externos (‍Clark, 2011). En los años treinta sirvió de refugio para una cultura comunista de raíz cosmopolita y para un ingente volumen de emigrantes y exiliados, al tiempo que cuajaba el discurso nacional-bolchevique en forma de patriotismo de nuevo cuño y se amplificaba —sirviendo los partidos nacionales de cajas de resonancia— la imagen del país como espacio privilegiado en el que se construía el socialismo.

Igualmente se ha discutido la tesis de la estalinización entendida como asimilación unívoca y absoluta de criterios organizativos y de control según formuló el trabajo clásico de Hermann Weber (‍1969). En su lugar, se ha apostado por una categoría más laxa (bolchevización), condicionada por las transferencias y las apropiaciones, por los esfuerzos para acoplarse en una miríada de organizaciones —juveniles, agrarias, sindicales, deportivas, femeninas o de masas, con ligas anti-imperialistas, antifascistas, contra la guerra o contra el racismo— o para difundirse desde una incesante producción periodística y editorial. Se trazó así un vasto espacio no exento de presiones centralizadoras y de contactos entre la elite. Pero en el que además cuajó un «apego cultural forjado por una identidad emocional e intelectual» afín «con una forma de vida estalinista» (‍Studer y Unfried, 1997: 432-‍434).

En paralelo a la extensión de este interés historiográfico por lo transnacional, ha ido tomando forma un decidido «giro hacia lo biográfico» que ha incluido nuevas aproximaciones a figuras señeras de la dirección comunista internacional, a responsables nacionales, a cuadros e intelectuales o, mediante la prosopografía, a la biografía colectiva (‍Morgan, 2012). Otra muestra de ese interés se ha reflejado en el análisis de las representaciones biográficas generadas en la narrativa comunista de los años treinta, desde un axioma en apariencia paradójico: pocos movimientos hicieron tanto hincapié en el valor de lo colectivo al tiempo que producían tal abundancia de relatos centrados en lo individual. Semejante cuestión permite ubicar dichas narraciones en un marco mayor —el del culto a la personalidad y la tipificación del enemigo político— que necesariamente requiere de una metodología comparada de estudio, atenta a la estimación del estalinismo como cultura política y discursiva homogeneizadora, pero también como entorno en el que cupieron las diferencias. Desde este prisma se han categorizado ciertos rasgos compartidos presentes en las biografías heroicas soviéticas o europeas —la determinación social otorgada a lo personal, la teleología, el voluntarismo, la pretensión emuladora…—, junto al análisis y cotejo de muestras concretas, la reflexión acerca de sus márgenes de autonomía y los ritmos en la cristalización internacional de los estándares heroicos (ídem.).

El esfuerzo más completo en esta dirección es la monografía dedicada por Kevin Morgan (‍2017) al culto a la personalidad como práctica transnacional. El estudio plantea una clara dualidad cronológica. La subordinación a las pautas soviéticas mediante el culto mimético-jerárquico y la legitimación carismática, así como el énfasis en reforzar la identidad y la cohesión interna a través de símbolos aglutinadores y modelos de vida o autoridad, caracterizaron las prácticas internacionales a partir de 1947, en las coordenadas de la Guerra Fría. En cambio, en la Europa de los años treinta —y particularmente durante el período de los frentes populares—, si bien esos rasgos son ya detectables, coexistieron con una mayor pluralidad de expresiones y con referentes relativamente dispersos caracterizados por el giro hacia lo heroico y no tanto por la mimesis con las manifestaciones de culto de matriz soviética. Ello sugiere, frente a la idea tradicional de estalinización, la de bolchevización, entendida como magma de normas en el que convivió la difusión de virtudes militantes (disciplina, entrega, «temple bolchevique») junto a la exaltación antifascista. En este sentido, la pulsión heroica estuvo encarnada, más que en el liderazgo soviético, en figuras como Gueorgui Dimitrov, el León o Dragón de Leipzig, nombre emblemático que reunía las imágenes de dirección de un movimiento global (primer secretario de la IC desde 1934), el infatigable nomadismo activista (búlgaro, había recalado varias veces en la URSS, Austria o Alemania) o la victoria sobre el nazismo (proceso de Leipzig) (‍Morgan, 2016).

Que los epicentros del heroísmo eran plurales queda claro a la vista del amplio repertorio de nombres propios manejado, si bien el nexo común era el sacrificio por la causa. Memorie de un barbiere, obra de Giovanni Germanetto, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano (PCI), amigo de Gramsci y funcionario de la IC desde finales de los años veinte, se publicó inicialmente en ruso en 1930 y, tras su traducción un año después al francés y al italiano, se convirtió en un auténtico best seller. Otra muestra de sacrificio se encarnó en el brasileño Luiz Carlos Prestes, en prisión en 1936. Aunque, sin duda, junto a Dimitrov, el mejor catalizador de la idealización heroica tras 1933 fue el también encarcelado Ernst Thälmann, secretario general del Partido Comunista Alemán (KPD), protagonista de una constelación de orquestadas publicaciones (‍Dimitrov, 1934; Thaelmann, 1934; ‍Barbusse y Toller, s. f.; ‍Barbusse, 1935) y cita constante en la movilización antifascista transnacional. Es más, su figura evidencia la ductilidad geográfica del relato heroico y la necesidad de situarlo en el complejo contexto de la rivalidad frente a narrativas opuestas —las nacional-socialistas— y la convergencia/competencia con otras prácticas comunistas (‍Davies, 2004: 28). De hecho, el Führerkult a Thälmann antecedió al culto estalinista y su huella estuvo muy presente en las narrativas comunistas británicas (‍LaPorte y Morgan, 2008).

El caso de Thälmann problematiza la tesis de una exportación unívoca del molde heroico desde la Unión Soviética. De una parte porque, si bien a finales de los años veinte se estandarizó en la URSS el género de la biografía/autobiografía pública, esta integró relatos con estructuras y estilismos diversos, como demuestran las narraciones de la popular Enciclopedia Granat (1927-‍29) o, incluso, la serie de semblanzas sobre trabajadores de Moscú (1931-‍34) que anunciaba el mito estajanovista. Y, por otro lado, porque, aunque en el ecuador de los treinta es perceptible el influjo del realismo socialista en las biografías europeas que operaban con el patrón del mito proletario —el devenir personal pautado según el esquema del viaje del héroe: nacido de unos modestos orígenes trabajadores, alimentado con la conciencia de clase y culminado en la militancia comunista—, también es cierto que ese molde incorporó acentos particulares de corte coyuntural o local. Así pasó con Fils du peuple (‍1937), la autobiografía del secretario del PCF Maurice Thorez, en realidad obra de Jean Fréville, otro best seller del que en un año se vendieron 137 000 ejemplares. Ha sido considerado el paradigma de la despersonalización, de la biografía sin biografía, en el que cualquier singularidad del personaje se diluía en el determinismo histórico, la loa social y la vida del partido (‍Pennetier y Pudal, 2002; ‍Pudal, 2003). Sin embargo, Fils du peuple constituye un barómetro preciso para detectar el campo semántico del antifascismo, el frentepopulismo y el populismo patriótico según la óptica del PCF.

III. LOS ÁNGULOS DEL HEROÍSMO TRANSNACIONAL[Subir]

¿Qué universo heroico comunista —y con qué rasgos— circuló en España en torno al ecuador de los años treinta? La Internacional Comunista, la publicación multinacional impulsada en varias lenguas por la entidad homónima, ofrece un acabado muestrario de nombres y estándares en su traducción en castellano. Una primera clave era el cosmopolitismo —e incluso el exotismo, como se ejemplificará después— que destilaban ciertos escenarios o personajes. En cierto modo, el principio unificador de toda biografía era la idea de que en cualquier rincón del globo podía encontrarse una vida modélica y que cualquier situación, por muy alejada que estuviese del lector, era susceptible de servir de enseñanza. El corolario resultaba diáfano: presentaba el activismo comunista como encadenamiento de episodios de una lucha global, aunque sus epicentros seguían ante todo localizados en Europa. Otro rasgo característico fue la endogamia autorreferencial. Los glosados casi siempre formaron parte de la elite política o simbólica de la IC. En ocasiones las semblanzas heroicas aparecieron publicadas sin autor. Pero, cuando este constaba, o bien era colectivo —la presidencia del Comité Ejecutivo de la Comintern, por ejemplo— o era algún otro camarada señero, un par legitimado en la disección biográfica. Los relatos replicaron, además, el recurso argumental a apoyarse en citas de autoridad de personalidades asimismo objeto de atención biográfica (Dimitrov o Stalin, además de, por supuesto, Lenin o Marx). De ese modo, se acabó trenzando un denso máster narrativo compuesto por múltiples aproximaciones definidas por la unidad estilística y, sobre todo, de enfoque.

Cada biografía estuvo sometida a las líneas políticas dominantes en el momento en que fue escrita. Una práctica perceptible a inicios de la década, y después convertida en tópico en la cultura comunista transnacional, fueron las encendidas glosas necrológicas o la alborozada salutación al llegar una onomástica. Ambas situaciones propiciaron la publicación de textos laudatorios. Es lo que ocurrió ante los fallecimientos de la alemana Clara Zetkin, del ruso Sergey I. Gusev y del japonés Sen Katayama, o bien con motivo del cumpleaños del ucraniano Dmitri Manuilsky (‍Presidium del CE de la IC, 1933; ‍Katayama et al., 1933; ‍Katayama, 1933; ‍Maggi et al., 1933). Sus semblanzas enfatizaron el liderazgo personal y recalcaron el compromiso y abnegación, además de su amor por la Unión Soviética. Al tiempo, añadieron invectivas fruto de la estrategia de clase contra clase, con denuncias frente al oportunismo socialdemócrata y llamadas a la inflexibilidad proletaria, al anticapitalismo radical o a la lucha contra el enemigo de clase.

A finales de la década, el futuro presidente del Consejo de Estado de la República Democrática Alemana (RDA), Walter Ulbricht (‍1939), publicó en La Internacional Comunista una glosa dedicada a Ernst Thälmann. Puede leerse como un eslabón más en la larga tradición de exaltación del personaje pues reiteraba muchas marcas de reconocimiento típicas de su culto de los años treinta, en especial el halo de mártir y ejemplo de resistencia para «todos los hombres honrados». El autor obvió el belicoso aislamiento asumido por el KPD en los meses críticos de 1932-‍33, cuando el discurso del partido puso en pie de igualdad el rechazo al nazismo y al Partido Socialdemócrata (SPD), entonces tildado de socialfascista. Asimismo, en su selectiva visión de pasado, Ulbricht subrayó que Thälmann había caído «en manos de la Gestapo gracias a los traidores trotskistas», emplazando aquel episodio en la lógica del relato oficial pautado por la cascada de traiciones y sabotajes, promovida a escala global, por tan ubicuo enemigo. En apariencia, pues, la evocación coparticipaba de la tipificación comunista tópica en su declinación frentepopulista y soviética.

Sin embargo, aquellas notas biográficas incluían sutiles ajustes semánticos. De hecho, en ningún momento se empleó la expresión frente popular, que quedó sustituida por la más restrictiva de frente único y por la imagen de unas masas socialistas deseosas de converger con la estrategia clandestina del KPD y alejarse del reformismo de la dirigencia socialdemócrata. Además, Ulbricht emplazó a Thälmann en una genealogía precisa: la que iba de Marx a Karl Liebknecht y, por tanto, de la ortodoxia a la escisión en la izquierda tras la debacle de noviembre de 1918, saldada dos meses después con la violenta represión anticomunista en la que participó el SPD. El resultado era una narración equívoca emplazada en las ambigüedades del momento en que se publicó, entre los acuerdos de Múnich y el final de la Guerra Civil española, el período de la crisis y traumática liquidación de la estrategia frentepopulista. Entre el pacto Moscú-Berlín de agosto de 1939 y el arranque de la Operación Barbarroja, Thälmann quedó borrado del relato oficial de memoria. Su recuperación, de nuevo nutrida por abundantes biografías heroicas, se produjo a partir de 1941, sedimentándose desde 1949, cuando fue categorizado como uno de los padres de la RDA.

Uno de los últimos apartados del texto de Ulbricht se dedicó a la «educación bolchevique». Ofrecía, a modo de corolario, las enseñanzas que cabía deducir de la biografía y evidenciaba, como si se tratase de su reverso natural, ciertas virtudes de Thälmann, en particular su cercanía, la habilidad para aconsejar a sus correligionarios o su gusto por el estudio. De esa forma se fusionaban, mediante una narrativa profesoral y asequible, distintos planos: el retrato personal como modelo de vida o el didactismo que destilaban el personaje y el partido, este último entendido como manto integrador, pedagógico y de socialización.

La unión entre lenguaje instructivo y relato empático de proximidad constituyó un aspecto principal del giro —político, pero también cultural y propagandístico— consagrado en el VII Congreso de la IC (1935). Tres años antes, Felipe Fernández Armesto (‍1932) había criticado ácidamente las debilidades del agitprop comunista en España frente a la «demagogia anarquista, romántica y primitiva» y la eficacia idealista de los escritores burgueses. Tal déficit podía hacerse extensivo, según la ejecutiva de la IC, a otros muchos contextos. Entre finales de 1935 e inicios de 1936 se multiplicaron las directrices para impulsar la edición de biografías populares de Lenin o Stalin, aumentar sus tiradas y mejorar las versiones en lenguas extranjeras subsanando los frecuentes errores tipográficos y ajustando las traducciones a la especificidad de los lugares de comercialización. El objetivo era doble: la difusión en masa y lograr una efectiva popularización[5]. En paralelo, Klement Gottwald, secretario de la IC responsable del aparato editorial, denunció la debilidad de las glosas dedicadas al movimiento estajanovista aparecidas en varios periódicos comunistas europeos. Según su opinión, no transmitían eficazmente su carácter de modelo para la emulación internacional[6].

«¿Para quién hablamos, para quién escribimos?», se preguntó retóricamente el austríaco Ernst Fischer (‍1936), otro nombre esencial en la estructura del agitprop de la IC, para insistir a continuación en que debía huirse del lenguaje doctrinario y apostarse por unos relatos generalistas, diversificados y ejemplificadores que combinasen emotividad y empatía ante sus potenciales auditorios. Un correlato —construido con similar cercanía, además de con efectismo, exageraciones o desinformación— fue el del antifascismo atroz. Se solidificó tras el estallido de la guerra de España, sobre todo gracias a las publicaciones promovidas desde la parisina Éditions du Carrefour con el apoyo del Comité Mundial contra la Guerra y el Fascismo y la dirección de un Willi Münzenberg a punto de caer en desgracia en la IC.

Todas estas iniciativas hacían hincapié en el valor edificante de lo personal, el principio rector de varias biografías publicadas en castellano en la primera mitad de 1936. La dedicada al alemán Wilhelm Pieck (El dirigente…, 1936) destacaba la plástica jerárquica del culto a la personalidad al evocar la apertura de las sesiones del VII Congreso de la IC: «En el palco […] se halla Stalin, el gran jefe querido [y en la tribuna, abriendo las sesiones, Pieck], uno de los mejores de [la] cohorte [bolchevique]». Después recalcaba el capital político fruto del linaje, representado por la camaradería entre Pieck, Liebknecht y Rosa Luxemburg, presentados como fundadores del KPD; o entre Thälmann y Pieck, «su fiel compañero de armas». Semejantes rasgos de reconocimiento se combinaron con citas a los orígenes proletarios de Pieck y a su activismo anterior a la I Guerra Mundial, patentizando la imagen del militante, casi anónimo pero entregado sin fisuras, capaz de construir su conciencia política hasta colaborar en el alumbramiento de la Liga Espartaquista. La narración consagrada a Giuseppe Amoretti (Los héroes…, 1936), uno de los fundadores del PCI, desplegó, por su parte, una triple semblanza: la del biografiado, la de Antonio Gramsci entendido como carismático dirigente y, ante todo, la biografía orgánica del partido, en especial durante el período de clandestinidad y represión fascista. Finalmente, la dedicada al cuadro de segundo nivel del KPD Rudolf Klaus (1936), ofrecía un ejercicio de culto reflejo de Thälmann o Dimitrov, en cuanto reos modélicos del nazismo, junto a una semántica propia del antifascismo atroz que no reparó en subrayar detalles de la ejecución de Klaus, sufrida en diciembre de 1935.

El secretario general del partido británico, Harry Pollitt (‍1936), se responsabilizó de la necrológica dedicada al indio Shapurji Saklatvala, un texto que pone de manifiesto una variante más en las biografías heroicas de mediados de los años treinta: la representada por la dirigencia geográficamente más periférica. La semblanza permitía resaltar la naturaleza global del movimiento comunista al hermanar, en su retórica final, a los «campesinos del Penjab [o a] los tejedores de Bombay y Calculta» con los obreros de las «minas de Gales del Sur [o] de los centros algodoneros de Lacanshire». Pero Pollitt no empleó en ningún momento los vocablos imperialista o colonial ni singularizó ningún rasgo de la situación india. En su lugar, manejó una doble apreciación occidentalista respecto a Saklatvala. Desgranó, con cierto detalle, su currículum profesional y político como emigrado perfectamente asimilado en la metrópoli desde inicios de siglo y no olvidó apuntar tampoco su formación política en la Unión Soviética («el Estado de los pueblos libertados»), todo ello adobado con un innegable aire paternalista y de subordinación del comunismo indio al británico.

Tom Buchanan (‍2016) se ha preguntado si la solidaridad del movimiento comunista con España desde 1936 no encubrió otros focos de tensión colonial carentes de interés para la URSS, como la cuestión palestina o la ocupación de Abisinia, un escenario que sí sirvió de punto de atención para comunistas y filocomunistas caribeños y africanos, como Jomo Kenyatta. Cuestión distinta era la ocupación de Manchuria y la prolongada Guerra Civil china. Algo más de un año después de la Reunión de Zunyi (1935), la asamblea que consagró el liderazgo de Mao Zedong, La Internacional Comunista dedicó un número monográfico «a la China revolucionaria de hoy» que incluía varias biografías, entre ellas una del propio Mao (Mao Tze Dun, 1936). Su retrato incorporó los estándares de la hagiografía heroica comenzando por las virtudes personales —modestia, carisma, raíz popular, apasionado activismo, conocimiento de «la mentalidad del pueblo»…—, sin olvidar ciertas pinceladas de exotismo orientalista (‍Said, 2002), con campesinos harapientos y bulliciosas ciudades. Y, en aparente armonía, sumó un diagnóstico político potencialmente comprensible para el lector español al situar el escenario chino en las coordenadas del imaginario compartido, aquel que hablaba de pervivencias feudales, «parásitos explotadores», rivalidades imperialistas o agresividad fascista.

IV. LA GUERRA CIVIL: REFLEJOS Y TRANSFERENCIAS[Subir]

Otra vía para la aparición de biografías heroicas en castellano derivó directamente de las prácticas del culto a la personalidad de matriz soviética. Muchos textos fueron materiales suministrados a la IC y después canalizados mediante las editoriales del PCE, o bien literatura generada por la Sociedad para las Relaciones Culturales con el Exterior (VOKS) puesta a disposición de las Asociación de Amigos de la URSS (AUS). Formalmente independiente del partido, la AUS en realidad formaba parte de una red integrada en la miríada de organizaciones de masas dependientes de la IC. Su sección española se había constituido en abril de 1933 con el respaldo de un nutrido y heterogéneo grupo de intelectuales de izquierda encabezado por los comunistas Wenceslao Roces y Luis Lacasa. Pronto editó —en una primera etapa entre los veranos de 1933 y 1934— la cabecera mensual Rusia de Hoy, temática y visualmente deudora de otras publicaciones del VOKS, como SSSR na stroyke (URSS en Construcción), una revista aparecida en varios idiomas caracterizada por un material fotográfico de gran calidad (‍Wolf, 1999). Rusia de Hoy respondía al mismo patrón: sus reportajes exaltaron la planificación imperativa, el universo igualitario simbolizado por el deporte, crónicas sobre la mujer y la infancia, o algunos artículos conmemorativos y biográficos, todo ello como expresiones visuales de la idea de imparable desarrollo soviético.

Europa-América, uno de los principales sellos editoriales ligados al PCE, editó, por su parte, la biografía soviética canónica de Stalin, obra de Volin e Ingulof (‍1938). El texto se adecuaba a unos estándares plenamente consolidados ya en el culto soviético a la personalidad. En su primera parte formulaba un recorrido hagiográfico por su temprana militancia bolchevique. Resaltaba después la plena comunión con Lenin, su participación en los sucesos de 1917 —Stalin figuraba incluso como «organizador de las victorias de Octubre»— y su presencia en la política de los años veinte («el campeón de la construcción del socialismo en la URSS»), aunque invisibilizaba la compleja experiencia de la NEP. El segundo bloque de contenidos correlacionó, como culminación apologética, las cualidades personales y de liderazgo del georgiano —echando mano de los tópicos de la intransigencia, el trabajo, la firmeza, la vigilancia o la disciplina— y las virtudes del PCU(b) concebido como sujeto colectivo. Tal confluencia aportaba un cúmulo de enseñanzas para el movimiento comunista y legitimaba al «jefe del proletariado internacional». Idéntico maridaje alegórico entre sujeto individual y colectivo, e idéntica legitimación y pretensión pedagógica, presentó el Curso corto, la historia oficial del partido soviético publicada en la URSS en octubre de 1938. Fue un texto, por tanto, contemporáneo al de Volin e Ingulof. Y, de hecho, ambos resultaban perfectamente complementarios e intercambiables al aglutinar, sin equívoco posible, la trayectoria heroico-vital de Stalin y la épica-orgánica del partido.

La lógica del culto a la personalidad se basó en un juego de analogías y subalternidades, algo con cumplida presencia en obras soviéticas aparecidas en castellano. Como reflejo propagandístico de la tesis de Sheila Fitzpatrick (‍2016) acerca del «equipo de Stalin» —la práctica política del primus inter pares—, el culto se proyectó también hacia la elite de poder soviética. La AUS (‍1937) publicó, por ejemplo, una colección de breves biografías de los altos mandos militares del Ejército Rojo, significativamente titulada Los jefes. Y, descendiendo en la escala del capital político, pero no en la del potencial simbólico, Europa-América hizo lo propio con una serie de breves semblanzas ejemplares que, comenzando por Stajánov, quintaesenciaban las imágenes de productivismo industrial, la felicidad koljosiana, la vanguardia científica y las conquistas técnicas (A los 20 años…, 1938). Todos los nombres reseñados compartían un denominador común —orígenes populares y fidelidad al partido— y encarnaban el rostro multifacético del héroe socialista como peculiar self-made man, a un tiempo motor y resultante del sueño colectivo.

A este tipo de prácticas se sumaron, en la prensa del PCE o de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), otras representaciones que transferían hacia lo local el juego reflejo de las correspondencias y las subordinaciones internacionales. Por ejemplo, Mundo Obrero publicó el 9 de abril de 1937 un retrato de grupo. Lo coronaban las efigies de Lenin y Stalin sobre las de Dolores Ibárruri y el secretario general José Díaz, y en su base aparecía un mar de banderas rojas. El órgano de las JSU Ahora ofreció un reportaje sobre la inauguración de su escuela de cuadros con una composición gráfica parecida, que reforzaba la puesta en escena jerárquica, con los rostros de Lenin, Stalin y Dimitrov presidiendo la tribuna y los estudiantes en el patio de butacas (‍Los cuadros…, 1937). En cambio, cuando se trascendían los límites de lo orgánico y el relato se emplazaba en los ejes genéricos de la política española, la glosa biográfica podía incorporar otro tipo de equivalencias formuladas en pie de igualdad. Es lo que ocurrió en la simbólica fecha del 7 de noviembre de 1937, en una semblanza dedicada a Stalin asimismo aparecida en Mundo Obrero, en la que fue saludado como retrato más querido junto «a los rostros familiares de Azaña y Pablo Iglesias» (‍Stalin, 1937). Llegado el caso, Durruti o Iglesias fueron reseñados también según el patrón de la biografía heroica comunista. La conmemoración del medio año de guerra se ilustró en la portada de Mundo Obrero con las efigies gemelas de Francisco Largo Caballero y José Díaz y en su interior se recordó a los caídos —los comunistas Lina Odena y Antonio Coll, pero también a Durruti y Ascaso—, además de a héroes militares con perfiles políticos diversos, como Miaja, Líster o Modesto.

Durante la Guerra Civil no faltó tampoco el hábito, trasplantado desde la liturgia simbólica soviética e igualmente presente en los rituales inclusivos de la IC, de las salutaciones entusiastas. Una muestra la encontramos en el alborozado saludo del Comité Central del PCE a Stalin, en junio de 1938. El texto establecía una explícita equivalencia simbólica entre la lucha en España —guerra de independencia nacional—, la estrategia frentepopulista, la llamada a la resistencia, el culto a la personalidad y la idealización de la Unión Soviética[7]. Ya a escala local, tampoco faltaron saludos análogos dirigidos desde diferentes instancias del PCE a José Díaz, que ensalzaron su legitimidad carismática, la encendida afirmación de la identidad orgánica y la «justeza de la línea de nuestro partido»[8].

Todas las expresiones señaladas constatan la compleja mixtura entre el culto a la figura global y a la nacional, al héroe combatiente y la apropiación de otros nombres, agregados según la lógica del frentepopulismo inclusivo comunista. En este último sentido, es bien sabido que la guerra impulsó en el discurso del PCE la invocación de un patriotismo popular eficazmente personalizado en figuras procedentes de la tradición liberal radical e, incluso, de un populismo mítico con presumibles raíces históricas (‍Núñez-Seixás, 2006). Empero, se trataba de una estrategia formulada antes del 18 de julio. Si bien no tuvo resultados inmediatos, a finales de 1935 los servicios editoriales de la IC manejaron la idea de impulsar una literatura política más «nacionalizada». Se sugirió entonces una colección (Nuestras Tierras), que reuniese biografías sobre personajes tan dispares como el Cid, Bolívar, los constituyentes de Cádiz, Mariana Pineda, Abd-el-Krim o Pancho Villa. Su comité editorial estaría compuesto por reconocidos intelectuales, como Valle Inclán o García Lorca, aunque la responsabilidad efectiva debía recaer en nombres del PCE (César e Irene Falcón, Wenceslao Roces, César Arconada, Luis Lacasa o Ramón J. Sénder)[9].

«El empeño era así: clavar el astil con su tela brillante en la trinchera deshonrada con banderas extrañas». De este modo, el periodista comunista Eusebio Cimorra (‍1938) iniciaba un relato a caballo entre el panegírico necrológico de dos anónimos soldados —José Soler y Miguel Palón— y la exaltación patriótica. En aquel artículo el estandarte tricolor quedaba glorificado como símbolo de independencia frente a las enseñas de la invasión, las que tenían «garfios de horca en la cruz gamada, que se clava en la nuca sometida de Austria; que descuartiza la carne traicionada de Checoslovaquia». En otras necrológicas lo que dominó fue la férrea identidad de partido y su culminación en forma de postrero valor en el combate: «su vida ha sido el precio de una trinchera tomada al enemigo», afirmó Mundo Obrero al glosar al maestro sevillano Francisco Ariza (‍Nuestros héroes, 1936). La tradición del martirio comunista, tan cultivada en la semblanza internacional junto al antifascismo atroz, tuvo reflejo en la crónica firmada por el realizador Antonio del Amo (‍1937), dedicada al crítico cinematográfico Juan Piqueras, fusilado en Venta de Baños poco después de iniciarse la guerra. Del Amo, que había colaborado con Piqueras en Nuestro Cinema, evocó su ejecución, aunque sobre todo recordaba la confrontación en Gaceta Literaria con Giménez Caballero o el pionero atrevimiento de Piqueras, promotor de la exhibición de los primeros filmes soviéticos en Madrid y de «la crítica marxista de los hechos y las cosas».

Además de Clara Zetkin y, más ocasionalmente de la rumana Ana Pauker, la galería de héroes internacionales comunistas era eso, esencialmente un sumatorio de hombres. Incluso la autoría femenina de algún relato biográfico parecía esconder un cierto aire de subordinación. Edgar Andrée. Mon compagnon de vie et de lutte: así se tituló la biografía de Martha Berg (‍1936) dedicada a su esposo. La gran excepción en este panorama fue, por supuesto, Pasionaria. Dolores Ibárruri biografió someramente a Lenin según los cánones del recuerdo necrológico (‍Pasionaria, 1937). Le presentó como el «cerebro maravilloso» de 1917, confrontó «el espíritu mediocre del renegado Trotsky» frente a Stalin, el «compañero entrañable de Lenin», o puso en valor la decisiva intervención de este último en la solidaridad con la España republicana. La glosa es buena muestra de la anulación de una autoría efectiva —sustituida por un cúmulo de lugares comunes y fórmulas de estilo— y, más aún, de cualquier especificidad femenina en el relato. Pero también expresa el flexible recurso a lo coyuntural en la biografía heroica, en este ejemplo de nuevo escorada hacia la situación española, junto al catálogo de virtudes morales en la tipificación de lo individual.

La proyección de una determinada feminidad heroica encarnada en Pasionaria se localizó en otros aspectos asociados con su exaltación como mujer doliente. Ibárruri asumió también un arquetipo viril —vinculado con los valores de la fortaleza, el valor o la capacidad de iniciativa— y derivó hacia el rol integrador de trastocarse en madre de todos los combatientes (‍Llona, 2016). Y, por encima de cualquier particularidad de género, fue categorizada como referente inclusivo popular-nacional antifascista por antonomasia. Un sesgo nacido de su infancia de privaciones, nutrido por una preclara conciencia de explotación y consagrado gracias a la pronta militancia de partido. Este itinerario, igualmente presente en otros muchos relatos internacionales, como Fils du peuple, figuró en biografías dirigidas tanto al consumo exterior como local (La Pasionaria…, 1937 y Biografía…, 1938). Resultó una evidencia más, por tanto, de la naturaleza transnacional otorgada a la personalidad modélica comunista. En esa personalidad descollaban los activos morales y actitudinales entre los que no faltó el trascendentalismo místico. Tras la publicación de cien mil ejemplares de una biografía de Pasionaria de Stella Blagoeva —responsable de la sección de cuadros mediterráneos de la IC—, un rotativo soviético la glosó como figura taumatúrgica («exalta a los audaces, devuelve el valor a los fatigados y transfigura a los tímidos») (‍Se editan…, 1937). Según Keenia Sukovskai (‍1937), la actriz encargada de llevarla a los escenarios soviéticos, Ibárruri reproducía el patriotismo de la ardorosa devoción. Y ya en una semblanza española, se consideró que había sido escogida «por el destino para soportar el martirio espantoso» propio de una «redentora» (Episodios…, 1937).

La dicotomía entre identidad comunista e identidad popular se resolvió en otros casos a través de tratamientos diversos. La serie Biografías de Jóvenes Dirigentes, publicada en Ahora y La Hora en el otoño de 1937, ofreció unos relatos que remarcaban la bolchevización en el liderazgo de las JSU. Mediante un enfoque común, independientemente del origen socialista o comunista de los glosados, sus narraciones subrayaron el valor del sacrificio como médula de la vida de partido —«en la adversidad se conocen las personas», se afirmó en la dedicada a Claudín (‍Fernando Claudín, 1937)[10]—. Otras semblanzas se movieron, en cambio, en un estilo más banal que combinó la idealización y las marcas de proximidad populares, como ocurrió con la biografía de Francisco Antón escrita por el periodista comunista Clemente Cimorra (‍1937). Apareció en Estampa, una revista gráfica generalista dirigida antes de la guerra a un público femenino de clase media que, tras el 18 de julio, acabó situada en la órbita del PCE. Tal trayectoria permite explicar esa orientación más ligera, alejada de los plúmbeos estereotipos semánticos de partido.

Otro tanto cabe indicar de las autobiografías —en realidad, reportajes que incluían fragmentos de entrevista— de la serie «La vida de los caudillos populares, contadas por ellos mismos», publicada en Mundo Gráfico a mediados de 1937. Las dedicadas por José Romero Cuesta a Valentín González, el Campesino, o a Enrique Líster, brindaban una imagen directa, incluso bronca, de ambas figuras. Eran el paradigma de hombres venidos de lo más profundo de la raíz popular que derivaban en epítomes de bravura heroica. Del Campesino se acentuó, por ejemplo, su espíritu indómito y los ecos de «bizarras resonancias de romance». El relato vital se salpimentaba con abundantes anécdotas sobre una figura «como para temer su cólera y jugar con su alegría como un chiquillo», que había tenido «una vida rebelde que parece una novela revolucionaria» (‍Romero Cuesta, 1937). Un personaje, en suma, equiparable a la personalidad folclórica del guerrillero, en coherencia con el paralelismo establecido entre la Guerra Civil como lucha por la independencia y la memoria popular mítica de 1808.

V. PRÁCTICAS DE ESPAÑOLIZACIÓN[Subir]

El 3 de diciembre de 1936 André Marty redactó una durísima carta, enviada a José Díaz. Dos días antes había muerto en el frente de Madrid Hans Beimler, miembro del Comité Central del KPD. Marty se quejaba amargamente de que el Estado Mayor de las BBII en Albacete había dispuesto una capilla ardiente y una guardia de honor, que esperó toda la noche la llegada del cadáver en tren. Sin embargo, los restos de Beimler fueron trasladados a Albacete por carretera y acabaron en el ayuntamiento por decisión de los responsables del Quinto Regimiento. «Estarás de acuerdo conmigo que una tal actitud es inadmisible», escribió, hasta considerar que se trató de un puro sabotaje[11].

Esta ácida nota constata el acelerado y sobresaliente eco simbólico que adquirió Beimler no solo en el panteón comunista, sino también en el más genérico del antifascismo. Su figura fue objeto de numerosas glorificaciones. El propio Marty le glosó el 4 de diciembre, en un discurso pronunciado en Albacete, como héroe global y preclaro dirigente del KPD, el «amigo» y «hermano» que encarnaba el pacto de sangre suscrito entre el antifascismo transnacional y la lucha española. Idéntico leitmotiv —que recalcaba la confluencia «glocal» entre el caído alemán y los parámetros nacionales, internacionales e internacionalistas en que se movía la Guerra Civil— sirvió de eje para la publicación conmemorativa Madrid honra a Hans Beimler (‍1937). La obra incluyó desde la exaltada poética de Rafael Alberti al testimonio personal del chófer español de Beimler, al tiempo que fundía su figura con el retrato épico de la capital, el emblema de una imbatible resistencia con resonancias mundiales.

Las BBII constituyeron una incesante cantera de biografías edificantes, en muchas ocasiones confeccionadas desde los aparatos de propaganda de unidades o servicios con vistas a su publicación. En otros casos, derivaron de características y evaluaciones sometidas a una inicial circulación restringida en las estructuras militares u orgánicas comunistas. No faltan, en este sentido, informes que hacían inventario de hechos o caídos heroicos que acabaron trasplantados en semblanzas más o menos extensas, como las dedicadas a Max Duppler o a Frtiz Klamm, muertos en la batalla de Teruel a inicios de 1938[12]. Las autobiografías privadas de partido, o los materiales que testaban actitudes y currículos, se reaprovecharon igualmente a la hora de confeccionar biografías colectivas que categorizaron al cuadro comunista óptimo que combatía en España, recalcando la disparidad de sus orígenes geográficos y la unicidad de la identidad transnacional de partido[13].

La misma síntesis se produjo en la propaganda española gracias a distintos registros, ya fuese mediante la exaltación heroica —representada por ejemplo en la figura de Beimler—, o bien a través de otras estrategias de proximidad, como la personalizada por Bettini Bruno, un anónimo voluntario de la Brigada Garibaldi enaltecido en Estampa como el «hijo de un general de Mussolini» que vino a España a combatir el fascismo (‍Hombres…, 1937). Con vistas a reforzar «la emulación en la resistencia al invasor y [la] heroicidad de nuestros soldados», desde Frente Rojo se animó en julio de 1938 a todos los comités de brigada de la 45.ª División a «buscar corresponsales» que preparasen «listas de combatientes destacables por acción de heroicidad» y mandasen reportajes pensando en que habrían de leerlos el soldado del frente y el civil de la retaguardia[14].

Otra estrategia fue la indigenización de nombres legendarios del imaginario transnacional que se sometieron a dinámicas de españolización. La ductilidad de memoria dominó, por ejemplo, en una glosa dedicada en Mundo Obrero a Liebknecht días después del aniversario de su asesinato (‍Carlos Liebnecht, 1937). Su muerte fue presentada, evitando cualquier implicación del SPD, como obra del «militarismo alemán», antecedente directo de los fascistas «que ahora tratan de esclavizar al pueblo español». El retrato de Thälmann encabezó una encendida crónica de Mariano Perla (‍1937) que describía la presencia por diferentes puntos de la geografía española del batallón homónimo. Y cuando no fue posible echar mano de dirigentes comunistas locales, se ensalzó la memoria del patriotismo popular radical: así pasó con la evocación de Jarosław Dombrowski, el oficial polaco que murió combatiendo en las barricadas de la Comuna parisina (‍Entefen, 1937).

La exaltación de Thälmann y Dombrowski en su peculiar versión española era una forma de asociar la singularidad de lo personal con el mito de memoria, pedagógico y proselitista, en su traducción comunista. Un didactismo que cabe relacionar, a su vez, con el empeño socializador, asimismo de factura comunista, desplegado en las BBII. La necesidad de paliar tensiones y asegurar un control más centralizado desembocó, en enero de 1938, en la decisión de transferir a los militantes extranjeros encuadrados en las BBII al PCE, bajo la máxima de «un solo partido, el partido comunista español»[15]. Durante aquel año se afiliaron alrededor de 2000 brigadistas, una cuantía pequeña frente al total de comunistas, estimado en enero en cerca de 9500. Paralelamente, se animó a la creación en las unidades militares de células del PCE compuestas por extranjeros, un microcosmos en el que se impulsaron diversas dinámicas inclusivas en las que los contenidos históricos jugaron un papel esencial. Así, en diciembre de 1938 se impartieron diversas sesiones al colectivo yugoslavo, con temas como «Iglesia e inquisición», «historia política de España», la «sublevación de octubre en Asturias, 1934» o la «organización de las elecciones y el triunfo del Frente Popular»[16]. En una célula integrada por rumanos se combinó la explicación de la historia de España con la «situación nacional de Rumanía»[17].

Enfoques similares se practicaron en los cursos puestos en marcha desde mediados de 1937 en las escuelas de cuadros. El destinado a la formación de comisarios italianos, iniciado en octubre en Pozo Rubio, fue muestra de ello. Se organizó en tres módulos: cursos militares, estudio de español y especialización política. En este último se dedicaron quince horas a estudiar la historia y la estructura social y económica española. Treinta horas más correspondían a lecciones sobre el fascismo y a sus implicaciones internacionales, incluyendo la creación de las BBII y su «importancia para la lucha antifascista en Italia». El resto del temario estuvo centrado en la evolución de la guerra y en asuntos como el Frente Popular, el campesinado, el anarcosindicalismo o el papel de los comisarios. Entre sus materiales docentes figuraron textos divulgativos y materiales orgánicos del PCE o de la IC, algunas traducciones del alemán o publicaciones periódicas en italiano[18].

VI. CONCLUSIONES[Subir]

Una sucinta caracterización manuscrita dedicada al secretario de organización del PCE, Pedro Checa, insistía en el compendio virtuoso que reunía el buen comunista, distinguido por el sacrificio y la entrega sin mácula al partido, por la inteligencia y por la «extraordinaria capacidad de trabajo». En una llamada en pie de página, su anónimo autor reconocía que «eran notas redactadas de memoria», por lo cual convenía ampliarlas con otras impresiones de aquellos que «conocen personalmente» a Checa. El apunte pone de manifiesto la variada mecánica que podía confluir en la confección del relato heroico, nutrido por un esquema formal característico, determinados estándares narrativos o de contenido y, además, por posibles acotaciones obtenidas gracias al conocimiento personal[19]. De hecho, las vivencias compartidas constituyeron el factor decisivo a considerar en el proyecto de una biografía de autoría colectiva dedicada a Trifón Medrano, dirigente comunista de las JSU muerto a causa de una explosión fortuita en Bilbao, en febrero de 1937. «Los camaradas que le hayan conocido, todos los que recuerden rasgos de su vida» debían contactar con Alianza, el sello editorial de la organización, si deseaban participar en la obra (‍Un libro…, 1937).

Según se ha resaltado en este trabajo, la biografía heroica debe abordarse desde una perspectiva múltiple. De una parte, nos habla de moldes narrativos y políticos, propios de una cultura comunista de alcance global. Sus relatos repicaron, una y otra vez, un arquetipo heroico intercambiable por encima de las fronteras nacionales. Presentaba a un personaje indiscutiblemente popular, en sus orígenes e ideales, envuelto en un devenir dinámico y proyectivo, en el cual las dificultades —las penurias laborales, el duro activismo, la frecuente represión…— facilitaban la transformación personal hasta desembocar en una identidad comunista «a tiempo completo» (‍Albeltaro, 2016: 364). Los valores políticos personales se correspondían con las cualidades morales, y ambos se oponían a la contra-imagen representada por una vasta pluralidad de enemigos. En resumen, estos textos ofrecían una constelación de casos como metáforas del poder de la voluntad y de la fuerza del voluntarismo, a través de un periplo en el que los individuos vivían una metamorfosis en forma de «viaje hacia la luz» (‍Hellbeck, 2009).

Las biografías heroicas evidenciaron, además, una doble pedagogía. En cuanto corpus de historias personales, contaron con una amplia galería de maestros y ejemplos de vida, así como con un abundante panteón de caídos y de mártires represaliados, ensalzados como faros a seguir por la comunidad comunista. Simultáneamente, manifestaban ópticas de tratamiento relativamente flexibles y situaciones particulares concretas, aunque ensamblables con la historia de la organización nacional en que se integraron sus protagonistas o, ya en un plano superior, con la IC, concebida como partido de acción y ascendente mundial. En todo caso, la esencia de la biografía edificante siempre estribó en su intencionalidad proselitista, en su virtualidad para ser pública y acabar publicada. De ahí su creciente presencia en medios diversos dentro de las coordenadas genéricas del agitprop según la acepción leninista de formar/educar en el corto y largo plazo. Y de ahí también la posibilidad de indigenizar a algunas figuras, de ajustarlas a ciertos parámetros de proximidad según fuese su consumo objetivo.

Las biografías heroicas formaron parte de un marco político-cultural mayor, en el que se integraron fenómenos como la exaltación de la emulación socialista, el estajanovismo y el culto a la personalidad, cuyo referente maestro estuvo encarnado en la mitificación de la figura de Stalin. Pero, asimismo, cabe considerar que complejizaron ese mismo culto puesto que no dejaban de patentizar una cierta fragmentación del hecho hagiográfico. La producción y alcance transnacional de sus relatos constataron, a su vez, unas dinámicas amplias y diversificadas, algo que quiebra la imagen reduccionista de una todopoderosa matriz soviética y de unas líneas unívocas de subordinación, política y discursiva, desde el centro hacia la periferia geográfica de ese marco político-cultural.

Joachim Häberlen (‍2012) ha subrayado la percepción de la URSS no como centro impositivo, sino como lugar donde parecía que «los sueños se habían hecho realidad». Esa fue la visión entre los afiliados o simpatizantes comunistas europeos o americanos de los años treinta. Otra muestra más de diálogo entre lo local y lo transnacional se evidenció mediante la identificación de problemas cotidianos y discurso global. Algo manifestado, por ejemplo, a través de la eficaz subsunción del ideal internacionalista en prácticas antirracistas en el comunismo norteamericano, en la solidaridad anticapitalista juvenil gracias a las espartiquiadas o en la socialización de colectivos inmigrantes mediante el activismo sindical comunista, un aspecto especialmente destacable en Francia. Tales cuestiones invitan a repensar las categorías de internacional e internacionalista no como entes abstractos, sino como locus cercano y comprensible en el que operó una cultura en red obsesionada por la legitimación soviética, pero asimismo atenta al axioma de que las experiencias concretas servían de enseñanza para todo el entramado. Esa misma lógica imperó, como constante, en la circulación internacional de biografías o figuras heroicas.

Al tiempo, dicha cultura política requirió de redes cada vez mejor engrasadas. Las de cariz cultural y propagandístico resultaron especialmente relevantes. Estuvieron alimentadas por una ingente pléyade de publicaciones, patrocinios, asociaciones de intelectuales y de escritores, o bien por la gestión de bibliotecas, escuelas, ateneos, teatros, cines o clubes. Tampoco faltó la organización de viajes, entre ellos el deseado peregrinaje a la Unión Soviética normalmente encauzado a través de las AUS o por departamentos de intercambio cultural soviéticos (‍Stern, 2007). Y ahí operaron instancias de socialización por ejemplo de tipo lingüístico, como las impulsadas por las secciones de inmigrantes del Partido Comunista Argentino o del PCF, además de núcleos de ayuda o solidaridad con presencia en múltiples espacios a través de discursos de amplio espectro que combinaron, como si fuesen dos caras de una misma moneda, un armónico maridaje entre lo colectivo y lo personal (‍Weiss, 2016).

NOTAS[Subir]

[1]

Resultado del proyecto ref. PID2020-116323GB-I00, Programa Estatal de Generación de Conocimiento y Fortalecimiento Científico y Tecnológico del Sistema de I+D+i, MICINN.

[2]

Archivo Estatal Ruso de Historia Socio-Política (RGASPI), Moscú, 545/6/764.

[3]

RGASPI 495/17/258 y 545/6/368.

[4]

RGASPI, 531/1/72.

[5]

RGASPI, 495/18/1075.

[6]

RGASPI, 495/18/1034.

[7]

Archivo Histórico del Partido Comunista de España, Madrid, Documentos, 19.

[8]

Véase el mensaje remitido a Díaz por el Comité Sub-Radio Centro de Madrid en septiembre de 1937, Centro Documental de la Memoria Histórica (CDMH), Salamanca, PS-Madrid, 474/17/24.

[9]

RGASPI, 495/78/138.

[10]

Otra muestra similar la encontramos en una serie de biografías confeccionadas para su posible publicación en la que se glosaban los currículos políticos de varios gobernadores civiles comunistas, como Luis Cabo Giorla, Virgilio Carretero y Vicente Talens, CDMH, PS-Madrid, 440/20/1, 445/14/1 y 445/14/2.

[11]

RGASPI, 545/6/3.

[12]

RGASPI, 545/2/175.

[13]

Véase, por ejemplo, la galería de nombres —Marcel Sagnier, Henri Tangui, Ernst Blank, Hans Khale, Aldo Morandi, Szyr Gershon o John Gates, entre otros muchos— conservada en RGASPI, 545/1/61.

[14]

RGASPI, 545/3/28.

[15]

RGASPI, 545/2/73.

[16]

RGASPI, 545/3/748.

[17]

Ídem.

[18]

RGASPI, 545/2/81.

[19]

CDMH, PS-Madrid, 86/34.

Bibliografía[Subir]

[1] 

A los 20 años de la Revolución de Octubre. Los hombres en el país de los Soviets. (1938). Barcelona: Europa-América.

[2] 

Albeltaro, M. (2016). Cultura política, estilos de vida y dimensión existencial. El caso de los comunistas italianos. En A. Bosch e I. Saz (eds.). Izquierdas y derechas ante el espejo. Culturas políticas en conflicto (pp. 363-378). Valencia: Tirant le Blanch.

[3] 

Amoretti, G. (1936). Los héroes de la lucha antifascista en Italia. La Internacional Comunista, 4, 344-‍350.

[4] 

AUS (1937). Los jefes. s. l.: Ediciones AUS.

[5] 

Barbusse, H. (1935). Connais-tu Thaelmann. Paris: Comité pour la Libération de Thaelmann et des Antifascistes Allemands Emprisonnés.

[6] 

Barbusse, H. y Toller, E. (s. f.). Crime contra Thaelmann, crime contre nous tous. Paris: Edition du Comité pour la libération de Thaelmann et de tous les antifascistes emprisonnés.

[7] 

Berg, M. (1936). Edgar Andrée. Mon compagnon de vie et de lutte. Paris: Éditions Universelles.

[8] 

Biografía. Dolores Ibárruri. «Pasionaria». (1938). Madrid: Prensa Obrera.

[9] 

Bonnell, A. G. (1989). The Lassalle cult in German Social Democracy. Australian Journal of Politics and History, 35 (1), 50-60. Disponible en: https://doi.org/10.1111/j.1467-8497.1989.tb00004.x.

[10] 

Buchanan, T. (2016). The dark millions in the Colonies are unavenged. Antifascism and Anti-Imperialism in the 1930s. Contemporary European History, 24 (4), 645-‍665. Disponible en: https://doi.org/10.1017/S0960777316000394.

[11] 

Bunk, B. D. (2003). Revolutionary Warrior and Gendered Icon: Aida Lafuente and the Spanish Revolution of 1934. Journal of Women’s History, 15 (2), 99-‍122. Disponible en: https://doi.org/10.1353/jowh.2003.0047.

[12] 

Cimorra, C. (1937). Francisco Antón, el hombre de nuestra guerra. Estampa, 25-12-1937, p. 7.

[13] 

Cimorra, E. (1938). Porfía de una bandera española. Comisario, 10, 31-‍34.

[14] 

Claudín, F. (1937). La Hora, 29-10-1937, p. 5.

[15] 

Clark, K. (2011). Moscow, the Fourth Rome. Stalinism, Cosmopolitanism, and the Evolution of Soviet Culture, 1931-‍1941. Harvard: Harvard University Press. Disponible en: https://doi.org/10.4159/harvard.9780674062894.

[16] 

Cruz, R. (1999). Pasionaria. Dolores Ibárruri, historia y símbolo. Madrid: Biblioteca Nueva.

[17] 

Davies, S. (2004). Stalin and the making of the leader cult in the 1930s. En B. Apor et al. (eds.). The Leader Cult in Communist Dictatorships. Stalin and the Eastern Bloc (pp. 29-40). London: Palgrave Macmillan. Disponible en: https://doi.org/10.1057/9780230518216_2.

[18] 

Del Amo, A. (1937). Juan Piqueras, asesinado por el fascismo. Estampa, 6-3-1937, p.5.

[19] 

Dimitrov, G. (1934). Debout pour sauver Thaelmann. Paris: Éditions Mondiales.

[20] 

Donofrio, A. y Rueda, J. C. (2017). Proyecciones de memoria del largo 1917: ecos simbólicos en el Partido Comunista de España y el Partido Comunista Italiano. Diacronie. Studi di Storia Contemporanea, 31 (3), 1-‍18. Disponible en: https://doi.org/10.4000/diacronie.6107.

[21] 

Drachewych. O. (2019). The communist transnational? Transnational studies and the history of Comintern. History Compass, 17, 1-‍12. Disponible en: https://doi.org/10.1111/hic3.12521.

[22] 

Dullin, S. y Studer, B. (2018). Communism + transnational: the rediscovered equation of internationalism in the Comintern years. Twentieth Century, 4, 66-‍95. Disponible en: https://doi.org/10.3898/175864318823243726.

[23] 

El dirigente de los bolcheviques alemanes. Guillermo Pieck. (1936). La Internacional Comunista. 6, 529-‍535.

[24] 

Entefen. (1937). El conocido bandido polaco Dombrowski lucha con su batallón en los frentes de Madrid, anuncia Radio Burgos. Estampa, 22-6-1937, pp. 7-8.

[25] 

Episodios de la epopeya española. Figuras y contrafiguras del drama. Dolores Ibárruri. (1937). La Libertad, 23-7-1937.

[26] 

Fernández Armesto, F. (1932). La misión de la literatura proletaria revolucionaria en España. Bolchevismo, 3, 34-‍37.

[27] 

Fischer, E. (1936). Más agitación, más propaganda. La Internacional Comunista, 6, 498-‍505.

[28] 

Fitzpatrick, S. (2016). El equipo de Stalin. Los años más peligrosos de la Rusia soviética, de Lenin a Jrushchov. Barcelona: Crítica.

[29] 

Gill, G. (1980). The Soviet leader cult: reflections on the structure of leadership in the Soviet Union. British Journal of Political Science, 10, 167-‍186. Disponible en: https://doi.org/10.1017/S0007123400002088.

[30] 

Ginard, D. (2013). «La madre de todos los camaradas». Dolores Ibárruri como símbolo movilizador de la Guerra Civil a la transición posfranquista. Ayer, 90 (2), 189-‍216.

[31] 

Häberlen, J. C. (2012). Between global aspirations and local realities. The global dimension of Interwar Communism. Journal of Global History, 7, 415-‍437. Disponible en: https://doi.org/10.1017/S1740022812000265.

[32] 

Hellbeck, J. (2009). Galaxy of black stars: the power of Soviet biography. American Historical Review, 114 (3), 615-‍624. Disponible en: https://doi.org/10.1086/ahr.114.3.615.

[33] 

Hombres de la Internacional. El hijo de un general de Mussolini está en la Brigada Garibaldi. (1937). Estampa, 22-5-1937, p. 7.

[34] 

Katayama, S. (1933). En memoria del abnegado combatiente de la revolución proletaria mundial. (2010). La Internacional Comunista, 12, 45-‍46.

[35] 

Katayama, S. y otros. (1933). A la memoria del camarada Gusev. La Internacional Comunista. 8, 8-‍10.

[36] 

Klaus, R. (1935). La Internacional Comunista, 1, 45-‍49.

[37] 

La Pasionaria. Dolores Ibárruri. (1937). Paris: Bureau d´Editions.

[38] 

Lalouette, J. (2014). Jean Jaurès. L´assassinat, la gloire, le souvenir. Paris: Perrin.

[39] 

LaPorte, N. y Morgan, K. (2008). Kings among their subjects? Ernst Thälmann, Harry Pollitt and the leadership cult as Stalinization. En N. LaPorte, K. Morgan y M. Worley (eds.). Bolshevism, Stalinism and the Comintern. Perspectives on Stalinization, 1917-‍53 (pp. 124-145). New York: Palgrave Macmillan. Disponible en: https://doi.org/10.1057/9780230227583_7.

[40] 

LaPorte, N., Morgan, K. y Worley, M. (eds.) (2008). Bolshevism, Stalinism and the Comintern. Perspectives on Stalinization, 1917-‍53. New York: Palgrave Macmillan. Disponible en: https://doi.org/10.1057/9780230227583.

[41] 

Liebnecht, C. (1937). Mundo Obrero, 20-1-1937, p. 1. Disponible en: https://doi.org/10.1136/bmj.1.3965.20.

[42] 

Llona, M. (2016). La imagen viril de Pasionaria. Los significados simbólicos de Dolores Ibárruri en la II República y la Guerra Civil. Historia y Política, 36, 263-‍287. Disponible en: https://doi.org/10.18042/hp.36.11.

[43] 

López Villaverde, A. y Hernández Sánchez, F. (2021). Camaradas de un comité menor. Una larga guerra civil (1936-‍1947). Madrid: Sílex.

[44] 

Los cuadros lo deciden todo. (1937). Ahora, 6-6-1937, p. 6.

[45] 

Madrid honra a Hans Beimler. (1937).

[46] 

Maggi (Gennari, E.) et al. (1933). Al infatigable luchador de la clase obrera. La Internacional Comunista, 11, 7.

[47] 

Morgan, K. (2012). Comparative Communist History and the «Biographical Turn». History Compass, 10 (6), 455-‍466. Disponible en: https://doi.org/10.1111/j.1478-0542.2012.00858.x.

[48] 

Morgan, K. (2016). Staline, Dimitrov, et le culte de l´individu. Monde(s), 10 (2), 69-‍88. Disponible en: https://doi.org/10.3917/mond1.162.0069.

[49] 

Morgan, K. (2017). International Communism and the Cult of Individual. Leaders, Tribunes and Martyrs under Lenin and Stalin. London: Palgrave.

[50] 

Morgan, K. (2020). An exemplary communist life? Harry Pollitt´s Serving my Time in comparative perspective. En R. Toye y J. Gottlieb (eds.). Making Reputations: Power. Persuasion and the Individual in Modern British Politics (pp. 56-69). London: Bloomsbury.

[51] 

Nuestros héroes (1936). Mundo Obrero, 23-10-1936, p. 2

[52] 

Núñez-Seixas, X. M. (2006). ¡Fuera el invasor! Nacionalismos y movilización bélica durante la guerra civil española (1936-‍1939). Madrid: Marcial Pons.

[53] 

Pasionaria (1937). 21 de enero de 1924. Mundo Obrero, 21-1-1937. Disponible en: https://doi.org/10.25291/VR/1937-VLR-21.

[54] 

Pennetier, C. y Pudal, B. (2002). Les autobiographies des fils du peuple. De l´autobiographie édifiante à l´autobiographie auto-analytique. En C. Pennetier y B. Pudal (eds.). Autobiographies, autocritiques aveux dans le monde communiste (pp. 230-254). Paris: Belin.

[55] 

Pérez Ledesma, M. (1985). ¿Pablo Iglesias, santo? Anthopos, 45, 171-‍175. Disponible en: https://doi.org/10.1093/analys/45.3.171.

[56] 

Perla, M. (1937). En nombre de Thaelman. Estampa, 23-1-1937, pp. 7-8.

[57] 

Pisch, A. (2016). The Personality Cult of Stalin in Soviet Posters. Archetypes, Inventions and Fabrications. Sidney: Australian National University Press. Disponible en: https://doi.org/10.22459/PCSSP.12.2016.

[58] 

Plamper, J. (2012). The Stalin Cult: A Study of Alchemy of Power. New Haven: Yale University Press.

[59] 

Pollitt, H. (1936). Shapurdji Sactlatvala. La Internacional Comunista, 1, 51-‍54.

[60] 

Presidium del CE de la IC. (1933). Clara Zetkin, luchadora por la revolución proletaria mundial. La Internacional Comunista, 8, 7-‍8.

[61] 

Pudal, B. (2003). Récits édifiants du mythe prolétarien et réalisme socialiste en France (1934-‍1937). Sociétés and Représentations, 15, 77-‍96. Disponible en: https://doi.org/10.3917/sr.015.0077.

[62] 

Romero Cuesta, J. (1937). Cuando «el Campesino» tenía quince años, un fiscal le pedía la pena de muerte por un delito social. Mundo Gráfico, 16-6-1937, pp. 6-7.

[63] 

Said, E. (2002). Orientalismo. Madrid: Debolsillo.

[64] 

Se editan cien mil ejemplares de una biografía de nuestra camarada Pasionaria. (1937). El Sol, 31-8-1937, p. 4.

[65] 

Stalin, J. (1930). Rusia 1930. Madrid: Teivos.

[66] 

Stalin, J. (1933). El águila de las montañas. Octubre, 10-11-1933, pp. 2-4.

[67] 

Stalin, J. (1937). Mundo Obrero, 7-11-1937, p. 1. Disponible en: https://doi.org/10.2514/8.10186.

[68] 

Stern, L. (2007). Western Intellectuals and Soviet Union, 1920-‍1940. From Red Square to the Left Bank. New York: Routledge. Disponible en: https://doi.org/10.4324/9780203008140.

[69] 

Strong, C. y Killingsworth (2011). Stalin the charismatic leader? Explaining the cult of personality as a legitimation technique. Politics, Religion and Ideology, 12 (4), 391-‍411. Disponible en: https://doi.org/10.1080/21567689.2011.624410.

[70] 

Studer, B. (2020). Reisende der Weltrevolution. Eine Globalgeschichte der Kommunistischen Internationale Suhrkamp Taschenbuch Wissenschaft. Berlin: Suhrkamp Verlag.

[71] 

Studer, B. y Unfried, B. (1997). At the beginning of a history: Visions of the Comintern after the opening of the archives. International Review of Social History, 42 (3), 419-‍446. Disponible en: https://doi.org/10.1017/S0020859000114373.

[72] 

Sukovskai, K. (1937). La figura de «Pasionaria» en el teatro soviético. Ahora, 3-11-1937, p. 4.

[73] 

Thaelmann. (1934). Paris: s. e.

[74] 

Thorez, M. (1937). Fils du peuple. Paris: Éditions Sociales.

[75] 

Ulbricht, W. (1939). Ernesto Thaelmann y la lucha por la libertad del pueblo alemán. La Internacional Comunista, 2, 78-‍89.

[76] 

Un libro sobre Trifón Medrano escrito por toda la Juventud. (1937). Ahora, 26-9-1937, p. 2.

[77] 

Una aclaración. (1937). Frente Rojo, 31-7-1937, p. 4.

[78] 

Ventsel, A. (2011). Lenin is the Stalin of today: a deictic approach to the cult of leader. Russian Journal of Communication, 4 (1-‍2), 38-‍52. Disponible en: https://doi.org/10.1080/19409419.2011.10756789.

[79] 

Volin, W. e Ingulof, S. (1938). Stalin (bosquejo histórico). Barcelona: Europa-América.

[80] 

Weber, H. (1969). Die Wandlung des Deutschen Kommunismus. Die Stalinisierung der KPD in der Weimarer Republik. Frankfurt: Europäische Verlagsanstalt.

[81] 

Weiss, H. (2016) (ed.). International Communism and Transnational solidarity: radical networks, mass movements and global politics, 1919-‍1939. London: Brill. Disponible en: https://doi.org/10.1163/9789004324824.

[82] 

Werth, N. (2001). Le Stalinisme au pouvoir. Mise en perspective historiographique. Vingtième Siècle, 69 (1), 125-‍135. Disponible en: https://doi.org/10.3406/xxs.2001.1288.

[83] 

Wolf, E. (1999). When photographs speak, to whom do they talk? The origins and audience of SSSR na stroike (USSR in Construction). Left History, 6 (2), 53-‍82. Disponible en: https://doi.org/10.25071/1913-9632.5382.