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En la presentación del dosier del número 28 de esta revista, dedicado a «Ideas, conflictos e identidades de los católicos franquistas», su coordinador, Javier Muñoz Soro, recordaba oportunamente que «todo estudio sobre la dictadura franquista parte de una evidencia: el predominio de la Iglesia y de la religión católica», al tiempo que ponía en —asimismo oportuna— evidencia la paradoja de que, dentro del régimen, los católicos «aparecen enfrentados en la consecución de —se supone— los mismos fines» hasta el punto de que «la misma fe, el mismo mensaje y la misma obediencia sirvan para defender posiciones opuestas».

La evidencia del predominio de la Iglesia a la que aludía Muñoz Soro ha conducido con cierta frecuencia a que se tome este dato como un presupuesto del régimen franquista apenas precisado de mayor indagación. Sobre todo, ha merecido escasa atención relativa el origen y desarrollo de las divergencias católicas, salvo quizá por sus aspectos externos y la integración final de grupos y personalidades católicas en la oposición al franquismo. Afortunadamente, desde la publicación de los estudios pioneros de Guy Hermet y Javier Tusell en los años ochenta ha ido creciendo el interés por conocer mejor la realidad diversa de los católicos durante la dictadura —incluida la realidad de los católicos que la apoyaban— y hoy en día contamos con algunos buenos estudios sobre el particular.

A esta pequeña nómina de investigaciones se suma el excelente trabajo de Pablo López-Chaves titulado Los intelectuales católicos en el franquismo. Las Conversaciones Católicas Internacionales de San Sebastián (1947-1959). El autor es un joven investigador que presenta los resultados de su tesis doctoral defendida en el año 2015 en la Universidad de Granada. El subtítulo del libro nos precisa el objeto de estudio y la cronología: la celebración de unos encuentros internacionales de debate entre intelectuales católicos españoles y europeos en la capital donostiarra en coincidencia plena con la etapa «nacionalcatólica» del régimen. La peculiaridad de esta etapa radica no solo en el hecho de que se asista al apogeo del «colaboracionismo» católico con el régimen, sino también en que, durante estos años, se producen las primeras «autocríticas» en el interior de la Iglesia sobre su papel en la dictadura.

Entre los polos del «colaboracionismo» y la «autocrítica» se ubica la experiencia de las Conversaciones Católicas Internacionales de San Sebastián. Su inserción en la estrategia colaboracionista parece evidente en el patrocinio de la iniciativa por parte del ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo, dentro de la operación de diplomacia pública tendente a resituar el régimen de Franco en el contexto internacional de la postguerra mundial. A esclarecer la consistencia de su calificación de «autocrítica» se dirigen las hipótesis de que parte la investigación: ¿pueden ser consideradas las Conversaciones «muestra concreta y temprana de un discurso crítico con el nacionalcatolicismo y, por ende, con el régimen franquista» y contribución precoz al «desarrollo de una nueva sensibilidad democrática»?, ¿constituyeron las Conversaciones una «plataforma destacada para la expresión de las tendencias reformistas del catolicismo en la época previa al Concilio Vaticano II» (p. 21)? Además, ya en el primer capítulo, el autor presenta como pertinente —y lo es— al contenido de su investigación el debate que hace unos años sostuvieron Feliciano Montero y Manuel Ortiz Heras en torno al «despegue» o «desenganche» de la Iglesia católica del franquismo. Donde el primero veía el «despegue» del franquismo como un proceso genuino y extendido de revisión y crítica, el segundo consideraba el «desenganche» como consecuencia del perspicaz oportunismo eclesiástico en la etapa final de la dictadura. Sin formular en este caso hipótesis explícita alguna, el contenido de las premisas ya enunciadas anticipa la opción del autor por la primera de las alternativas.

Al servicio de estas tesis, el libro se articula en seis capítulos, de los cuales el ya mencionado primero, titulado «Un estado de la cuestión», se puede considerar todavía introductorio. El segundo capítulo se remonta al origen de las Conversaciones en los Cursos Internacionales Católicos de San Sebastián de 1935, una iniciativa conjunta de la Acción Católica y del centro donostiarra de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), paralela a los Cursos de Verano de Santander, y que es muestra de la efervescencia católica de los años de la República. Sin la ambición de las Conversaciones, pero abiertos ya a los intercambios transfronterizos, los Cursos preveían una segunda edición en el verano de 1936, que ya no pudo celebrarse.

La que se presentó formalmente como reanudación de estos en 1947 constituyó realmente —como indica el autor— una refundación, en la cual el cambio de nombre, de Cursos a Conversaciones, da cuenta del tono menos docente y magisterial y más de debate e intercambio que se les quiso dar. El lanzamiento de las Conversaciones es el objeto de los capítulos tercero y cuarto. El tercer capítulo define las «coordenadas de origen» de las sesiones donostiarras, estableciendo tres variables explicativas de su puesta en marcha: la incorporación de los católicos como personal político del régimen y el inicio de la operación de rehabilitación internacional de este, que incluiría el patrocinio oficial de eventos religiosos de dimensión internacional; la eclosión del internacionalismo católico —particularmente europeo— en la segunda postguerra mundial, y la figura imprescindible de Carlos Santamaría, donostiarra de pro, miembro de la ACNP, promotor de múltiples iniciativas y verdadero motor de las Conversaciones, las cuales se tiñeron «de la vocación católica y la mirada internacional» (p. 94) que caracterizaron todas sus empresas. El cuarto capítulo relata los detalles del arranque de las primeras Conversaciones: los contactos para asegurar el apoyo de las autoridades eclesiásticas —nunciatura, episcopado, presidencia de la ACNP— y civiles —fundamentalmente el Ministerio de Asuntos Exteriores—, la búsqueda de patrocinadores, la selección de participantes y el desarrollo de las sesiones. Descuella la nutrida presencia de seglares y de extranjeros —29 de los 41 invitados, de 19 nacionalidades— y también destaca el difícil equilibrio que hubieron de lograr los organizadores entre la necesaria libertad en el desarrollo de los debates y el potencial conflictivo del tratamiento de cuestiones «delicadas», sobre todo aquellas de índole política o político-religiosa.

Frente al desarrollo pormenorizado de las primeras Conversaciones, el resto de ediciones —un total de 11 hasta 1959, pues la de 1958 no se celebró— reciben una atención conjunta en los capítulos quinto y sexto. Mientras uno se centra en el análisis de los grandes ejes temáticos que interesaron a las Conversaciones, el otro explora las razones que conducirían a su final. Los temas que se trataron en las sucesivas ediciones atañían tanto a aspectos de perfil más político, desde los derechos humanos a la cuestión europea, como a otros de cariz más eclesiástico, como la reforma de la Iglesia. Aunque el debate sobre todos ellos fue plural, reflejando posturas conservadoras y progresistas, el autor incide en «el carácter rompedor de las Conversaciones en su conjunto» (p. 175), dado el deseo de apartarse del más rancio nacionalcatolicismo, la audacia de los temas escogidos y la apertura a las influencias exteriores, sobre todo francesas. Desde esta perspectiva, no es de extrañar que las Conversaciones conocieran crecientes dificultades que llevaron a su conclusión. De este proceso, minuciosamente reconstruido, rinde cuenta el capítulo seis. Si los primeros años fueron relativamente placenteros, a partir de 1955 las dificultades con las autoridades eclesiásticas —el Santo Oficio y el nuevo nuncio Antoniutti— y las civiles —sobre todo tras el cese de Martín-Artajo— no dejaron de crecer hasta la suspensión definitiva de las Conversaciones tras la edición de 1959. Curiosamente, en su fin quizá fuera más determinante la presión de las primeras, en el tenso ambiente del preconcilio, que la coerción de las segundas.

El libro, además de las pertinentes conclusiones, que remiten a la matizada confirmación de las hipótesis, reúne una serie de anexos, que incluyen la nómina completa de participantes tanto en los Cursos de preguerra como en las Conversaciones y cuatro entrevistas con participantes de las Conversaciones. Decepcionan algo las entrevistas, sobre todo las más prometedoras —las realizadas a José Ramón Recalde y monseñor José María Setién—, no por razones que tengan que ver con la pericia del entrevistador, sino por la natural vaguedad de los recuerdos de los entrevistados después de tanto tiempo pasado.

De la síntesis de las propuestas interpretativas y de los argumentos del libro no debería quedar duda sobre la importancia del tema que trata y sobre la valiosa aportación que realiza no solo al conocimiento de esta cuestión específica, sino al estudio de la dictadura franquista y al de las complejas relaciones con uno de sus principales pilares de apoyo: la Iglesia católica. También, en un sentido más amplio, el autor contribuye a mejorar nuestro conocimiento de la historia del catolicismo español en el siglo xx. En ese sentido, es significativa la reivindicación que hace el autor de la historia religiosa, un enfoque historiográfico que supere los estrechos límites de la historia eclesiástica tradicional, pero que, a su vez, valore la especificidad de lo religioso e incorpore la investigación histórica de la religión a la historiografía civil.

El trabajo de Pablo López-Chaves es, en general, impecable en la consistencia de su argumentación, en la claridad de su estructura, en la exhaustividad de su manejo de fuentes y en la calidad de su redacción. No obstante esta excelente impresión de conjunto, hay aspectos que provocan cierto sentimiento de insatisfacción en el lector, que desearía saber más sobre alguna de las apasionantes cuestiones que se apuntan. De esta manera, se habría agradecido que el autor hubiera ampliado la mirada hacia la relación de las Conversaciones de San Sebastián con otras iniciativas semejantes —y que se citan— como las Conversaciones de Gredos, con las que coincidió parcialmente en el tiempo. También abriendo el foco, habría resultado interesante haber profundizado en la inserción de las Conversaciones de San Sebastián en el rico entramado católico internacional de la postguerra y haber ilustrado algo más el funcionamiento de esas tupidas redes católicas europeas desde la privilegiada atalaya donostiarra y desde la personalidad del bien relacionado Carlos Santamaría. En esa dirección, nos quedamos con deseos de saber más sobre este, pero, sobre todo, más sobre las personalidades que acuden a su convocatoria. ¿Qué hay detrás de la nómina de participantes que se nos ofrece en los anexos? Además, con cierta frecuencia pesa la impresión de que el autor da por presupuestos unos conocimientos sobre el catolicismo de los años cuarenta y cincuenta que el lector no necesariamente tiene por qué poseer.

Nada de esto empaña, desde luego, que nos encontramos ante un magnífico trabajo de investigación, que realiza una significativa y novedosa contribución a nuestro conocimiento del franquismo y del complejo papel representado por los católicos en su sostenimiento y, también, en su erosión.