RESUMEN
El objetivo del presente artículo será mostrar cómo el Ejército sublevado estableció la doctrina de no hacer prisioneros desde el verano de 1936 en espacios de lucha antiguerrillera. Una estrategia que se convirtió en la base de la contrainsurgencia franquista hasta 1952, cuando la guerrilla republicana fue vencida de forma definitiva. Para analizar estas cuestiones se recurrirá a la bibliografía especializada y a una serie de fuentes documentales inéditas del Archivo General Militar de Ávila. La documentación generada por las agrupaciones guerrilleras y la propia experiencia de los partisanos, sus enlaces y la población civil en general han mostrado que la aplicación discrecional de la ley de fugas entre 1936 y 1952 tuvo como objetivo no hacer prisioneros en el marco de la guerra irregular. No obstante, el hallazgo de diversas órdenes del Ejército rebelde y de la dictadura confirma que la guerra sucia desplegada contra los guerrilleros y la población estuvo reglada y planificada desde las más altas jerarquías militares.
Palabras clave: Guerra Civil española; guerrilla antifranquista; Guardia Civil; Ejército sublevado; guerra irregular.
ABSTRACT
The objective of this article will be to show how the rebels established the doctrine of not taking prisoners in anti-guerrilla areas since the summer of 1936. A strategy that became the basis for Franco’s counterinsurgency until 1952, when the Republican guerrilla was finally defeated. To analyze these questions I will use the specialized bibliography and a series of unpublished documents. The documentation generated by the guerrilla groups and the own experience of the partisans, their links and the civilian population has shown that the application of «la ley de fugas» between had the objective of not taking prisoners. However, the discovery of various orders and communications from the rebel Army and the dictatorship confirms that the rebels planned in detail the dirty war that was deployed against the guerrillas and the population living in the irregular theater of operations.
Keywords: Spanish Civil War; anti-Francoist guerrilla; Guardia Civil; irregular war; rebel army.
Manuel Sesé Mur era un pastor del Alto Aragón que a inicios de 1948 había pasado por buena parte de los resortes represivos del franquismo. El golpe de Estado fallido de julio de 1936 provocó una amplia movilización de las fuerzas de izquierdas y Manuel se enroló en la Columna Durruti, que a partir de enero de 1937 se convirtió en la 26.ª División republicana[2]. Tras la desmovilización de su unidad regresó a su casa en Peraltilla (Huesca), pero temió sufrir las consecuencias de la arbitrariedad de la represión de los vencedores y se escapó a los montes cercanos al pueblo. Estuvo durante semanas escondido en casetas y barrancos hasta que la Guardia Civil comenzó a hostigar a su familia con el objetivo de que se entregase. De esta forma, su esposa María Miralles fue detenida y encarcelada, como lo habían sido y lo serían miles de mujeres de hombres republicanos entre 1936 y 1952[3]. Cuando Manuel se enteró de lo que le estaba ocurriendo a su esposa decidió entregarse y un consejo de guerra lo condenó a veinte años de prisión. En los cinco años que estuvo preso en las cárceles de Torrero en Zaragoza y las Capuchinas en Barbastro sufrió terribles torturas, hasta que al no hallársele delitos de sangre le fue concedida la libertad vigilada.
Sumido en la pobreza y en las dificultades vitales que su condición de vencido le
confería trató de alimentar a su familia a través de los beneficios que le generaba
el pastoreo. No obstante, en enero de 1948 su experiencia vital dio un giro trágico.
Manuel formaba parte del comité de resistencia que se había formado en Barbastro a
mediados de 1945, y que entre otras cuestiones se encargó de suministrar armas a los
guerrilleros que se movían por la región Su nombre aparece en una lista de colaboradores. Véase Archivo Histórico del Partido
Comunista de España, en adelante AHPCE. Equipo de Pasos, informe de camaradas, jack
594.
Archivo Histórico Provincial de Huesca, en adelante AHPHu. Gobierno Civil, expedientes
de la guerrilla en Sobrarbe, julio-agosto de 1949.
El sargento comandante del puesto de Barbastro Agustín Serrano Arroyo y el guardia Marcelino García Gracia salieron a las 17:00 del 18 de enero de 1948 hacia Peraltilla para registrar el domicilio de Manuel. Este reconoció que guardaba una metralleta y municiones en el corral y las entregó. Entonces, se dirigieron al exterior de la casa, momento en el que los guardias lo asesinaron bajo el pretexto de que había intentado escaparse:
El referido Manuel emprendió veloz carrera mientras iba esposado, sin obedecer a las
cinco o seis voces de alto para que cesara en su huida, y haciendo caso omiso ordenó
el sargento que suscribe que se le disparase haciéndole varios disparos para intimidarle
tirándose al suelo y levantándose emprendiendo de nuevo precipitada carrera, tirándose
hacia el monte, haciéndose nuevos disparos siendo alcanzado por ellos, cayendo al
suelo herido a una distancia de quinientos metros de la localidad en el momento de
querer introducirse en un monte cubierto de matorrales Archivo del Juzgado Togado Militar Territorial n.º 32 de Zaragoza, en adelante AJTMTZa.
Causa 2441-9.
Una versión completamente inverosímil, tal y como corroboraron los dos médicos que realizaron la autopsia del cadáver de Manuel Sesé. A juicio de ambos facultativos la trayectoria seguida por la bala que le había provocado la muerte demostraba la imposibilidad de que el enlace de la guerrilla hubiese sido alcanzado mientras escapaba: «Posiblemente el disparo fue hecho a corta distancia y desde un plano posterior al lesionado». De esta forma, vemos que a la Guardia Civil, que fue designada como la agencia preferente para la lucha antiguerrillera desde el mismo verano de 1936, no le temblaron las manos para asesinar a un individuo que por sus ideales políticos y por su acción resistente no podía formar parte de la comunidad nacional.
¿En qué momento hallamos el inicio de las directrices sobre no hacer prisioneros en espacios de guerra irregular que hicieron posible que un pastor oscense muriese de un disparo a bocajarro efectuado por un guardia civil a principios de 1948? A través de esta pregunta realizaré un recorrido por la principal estrategia contrainsurgente seguida por el bando rebelde y por la dictadura franquista entre 1936 y 1952.
El presente artículo se inserta dentro de la historiografía que en los últimos años
ha demostrado cómo el levantamiento armado de julio de 1936 y el inicio de la Guerra
Civil fue fruto de la voluntad de los rebeldes por imponerse a cualquier precio sobre
el Gobierno legítimo de la Segunda República. El Ejército golpista puso en práctica
una violencia masiva, estructural y preventiva, que fue a su vez catalizadora y generadora
de un nuevo orden. Los rebeldes se caracterizaron por ejercer el terror con fines
eliminacionistas, lo que a su vez le permitió alcanzar varios objetivos: una limpieza
de los sectores sociales que no debían formar parte de la comunidad nacional, la construcción
de una cultura de guerra legitimadora en el marco de la movilización bélica y la muestra
u ostentación de fuerza y de poder La bibliografía sobre estas cuestiones es abundante: véase Babiano et al. (
Otro aspecto fundamental de esta investigación y del dossier en el que se inserta
es la cuestión de la cronología y la larga duración de la guerra. En 1983 el periodista
Rafael Gómez Parra comentó la funcionalidad que podía tener la interpretación de la
Guerra Civil como un proceso que abarcó un período que fue mucho más allá de 1939
En el último lustro, no han sido pocas las investigaciones que han seguido este marco
interpretativo y lo han ido dotando de contenido. Por ejemplo, Carlos Tejerizo y Alejandro
Rodríguez han argumentado a raíz de las pruebas arqueológicas obtenidas en los montes
de Casaio, en Orense, que allí existió un auténtico frente de guerra entre 1941 y
1946 Tejerizo y Rodríguez (
Las siguientes páginas van a tratar de reforzar todas estas cuestiones a través del análisis de las órdenes y las prácticas con fines eliminacionistas que estuvieron presentes en España entre 1936 y 1952.
La lucha antiguerrillera desplegada por los rebeldes y por el franquismo durante los quince años de guerra irregular en la Península se basó en la puesta en práctica de una serie de estrategias habituales en cualquier caja de herramientas contrainsurgente. Unas praxis que fueron empleadas contra una resistencia republicana marcadamente heterogénea: partidas autónomas y otras adscritas a las agrupaciones guerrilleras, huidos en las sierras, bolsas de milicianos atrapados en las retaguardias rebeldes y unidades irregulares del Ejército republicano, así como familiares, amigos y colaboradores de estos grupos.
La forma de entender la guerra asimétrica como una guerra sucia y de eliminación tiene
sus bases en la experiencia adquirida por el Ejército alemán en la guerra franco-prusiana
de 1870 a 1871. En los años posteriores al conflicto los alemanes elaboraron un jus in bello (1902) para utilizar en caso de iniciarse una nueva guerra, recuperándose muchas de
las estrategias utilizadas hasta entonces, como las matanzas de civiles si estos se
resistían a cumplir las normas de los nuevos poderes, obligar a la población a ejercer
como guías o a ser tomados como rehenes, confiscar propiedades y alimentos, o encarcelar
a los familiares de los guerrilleros, entre otras praxis. Todas estas estrategias fueron adoptadas por las fuerzas rebeldes y franquistas entre
1936 y 1952, por lo que su puesta en práctica en décadas dispares y en distintos continentes
demuestra que existió toda una cultura de guerra contrainsurgente que trascendió de
las fronteras nacionales y homogeneizaron la forma de reprimir a las guerrillas. De
hecho, esta forma de ver al contendiente irregular como un enemigo al que había que
extirpar de raíz, sin apenas posibilidad de reinserción, fue una continuación de la
experiencia adquirida por el Ejército español en las campañas coloniales, y al mismo
tiempo estaba en línea con la cultura militar de todos los ejércitos del momento.
Por ejemplo, en 1921 el comandante y diputado en las Cortes Francisco Bastos Ansart
dijo sobre los
guerrilleros rifeños que «no debe haber otra solución que exterminarlos» Baldissara (
Los ejércitos regulares también se encargaron de combatir a las guerrillas peninsulares
en el siglo xix. En este sentido, destaca el papel de Antonio Van Halen, comandante en jefe del Ejército
del Centro y capitán general de los reinos de Aragón, Valencia y Murcia en la Primera
Guerra Carlista (
Entre 1936 y 1952 todos los regímenes fascistas debieron enfrentar espacios de guerra
irregular, tanto en el marco de la larga Guerra Civil española como en los distintos
conflictos que se generaron al calor de la Segunda Guerra Mundial. Los regímenes como
la España de Franco, la Alemania nazi, la Italia de Mussolini o la Croacia de Ante
Pavelić hallaron en la eliminación física de sus oponentes políticos, raciales o étnicos
una vía purificadora que permitía la construcción de la nueva comunidad nacional deseada.
Y, en esa lógica, el partisano y sus potenciales colaboradores encarnaron la representación
de la figura nacional resistente e incluso exógena que no era apta ni posible de reeducar
en las sociedades en construcción. De esta forma, una de las principales características
de la guerra antipartisana europea fue que sirvió de pretexto o de contexto para ejercer
violencia contra grupos que habían sido señalados como «eliminables». En España la
lucha antiguerrillera fue utilizada en buena medida para seguir reprimiendo y controlando
a los civiles distinguidos como antiespañoles, y en el caso del Frente Oriental la
contrainsurgencia sirvió como vía para acabar con las poblaciones judías y eslavas
que vivían en el teatro de operaciones. Por ejemplo, las divisiones de seguridad del
Ejército alemán exterminaron a miles de civiles soviéticos en las retaguardias bielorrusas
bajo el pretexto de estar combatiendo a las guerrillas. Mientras tanto, la dictadura
franquista
camufló acciones represivas contra las poblaciones civiles como «acciones de guerra»
contra la guerrilla, incluso haciendo pasar a vecinos republicanos por supuestos resistentes
armados, de la misma forma que los alemanes anotaron operaciones de castigo contra
la población como «destrucción de nidos de ametralladora, campamentos y casamatas
de partisanos». Este aprovechamiento del teatro de operaciones irregular en beneficio
de las nuevas autoridades, sobre todo para la consecución de sociedades higienizadas
de enemigos políticos o raciales, llevó al historiador Hannes Heer a señalar la presencia
de una «lucha contra los partisanos, pero sin partisanos» Wette (
El análisis de la guerra antipartisana en Europa requiere un esfuerzo por comprender
que el fenómeno no es un resultado más de los escenarios en los que se experimentó
la guerra total, sino que tal y como escribió David Alegre la lucha antiguerrillera
debe ser analizada en toda su complejidad, ya que tuvo unas dinámicas particulares
dentro de las guerras civiles y de los planes sociopolíticos en pugna, además de convertirse
en un espacio de nuevas oportunidades para muchos actores que desearon beneficiarse
a través del pillaje, las recompensas económicas o los ascensos en el escalafón militar.
De esta forma, el enemigo podía ser tanto el partisano que portaba un arma como el
simple civil, ya que ambos se mimetizaban en el espacio de operaciones y no se realizaron
distinciones entre ellos, sino que la tropa instituyó en el espacio físico un «estado
de excepción permanente que pesaba sobre propios y extraños. Así pues, todo individuo
situado dentro del escenario de las operaciones se convertía en objetivo potencial
de las operaciones militares»
En España terminó por establecerse desde el verano de 1936 lo que Queipo de Llano
llamó el frente de las sierras, en referencia a la existencia de resistentes armados en las montañas y bosques de
varias provincias, y para acabar con ellos ordenó que «el hecho de atravesar la región
montañosa o de hallarse en ella sin tener una justificación clara del motivo y del
fin perseguido podrá ser considerado como rebelión o ayuda a la rebelión»
Muchas de las medidas adoptadas por los ustaše croatas hasta 1945 no fueron más que la traslación y la adaptación de estrategias
empleadas por los alemanes en el Frente Oriental, por lo que entre los distintos regímenes
fascistas se copiaron o adoptaron las mismas prácticas contrainsurgentes de forma
recurrente. De esto último da buena cuenta el ejemplo italiano en Eslovenia, ya que
durante la ocupación del territorio trataron de italianizar a los eslovenos a través
del passati per le armi. Los italianos aumentaron su violencia según la ocupación se fue convirtiendo en una
acción más compleja de la pronosticada, y si al principio operaron con bastante indulgencia
con el paso de los meses la actitud resistente de los eslovenos generó una escalada
en la violencia ocupante. Así, el general Mario Robotti ordenó en diciembre de 1941
actuar con mayor dureza tanto con los partisanos como con la población civil, ya que
todos los ellos podían ser sospechosos de estar en connivencia con los resistentes.
Por tanto, los mandos italianos, al igual que los oficiales rebeldes en España, terminaron
radicalizándose, y unos días más tarde el mismo Robotti dijo que «es imposible que
los rebeldes puedan atacar una guarnición o un puesto de guardia sin que la población
lo sepa. Si la gente tiene miedo a morir en manos de los partisanos si hablan, deben
tener el mismo miedo a morir en nuestras manos si ellos no hablan». Además, el general
Ambrosio decretó
que a partir de entonces «no toméis prisioneros, puesto que representan un peso muerto
que no nos aporta nada, y le da a los rebeldes una certeza o esperanza de inmunidad
relativa». Las medidas continuaron radicalizándose hasta el punto de que el general
Robotti ordenó la ejecución de rehenes para castigar a la población local en caso
de actuación guerrillera, a la vez que poder contar con la posibilidad de disparar
a cualquier sospechoso de inmediato y «en el mismo lugar del crimen y sin seguir largos
procesos judiciales»
En el marco de la guerra antipartisana europea la población griega tuvo que experimentar
situaciones análogas. Una de las primeras órdenes dictadas por el general Kurt Student
tras su llegada a la isla de Creta situó a los civiles en el epicentro de la contrainsurgencia
alemana: «Está probado que la población civil, incluidos mujeres y niños, ha participado
en la lucha, cometido sabotajes, mutilado y matado a soldados heridos. Por lo tanto,
ha llegado el momento de combatir todos estos casos, emprender represalias y expediciones
punitivas, que deben realizarse con un terror ejemplarizante». De esta forma, ordenó
fusilar a toda persona que atacase a los soldados alemanes. Por lo que al igual que
en el escenario yugoslavo, esloveno o español, en Grecia también se concretó que todas
las medidas deberían adoptarse con rapidez y sin formalismos: «En vista de las circunstancias,
las tropas tienen derecho a que así sea y no es necesario que los tribunales militares
juzguen a bestias y asesinos» Beevor (
La directriz de no hacer prisioneros estuvo presente en todos los escenarios de guerra
antipartisana europea, y en España hallamos rastro de órdenes tácitas o directas sobre
esta cuestión desde el verano de 1936. De hecho, terminó convirtiéndose en una de
las principales estrategias contrainsurgentes de la dictadura, tanto es así que incluso
un destacado represor como el coronel de la Guardia Civil Antonio Díaz Carmona no
dudó en afirmar a finales de los años sesenta que «la guerra es eso mismo, la guerra,
pues no es otra cosa la persecución de partidas de bandidos o de guerrillas de cualquier
clase, y por eso muchos cuerpos destinados al exterminio de esta clase de delincuencia
emplean incluso medios proscritos en los reglamentos y en las leyes nacionales e internacionales,
sin la que gente se escandalice después»
La aplicación discrecional de la ley de fugas durante los años cuarenta en todos los espacios de lucha contra las partidas republicanas se explica en buena medida por lo que ocurrió en las retaguardias rebeldes entre 1936 y 1939. En este sentido, las continuidades y los procesos de aprendizaje en materia contrainsurgente jugaron un papel determinante, por lo que las estrategias y los objetivos perseguidos por la dictadura en 1947 o en 1952 no pueden explicarse en toda su extensión si no tenemos en cuenta las praxis seguidas desde el verano de 1936.
La extrema violencia que se experimentó en los territorios en los que triunfó la sublevación
militar estuvo reglada y en línea con los planes de las autoridades golpistas. Esto
no solo queda demostrado por las más que citadas directivas del general Emilio Mola,
sino también por las directrices recibidas por la tropa una vez iniciado el golpe:
«Para asegurar la retaguardia es preciso infundir el terror al enemigo. Con este fin,
cuando nuestras columnas ocupen un núcleo de población, deberá procederse a ejecutar
saludables y definitivos escarmientos». Los rebeldes contemplaron la posibilidad de
que hombres y mujeres se internasen en las sierras, entre otras formas de resistencia
republicana, por lo que se estableció la persecución de los familiares y los castigos
públicos para imponer el terror y paralizar al enemigo: «En caso de que hubieran huido,
se procederá del modo expresado con aquellos de sus familiares que puedan ser capturados.
Al hecho se procurará revestirlo de los caracteres más públicos e impresionantes,
haciendo saber que se procederá del mismo modo contra cualquiera que se rebele contra
nosotros» Renovación, 5 de agosto de 1936: 2.
El terror del verano de 1936 provocó una huida masiva a los bosques y dio lugar a las primeras partidas republicanas, un contexto que comenzó a preocupar a los golpistas, que para poner fin a aquel estado de cosas emitieron sucesivos «bandos de perdón» que llamaron a las entregas voluntarias. Esta estrategia fue utilizada hasta 1952, pero su origen se remonta a la noche del 26 de julio de 1936. En una de sus charlas radiofónicas la máxima autoridad sublevada en Andalucía, el general Queipo de Llano, emitió el siguiente mensaje:
Muchos pueblos de la provincia de Sevilla han sido castigados por las tropas, con
dureza proporcionada a la resistencia opuesta y a los excesos cometidos. Y ahora,
muchos habitantes de esos pueblos vagan aterrados por los campos, sin atreverse a
regresar. Sin embargo, sepan que estoy dispuesto a perdonarles, con una sola condición:
la de que habrán de presentarse al comandante de la fuerza pública, en sus pueblos
respectivos, entregando en el momento de presentarse un arma: la misma arma con que
nos combatieron. Con esto se correrá un velo sobre el pasado, y nosotros les protegeremos
contra las presiones y coacciones de aquellos otros elementos extremistas que, por
tener cuentas pendientes con la justicia, no pueden acogerse a este beneficio
Queipo de Llano se mostró muy enfadado en una nueva charla nocturna que ofreció dos
días después: «Empiezan a regresar a los pueblos fugitivos que andaban por el campo,
y que se presentan a la autoridad; pero lo hacen sin armas, y así no admito ninguno.
El que, al presentarse, no entregue un arma de fuego, irá a la cárcel» Ibid.: 234.
En Extremadura tampoco se respetaron los bandos de perdón en los primeros compases
del conflicto. Por ejemplo, Alfonso López estuvo escondido en la sierra de Monsalud
con un grupo de resistentes desde el inicio de la sublevación. De hecho, temió por
la vida de sus familiares y decidió llevarse consigo a sus hijos. Conforme pasaron
las semanas se cansaron de deambular y sabiendo que su hermano era quien mandaba la
fuerza de la Benemérita pensó que nada malo les ocurriría. No obstante, los lazos
de parentesco no sirvieron de nada, y el teniente Manuel López Verdasco ordenó fusilarlo
junto al resto de huidos. Es más, la tropa de la Guardia Civil no quiso hacer prisioneros
y el bando de perdón promulgado por el comandante militar de Cáceres el 21 de agosto
de 1936 no se cumplió con apenas ninguno de los republicanos que fueron entregándose
La violencia discrecional y las ejecuciones de los irregulares que se iban entregando provocó más huidas a la sierra, a la par que una mayor resistencia de quienes ya se habían echado al monte, pues sabían el terrible destino que les deparaba la entrega voluntaria. El auge de la resistencia armada republicana comenzó entonces a preocupar seriamente a las autoridades golpistas, como al comandante Eduardo Cañizares, que ostentaba el cargo de gobernador militar de Badajoz. Este oficial le escribió a Franco a mediados de agosto de 1936 en los siguientes términos:
A mi juicio la posible excesiva represión en la totalidad de las masas que se apresan
va a originar un problema de fondo; el de las concentraciones primero y las partidas
de bandolero después. En mi opinión hay muchos que no vienen a nuestro lado por temor
a ser ejecutados y como creo que convendría atraerlos de no recibir contraorden inspiraré
mi conducta en exigirles un arma como promesa de que abandonan la lucha y solamente
aplicar duras sanciones y muy ejemplares a los que tengan delitos de sangre y en los
directivos, los demás así podrían volver sin temor y mi parecer es que están muchos
deseosos de hacerlo Archivo General Militar de Ávila, en adelante AGMAV. C. 2552, «Operaciones por Extremadura».
Una «excesiva represión» que terminó convirtiéndose en la base de la contrainsurgencia rebelde y franquista hasta 1952.
El incumplimiento de los bandos de perdón también fue conocido entre las filas guerrilleras
de la provincia de Huelva. Por ejemplo, en abril de 1937 Franco fue informado de que
la estrategia seguida había funcionado hasta entonces, pero todo cambió tras la ejecución
de 46 resistentes que se presentaron voluntariamente, porque el resto de los que seguían
en el monte optaron por no creer en las sucesivas promesas AGMAV. C. 1262, 22.
Las órdenes antiguerrilleras emitidas desde el Cuartel General del Generalísimo a partir de 1937 asentaron las líneas maestras de la contrainsurgencia rebelde y franquista hasta la década de los cincuenta. De esta forma, ante la actuación de las partidas republicanas, tanto las encuadradas en el XIV Cuerpo como las que operaron de forma autónoma, Franco se encargó de formular sucesivas directrices encaminadas al control total de las retaguardias.
El 7 de enero de 1937 el Generalísimo firmó una orden en la que dio carta blanca para
terminar con las partidas y sus redes de colaboración: «Dada la frecuencia con la
que se realizan actos de sabotaje en líneas de comunicaciones, ordene V.E. a Jefes
sectores se establezcan emboscadas, se den golpes de mano y se castigue máximo rigor
a los que sean aprehendidos». AGMAV. C. 3542, 327, 32. AGMAV. C. 2342, «Telegrama oficial del 20 de febrero de 1937».
La brutalidad empleada para acabar con las partidas fue tal que las críticas entre las filas rebeldes volvieron a aparecer a mediados de 1937. De esta forma, las políticas de la violencia preocuparon a un adicto al nuevo orden, quien hizo llegar un informe al Cuartel General del Generalísimo:
Con motivo de los crímenes cometidos por los huidos que existen en la sierra de Huelva,
se ha recrudecido los fusilamientos o mejor dicho se han reanudado sin previo consejo
de guerra. Esto ocasiona una matanza en muchos casos por motivos sin importancia que
verdaderamente causa espanto. Al igual que al principio de la Reconquista puede decirse
que en Andalucía no hay términos medios, o se fusila o se pone en libertad. De esta
forma hay muchos que son fusilados sin motivo suficiente y en cambio otros son puestos
en libertad y debieran estar presos. Prácticamente en Andalucía no hay presos políticos AGMAV. C. 2924, 11.
El contenido de la misiva es realmente duro, pero resulta muy interesante porque no proviene de la pluma de un republicano, sino de la de un rebelde. Además, demuestra cómo las matanzas de civiles como respuesta a las acciones guerrilleras no se originaron ni deben ajustarse solamente a la etapa contrainsurgente de 1944 a 1952, cuando se potenció el uso de la ley de fugas, sino que ya fueron empleadas en los inicios de la guerra.
Esta forma de actuar por parte de los mandos y de la tropa golpista no fue fruto de
la casualidad ni tampoco de las decisiones de los poderes locales, sino que estuvo
reglada y ordenada desde el despacho de Franco y de sus más cercanos consejeros. Por
ejemplo, en agosto de 1937 el Caudillo había dado su aprobación a la siguiente directriz:
«[…] relativo a las concentraciones marxistas en las provincias de Huelva y Sevilla,
es preciso que lo antes posible sean exterminadas con la máxima energía las partidas
referidas, castigando con toda severidad a quienes les ayuden y encubren» AGMAV. C. 2542, 328, 27.
Estas directrices se replicaron en otras retaguardias rebeldes, y la libertad de acción
en materia contrainsurgente también se trasladó a los territorios controlados por
el general jefe del Ejército Centro, Andrés Saliquet, que mandó castigar a la población
civil: «En vista de la relativa frecuencia con que concurren accidentes en los trenes
de ferrocarril, he dispuesto la creación de Tribunales […] que en cualquier caso procederán
sumariamente y con toda severidad, haciendo responsables directos de dicha orden a
los vecinos de antecedentes extremistas de los pueblos inmediatos al lugar del accidente»
Por su parte, Queipo de Llano se comunicó de forma recurrente con Franco a partir
de la segunda mitad de 1937 para tratar cuestiones relativas a la guerra contra las
partidas republicanas, y el Generalísimo fue informado de que en Andalucía se seguía
fusilando a cualquier civil sospechoso de estar en connivencia con las guerrillas.
Por ejemplo, en una comunicación del 17 de diciembre le explicó que se había asesinado
a veintiséis mujeres y dieciséis hombres por «tratarse de sujetos peligrosísimos,
que llevan sirviendo de espías y auxiliando durante un año a los huidos de Huelva,
y eran los encargados de proporcionarles alimentos» AGMAV. C. 2542, 328, 26.
Ya hemos visto que en los teatros de operaciones irregulares de Europa los Ejércitos
fascistas ordenaron ejecutar a un determinado número de civiles por cada baja causada
a manos de la resistencia. Pues bien, el Ejército rebelde se anticipó a sus homólogos
europeos y el primer mando que la utilizó fue Queipo de Llano, que ya en el verano
de 1936 amenazó con que «por cada persona honrada que muera, yo fusilaré, por lo menos,
diez; y hay pueblos donde hemos rebasado esa cifra» La prensa, 27 de agosto de 1936: 1.
En el frente del Segre el general José Monasterio hizo lo propio y en mayo de 1938
ordenó detener a todos los vecinos cuyos antecedentes políticos fuesen dudosos. Temía
que los paisanos estuviesen ayudando a las guerrillas a infiltrarse en las retaguardias
rebeldes, por lo que dispuso que en caso de hallarse a cualquier individuo realizando
señales luminosas este sería «pasado por las armas sin más trámite. Las ejecuciones
se harán precisamente de día y se anunciarán al vecindario por medio de bando o pregón» AGMAV, C. 1253, 3. AGMAV, C. 1822, 1.
En tierras extremeñas se replicaron estas mismas instrucciones. Por ejemplo, a finales
de 1938 la guerrilla aumentó su acción en el valle de la Serena y los mandos militares
ordenaron que si los guerrilleros realizaban cualquier actuación «serán fusilados
los familiares de aquellos» CDMH. Incorporados 740. Carpeta 105, Expediente 1. AGMAV, C. 1272, 7.
En ese mismo mes de diciembre de 1938 el Cuartel General del Generalísimo se mostraba
preocupado ante la imposibilidad de terminar de una vez por todas con las partidas
republicanas, ordenándose entonces que los alcaldes deberían controlar la elaboración
de ficheros con las identidades de todos los vecinos sospechosos de no comulgar con
el Movimiento, una información que sería utilizada para ejercer una violencia brutal
y paralizante: «Que hagan saber a los vecinos de los pueblos respectivos que en caso
de realizarse una agresión a nuestras fuerzas en el término municipal, se fusilará
en la plaza del pueblo a dos personas de las que figuren en la relación de sospechosos,
por cada víctima que la agresión produzca» AGMAV, C. 1272, 7.
El valor de estas fuentes del Ejército rebelde es trascendental, ya que en la historiografía se ha hablado de la posibilidad de que existiesen órdenes escritas o verbales que mandasen fusilar a los prisioneros en las retaguardias rebeldes afectadas por la guerrilla, o castigar a la población civil mediante fusilamientos con fines ejemplarizantes, no obstante, es la primera vez que se demuestra y se confirma su presencia.
Este tipo de directrices estuvieron presentes hasta 1952. Por ejemplo, el capitán
de la Guardia Civil de Morella (Castellón) advirtió de que «mataría a seis hombres
por cada uno que le matasen a él». Sin ir más lejos, tras la muerte del guardia José
Luis Vinuesa Badia en 1949 cumplió su amenaza, hasta el punto de que mandó detener
a diez paisanos de Rosell con antecedentes republicanos y a otros de Pola de Benifassà
a los que ejecutaron en el acto Shepherd (
Finalmente, el parte de guerra rubricado por Franco el 1 de abril de 1939 no supuso
el punto final de la contienda. Si bien es cierto que el Ejército Popular fue derrotado
en los campos de batalla y la República resultó liquidada, también lo es que a partir
de entonces y hasta 1952 las nuevas autoridades debieron enfrentar un espacio de guerra
irregular en el que combatieron principalmente fuerzas de la Guardia Civil contra
los guerrilleros republicanos. Esta continuación de la guerra se llevó a cabo en un
teatro de operaciones ilimitado, en lo que Mercedes Yusta definió como una «retaguardia
sin frente, puesto que el frente estaba un poco en todas partes». Un espacio imponente
en el que tal y como señaló un paisano de Frigiliana, en la sierra malagueña de Almijara,
«la gente tenía mucho miedo, más que en la guerra. Porque en la guerra había dos zonas
[…] y los combates se celebraban donde se celebraban, pues la zona se extendía o se
achicaba, y la gente huía para un lado o para otro. Pero aquí, la gente vivía entre
dos fuegos» AGMAV. C. 21208, 14. Sobre el marco jurídico del franquismo véase Ballbé (
Hubo mandos militares que no dudaron en escribir sobre la continuidad de la guerra irregular en España durante toda la década de los cuarenta. Por ejemplo, el teniente coronel de la Guardia Civil Eulogio Limia Pérez afirmó lo siguiente a finales de los años cincuenta:
No se puede olvidar, que el tesón, energía, ánimo esforzado, constancia y espíritu
de sacrificio, que requiere el servicio de bandolerismo, es a mi modesto juicio superior
al de otra campaña regular cualquiera, por tratarse pudiéramos decir, de una guerra
fría, callada y silenciosa en donde apenas se ve al enemigo y el mantenimiento constante
de una moral elevada, se hace muy difícil, porque no se encuentran los estímulos que
producen las victorias, ni los que mutuamente se transmiten en una guerra, las distintas
fuerzas combatientes y el pueblo y la prensa en masa, exaltada por un elevado fervor
patriótico, máxime si se añade que en nuestro problema de bandolerismo, por las especiales
circunstancias políticas e internacionales de aquellos años, fué [sic] preciso rodear
de silencio, no solo las destacadas actuaciones y éxitos de las fuerzas del Cuerpo,
sino asimismo el volumen y gravedad de la acción de las partidas, solamente conocidos
por unos y otros, por el elemento civil de la comarca donde se desarrollaban, sin
tener noticia de lo que ocurría en zonas alejadas en la misma provincia y mucho menos
de las circunstancias por las que atravesaban las demás AHPCE. Movimiento guerrillero, Reseña del problema del bandolerismo en España, Caja
105, carpeta 3/2.
El escenario de guerra irregular descrito por el oficial de la Benemérita se produjo
en buena parte de las provincias, siendo de mayor envergadura en las de Córdoba, Jaén,
Málaga, Granada, Sevilla, Huelva, Almería, Cádiz, León, Zamora, Asturias, Cantabria,
A Coruña, Ourense, Lugo, Pontevedra, Ávila, Navarra, Vizcaya, Álava, Huesca, Zaragoza,
Teruel, Girona, Lleida, Tarragona, Castellón, Valencia, Albacete, Cuenca, Toledo,
Ciudad Real, Cáceres o Badajoz, entre otras AGMAV, C. 21156, 2.
No obstante, el teatro de operaciones de los montes de Toledo resulta paradigmático
para comprender la dimensión que cobró la guerra irregular a partir de la segunda
mitad de 1939. La cordillera de los montes de Toledo que ocupa zonas de las provincias
de Ciudad Real, Toledo y Badajoz fue declarada zona de guerra en 1940 a consecuencia
del aumento de la actividad guerrillera. En los primeros meses de lucha contra las
partidas la Guardia Civil se mostró incapaz de reducirlas, por lo que fue desplegada
la División de Caballería del Ejército con un contingente de 5000 efectivos. El coronel
Fernando Álvarez Holguín quedó al mando y entre otras cuestiones estableció que la
tropa estaba facultada para abrir fuego sobre cualquier persona si esta no se detenía
al primer alto
Al mismo tiempo que Europa se encontraba en guerra y se estaba produciendo la invasión
de Yugoslavia por parte de las fuerzas del Eje, diversos mandos militares del Ejército
español debatieron sobre la necesidad de no hacer prisioneros en los teatros irregulares
de la Península. En este sentido, Álvarez Holguín escribió en abril de 1941 lo siguiente:
«Uno de los medios más eficaces para que cunda el terror entre los elementos que les
auxilian, será el castigar enérgica y rápidamente a los confidentes aprehendidos»,
y también que «[debemos] tomar represalias enérgicas en los lugares que ocurran los
hechos cometidos por los huidos, verificando estas en los izquierdistas más destacados
del pueblo o en los familiares de los huidos». Una directriz que replicaba lo ordenado
en 1937 y 1938 por Andrés Saliquet y otros oficiales rebeldes. Además, los mandos
del Ejército quisieron emplear los métodos más expeditivos en los pueblos en los que
encontraron menor colaboración ciudadana. Por ejemplo, el jefe militar del sector
con base en Navahermosa (Toledo) escribió que el pueblo de Menasalbas estaba lleno
de izquierdistas, y que «a juicio del Jefe que suscribe exige una acción enérgica
y ejemplar que al sancionar a los posibles cómplices y encubridores, invite a la colaboración
de los calificados de leales al Movimiento e indiferentes del pueblo». No obstante,
conforme la guerra antipartisana se fue complicando para las fuerzas estatales este
mando radicalizó las estrategias a
seguir, y en abril de 1941 le formularon la siguiente pregunta: «¿Qué medios de carácter
extraordinario convendría poner en práctica para la rápida solución del problema?»,
por lo que no se anduvo con rodeos y respondió: «Fusilamiento de los principales enlaces
que se van descubriendo» AGMAV. C. 2284, 1.
En el epígrafe dedicado a la etapa de 1936 a 1939 hemos comprobado cómo el Ejército
sublevado se anticipó en más de un lustro a los Ejércitos alemán e italiano en materia
contrainsurgente, ya que la renuncia a tomar prisioneros también se convirtió en una
práctica recurrente en los espacios irregulares de la Segunda Guerra Mundial. No obstante,
las órdenes con fines eliminacionistas terminaron solapándose en el tiempo tanto en
España como en las retaguardias controladas por los ejércitos fascistas. En este sentido,
el inicio de la Operación Barbarroja y la ocupación de otros territorios europeos
coincidió con la continuación de la guerra irregular en España, de forma que las directrices
de los oficiales españoles en los montes de Toledo y en otras provincias estuvieron
en la misma línea que lo ordenado por el general italiano Vittorio Ambrosio. Este
mando ordenó que para acabar con las guerrillas eslovenas «no toméis prisioneros,
puesto que representan un peso puesto que no nos aporta nada, y le da a los rebeldes
una certeza o esperanza de inmunidad relativa» Korb (
En los epígrafes anteriores hemos podido constatar que a la praxis de ejecutar de inmediato a todo guerrillero o paisano sospechoso de colaborar con
las partidas le acompañó la de matar a una determinada cantidad de civiles por cada
acción guerrillera en las retaguardias rebeldes. Sobre esta última estrategia contrainsurgente,
que también permaneció invariable hasta 1952, se conservan los documentos originales
que confirman tales disposiciones en los montes de Toledo. Por ejemplo, desde el 4.º
Sector con base en Talarrubias (Badajoz) no se tuvo ningún reparo en informar que
se había ordenado el fusilamiento de cinco paisanos de Fuenlabrada de los Montes y
Villarta de los Montes por la muerte de dos soldados en octubre de 1941: «Con motivo
de este hecho consumado por los huidos de la Sierra he tomado enérgicas represalias
en dichos pueblos, habiendo sido en las personas de 2 hombres y 2 mujeres por ser
estos enlaces de referidos huidos». Además, posteriormente fue ejecutado otro vecino
que había sido testigo de la acción partisana. En general, las víctimas fueron escogidas
entre los familiares de los guerrilleros y se solía facilitar la identidad de los
ejecutados en un escrito encabezado con la siguiente frase: «Tengo el honor de poner
en conocimiento de V.E. que los fusilados a raíz de los sucesos son…» AGMAV. C. 2282, 10. Archivo General de la Administración, en adelante AGA. Presidencia, caja 51/20577.
«Parte mensual correspondiente a octubre de 1941».
Queda claro que el objetivo final fue paralizar mediante el terror, a la par que eliminar físicamente a los potenciales disidentes, aunque no se demostrase su verdadera colaboración con la resistencia armada ante ningún tribunal.
La larga duración de la Guerra Civil española estuvo marcada por el papel que jugó la Guardia Civil en la ejecución de las políticas de la violencia dirigidas contra los guerrilleros y la población civil. A mediados de 1939 Franco designó a un hombre de su máxima confianza como director general de la Benemérita, Eliseo Álvarez-Arenas, y su actitud frente a la lucha antiguerrillera puede resumirse en la siguiente orden de agosto de 1941:
La presencia en los campos de algunas partidas de huidos dedicados al bandolerismo,
obliga a adoptar medidas de carácter excepcional […]. Para lograrlo han de emplearse
cuantos medios estén a nuestro alcance y sean precisos. El actual estado de cosas
ha de desaparecer en un corto plazo, por lo que no hemos de reparar en medios para
conseguirlo por enérgicos y duros que ellos sean. A los enemigos en el campo hay que
hacerles la guerra sin cuartel hasta lograr su total exterminio, y como la actuación
de ellos es facilitada por sus cómplices, encubridores y confidentes, con ellos hay
que seguir idéntico sistema con las modificaciones que las circunstancias impongan Servicio de Estudios Históricos de la Guardia Civil, en adelante SEHGC. BOGC, septiembre
de 1939.
La lucha antiguerrillera fue para la Guardia Civil una guerra sin límites en el empleo de la violencia. De hecho, ya hemos visto que lo había sido desde el verano de 1936, pero las sucesivas órdenes que se dieron durante toda la década de los cuarenta confirman el mantenimiento de la guerra sucia como vía para terminar con las partidas republicanas. Los mandos de la Benemérita jamás mostraron ápice alguno de indulgencia durante la guerra antipartisana. Todo lo contrario, alentaron a la tropa para que actuase con la mayor brutalidad posible, allanándoles el camino para proceder con total libertad y ofreciéndoles las garantías necesarias de que no serían castigados por más expeditivos o brutales que fuesen sus actuaciones.
De hecho, existe una continuidad histórica en cuanto a la forma de actuar contra las
partidas guerrilleras en el seno de la Guardia Civil, y las órdenes que los guardias
recibieron en 1869 o en 1949 fueron muy similares. Por ejemplo, tras el levantamiento
carlista de 1869 el general Prim ordenó «no dar cuartel a los carlistas, fusilar a
todo el que sea cogido con las armas en la mano, haciendo fuego»
Hubo ministros de la dictadura que también se encargaron de ordenar que se continuase con la eliminación general de cualquier detenido en espacios de guerra irregular. Por ejemplo, el ministro de la Gobernación, Valentín Galarza, ordenó a mediados de 1942 que los guardias se saltasen el reglamento con tal de no sufrir heridos o bajas:
En el parte de que me dan conocimiento del hecho ocurrido el día 11 del actual por
fuerzas del Puesto de Los Blazquez (Córdoba) y en el que sucumbieron tres miembros
del Instituto, se señala en él que estos Guardias al aproximarse a los forajidos les
intimaron a la rendición. […] Creo que si es precepto del Reglamento del Cuerpo, en
consigna dada o en instrucciones a las fuerzas de la Guardia Civil que antes de hacer
fuego o antes de actuar tengan que prevenir al contrario intimándole a la rendición,
parece muy arriesgado en caso como el presente que tal consigna se cumpla […]. Por
ello estimo que en cuanto se trate de persecución de huidos en campo abierto, tal
precepto debe ser omitido y dejar a la iniciativa de la fuerza el identificar al supuesto
contrario y deducir de la observación visual si lo es o no lo es, actuando seguidamente
contra ellos sin prevención de intimidación de ninguna clase Archivo Histórico Provincial de Sevilla, en adelante AHPSe. GC1, Registro 29, fichero
233r y 233v.
Esta orden fue un pilar básico de la contrainsurgencia franquista y se reenvió con
cierta regularidad en los años siguientes AHPSe. GC1, Registro 29, fichero 234r y 234v.
Otro documento importante es la circular firmada por el ministro del Ejército, José
Enrique Varela Iglesias, el 2 de junio de 1942. El general Varela otorgó atribuciones
especiales a las autoridades militares y estableció que «podrán imponer las sanciones
que estimen a las personas en convivencia con huidos rojos, decretar confinamiento
de estas y aquellas otras medidas que su celo les sugiere, sin que puedan ser interferidos
por los Gobernadores Civiles». Por tanto, vemos que concedió carta blanca a los mandos
militares y que cualquier límite en el empleo de la violencia se borró de un plumazo.
Se institucionalizó la más absoluta arbitrariedad y discrecionalidad y este escenario
caló hondo en muchos guardias civiles. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en
el comandante del puesto de Jumilla (Jaén), que en 1942 hizo referencia al vecino
Ramón Fernández con las siguientes palabras: «Es el individuo más peligroso que se
pueda conocer […] por lo tanto no se le debe conceder la libertad, sino MEJOR SERÍA
FUSILARLO, es lo que se merece»
Lo importante de este tipo de órdenes no es solo su contenido, sino cómo se plasmaron
en el teatro de operaciones. En este sentido, resultan paradigmáticos algunos testimonios
de miembros de la propia Benemérita. Por ejemplo, en 1947 el guardia Manuel Oliveros
López recibió la siguiente orden del general Julián Lasierra Luis, uno de los máximos
dirigentes de la contrainsurgencia en Granada: «Llévense a Motril dinamita y gasolina.
No quiero detenidos. Orden de Madrid»
La Guardia Civil hizo un uso discrecional de la ley de fugas durante toda la década
de los cuarenta para ejecutar a civiles como venganza por las acciones guerrilleras.
No se buscaba encarcelarlos, sino eliminarlos. Cuando fracasaban los servicios de
persecución y emboscada, o los asaltos a campamentos guerrilleros finalizaban sin
éxito, la violencia se centró en los posibles colaboradores, lo cual hizo que la mayor
parte de las víctimas de la ley de fugas no fuesen combatientes, sino civiles. Por
ejemplo, el guardia Román García Gayol murió en noviembre de 1947 tras recibir un
disparo de un guerrillero en Cinctorres (Castellón). A pesar de movilizarse a un gran
número de fuerzas la búsqueda no obtuvo ningún resultado, y a modo de venganza la
Guardia Civil detuvo y aplicó la ley de fugas a seis vecinos de Morella
La aplicación de la ley de fugas entre 1936 y 1952 no solo se ha confirmado por su
presencia directa o indirecta en las órdenes, o mediante el relato de familiares o
amigos de las víctimas, sino que miembros del cuerpo como el guardia Hernández reconocieron
que «se dio la orden de no hacer detenidos y de dar el alto a una persona y, si no
contestaba disparar». Por su parte, el número Juan Antonio Rot confirmó la existencia
de un grupo de compañeros que se dedicaba de forma específica a esta función: «Había
un grupo de guardias civiles que se dedicaban a estas cosas […] pero a mí, si me lo
dicen no lo hago, porque una cosa es si se escapa, pero si no... es otra cosa»
Finalmente, hay que tener en cuenta que el mantenimiento de la orden de no hacer prisioneros
a partir de la segunda mitad de los cuarenta no tuvo como objetivo acallar las críticas
internacionales, tal y como han sostenido algunos autores, sino que fue seguida para
tratar de terminar lo antes posible con la resistencia republicana
Entre 1936 y 1952 los guardias civiles, los soldados del Ejército, los voluntarios falangistas y los somatenistas se vieron en la obligación de seguir las órdenes que establecieron como doctrina no hacer prisioneros en el marco de la guerra irregular. De esta forma, la experiencia de combate de la tropa también demuestra la aplicación de estas disposiciones en el teatro de operaciones.
José Luis Martín Vigil fue encuadrado en una Bandera de Falange tras la ocupación
rebelde de Oviedo y estuvo destinado a espacios de lucha antiguerrillera: «Tardé en
saberlo, o, más bien, en convencerme de ello; pero la orden debía de ser el exterminio,
pues no tengo el recuerdo de que nadie fuera expedido a una cárcel regular desde nuestra
unidad». El joven asturiano participó en diferentes operativos en las que pudo refrendar
la presencia de directrices sobre no hacer prisioneros. Por ejemplo, uno de sus mandos
le ordenó que marchase junto a un sargento y otro soldado para entregar a dos republicanos
en un cuartel de la Benemérita. No obstante, el reo más joven logró zafarse y se escapó
descendiendo una ladera mientras el sargento y el otro soldado le disparaban sin alcanzarle.
Entonces, Martín Vigil se quedó a solas con el otro detenido: «No tomé, y me arrepiento,
la iniciativa de dejarle escapar; primero porque no me planteaba en absoluto que su
vida corriera peligro de inmediato; segundo porque mi vanidad de imberbe no me permitía
afrontar el fracaso de semejante fallo en el servicio». Entonces aparecieron el sargento
y el soldado enfurecidos por la huida exitosa del guerrillero y decidieron vengarse
matando al otro reo: «[El sargento] le descerrajó un tiro en la cabeza sin mediar
una palabra»
A los pocos meses el joven falangista tuvo que participar en la captura de dos mujeres
acusadas de colaborar con las guerrillas. Antes de iniciar la búsqueda de las fugitivas
el jefe de sección de Falange había ordenado a la tropa que «si las encontráis, no
quiero verlas por aquí», ordenando de forma indirecta su asesinato. De esta forma,
cuando la unidad las encontró y se dirigieron de nuevo al campamento el cabo que mandaba
al grupo recordó la orden y procedió a cumplirla: «Hubo miradas, gestos expresivos,
órdenes mudas. Ellas ni se enteraron de que daban el último paso de su vida. Así,
por la espalda, a menos de tres metros, fueron cazadas con la mayor impunidad». Cuando
regresaron a la base no hubo preguntas, ni investigación alguna: «Todo se dio por
bueno, y a otra cosa» Ibid.: 97.
Martín Vigil también tuvo que participar en un asalto a una cueva en la que se refugiaban
una decena de guerrilleros. Tras entablar conversación con ellos se les prometió que
sería juzgados y que no deberían temer por sus vidas, por lo que ante la posibilidad
de reinsertarse los hombres se entregaron. No obstante, tal y como llevaba ocurriendo
de forma generalizada desde el verano de 1936, no se celebró juicio alguno ni tampoco
se les concedió el perdón, sino que fueron fusilados. El joven falangista tuvo que
formar parte del pelotón: «Yo estaba decidido a no matar así. […] Gritaron “¡fuego!”
y yo disparé ostensiblemente alto, muy por encima de las cabezas que compañeros menos
escrupulosos se encargarían de abatir. Cayeron casi todos, alguno quedó sentado, y
las pistolas de los mandos tuvieron que echar humo en la feroz tarea» Ibid.: 104-105.
Hasta 1952 los guardias civiles debieron rendir cuentas ante sus mandos, además de
una completa subordinación, por lo que dependiendo del perfil de estos oficiales y
suboficiales la tropa se vio condicionada a tener que emplear una mayor o menor violencia,
a la par que un diferente grado de cumplimiento en la orden de no hacer prisioneros.
Por ejemplo, el entonces teniente Manuel Prieto López le escribió una carta a Camilo
Alonso Vega, director del cuerpo, en la que criticó a otros compañeros de armas. Según
este oficial había guardias que estaban matando a los vecinos con el único objetivo
de hacerlos pasar por combatientes: «Consta que han matado a tantos y eso es mentira,
esos no eran bandoleros, sino gente que estaban en un cortijo tranquilamente; y para
sembrar el pánico, que no conduce prácticamente a nada, le han puesto una escopeta,
le han metido cuatro tiros y lo han enterrado diciendo que se trataba de un bandolero»
Prieto López llegó a señalar directamente la identidad de algunos de estos compañeros: «Lo que se hizo en Granada y Málaga no tiene nombre […]. Hubo matanzas, gente inocente, y había verdaderos criminales. Al capitán Caballero yo le he oído decir, en un traslado de bandoleros, “mira qué nuca tienen para darles un tiro”. Aquí hubo una carnicería. Todos los días mataban, dos muertos, cuatro muertos, puñetas. ¿Qué es esto? Ese capitán se ponía malo si no mataba a alguien todos los días». Por otra parte, no dudó en señalar que se había negado a seguir órdenes con fines eliminacionistas:
Una vez me llaman y me dicen que ha habido un combate cerca de Almuñécar y que habían
matado a quince soldados y que entonces tenía que cargarme a diez por lo menos. Pienso
para mí, que barbaridad, ya veremos, y entonces voy al capitán general, que era el
que me lo había dicho, y le cuento que en Castell de Ferro, cerca de Almuñécar, hay
un muchacho que está vigilando porque viene un barco de Argelia con un batallón y
pertrechos. «¿Pero es seguro?» «Claro que sí.» «Pues quiero que vaya usted.» «Muy
bien, pero, ¿y los diez...?» «Bueno, ya lo encargaremos a otro.» Yo fui a esperar
un barco que nunca llegó y me salvé de cometer una salvajada
El resultado de la guerra sucia desplegada por la Benemérita también colige en la experiencia del teniente Florentino Miguel Abadía. El periodista Sergio Sánchez Lanaspa tuvo la ocasión de entrevistarlo y de esas conversaciones brotó un diario íntimo en el que se narraban las rutinas del guardia:
4 de julio (de 1949). Lafortunada.
Parecía un tipo duro, pero al final nos ha dicho todo lo que queríamos saber. Me lo
he cogido con un par de guardias y me lo he llevado por el camino de Ceresa diciéndole:
«Tenemos orden de fusilarte, así que acompáñanos». Mientras caminábamos, mis hombres
preguntaban: «¿Aquí, mi teniente?», «No, no, un poco más adelante», les respondía
yo. Mientras le repetía al cartero: «Reza el Señor Mío Jesucristo que te vamos a fusilar,
cabrón». El hombre iba fuera de sí cuando nos hemos encontrado a su novia. En ese
momento, él se ha sacado el reloj de bolsillo como ha podido y se lo ha dado a ella,
que gemía desconsolada por lo que adivinaba. «Toma, te lo he prometido», le ha dicho
dándole el reloj. Él sollozaba mientras la veía alejarse. «Venga, aquí mismo, que
la tierra es blanda y no os tiraréis toda la tarde para hacer el agujero». Pero no
ha hecho falta. Ha caído como una fruta madura. Parece que hay un grupo de enlace
de cuatro hombres que aprovisiona al resto, a quienes jura y perjura no haber visto
jamás. Dejan las notas en «la cruz». Coincide con lo que nos decía el del monasterio,
así que mañana salimos a su encuentro
A pesar de que el oficial confesó participar en los asesinatos quiso descargar la culpa hacía sus mandos, ya que señaló la presencia de directrices que no podía negarse a cumplir.
Por otra parte, son escasos los testimonios de los soldados marroquíes destinados
a la lucha antiguerrillera de los cuarenta. No obstante, encontramos algunas experiencias
que confirman su participación en labores represivas. Por ejemplo, el soldado Al Sebtaoui
estuvo destacado en Asturias: «Fuimos a coger a los jefes de los rojos que estaban
escondidos en las montañas, y bajaban de noche a cometer crímenes. Estábamos de guardia
y reteníamos a sus familias para obligarlos a rendirse». Por su parte, el soldado
Abdelkader ben Mohammed, que también estuvo combatiendo a las guerrillas asturianas,
reconoció que no hicieron prisioneros: «Cogimos a uno llamado Barrasco y a su banda.
Esa banda deambulaba por las montañas e iban a las casas de sus primos [otros españoles]
y les robaban, bebían allí, se quedaban y los dejaban sin nada. No quedó uno solo
[de la banda]. Los cogimos a todos y los matamos»
El asesinato de Manuel Sesé en enero de 1948 no fue una excepción, sino el resultado de una forma de entender y afrontar la guerra irregular. El Ejército rebelde y a posteriori la dictadura franquista establecieron como doctrina antiguerrillera el asesinato de la mayor cantidad posible de supuestos partisanos y enlaces. El hallazgo de diversas órdenes y comunicaciones entre agencias del régimen confirma que la orden de no hacer prisioneros estuvo presente durante los quince años de guerra irregular que se experimentaron en España entre 1936 y 1952. Además, esta documentación inédita prueba que la orden de fusilar a los detenidos emanó directamente de Franco, pues fue él quien autorizó aplicarla a los gobernadores militares y civiles, así como a los jefes del Ejército y de la Guardia Civil.
Por otra parte, resulta evidente que en los quince años de conflicto no todos los guerrilleros ni los colaboradores fueron asesinados en el teatro de operaciones, y deben contarse por millares los que pasaron ante un tribunal militar que los sentenció a muerte o a prisión. No obstante, es irrefutable la existencia y el cumplimiento de directrices que son constitutivas de crímenes de guerra y lesa humanidad por parte del Ejército sublevado y del franquismo, como la toma y ejecución de rehenes y el asesinato de prisioneros de guerra.
Estas órdenes y su traslación a la realidad vienen a agrandar todavía más las diferencias
en las características de la violencia empleada por los golpistas y por los republicanos.
Para argumentarlo me valdré de una obra influenciada por las narrativas de la dictadura
y que representa uno de los mejores ejemplos de historiografía equidistante y neofranquista.
El investigador Fernando Martínez de Baños afirmó en Maquis y guerrilleros. Del Pirineo al Maestrazgo que «los dos enemigos [guerrilleros y guardias civiles] se odiaban y cada uno siguió
actuando como en la Guerra Civil: acabar con el otro» La propaganda guerrillera, así como los testimonios de los guardias y de los guerrilleros
constatan ese desequilibrio entre ambas violencias. Sobre el uso de la propaganda
para establecer pactos de no agresión con la Benemérita véase Recio (
Por otra parte, evidenciamos una clara distinción en el tratamiento empleado por el
Ejército rebelde sobre los distintos tipos de combatientes republicanos. Los golpistas
generaron una serie de directrices, como la Orden General de Clasificación, fechada
el 11 de marzo de 1937, a través de las cuales regularon el tratamiento de los soldados
del Ejército Popular que se iban entregando o estaban siendo capturados
Finalmente, hemos visto que la guerra irregular radicalizó a los contendientes en
relación con el tratamiento de los detenidos, una realidad extensible por igual a
todos los escenarios europeos de 1936 a 1952. De esta forma, a los representantes
del nuevo orden no les importó matar a paisanos si con ello lograban que hubiera menos colaboradores
potenciales o reales para las guerrillas. En este sentido, un soldado alemán dijo
que se debía ejercer toda la violencia posible «sin que hubiese de importarnos que
pudiera tratarse de mujeres y aun de niños», ya que estaban viviendo un contexto de
hostigamiento continuo por parte de las partidas y era «lógico y correcto» no hacer
prisioneros, ni entre los guerrilleros ni entre los paisanos
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Archivo General de la Administración.
Archivo General Militar de Ávila.
Archivo Histórico del Partido Comunista de España.
Archivo Histórico Provincial de Huesca.
Archivo Histórico Provincial de Sevilla.
Archivo del Juzgado Togado Militar Territorial n.º 32 de Zaragoza.
Centro Documental de la Memoria Histórica.
Servicio de Estudios Históricos de la Guardia Civil.