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La «batalla del mundo». Era a principios de 1942, pasados ya los primeros seis meses de permanencia de la División Azul en Rusia y destinada esta en el duro y helado frente del Voljov. Más de medio año de participación española en el frente oriental y de incidencia de esa experiencia en el frente interno español, suficientes como para que Pilar Primo de Rivera, hermana del Ausente, Jefa Nacional de Sección Femenina y, por tanto, una figura capital en el fascismo español, reconociera de manera abierta y explícita que aquella de oriente era una batalla por una nueva civilización, en la que el enemigo rojo debería sucumbir definitivamente a manos de la Europa del Nuevo Orden. Una batalla del mundo, en la que «no podía faltar la presencia católica y universal de España». Esa presencia se llamó División Española de Voluntarios, División Azul (DA), la 250 integrada en el Cuerpo de Ejércitos del Norte alemán. 47 000 españoles combatiendo en los pantanos del Voljov y, después, en el sitio de Leningrado, representaron mejor que ningún otro ejemplo cómo la depauperada España de Franco intervino y participó en la Segunda Guerra Mundial. No faltó España a esa cita con la nueva civilización sana y joven, limpia de ateísmo soviético y libre de judíos. A esa cruzada europea contra el bolchevismo.

Pese a su importancia, la División Española de Voluntarios no ha sido sin embargo objeto de grandes estudios históricos. Existen algunas investigaciones relevantes, islas en medio de un mar de memorialística, estudios de índole militar la más de las veces de naturaleza apologética. Existe, por parte de investigadores jóvenes como David Alegre (de cuya tesis extraigo la referencia al discurso de Pilar Primo), un renovado interés por su dimensión trasnacional, por su capacidad para concentrar algunos de los debates historiográficos fuertes de la historia de la guerra, la violencia y el fascismo en Europa. Y luego está el Camarada Invierno. Este libro, fruto de más de quince años de investigación por parte del historiador contemporaneísta español con a la vez más proyección internacional, rigor académico y agenda investigadora, analiza la experiencia divisionaria entre junio de 1941 y noviembre de 1943 (y también después, integrados en la Wehrmacht y en las Waffen-SS) y su relato histórico y memorialístico, en el contexto de la intervención de las potencias fascistas en el frente oriental. Lejos de las reconstrucciones al uso basadas en la acción militar, el armamento, los movimientos de tropas y las batallas, Núñez Seixas, en un ejercicio de lo que ha venido a llamarse nueva historia de la guerra (el propio autor reconoce dicha vinculación), centra su atención en otros aspectos: la experiencia de combate, la relación de la DA y los divisionarios con su entorno, con los alemanes, con los rusos o con los prisioneros de guerra, la memoria divisionaria, el relato político que rodea a la División, las percepciones individuales y colectivas. Y también en elementos tan importantes —y si se quiere, polémicos— como poco conocidos (generalmente, negados en la historiografía y la memorialística militantes) sobre la actuación española en tierras rusas. Fundamentalmente, su vinculación directa o lateral con lo que hoy llamamos crímenes de guerra (como el intento de eliminación por hambruna de la población civil en Leningrado), el tratamiento abusivo de civiles y de prisioneros de guerra en sus prácticas de ocupación, o lo que parece ser ha levantado más polvareda entre los usuarios de foros de nostálgicos y apologetas de la DA: su condición de bystander ante el tratamiento de la población civil judía.

Este último no es un tema menor. Antes de proseguir por otros terrenos, hay que detenerse en él para subrayar que en ningún momento el autor acusa a los divisionarios de haber participado en el Holocausto, en el asesinato a manos de miembros de los Einsatzgruppen o la deportación a los campos de exterminio de la población judía de Rusia. Tampoco, sin embargo, cae en la conclusión buenista y generalizada, que sin llegar a la barbaridad de mostrar al franquista como un régimen salvador de judíos, exonera a la DA y por extensión, al régimen, de cualquier implicación, conocimiento o participación en la Shoah. La imagen de una España franquista enfrentada quijotescamente al monstruo nazi para salvar vidas de judíos es equívoca, simplista y tiene mal anclaje con la contingencia histórica. La primera fricción con la realidad está en la intencionalidad de los sujetos que participaron en el supuesto salvamento, empezando por el Gobierno español. En marzo de 1942, ya en marcha las deportaciones decididas en la Conferencia de Wannsee, el entonces ministro Serrano Súñer denegaba la nacionalización de varios judíos en Bélgica para escapar del país. Al poco, desde ese mismo ministerio saldría una nota consular recordando que no podía trasladarse a judíos a España, «país donde nunca han residido, por evitar las dificultades que encuentran en estos países [ocupados], y pudieran presentarse muchos en iguales condiciones, con lo cual crearían en España una colonia y un problema judío del cual nuestra Patria afortunadamente está libre». Al hilo, el muy antisemita embajador español en Vichy y futuro Ministro, José Félix de Lequerica, señalaría que «[Los judíos] disimuladamente, si pudieran, buscarían el modo de eludir la obra inolvidable de los Reyes Católicos en 1492 cuando el mundo entero procura imitarla con más o menos disimulo». Ese tipo de narración tampoco suele tener en consideración, por puro desconocimiento, la entrega en Hendaya a la policía alemana de prisioneros y refugiados apátridas huidos del Reich pertenecientes a países ocupados: checos, polacos y apátridas. Y cuando se dice apátridas, léase mayoritariamente judíos. Ciudadanos sin patria, por haberla perdido en aplicación de las leyes de Nuremberg de 1935 también en los territorios de la Europa de Hitler.

Se suele hablar de la posición de España frente al Holocausto, pero habría que renombrarla como España en el Holocausto. Y el cambio del adverbio por la preposición no tiene nada de casual. En ese mismo contexto se debe situar la actuación de la DA. Es imposible saber si existía una política coherente o era pura contingencia, pero la imagen que traslada este libro sobre el conocimiento o la participación de la División en las redadas de judíos o las deportaciones es la de unos hombres que conocieron, intuyeron y formaron parte del entramado general. Quien haya visto la película de animación Vals con Bashir (Ari Folman, 2008) sobre la invasión del Líbano por el ejército israelí en 1982 y las matanzas de Sabra y de Chatila, recordará la teoría de los círculos concéntricos, que explica la falta de memoria inmediata sobre las razias en los campamentos a manos de las falanges libanesas de Bashir Gemayel. El director no se encontraba entre los asesinos, pero sí entre los que contribuyeron, en su caso sin pretenderlo, a los asesinatos, por lo que siente la culpa, pero no la memoria. En cierta medida, la condición de la DA de unidad armada integrada en la Wehrmacht y, por tanto, en la maquinaria militar de ocupación y de combate contra el enemigo ruso, la sitúa esa misma posición: los que ayudaron sin saber, o que si supieron, minimizaron su importancia.

Posiblemente, y dejando al margen la estereotipización antisemitismo y racismo base compartido con más o menos intensidad por los divisionarios, su implicación en la matanza de judíos que se llevó a cabo entre el verano del 41 (antes que la DA llegara al frente norte) y 1942-‍45 (en los campos de exterminio) fue circunstancial. No lo fue tanto, sin embargo, en ese otro genocidio perpetrado por las autoridades nacionalsocialistas en la Europa del Lebensraum, el de los prisioneros de guerra rusos. El racismo cultural hacia los rusos no llevó, en la narración del autor, a represalias sistemáticas contra la población civil. La del fascismo no era una tarea eliminacionista, sino evangelizadora, reeducadora, «liberadora» desde este punto de vista, aunque aspectos como la lucha antipartisana sean realidades sobre la que deberá volverse, como también deberá investigarse con más detenimiento monográfico la cuestión de la responsabilidad española en el intento de aniquilación por hambruna de Leningrado. Se calcula, además, que más de un millón y medio largo de ivanes, de combatientes soviéticos, fueron aniquilados en el momento de la toma de los frentes o en retaguardia, entre los trabajos forzosos y la aniquilación racial. Lejos de la conmiseración buenista hacia los pobres soldados derrotados atribuida por las fuentes memoriales y apologéticas, pero que el autor no encuentra en las fuentes contemporáneas, en el tratamiento de los soldados soviéticos sí que tuvo la DA una responsabilidad explícita. Menor, si se quiere, como menor era en términos globales la importancia de los españoles en los frentes. Pero «pequeño» no quiere decir «inexistente», aunque hasta hace poco, en este asunto, haya significado «invisible».

El acercamiento del libro a estos problemas responde casi siempre a una estrategia investigadora que combina fuentes oficiales alemanas y españolas con testimonios y egodocuments. Y precisamente con las fuentes memoriales en la mano (más las contemporáneas que las posteriores, que no pocas veces adolecen de guerrafreddismo, cuando no de edulcoramiento), este libro desmonta la narración, el relato divisionario. Esas fuentes le sirven para analizar quiénes eran los integrantes de la DA, cómo se movilizaron, qué aspiraciones tenían. Su hetereogeneidad, aunque también su suerte de «predisposición acumulativa» hacia la guerra, un proceso que incluía la herencia de la guerra española y la voluntad por una nueva guerra que lanzase al fascismo español hacia sus nuevos horizontes. Que prolongase el estado de guerra en la retaguardia con una guerra en los frentes por la civilización, contra los mismos enemigos en casa y en las trincheras. Que llevase la venganza por el «terror rojo» en la España de las checas y de Paracuellos. Que sirviese a sus combatientes para hacer carrera, para adquirir esa condición tan útil en la España de Franco como era la del excombatiente. Con estas fuentes, en suma, el autor puede plantearse algunas preguntas centrales en la investigación contemporánea de las guerras como: ¿por qué combaten los soldados? ¿Cómo influyen en ellos la ideología, los valores, los mecanismos de socialización precedentes? ¿Cómo se construye la imagen del enemigo? Y, sobre todo, ¿qué lleva a matar?

El resultado es un volumen que aborda tres grandes ejes de lo que se conoce por nueva historia de la guerra: el frente interno, la experiencia de combate y la construcción memorial y narrativa. Solamente se echa en falta una reflexión sobre las interacciones entre frente interno (español, se entiende) y desarrollo bélico en los frentes y las inmediatas retaguardias: interacciones que pueden ir desde lo político a lo económico. Y esto último no es menor, pues tengo la impresión que seguimos sin conocer bien qué coste tuvo la DA, es decir, cómo impactó su movilización y despliegue en los presupuestos de la España franquista y de la Alemania nazi, y si ese impacto tuvo alguna relación con sus límites y su retirada. No se rehúye ningún elemento, por complejo o polémico que pueda resultar, como el de la relación de los combatientes con una población civil muy feminizada como resultado natural de los procesos de movilización militar, y que suele concretarse en experiencias de voracidad sexual, o de participación en robos, rapiñas y abusos. La imagen resultante es la de unos divisionarios sinceramente anticomunistas, profundamente contrarrevolucionarios, muertos de hambre, mal pertrechados y deseosos de copular con, preferentemente, otros seres humanos, no muy diferente a la de otras unidades desplegadas en el frente oriental, fuesen italianas, valonas, francesas o rumanas. Una imagen de ladrones, pero no de asesinos, al menos no de civiles/no combatientes. En todo caso, una imagen poco edulcorada, compleja, y que dista años luz del banal, superficial y moralizante relato divisionario. En Italia existe y pervive el estereotipo del bravo italiano en combate. Este libro es una piedra miliar para acabar con el mito del buen divisionario.