RESUMEN

El texto se ocupa del significado político de la Ciudad Universitaria de Madrid, desde su creación en mayo de 1927 hasta la caída de la monarquía. Aborda la posición de sus promotores, un conjunto de catedráticos conservadores y católicos agrupados en torno a Alfonso XIII, y el alcance que tuvo en la política universitaria y en la acción cultural en el exterior. Analiza su caracterización internacional, que tuvo como punto de partida la relación con Hispanoamérica, y abarcó también los Estados Unidos y Euro­pa, así como la intensa campaña propagandística que quiso hacer de la Ciudad Universitaria madrileña el ejemplo más expresivo de la renovación y modernización de España. Y presta especial atención a su utilización como instrumento eficaz para reactivar el hispanoamericanismo.

Palabras clave: Ciudad Universitaria de Madrid; política universitaria; relaciones internacionales; hispanoamericanismo; Junta para Ampliación de Estudios; Alfonso XIII; dictadura de Primo de Rivera;

ABSTRACT

The text deals with the political significance of the University City of Madrid, from its creation in May 1927 to the fall of the monarchy. It addresses the position of its promoters, a group of conservative and Catholics professors grouped around Alfonso XIII, and its reach in university politics and foreign cultural action. The text analyses the international characterization of the University City of Madrid, which had the relationship with Spanish America as a starting point, and also covered the United States and Europe, as well as the intense propaganda campaign that would turn this University City into the most expressive example of the renovation and modernization of Spain. And it also pays special attention to its use as an effective tool to revive Spanish-Americanism.

Keywords: University City of Madrid; university policy; foreign relations; Spanish-Americanism; Asociación Católica Nacional de Propagandistas; Junta para Ampliación de Estudios; Alfonso XIII; Primo de Rivera’s dictatorship;

Cómo citar este artículo / Citation: Pérez-Villanueva Tovar, I. (2016). La Ciudad Universitaria de Madrid. Cultura y política (1927-1931), Historia y Política, 35, 47-70. doi: http://dx.doi.org/10.18042/hp.35.03

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SUMARIO

  1. Resumen
  2. Abstract
  3. 1. Una empresa educativa y benéfica de iniciativa regia
  4. 2. «La conquista de la Universidad oficial»
  5. 3. La caracterización internacional de la sede universitaria de la Moncloa
  6. 4. Las residencias de estudiantes
  7. 5. «La amistad triangular»
  8. 6. La propaganda en torno a «la magna obra»
  9. 7. Conclusión
  10. 8. Abreviaturas
  11. Notas
  12. Bibliografía

1. Una empresa educativa y benéfica de iniciativa regia [Subir]

La construcción de una nueva sede para la Universidad Central y su instalación en la Moncloa, un magnífico espacio montuoso y arbolado que constituía entonces el único parque natural abierto al público de los alrededores de Madrid[1], en el límite noroeste de la ciudad, con la Sierra de Guadarrama al fondo, fue una de las realizaciones más importantes –y desde luego la más difundida– de la política cultural española del primer tercio del siglo xx. Con vacilaciones y retrasos en su concepción y en su puesta en marcha, el proyecto se prolongó durante los últimos veinticinco años de la monarquía y la totalidad del periodo republicano. En julio de 1936 aún no se había completado, y la mayor parte de las obras estaban sin terminar.

Sus orígenes se remontan a octubre de 1911, cuando el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes encargó a una comisión, compuesta por seis catedráticos de la Facultad de Medicina y un arquitecto, que estudiara el anteproyecto y buscara el emplazamiento de un nuevo hospital clínico, muy necesario por las malas condiciones de las instalaciones sanitarias de la zona de Atocha, al sur de Madrid, en el dieciochesco e imponente –pero poco funcional– caserón de San Carlos y en un conjunto de edificios cercanos. La comisión no tardó en solicitar que se levantase también, junto al hospital, una nueva Facultad de Medicina, por la necesidad de que ambas instituciones estuvieran próximas. Y se pensó pronto en el entorno de la Moncloa, donde había ya pequeñas instituciones hospitalarias y benéficas, como el Instituto del Cáncer o el Asilo de Santa Cristina, y donde el Estado contaba además con una importante extensión de terrenos[2]. Finalmente, en el verano de 1921, el recrudecimiento de la Guerra de África y el Desastre de Annual, que sobrecogió a la opinión pública, precipitaron la construcción en el lugar conocido como Cerro del Pimiento de un conjunto de pabellones Docker –un tipo de edificación prefabricada y de carácter provisional– para poder atender, como había ofrecido el claustro de la Facultad de Medicina, a aquellos heridos que necesitaban tratamientos quirúrgicos y cuidados especiales[3].

El Real Decreto de 17 de mayo de 1927 puso en marcha la Ciudad Universitaria, planteada por deseo de Alfonso XIII como la única conmemoración de sus veinticinco años de reinado. La iniciativa se confió a una Junta Constructora, compuesta mayoritariamente por cargos académicos y catedráticos, que se concibió, de forma innovadora en la administración española, como un organismo autónomo, con personalidad jurídica, fondos y patrimonio propios y autonomía de gestión. Otro rasgo importante y atípico fue que el patronato del rey definido en el Decreto no se planteó con carácter simbólico, sino claramente decisorio. Y también resultó singular que entre los recursos financieros propios de la Junta se contase el producto neto de un sorteo extraordinario de la Lotería Nacional celebrado por vez primera el 17 de mayo de 1928 y repetido luego anualmente[4].

La amplia autonomía concedida a la Junta Constructora hizo que el ministro de Instrucción Pública, Eduardo Callejo, pese a ocupar por su cargo una de las vicepresidencias, tuviera muy poca influencia en la organización de la Ciudad Universitaria[5]. Otro tanto ocurrió con el general Primo de Rivera. La versión más repetida atribuyó la construcción de la Ciudad Universitaria a «la voluntad omnímoda e inquebrantable de nuestro patriota Soberano», e insistió una y otra vez en el caluroso beneplácito y el ferviente apoyo prestados por el marqués de Estella[6]. La Moncloa fue, en efecto, un asunto –y un espacio– que tomó para sí Alfonso XIII. En la primavera de 1927, el distanciamiento entre el rey y el general era ya un hecho[7], y ambos rivalizaban por conseguir mayor popularidad[8]. El protagonismo del rey en la Ciudad Universitaria, ejercido directamente o por mediación del secretario de la Junta Constructora, Florestán Aguilar, médico y catedrático sin significación política, vinculado tempranamente como odontólogo a la familia real[9], que actuó como su alter ego, puede entenderse como una respuesta al papel de actor principal que se había arrogado Primo de Rivera en la vida política española, como un intento de contrarrestar su omnipresencia y evitar sentirse postergado por su personalismo.

En los cuatro últimos años de la monarquía, la Ciudad Universitaria fue uno de los recursos más utilizados para reforzar y ensalzar la figura del rey. Sus valores y cualidades se presentaron en más de una ocasión como un trasunto de los de la Ciudad Universitaria, remitiendo unos y otros a la imagen de una España renovada y fortalecida: la doble finalidad que definió en un principio la nueva sede universitaria –empresa cultural y de beneficencia a un tiempo– se corresponde, por ejemplo, con la exaltación de Alfonso XIII como rey «inteligente y bueno»[10]. Y ni que decir tiene que la sede de la Moncloa se utilizó –y no poco– para apuntalar sus cada vez más menguados apoyos: en La correspondencia militar se afirmó sin ambages, en abril de 1930, que «la iniciativa regia» de la Ciudad Universitaria, solo equiparable a la de Felipe II en El Escorial, suponía un excelente aliciente para vivificar el «sentimiento monár- quico»[11].

2. «La conquista de la Universidad oficial» [Subir]

Para la definición y el desarrollo de la nueva sede universitaria, fue decisiva la presencia en torno al rey de ciertos sectores universitarios muy activos entonces, encabezados por catedráticos conservadores y católicos, comprometidos algunos con el régimen de Primo de Rivera, como Yanguas Messía, o simplemente fieles a Alfonso XIII, como el vizconde de Casa Aguilar, e incluso vinculados, los menos, a organismos de la Junta para Ampliación de Estudios, como Julio Palacios. Su empeño era llevar a cabo una reforma de la universidad que modernizase y prestigiase, de acuerdo con sus planteamientos, las instituciones de educación superior. Desde su punto de vista, ello implicaba en primer lugar recuperar funciones que sentían que les habían sido hurtadas en favor de una institución extrauniversitaria, la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, y remediar de paso lo que consideraban que había sido una dejación de funciones en manos –extranjerizantes y laicas– de la Institución Libre de Enseñanza, a la que atribuían además un enorme poder en el ámbito académico, y especialmente en la adjudicación de cátedras. Se produjo en esos sectores un rearme ideológico centrado en la política universitaria, y se impulsó un intento, bastante consistente y articulado, de recobrar terreno en el mundo universitario, que creían perdido a favor de los núcleos académicos e intelectuales cercanos a la Junta para Ampliación de Estudios y sus fundaciones.

Y se siguieron para ello dos vías paralelas. Por un lado –y así ocurre con el Decreto de 21 de mayo de 1926[12]–, se concretó el propósito de penetrar en la Junta para Ampliación de Estudios para controlarla desde dentro, nombrando el Ministerio de Instrucción Pública vocales sin respetar su autonomía. Paralelamente, y desde fuera, se tomó ejemplo de la Junta, cuyos resultados se querían desde luego emular, adoptando, con las debidas correcciones, algunas de sus actividades –entonces ya incuestionables–, lo que por añadidura tenía la ventaja de ir vaciándola de contenido o al menos de aminorar su alcance: así ocurrió, por ejemplo, con el establecimiento de Colegios Mayores en las universidades españolas por Real Decreto de 25 de agosto de 1926[13] –muy diferentes, por su dependencia directa de las universidades y por su carácter confesional, de la Residencia de Estudiantes fundada en 1910–, o con la concesión de pensiones en el extranjero que, en el caso de la Ciudad Universitaria, decidió la Junta Constructora en julio de 1930[14].

Aunque muchas de sus actuaciones, acordes con la perspectiva de cualquier universidad prestigiosa en Europa y Estados Unidos, no podían discutirse, la Junta para Ampliación de Estudios producía entre sus más enconados detractores una peculiar mezcla de rechazo y admiración. No había pasado desapercibida la inteligencia de su planteamiento, que la protegía de las interferencias administrativas y políticas y le concedía una flexibilidad y una capacidad de acción desconocidas hasta entonces en la administración española. De hecho, como ha señalado García de Enterría, el Real Decreto de 17 de mayo de 1927 está inspirado en el que creó la Junta para Ampliación de Estudios en enero de 1907[15], y no fue esta la única vez en que los procedimientos atribuidos a la Institución Libre de Enseñanza para influir en el ministerio y en la opinión pública fueron imitados por sus críticos católicos[16].

Muchos datos avalan lo que advirtió Jiménez Fraud sobre las «fuerzas interesadas ideológica, o mejor dicho, políticamente en ello» que intentaron, con el apoyo del rey, presentar la nueva sede universitaria de la Moncloa en oposición a la Junta para Ampliación de Estudios y sus fundaciones[17]. En El Debate, se describió la concesión de becas en el extranjero a cargo de la Ciudad Universitaria como una victoria contra «las sangrías» que sufrían las universidades por parte de ciertos organismos «con espíritu de suplantación», como un triunfo de «los verdaderos intereses españoles, libres de ciertas curatelas partidistas»[18]. A ello contestó Pijoan en El Sol con un artículo de título expresivo –«Kurdos y armenios»–, mostrando su sorpresa y su indignación al constatar que la decisión de la Junta Constructora de conceder pensiones se interpretaba como «un acto de desagravio a la Universidad» y se utilizaba para emprender un nuevo ataque contra la Junta para Ampliación de Estudios: «He llegado a oír –escribe– que cuando se fundó la Junta de la Ciudad Universitaria alguien dijo: “Ahora van a ver esos de la Junta”»[19]. La Confederación de Estudiantes Católicos, creada en buena medida para contrarrestar la influencia de la Institución en la universidad[20], apoyó con gran convicción la labor del rey y de la Junta Constructora en la Moncloa[21], y reclamó «incorporar a los Doctorados en la Ciudad Universitaria la parte de ellos que actualmente monopoliza la Junta de Ampliación de Estudios»[22].

La Ciudad Universitaria constituyó sin duda un objetivo esencial de la movilización de los católicos, que vieron en la dictadura nuevos cauces para «recatolizar» España no ya mediante la acción colectiva y la toma del espacio público, como venía ocurriendo desde principios de siglo, sino mediante la participación activa y el ejercicio del poder en las propias instituciones[23]. Fue la pieza más deseada de «la conquista de la Universidad oficial» a la que convocaba Ángel Herrera, en abril de 1927, a todos los propagandistas[24]. Lo afirmó de forma rotunda Fernando Martín-Sánchez en 1934: «Vamos a trabajar sin descanso por la conquista de la Universidad oficial, hasta que pueda colocarse en la Ciudad Universitaria un letrero que diga: “La generosidad de un Rey la inició; la fuerza de los Gobiernos y de la sociedad la terminó; el valor de los católicos españoles la conquistó”»[25].

3. La caracterización internacional de la sede universitaria de la Moncloa [Subir]

Uno de los aspectos más relevantes de la Ciudad Universitaria madrileña fue su caracterización internacional. «Universidad Hispánica»[26] se la denominó en algunos folletos, y el rey se refirió a ella como «la Ciudad Universitaria Española», expresando a la vez la intención de que sirviera para asegurar «el intercambio escolar entre España y los países americanos»[27]. La Junta Constructora amplió muy pronto a Iberoamérica el campo de actuación, y acordó –reflejo del entendimiento entre las dos dictaduras peninsulares– que los estudiantes de Portugal fuesen considerados como los iberoamericanos[28].

Algunos manifestaron su convencimiento de que la nueva Ciudad Universitaria acogería también «a los alumnos europeos atraídos por el prestigio de nuestra cultura»[29]. Y hubo quien llegó a decir que, además de constituir un «lazo de unión» entre España y los Estados Unidos, atraería por su excelencia a «cientos de estudiantes no solo españoles y americanos, sino de todas las partes del mundo»[30].

Aunque ya se había formulado con anterioridad la intención de recibir a estudiantes hispanoamericanos, la amplitud con que se planteaba en esta ocasión era una novedad. El rey no solo miraba a América, sino también a Europa en su conjunto, o, más exactamente, quería considerar los dos ámbitos a la vez, de forma que la Universidad de Madrid fuese para los hispanoamericanos «la antesala de Europa»[31]. Pero la pretensión era aún más ambiciosa. En 1924, Alfonso XIII anunció que había pensado en la necesidad de emprender la construcción de una gran universidad que no fuera solamente nacional, sino hispano-americana, «brindando a aquellos estudiantes que hoy se van a París y a Norteamérica la posibilidad de una formación científica y cultural netamente española»[32]. Y en 1930 añadió que todo estudiante de habla española «encontraría tan buenos o mejores maestros que en el resto de las Universidades de Europa y América, con la ventaja de no perder tiempo en aprender el idioma», y resultarle más familiar y cercana culturalmente[33]. «La Ciudad Universitaria de Madrid ha de ser –escribió Miguel de Zárraga– la Sorbona de los hispanoamericanos»[34].

Pero los impulsores de la Ciudad Universitaria de Madrid no solo pensaron en el atractivo de la Sorbona sobre los estudiantes extranjeros, creciente además desde comienzos de siglo[35], ya que tuvieron también muy presente el proyecto de la Cité Universitaire de París, que encontró en la prensa española, desde el momento de su aprobación, en junio de 1921, una rápida difusión y un elogio unánime. En el planteamiento de la nueva sede universitaria madrileña, hubo un intento de emular la obra de la Cité Universitaire, que se estaba construyendo en esos años. Planteada como un conjunto de residencias de diferentes países, con dependencias de vida comunitaria y de orden cultural y deportivo, pero al margen de las Facultades y Escuelas, la Cité Universitaire era una iniciativa innovadora, vinculada a la Universidad de París a través de una Fundación que, como la Junta Constructora de la madrileña, le aseguraba autonomía y flexibilidad en su funcionamiento.

Su intención era ofrecer alojamientos adecuados para acoger un número importante de estudiantes extranjeros, y, además de procurar mantener, o incluso aumentar, en el terreno cultural la presencia y la influencia de Francia, quería ser «la obra de acercamiento intelectual y moral entre las élites de todas las naciones»[36], encabezando un esfuerzo internacional para promover en la Europa –y en el mundo– de entreguerras el entendimiento entre las naciones y asegurar la paz. Con ocasión de un viaje a Estados Unidos, en 1928, André Honnorat, el principal promotor de la idea, definió la Cité Universitaire como la institución capaz de desarrollar en las jóvenes generaciones una «mentalidad internacional», mediante la convivencia y el conocimiento mutuo entre estudiantes de distinta procedencia, único medio, en su opinión, de ahorrar a la humanidad sufrimientos como los que había producido la Gran Guerra[37]. En este aspecto, la intención de la institución parisina estaba muy próxima a la de algunas iniciativas privadas norteamericanas que funcionaron en los años de entreguerras, como el Institute of International Education o la pionera International House de Nueva York [38], e incluso a ciertas áreas de la Sociedad de Naciones.

Es indicativo que el rey participase activamente en facilitar la fundación, en la Cité Universitaire de París, del Colegio de España, creado por Real Decreto de 15 de agosto de 1927 –apenas tres meses posterior al de la Ciudad Universitaria de Madrid– y enmarcado inicialmente en el Ministerio de Instrucción Pública, aunque pasó poco después a depender de la recién constituida Junta de Relaciones Culturales del Ministerio de Estado[39]. El duque de Alba, con la incondicional colaboración del embajador Quiñones de León, desempeñó en el centro parisino el mismo papel que el vizconde de Casa Aguilar en la Ciudad Universitaria madrileña. Y no puede pasarse por alto el hecho de que entre las ventajas que se adujeron para impulsar la fundación del Colegio de España se esgrimiese el interés político que tendría ofrecer a los estudiantes hispanoamericanos en Francia alojamiento junto a los españoles[40].

La política universitaria se consideró en esos años –y así lo escribió Sangróniz– uno de los medios que mejor y más rápidamente podía contribuir a «la expansión cultural de una nación»[41]. Y las instituciones educativas de carácter supranacional fueron muy apreciadas por la opinión pública y prestigiaron a sus impulsores: Alfonso XIII apareció así en un artículo de La Libre Belgique como triunfador frente a Lepoldo II, que había intentado –pero no logrado– poner en pie una modélica «escuela mundial» en Tervuren, veinticinco años antes[42].

4. Las residencias de estudiantes [Subir]

Los primeros contactos de carácter internacional de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria se establecieron con la Fundación Rockefeller. El doctor Aguilar visitó en París a los representantes de la Fundación, que «con tanta generosidad está gastando cuantiosas sumas en beneficio de las construcciones universitarias y de enseñanza», para solicitar «el apoyo espiritual de su consejo». Atendiendo a esta solicitud, el doctor Alan Gregg viajó a Madrid y propuso que una comisión, «bajo la recomendación y amparo moral de la Fundación Rockefeller», visitase las principales universidades y centros docentes de carácter médico de Europa y América[43] –Lyon, Estrasburgo, Hamburgo, Copenhague, Londres, Edimburgo, Montreal, Toronto, Chicago, Nashville y Rochester–, antes de redactar unas directrices generales y abrir un concurso internacional para la selección de los arquitectos[44].

Al establecer relaciones con la Fundación Rockefeller, la Junta Constructora seguía el ejemplo de lo que estaban haciendo numerosas universidades fuera de España, y singularmente la Cité Universitaire de París, que adoptó además, como la de Madrid, el modelo de campus norteamericano. En los últimos meses de 1927, Yanguas Messía contactó también con la Fundación Carnegie a través de James Brown Scott, profesor como él de Derecho Internacional y defensor del papel de Francisco de Vitoria y de la Escuela de Salamanca en la creación del Derecho Internacional moderno. Nombrado doctor honoris causa por la Universidad salmantina con ocasión de la creación de la Cátedra Francisco de Vitoria en noviembre de 1927 –uno de los «grandes hechos» universitarios de la dictadura, a juicio de Pemartín, por su significación cultural en el mundo internacional[45]–, se mostró muy interesado en buscar lazos de cooperación con «los organismos de cultura española, significando que en los Estados Unidos se presta atención creciente a la civilización española y se considera de extraordinario interés no mostrarse ajenos a su desarrollo, por la repercusión que seguramente ha de tener en los pueblos de Hispano-América»[46]. El vizconde de Casa Aguilar, como «representante personal del Rey de España», estableció también contacto con el Institute of International Education[47].

La participación extranjera en la Ciudad Universitaria se organizó mediante la instalación de residencias de estudiantes, con un sistema muy parecido al de París, que hacía recaer el coste de su construcción en los países que las promovían. Se delimitó para ello una extensión de terreno en el Cerro de los Degollados, junto al Parque del Oeste, denominada en los planos «Zona internacional de residencias».

Muy pronto, antes del verano de 1927, la Unión Ibero-Americana solicitó que se construyese una residencia para los estudiantes de esa procedencia, y se nombró una comisión para su estudio y la búsqueda de financiación[48]. Pero la primera residencia fue la Fundación del Amo, financiada por el doctor Gregorio del Amo, antiguo alumno de la Facultad de Medicina de la Universidad Central, entonces residente en California, que donó para ello cuatrocientos mil dólares a la Ciudad Universitaria[49]. Instalada en un edificio construido en 1929 y 1930 por los arquitectos Bergamín y Blanco Soler, la Fundación del Amo fue el primer organismo en funcionamiento en la sede de la Moncloa, y en su gestación intervinieron el doctor Florestán Aguilar y el mismo rey. Se planteó como Residencia de Estudiantes Hispanoamericanos, y, paralelamente, Gregorio del Amo destinó otra donación equivalente a becar científicos –estudiantes y profesores– americanos y españoles, dirigidos estos últimos a los Estados Unidos[50].

Poco a poco, y tras buscar financiación con muchas dificultades los respectivos gobiernos, comenzaron a definirse algunos proyectos de residencias de estudiantes –las de Cuba, Perú, Chile, Uruguay y Argentina–, gracias en buena medida a los esfuerzos de Florestán Aguilar[51]. No faltó la celebración de alguna ceremonia solemne: el 16 de mayo de 1930, por ejemplo, Alfonso XIII hizo entrega al representante uruguayo de los terrenos donde iba a levantarse su residencia de estudiantes, estableciéndose así, según se dijo, «un nuevo lazo espiritual» entre España y Uruguay[52]. En enero de 1930, William R. Shepherd, hispanista y profesor de la Universidad de Columbia, consideraba la idea de impulsar la creación de una Casa de Norteamérica en la Ciudad Universitaria, buscando el patrocinio de un filántropo estadounidense[53].

Pero hubo también alguna iniciativa europea. El hispanófilo conde Friedrich Jay donó doscientos mil marcos oro para una residencia de estudiantes alemanes en la Ciudad Universitaria. Por recomendación de la infanta Paz, y con una carta dirigida al rey el 24 de abril de 1930, envió directamente un cheque a la Embajada en Berlín, que Fernando Espinosa de los Monteros se apresuró a hacer llegar a Palacio[54]. De acuerdo con el embajador de Alemania en España, Aguilar viajó a Berlín para aclarar la participación que tendría el gobierno alemán en la fundación de la Casa de Alemania, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores. Y recibió allí todo tipo de facilidades y un claro apoyo, incluida la promesa de eximir del pago de matrículas a los alumnos y graduados españoles que fuesen a ampliar estudios a Alemania. El Ministerio de Relaciones Exteriores se reservaba la traza del edificio y la elección de su arquitecto, y se acordó realizar un acto público cuando se hiciese la demarcación de los terrenos para la residencia[55].

En círculos militares, se llegó incluso a pensar en la utilización de la Ciudad Universitaria para afianzar los intereses coloniales españoles: en diciembre de 1927, Santos Fernández escribió en la revista África, dirigida entonces por Francisco Franco, que «un grupo de jóvenes musulmanes» había ideado «espontáneamente» crear una Casa del Magreb en la Moncloa[56].

5. «La amistad triangular» [Subir]

La Ciudad Universitaria madrileña fue una pieza destacada en la reactivación del hispanoamericanismo que llevó a cabo la dictadura con la colaboración entusiasta del rey. Como ha señalado Antonio Niño, Hispanoamérica era considerada en esos medios como un amplio espacio capaz de proporcionar a España la oportunidad de lograr una destacada influencia social y cultural, con la que poder reclamar, gracias al liderazgo que se atribuía en el conjunto de las naciones de habla hispana, un rango internacional más elevado que el que le correspondía por su posición en Europa[57]. La nueva sede de la Universidad Central respondía a una idea de la hispanidad entendida como el imperio espiritual de España, con sus dos pilares fundamentales, la tradición y la catolicidad, de acuerdo con la visión de Alfonso XIII y del marqués de Estella, frente al hispanoamericanismo liberal, que ponía el acento en hacer de intermediario de la cultura europea y se sentía legitimado por el prestigio intelectual[58].

Este planteamiento suponía un cambio de rumbo en las relaciones culturales de carácter internacional que habían protagonizado hasta entonces los núcleos liberales y reformistas agrupados en torno a la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, y significaba abrir nuevas vías para contactos exteriores desde la Universidad Central, menguando por tanto su influencia. Algo parecido había ocurrido en septiembre de 1926 con la creación de la Junta de Relaciones Culturales en el Ministerio de Estado, al conferírsele competencias en el intercambio universitario entre los centros españoles e hispanoamericanos, confiadas en abril de 1910 a la Junta para Ampliación de Estudios[59], con la intención –advierte Castillejo– de mermar el alcance y el poder de esta, por mucho que, como ocurrió con frecuencia durante la dictadura, suavizase esa circunstancia el propio duque de Alba[60]. La Ciudad Universitaria supuso también el inicio de una cierta competencia con la Junta para Ampliación de Estudios en las relaciones culturales entre España y los Estados Unidos, especialmente fructíferas entonces por la apertura del Instituto de Física y Química con la ayuda de la Fundación Rockefeller, y por el afianzamiento de la Residencia de Señoritas gracias al International Institute for Girls in Spain.

La influencia de Shepherd tuvo mucho peso en la orientación de las relaciones culturales de la Junta Constructora, tendentes a la consideración conjunta de la América hispana, los Estados Unidos y España, que habían asumido ya, por lo demás, destacados profesores próximos al Centro de Estudios Históricos como Federico de Onís. El «acercamiento espiritual y cultural» entre esos tres ámbitos para formar «un triángulo de amistad», una «amistad triangular», que salvase la desconfianza generada por los Estados Unidos al sur de Río Grande y en España, y fomentase el conocimiento mutuo y la defensa de los intereses comunes, proporcionó una importante apoyatura intelectual y política a la Junta Constructora[61]. En noviembre de 1927, siguiendo esas directrices, los responsables de la Ciudad Universitaria decidieron estudiar con la Fundación Carnegie, por mediación de Brown Scott y con el apoyo del embajador de los Estados Unidos, un intercambio de becarios –estudiantes y profesores– entre los ámbitos americanos y España[62].

La Fundación del Amo fue un buen ensayo de esta propuesta porque convivieron allí norteamericanos, hispanoamericanos y españoles. En 1930, se estableció un convenio de intercambio de estudiantes con el Institute of International Education, elaborado por Stephen Duggan y el doctor Aguilar. Planteado sobre bases recíprocas, se comprometía a comenzar ofreciendo diez becas a varones, hasta que se crease una residencia femenina. Se publicó un folleto en inglés sobre la Ciudad Universitaria – The University City of Madrid–, en el que se prestó especial atención a la Fundación del Amo, donde, de acuerdo con el convenio, se alojarían los pensionados americanos, que fueron una decena en la primera convocatoria, y a los que se facilitó un programa especial de cultura española[63]. En el otoño de 1930, de los más de 150 residentes, solo había una veintena de extranjeros, con más de la mitad norteamericanos, un boliviano y un uruguayo, y el resto, europeos –ingleses, alemanes, franceses–[64].

6. La propaganda en torno a «la magna obra» [Subir]

La Ciudad Universitaria se planteó como una obra de prestigio. Los ideólogos del régimen le asignaron un puesto de honor en el proyecto de regeneración ideado por la dictadura con el propósito de reforzar el sentimiento patriótico y la conciencia nacional[65]. José Pemartín se refirió a ella como «la más grande de las empresas del siglo», como una muestra significativa de «la renovación española», impulsada por «la Dictadura ilustrada»[66]. Fue muy frecuente que se la nombrara simplemente como «la magna obra»[67], haciendo alarde tanto de la magnitud de las obras como de su admirable planteamiento intelectual que discutieron, desde luego, sus detractores[68].

Se presentó como una «obra nacional de todos los compatriotas»[69], como una «patriótica obra de cultura». Era, se dijo, «no solo un ideal popular, sino algo más: un ideal nacional»[70], inscrito en la esencia misma de la españolidad, que el monarca, sensible a los requerimientos más íntimos del pueblo por su identificación con la nación, supo percibir con natural clarividencia[71]. «El Rey tuvo la visión del instante preciso –se afirmó en un folleto publicado por la Junta Constructora–, y surgió a la luz, ya cristalizado lo que hasta entonces se encontraba latente en el espíritu español: la Ciudad Universitaria».

Anhelada y, por lo tanto, apoyada por todos los españoles, la nueva sede de la Universidad Central se representó ajena a la contaminación ideológica y política, al margen de toda filiación partidista y libre de la parcialidad de cualquier bandería. Ante la conveniencia de establecer distancias con los acontecimientos –marcados, entre otras cosas, por la rebelión estudiantil– y más aún con las propias acciones –presentes y pasadas– que pudieran comprometerle, el rey lo formuló de forma intencionada en abril de 1930, al decirle a Aguilar con ocasión de una visita a las obras de la Moncloa con un grupo de periodistas: «Aquí no nos ocupamos de política para nada». Y tras el asentimiento de su interlocutor, añadió: «Solo nos preocupamos de los estudiantes»[72].

La búsqueda de financiación a través de la venta de lotería y mediante la aportación de donativos privados fue también una circunstancia que sirvió para enaltecer la empresa de la Ciudad Universitaria. Recurrir «al óbolo del mayor número de ciudadanos posibles» indicaba «el carácter social y colectivo de la obra universitaria»[73], fruto de la fervorosa colaboración de «todas las clases sociales españolas»[74].

Los folletos publicitarios la definieron como «uno de los mejores núcleos universitarios del mundo», como «la urbe escolar que España va a ofrecer al mundo como modelo en su clase», y hasta como la «nueva Atenas de nuestro siglo». Se utilizó para ofrecer un retrato ideal de España y de Madrid, convertida –dijo el marqués de Estella– gracias a los edificios universitarios de la Moncloa en la «capital de una España grande, tolerante y culta». Fue el escaparate del progreso de España, la mejor prueba de su modernización: se anunció incluso que allí se aplicaría un sistema tan avanzado como la coeducación, para que pudiesen convivir mujeres y hombres «sin prejuicios que ofenden o recelos que confunden»[75].

Los visitantes extranjeros de algún relieve que viajaron a Madrid fueron llevados a la Ciudad Universitaria aun antes de que se iniciaran las obras, porque se consideró que su emplazamiento, entre la ciudad y el campo, era una de las bazas más seguras de su valoración cultural. «Del más puro gusto español» e incluso «monárquico» –la escena abarca desde el Palacio de Oriente hasta El Escorial, pasando por El Pardo–, se describe el lugar, siguiendo un estereotipo ya acuñado, como un paisaje velazqueño, «castellano, ascético, espartano»[76], duro e incluso extremo, pero genuino siempre, batido por el viento puro de la sierra e iluminado por el radiante sol de la meseta.

Con sentido pragmático, se atendió especialmente a los periodistas extranjeros, confiando en el efecto multiplicador que podían tener sus opiniones. Los que vinieron a España para seguir las sesiones del Consejo de la Sociedad de Naciones en junio de 1929 recorrieron el parque del Oeste y la Moncloa hasta Puerta de Hierro. Mientras tomaban el té al aire libre que les ofreció la Junta Constructora, pudieron contemplar «los hermosos parajes», «el magnífico panorama», «la topografía verdaderamente excepcional» del sitio, con los futuros pabellones señalados mediante banderas del color de las respectivas facultades, presididas por la que había diseñado el arquitecto López Otero como emblema de la Ciudad Universitaria, a partir del escudo del Cardenal Cisneros. Todos –resumió el diario ABC– «quedaron gratísimamente impresionados» y «elogiaron la grandiosa iniciativa de S.M. el Rey de establecer la gran urbe universitaria, que será, sin duda, uno de los Centros de cultura más importantes del mundo»[77]. Como hizo en otras muchas ocasiones, Alfonso XIII acompañó en abril de 1930 a los periodistas americanos que habían viajado a Madrid para asistir a la inauguración del Palacio de la Prensa: se mostró como un «ideal cicerone» e hizo gala –subrayó la prensa monárquica–, por su naturalidad y cercanía, de «su gran espíritu de democracia»[78]. También se recibió en la Moncloa a profesores universitarios, como los rectores de París y Toulouse –Sébastian Charlety y Joseph Dresch–, con los que el rey almorzó en la Fundación del Amo [79].

Ciertas afirmaciones, atribuidas a algún visitante foráneo, llegaron a funcionar como auténticos latiguillos. Así, la prensa repitió hasta la saciedad que el conde Jean de Castellane, presidente del consejo municipal de París, había escrito al vizconde de Casa Aguilar que la Ciudad Universitaria provocaría «la admiración del mundo»[80].

El proyecto de la Ciudad Universitaria fue objeto de una ingente –y sostenida– campaña propagandística en España y en el exterior. Aunque comunicación y propaganda tuvieron gran relevancia en la dictadura para controlar y adoctrinar a la opinión pública[81], y la Ciudad Universitaria no puede considerarse ajena a su maquinaria publicitaria –muy especialmente a la Agencia Plus Ultra[82]–, una de las primeras medidas de la Junta Constructora fue, siguiendo el ejemplo de la Cité Universitaire de París, la creación de una comisión de propaganda que emprendió una actividad incesante. Los caminos seguidos y las fórmulas empleadas fueron múltiples, empezando por los muchos viajes de Florestán Aguilar por América, a sus propias expensas con frecuencia. Se organizó, por ejemplo, una muestra de planos y fotografías a finales de 1928 en la Hispanic Society of America de Nueva York[83], que además había dotado ese año una cátedra de Literatura Americana en la Universidad Central[84]. La Junta Constructora decidió participar también con ese mismo tipo de imágenes en la exposición de Electrología médica celebrada en París en 1931[85].

Los artículos laudatorios de la sede de la Moncloa se multiplicaron en la prensa española y extranjera –especialmente hispanoamericana–, y cabe sospechar que no pocos fueron redactados por encargo. Se emprendió paralelamente una frenética operación para recaudar fondos y financiar las obras, que resultó un incentivo muy sugestivo. En primer lugar, se invocó con gran éxito la financiación de camas para el hospital clínico. En una circular fechada cuatro días antes de la creación de la Junta Constructora, Primo de Rivera llamaba a una movilización general, organizando las muestras de adhesión con «manifestaciones de carácter corporativo y popular», recogida de firmas, tarjetas y relaciones de adheridos. Y anunciaba también, en vista de que «el valor de todo afecto se mide por sus obras», la apertura de una suscripción nacional, regulada y encauzada a través de los gobernadores civiles y los alcaldes, «hasta en las más humildes villas y pequeños lugares», para conseguir, a razón de un real por habitante, el sostenimiento de dos mil camas hospitalarias[86]. Se recabaron también donativos sustanciosos de veinticinco mil pesetas para dotar camas a las que se daría el nombre del donante. El rey y su familia encabezaron las donaciones[87]. La munificencia del rey, acrecentada en ocasiones por el equívoco de aparecer como donante de los terrenos[88], se esgrimió siempre como el reclamo más convincente.

La cuantiosa documentación que se conserva en los archivos da cuenta del gran eco que alcanzó la colecta para el hospital clínico y, en general, para la construcción de los edificios universitarios; instituciones e individuos de muy variadas características –una escuela rural y un convento de clausura, lo más granado de la grandeza española y el industrial de más éxito, un pequeño comerciante y un profesional reconocido– se apresuraron a ofrecer su contribución. La Confederación de Estudiantes Católicos organizó, ya en el curso 1927-1928, un programa muy completo de actividades para allegar fondos para la nueva universidad[89]. Y no faltaron las ocurrencias, como la que proponía gravar con un impuesto en favor de la sede universitaria de la Moncloa las fianzas en poder de los propietarios de fincas rústicas, urbanas, sociedades y compañías de servicios[90].

Fuera de España hubo donaciones especiales, que se manejaron para poner de relieve la importancia de la Ciudad Universitaria y estimular la generosidad de los donantes. La primera de este tipo fue un legado de setecientas cincuenta mil pesetas que un español muerto en la Patagonia, Méndez, había confiado tiempo atrás a Alfonso XIII y que fue destinado a la construcción de los edificios de la Moncloa[91]. La donación de bienes inmuebles por parte de españoles afincados en América dio lugar en más de una ocasión a grandes complicaciones legales con pocos resultados efectivos[92].

La búsqueda de financiación para la Ciudad Universitaria tuvo alguna consecuencia inesperada que produjo gran satisfacción en palacio. Hizo resurgir el recuerdo de aquel rey, humanitario y altruista, que gozó de gran aprecio en el ámbito internacional durante la Gran Guerra: la Embajada española en París recibió varios donativos, como el de cien francos con el que contribuyó a la construcción de la Ciudad Universitaria, en el verano de 1927, el matrimonio Tesnière, «en testimonio de reconocimiento hacia el generoso Monarca al que deben la vida de su hijo prisionero durante la guerra»[93].

Se organizaron, para recaudar fondos, todo tipo de fiestas y espectáculos –de los más populares a los más selectos–, sesiones de teatro, bailes, conciertos, e incluso partidos de fútbol. Hubo, claro está, corridas de toros, pero también veladas singulares: en un viaje a los Estados Unidos del infante Alfonso de Orléans y su familia, la soprano valenciana Lucrecia Bori protagonizó, el 27 de noviembre de 1927, una función de gala en la Metropolitan Opera House de Nueva York, bajo el patrocinio de los reyes, a beneficio de la Ciudad Universitaria. Asistió lo más ilustre de la colonia española y una representación relevante de la mejor sociedad neoyorquina, y se logró una recaudación de cuarenta mil dólares[94]. También la incipiente industria cinematográfica se ocupó de los nuevos edificios de la Moncloa, y se filmó y proyectó una película titulada «La Ciudad Universitaria de Madrid», cuyo registro sonoro seguía un procedimiento exclusivo ideado por Ezequiel de Selgas y Alberto Laffont[95]. La prensa dio profusamente cuenta de todo ello, avivando el interés por la Ciudad Universitaria.

Se adoptaron procedimientos nuevos para recaudar fondos. Un grupo de españoles cercanos a la Embajada plantearon en Buenos Aires la creación de una estampilla de varios precios, a partir de diez centavos, que podía añadirse a cualquier tipo de factura o incluso a sobres, siguiendo el procedimiento para el pago de derechos consulares. Se pensaba destinar la renta de lo recaudado, estimado en un millón de pesetas, a la concesión de becas para estudiantes españoles y argentinos. En todo ello jugó un papel destacado el doctor Avelino Gutiérrez, un médico español afincado en Argentina, colaborador activo de la Junta para Ampliación de Estudios desde mediados de los años diez, que donó cinco mil pesos para su puesta en marcha[96].

Pero la fórmula más segura para financiar la Ciudad Universitaria fue la venta de la lotería especial, que sirvió además para articular la campaña propagandística y movilizar a la opinión pública. No se dirigió a los países iberoamericanos solamente. La Junta Constructora y su comisión de propaganda publicaron, además de carteles, prospectos en español, italiano, portugués, alemán, francés e inglés[97]. Para anunciar, por ejemplo, la lotería de 1929, se distribuyeron cuarenta y ocho mil novecientos seis ejemplares de carteles y folletos en varios idiomas, más los abundantes anuncios incluidos en los principales periódicos españoles y los numerosos artículos publicados en los de otros países, especialmente hispanoamericanos, aunque no faltaron tampoco algunos europeos[98]. Las hojas publicitarias, encabezadas por el escudo de España, anunciaban, en el idioma correspondiente, la «Lotería Nacional Española» como «la más importante del mundo en premios» –7.500.000 pesetas el mayor–, e incluían el siguiente eslogan, traducido a los diferentes idiomas, que en la versión inglesa decía: «Make your fortune by contributing towards the building of one of the world’s best Universities».

En España, los anuncios en prensa de la lotería, que solían además ir acompañados de un texto elogioso sobre la Ciudad Universitaria, recurrieron a «su prestigio en el extranjero», porque, como se recalcó, se solicitaban pedidos «¡hasta de Rusia!», «la soviética Rusia»[99]. Desde el Ministerio de Estado, se intentó promover y encauzar la venta de la lotería en beneficio de la Ciudad Universitaria. Las embajadas y legaciones españolas –de Copenhague a Tokio, de El Cairo a Praga, de Estocolmo a Washington, de Berna a Pekín, de Montreal a Bruselas– emplearon mucho tiempo y esfuerzo en el empeño, sin fruto alguno en la mayoría de los casos, a pesar de las terminantes instrucciones que envió, el 24 de noviembre de 1927, el secretario general del Ministerio de Estado, Bernardo Almeida. El representante de España en Belgrado, especialmente diligente, explicó, por ejemplo, que tras muchas gestiones vanas se había dirigido incluso a algunas pequeñas agencias bancarias, pertenecientes a judíos sefardíes, que, aun sin negarse frontalmente, «mostraron escaso interés por el asunto y escasísima confianza en su resultado». En muchos países, como Dinamarca, Bélgica, Rumanía, Hungría o Alemania, se denegó la autorización para vender la lotería. En otros, como Japón, estaban incluso prohibidos todos los juegos de azar.

La propaganda de la lotería se centró fuera de España en presentar la Ciudad Universitaria como una «obra de hispanoamericanismo», y en reforzar y vivificar esa perspectiva. Se trataba de estrechar los vínculos con España y crear una comunidad viva y activa a un lado y otro del Atlántico, «un renacimiento de filiales afectos y fraternales amores, en quienes con nobleza española supieron guardar en su corazón un altar en que rendir fervoroso culto a la Madre Patria». «El grandioso Centro Universitario significará –escribió el encargado de negocios de la Legación en México– el más perfecto ideal de acercamiento hispanoamericano y de defensa de los destinos de nuestra raza».

La Ciudad Universitaria de Madrid, uno de los folletos más difundidos de los que publicó la Junta Constructora, presentó en su portada una figura alegórica femenina, arrodillada y de perfil, en actitud de ofrecer sobre sus manos extendidas la maqueta del gran paraninfo –proyectado y nunca realizado– al conjunto de banderas iberoamericanas, encabezadas por una de mayor tamaño, la española. Contribuir al «progreso y prestigio patrios» y alcanzar, por encima del interés personal, «cimas luminosas de altruismo» eran los elevados argumentos que se esgrimían, pero la baza fundamental apelaba a los sentimientos, mediante el estímulo de la nostalgia y la esperanza del regreso, allí «donde tanto español sueña con esta Lotería para repatriarse, y tanto hijo de español espera un premio importante para poder venir a conocer la Patria de los abuelos, la bella España…»[100]. Ni los críticos ni los disidentes podían tener recelos en contribuir a esta empresa, según El Diario Español de Buenos Aires, que reproduce un folleto de la Junta Constructora, por la incuestionable bondad de una institución cultural como la Ciudad Universitaria, sin «ninguna incompatibilidad con determinados ideales».

Naturalmente, los resultados fueron mucho más alentadores en la América de habla española que en el resto del mundo. En Argentina y Cuba, donde no estaba autorizada la venta de loterías extranjeras, la relación con los gobiernos de ambos países permitió encontrar soluciones especiales: con ciertas dosis de presunción, Ramiro de Maeztu se jactó, en carta al entonces presidente del Consejo y ministro de Estado, el general Primo de Rivera, de que, gracias a sus buenos oficios, el gobierno argentino le había comunicado «particularmente» que se darían instrucciones al jefe de Policía de la ciudad para que no se entorpeciera la venta y circulación de los billetes de lotería a favor de la Ciudad Universitaria. Y en Cuba, el presidente de la República, general Machado, se comprometió personalmente, gracias a un mensaje del rey que le había hecho llegar el doctor Aguilar con ocasión de un viaje a La Habana, a hacer las gestiones necesarias para aprobar una ley que facilitase este tipo de provisión de fondos para la sede universitaria de la Moncloa.

Fueron muy variados los proyectos encaminados a activar y agrupar a la colonia española en torno a la Ciudad Universitaria y su financiación. Antonio de Zayas, antecesor de Maeztu en la Embajada de Buenos Aires, supo, por ejemplo, aprovechar «las patrióticas disposiciones» del empresario y del gerente del Teatro Avenida de Buenos Aires –Enrique Díez Argüelles y Francisco Meana– para organizar, en septiembre de 1927, una función teatral con la que se consiguió una cuantiosa recaudación. Y fueron habituales las sociedades y los comités de españoles que se constituyeron para este fin, formados frecuentemente, como en Chile, por «compatriotas de posición y prestigio» con el apoyo de los representantes del Ministerio de Estado.

La idea de alentar «valores patrióticos» entre los emigrados resultó especialmente clara en algunas de estas actividades, que no rehuyeron los soportes propagandísticos más actualizados: en agosto de 1929, por ejemplo, un grupo de españoles ofreció sumar a la suscripción en favor de la sede universitaria madrileña los posibles beneficios de la explotación de una cinta cinematográfica que contenía varias escenas filmadas con ocasión del aniversario de la defensa de Buenos Aires contra las tropas inglesas en 1806, organizado, entre otros, por «el benemérito español» Sixto Cid. La construcción de la Ciudad Universitaria se intentó aprovechar asimismo para defender el ascendiente de España frente a la imparable expansión de las compañías petrolíferas norteamericanas en México: el cónsul en Tampico se lamentó, a comienzos de enero de 1929, de la debilidad de la colonia española de la ciudad, que apenas podía mantener una Casa de Salud, frente a la pujanza de la de los Estados Unidos, poderosa por los cuantiosos beneficios que le reportaba la explotación petrolera, y con la que no podía competir. Y sugirió que se coordinasen las diversas asociaciones en Hispanoamérica –y sobre todo las más importantes, las de La Habana y Buenos Aires– para «poner en condiciones a las futuras generaciones de llevar a España la grandeza a que sin duda está llamada por su glorioso pasado y su presente resurgir»[101].

7. Conclusión [Subir]

La Ciudad Universitaria tuvo una gran importancia política. Se utilizó, en circunstancias difíciles, para ensalzar la figura del rey y afianzar la monarquía. Ocupó un lugar central en la movilización de los catedráticos y estudiantes católicos para abordar «la conquista de la Universidad oficial» y contrarrestar la influencia de la Junta para Ampliación de Estudios, emprendiendo una reforma que modernizase las instituciones de educación superior, siguiendo, con ciertos ajustes, las directrices y los procedimientos de sus antagonistas liberales.

Otro tanto ocurrió en el campo de las relaciones internacionales de carácter cultural, protagonizadas hasta entonces por los intelectuales agrupados en torno a la Junta para Ampliación de Estudios. Con el apoyo de las principales fundaciones norteamericanas que tenían entre sus fines promover la educación, la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria quiso convertir la sede de la Moncloa en un campus internacional, siguiendo el modelo de la Cité Universitaire de París, aunque fue en el ámbito hispanoamericano, que constituyó además su punto de partida, donde encontró mayor eco. Frente a otras iniciativas que se desarrollaron en los últimos años de la monarquía, durante la dictadura de Primo de Rivera, la originalidad de la empresa universitaria de la Moncloa estribó sobre todo en el intento de integrar las relaciones con Hispanoamérica en un proyecto más amplio de política cultural que incluía Europa y los Estados Unidos. La aplicación de la idea de «la amistad triangular» entre las dos Américas y España, descrita por William Shepherd y aceptada por significados profesores próximos al Centro de Estudios Históricos como Federico de Onís, hubiera obligado, de afianzarse, a matizar –o incluso a abandonar– la posición hegemónica que reclamaban para «la Madre Patria» los promotores de la Ciudad Universitaria.

Aprovechando el prestigio que tuvieron en el mundo de entreguerras las instituciones educativas supranacionales, la Ciudad Universitaria constituyó también el centro de una activa campaña publicitaria trazada para ofrecer al exterior la imagen de una España avanzada y culta, y, sobre todo, para revitalizar, con claros propósitos políticos, la imagen de una comunidad hispana, unida y activa, a ambos lados del Atlántico.

8. Abreviaturas [Subir]

ACE

Archivo del Colegio de España (París)

AGP

Archivo General de Palacio (Madrid)

AGUCM

Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid

AMAE

Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación (Madrid)

AFC

Del Amo Foundation Collection, California State University, Dominguez Hills Archives and Special Collections (Carson, CA)

HSAA

The Hispanic Society of America Archives (Nueva York)

Notas [Subir]

[1] Winthuysen (Winthuysen, J. de (1931). La tala del pinar de la Ciudad Universitaria. Crisol, 15 julio, 5.1931): 5.
[2] Luque (Luque, J. de (1931). Ciudad Universitaria de Madrid. Notas críticas. Madrid: Imp. Góngora.1931): 21-28. Sobre los terrenos, Fernández de Sevilla (Fernández de Sevilla Morales, M. (1993). Historia jurídico administrativa de la Ciudad Universitaria de Madrid [tesis doctoral]. Universidad Complutense de Madrid. Disponible en: http://biblioteca.ucm.es/tesis/19911996/S/O/S0013201.1993): 32-45.
[3] Real Decreto de 8 de septiembre de 1921 (Gaceta de Madrid, 9 septiembre 1921).
[4] Gaceta de Madrid, 17 mayo 1927. García de Enterría (García de Enterría, E. (1988). La Ciudad Universitaria de Madrid y el Derecho. Civitas, (57), 5-16.1988): 5-13.
[5] Así lo reconoció Callejo y lo resaltó el rey. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 26 mayo 1927.
[6] Zárraga (Zárraga, M. de (1928). La Ciudad Universitaria. Lecciones de América. ABC, 18 octubre, 7.1929): 29.
[7] González Calleja (González Calleja, E. (2005). La España de Primo de Rivera. La modernización autoritaria. 1923-1930. Madrid: Alianza.2005): 140-141.
[8] El embajador británico afirmó que ambos estaban celosos de la popularidad del otro. Gómez-Navarro (Gómez-Navarro, J. L. (1991). El régimen de Primo de Rivera. Madrid: Cátedra.1991): 140-141.
[9] En 1930 se contaba entre los simpatizantes de José María Albiñana. Gil Pecharromán (Gil Pecharromán, J. (2000). «Sobre España inmortal, sólo Dios», José María Albiñana y el Partido Nacionalista Español (1930-1937). Madrid: UNED.2000): 86.
[10] AMAE, leg. R-1209, exp.14, Circular de Primo de Rivera, 13 mayo 1927.
[11] El sentimiento monárquico. La correspondencia militar. 18 abril 1930, 1.
[12] Gaceta de Madrid, 22 mayo 1926. Las resistencias políticas e ideológicas que encontró la Junta se han subrayado desde diferentes puntos de vista en estudios que se refieren a algunas de sus actividades o a algunas de sus fundaciones, como la Residencia de Estudiantes o el Centro de Estudios Históricos. Por considerar la Junta en su conjunto, pueden señalarse: Laporta San Miguel, Ruiz Miguel, Zapatero y Solana (Laporta San Miguel, F. J., Ruiz Miguel, A., Zapatero, V. y Solana, J. (1987). Los orígenes culturales de la Junta para Ampliación de Estudios. Arbor, 126 (493), 17-87.1987), Sánchez Ron (Sánchez Ron, J. M. (coord.) (1988). 1907-1987. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas 80 años después. Madrid: CSIC, 2 vols.1988), Puig-Samper (Puig-Samper, M. A. (ed.) (2007). Tiempo de investigación: JAE-CSIC, cien años de ciencia en España. Madrid: CSIC.2007), Sánchez Ron, Lafuente, Romero y Sánchez de Andrés (Sánchez Ron, J. M., Lafuente, A., Romero, A. y Sánchez de Andrés, L. (eds.) (2007). El laboratorio de España. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. 1907-1939. Madrid: Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y Residencia de Estudiantes.2007), Sánchez Ron y García-Velasco (Sánchez Ron, J. M. y García-Velasco, J. (eds.) (2010). 100 JAE. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas en su Centenario. Madrid: Fundación Francisco Giner de los Ríos y Residencia de Estudiantes, 2 tomos.2010).
[13] Gaceta de Madrid, 29 agosto 1926.
[14] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 23 julio 1930. 200.000 pesetas anuales para becas a cargo de la Ciudad Universitaria. El Debate, 23 diciembre 1930, 8.
[15] García de Enterría (García de Enterría, E. (1988). La Ciudad Universitaria de Madrid y el Derecho. Civitas, (57), 5-16.1988): 6. Real Decreto 11 de enero de 1907 (Gaceta de Madrid, 15 enero 1907).
[16] Véase Herrera (Herrera Oria, E. (1934). La FAE. Sus orígenes. Su actuación ante la lucha escolar. Su posición actual. En Cuestiones actuales de Pedagogía. III (pp. 339-366). Madrid: Federación de Amigos de la Enseñanza.1934): 339-366.
[17] Jiménez (Jiménez, A. (1948). Ocaso y restauración. Historia de la universidad española moderna. México D. F.: El Colegio de México.1948): 256 y 258-259.
[18] Ante un problema universitario. El Debate, 30 diciembre 1930, 1.
[19] Pijoan (Pijoan, J. (1931). Kurdos y armenios. El Sol, 3 enero, 1.1931): 1.
[20] Ayala (Ayala, A. (1999). Formación de selectos. En Obras completas, I (pp. 237-741). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.1999): 299.
[21] Confederación de Estudiantes Católicos (Confederación de Estudiantes Católicos de España (1927). La reforma universitaria española. Las relaciones escolares hipanoamericanas. Memoria del curso 1926-1927. Salamanca: Universidad de Salamanca.1927): 28.
[22] Confederación de Estudiantes Católicos (Confederación de Estudiantes Católicos de España (1930). El momento universitario. Ciudad Universitaria. Memoria del curso 1929-1930. Madrid: Tipografía Católica de A. Fontana.1930): 36.
[23] Cueva (Cueva Merino, J. de la (2000/1). Católicos en la calle: la movilización de los católicos españoles, 1899-1923. Historia y política, (3), 54-79.2000/1): 78.
[24] Círculo del 24 de marzo. Boletín de la ACN de P, 5 abril 1927, 3.
[25] El CEU y el ISO. Boletín de la ACN de P, 15 septiembre–1 octubre 1934, 10.
[26] Lo que será la Ciudad Universitaria de Madrid. S. a., s. p. Se sigue citando en el texto sin nota.
[27] Reproducido en La Ciudad Universitaria de Madrid. Universidad de Madrid, s. a., s. p. Se sigue citando en el texto sin nota.
[28] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 1 junio 1927.
[29] Doreste (Doreste, L. (1930). La Cité Universitaire de Madrid. L´Illustration Économique et Financière, (4), 57-58.1930): 58.
[30] Programa a beneficio de la Ciudad Universitaria en la Metropolitan Opera House, 27 noviembre 1928, citado en Viaje a los Estados Unidos (Viaje a los Estados Unidos de SS. AA. RR. los infantes Don Alfonso y Doña Beatriz de Orléans y su hijo el Príncipe Don Álvaro (1929). S. l.: s. e.1929): 115.
[31] Palabras de Alfonso XIII en la apertura del II Congreso Nacional de Ciencias Médicas, 15 octubre 1924. Gutiérrez-Ravé (Gutiérrez-Ravé, J. (ed.) (1955). Habla el Rey. Discursos de Don Alfonso XIII. Madrid: Industrias Gráficas.1955): 266.
[32] Citado en Chías (Chías Navarro, P. (1986). La Ciudad Universitaria de Madrid. Génesis y realización. Madrid: Universidad Complutense.1986): 29.
[33] Los periodistas americanos. El Imparcial, 13 abril 1930, 5.
[34] Zárraga (Zárraga, M. de (1928). La Ciudad Universitaria. Lecciones de América. ABC, 18 octubre, 7.1928): 7.
[35] Charle (Charle, C. (2010). Le projet universitaire de la Troisième République et ses limites. Science, démocratie et élites. En V. Neto (coord.). República, universidade e academia (pp. 183-208). Coimbra: Almedina.2010): 193.
[36] Priault (Priault, M. (1931). La Cité Universitaire et son rôle social. París: Rousseau et Cie.1931): 76. También La Cité Universitaire de París (La Cité Universitaire de Paris (1925). París: Imp. et Libraire Centrales des Chemins de Fer.1925).
[37] Honnorat (Honnorat, A. (1928). L´oeuvre de la Cité Universitaire. Son programme, son développement, son avenir. Discours prononcé par M. André Honnorat, Président de la Cité Universitaire de Paris, à un banquet qui lui a été offert à New York, le 9 mars 1928 sous la présidence de M. Wickersham par le Comité qui s´est constitué pour doter la Cité d´une Fondation Américaine.1928).
[38] Sobre estas iniciativas Bu (Bu, L. (1999). Cultural Understanding and World Peace: The Roles of Private Institutions in the Interwar Years. Peace and Change, 24 (2), 148-171.1999): 148-171.
[39] Junta de Relaciones Culturales (Junta de Relaciones Culturales (1934). Memoria correspondiente a los años 1931 a 1933. Madrid: Ministerio de Estado.1934): 36.
[40] ACE, Embajada de España (Fondo histórico), 148/3, Informe de Quiñones de León al ministro de Estado, 20 noviembre 1926.
[41] Sangróniz (Sangróniz, J. A. de (1926). La expansión cultural de España en el extranjero y principalmente en Hispano-América. Madrid: Librería Fernando Fe.1926): 95.
[42] Un rêve de Léopold II réalisé para Alphonse XIII. La Libre Belgique, 9 agosto 1930.
[43] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 20 julio 1927.
[44] AGP, Reinados. Alfonso XIII, caja. 12111, exp.1, Informe de Gregg fechado el 18 de julio de 1927. Sobre el viaje, puede verse Campos (Campos Calvo-Sotelo, P. (2002). El viaje de la utopía. Madrid: Editorial Complutense.2002).
[45] Pemartín (Pemartín, J. (1928). Los valores históricos en la dictadura española. Madrid: Arte y Ciencia.1928): 441.
[46] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 23 noviembre 1927.
[47] Institute of International Education (Institute of International Education (1928). Ninth Annual Report of the Director. Nueva York.1928): 9.
[48] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 1 junio y 20 julio 1927.
[49] AGUCM, AH-0220.
[50] Véase Glick (Glick, T. (1990). Fundaciones americanas y ciencia en España: la Fundación del Amo, 1928-1940. En L. Español González (coord.). Estudios sobre Julio Rey Pastor (1888-1962) (pp. 313-326). Logroño: Instituto de Estudios Riojanos.1990): 313-326.
[51] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 21 febrero 1930.
[52] Gutiérrez-Ravé (Gutiérrez-Ravé, J. (ed.) (1955). Habla el Rey. Discursos de Don Alfonso XIII. Madrid: Industrias Gráficas.1955): 317-318.
[53] Casares (Casares, F. (1930). Una figura ilustre. El hispanista Shepherd. La Época, 10 enero, 1-2.1930): 1-2.
[54] AGP, Reinados. Alfonso XIII, caja. 12110, exp. 1.
[55] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 2 noviembre 1930.
[56] Fernández (Fernández, S. (1927). Berbería en ebullición. África. Revista de Tropas Coloniales, diciembre, 289-290.1927): 290.
[57] Niño (Niño, A. (2003). El rey embajador. Alfonso XIII en la política internacional. En J. Moreno Luzón (ed.). Alfonso XIII. Un político en el trono (pp. 239-276). Madrid: Marcial Pons.2003): 274.
[58] Niño (Niño, A. (2001). 1898-1936. Orígenes y despliegue de la política cultural hacia América Latina. En D. Rolland et al. L´Espagne, la France et l´Amérique Latine. Politiques culturelles, propagandes et relations internationales, XXe siècle (pp. 23-163). París, Budapest, Turín: L’Harmattan.2001): 124. Puede verse también Sepúlveda (Sepúlveda, I. (2005). El sueño de la madre patria. Hispanoamericanismo y nacionalismo. Madrid: Fundación Carolina, Marcial Pons.2005): 114-121.
[59] Real Orden de 16 abril de 1910 (Gaceta de Madrid, 18 abril 1910).
[60] Castillejo (Castillejo, J. (1976). Guerra de ideas en España. Filosofía, política y educación. Madrid: Revista de Occidente.1976): 118.
[61] Shepherd (Shepherd, W. R. (1934). Hacia la amistad triangular. Revista Hispánica Moderna. Boletín del Instituto de las Españas, 1 (1), 1-10.1934): 1-10 (artículo publicado por primera vez en 1928). La relación de Onís con el planteamiento de Shepherd, en Puig-Samper, Naranjo y Luque (Puig-Samper, M. A., Naranjo, C. y Luque, M. D. (2002). Hacia una amistad triangular: las relaciones entre España, Estados Unidos y Puerto Rico. En C. Naranjo, M. D. Luque y M. A. Puig-Samper (eds.). Los lazos de la cultura. El Centro de Estudios Históricos de Madrid y la Universidad de Puerto Rico, 1916-1939 (pp. 121-152). Madrid: CSIC y Universidad de Puerto Rico.2002): 151-152. Véase también Naranjo y Puig-Samper (Naranjo, C. y Puig-Samper, M. A. (2002). Relaciones culturales entre el Centro de Estudios Históricos y la Universidad de Puerto Rico. En C. Naranjo, M. D. Luque y M. A. Puig-Samper (eds.). Los lazos de la cultura. El Centro de Estudios Históricos de Madrid y la Universidad de Puerto Rico, 1916-1939 (pp. 153-190). Madrid: CSIC y Universidad de Puerto Rico.2002): 177-179.
[62] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 23 noviembre 1927.
[63] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 23 julio 1930.
[64] AFC, Relación de residentes del curso 1930-1931.
[65] Sobre el proyecto nacionalizador de Primo de Rivera, véase Quiroga (Quiroga Fernández de Soto, A. (2008). Haciendo españoles. La nacionalización de las masas en la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Madrid: CEPC.2008): 118-119.
[66] Pemartín (Pemartín, J. (1928). Los valores históricos en la dictadura española. Madrid: Arte y Ciencia.1928): 414-416, 437-439.
[67] Por ejemplo, Un donativo importante para la Ciudad Universitaria. ABC, 20 diciembre 1928, 27.
[68] Algunas críticas a la Ciudad Universitaria en Pérez-Villanueva (Pérez-Villanueva Tovar, I. (2012). La Ciudad Universitaria de Madrid, de la Monarquía a la República. En V. Neto (coord.) República, universidade e academia (pp. 251-272). Coimbra: Almedina.2012): 264-267.
[69] E.G.F. El sorteo en que todos ganan. La lotería de la Ciudad Universitaria. Mundo Gráfico, 1 abril 1931.
[70] E.G.F. La lotería de la Ciudad Universitaria. Crónica, 12 abril 1931.
[71] Buen ejemplo de ese «intangible mecanismo populista» utilizado por la propaganda monárquica al que se refiere Javier Moreno (Moreno Luzón, J. (2003). El rey de papel. Textos y debates sobre Alfonso XIII. En J. Moreno Luzón (ed.). Alfonso XIII. Un político en el trono (pp. 23-58). Madrid: Marcial Pons.2001): 45-46.
[72] Su majestad el Rey, acompañado de los periodistas extranjeros, visita las obras de la Ciudad Universitaria. ABC, 13 abril 1930, 29.
[73] Ante la Ciudad Universitaria. El edificio material y el espíritu. Heraldo de Madrid, 7 julio 1927.
[74] E.G.F. La lotería de la Ciudad Universitaria. Crónica, 12 abril de 1931.
[75] Zárraga (Zárraga, M. de (1928). La Ciudad Universitaria. Lecciones de América. ABC, 18 octubre, 7.1928): 7.
[76] Izaro (Izaro, L. F. de (1931). La Ciudad Universitaria. ABC, 12 abril, 7-8.1931): 7-8.
[77] Los periodistas extranjeros, en la Ciudad Universitaria. ABC, 14 junio 1929, 21.
[78] Su majestad el Rey, acompañado de los periodistas extranjeros, visita las obras de la Ciudad Universitaria, cit., 27-30.
[79] Los Rectores de las Universidades de París y Toulouse en Madrid. ABC, 9 abril 1931, 34.
[80] Por ejemplo, Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. La sesión de ayer. ABC, 4 febrero 1931, 21.
[81] Costa (Costa Fernández, L. (2013). Comunicación y propaganda durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Historia y comunicación social, (18), 385-396.2013): 385-396.
[82] Cal (Cal Martínez, R. (1995). La Agencia Plus Ultra: un instrumento de propaganda de Primo de Rivera. Mélanges de la Casa de Velázquez, 31 (3), 177-195.1995): 177-195.
[83] HSAA, Member’s Files. Florestán Aguilar, Correspondencia diciembre de 1928 y enero de 1929.
[84] AGUCM, AH-0220. El donativo, que era de Archer Huntington, se hizo de forma anónima el 22 de diciembre de 1928.
[85] Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. La sesión de ayer. ABC, 4 febrero 1931, 21.
[86] Circular de Primo de Rivera, cit.
[87] Palacios (Palacios, J. (1933). Anecdotario para la historia de la Ciudad Universitaria que había de llamarse de Alfonso XIII. Acción Española, 7 (43), 634-639.1933): 637.
[88] Véase, por ejemplo, Delaunay (Delaunay, J.-M. (1994). Des palais en Espagne. L´École des hautes études hispaniques et la Casa de Velázquez au coeur des relations franco-espagnoles du XXe siècle. Madrid: Casa de Velázquez.1994): 147.
[89] AGUCM, SG 2043, leg. 357 A, Informe de Javier Martín Artajo.
[90] AGUCM, SG-2043, Propuesta de Joaquín Heredia Rodríguez (Jaén), 30 octubre 1928.
[91] AGUCM, AH-0220.
[92] AGP, Reinados. Alfonso XIII, caja 12110, exp. 1.
[93] AGP, Reinados. Alfonso XIII, caja 12110, exp. 1.
[94] Viaje a los Estados Unidos (Viaje a los Estados Unidos de SS. AA. RR. los infantes Don Alfonso y Doña Beatriz de Orléans y su hijo el Príncipe Don Álvaro (1929). S. l.: s. e.1929): 113-128.
[95] Daranas (Daranas (1935). ABC en París. ABC, 5 abril, 29.1935): 29.
[96] Martínez (Martínez de la Torre, E. S. (1935). Apuntes para la historia. La Odontología. Número extraordinario dedicado a la memoria del Dr. D. Florestán Aguilar, 130-160.1935): 156-157.
[97] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 15 abril 1929.
[98] AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 22 febrero 1929.
[99] E.G.F. La lotería de la Ciudad Universitaria. Mundo Gráfico, 25 marzo 1931.
[100] La frase última en E.G.F. La lotería de la Ciudad Universitaria. Mundo Gráfico, 25 marzo 1931.
[101] AMAE, leg. R-1209, exps. 11-14.

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