Esta obra se inserta dentro del género angloamericano del ensayo intelectualmente ambicioso, formalmente serio y estilísticamente «academizante», pero significativamente alejado de la literatura propiamente académica a la manera, por ejemplo, de los célebres
Por otro lado, los méritos de la obra residen en otro lugar: Kotkin ofrece un análisis estimulante y relativamente sofisticado de algunos de los principales retos a los que se enfrentan las sociedades avanzadas de la misma forma que Fukuyama y Huntington ofrecieron dos de las obras más influyentes de la postguerra fría a expensas, respectivamente, de que el lector aceptara una aproximación diletante, y eso siendo caritativo, a la historia como disciplina, y una definición cuando menos etérea de la noción de
En esta lógica, el papel de cada uno de estos estratos sociales es semejante, según el autor, al de su equivalente feudal. La oligarquía empresarial ocupa un lugar de privilegio económico y político desde el que es capaz de extraer y acumular porcentajes cada vez mayores de recursos a expensas del tercer estado. La clerecía, por su parte, cumple una función esencial al legitimar el comportamiento predatorio de la clase oligárquica, pero sustituyendo la fe religiosa por nuevas doctrinas como la protección del medioambiente o nuevos modelos morales. Si los privilegios de la oligarquía descansan sobre formas de control monopolístico u oligopólico de las nuevas tecnologías, la posición de la clerecía está protegida por la evidente seguridad jurídica y económica que proporcionan el empleo en la academia o (no tan evidente, cabe señalar) en industrias culturales que además proporcionan el prestigio social anejo a los prescriptores sociales. El resto de la población, a la manera del tercer estado feudal, queda económica y políticamente subordinada a esas élites económicas y culturales.
En esa narrativa, nuestras sociedades no solo se asemejan al Medievo desde el punto de vista de la estratificación social, además las relaciones entre estos grupos son también similares. En primer lugar, Kotkin observa que, a diferencia de las sociedades liberales que emergieron tras la Revolución americana y la expansión de los mercados, y que se caracterizaban por la relativa facilidad para la movilidad social ascendente sobre la base del esfuerzo y el mérito y por la expansión de las clases medias con acceso a la propiedad y a cierto confort material, la nueva estratificación exhibe, según el autor, claros síntomas de endogamia y barreras cada vez más firmes que bloquean a los miembros de cada casta dentro de la misma. Así, mientras la oligarquía se sirve del dominio que ejerce sobre los mercados tecnológicos para bloquear o absorber la entrada de nuevos competidores, las elites dentro de la clerecía protegen su estatus mediante el aumento de los costes del acceso a la Universidad (absolutamente desorbitados en el ámbito anglosajón) y por la vía de la endogamia en el reclutamiento de los alumnos de las instituciones de élite —en las que sí es rentable asumir el incremento de los costes educativos— entre miembros de la propia clerecía o de la oligarquía dominante. Los paganos de este sistema emergente son, también predeciblemente, las capas sociales más vulnerables: las clases medias, en proceso según el autor de franca regresión, y un proletariado urbano y rural en expansión y crecientemente precarizado mediante, por ejemplo, los nuevos empleos de la economía «flexible».
El panorama apocalíptico que describe Kotkin se completa con el papel del Estado. En la visión del autor los estados avanzados caminan en la senda del «totalitarismo» por dos vías. En primer lugar, mediante la adopción de medidas redistributivas diseñadas formalmente para paliar los peores efectos de la depauperación del tercer estado, pero que tienen el efecto de sustituir el esfuerzo autónomo por caridad pública, ergo incrementando la dependencia de la ciudadanía ante las élites hasta, potencialmente, la conversión de aquella en un colectivo de «siervos». En segundo lugar, el desarrollo tecnológico —en sí mismo causa de la desaparición de empleos de baja cualificación otrora estables— puede llevar al incremento exponencial de la capacidad de control del Estado, cada vez más necesaria ante la creciente frustración del «tercer estado» manifestada en conatos de protesta violenta además de en el auge de los populismos. En opinión de Kotkin, Occidente corre el riesgo de desarrollar un modelo de vigilancia permanente orwelliano con el concurso entusiasta de la oligarquía tecnológica encargada, precisamente, de desarrollar dichas capacidades, tal y como está ya en la actualidad emergiendo en China, a la sazón, en opinión de Kotkin, auténtica némesis geopolítica y cultural de unas democracias occidentales cada vez más debilitadas.
El resultado de todo lo anterior es una obra francamente alarmista, con tintes abiertamente apocalípticos y sustentada sobre fuentes en las que domina el artículo periodístico. No obstante, el libro merece la pena ser leído. Por un lado recoge, aunque deliberadamente magnificadas, tendencias socioeconómicas como la acumulación de poder e influencia por una nueva élite empresarial evidentemente propensa a la búsqueda deliberada de control monopolístico sobre sus respectivos mercados, que además son estratégicos y los de mayor valor añadido; el claro deterioro de la capacidad adquisitiva de las clases medias en relación con los años sesenta y setenta del pasado siglo. También es evidente (aunque Kotkin tiende a simplificar el fenómeno) el distanciamiento cultural, paralelo a la polarización económica, entre estas y el tándem compuesto por la élite económica y la nueva clerecía intelectual, cada vez más ajeno a los valores y la experiencia vital de bolsas de población abandonadas por la globalización económica y cultural. Las casuísticas socioculturales y económicas que condujeron al
Por último, la historia que cuenta Kotkin también merece la pena ser leída como fuente primaria para asomarse a las disputas culturales actualmente en curso, ya que su narrativa refleja con extraordinaria fidelidad el realineamiento ideológico que se está produciendo en el seno del grupo social que el autor llama la «clerecía» y al que él mismo pertenece —Kotkin es profesor de Estudios Urbanos en la Chapman University—. Procedente de la izquierda moderada (demócrata, en sus propios términos), Kotkin confiesa su propio desplazamiento hacia el centro-derecha «independiente» (o en algún punto entre demócratas y republicanos), siguiendo una senda bastante frecuentada desde James Burnham o Frank Meyer en los años treinta y cuarenta hasta los intelectuales de izquierda que apoyaron la segunda guerra de Irak y firmaron el hoy casi olvidado Manifiesto de Euston, pasando por los neoconservadores de los años setenta. El resultado es un argumentario que trasciende las líneas ideológicas entre la derecha liberal-conservadora y la izquierda de clase tradicional. De esta última, Kotkin extrae un listado de soluciones ante la inminente «feudalización» de Occidente que pasan por un incremento de la regulación estatal para combatir la tendencia monopolística de los grandes titanes tecnológicos —una receta, por otro lado, compartida por los economistas liberales—, así como una reforma de la globalización económica que contribuya, junto a ciertas políticas redistributivas de corte
keynesiano, a recuperar los estados de bienestar de la segunda mitad del siglo