SUMARIO
  1. NOTAS

El libro de Enrique Faes viene a llenar un hueco muy notable tanto en la historiografía empresarial como política española. Contábamos ya con dos trabajos de gran solvencia sobre Joan March y Francesc Cambó —para citar a dos de los más relevantes empresarios que actuaron, ocasional o profesionalmente, en política durante el pasado siglo—, pero faltaba una monografía de investigación exhaustiva referida a otro de ellos, Demetrio Carceller Segura, del que en los últimos años han ido apareciendo interesantes contribuciones de la mano de Francisco Contreras Pérez y Manuel Peña Díaz. Fue Carceller un hombre de negocios fundamental en el mundo del petróleo español, que se mostró desde muy pronto como un empresario pragmático y capaz y que en 1940 fue promocionado por Serrano Suñer y Franco a la cartera de Industria y Comercio, cargo en el que permaneció hasta el cambio de Gobierno de 1945. Tras su cese y su frustración por no acceder a la cartera de Hacienda, y mientras continuaba como procurador en Cortes, proseguiría su exitosa carrera empresarial hasta su fallecimiento en 1968.

Aunque la etapa política de Carceller es la que más ha trascendido, Enrique Faes centra una parte destacada de su trabajo en el análisis de la trayectoria empresarial del personaje, considerando sus cinco años de gestión ministerial (a la que caben sumar su etapa en la Junta Técnica del Estado durante la Guerra Civil y sus intervenciones en las Cortes tras su cese como ministro) como un paréntesis fundamental, pero paréntesis al fin y al cabo, en su carrera de negocios. Pone así en cuestión, con solvencia, las versiones, no por repetidas más creíbles, que vienen situando ese quinquenio en el centro de la biografía del personaje, al presentarle como un falangista que llegó a un cargo ministerial y que se aprovechó del mismo para amasar una fortuna vía comisiones por la concesión de licencias, etc.; o incluso como el iniciador de la «alta corrupción» en el Régimen. Sin embargo, Carceller era ya rico antes de las dos guerras del período 1936-‍1945, continuó siéndolo durante ellas y lo fue aún más después. Aunque el autor no descarta que pudiese aprovecharse indirectamente de negocios durante la Segunda Guerra Mundial, no ha encontrado evidencias de las acusaciones principales que recibió por entonces y que se encuentran en la base de la versión citada. Es más, cuestiona las fuentes en las que se originó, relacionadas una con su adversario empresarial March y otra con su oponente principal en el seno del Gobierno, Suanzes, el presidente del INI, que le acabó sucediendo en la cartera. Coincide en ello con las conclusiones a las que llegaron británicos y los estadounidenses tras analizar las denuncias que también recibieron y que el autor aporta. Cabe aquí señalar la valentía y honestidad de Faes al cuestionar críticamente asunciones bien enquistadas en la bibliografía, incluyendo la producida por quien redacta estas líneas.

Como ministro, nos dice el autor, actuó Carceller con lógica empresarial, tratando de estimular el comercio con los dos bandos beligerantes en la guerra mundial y buscando equilibrar la balanza de pagos vía acuerdos bilaterales. Actuó ni más ni menos, decimos nosotros, como otros ministros de países neutrales, anteponiendo las cuestiones económicas a las políticas en medio de un marcado oportunismo. No se diferenció en ello el caso español del resto de países en su situación[1]. En concreto, se dedicó a tratar de actualizar los acuerdos comerciales con Alemania para hacerlos menos onerosos; a buscar créditos en Gran Bretaña para asegurar exportaciones e importaciones imprescindibles, y a trabajar para seguir obteniendo las vitales importaciones de productos petrolíferos estadounidenses, entre otras actividades entre las que destacó su intervención en el comercio del wolframio o tungsteno, cuyos beneficios permitirían rebajar considerablemente la deuda de guerra con Alemania.

A nivel interno, junto a la responsabilidad de impedir el colapso de la economía del país, tuvo el inmenso poder de decidir qué sectores seguirían estrangulados o no por la falta de divisas para importar las materias primas o los bienes de producción necesarios, lo que le concitó enfrentamientos con otros ministerios económicos y críticas y enemistades —nuevas o renovadas— entre el empresariado. Cometió algunos errores —como el bien conocido de informar a los británicos del crédito a la Alemania nazi de 1943—, pero lo hizo dentro de esa misma lógica y movido por su pragmatismo. El mismo que le había llevado a cuestionar determinadas exigencias económicas alemanas en la negociación de septiembre de 1940 en las que jugó un papel destacado. Por todo ello siempre contó con el apoyo de Franco… hasta su cese.

De la misma manera y tanto que falangista, el autor nos lo muestra como un heterodoxo, capaz de oponerse en algún momento al incremento de las partidas presupuestarias del partido y, añadimos nosotros, mostrándose partidario de dotar a FET y de las JONS de vida propia, al margen de ese mismo presupuesto, como argumentó alguna vez ni más ni menos que en el seno de su Junta Política.

Coherentemente con el planteamiento adoptado, Faes dedica buena parte del libro a la reconstrucción de la vida empresarial del personaje. Nos muestra a un auténtico self-made-man, de orígenes muy modestos, que puede estudiar gracias a becas municipales y que logra graduarse en Ingeniería Textil en la Escuela Industrial de Tarrasa, aunque nunca ejercerá en este ramo, sino en el incipiente del petróleo, en concreto en la refinería Sabadell y Henry de Cornellá de Llobregat. Es un sector pionero en el que él y su equipo tienen como referente técnico y organizativo al estadounidense, un país que siempre le fascinará y donde existen tantos empresarios que, como él mismo, no proceden de las élites.

Alrededor del sector petrolero forjará Carceller su proyecto de un capitalismo nacional, que exige el apoyo estatal, pero que quiere compatible con la iniciativa privada, todo ello con el objetivo superior de lograr la independencia energética y económica, en general, de España; un proyecto por supuesto susceptible de interesar a muchos de los regeneracionistas conservadores de su época, incluido el fascista José Antonio Primo. El autor conceptualiza el proyecto de Carceller en tanto que imbuido de un estilo de negocios mediterráneo, basado en Madrid, con un núcleo originario catalán —Felipe Rodés, los hermanos Recasens—, valenciano —Ignacio Villalonga—, con cuñas en Madrid y las fundamentales Canarias —con la refinería de Tenerife, la pionera de España— y Marruecos, siempre con potentes conexiones internacionales. Efímero directivo de la nueva CAMPSA para concentrarse enseguida en CEPSA, alineó Carceller a la compañía con el bando nacional, se convertió en el principal asesor de la Junta Técnica del Estado en asuntos petrolíferos y, tras un breve paso por la Jefatura Provincial de FET y de las JONS de Barcelona —donde, decimos nosotros, coherentemente con sus postulados facilitó de manera escasamente legal el pase de la revista del partido Destino a manos privadas—, acabaría siendo cooptado por el Gobierno. Al final de la guerra mundial negociaría el rescate de la escasamente nacional Compañía Telefónica Nacional de España de su propietaria estadounidense ITT y, ya en 1949, lograría la participación de CEPSA en la primera refinería establecida en territorio peninsular, la de Escombreras.

Personalmente implicado en la dirección de sus empresas, la lista de aquellas de las que era propietario o participante no dejó de crecer hasta su fallecimiento en 1968, dejando puestas las bases de un imperio que hoy gestionan sus nietos. DISA, REPESA, el diario Informaciones, Sociedad Española de Productos Asfálticos, Banco Comercial Transatlántico, Bebidas Americanas SAE (Pepsi Cola), Damm, Industrial Cervecera Sevillana, Aluminio Ibérico, Siderúrgica Industrial Compañía Ibérica, Naviera Vizcaína, Rústicas S. A., Hispano Americana de Seguros y aún otras, constituían el patrimonio de Demetrio Carceller Segura. Había ido compatibilizando el paso de sus inversiones en el sector energético al financiero, informativo, petroquímico, metalúrgico, las bebidas y el inmobiliario, en una actividad febril acorde con su carácter.

Unas inversiones que Faes localiza en un continuum mediterráneo que parte de Barcelona, se expande por Tarragona, cruza Valencia, Alicante y Murcia, sigue por Sevilla y Huelva y alcanza a las atlánticas Canarias, todo ello interconectado con el verdadero centro del poder que significaba Madrid, imprescindible para el ajuste de una maquinaria en la que jugaron un papel fundamental exfuncionarios como Manuel Arburúa o José María Lapuerta. Un entramado que funcionó para constituir un poderoso grupo empresarial, uno de los más notables de la España de los años del régimen franquista y que gracias a este trabajo hoy conocemos en profundidad.

Nos encontramos ante un libro de notable interés. Escrito con una prosa mesurada, aborda su objeto de estudio dispuesto a avanzar en el conocimiento no solo del personaje, sino también de los sectores económicos en los que se movió y de las problemáticas que debió y debieron abordar o vivir. Cuestiona asunciones muy enquistadas en la historiografía y construye un relato convincente. Un esfuerzo meritorio más aún cuando no ha tenido acceso más que a algunos retazos del que podría haber sido su archivo personal. Bienvenido sea.

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[1]

Eric Bernard Golson, The Economics of Neutrality: Spain, Sweden and Switzerland in the Second World War, Ph D Diss Department of Economic History, London School of Economics and Political Science, 2011.