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José Antonio Primo de Rivera es, ante todo, un mito. Quizás sea su imagen incluso más mítica que la del propio Francisco Franco. A este, al menos, los españoles lo pudieron percibir directamente en alguna ocasión —tuvieron cerca de cuarenta años para ello— y desde luego vivir con las consecuencias de sus políticas. Esto es, de forma muy mediatizada los españoles pudieron contrastar al Franco real con el de la propaganda. Sin embargo, casi todo lo que se cree que se sabe de José Antonio es una construcción que empezó con su propia muerte en Alicante el 20 de noviembre de 1936, cuando contaba apenas treinta y tres años de edad. Sí, es cierto que sus seguidores de la primera hora, como ocurrió con todos los movimientos fascistas, ya empezaron a presentarlo, y hasta a pensarlo, en vida desde una perspectiva carismática y providencialista. Pero estos seguidores eran muy pocos, como mucho unos miles, en comparación con los centenares de miles que se sumaron a la Falange cuando el líder ya estaba preso o muerto; y las decenas de millones de españoles a los que se les intentó inculcar bajo el franquismo la imagen sagrada del «mártir» principal de la dictadura. Por eso, debido a la confusión tan extendida entre verdad y ficción que rodea al personaje, antes de hablar del mito, era necesario volver a explicar la realidad de José Antonio como ha hecho Joan Maria Thomàs en este libro.

Thomàs, que es investigador ICREA (Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados) —una experiencia catalana que se debería repetir en otras partes de España— es uno de los más productivos historiadores del país, y probablemente el mejor experto en la Falange. Es de agradecer que su enorme capacidad de trabajo y su exhaustivo conocimiento se hayan enfocado hacia esta biografía. En ella se aprecian otras características notables del autor, entre las que destaca su escritura, caracterizada por un enfoque sobrio y desapasionado, dejando al lector —esto es, respetándolo— que juzgue por sí mismo al personaje en vez de llevarlo a conclusiones fáciles. También es notable, en esto tiempos de polarización en y sobre Cataluña, la elegancia con la que aborda algún tema en potencia nada grato allí como fueron las relaciones, a la postre equívocas, entre Miguel Primo de Rivera y el catalanismo (50-‍55). Del mismo modo, los retazos que deja entrever del rey Alfonso XIII, aunque breves, son muy incisivos al revelar las escasas dotes políticas y alguna deficiencia más del monarca (56).

El José Antonio que emerge del relato de Thomàs es un hombre complejo, en muchos aspectos brillante, pero en ningún modo modélico, y desde luego muy alejado del canon hagiográfico creado por la dictadura. Por ejemplo, su relación profesional con la multinacional ITT (79-‍82), cuando él era un joven abogado y su padre el dictador que le dio el contrato del monopolio de Telefónica a esta empresa, se podría calificar hoy (aún en la España permisiva con la corrupción que nos ha tocado vivir) como de tráfico de influencias. También era José Antonio, como otros autores han señalado, un hombre propenso a asaltar físicamente a quienes él creía que mancillaban el honor familiar. Tampoco era el pensador original del mito. Sus ideas se basaban en lecturas y apropiaciones intelectuales no siempre reconocidas, como fue el caso de su interpretación, en clave autoritaria, del pensamiento elitista de José Ortega y Gasset. Por último, las incoherencias políticas, a veces hasta el infantilismo, de José Antonio podían ser enormes. Por ejemplo, el autoproclamado salvador de España, que decía creer traer la justicia social al país, era capaz de recibir dinero de los grupos políticos más retrógrados (y de Mussolini) o esperar que, una vez triunfante el golpe del 18 de julio, los militares, con el muy reaccionario Sanjurjo a la cabeza, le diesen el poder a él (285-‍286). Pero no hay duda de que, a pesar de sus defectos y contradicciones, eran muchos los aspectos atractivos de su persona, que le alejaban de la imagen plana, intransigente y brutal que se supone a un aspirante a dictador. Por ejemplo, a diferencia de ególatras como Hitler, Mussolini o Codreanu, él era un hombre capaz de admirar públicamente a sus contrarios, como ocurrió repetidamente con Manuel Azaña e Indalecio Prieto; y, a pesar de ser el jefe de una milicia violenta, su actitud personal y política no cuadraba exactamente con el papel de matón que aquellos lideres fascistas desempeñaron con gusto.

Hasta aquí el hombre real. Quizás Thomàs debiera haber dedicado más de un solo capítulo al mito porque, como decía al comienzo de esta recensión, José Antonio fue ante todo un mito creado casi en su totalidad por y al servicio de la dictadura de Franco. No voy a insistir mucho en las obvias diferencias entre ambos, ni en su relación (tan bien analizada por Stanley Payne hace unos años en su Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español), pero creo que habría sido muy interesante un análisis más amplio de cómo se creó el mito, más detalles del contenido de este y su función política y cultural durante el franquismo, y aún después. No cabe duda de que la contradicción entre la doctrina oficial falangista, esto es, la imagen y las palabras de José Antonio y la función de FET y de las JONS en el franquismo merecen un análisis que vaya algo más lejos de los párrafos desdeñosos y breves que los historiadores del periodo les hemos dedicado. Por otra parte, aunque ligado a lo anterior, a este crítico también le parece necesario que un día se estudie la parte del mito no creada por el régimen: cómo José Antonio fue concebido por los disidentes del franquismo primero, y por muchos jóvenes después, como la antítesis de la España reaccionaria de Franco, esto es, como una oportunidad perdida —la famosa e ilusa «revolución pendiente»— para establecer un proyecto político fascista «auténtico» con un profundo contenido social reformista. En este sentido, el «santo mártir» de José Antonio sirvió para articular un identidad política, inerme a la postre, pero muy real bajo la dictadura, y que luego fue incapaz de crecer y triunfar una vez restaurada la democracia en España. Este falangismo popular e imaginario deberá ser explicado por un historiador profesional algún día, pues solo podrá ser entendido a partir de esa interpretación necesaria arriba apuntada: de cómo la imagen de José Antonio y la exégesis de sus textos funcionaron en el contexto sociocultural y político de la España represiva de la dictadura. Ese es la parte del mito que hasta ahora se nos ha escapado. Mientras tanto, gracias a Thomàs sabemos más y mejor del hombre que inspiró esas ideas, y algunas realidades, durante su vida y después.