RESUMEN
La mitad suroccidental de la provincia de Teruel constituye un escenario excepcional para entender las particularidades de la vida cotidiana de posguerra en territorios afectados por un conflicto moderno. Las herramientas de la historia sociocultural de la guerra nos permiten observar que la población de la capital y su entorno más inmediato enfrentó una crisis humanitaria gravísima durante la década posterior a los enfrentamientos armados. Esta estuvo directamente relacionada con los múltiples efectos que el conflicto dejó tras de sí, y se vio agravada por las políticas de un régimen dictatorial en construcción. El análisis de la documentación generada por los juzgados de instrucción locales y el Gobierno Civil, cruzado con los testimonios de algunos contemporáneos, pone de manifiesto cómo se articuló el proceso de reconstrucción de la vida en comunidad y el tipo de estrategias al que tuvieron que recurrir los autóctonos para sobrevivir. Todo ello nos sitúa ante las particulares consecuencias sociales y económicas de la guerra en Teruel: contaminación, accidentes causados por la chatarra de guerra, trabajo infantil, pobreza extrema, hurtos y robos de subsistencia, inseguridad ciudadana, abusos de poder y desobediencia, marginación social, suicidios y afecciones mentales.
Palabras clave: Posguerra; batalla de Teruel; de la vida cotidiana; historia; franquismo; estrategias de supervivencia.
ABSTRACT
The south-western half of Teruel province is an exceptional space for understanding the particularities of postwars in territories devastated by modern wars. The tools provided by social and cultural history of war allow us to understand how the population both in the capital and its hinterland faced a major humanitarian crisis during the decade after the Battle of Teruel. This critical situation was directly related to the effects of war itself and was exacerbated by the broader state-building process of the Francoist regime and its policies. The article analyses documentation generated by provincial courts and the correspondence between the provincial governor and various state agencies, combining it with testimonies of contemporary witnesses. This highlights how the process of community reconstruction took place and which kind of strategies were implemented by ordinary people in order to survive. All of this places us before the socioeconomic consequences of war in Teruel: soil pollution, cluster bomb accidents, child labor, extreme poverty, burglaries and thefts, lack of public safety, abuses of authority and disobedience, social exclusion, suicides, and mental illnesses.
Keywords: Postwar; Battle of Teruel; history of the everyday; Francoism; survival strategies.
La posguerra española, objeto de este artículo, coincide con el marco temporal de
la Segunda Guerra Mundial y sus antecedentes, pero también con todo el periodo posterior,
incluyendo la reconstrucción y recuperación de los países europeos de ambos lados
del Telón de Acero. Hablamos de años críticos en la historia continental, marcados
por la incertidumbre política, la miseria generalizada, la lucha cotidiana por la
supervivencia, las políticas de depuración y la persistencia de los conflictos y la
violencia bajo formas viejas y nuevas[2]. Los acontecimientos a escala local y nacional, las decisiones individuales y comunitarias
y las políticas de las autoridades a lo largo del periodo marcaron la trayectoria
posterior de los pueblos, las ciudades y los países de todo el continente Enssle (
El interés del caso de estudio propuesto, Teruel capital y los pueblos de su entorno,
pasa por apuntar lo que tuvo de universal la experiencia de sus habitantes en la posguerra
española, a sabiendas de cuán diversa resultó esta a nivel local y regional dentro
de la propia España. Lo mismo vale si comparamos la realidad española con la europea,
agravada esta última por la alta densidad poblacional, la enorme cantidad de desplazados,
la desarticulación económica, los altos niveles de devastación y la gigantesca extensión
territorial afectada en casos como la Polonia central o el Ruhr, por no mencionar
amplias zonas de Yugoslavia y de las repúblicas soviéticas occidentales. En muchos
aspectos la realidad de las comarcas y poblaciones del sur de Aragón se asemejó bastante
a la de muchos otros territorios del continente destruidos por la violencia, los combates,
los bombardeos y los desplazamientos forzados durante los años cuarenta. Las principales
peculiaridades de la posguerra española frente a las más próximas de Europa Occidental
a partir de 1945 radicaron en la existencia de una dictadura que no permitió un debate
público sobre el mejor modo de abordar la posguerra, en el aislamiento internacional
de la España franquista y en los efectos devastadores de la política económica del
régimen
Todos los europeos enfrentaron limitaciones y problemas similares a la hora de encarar
la reconstrucción física, social y moral de sus comunidades y de sus propias vidas,
obligados a recurrir a estrategias muy parecidas para sobrevivir en los momentos de
mayor dificultad: robos de subsistencia, recogida de chatarra de guerra, viviendas
compartidas, autogestión en la reconstrucción del propio hogar, reciclaje de basura
e ingesta de desperdicios, emigración, mercado negro, precariedad laboral, trueque,
prostitución, relatos exculpatorios, nuevas identidades, etc. En general Judt ( Son mucho más abundantes los estudios locales de tipo cultural o centrados en el
ámbito de la gestión urbanística. Existen notabilísimas excepciones en este sentido.
El trabajo de Botting (
Es cierto que son muchas las investigaciones que se han ocupado de analizar los múltiples efectos de la violencia sublevada y las políticas del régimen franquista sobre la vida de las personas. Sin embargo, pocas veces se han situado en un lugar central los problemas particulares a los que se enfrentaron las poblaciones más afectadas por los combates, marcadas por éxodos masivos, desplazamientos forzosos y pérdidas materiales abrumadoras, con su consiguiente legado traumático. Ese es precisamente el objetivo de este artículo, que profundiza en el caso de Teruel a través de cuatro aspectos: el paulatino regreso al hogar de los desplazados y huidos durante el conflicto, atendiendo a la realidad con la que se encontraron y a los principales obstáculos con que se toparon para impulsar la reconstrucción y la reactivación de la vida económica; los gravísimos problemas derivados del abandono de cantidades ingentes de chatarra de guerra en el entorno de pueblos y ciudades, fuente de ingresos para los más afectados por las políticas franquistas y causa habitual de accidentes entre niños, chatarreros y trabajadores del campo; el gran número de personas, incluidos muchos menores, que se vieron obligadas a realizar hurtos y robos de subsistencia con el único fin de sobrevivir, así como el abordaje de este problema endémico por parte de las comunidades locales y las agencias del régimen; y, finalmente, el número de suicidios que pueden relacionarse de uno u otro modo con el contexto de miseria, la incertidumbre de la vida en la posguerra y los hechos acontecidos durante el conflicto.
Aunque se plantean algunas hipótesis e interpretaciones útiles para el conjunto de la provincia y de España, el caso de estudio central de este artículo son las comarcas más afectadas por la batalla de Teruel y otras operaciones previas más limitadas, tanto en la ciudad y su entorno inmediato como en la vecina sierra de Albarracín. En última instancia, se busca contribuir a los debates de los estudios postconflicto y la historia sociocultural de la guerra, que entre otras muchas cosas se encargan de observar qué ocurre en un territorio devastado cuando cesan los combates, pero también al ámbito de la historia de la vida cotidiana, las actitudes sociales y las estrategias de supervivencia y resistencia en contextos dictatoriales. En este sentido, se ha optado por desgranar el corpus interpretativo del artículo a partir de los casos concretos que se exponen, convencido de que resultaba un proceder mucho más orgánico y efectivo a la hora de acompañar a los lectores.
Para ello se han estudiado los fondos de los juzgados de instrucción y de la Audiencia Provincial custodiados en el Archivo Histórico Provincial de Teruel (AHPT), así como los intercambios mantenidos por el Gobierno Civil con diferentes agencias. Se trata de una documentación muy condicionada por los prejuicios de las autoridades, elaborada con fines represivos y tendente a patologizar a la gente corriente que aparece en ella como sospechosa o convicta, y por tanto debe ser tratada con las debidas precauciones. Los numerosos testimonios orales recogidos por el autor resultan útiles para compensar ese desequilibrio, ya que dan una presencia más compleja y clara a esa gente corriente. Sin embargo, para evitar los problemas interpretativos y metodológicos derivados del uso de este tipo de fuentes siempre se introducen en dos direcciones: a partir de la documentación de archivo; es decir, cuando esta ofrece fundamento para ello o puede ser criticada y enriquecida, y ofreciendo visiones del periodo a partir de la memoria personal y colectiva.
En la provincia de Teruel los días y las semanas posteriores al golpe vinieron marcadas por la incertidumbre, sin que estuviera muy claro quién controlaba qué. Las fuerzas golpistas se organizaron con cierta rapidez en los pueblos de la ribera del Jiloca, vitales para mantener la capital conectada al resto de la naciente zona sublevada. Otras comarcas como la sierra de Albarracín constituyeron una especie de tierra de nadie durante los meses del verano y el otoño de 1936. Allí el momento cumbre llegaría entre julio y agosto de 1937, con la frustrada ofensiva republicana sobre la capital comarcal y la posterior contraofensiva sublevada, que acabaría poniendo la mayor parte de los pueblos en manos de los rebeldes. Por mucho que fueran operaciones de importancia menor para el devenir del conflicto, lo cierto es que cambiaron para siempre la vida de sus habitantes, marcados por la evacuación forzosa o voluntaria a manos de las fuerzas republicanas en retirada. Así pues, tanto en el Jiloca como en Albarracín las poblaciones quedaron sometidas a duras políticas de control territorial por parte de uno u otro bando, con un gran protagonismo de la violencia; sus vecinos se vieron obligados a dar cobijo y asistencia a los dos inmensos ejércitos de masas que combatieron en la batalla de Teruel; al mismo tiempo tuvieron que acoger a los refugiados procedentes de los pueblos devastados por los combates al norte de la capital, cuyos campos y pastos habían quedado plagados de chatarra de guerra abandonada.
Por su parte, Teruel devendría una ciudad fantasma fruto de los durísimos combates
urbanos del invierno de 1937-1938, que incluyeron el uso de bombardeos aéreos, artillería
pesada, incendios provocados, minas subterráneas, etc. Al termino de la batalla, un
tercio del núcleo urbano había quedado devastado, otro tercio estaba gravemente afectado,
mientras que el restante acusaba daños de diversa consideración Francisco Fornier: «La reconstrucción de Teruel», Reconstrucción, 4 (agosto-septiembre 1940), p. 10.
Cenarro (
Mapa 1.
Comarcas afectadas por las batallas de Albarracín (rojo) y Teruel (negro), 1937-1938, con las poblaciones que aparecen en el artículo
Fuente: elaboración propia a partir de la base de Google Maps.
Así pues, muchos evacuados no pudieron regresar a sus casas antes de abril de 1939,
que es cuando el Levante quedó bajo control rebelde, y existen indicios suficientes
para pensar que incluso entonces el retorno siguió transcurriendo con suma lentitud.
Alejandro Allánegui, arquitecto a cargo del Proyecto Parcial de Reforma Interior para
la reconstrucción de Teruel, reconocía que en 1940 la población seguía por debajo
de 6500 personas, cuando antes de la guerra alcanzaba unas 13 500. La familia de Inés
Jiménez (1925) debió de ser de las primeras en volver: «Estaban todas las casas vacías
[…], la que estaba deshabitada pues pal primero que llegaba. Hasta que los otros [sus propietarios] regresaron y la reclamaron».
En su caso tuvieron que bajar a Teruel porque su vivienda en el vecino Castralvo había
quedado destruida durante un bombardeo aéreo. Tal era la situación reinante en la
capital que la madre, contando con los recursos necesarios, decidió enviar a la joven
a un internado de monjas en Zaragoza para ahorrarle las penurias de vivir entre las
ruinas, hasta su regreso definitivo en 1940 Entrevista con Inés Jiménez, realizada el 28 de febrero de 2018. Entrevista con María Esteban Gutiérrez, realizada el 9 de abril de 2018. Para los
casos de Madrid, Barcelona y Belchite véase González Ruibal (
Teruel languidecería durante la década posterior a la batalla por la lentitud con
la que avanzaron las labores de reconstrucción. Parte del problema radicaba en los
retrasos que acumularon las tareas de desescombro hasta 1942, por las constantes averías
de los vehículos a motor, la falta de recambios, el racionamiento de la gasolina y
la lentitud con la que llegaban los cupos asignados desde Madrid. Estas limitaciones
se explican por las particularidades de la política autárquica del régimen franquista,
que se caracterizó por el intervencionismo exacerbado de un estado hipercentralizado,
la corrupción generalizada, la represión sobre las relaciones laborales y los límites
del autoabastecimiento en un país gravemente devastado. Todo ello acabó sumiendo a
la sociedad en una larga y gravísima depresión económica que se dejó sentir en todos
los órdenes de la vida
Las propias autoridades franquistas se ampararon en las destrucciones provocadas por
la guerra para explicar el fracaso absoluto de su política económica, un aspecto cuestionado
por la historiografía RRDDT/20848/8 y 9, AHPT y Cámara Oficial del Comercio y de la Industria de Teruel,
Memoria comercial, 1944-1945, Teruel, 1946, p. 23. En este último documento se apunta la pérdida del 27’7 % de la
cabaña ganadera dedicada a estas labores entre 1935 y 1945, cuando ya hacía tiempo
que se habían implementado programas de cría y recuperación.
Si esta era la situación de abandono en que se encontraba la capital, objeto de atención
preferente por parte del régimen de cara a la galería, no digamos ya en los pueblos
devastados del entorno. Al norte de Teruel, escenario de intensos combates, Celadas
o Concud quedaron arrasados hasta los cimientos. Aún más al norte, todas las poblaciones
anexas a la primera línea republicana, en el Altiplano y el valle del Alfambra, fueron
bombardeadas durante días por la aviación y ocupadas por los sublevados a principios
de febrero de 1938, momento en que se dispuso la evacuación de sus habitantes hacia
el valle del Jiloca, en la retaguardia franquista. Todo lo que no pudieron llevarse
consigo fue pasto de la rapacidad de las tropas, al igual que había ocurrido tras
la ocupación de la capital por las fuerzas republicanas. También fue común que encendieran
fuegos dentro de las casas para protegerse del frío, empleando para ello todo lo que
encontraban. Eso contaba Primitiva Gorbe (1918), originaria de Villalba Baja, que
fue evacuada con su familia tras la ocupación de su pueblo por los rebeldes. Una vez
volvieron de Alba recuerda que «en mi casa, nada, no quedó ni los azoques de madera: puertas y todas cosas se las llevaron y quemaron todo. […]
se notaba que habían trasegado por ellas a sus anchas, sin respetar nada» Entrevista con Primitiva Gorbe Herrera, realizada el 9 de noviembre de 2017.
Así pues, tanto en la capital como en los pueblos la reconstrucción de las viviendas
corrió a cuenta de los particulares, que a lo sumo podían obtener liquidez por medio
de los créditos especiales del Estado. En 1940, parte de los habitantes de Celadas
seguían acogidos en localidades próximas, como Villarquemado, aunque en 1942 ya habían
comenzado a regresar a sus casas los que habían podido costearse las obras Ejemplos de documentación al respecto en GC/1215, 1218, 1224, 1239, 1243, 1291 y
RRDDT/21275/1, AHPT.
Entrevista con Silvano Soriano Larrea, realizada el 2 de noviembre de 2017.
Una desgracia recurrente en la posguerra fueron los accidentes provocados por los
proyectiles y explosivos abandonados en los campos y poblaciones de toda la provincia Para la Cataluña rural Mir ( En la primavera de 1936 un peón solía cobrar de media 7 pesetas diarias, mientras
que el kilo de pan costaba unos 60 céntimos. Vega Sombría ( Entrevista con Ramón Hernández Fabre, realizada el 12 de marzo de 2018.
Entrevista con Dámaso Aguilar Ros, realizada el 20 de abril de 2018.
Entre los colectivos más perjudicados encontramos a los menores, que jugaban a la
guerra fascinados por los estereotipos de masculinidad y las narrativas heroicas que
ocupaban el espacio público JUD/522/5, AHPT.
A veces, la desgracia se cebaba con familias enteras. Un caso particularmente dramático
tuvo lugar el 7 de abril de 1939 en Cella, que se llevó por delante la vida de Norberto
Bellido Soriano, Vicente Casino Enguita, Palmira Bellido Soriano y Francisco Asensio
Pascual, al tiempo que hería de suma gravedad a Pedro Casino Enguita, Agustín Soler
Rubio, Miguel Bellido Soriano y Encarnación Bellido Soriano, todos de entre 5 y 10
años de edad. No es casual que seis de ellos fueran hermanos, dada la tendencia habitual
de los padres a dejar jugar a sus hijos en grupo con el resto de muchachos del vecindario,
como forma de tenerlos controlados y haciendo cargo a los mayores de los más pequeños.
En este caso, como en el de Alba, se trató de una granada de mano golpeada con dos
piedras JUD/522/7, AHPT.
Existen gran cantidad de sumarios de niños lesionados y muertos por toda la provincia
mientras jugaban con bombas, inconscientes casi siempre del peligro que corrían En la Europa de posguerra se dieron problemáticas similares. Lowe ( JUD/87/13, AHPT. Entrevista con Adrián Abril Poringa, realizada el 1 de marzo de 2018. Entrevista con Timoteo Fuertes Argente, realizada el 25 de marzo de 2018.
También era común que las explosiones tuvieran lugar accidentalmente, cuando las víctimas
estaban realizando sus labores. Ramón Hernández señalaba el caso de un paisano de
Villalba Baja que descubrió una granada Lafitte mientras segaba junto a otros vecinos
en un campo que ya había sido sembrado y labrado, prueba de cuán traicioneros y escurridizos
podían llegar a ser los artefactos. Considerando con buen juicio que era peligroso
dejarla allí se dispuso a retirarla, con tan mala suerte que le explotó en las manos.
Por eso mismo, ante la amenaza de morir manipulando la chatarra de guerra diseminada
por los campos de cultivo, se desarrollaron diferentes estrategias. En el caso de
Ramón Hernández, de vuelta al pueblo en 1941, se encontró con que su padre había rodeado
con piedras los artefactos que había ido encontrando mientras realizaba las labores
del campo, dejando esas zonas sin trabajar: «Y yo fui a labrar allí y dije: "esto
así no puede estar toda la vida"». En una sola de las parcelas había hasta doce o
trece marcadas, de manera que al mediodía preparaba lechos de aliagas bajo las bombas,
y por la noche, antes de marchar, les prendía fuego con suficiente margen para salir
indemne Entrevista con Ramón Hernández Fabre, realizada el 12 de marzo de 2018.
La documentación nos brinda infinidad de casos, como el que protagonizó el 20 de abril
de 1939 un pastor de Albarracín de 70 años, Anastasio Valero, que andando con el rebaño
sobre el camino que conduce al vecino pueblo de Torres se encontró una granada Lafitte,
a juzgar por el casco de metal que había en las inmediaciones. Esta le explotó en
las manos, causándole heridas fatales por todo el cuerpo y la cabeza. Al tratarse
de un hombre de avanzada edad que trabajaba al servicio de una familia de ganaderos
es posible que estuviera manipulando el artefacto con la idea de extraer las partes
de valor para venderlas y sacarse un pequeño sobresueldo; de hecho, a cuatro metros
del cadáver había un saco de lona abierto y vacío JUD/522/23, AHPT.
La dureza de la vida en la posguerra, más cruda en territorios tan devastados como
el entorno de Teruel, hizo que la población se viera obligada a desplegar todo un
repertorio de respuestas ante la miseria y la falta de alternativas. Los hurtos y
robos de subsistencia fueron comunes en la lucha diaria de muchos turolenses por la
supervivencia. Resulta sumamente revelador que de los 1027 robos que llegaron hasta
los juzgados de instrucción provinciales entre 1938 y 1949, el 25,2 % ocurrieran en
la capital, y otro 9,2 % en los pueblos de los alrededores, sumando un total de 259
para Teruel y 354 para el conjunto de la comarca. Tan solo tres de los casos tienen
a una mujer como protagonista o participante en los hechos, de manera que una aplastante
mayoría fueron cometidos por hombres, al menos en aquellos donde tenemos constancia
del autor o autores. Valorar el impacto real de los datos pasa por tener presente
que en los años cuarenta la provincia contaba cerca de 245 000 habitantes, y que en
la capital vivía como mucho un 6 % de ellos El aumento exponencial de los hurtos y los robos en zonas urbanas gravemente devastadas
es la tónica en la posguerra europea, como se observa en el espectacular aumento del
800 % del número de delitos en el Berlín de 1946. Botting (2005): 183.
Gráfica 1.
Robos para el periodo 1938-1949
Fuente: elaboración propia a partir de la documentación del AHPT.
No es extraño que las autoridades falsearan la población de la capital en el censo
de 1940, atribuyéndole 14 149 habitantes de derecho y 16 172 de hecho, 625 y 1624
más que en el censo de 1930, algo inverosímil y desmentido por otras fuentes. Su objetivo
pudo ser doble: complacer a las autoridades estatales al transmitir una sensación
de normalidad y éxito en el proceso de reconstrucción, a la par que atraer un mayor
número de recursos alimentarios para paliar la crisis humanitaria a la que se enfrentaba
la población que iba retornando La segunda tesis es apuntada por Peiró ( «58. 1942, diciembre 30», en Documentos inéditos para la historia del Generalísimo Franco. Tomo III, FNFF, Madrid, 1993; «15. 1943»; «18. 1943»; y «19. 1943, febrero 20», en Documentos inéditos para la historia del Generalísimo Franco, IV, FNFF, Madrid, 1993.
De otro modo, resulta difícil entender que hubiera tantas personas tan desesperadas
como para jugarse el tipo robando víveres hasta en 63 de los 354 robos registrados
en la capital y su entorno, al igual que en los 28 casos donde el bien sustraído fueron
aves de corral o los 15 en que el objetivo fueron reses. Por eso es importante tener
en cuenta la naturaleza jurídica de un robo, que radica precisamente en el uso de
un plan premeditado, de la violencia, de la fuerza o de la intimidación para la comisión
del acto, con las graves consecuencias que solían derivarse para el autor en caso
de ser detenido. Por si fuera poco, en 1940 Teruel era una ciudad militarizada, con
casi mil hombres en armas entre efectivos del ejército, guardias civiles y fuerzas
policiales, lo cual no siempre era una garantía de mayor seguridad si tenemos en cuenta
que los propios soldados también cometieron sustracciones Peiró (
Como ha señalado la historiografía, este tipo de robos fueron muy comunes en toda
la geografía española durante la posguerra, y más allá de la mera supervivencia tuvieron
una clara dimensión retributiva Resultan fundamentales los trabajos de Rodríguez Barreira ( Por ejemplo, Del Arco ( AUD/72/19; AUD/80/7; JUD/127/4; JUD/85/18; JUD/128/22; y JUD/120/2, AHPT. Agustí i Mir (
En general, la represión había afectado de forma mucho más evidente a los pobres,
dada la naturaleza clasista del Estado surgido de la Guerra Civil, pero también a
causa de su situación de mayor vulnerabilidad, que les obligaba a delatar esa supuesta
naturaleza criminal que les atribuía el régimen Mir ( Para Almería Rodríguez Barreira (
Esto queda bien ilustrado por la historia personal de Dámaso Aguilar, que en 1936,
con solo siete años, se vio solo ante la vida con uno de sus seis hermanos, tres años
mayor que él. La familia quedó rota tras el asesinato ese mismo año de su madre, Paula
Ros, so pretexto «de haber hecho manifestaciones en favor de los bombardeos de los
rojos» sobre Teruel. Lo más probable es que fuera prendida por la Guardia Civil en
sustitución del cabeza de familia, Feliciano Aguilar, que como tantos otros huyó por
miedo a perder la vida a causa de su militancia en la UGT. La vida de los hermanos
Aguilar Ros se tornaría aún más dura a partir de 1939, con la segunda reclusión de
su padre en 1940 «por suponerle cotizante de Socorro Rojo», la condena de un hermano
a un batallón de trabajadores y la muerte de otro en la División Azul en noviembre
de 1941 GC/1283/1, AHPT. Entrevista con Dámaso Aguilar Ros, realizada el 20 de abril de 2018.
Para los Aguilar Ros el hambre y el desamparo acabarían siendo las experiencias más
definitorias de la guerra y la posguerra. Además, la violencia golpista fue doblemente
devastadora y efectiva en sus objetivos porque en ocasiones casi consiguió desmantelar
las redes de solidaridad familiar y vecinal sobre las que se sostenían los más humildes.
En el caso de los hermanos Aguilar Ros su tía Concha intentó echarles una mano, a
pesar de haber perdido a su marido, fusilado, y de haberse quedado sola a cargo de
seis hijos, y otros familiares ya se habían hecho cargo de sus hermanas, aún cuando
sufrían sus propios apuros. Privados de más apoyo, Dámaso y su hermano Pedro habían
comenzado a realizar pequeños hurtos y robos para sobrevivir ya en plena guerra, a
pesar del miedo que se apoderaba del segundo Para el impacto de la delincuencia infantil y juvenil durante la guerra Seidman ( Una visión general en Lowe (
De hecho, si miramos al conjunto de la provincia vemos que la mayor parte de los robos denunciados entre 1938 y 1949 se concentran en las comarcas más pobladas, más ricas y mejor comunicadas, como el entorno de la capital, el valle del Jiloca, las Cuencas Mineras o el Bajo Aragón, y no tanto en los territorios montañosos de hábitat disperso con economías de subsistencia, como las comarcas del Maestrazgo, Gúdar-Javalambre y Albarracín. Mientras que las tres últimas apenas sumaban el 19,4 % del total, en las cuatro primeras tuvo lugar el 74,5 %, pues ofrecían un trasiego de bienes y personas más continuado, distintas posibilidades de huida y cierta ilusión de impunidad gracias a un mayor anonimato. Por eso tampoco es casual que un buen número de robos ocurrieran en segundas residencias, establecimientos comerciales y estaciones de tren, ya fuera en sus almacenes, en los mismos vagones o en la persona de los propios viajeros. También era bastante corriente que las víctimas de estas acciones fueran mujeres solteras o viudas, que a priori debían considerarse objetivos más asequibles.
Por ser convecinos de los damnificados y buenos conocedores del terreno, había ocasiones
en que los autores tenían muy claro dónde y cómo realizar sus golpes. Tal es el caso
del que sufrió en 1946 Emerenciana Márquez Unsain, a quien le fueron sustraídas en
su propio hogar 15 000 pesetas y joyas, mientras que la histórica Casa Ferrán perdió
ese mismo año entre 12 y 13 000 pesetas afanadas de la caja registradora de su local
de la plaza del Torico JUD/106/11 y JUD/119/1, AHPT.
El propio Dámaso Aguilar reconocía que «era raro el día que no cogía una alforja».
Para ello seguía a los muchos carros que llegaban a Teruel procedentes de los pueblos,
y cuando los conductores marchaban a hacer sus recados al interior de la ciudad aprovechaba
para sisar lo que podía, incluido el vino. Con un poco de aquí y otro poco de allá
componía la base de su dieta: pan mojado en agua y remolacha, que sustraía de los
camiones y carros que procedentes del valle del Jiloca se concentraban en las explanadas
de la estación de ferrocarril, junto al río Turia. Gracias a ello pudieron alimentarse
tanto él como su hermano Los trabajos de Agustí Roca ( GC/1283/1, AHPT.
«Yo he ido muchas veces a comisaría», reconocía Dámaso Aguilar. Tal era su situación
que según contaba el comisario jefe acabó apiadándose de él, quizás porque en cierto
modo reconocía a su prole en la situación de necesidad del muchacho. Lo recordaba
como alguien «muy bueno. Tenía siete u ocho hijos y pasaban más hambre que yo. Y entraba
"¿pero ya estás aquí otra vez chato?", "¿Qué quiere que haga? Yo tengo que comer"».
Según Dámaso Aguilar llegó a aconsejarle que anduviera con cuidado cuando robara,
para que no lo cogieran. La documentación firmada por el propio comisario jefe parece
corroborar cierto deseo de protegerlo limpiando su expediente y evitando por todos
los medios presentarlo como un delincuente habitual. Por supuesto, para no comprometerse
reconocía que «todos [en la familia] son simpatizantes de las ideas izquierdistas».
Sin embargo, sus esfuerzos en favor del muchacho quedan claros al subrayar hasta en
dos ocasiones que los Aguilar Ros «observan buena conducta moral» y «no se les conoce
actividades contra la propiedad» Íd.
Esto resulta más relevante combinado con el testimonio de Dámaso Aguilar, quien recordaba
que por aquel entonces el comisario jefe solía decir a los detenidos que simularan
estar siendo golpeados cuando pasaran por la sala de interrogatorios: «Me dice "yo
voy a pegar con la porra y tú di: ay, ay", de eso siempre me acuerdo, y no me llegaron a tocar, eh» Entrevista con Dámaso Aguilar Ros, realizada el 20 de abril de 2018. Las formas de desobediencia en contextos represivos y dictatoriales han ocupado a
científicos sociales e historiadores. En procesos genocidas véase Anderson (
Tanto el testimonio de Dámaso Aguilar como la documentación revelan que la mayor parte de los hurtos y robos del periodo casi nunca tuvieron como móvil el afán de lucro, dado que sus autores trabajaron para ganarse la vida siempre que les fue posible. Además, era común que combinaran sus actividades laborales con otras formas de sacar algún dinero, como la recogida de chatarra de guerra o, caso de los Aguilar Ros, recuperando la ropa de paño de las chaquetas de los cadáveres abandonados en los antiguos campos de batalla y en las trincheras de los alrededores de la capital. Por ejemplo, recién acabada la guerra Dámaso Aguilar estuvo fabricando cuerda de cáñamo con apenas diez años. En aquella España de miseria, uno de sus patrones solía ayudarle con alimentos de su huerto, al no tener descendencia y sin duda conmovido por la situación del pequeño.
Sin embargo, la mayor parte de los trabajos a los que pudieron tener acceso familias
estigmatizadas como los Aguilar Ros solían ser duros y penosos, hasta el punto de
poner en riesgo su salud. Así ocurrió durante el tiempo que estuvo en Los Aljezares
de Teruel, acarreando yeso con una pequeña cesta de mimbre, lo cual le provocó erupciones
tan insoportables en la piel como para no poder ni caminar. A pesar de las necesidades
de su familia acabaría dejando el trabajo RRPP/252/127-72, AHPT. Entrevista con Dámaso Aguilar Ros, realizada el 20 de abril de 2018.
En el otro extremo se encontraba Gregorio Ibáñez Argente (1931), que era uno de los
muchos zagales que bajaban con sus padres en carro desde los pueblos a Teruel, en
su caso desde Cuevas Labradas. Los labradores se llevaban a los más pequeños de la
casa para que velaran por el contenido de los carros y de los animales mientras hacían
los recados y los tratos que les habían llevado hasta Teruel, ya que los escombros
que había en las calles les impedían acceder con ellos al interior de la ciudad. A
Gregorio Ibáñez su padre se lo dejó muy claro desde el primer momento: «"¡Tú!, ¡eh!,
¡pero atento!, ¡eh!, ¡no nos jodan la alforja!", porque a lo mejor iban zagalotes
pues que tenían hambre en casa, y si podían agarrar una alforja y se llevaban un pan
y lo que había» Entrevista con Gregorio Ibáñez, realizada el 9 de noviembre de 2017.
No por nada, fueron los labradores los primeros que retejieron el maltrecho tejido económico de la provincia. Desde que pudieron volver a sembrar y a recoger patatas comenzaron a abastecer a la capital con su producción, llevándose de vuelta materiales de construcción, muy necesarios y preciados por lo escasos que eran en tiempos de autarquía y reconstrucción. Sin embargo, llegar a este punto no fue fácil, porque de vuelta al pueblo se habían encontrado con que «no había nada: ni una gallina, ni un cerdo, ni un mulo… Absolutamente nada… Lo único que había pues muchas casas hundidas». Así pues, la reactivación de las actividades agrarias en los pueblos afectados por la batalla, caso de Cuevas Labradas, también fue lenta y difícil: «Hasta que se fue aquello arreglando un poco hubo casas que pasaron muchas penurias y mucha hambre».
La crisis humanitaria que se vivió en el Teruel de la posguerra tuvo mucho que ver
con la total desarticulación económica de un territorio devastado por los combates
y saqueado por ambos ejércitos entre 1937 y 1938, a lo cual hubo que sumar el impacto
de la guerra irregular en las serranías de los alrededores a partir de mediados de
los cuarenta. La comprometida situación de los pueblos de los alrededores fue fatal
para una ciudad de tamaño medio tan integrada con su entorno rural; así se explica
que la gente pasara tanta hambre en la capital. Por eso mismo, otro problema recurrente
en la posguerra fueron los hurtos y robos ocurridos durante la noche en los pueblos
de los alrededores, hasta donde se desplazaban los habitantes de Teruel para llevarse
los cereales que había almacenados en las eras y en los graneros. En muchos casos
los vecinos se organizaron por su cuenta para organizar la seguridad local, sin que
mediaran las denuncias ni el concurso de las autoridades. Por ejemplo, Ramón Hernández
y un amigo suyo fueron requeridos por el alcalde de Villalba Baja para realizar patrullas
nocturnas en las eras, llegando a ofrecerles armas para dicho cometido. No obstante,
dando muestra de su sentido de la justicia le dijo que «yo tengo menos miedo sin pistola
[…]. No voy a matar a nadie porque vea a uno que está cogiendo una fanega de trigo
[…]. Si se ponen ellos [violentos] a callar la boca y a casa». En su caso aún recordaba
haber corrido detrás de un grupo de
intrusos, pero no llegaron a detenerlos, y después de aquello se acabó el problema,
seguramente porque corrió la voz de que los villalbinos habían tomado medidas para
acabar con los robos Entrevista con Ramón Hernández Fabre, realizada el 12 de marzo de 2018. Un caso muy
similar en Alcalá la Real, Granada, en Del Arco (
Otro de los problemas de la posguerra fueron los suicidios relacionados con el conflicto
y sus consecuencias, aunque bien es cierto que en algunos casos dicha conexión no
tuvo por qué existir, igual que en otros tantos solo puede aventurarse hipotéticamente
o fue una parte más del escenario que llevó a determinadas personas a quitarse la
vida Ya advertía de ello en sus punteros trabajos Mir (
Dentro del periodo que va de 1938 a 1952, el año 1939 es con mucho el que acumula
un mayor número de casos en las comarcas turolenses, con 56 muertes tratadas por los
juzgados de instrucción territoriales como suicidios. Este incremento se explica por
el regreso masivo de las personas que habían marchado voluntariamente con las unidades
republicanas o que habían sido evacuadas a la fuerza en sus operaciones y retiradas
de 1937 y 1938. Sin embargo, entre ellas existen ejecuciones extrajudiciales falseadas
como suicidios, que ascienden como mínimo a 12. Ocurrieron por lo general en los cuarteles
y prisiones municipales, casi siempre el mismo día en que el asesinado volvía de las
zonas ocupadas por los sublevados entre marzo y abril de 1939 Un caso de estudio muy valioso que analiza a fondo estas prácticas en Sánchez Castillo
(
Con estos datos sobre la mesa vale la pena plantear varias hipótesis, sobre todo de
cara al futuro. En primer lugar, el número de suicidios tendría una relación directa
con las políticas de ocupación y el clima de terror instaurado por los rebeldes en
unas poblaciones cuya lealtad a sus ojos era dudosa, después de haber estado un año
y medio en la zona republicana. En segundo lugar, muchos casos se enmarcan en las
consecuencias devastadoras que tuvo el larguísimo conflicto irregular de la posguerra
sobre la vida de los habitantes de los pueblos y las masías de las serranías, marcados
a fuego por las ejecuciones sumarísimas, los abusos de poder y coacciones, las pérdidas
materiales irreparables y los traumas de todo tipo Sobre estas cuestiones véase Yusta ( La autarquía como herramienta clave entre las políticas de control social ideadas
por la dictadura, y por tanto su impacto mayor en la vida de los más humildes, es
un tema bien tratado por la historiografía española. Entre otros Moreno (
En lo que respecta a la capital y su entorno próximo, 19 casos se concentran en los
pueblos y 25 en el propio Teruel, que es con mucho la localidad de toda la provincia
con un mayor número, seguida de lejos por dos poblaciones del Maestrazgo, Cantavieja
con 11 e Iglesuela del Cid con 7; otra de la sierra de Gúdar, Mosqueruela, con 8;
y la segunda más grande de la provincia, Alcañiz, con 9. En los casos de Teruel, con
el 6,5 % de los habitantes provinciales, y de Alcañiz, con un 3,8 %, su porcentaje
de población fue casi equivalente al de suicidios ocurridos en el periodo analizado,
con el 6,6 % y el 2,4 % de los casos respectivamente. La cosa cambia si ponemos el
foco en Cantavieja, Iglesuela del Cid y Mosqueruela, que agrupaban el 1,7 % de la
población de la provincia y que sumaron el 6,8 % de los suicidios, un indicador que
nos permite intuir cómo pudo ser la vida en dichas localidades durante la posguerra El gran número de suicidios ocurridos en el triángulo Mosqueruela-Iglesuela-Cantavieja
puede contextualizarse a través del valioso trabajo de Yusta (
La memoria colectiva contribuye a arrojar luz sobre el fenómeno, por la forma en que
los testimonios dan cuenta de sucesos tan traumáticos y por lo que se puede deducir
de ello. Por ejemplo, al ser interpelada sobre esta cuestión María Esteban afirmó
que los suicidios no siempre tenían que ver con la guerra, pero muy pronto matizó
apuntando que efectivamente «alguno pillaba el miedo a la vida» Entrevista con María Esteban Gutiérrez, realizada el 9 de abril de 2018.
Sabemos que Jerónima Santafé y Martín Hernández habían sido autorizados a alojarse en su antigua vivienda, donde recibieron multitud de visitas de familiares y amigos desde el mediodía hasta la tarde. Difícilmente se habrían interesado los vecinos por el matrimonio si eso hubiera podido comprometerles de algún modo frente a las fuerzas vivas, y menos en un pueblo de 800 habitantes. Gracias al proceso incoado contra Martín Hernández por el Tribunal de Responsabilidades Políticas sabemos que se pasaron a la zona republicana junto a otros cuatro labradores. Sin embargo, al contrario que estos últimos no parece que actuaran movidos por sus ideales políticos, sino por los rumores que corrían de que habían sido incluidos en una lista de personas susceptibles de ser eliminadas, tras haberse beneficiado de una roturación de tierras durante el periodo republicano. Así lo dejaron explicitado en una carta de despedida cerrada con un «¡Viva Franco! ¡Arriba España!». De hecho, según explicaba el comandante de la Guardia Civil en Santa Eulalia, Jerónima Santafé era una «buena persona y de carácter católico, pues así lo tenía demostrado», mientras que su marido, «si bien simpático con las izquierdas también es de carácter honrado, humilde y trabajador».
El caso de Jerónima Santafé constituye una muestra de cómo los rumores fueron determinantes
en las actitudes y en la toma de decisiones de infinidad de personas, a veces con
consecuencias fatales. Su impacto fue tanto mayor en unos entornos locales asfixiantes
y en unos años de incertidumbre y desinformación como los que se abrieron con el golpe
de Estado del 36 y el clima de terror subsiguiente. Hasta tal punto debió verse desbordado
Martín Hernández que un mes y medio después del suicidio, en un intento por despertar
la compasión de las autoridades decidió donar 74 pesetas en moneda de plata a Franco,
según él cumpliendo con la voluntad expresada por su mujer durante el periodo que
habían pasado en zona republicana. Esta decisión no solo despertó los elogios de las
autoridades, con su autocomplacencia habitual, sino que incluso llegó a oídos del
propio dictador, que dos meses después le hizo llegar una fotografía junto a sus condolencias
a través de su secretario personal. Aún con todo, «su conducta patriótica» y «los
elevados sentimientos de su malograda esposa», según apuntaba José Luis Lorente Sanz,
subsecretario del Interior dentro del Ministerio de Gobernación, no salvaron a Martín
Hernández de ser condenado a cuatro años de prisión menor, compartiendo destino con
los otros cuatro vecinos procesados JUD/522/8, GC/2151/48, GC, 2181/3, RRPP/251/50, AHPT.
En Santa Eulalia del Campo, a tan solo ocho kilómetros de allí, el 22 de ese mismo
mes Manuel Villalba García se pegó dos tiros en la cabeza y murió al día siguiente.
Fue su nieto, Manuel Dolz Villalba, de 12 años, quien lo descubrió en la paridera
propiedad de la familia. En este caso, el móvil del suicidio queda bastante claro
gracias a la declaración de su yerno, Robustiano Paricio Guillén, de 45 años, quien
explicó que Manuel Villalba llevaba un mes enfermo y al cuidado del médico de la localidad,
mientras que su esposa estaba en cama desde hacía cuatro meses. Es verdad que no se
describen las afecciones que padecían, pero en una de las conclusiones de la autopsia
se señala que Manuel Villalba «era un enfermo que padecía de manía persecutoria con
tendencias siempre al suicidio». Tampoco se explica desde hacia cuánto tiempo sufría
esa supuesta afección mental ni qué había podido causarla, aunque es revelador que
ninguno de los familiares interrogados hablara del problema. En este caso la situación
material pudo jugar un papel importante, más si tenemos en cuenta que convivían con
familiares procedentes de Perales del Alfambra, en este caso el propio Manuel Dolz
y sus padres, que debieron marchar de su casa en algún momento de la guerra huyendo
de la devastación en su pueblo JUD/522/21, AHPT.
Tabla 1.
Suicidios totales por comarcas para el periodo 1938-1952
Hombres | Mujeres | Ratio | |
---|---|---|---|
Gúdar-Javalambre | 31 | 20 | 1,5:1 |
Maestrazgo | 46 | 18 | 2,6:1 |
Cuencas Mineras-Andorra | 47 | 13 | 3,6:1 |
Altiplano-Sierra de Cucalón | 17 | 7 | 2,4:1 |
Sierra de Albarracín | 26 | 3 | 8,7:1 |
Bajo Aragón Histórico | 50 | 5 | 10:1 |
Matarraña | 27 | 7 | 3,9:1 |
Valle del Jiloca | 11 | 4 | 2,8:1 |
Teruel y entorno | 33 | 11 | 3:1 |
Fuente: elaboración propia a partir de la documentación del AHPT.
Fue bastante común que tanto las personas de edad avanzada como aquellas más jóvenes
pero enfermas de gravedad optaran por quitarse de en medio cuando sentían que comenzaban
a ser una carga para sus familias, una lógica que venía de antes de la guerra Sobre la situación material como detonante Mir ( Muy estable en los últimos ciento diez años según Sánchez Barricarte et al. (
En esta línea, el 28 de mayo de 1939 nos encontramos con otro caso revelador, esta
vez en Singra, escenario de duros combates durante la batalla de Teruel. Ese día Plácido
Gómez García, de 77 años, se encontró el cadáver de su hijo, Juan Francisco, que se
había colgado de una viga en el interior de un pajar de su propiedad. La autopsia
revela que Juan Francisco Gómez sufría un enfisema y un empiema pleural, seguramente
causados por el tabaco. Quizás estuviera comenzando a sentir que dichas afecciones
limitaban su capacidad para realizar esfuerzos físicos, algo fatal tratándose de un
labrador de familia humilde. Aunque la documentación solo nos deja entrever que los
Gómez Martínez tenían varios terrenos de cultivo dispersos por el término municipal,
ello no implica que fueran de gran extensión ni que les permitieran llevar una vida
desahogada. Es más, los efectos que llevaba consigo, sobre todo un humilde reloj de
bolsillo Roskopf, y las ropas que vestía en el momento de la muerte, pantalón y chaleco
de pana, camiseta negra y alpargatas, son las propias de un individuo de clase popular.
Así pues, se puede especular con la posibilidad de que al verse enfermo y limitado
físicamente Juan Francisco Gómez optara por quitarse la vida, evitando convertirse
en una carga para los suyos en aquellos años difíciles JUD/522/18, AHPT.
Explorar el impacto de los suicidios en la cultura popular a través de las entrevistas
nos deja testimonios tan elocuentes como el de Tomás Gracia Doñate (1929), quien se
expresaba en los siguientes términos: «Entonces era la manía esa que se pilló de que
se suicidaban muchos, pero mayormente eran ahorcaus, pero claro, las causas tampoco… Era muy de moda digamos el ahorcasen» Entrevista con Tomás Gracia Doñate, realizada el 2 de noviembre de 2017.
Dos años antes, el 1 de julio de 1937, el juez de instrucción de Teruel había ordenado
la incautación de todos los bienes de Antonio Gómez, incluidas sus viviendas, campos,
animales y dinero líquido. Todo parece apuntar que el proceso se activó en ausencia
del afectado, que se encontraba en zona republicana junto a su esposa, a donde debieron
pasarse por causas que desconocemos El 5 de septiembre de 1939 fue abierto un proceso de adhesión a la rebelión contra
un grupo de once hombres entre los que se encontraba Antonio Gómez. 2275/4, Archivo
del Juzgado Togado Militar de Zaragoza.
Es fundamental al respecto Langarita ( JUD/522/13 y RRPP/247/3, AHPTE.
Los suicidios forzados por la situación económico-social contribuyeron a reforzar
cierto perfil psicopático de los vencidos, que en las percepciones y relatos de los
golpistas aparecerían envenenados por las creencias izquierdistas
Los territorios turolenses serían el escenario de algunas de las batallas más cruentas de la Guerra Civil, sobre todo en los once meses que van de abril de 1937 a marzo de 1938, cuando fueron ocupadas las comarcas de la mitad oriental por parte del ejército sublevado. Esto trajo consigo pérdidas materiales y humanas incalculables, agravadas por los desplazamientos forzosos de población en el marco de las retiradas y las operaciones militares rebeldes y republicanas. Un momento culminante fue la decisiva batalla invernal del 37-38, con el grueso de los combates y bombardeos concentrado en la capital y en las localidades más próximas, pero afectando también a todos los núcleos situados dentro de un área de 70 kilómetros de extensión.
En un contexto de autarquía y en un territorio con unas relaciones de mutua dependencia, la devastación y los saqueos sufridos por los núcleos agroganaderos, así como la contaminación de sus pastos y campos de cultivo por la chatarra de guerra contribuyeron a la crisis humanitaria sufrida en el tercio sur de la provincia durante los años cuarenta, con efectos que se dejaron sentir hasta principios de los cincuenta. Se ha explicado cómo fue el regreso paulatino de los turolenses a sus pueblos una vez acabó la guerra, pero también las dificultades con las que toparon a la hora de reconstruir sus hogares y recuperar cierto atisbo de normalidad. En algunos casos ni tan siquiera cupo dicha posibilidad: las políticas del régimen franquista expulsaron a decenas de miles de personas a los márgenes de la sociedad, privando de cualquier forma de inclusión a todos aquellos marcados por el estigma de la derrota, la represión y la pobreza. Muchos de ellos acabarían volviendo a los campos de batalla convertidos en traperos y chatarreros, dedicándose a la gestión de los residuos y despojos que la guerra había dejado a su paso. La desactivación de artefactos sin detonar para extraer las partes de valor también se convertiría en un complemento salarial importante para amplias capas de la población, siendo causa de numerosos accidentes que segaron vidas y dejaron a muchas personas impedidas.
La devastación provocada por el conflicto y su extrema violencia no solo fue material, sino también moral y cultural. La guerra acabó ocupando un lugar importante en el imaginario y las costumbres de niños y adolescentes, un sujeto colectivo poco atendido por la producción académica que convendría integrar más en nuestras investigaciones. La historia social de la infancia en las posguerras europeas sigue siendo una cuestión pendiente de la historiografía porque sus experiencias son decisivas para entender la trayectoria de los países europeos en la segunda mitad del siglo xx. El artículo ha evidenciado que los más pequeños se encontraron entre las principales víctimas de la chatarra de guerra a consecuencia de sus juegos o de su trabajo en la recogida de residuos. Al mismo tiempo, el golpe que sufrieron las redes de apoyo familiares y vecinales a causa de la represión y la muerte hizo que los hijos de los vencidos se vieran en muchos casos desamparados y empujados a cometer hurtos y robos de subsistencia. Bajo ciertas formas, la delincuencia acabó por convertirse en parte de las estrategias de supervivencia y resistencia de los más perjudicados por la guerra y las políticas del franquismo, llegando a convertirse en uno de los problemas más lacerantes para las nuevas autoridades, hasta comprometer su credibilidad a ojos de adeptos y simpatizantes. La situación catastrófica en que se encontraban los habitantes de Teruel se pone de relieve por la gran cantidad y el tipo de hurtos y robos que ocurrieron en la ciudad, sobre todo en comparación con otras poblaciones de importancia dentro de la provincia.
Finalmente, otro de los efectos más evidentes y difíciles de valorar de los conflictos armados, ya sea durante su desarrollo o con posterioridad a ellos, es su impacto sobre el número de suicidios. Se ha planteado cómo la violencia, la devastación, la situación de miseria y el enquistamiento de la guerra irregular en las serranías pudieron empujar a muchos turolenses a quitarse la vida en la posguerra, sobre todo atendiendo a la concentración de casos en determinados lugares y a su notable incremento en ciertos momentos. También se han aportado algunas posibles claves interpretativas a través del estudio de casos concretos, de las tendencias que nos ofrecen los datos globales y de la huella que dejaron los suicidios en la memoria colectiva. Aún con todo siguen siendo necesarias más visiones historiográficas sobre el fenómeno en general, pero también sobre las ejecuciones extrajudiciales de la posguerra, encubiertas y falseadas documentalmente como suicidios.
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