Aunque cuestionada recientemente, la de «pluralismo político» sigue siendo, en mi opinión, una de las expresiones más felices para definir la situación política del País Vasco durante la etapa de la Restauración. La caracterizaron en su momento Fernando García de Cortázar y Juan Pablo Fusi, quien le otorgó su verdadera dimensión y trascendencia. De hecho, con el nacimiento de dicho pluralismo en esos años se empezaron a sentar las bases del sistema de partidos que poco a poco fue cuajando en el primer tercio del siglo xx en el País Vasco. Hablaríamos del liberalismo en general, en sus versiones monárquica y republicana; de un carlismo en declive, aunque con cierta presencia aún en Álava y Guipúzcoa, sobre todo; y de unas nuevas fuerzas emergentes, el nacionalismo y el socialismo, llamadas a tener un papel determinante en los años de la Segunda República, tal como lo han puesto de manifiesto, entre otros autores, el propio Fusi, José Luis de la Granja o Javier Díaz Freire, por ejemplo.

Dicho esto, cabe señalar que el tema abordado por Sara Hidalgo cuenta con importantes antecedentes en la historiografía vasca. El movimiento obrero, vinculado especialmente a los inicios del socialismo, ha sido un tema estrella desde mediados de los años setenta. En este sentido, los libros Política obrera en el País Vasco (1880-‍1923) (1975) y Relaciones laborales en Vizcaya, 1890-‍1936 (1978), de Juan Pablo Fusi y de Ignacio Olábarri, respectivamente, marcaron un antes y un después. Son obras que siguen siendo fundamentales para el estudio de los orígenes de dicho movimiento obrero en el País Vasco y de su impregnación del primer socialismo vasco, protagonizado, fundamentalmente, por Facundo Perezagua. Posteriormente, el socialismo vasco de esos años ha contado con numerosos estudios, destacando los trabajos de Jesús Eguiguren, Ricardo Miralles, Pedro Barruso, Manuel Montero, Norberto Ibáñez y José Antonio Pérez, entre otros. Por lo tanto, este libro que ahora se presenta se inserta en esta rica bibliografía ya existente. Es por ello que, como la propia autora reconoce, en realidad su trabajo no se basa en fuentes nuevas, sino en una lectura novedosa de las mismas, apoyándose en esa corriente historiográfica, encabezada por el norteamericano William M. Reddy, que hace especial hincapié en la importancia de las emociones. Realizando una lectura muy alejada del materialismo histórico propugnado por la historiografía marxista, Sara Hidalgo apuesta por la relevancia de las emociones sociales en la construcción de las identidades de clase. Al fin y al cabo, como ella misma dice, la historia la protagonizan las personas, y de ahí la importancia «de tener en cuenta la complejidad de la experiencia humana, donde razón y emoción son dos protagonistas» (p. 29). Por eso, la novedad de esta obra, fruto de su tesis doctoral, radica en el enfoque. Estamos, pues, ante un análisis inédito de un fenómeno, como ya se ha dicho, bien estudiado hasta la fecha. De manera que la historia de las emociones cobra aquí todo su sentido.

Así pues, como otros historiadores anteriores a ella, Hidalgo ha centrado su estudio en la Ría de Bilbao. Más específicamente en la margen izquierda, cuna del socialismo vasco y español. No en vano estamos hablando de una de las zonas de España que más cambios experimentaron a finales del siglo xix y principios del xx. Con una explotación minera exacerbada y un proceso de industrialización acelerado, el paisaje rural de esa comarca se vio claramente alterado por un proceso de urbanización intensa y una llegada masiva de población foránea. Cambios, por tanto, económicos, demográficos, sociales y, por supuesto, políticos. Ya que fue en ese contexto de fuertes transformaciones de todo tipo donde nació el ya mencionado pluralismo político vasco. En el caso del socialismo, al albur de un primer movimiento obrero, aquel fue poco a poco articulándose en torno a la figura de un socialista histórico como fue Perezagua, quien fue capaz de convencer, y emocionar, a unos mineros y obreros hasta entonces huérfanos de ideología. Su verbo encendido y su honradez consiguieron ganar numerosos adeptos para la causa socialista, inaugurando lo que la autora describe como un «régimen emocional socialista rojo», en contraposición a ese otro «régimen emocional burgués», representado por esa alta burguesía en la que sobresalieron los llamados capitales de la industria. Es decir, los grandes industriales, propietarios mineros, navieros o banqueros.

Pero, como se sostiene en el libro, las experiencias y emociones de una clase social y otra eran completamente distintas, lo que llevó a un enfrentamiento materializado en numerosas huelgas, manifestaciones y protestas. Bilbao se convirtió así en el epicentro de la gran conflictividad de esos años. Con una burguesía acomodada en el Casco Viejo y en el Ensanche y unas masas obreras hacinadas en los Barrios Altos y en las nuevas barriadas surgidas a lo largo de la ría y la zona minera, sus calles se convirtieron en el punto de encuentro del choque entre ambos regímenes emocionales. En este sentido, los logros alcanzados por los mineros en la huelga de 1890 supusieron la puesta de largo del socialismo vizcaíno y, más aún, de su líder, el ya mencionado Perezagua. A partir de ese momento, la emoción obrera experimentada durante esos días se convirtió en política socialista, quedando en la memoria de muchos participantes la emoción no solo de lo vivido entonces, sino también de lo conseguido. Por el contrario, el desprecio, el odio e incluso el miedo fueron cuajando entre una burguesía que se movía entre el reformismo y la represión.

Ahora bien, este «régimen emocional socialista» no se mantuvo intacto a lo largo del periodo de estudio objeto de este libro. Más bien al contrario. Ya sabemos que el primer socialismo era contrario al pacto con los partidos republicanos por considerarlos burgueses. En el caso de Vizcaya más aún, ya que su líder era Horacio Echevarrieta, uno de esos grandes capitanes de la industria ya mencionados. La aversión de Perezagua a cualquier tipo de pacto o alianza con el republicanismo bilbaíno alimentó buena parte de su quehacer político. Sin embargo, al doblar el siglo, algunos jóvenes socialistas, empezando por Tomás Meabe e Indalecio Prieto, comenzaron a explorar dicha vía. Empezó a surgir lo que Sara Hidalgo denomina un «régimen emocional socialista científico», más posibilista que el anterior y que, a no tardar, terminaría por aceptar la conjunción republicano-socialista. Estaríamos ante el paso de un socialismo sindicalista a otro parlamentario, donde se asumían el voto y las elecciones como instrumentos válidos para el acceso a las instituciones, desde las cuales se podrían introducir cambios sociales. Y si para ello había que contar con los republicanos, como mantenía Prieto, merecía la pena hacerlo. Sobre todo, porque empezaba a emerger con cada vez más fuerza un «régimen emocional nacionalista vasco» al que había que hacer frente. La autora analiza, pues, la evolución del socialismo vizcaíno de estos años al calor de las distintas emociones experimentadas por sus diferentes protagonistas y la propia pugna que se abrió entre quienes se identificaban con uno u otro «régimen emocional socialista», el rojo y el científico.

Dicho todo lo cual, podríamos decir que estamos ante un libro original, en el sentido de que abre una nueva interpretación de un tema muy trabajado por los historiadores, esta vez desde la denominada «historia de las emociones», donde los sentimientos juegan un papel fundamental en el devenir de los acontecimientos históricos. Se trataría de un planteamiento muy alejado de los tradicionales, sobre todo del marxista, y que probablemente tenga mucho que ver con los tiempos que vivimos, con esa sociedad líquida caracterizada por Zygmunt Bauman. Lamentablemente, la obra no aporta ninguna novedad ni en cuanto a fuentes ni en cuanto a acontecimientos desconocidos, por lo que se limita a hacer una relectura de lo que ya sabíamos siguiendo los postulados del ya citado Reddy. No obstante, quiero concluir afirmando que la obra no está exenta de interés.