RESUMEN
Desde el comienzo de la Guerra Civil, la depuración emprendida por los sublevados contra los intelectuales republicanos o renovadores puso fin a la edad de plata de la cultura española. La dictadura, sin embargo, no pudo erradicar del todo la tradición intelectual precedente, que subsistió en algunos discípulos de los intelectuales represaliados, oculta tras la adhesión de muchos de ellos al nuevo Estado. Este trabajo analiza las relaciones entre los intelectuales y la dictadura, a partir de las trayectorias de Enrique Gómez Arboleya y Nicolás Ramiro Rico, discípulos de Fernando de los Ríos. Ambos asumieron posiciones complacientes con la dictadura, se integraron en las redes académicas creadas en la guerra o en la posguerra, participaron en la construcción de la cultura jurídica de los vencedores y se desvincularon de su maestro, aunque no se desprendieron del todo de su herencia intelectual y científica, que los llevó a cultivar una teoría jurídica y política de vocación sociológica y a distanciarse del franquismo en los cincuenta. El estudio se basa en el análisis de sus producciones y sus ejercicios de oposiciones a cátedras de Filosofía del Derecho, Derecho Político y Sociología entre 1940 y 1953.
Palabras clave: Historia de los intelectuales; dictadura franquista; Universidad; Ciencias Sociales; redes académicas.
ABSTRACT
Since the beginning of Spanish Civil War, rebels undertake the depuration of numerous republican or innovative intellectuals, interrupting the Silver Age of Spanish culture. Nevertheless, Francoist dictatorship cannot eradicate the previous intellectual tradition. It survived in most of reprisal intellectuals’ disciples, hidden under their adherence to Francoist State. The article analyses the relationship between intellectuals and the dictatorship, from the trajectories of Enrique Gómez Arboleya and Nicolás Ramiro Rico, Fernando de los Ríos’ disciples. They take helpful positions to the dictatorship, involved in academic nets created in the War or the Post-war, contributed to build the Francoist legal culture and unlink to their master, though kept a part of De los Ríos’ intellectual and scientific heritage and his sociological vocation and distanced from the dictatorship in 1950s. The study is based on the analysis of their works and access exams as professors of Legal Philosophy, Political Law and Sociology since 1940 to 1953.
Keywords: History of intellectuals; Francoist Dictatorship; University; Social Sciences; academic networks.
Una de las primeras ofensivas lanzadas por los sublevados en la Guerra Civil se dirigió
contra los intelectuales. La hostilidad de los rebeldes hacia la intelligentsia, revestida de reacción defensiva contra la República de los profesores, los escritores
y los artistas, se remontaba a dos tradiciones emparentadas. Por un lado, estaba la
vieja reacción contrailustrada, que aspiraba a restaurar la hegemonía católica, y
por otro, el antiintelectualismo de raíz vitalista e inspiración antidreyfusista,
que se extendió por toda Europa a lo largo del primer tercio del siglo xx, en oposición al moderno intelectual, politizado y en acción, que irrumpió en el espacio
público a finales del siglo xix[2]. El antiintelectualismo, irracionalista o reaccionario Otero (
Las condenas más feroces se dirigieron contra los intelectuales republicanos, pero
también contra los que habían impulsado la renovación científica y pedagógica de las
décadas precedentes, a los que se acusó de introducir en España novedades extranjerizantes.
A la cabeza de todos ellos se encontraban los seguidores de la Institución Libre de
Enseñanza, representantes paradigmáticos de la moderna intelectualidad, antagonistas
de los iusnaturalistas católicos e inspiradores de un proyecto pedagógico y científico
que conectó a los investigadores españoles con el exterior a través de la Junta para
Ampliación de Estudios
La denuncia era innecesaria, porque De los Ríos ya había sido separado de su cátedra
mediante una orden ministerial que, prescindiendo de las formalidades procesales creadas
por la propia dictadura para legitimar la depuración, también afectó a Luis Jiménez
de Asúa, Felipe Sánchez-Román, José Castillejo, Blas Cabrera, Juan Negrín, José Giral,
Julián Besteiro, José Gaos o Wenceslao Roces, entre otros. Su expulsión de la Universidad
era un intento de deslegitimar a toda la intelectualidad republicana, pero también
una advertencia a los supervivientes de la depuración de los dos únicos caminos posibles
que se abrían tras la victoria: el silencio, que generalmente comportaba la marginalidad
intelectual, aunque facilitaba la supervivencia académica, y la colaboración con la
dictadura, que no necesariamente conllevaba la reproducción académica, pero era un
instrumento decisivo para lograrlo. Mediante ese «atroz desmoche», como lo calificó
Pedro Laín Entralgo (
Entre ellos se encontraban dos de los principales discípulos de De los Ríos, Enrique
Gómez Arboleya y Nicolás Ramiro Rico, que no solo lograron sobrevivir en el ecosistema
intelectual y científico de la posguerra, sino que alcanzaron posiciones de poder
dentro de él, ya que ambos consiguieron ser catedráticos de Filosofía del Derecho
y Derecho Político, respectivamente. El primero lo hizo en 1940, el segundo tuvo que
esperar hasta 1952, tras integrarse en las redes de poder académico creadas tras la
victoria. Para lograr la cátedra, ambos evitaron ser identificados con su maestro,
escenificaron su ruptura con la tradición de estirpe institucionista en la que se
habían formado, hicieron suyas las orientaciones intelectuales, científicas e ideológicas
dominantes en la posguerra y establecieron un contacto fluido con los intelectuales
que controlaban las revistas científicas, los centros de investigación y el acceso
a las cátedras. A mediados de la década de 1940, Arboleya —que regresó a Granada en
1941 tras su paso por Sevilla, donde había ganado la cátedra— se rodeó de varios jóvenes
juristas de la Universidad granadina, como su discípulo Francisco Murillo Ferrol o
su compañero Luis Sánchez Agesta. El grupo empezó a ser conocido en el ambiente académico
como el Clan Mudéjar, un apelativo que uno de sus integrantes, José Cazorla (
Este trabajo aborda las conductas de los intelectuales en la posguerra y sus relaciones
con la dictadura, a partir de los casos de Arboleya y Ramiro. Para ello, se analizan
sus estrategias de reproducción académica, a través de los expedientes de oposiciones
a cátedras a las que concurrieron, sus posicionamientos políticos, científicos e intelectuales,
contenidos en sus producciones y publicaciones, y el papel de las redes de sociabilidad
intelectual y académica en las que se integraron. Con ello, se pretende, en un primer
nivel, calibrar el papel de las fuentes de capital cultural, social y simbólico en
la obtención de poder académico Mainer ( Schorske (
En el caso español, el estudio del papel de los intelectuales bajo la dictadura todavía
encuentra una limitación adicional, derivada de la tendencia a dirigir el foco principalmente
hacia los discursos de legitimación de la dictadura, más que hacia las prácticas,
el lenguaje y los discursos científicos. Ello ha dado lugar a interpretaciones que,
en algunos casos, son deudoras de los relatos de algunos intelectuales de la victoria
arrepentidos, más preocupados por reivindicar la veta moderna del proyecto intelectual
falangista o por justificar sus propias trayectorias, que por comprender el pasado
En febrero de 1911, Fernando de los Ríos ganó por oposición la cátedra de Derecho
Político de la Universidad de Granada. El nuevo catedrático dejaba en Madrid una intensa
actividad intelectual y científica, y Granada le causó una impresión decepcionante,
según relató a Giner. En aquel «bellísimo agujero», solo merecieron su aprecio intelectual
«cuatro o cinco muchachos de primerísima» y su compañero de claustro y de escuela,
Jerónimo Vida, «el único hombre que estudia y piensa [...] y hace pensar a su vez
a sus alumnos» Zapatero (
En ese tiempo, De los Ríos desarrolló la parte fundamental de su obra científica,
que había tenido un prometedor comienzo en su tesis doctoral sobre la filosofía política
de Platón y alcanzó su cima en la traducción y el prólogo de una de las obras de referencia
de la moderna teoría del Estado, Allgemeine Staatslehre, de Georg Jellinek
Paralelamente, De los Ríos desplegó una intensa actividad intelectual, en la que contó
con la complicidad de Federico García Lorca y Manuel de Falla. Desde la tertulia de
«el Rinconcillo», que se reunía en el café Alameda, y desde el Centro Artístico, juntos
sacudieron la vida intelectual de la ciudad, que el compositor terminó caracterizando
como un «pequeño París» Sobre la vida intelectual granadina del período de entreguerras: García Lorca (
La labor de agitación intelectual de De los Ríos no se limitó a los círculos intelectuales
de la capital. Comprometido con el programa de la Liga, recorrió la provincia para
dar conferencias en los centros y ateneos obreros, poniendo en práctica la máxima
de su maestro: «Ser hombre no es ser un científico; la vida es mucho más varia»
Durante la dictadura de Primo de Rivera, De los Ríos se refugió en la enseñanza, tras
rechazar la colaboración que el régimen le ofreció El Estudiante, 1-10-1930.
Arboleya, Ramiro y Francisco García Lorca realizaban entonces sus primeras incursiones
en el campo literario, patrocinadas por Federico a través de ese proyecto efímero
y vanguardista que fue la revista Gallo, en la que participaron José Bergamín, Salvador Dalí y Francisco Ayala. En el primer
número de la revista, el hermano del poeta publicó un fragmento de su primera novela,
y Arboleya un relato de tono surrealista e introspectivo, por el que Lorca lo aclamó
en una breve reseña Gómez Arboleya ( El Defensor de Granada, 2-12-1925; 26-2-1926; 20-3-1926; 7-8-1926 y 12-8-1926.
A partir de 1930, la cohesión del grupo empezó a debilitarse. De los Ríos se trasladó
a Madrid, para ocupar la cátedra de Estudios Superiores de Derecho Político y Ciencia
Política, y en abril de 1931 se hizo cargo del Ministerio de Justicia en el Gobierno
provisional republicano. Luna y Valdecasas le acompañaron en la Comisión Jurídica
Asesora que redactó el borrador de la Constitución, y Valdecasas, además, en la candidatura
granadina de la Conjunción para las elecciones a Cortes constituyentes, en la que
también figuraba Jiménez de Asúa. Nombrado director general del Timbre, Valdecasas
se incorporó a la Agrupación al Servicio de la República, aunque pronto se situó en
la órbita de Falange, a la que prestó su voz en el acto del Teatro de la Comedia,
en 1933. Tras abandonar la actividad parlamentaria, regresó a Granada para desempeñar
su cátedra de Derecho Civil. También había vuelto a la ciudad García Labella para
ocupar efímeramente la cátedra que había dejado vacante De los Ríos. Vinculado a Acción
Republicana, a partir de 1931 asumió los gobiernos civiles de Cádiz y Sevilla y la
Dirección General de Administración Local, y en 1932 fue elegido presidente del Ateneo
granadino. Ese año, Luna obtuvo por oposición la cátedra de Derecho Internacional
público de Madrid tras una breve escala en Granada, y se aproximó a la derecha católica
Francisco García Lorca, que en 1925 había disfrutado una pensión de la JAE en Burdeos
y Toulouse para estudiar la ciencia política francesa y británica, terminó decantándose
por la crítica literaria Ya en el exilio, se casó con la hija de su maestro, enseñó en Columbia y se dedicó
a la historia intelectual, dedicando su principal trabajo a Ganivet. Véase: García
Lorca ( Ramiro reconoció a su discípulo Ricardo Chueca ( Jiménez (
A su regreso, los dos juristas iniciaron sus investigaciones doctorales. Arboleya
se interesó por Heller, al que dedicó su tesis. Parece que el tema le fue sugerido
por De los Ríos, aunque algunos de sus colegas atribuyen la propuesta a Luna, que
se encargó de la dirección La cita está tomada de la tesis de Arboleya, cit. en Mesas (
Ramiro desarrolló una trayectoria académica más discreta, acorde con su personalidad
retraída y su tendencia ágrafa, síntomas de una autoexigencia rayana en lo obsesivo.
En 1930 partió para Alemania, donde preparó una memoria sobre Bodino que comenzaba
con dedicatorias a De los Ríos, Mesa Moles y Viñuales y exergos de Goethe, Ortega
y Jellinek. La elección revelaba su temprano interés por la naturaleza de la soberanía
y por la teoría política del siglo xvi, aunque sintomáticamente no se ocupaba de los autores castellanos de la escolástica,
sino de un teórico del absolutismo laico. En su contextualización del pensamiento
de Bodino, Ramiro no ocultaba su admiración por el humanismo jurídico renacentista,
«cuya fundamentación se ha de hacer con independencia de toda influencia religiosa» Ibid.: 251. De su maestro no solo citaba su trabajo académico sobre la religión y el Estado
moderno, sino El sentido humanista del socialismo.
La guerra y la depuración provocaron la fractura de la escuela. De los Ríos se hizo
cargo de la Embajada en París, el Rectorado de la Universidad de Madrid y la Embajada
en Washington, y ya no regresó AGA, Educación, 21/20.506. Píriz (
Desde su vuelta de Alemania, en 1935, Arboleya compaginó la auxiliaría con su trabajo
como secretario personal de Falla AGA, Educación, 31/892. Patria, 12-10-1937.
Su militancia falangista no alejó de Arboleya la sombra de la sospecha, motivo por
el que, según su discípulo José Muñoz Pérez ( AGA, Educación, 31/892.
La protección de Falla fue fundamental para la supervivencia de Arboleya, pues aquél
se movía con cierta libertad gracias a sus relaciones y a su fama de católico. Pero
las gestiones del compositor para que la Universidad renovara su contrato no fructificaron
—Falla se exilió en septiembre de 1939—, y Arboleya tuvo que esperar hasta septiembre
de 1940 para verse repuesto en la auxiliaría, por intercesión del rector, Antonio
Marín Ocete AGA, Educación, 31/892.
El apoyo de Corts, que superó la depuración gracias a su condición de católico propagandista
y a sus relaciones con la elite falangista AGA, Educación, 21/20.503. El único aval recibido en su proceso de depuración llevaba
la firma de Pedro Laín Entralgo.
Desde el comienzo de los ejercicios, varios miembros del tribunal mostraron serias
reservas hacia Arboleya. Marina consideró su primer ejercicio, sobre su labor personal,
«sumamente nebuloso» y Puigdollers advirtió «contradicciones y oscuridad en su pensamiento
fundamental» en el segundo, dedicado a la defensa de la memoria, que no se conserva
en el expediente de la oposición. Tampoco parecían satisfacerle sus trabajos, pues
en ellos, «hasta tal punto sobresale la influencia de lo alemán que, de no haber demostrado
[...] de una manera egregia un igualmente profundo y extenso conocimiento de las fuentes
clásicas españolas, hubiera podido argüírsele de (sic) una viciosa unilateralidad
en su formación filosófica». Marina criticó esa «unilateralidad en favor de la información
alemana contemporánea, de donde proviene tal vez oscuridad y conceptismo», aunque
valoró el «antiformalismo en el que comulga el autor» AGA, Educación, 32/13.580.
Entre sus escasos trabajos, dedicados a Heller y Dilthey, sobresalía su tesis doctoral,
para cuya publicación, en 1940, Arboleya introdujo oportunas modificaciones respecto
a la versión original
En 1941, Arboleya se trasladó a Granada para ocupar la vacante dejada por Corts al
trasladarse a Valencia, y se reintegró en la vida intelectual de la ciudad, que había
recuperado como centro neurálgico el Centro Artístico. Allí frecuentó la «tertulia
Oxford», de la que eran asiduos Luis Sánchez Agesta y Antonio Mesa-Moles Segura, hijo
del primer Mesa Moles, y ambos catedráticos desde 1942. En las facultades de Derecho
y Filosofía y Letras impartió sendos cursos de Derecho Natural y Filosofía, y continuó
escribiendo en Patria, hasta que la colaboración se suspendió, con la consiguiente denuncia de la vieja militancia
de Arboleya en la FUE por parte del director del periódico
A finales de los cuarenta, Arboleya empezó a colaborar con el Seminario de Filosofía
de Xavier Zubiri, del que llegó a ser secretario. Allí coincidió con Laín Entralgo,
Aranguren y Francisco Javier Conde, catedrático de Derecho Político gracias al apoyo
que le había brindado Arboleya, que actuó como vocal en su tribunal de oposiciones López Aranguren (
Los últimos trabajos de Arboleya sobre filosofía del derecho AGA, Educación, 31/5732. Sobre Lissarrague: Rivaya (
Desde entonces, Arboleya lideró la refundación de una disciplina cuyo desarrollo científico
había quedado interrumpido por la guerra y la depuración, y cultivaban en el exilio
Mendizábal, Recaséns y Ayala. Arboleya fue el primer catedrático de Sociología de
la Universidad española desde la jubilación de Severino Aznar, un convencido antidarwinista
vinculado al catolicismo social. Frente a la filosofía social fundada en el pensamiento
escolástico, Arboleya reivindicó una ciencia social empírica, de base filosófica e
histórica, con la que aspiraba a superar el antipositivismo tradicional de la disciplina
en España Buj (
A pesar de sus esfuerzos por rectificar el camino emprendido en 1936, Arboleya no
tuvo tiempo de reconciliarse del todo con su pasado. En diciembre de 1959 se suicidó,
siguiendo el mismo camino que su hermano
A diferencia de Arboleya, Ramiro tuvo que esperar una década para lograr la cátedra,
tras una larga travesía por dos de los centros creados por la dictadura para controlar
la investigación y la enseñanza superior, el CSIC y el Instituto de Estudios Políticos Fernández Gallego (
Entre los opositores se encontraban Eugenio Vegas Latapie, fundador de Acción Española, Francisco Javier Conde, Francisco Elías de Tejada —que al fin había logrado la cátedra
de Filosofía del Derecho mediante una oposición celebrada ese año
La presencia de Ruiz del Castillo en el tribunal podía anticipar el éxito de Conde
y Vegas, pues si el primero era auxiliar de su cátedra, el segundo había sido su superior
en Acción Española, de la que Ruiz del Castillo había sido vicepresidente La información procede de su expediente personal de catedrático: AGA, 21/20.430.
Las contradicciones de Ramiro se acentuaban en la memoria de cátedra, en la que abundaban las referencias a los clásicos, fundamentalmente a Platón, el Heimsoeth de sus lecturas juveniles, Carl Schmitt y dos de los filósofos de cabecera del nacionalsocialismo, Hartmann y Spranger, de los que valoraba su afán por desmarcarse del «letal imperio del positivismo, relativismo y neokantianismo». A Kelsen se refería como un adalid de «ese formalismo que Scheler llamó «el cáncer de la ciencia alemana», [que] había degenerado en la grotesca afirmación de que el derecho es una construcción del jurista», y añadía que «la doctrina católica no ha aceptado jamás [...] la supuesta vigencia de una norma formal, sin autor ni destinatario». Ramiro consideraba que «la concepción individualista del contrato social [...] arruinó la vieja idea del derecho de resistencia para dar paso al espíritu de revolución» y cuestionaba «el concepto protestante de libertad», fundamento de «ese monstruo mongólico como le llamaba Burkhardt [...] que es el Estado absoluto». Como sus contrincantes y, en general, como los juristas que aspiraban a la cátedra, Ramiro aprovechaba la memoria para retratarse políticamente, en su caso, a favor de la monarquía, a la que atribuía «la unificación del pueblo en nación», mientras defendía que «público es un concepto [...] determinante pero no constitutivo por sí solo de lo político», para afirmar la distinción entre los dominios político y estatal.
La parte metodológica de la memoria partía de una crítica al racionalismo y el empirismo,
que consideraba evidencias de una «metodolatría (sic)» resultante de la «confianza
extremada y fanática en la infalibilidad de la razón discursiva». Ya en el apartado
pedagógico, Ramiro defendía que «las Facultades de Derecho tienen como primordial
misión la formación de juristas prácticos al servicio de la Patria». En su programa,
centrado más en la historia de las ideas que en los aspectos jurídicos de la disciplina,
se observaban tendenciosas ausencias en los contenidos relativos al constitucionalismo
decimonónico, que quedaba reducido al análisis de los textos de 1812 y 1845, o a los
movimientos sociales, la democracia y el socialismo, agrupados en un solo tema, mientras
dedicaba cuatro a los Estados fascistas bajo una sección específica que rotulaba «Del
Estado neutral al Estado total» AGA, Educación, 32/13673.
Desde el primer ejercicio, los candidatos polemizaron agriamente y compitieron en
su adhesión a los sublevados. La mayoría de los opositores provenían, como Ramiro,
de escuelas malditas que remontaban su origen a Giner, por lo que ocultaron deliberadamente
cualquier pista que los vinculara al pasado. Fue el caso de Lojendio, que reivindicó
su formación extranjera, pero evitó referirse a su maestro, Pérez Serrano, al igual
que Elías de Tejada, que no negó la amistad y admiración por él, aunque rechazó su
adscripción al krausismo. Tampoco Conde mencionó a Manuel Martínez Pedroso y se presentó
como discípulo de Schmitt, con el que había trabajado en Alemania. Ramiro fue todavía
más lejos al reconocer que fue «alumno, pero no discípulo», de Fernando de los Ríos,
y en su lugar reivindicó su colaboración con Mesa Moles. Al propio tiempo, justificó
su trayectoria intelectual a partir de las «reacciones que ha venido experimentando
como consecuencia de los acontecimientos que han ocurrido en el mundo, especialmente
el de la Guerra Nacional Española» y la caída de la monarquía, que, según aseguraba,
había motivado su viaje de estudios a Alemania, pues «nunca ha creído que había que
marcharse al extranjero para buscar cosas nuevas, ya que realmente más allá de los
Pirineos únicamente podía obtenerse el instrumental preciso [...] para dar vida al
pensamiento español». En sus objeciones a Vegas escenificó su rechazo al liberalismo,
afirmando, con Maurice Hauriou, que «la
libertad forma parte del sistema de creencias y es fundamento antropológico, que nada
tiene que ver con la libertad liberal», ganándose la estima de Ruiz del Castillo,
especialista en Hauriou. A pesar de sus esfuerzos, Conde le objetó «el peligro que
encierra para el orden religioso alguno de los conceptos expuestos» y lo acusó de
neokantiano, y Sánchez Agesta le reprochó su estatalismo. El tribunal —incluido Valdecasas—
confirmó tales juicios sobre Ramiro que, al constatar que carecía de apoyos, se retiró,
aprovechando o pretextando una enfermedad AGA, 32/13673.
La derrota de Ramiro evidencia el rechazo de la academia a la escuela de De los Ríos,
sobredimensionada simbólicamente por la victoria de Sánchez Agesta, otro jurista granadino
emparentado con ella que, a pesar de su escaso capital cultural, logró el segundo
puesto. Sánchez Agesta, cuatro años más joven que Ramiro, había colaborado con los
rebeldes en calidad de combatiente y se presentaba a los ejercicios con una poco sofisticada
síntesis de nacionalismo e iusnaturalismo católico inspirada en Hauriou —por convicción
o para complacer a Ruiz del Castillo—, lo que auguraba su adaptación al ecosistema
intelectual de la posguerra y su preferencia por el derecho político metajurídico
y enciclopédico dominante tras la victoria Martín (
El momento de Ramiro llegó en 1952, en una oposición en la que Ruiz del Castillo volvió
a presidir el tribunal. Le acompañaban Sánchez Agesta, Conde —que había conseguido
la cátedra en 1943—, Ollero y Enrique Tierno Galván, catedráticos desde 1945 y 1948.
Esta vez Ramiro logró el primer puesto, a pesar del voto desfavorable del presidente,
por delante de Francisco Murillo Ferrol, que obtuvo el segundo lugar, y de otros juristas
que iniciaban sus carreras, como Pablo Lucas Verdú y Diego Sevilla Andrés, que no
concluyeron los ejercicios AGA, Educación, 31/5743. Chueca (
En sus intervenciones, Ramiro no varió significativamente la estrategia adoptada en
1941, al reivindicar «el medio en que se realizó su formación y los hechos que la
orientaron» (Sánchez Agesta), lo que le llevó a trazar «una elegía a Madrid —el de
la guerra— y una teoría de Granada» (Ruiz del Castillo). Su memoria de cátedra revelaba
su inclinación hacia la teoría política, que asimilaba ahora a la noción de poder,
al afirmar que «lo político no existe sino donde hay organización». Entre sus referentes
seguían figurando Dilthey, Heimsoeth y Ortega, mientras que Marx era calificado de
«mezquino y monótono», y despreciado como un ejemplo de que «tanto más radical, simplista
y unilateral es una doctrina, tanto más fácilmente recluta adhesiones» AGA, Educación, 31/5743.
Ya como catedrático, Ramiro acentuó su agrafía y se centró en la enseñanza, la dirección
colegial y la traducción El País, 2-1-1977.
La muerte de Arboleya y el silencio de Ramiro convirtieron a Murillo en el albacea
de la escuela. Su perfil intelectual y científico pone de manifiesto las contradicciones
y la heterodoxia del ambiente en que se formó. Sus trabajos juveniles revelan la influencia
de la especulación metajurídica y legitimadora de la posguerra, patente en el tema
elegido para su tesis doctoral, dedicada a Suárez, y en sus trabajos sobre Saavedra
Fajardo. Pero, poco a poco, se fue imponiendo su inclinación hacia el derecho constitucional
y la sociología empírica. En uno de sus primeros artículos, sobre la Constitución
italiana de 1947, reconocía la impronta de «nuestra constitución de 1931» y alertaba
del crecimiento del Estado y su intervencionismo en la Europa posbélica como reacción
al «imperio desmedido de las masas» AGA, Educación, 31/5743.
La experiencia intelectual, científica, académica y política de los juristas de la escuela de Granada ofrece un paradigmático ejemplo del modo en que la Guerra Civil y la depuración interrumpieron el vuelo de la cultura de la edad de plata y de la desnaturalización producida en toda una generación de intelectuales académicos que aspiraban a sobrevivir en la posguerra. La dictadura, en su afán por erradicar la modernidad científica y cultural, desplegó un férreo control sobre la intelectualidad y, aunque logró la complicidad de muchos de ellos, no consiguió arrancar del todo las raíces de la tradición cultural de resabios ilustrados, que subsistió, silenciada y oculta, en la conciencia, en la actitud intelectual y en las orientaciones metodológicas o doctrinales de muchos universitarios formados en ella. Los casos de Enrique Gómez Arboleya y Nicolás Ramiro Rico reflejan la continuidad de esa tradición intelectual, aunque fuera resignificada. Ambos renunciaron a su herencia académica y se adaptaron al ecosistema intelectual creado por los vencedores, aunque mantuvieron parte del legado de su maestro, Fernando de los Ríos, en la orientación sociológica de su trabajo científico, en el empleo de una prosa alejada del lenguaje hiperbólico de los vencedores y en su alineamiento con algunos de los referentes intelectuales y científicos de su juventud. Los dos optaron por una síntesis doctrinal ecléctica, que les permitió adaptarse a diferentes coyunturas en la posguerra, conjugando el capital cultural adquirido antes de la guerra y el capital social y simbólico obtenido durante y después de la contienda.
Numerosos indicios sugieren que la adhesión de Ramiro y Arboleya a la dictadura fue esencialmente el resultado de un cálculo oportunista. Sin embargo, sus testimonios y los de algunos de sus compañeros y discípulos, unidos al eclecticismo y la ambigüedad intelectual en que se movieron, invitan a pensar que su experiencia en la Alemania de principios de los años treinta, donde asistieron al desmoronamiento de la democracia, y la influencia de Alfonso García Valdecasas y Antonio Luna, que orientaron su formación tras el traslado de De los Ríos a Madrid, allanaron el camino hacia su posterior acercamiento a los rebeldes. Este hecho, sintomático de la complejidad de factores que explican los procesos de socialización política, evidencia la necesidad de abordar el estudio de los intelectuales desde una perspectiva generacional y de reconstruir y estudiar sus redes de sociabilidad intelectual. La formada en la Universidad de Granada en los años veinte probó su fuerza hasta el inicio de la posguerra, cuando Valdecasas y Luna rescataron a Ramiro para que continuara con su actividad científica, si bien como pieza clave en el proceso depurador y en la construcción del entramado académico diseñado para controlar la enseñanza.
Fue en ese nuevo contexto creado por el «atroz desmoche» cuando la escuela terminó dispersándose académicamente. A ello contribuyeron la ausencia del maestro y la aparición de nuevas redes académicas, articuladas por afinidades políticas o religiosas, y por las solidaridades establecidas durante la contienda, más que por las relaciones científicas e intelectuales establecidas antes de ella. Una de esas redes fue la formada por varios intelectuales falangistas reunidos en torno a Escorial, a la que se sumaron católicos como José Corts Grau, que facilitó el camino hacia la cátedra de Arboleya. Ramiro, por su parte, tuvo que esperar una década para ingresar en el escalafón, ya que ni sus compañeros de guerra, Luna y Castiella, disponían de influencia en el ámbito del derecho político, ni Valdecasas, algo desacreditado por su depuración, tuvo fuerza suficiente para promover su triunfo en la oposición de 1942. En los cincuenta, la escuela se reconstruyó en parte. El reconocimiento por Francisco Murillo Ferrol de la influencia de Ramiro es revelador de la supervivencia de una tradición intelectual forjada en la Universidad y el Ateneo de aquella Granada de aire parisino de la década de 1920.
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