RESUMEN
Durante el siglo xix, el miliciano nacional fue tanto una figura de identificación para la ciudadanía como una de controversia política. Basándose en debates parlamentarios, panfletos, artículos de periódico y material de diversos archivos, este artículo detalla el debate sobre la figura del miliciano durante la primera mitad del siglo xix en España. La primera parte se centra en las primeras fases constitucionales (1812-1814 y 1820-1823) y muestra cómo la Milicia Nacional, inicialmente pensada como un actor abstracto de un sistema de contrapesos políticos, acabó cobrando vida propia gracias a las iniciativas ciudadanas. El miliciano se convirtió en un ideal ciudadano del liberalismo radical. La segunda parte, ubicada en los comienzos del reinado de Isabel II (1833-1844), subraya cómo los políticos denominados progresistas tiñeron de emociones y radicalidad las imágenes asociadas a los milicianos para conquistar una posición dominante en los conflictos políticos de la época. No obstante, esa radicalización escapó a su control. Esta deriva demuestra, por un lado, que los discursos de la alta política y sus apropiaciones populares se reforzaban mutuamente y deja ver, por otro lado, cómo la imaginería ciudadana justificaba un expansivo abanico de actuaciones.
Palabras clave: Milicia Nacional; ciudadanía; ciudadanía armada; liberalismo; España.
ABSTRACT
During the nineteenth century, the national militiaman was both a figure of civic identification and political controversy. By drawing on parliamentary debates, pamphlets, newspaper articles, and archive material, this article analyses the debate about the figure of the Militiaman during the first half of Spain’s nineteenth century. Its first part focuses on Spain’s early constitutional phase (1812-1814 and 1820-23). The National Militia, which was initially imagined as an abstract player in a system of checks-and balances, became alive through civic initiative. The Militiaman thus became a civic ideal of radical liberalism. The second part of this article centres on the early reign of Isabel II (1833-1844). It underlines how progresista politicians emotionalized and radicalized the images associated with the National Militiaman to conquer a dominant position in the political conflicts of the time. However, this radicalization could not be controlled. These results show, first, that high political discourse and its popular appropriations were mutually reinforcing factors and demonstrate, secondly, how civic imaginaries broadened the scope of justifiable actions.
Keywords: National Militia; citizenship; civic arming; liberalism; Spain.
Desde la década de 1970 y con la publicación de la monografía de Juan Sisinio Pérez
Garzón sobre la Milicia Nacional de Madrid, esta guardia cívica ha quedado estrechamente
vinculada al debate sobre la vitalidad de la cultura política de la España del siglo
xix. Pérez Garzón planteaba que, en contra de la intención de las élites, las clases bajas
urbanas acabaron integrándose en la Milicia Nacional con el fin de desafiar a las
jerarquías existentes[2]. Esto puso en tela de juicio la imagen apática de la población española habitual
en otras obras clásicas del momento Tusell (
La monografía de Pérez Garzón no solo demostró la relevancia de la guardia cívica,
también estableció un paradigma de investigación sociohistórico que sigue predominando
en los estudios sobre la Milicia Aunque estudios recientes prestan más atención a la relación de la Milicia con los
ideales políticos, el marco propuesto por Pérez Garzón sigue dominando. Una síntesis
de los estudios sobre el Trienio en Roca Vernet ( Sobre las ideas políticas asociadas a la Milicia, véase el breve pero instructivo
análisis de: Fuentes (
Este artículo pretende, pues, reconstruir las imágenes de ciudadanía asociadas a la guardia cívica y destacar la especificidad de los primeros debates liberales en torno a la Milicia Nacional entre 1808 y 1844. Para lograrlo, la investigación se basa en debates parlamentarios, panfletos, contribuciones periodísticas y material de archivo de dicho tiempo.
En torno a la guardia cívica interactuaron y se solaparon los debates parlamentarios
y extraparlamentarios. Esta interacción ayudó a madurar una concepción activista de
la ciudadanía que acabo convirtiéndose en un desafío incluso para el ala más radical
del liberalismo parlamentario. La guardia cívica aparece así como un laboratorio de
ciudadanía que, incluso en el ámbito discursivo, resultó ser mucho más independiente
del liberalismo parlamentario de lo que suele sugerirse en la descripción de la Milicia
Nacional como «brazo armado del partido progresista» Por ejemplo, Chordá et al. (
En las últimas décadas, los estudios histórico-culturales y conceptuales han demostrado
que no basta reconstruir las ideas políticas partiendo únicamente de los textos canónicos,
sino que hay que recurrir igualmente a panfletos, artículos periodísticos e incluso
obras de teatro o comportamientos sociales Peyrou (
Resulta particularmente relevante en este sentido el concepto de ciudadano vigilante, reconstruido por María Cruz Romero a partir del discurso radical desarrollado durante
el Trienio Liberal
Una mejor comprensión de las imágenes idealizadas de la ciudadanía complementa los
estudios de orientación sociohistórica sobre la Milicia. Y se trata de un paso relevante,
que resuena con la investigación de fenómenos específicos de la Edad Contemporánea,
como el nacionalismo, que ha demostrado que los conflictos y afinidades políticas
no se derivan únicamente de las estructuras de clase. Surgen igualmente de la implicación
emocional de los individuos y de identificaciones que puedan derivar del empleo de
símbolos y rituales, pero también de la oferta de modelos atractivos, como puede resultar
el del ciudadano en armas Un análisis clásico sobre la importancia de los símbolos, García Pelayo ( Chust y Marchena (
Cuando las Cortes se reunieron en Cádiz, resultó evidente a la gran mayoría de los
diputados que la reorganización del Estado español pasaba por la reestructuración
de sus fuerzas armadas Sobre las Milicias Urbanas del siglo xviii, Corona Marzol (
Pero como la organización de ambas milicias estaba marcada por exenciones y desigualdades
sociales, tanto filósofos como economistas las tachaban de injustas e ineficientes.
Además, pensadores políticos tan dispares como Rousseau y el conde de Cabarrús coincidían
en descalificar al Ejército permanente, acusándolo de ser un despilfarro de recursos
y un instrumento de opresión Las críticas de los ilustrados en Conze et al. ( La cita es de Esdaile ( Oñate Algueró (
Para superar estas dificultades, filósofos, expertos en cuestiones castrenses y economistas
abogaron por la introducción de un sistema militar más igualitario que algunos, como
Condorcet, vieron representado en la tradición norteamericana de una ciudadanía armada Condorcet ( Rousseau, Considerations sur le gouvernement de la Pologne et sur sa réformation projetée (1770-1771) (
Rousseau llegó incluso a plantear la existencia de una conexión profunda entre la
fuerza de los hombres para luchar y su amor a la patria. A su parecer, el patriotismo
solo podía existir si los defensores del país participaban también en su administración
política. Si bien no todos los teóricos estaban de acuerdo con este planteamiento
de Rousseau, muchos sí compartían su convicción de que los soldados necesitaban un
vínculo emocional con la causa que defendían. Se dio por lo tanto un intenso debate
en torno a cómo crear semejante vínculo, así como una creciente preocupación por el
trato que recibían los soldados rasos del Ejército, derivando a cierta revalorización
de estos Hippler ( Aparte de Hippler (
En el debate en torno a la Constitución de Cádiz, la idea más radical en relación
con este tema, es decir, la abolición del Ejército permanente, ni siquiera llegó a
proponerse. Sin embargo, varios diputados consideraban que una profunda reforma tanto
del armamento profesional como del no profesional podía reforzar al orden constitucional.
De hecho, la Constitución de 1812 introducía un nuevo cuerpo armado: las milicias
nacionales locales, una fuerza organizada con base provincial y de carácter civil
y sobre la que la autoridad del rey era limitada Constitución española de 1812, título VIII, capítulo II, art. 362-365.
Las monografías dedicadas a la Milicia Nacional tienden a ser parcas en sus referencias
a estos años fundacionales, puesto que los artículos constitucionales sobre la Milicia
y la ley correspondiente aún cargaban con demasiadas reminiscencias de los antiguos
modos de armar a los paisanos. La institución, además, nunca llegó a desarrollarse
plenamente Ruiz de Morales (
Sin embargo, cuatro elementos convirtieron la guerra de la Independencia y los acontecimientos
políticos de ella derivados en algo crucial para las posteriores controversias sobre
la Milicia Nacional. Los debates de las Cortes sobre este cuerpo armado demuestran
que, para empezar, ya en ese momento los políticos relacionaban la Milicia con una
concepción radical del control al Gobierno El siguiente párrafo debe mucho a Blanco Valdés (
El ejército ha de atender principalmente á la defensa exterior del Estado, y las Milicias
á conservar el órden interior, y mantener en toda su integridad la Constitucion siempre
que se quisiese destruirla violentamente. El primero debe estar en consequencia á
disposicion de la potestad ejecutiva [es decir, del Monarca], y las segundas en una
absoluta independencia de ella [es decir, bajo el control del parlamento] Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias. Legislatura 1810-1813,
1870: 16-1-1812, 2633-2635. Cita: 2633.
Toreno era igual de radical en su concepción de la organización interna de este cuerpo:
se refirió a sus miembros como «ciudadanos», y subrayó así que, por primera vez en
la historia de España, un servicio armado se basaba en la condición de la persona
como un ser políticamente activo y miembro igualitario de una comunidad nacional Íd.
Como ya hemos señalado, los artículos constitucionales sobre la Milicia se quedaron cortos en relación con las esperanzas de Toreno y otros radicales. Sin embargo, otra característica de esta fase temprana consistió en que el debate en torno del armamento cívico y de las posibilidades que ofrecía de cara al control del Gobierno no se limitó a los estratos superiores de las élites políticas. Esto ha quedado ilustrado en los llamados Informes sobre Cortes.
Estos informes son una recopilación de documentos con propuestas para la nueva Constitución,
que tanto individuos como colectivos (desde obispos y autoridades municipales hasta
simples ciudadanos) dirigieron a la junta que estaba preparando las Cortes Estos informes pueden consultarse en el Archivo del Congreso de Diputados (ACD).
Los procedentes de Baleares, Valencia, Aragón, Andalucía y Extremadura fueron editados
por Federico Suárez ( Véase la propuesta enviada por Panadero, ACD, Papeles reservados a Fernando VIII, 7-15.
La contribución del Ayuntamiento de Cádiz también demuestra cómo esta mezcla de viejo
y nuevo vocabulario puede entrelazarse con los sucesos políticos en curso y usarse
para cuestionar el control del rey sobre las Fuerzas Armadas. Tras su advertencia
de que un monarca con poder absoluto sobre el Ejército podía abusar del mismo con
gran facilidad, este Ayuntamiento preguntaba: «¿Quien ha dicho que el Soberano de
España, según la Constitución, puede disponer del ejército a su placer y sólo por
sí?»
Si cuando los Monarcas, con derramamiento de la sangre suya y de sus súbditos, ganaron
y libraron esta tierra de los infieles moros y enemigos de nuestra Santa Fe Católica,
no pudieron menos de esmerarse en conceder franquicias al pueblo español, ¿cuántas
no deberá tener hoy, cuando él por sí mismo, sin Monarca, sin Grandeza, sin Nobles,
ha defendido y rescatado con asombro del universo, su patria, su Rey, su Religión
y su libertad? Ibid.: 171.
Por lo tanto, si por un lado el texto alude a antiguas libertades y privilegios propios
de la Edad Moderna, por otro también introduce el principio de que la participación
popular en la guerra contra Napoleón debería otorgar derechos a la población y/o a
sus representantes. Varios artículos de periódico también mencionan la participación
en la defensa del país como un medio para ganar derechos y dignidad: «¿La sangre de
quinientas mil víctimas sacrificadas en aras de la amada patria no han [sic] bastado
[...] a que se nos nombre con el honroso dictado de ciudadanos?» El Tribuno del Pueblo, 20-2-1814, citado en Peyrou (
Al mismo tiempo, la defensa aludida señala hacia un tercer elemento que convierte
esta fase temprana en un momento decisivo: la guerra de la Independencia había ya
resucitado a los cuerpos locales de ciudadanos armados antes de que se promulgaran
los artículos sobre la Milicia Nos vamos a centrar exclusivamente en cuerpos armados estables y estrictamente locales,
dejando a un lado las guerrillas, que difieren profundamente de la Milicia Nacional.
Sobre su controvertido impacto, Esdaile ( La Abeja Española, 20-1-1813. Véase también la intervención de Canga Argüelles, reproducida en El Conciso, 27-3-1814.
Cádiz poseía diversos cuerpos de defensa local no profesionales y organizados de una
manera socialmente estratificada. El más famoso eran los Voluntarios Distinguidos,
y estaba compuesto por los miembros más adinerados. Si bien el estudio de Esdaile
ha deslustrado su prestigio, no es casualidad que su reglamento interno fuera considerado
pionero en la materia Para una mordaz crítica a los Voluntarios Distinguidos, Esdaile ( Reglamento del regimiento de Infanteria de linea de Voluntarios distinguidos de Cádiz,
1811, cap. XIX, art. 54, p. 106f. Es cierto que la expresión «en clase de ciudadanos»
parece aludir a un estatus especifico que estos individuos disfrutaban dentro su comunidad
local. No obstante, si bien el texto utiliza tanto el término «ciudadano» como el
de «vecino», es la palabra «ciudadano» la que el texto vincula con igualdad y derechos.
Sobre el término «ciudadano», Aranda Pérez y Sanz Camañes ( Reglamento del regimiento de Infanteria de linea de Voluntarios distinguidos de Cádiz,
1811, cap. 1 art. 3 corolario 3, p. 3.
Si bien el carácter selecto de los Voluntarios Distinguidos arroja dudas sobre la
sinceridad de estas declaraciones, la existencia de su reglamento fue importante para
otras unidades: en por lo menos dos artículos periodísticos, un miembro de la artillería
urbana recurre a la concepción del honor según dicho reglamento para argumentar contra
la forma humillante con que los oficiales de su milicia tratan a la tropa El Conciso, 5-3-1812; El Redactor general, 4 de marzo de 1812. Solo El Redactor general publica el texto íntegro.
Si bien los cuerpos de ciudadanos armados de otras ciudades no recibieron tanta atención
como la guardia de Cádiz, sus evoluciones también tuvieron un estrecho seguimiento,
especialmente en Madrid. Durante los periodos en que la capital no se hallaba bajo
dominio francés, sus periódicos anunciaron por lo menos cinco panfletos sobre la Milicia
Nacional Dos de ellos se pueden consultar: Defectos cometidos en el arreglo de la Milicia Urbana de Madrid y Respuesta al pretendido reformador de la Milicia Urbana. Los títulos de los demás son: Defectos cometidos en el arreglo de Milicia urbana de Madrid; Segunda carta sobre
los vicios en el arreglo de la Milicia urbana, y plan cómodo y facil de conseguir
el objeto á consecuencia de la respuesta dada por D. Antonio Ruiz (1812); El amigo de la Milicia urbana nacional de Madrid; Por un patriota (1813), y Defectos cometidos en el arreglo de la Milicia urbana de Madrid y plan sencillo y
económico de establecer en todo el reino sobre los principios de la constitución (1814).
Defectos cometidos en el Arreglo de la Milicia urbana de Madrid, 1812; Ruiz, (
El cuarto elemento que cabe mencionar sobre esta primera fase es que ya entonces las
discusiones en torno a la Milicia Nacional constituían un punto de encuentro y conflicto
entre los debates parlamentarios y la opinión pública. Esto resultó especialmente
cierto tras el traslado de las Cortes a Madrid, en la primavera de 1814. Durante el
debate sobre la ley de la Milicia, las galerías estaban colmadas de público. Este
intervenía en las argumentaciones parlamentarias con gritos e insultos, tomando parte
claramente por los radicales. La pregunta del diputado Gómez sobre quiénes eran los
enemigos domésticos —es decir, enemigos del orden constitucional— a quienes se temía
tanto que se necesitaban la Milicia, fue respondida por espectadores gritando «¡Á
ti! ¡Á ti!». La propuesta de Larrumbide de posponer el debate provocó gritos de «¡Muérete!
¡Muérete!» Diario de Mallorca, 29-4-1814; El Procurador general de la nación y del Rey, 28-3-1814.
Los periódicos aportan una viva descripción de este debate, solo parcialmente recogido
en el Diario de Sesiones. El Procurador general de la nación y del Rey describe de forma más detallada este debate, en sus ediciones del 27 y 28 de marzo
de 1814. El número del 27 de marzo ofrece una descripción del comportamiento de Canga
Argüelles. Para más información sobre el debate y el ambiente que lo rodeaba, El Conciso, 27-3-1814.
El Procurador general de la nación y del Rey, 3-4-1814.
Por lo tanto, ya en aquellos años tan tempranos diversos actores heterogéneos vinculaban
a la guardia cívica con el deseo de controlar al Gobierno. Al mismo tiempo, las experiencias
precursoras de la Milicia Nacional contribuyeron a redefinir conceptos como ciudadanía e igualdad El ejemplo de la práctica peticionaria también muestra cómo se solapan viejas y nuevas
prácticas durante esta primera fase de gobierno constitucional: Palacios Cerezales
(
En la primavera de 1820, un pronunciamiento obligó a Fernando VII a restablecer la
Constitución de Cádiz. Se inició así una segunda fase de gobierno constitucional en
España, el llamado Trienio Liberal. Este periodo suele ser considerado el apogeo de
la Milicia Nacional; no en vano, el 7 de julio de 1822 la guardia cívica derrotó un
alzamiento realista Una viva descripción del Trienio Liberal y sus culturas políticas, Comellas (
Los siguientes párrafos describen primero la radicalización del debate parlamentario, luego reconstruyen la imagen de los milicianos en la cultura pública para terminar analizando las descripciones que estos realizan de sí mismos.
La legislación del Trienio Liberal sobre la Milicia Nacional vinculaba estrechamente
el servicio miliciano con la ciudadanía: todas las leyes de este periodo estipulaban
que solo los ciudadanos podían participar en este cuerpo. Y la ley de septiembre de
1822 incluso encomendó a la Milicia la protección de la Constitución, resaltando así
su función política Reglamento de 1822, art. 61.
El Zurriago, no. 39 (1822). Sobre el debate parlamentario, véase de nuevo: Blanco Valdés (
Los diputados exaltados, por su lado, hicieron alarde de sus planteamientos más radicales
sobre la Milicia precisamente en este mismo debate de 1822. No contentos con la autonomía
de los milicianos y con las tareas a ellos encomendadas, numerosos diputados de la
izquierda reclamaron que la nueva ley les otorgara el derecho a la resistencia Véase el artículo 185 del borrador de la ley presentado por la Comisión de Milicia:
Diario de Sesiones de Cortes (DSC). Legislatura de 1822, 1872, 9-6-1822, 1792ff.
DSC. Legislatura de 1822, 1872, 23-6-1822, 2104.
Aunque los políticos más izquierdistas demostraban su creciente confianza en la ciudadanía,
en las intervenciones de los diputados la necesidad de la Milicia seguía derivando
principalmente de la teoría constitucional. El papel de la ciudadanía seguía pensándose
de modo abstracto. No obstante, la recuperación del gobierno constitucional reverberó
en la vida pública, donde se desarrolló un verdadero culto a los milicianos. Como
en la fase anterior, uno de los valores centrales asociados a la Milicia era el de
la igualdad ciudadana, percibida como clave para la integración social y nacional.
La Gaceta de Gobierno, por ejemplo, anunciaba con no poco orgullo que en Málaga «el ayuntamiento ha repartido
entre todas las compañías á los llamados gitanos, á quienes han recibido los demas
con los brazos abiertos abatiendo asi ese muro de division entre ciudadanos y ciudadanos» El Constitucional, 26-8-1820.
Pero al mismo tiempo, antes incluso de que fuera promulgada la ley sobre la Milicia
Nacional de 1822, la cultura política extraparlamentaria ya otorgaba una función política
específica a esta guardia cívica. Ya en 1820, una sociedad patriótica mallorquina
aclaraba que consideraba el servicio en la Milicia como un acto personal de participación
en el poder político y lo describía como «uno de los actos mas esenciales de la soberanía».
Incluso retrataba a los ciudadanos como los mejores guías de cualquier Gobierno y
a la milicia como la expresión más manifiesta de ello: «Prevengamos pues tamaños males
[por parte de gobierno], alistémonos en las milicias nacionales y digamos al mundo
entero, creamos un Gobierno, le señalamos la ruta de nuestra Felicidad y armados y reunidos
juramos sostenerle hasta el ultimo aliento» Correo constitucional de Mallorca, 31-5 y 1-6-1820, citado en: Gil Novales (
En la misma línea, el periódico Abeja del Turia declaraba en 1820: «La ley se impone por el que tiene la fuerza á su disposición […].
[…] Desarmar el pueblo: esta ha sido siempre la primera maniobra de la táctica de los tiranos. […] Si el pueblo
jamás debe desprenderse de las atribuciones de legislador, tampoco deberá desprenderse
de la facultad de defender sus leyes por sí mismo» y subrayaba así que la capacidad
de defender la ley incluso la fuerza armada resultaba tan básico como legislar. Sin
embargo, según este artículo, a diferencia del poder legislativo, el poder de defender
las leyes no podía delegarse La Abeja del Turia, 2-5-1820. Cursiva en el original.
Como acabamos de ver en el rechazo a que el servicio en la Milicia pudiera delegarse,
la posición prominente otorgada a esta iba de la mano de una sólida concepción de
la responsabilidad ciudadana: según el periódico El Constitucional, todo ciudadano que pagara a otros para que protegieran su libertad no se la merecía El Constitucional, 26-8-1820.
Una noche de alarma en Madrid constituyó la pieza central de una función teatral patriótica celebrada para recaudar
fondos para las víctimas del terror antiliberal y fue considerada como una representación
perfecta de las virtudes de los milicianos, El Universal, 25-6-1822. Se estrenó por primera vez el 12 de febrero de 1821, en una velada patriótica
para conmemorar la bendición de la bandera de la caballería miliciana, y permaneció
en cartelera aproximadamente una semana, siendo reestrenada en febrero de 1836: Diario de Avisos de Madrid, 2-2-1836; El Universal, del 13 hasta 18-2-1821. El triunfo de la constitución fue representada entre el 24 de diciembre de 1822 y el 2 de enero de 1823, Fernández
Cabezón (
Aunque sus títulos aluden a refriegas en la calle, las dos obras no se centran en lucha armada en sí, sino en las trifulcas familiares que la preceden. Ambas obras inciden en los contrastes entre parejas compuestas por jóvenes milicianos y sus prometidas, con una pareja aristocrática de avanzada edad en un caso, y con un familiar conservador y también de mayor edad de una pequeña ciudad, en la otra obra. En comparación con estos familiares, los milicianos y sus prometidas no solo se distinguen por sus convicciones políticas, sino también por sus modos más naturales e informales de relacionarse; de hecho, todas las muchachas liberales que aparecen desempeñan papeles sorprendentemente activos. En El Triunfo..., antes de la lucha en las calles, las mujeres cantan himnos patrióticos y comparten un brindis con los milicianos, reforzando su confianza en la victoria. En Una noche de alarma... también la prometida del miliciano sigue al mozo cuando parte a la lucha. Al final, el liberalismo sale victorioso. Y no solo en el campo de batalla, sino también ideológicamente con la conversión al constitucionalismo de algunos realistas.
Pero estas obras no solo mostraban que el liberalismo era el futuro; también subrayaban su moderación. El cambio en los roles de género, por ejemplo, nunca excedía ciertos límites: las mujeres nunca llegaban a participar directamente en la pelea. En El Triunfo... el miliciano incluso llega a enfatizar la consonancia de la Constitución con los principios del catolicismo. De ahí el aire enormemente positivo que caracteriza a las obras y el doble mensaje que transmiten: el triunfo del liberalismo resulta inevitable, siempre que sea apoyado, en público y en privado, por una ciudadanía militante pero razonable, como la representada por los milicianos (y, en menor medida, por sus prometidas). Para apoyar este mensaje, ambas obras conectaban la movilización de los guardias con una puesta en escena de sus uniformes. Esto añade cierto aspecto cómico a la representación, pero también subraya el prestigio que otorga el uniforme. Su carácter abstracto recuerda también que cualquier ciudadano puede desempeñar el papel de miliciano, del cual, por otro lado, se espera una demostración pública y visible de su adhesión a los principios liberales.
También muchos periódicos invitaban a identificarse con la Milicia y con la ciudadanía
comprometida al reproducir anécdotas de esposas que llevaban a sus maridos sus cartuchos
y que les recordaban que debían priorizar la patria sobre la familia El Universal, 28-11-1820.
Archivo municipal de Sevilla Secc. IX, Tomo 22 Doc. 9. La carta de Moratín del 11-07-1821 en Andioc ( Véase el texto autobiográfico de Ponciano Ponzano publicado en Pardo Canalís (
Que la seducción de la Milicia Nacional procediera precisamente de la visible identificación
ofrecida por sus uniformes, como sugieren las citadas obras teatrales y el ejemplo
de vestir de milicianos a los niños, queda asimismo recogido en la propuesta de ley
sobre la Milicia presentada por el Gobierno moderado en la primavera de 1822. La introducción
del borrador de la ley criticaba a los jóvenes políticamente radicalizados por su
exagerada costumbre de vestir el uniforme en toda ocasión Proyecto de Reglamento de Milicia Nacional Local Presentado a las Cortes por el Gobierno
el 23 de Marzo de 1822 Todas las citas: ibid.: 3.
Otras publicaciones, en su concepción de los milicianos y de sus deberes, rompieron
de forma incluso más explícita que las obras de teatro descritas con el ideal de una
población obediente. A partir de 1822, numerosas publicaciones anuncian la hostilidad
que marcó la intervención parlamentaria de Alcalá Galiano, expresando una radical
desconfianza hacia el poder gubernamental. Para hacerlo, recurrían a un tono conminatorio
y emotivo: el Mensagero de Sevilla, por ejemplo, recordaba a los milicianos que habían sido armados para que «castigueis
á los enemigos de nuestras instituciones […] en el caso de que hicieran alguna tentativa
contra vuestros sagrados derechos y deberes». Un par de meses después, el periódico
madrileño El Zurriago justificaba el derecho de los milicianos a llevarse el fusil a casa basándose en la
incapacidad y falta de voluntad gubernamental de actuar contra «los infames sectarios del gobierno despótico» El Zurriago, n.º 39 (1822); Mensagero de Sevilla,10-1-1822.
Estas visiones de los milicianos no eran solo proyecciones externas. Esto queda bien ilustrado en cartas de milicianos de toda España dirigidas a las Cortes para protestar contra la nueva ley de Milicia propuesta en la primavera de 1822. Como ya se ha mencionado, esta propuesta pretendió abolir la distinción entre las unidades de voluntarios y las compuestas por reclutas obligados por la ley. Intentó también limitar la capacidad de la tropa de elegir a sus oficiales y, en tercer lugar, quiso obligar a los milicianos a que dejaran sus rifles en depósito al terminar su servicio. Dichas cartas de protesta ejemplifican que los milicianos se consideraban a sí mismos «atalayas de vigilancia» del Gobierno. Es más, expresaban la pertenencia a una élite comprometida y reclamaban que las prácticas de las Milicias reflejaran y fomentaran semejante espíritu.
La Milicia de San Fernando, por ejemplo, calificó esta propuesta de ley como «criminal»,
pues en caso de no poder elegir a los oficiales se perdería la confianza entre los
milicianos y «faltaria con ella la fuerza moral». Además, en vez de obligarlos a dejar
sus armas en el depósito, lo obligatorio debería ser que no se separaran nunca de
ellas: «Todos apeteciamos que el sistema [constitucional] estuviese tan consolidado
que pudiesemos abandonarlas con seguridad, mas mientras llega tan suspirada epoca,
parece seria mas conveniente obligar à todo miliciano que no las desamparase». Los
guardias de Alcázar de San Juan y de Valencia incluso atacaron directamente al Gobierno:
los primeros afirmaban que, con esta ley, el Gobierno estaba mostrándose «siempre
ansioso de reducir por todos medios los derechos del ciudadano»; mientras que los
milicianos de Valencia aseguraban que la Constitución solo podría mantenerse mientras
las normas de la Milicia «sean enteramente liberales, y los Gefes que la manden sean
verdaderos constitucionales-exaltados: de otra manera […] lleguemos á ser victimas
del Gobierno» Las cartas en ACD, H3-T56. Fueron enviadas a las Cortes por milicianos desde sus respectivos pueblos
o ciudades y están fechadas entre el 30-4-1822 y el 17-5-1822.
Se conoce muy poco sobre el contexto de estas peticiones. No obstante, como las cartas
llegaron de diversas regiones, parece cuestionable que fueran el producto de una campaña
«perfectamente preparada» por el partido exaltado, como sugiere Blanco Valdés Blanco Valdés (
Todo poder ejecutivo, sea cual fuere su índole, tiende naturalmente a ensanchar el
circulo de sus atribuciones y tarde o temprano hace presa de las libertades del pueblo,
si este no presenta una fuerza respetable capaz de enfrenar las ambiciones de los
que gobiernan. […] Y que institución mas adecuada que la Milicia local voluntaria
para […] hacer respetar los derechos del Pueblo Soberano al déspota que fuera osado
a hollarlos […]? Archivo Municipal de Sevilla, Sec: IX, Tomo XXII, doc. 17; milicianos nacionales de la ciudad en una carta a las
Cortes, marzo de 1822.
Esta petición demuestra una vez más que durante el Trienio Liberal el estrecho vínculo entre la Milicia y el control del Gobierno no se basaba únicamente en la teoría constitucional. Al menos, algunos milicianos hicieron suyas estas ideas con el fin de definir su posicionamiento y justificar sus demandas. Entre 1820 y 1823 fueron sobre todo los moderados quienes se sintieron desafiados por esa forma de hacer política. Sin embargo, en el lenguaje asociado a la Milicia la desconfianza política era ambigua y podía potencialmente dirigirse contra cualquier forma de autoridad. Finalmente, no hay que pasar por alto que este tipo de comportamientos militantes y rebeldes no estaban necesariamente vinculados con las clases más bajas: como ya hemos visto, el borrador de ley de Milicia presentado por el Gobierno en 1822 criticaba específicamente el comportamiento de personas suficientemente adineradas como para costearse un uniforme.
Los sucesos que pusieron punto final al Trienio Liberal demuestran que la desconfianza
de la ciudadanía hacia el poder ejecutivo no estaba injustificada: en 1823, Fernando
VII volvió a maniobrar exitosamente para restablecer el régimen absolutista. Como
en 1814, la Milicia desapareció junto con la Constitución. En cambio, en la siguiente
década se organizó un cuerpo paramilitar fiel al Gobierno absolutista: los Voluntarios
Realistas. Si bien este cuerpo, a diferencia de la Milicia Nacional, no se basaba
en conceptos como la ciudadanía, sino en la obediencia, en la fe y también, por lo
menos en parte, en la paga, fue no obstante representado como una especie de contramilicia. Mantuvo esa fama incluso tras la muerte de Fernando VII, cuando bajo la regencia de
su esposa María Cristina se puso en marcha un gradual regreso al constitucionalismo Subsiste cierto desacuerdo sobre si estos Voluntarios Realistas recibían paga. Véase:
París Martín (
En la historia institucional de la Milicia, los años de la regencia de María Cristina
resultan ciertamente los más difíciles de analizar. Las leyes, decretos e incluso
los nombres de esta fuerza sufrieron rápidos cambios y la primera guerra carlista
desencadenó la formación de unidades militares movilizadas y pagadas al margen de
la Milicia Santirso Rodríguez (
Numerosos pequeños conflictos locales acompañaron la reimplantación de la guardia
cívica desde mediados de la década de 1830 en adelante. Estos conflictos y los informes
al respecto demuestran que muchos miembros de la restablecida Milicia siguieron sintiéndose
parte de una vanguardia política liberal. Cuando en Sevilla un escribano de la Real
Audiencia, «marcado por sus opiniones contrarias al gobierno», apareció vistiendo
el uniforme de la milicia, unos guardias intentaron quitárselo públicamente Diario Balear, 2-6-1834.
«Acontecimientos de la puerta del mar» en el Archivo Municipal de Valencia, Sección
de la Milicia, c.49
Las publicaciones oficiales hacen también referencias a problemas semejantes. Una
circular de la Comandancia Militar Provincial dirigida a los comandantes generales
de Castilla la Nueva recuerda que solo porque las nuevas leyes hayan otorgado a los
milicianos una tarea importante «no […] se les constituye en jueces ni en fiscales
de las acciones de sus convecinos [...]. El imperio de la ley no se sostiene con gritos
ni con la exaltación de ideas y de cosas impracticables» La Abeja española, 15-11-1833.
Moderados y progresistas poseían diferentes respuestas para una pregunta con una carga
emocional tan explosiva como quiénes debían ser miembros de la guardia cívica. Esto
se hizo patente en el debate parlamentario sobre el servicio miliciano obligatorio
en otoño de 1834. Por un lado, los parlamentarios eran bien conscientes de que el
acceso a la Milicia tenía un impacto sustancial en la actitud de la población hacia
el sistema político. El diputado moderado Somuruelos, por ejemplo, señaló que la hostilidad
contra el sistema constitucional no constituía un hecho en sí, sino que era más bien
producto precisamente de las exclusiones de la propia guardia cívica. Según él, un
servicio de milicia obligatorio para todos los hombres, independientemente de sus
opiniones políticas, era un instrumento necesario si se quería evitar una exacerbación
de los conflictos políticos en curso Intervención de Somuruelos: Diario de Sesiones de Cortes. Estamento de Procuradores. (DSC-EP), Legislatura de
1834 á 1835, vol I, 13-11-1834, 708.
Fue especialmente el primer ministro moderado Martínez de la Rosa quien destacó el
poder transformador de una Milicia ideológicamente neutra: según él, el proyecto de ley del Gobierno sobre la guardia cívica «evita darle ningun
color de partido político; y antes bien quiere que se dirija á un objeto común: la
defensa de los propios hogares, de la pública tranquilidad, de las leyes» DSC-EP 1834 á 1835, vol. I, 13-11-1834, 712.
Diputados radicales como Joaquín María López, Antonio Alcalá Galiano y el conde de
las Navas, por su lado, lo veían de otra manera. Se oponían fuertemente a una Milicia
políticamente inclusiva, en la medida en que pensaban que las diferencias políticas
no podían ni debían ser superadas. Defendían que el servicio fuera voluntario, con
la esperanza de que solo atrajera a liberales convencidos. Así que cuando el Parlamento
optó por un servicio obligatorio, los diputados radicales lucharon por introducir
un párrafo que permitiera exclusiones por razones políticas Entre otros, DSC-EP 1834 á 1835, vol. II, 18-11-1834, 738.
En sus discursos Alcalá Galiano dejó claro que para él España se hallaba en una revolución
debido a la guerra carlista. Se oponía así al tipo de reconciliación a la que aspiraba
el Gobierno con su proyecto sobre la Milicia: «Todo esto lo anuncio, porque de aquí
parto para oponerme à la aprobación de ese proyecto, á la idea de esa fusion completa
de partidos, de esa reconciliación de amigos y enemigos que se proponen hacer los
Sres. Secretarios del Despacho» DSC-EP 1834 á 1835, vol. I, 12-11-1834, 702.
Íd. Sobre el entusiasmo, véase también la intervención de Istúriz el 13-11-1834.
DSC-EP 1834 á 1835, vol. I, 711.
Alcalá Galiano no se hallaba solo en su idea de que la dimensión emocional del servicio
miliciano debía ser alentada con el fin de beneficiar a la causa del liberalismo radical.
El diputado Ferrer, por ejemplo, propuso el uso de símbolos y rituales políticos para
reforzar el vínculo sentimental entre los milicianos y el liberalismo, tal como hizo
el himno de La Marsellesa en Francia DSC-EP 1834 á 1835, vol. III, 10-3-1834, 1817.
DSC-EP 1834 á 1835, vol. I, 12-11-1834, 702. Las cursivas son mías (LZ).
Puesto que no fueron capaces de imponerse en el Parlamento, los políticos radicales
intentaron poner en práctica su idea de fomentar las pasiones de los milicianos con
el fin de aprovecharlas en sus propias luchas de poder. Con la primera guerra carlista
en curso y un predominio de los moderados en el Parlamento nacional, varios progresistas
no solo contactaron con milicianos madrileños para que, en el verano de 1835, presionaran
al Gobierno moderado para que acometiera reformas constitucionales Burdiel ( Una reunión de amigos Colaboradores (
Y sus planes tuvieron éxito. En 1835, insurrecciones municipales respaldadas por milicianos
llevaron al poder a un Gobierno dirigido por los progresistas. Sin embargo, puesto
que los conflictos internos entre liberales seguían abiertos, las facciones más radicales
intentaron repetidamente aprovechar las rebeliones regionales que asolaban el país;
no menos hizo Espartero, quien desde finales de la década de 1830 era el general progresista
en ascenso Sobre los alzamientos regionalistas: Moliner i Prada, ( Ejemplos de obras teatrales que muestran a los milicianos como fieles aliados de
Espartero en De la Fuente Monge (
No obstante, al aliarse tan estrechamente con milicias locales insurreccionales, los
progresistas también contribuyeron a reavivar los aspectos más localistas del discurso
político, tradicionalmente asociados al armamento urbano, como se relata en el Informe sobre Cortes del Ayuntamiento de Cádiz. El ejemplo de Barcelona delata que estas derivas localistas
no habían sido olvidadas. Las repetidas insurrecciones en la capital catalana condujeron
a una lucha permanente relacionada con la existencia y la organización de la Milicia
entre las autoridades locales y su población, por un lado, y el gobernador militar
nombrado por el Gobierno central, por el otro. Relatos sobre estos conflictos muestran,
en primer lugar, la relevancia que tenía la Milicia para el sentimiento de pertenencia
nacional. Ante la disolución en 1837 de varias unidades, los milicianos declararon
que se sentían amputados y abandonados por el resto del país A las Córtes, parece que Barcelona está segregada del resto de la Monarquía (1837). Al Publico, las insignias de los antiguos cuerpos de Milicia Nacional van a ser depositadas
(1840)
Para cuando, en 1841, incluso los progresistas liderados por Espartero intentaron
retomar el control gubernamental sobre la rebelde ciudad y exigieron la disolución
de las juntas, los elementos regionalistas seguían cobrando fuerza. Así, por ejemplo,
los ciudadanos de Barcelona destruyeron la fortaleza que dominaba la ciudad. En el
Manifiesto de la Milicia Nacional Armada, declararon que mientras siguiera existiendo esa fortaleza la tiranía persistiría,
que la habían asaltado porque el territorio pertenecía a los ciudadanos, no a la nación,
«porque somos libres, porque somos Catalanes» Manifiesto de la Milicia nacional armada de Barcelona (
Por tanto, de forma similar a lo propuesto por los progresistas en el Parlamento, los revolucionarios de Barcelona recurrieron a las pasiones evocadas con los símbolos de la Milicia. Sin embargo, al recurrir a la heterogénea herencia de los cuerpos civiles armados, los revolucionarios enlazaron la Milicia no solo con ideas políticas radicales, sino también con planteamientos localistas. Haciendo esto, le dieron la vuelta a su contenido simbólico contra los intereses de los propios líderes progresistas.
Debido al posterior bombardeo de la ciudad, los sucesos de Barcelona de 1841 tuvieron
un especial efecto dramático. Sin embargo, las insurrecciones urbanas protagonizadas
por la Milicia no fueron fenómenos puntuales ni aislados, ni siquiera cuando el Gobierno
estaba bajo mando progresista
Alcalá Galiano comenzaba aclarando que esta guardia era un invento específicamente
contemporáneo. Deslegitimaba así toda vinculación con las antiguas milicias urbanas
de la Edad Moderna, y por ende con los privilegios municipales de aquella misma época,
como se sugería en los panfletos publicados durante las insurrecciones de Barcelona Alcalá Galiano y Villavicencio ( Ibíd.: 378f.
Ibid.: 383f.
Esta cita no solo alude a la distinción de Constant entre la libertad de los antiguos y la de los modernos: Alcalá Galiano incluso cita a Constant en un texto previo y acepta su diferenciación entre la libertad moderna, centrada en la protección del individuo y de la propiedad, y la libertad antigua, basada en la participación. Todo sugiere que la petición de Alcalá Galiano de abolir la Milicia formaba parte integral de un rechazo más amplio a un modelo de ciudadanía que anteponía el empeño cívico. Sus tratados parecen indicar que ya a comienzos de la década de 1840 incluso sectores progresistas de los liberales comenzaron a rechazar a la Milicia Nacional, no solo por las dificultades prácticas que suponía su organización, sino porque las ideas de participación política que evocaba y las fuertes identificaciones que generaba ponían en cuestión todo orden político centralizado y jerárquico.
Ya desde su inicio, los debates en torno a la Milicia Nacional desempeñaron un papel central en la redefinición de las ideas de participación política. Resultaron especialmente eficaces en esta tarea porque podían vincularse con las críticas a la antigua organización militar. Se trató de un debate crucial porque, en su contexto, los discursos parlamentarios y extraparlamentarios se solapaban e influían mutuamente. Al abordar el Trienio Liberal este artículo ha hecho hincapié en modelos e ideales relacionados con la Milicia y la autoconfianza de sus miembros. Después, en los inicios del reinado de Isabel II algunos diputados realzaron los aspectos más emocionales de la guardia cívica, ya presentes desde hacía tiempo en la cultura política extraparlamentaria, y abogaron por aprovecharlos. Sin embargo, en su pretensión de usar a su favor dicha dimensión emocional, estos diputados también despojaban a la Milicia de sus elementos más emancipadores, aspirando así a convertirla en un instrumento de partido. Pero como ejemplifica el caso de Barcelona, no era fácil lograrlo.
Muchos de estos resultados requieren aún una mayor profundización y matización, especialmente
mediante análisis sociales minuciosos que presten también una mayor atención a cómo
influyó la Milicia en la construcción de categorías sociales como la clase, el género,
la nacionalidad y tal vez incluso la etnia Si bien la cuestión de la etnia parece menos relevante en España que en las Américas,
la incorporación de gitanos a la Milicia nos sugiere que este aspecto merece mayores
indagaciones.
Por otro lado, este artículo ha señalado la polifonía de los discursos relacionados con la Milicia. Ha mostrado que diversos individuos y actores locales sabían cómo usar sus variados aspectos con el fin de justificar sus exigencias y actuaciones (que, cabe señalar, no tenían necesariamente por qué corresponderse con los intereses de los líderes nacionales del radicalismo). Todo esto implica que la Milicia Nacional acabó representando un problema para las élites políticas, no solo porque las clases más bajas también se integraron en ella, sino también porque los discursos políticos conectaban a la Milicia con conceptos de participación popular que amenazaban con minar unos liderazgos rígidos y altamente centralizados. Todo esto sugiere que la Milicia Nacional fue un laboratorio independiente de ciudadanía, y no un simple brazo armado de cualquiera de los partidos radicales emergentes.
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