Existe cierto acuerdo entre los musicólogos en considerar La consagración de la primavera de Igor Stravinski como el ejemplo más representativo de amalgama musical, tanto por su gigantesca combinación de métricas, ritmos y timbres (en una sonoridad que prioriza la intensidad percusiva sobre los ritmos melódicos de la cuerda), como por su capacidad para aunar orquestación y ballet en un mismo espectáculo. El resultado es la obra completa, la simbiosis perfecta entre cuerpo y alma. Y todo ello sin comprometer la capacidad de la partitura de expresarse por sí sola, sin el recurso de la danza; o hacer que cada uno de sus movimientos se integre en el conjunto, aun dando la impresión de caos e imprevisión; o, si resulta más apropiado, introducir ritmos provocativos y sonoridades nuevas sin solución de continuidad. Se trata de una amalgama carente de repeticiones, en la que importa más la plasticidad evocadora que la sincronía de los elementos. Es en esa ductilidad rompedora donde radica el mérito que la convierte en una obra imperecedera.

Algo parecido sucede, aunque sea en otro registro, en el libro Guinea Ecuatorial (des)conocida, (lo que sabemos, ignoramos, inventamos y deformamos acerca de su pasado y su presente), un largo ensayo en el que bajo la batuta del antropólogo Juan Aranzadi y la puesta en escena del historiador Gonzalo Álvarez Chillida, antropología e historia se aúnan para captar las voces y las materialidades de una Guinea Ecuatorial tantas veces falseada y deformada, no solo en su pasada condición de colonia, sino también en su estado actual de país independiente; y, por otro lado, tan desconocida e ignorada en las notas del larguísimo pentagrama previo a la simple y lúgubre coda impuesta en la partitura por el hombre blanco. Como muy bien afirma Aranzadi, ni la historia de Guinea empezó con el encuentro colonial ni los guineanos, como sujetos de su propia historia, pueden ser meros objetos pasivos de la acción colonial.

Dar a conocer la verdadera esencia de lo que fue y es Guinea Ecuatorial, reconstruir su pasado y dilucidar su presente sin los lastres de una obra clásica e integrar en un mismo proyecto narrativo y didáctico una gran diversidad de voces específicas, con cadencias y movimientos propios, son los grandes retos de este libro, como quisieron hacer Stravinski y Nijinski con los ecos de la Rusia pagana.

Formalmente, el contenido se estructura en dos extensos volúmenes, para los que podríamos establecer también algunas analogías con las dos partes de la obra del compositor ruso. En el primer volumen, la introducción a esta peculiar adoración de la tierra guineana es un desconcertante solo de fagot interpretado por el propio Aranzadi, quien convoca a los sabios a abordar, a través de un enfoque novedoso, interdisciplinar, inclusivo y libre de etnocentrismos, un objeto de estudio tan impreciso como es el topónimo «Guinea Ecuatorial», un espacio secular de reproducción cultural sin escritura, en el que la historiografía en manos de los colonizadores ha eclipsado injustamente la realidad precolonial, a la que hay que convocar en una nueva primavera, en una fertilidad explosiva destinada a superar la onfaloscopia de los antropólogos y el empirismo ramplón de los historiadores. Para aprehender estas realidades distintas no solo es necesario encuadrar los futuros estudios sobre Guinea Ecuatorial en el marco general de teorías antropológicas y/o etnológicas novedosas, sino también repasar las fuentes etnográficas e historiográficas clásicas como vía para establecer nuevas categorías de análisis más allá de las europeas, que no son universales. Solo un diagnóstico claro de las sociedades precoloniales, aún por hacer, permitirá entender lo que significó una colonización que observada desde la perspectiva africana adopta formas muy distintas y variadas.

Es, precisamente, en el recurso consciente de las fuentes clásicas, aunque integradas, al menos formalmente, en una nueva vanguardia (como si se tratara de los pizzicatos y armónicos de cuerda más convencionales destinados a realzar los sonidos rupturistas de los demás instrumentos en la partitura de Stravinski) donde debemos situar la mayoría de las aportaciones contenidas en el primer volumen, cuyo objetivo no es otro que dilucidar las claves de la historia colonial antes de que se alce el telón y aparezcan sobre el escenario los danzantes guineanos ejecutando movimientos desconocidos. Con la yuxtaposición de las aportaciones más diversas, glosadas con rigor, pero aparentemente desconectadas, se busca recrear un paisaje de dominio colonial en el que la transición de un modo de producción a otro se produce con la transformación sui generis del capitalismo mercantil esclavista, imperante en el golfo de Guinea hasta mediados del siglo xix, en un capitalismo industrial con trabajo asalariado. Se trata de un proceso de colonización errático protagonizado por una metrópoli exhausta y sometida a la presión de dos continentes, cuyo objetivo obsesivo, una vez que abandona la vieja polémica acerca de la validez de las leyes de indias y centra el debate solo en parámetros de colonialismo contemporáneo, es obtener de donde sea la necesaria fuerza de trabajo. Para poner en marcha su particular ensoñación colonial, poco le atañe si los trabajadores son presos políticos cubanos deportados a una colonia de desconsuelo y horror, mano de obra casi esclava traída de la región del Kru o de Nigeria a través de engaños o nativos obligados a trabajar por medio de reclutas y prestaciones forzosas que exigen la destribalización y el desarraigo, además del sometimiento al Estado. Lo sustancial es implantar un modelo hacendístico basado en el cultivo del cacao que le sea rentable y descanse en tres cimentados pilares: una Administración férrea en manos de militares; la conversión al catolicismo de los nativos, impuesta de forma expeditiva por misioneros ultramontanos, y la satisfacción de los grandes intereses económicos, acaparados por una escueta camarilla de comerciantes y finqueros. Todo ello aderezado con registros fotográficos y cientifismos vanos con los que demostrar la superioridad del hombre blanco y su compromiso civilizador. Ante el fracaso de los ancestros a la hora de protegerles de semejante embestida, a los pueblos indígenas no les queda más remedio que buscar la manera de adaptar la nueva forma de vivir en las estructuras tradicionales… y bailar su última danza pagana con un acorde fantasmal, como el murmullo de violoncelos que suena en la obra de Stravinski, antes de que se alce el telón.

El paisaje que se revela a continuación, en los veintidós capítulos siguientes que conforman el segundo volumen, es el de una Guinea Ecuatorial anómala en su condición de Estado independiente, con una población obligada, como en el ballet de Nijinski, a caminar en una sola línea desde el mismo día de la independencia, con los codos alzados, las piernas separadas y los pies dirigidos hacia adentro, como preludio de lo que está por llegar: una Guinea dividida en tribus rivales, en bubis y fangs, en insulares y continentales que compiten en una lucha frenética en la que, a diferencia de lo que acontece en la obra de Stravinski, no llega un viejo sabio para besar la tierra y poner paz, sino un dictador sanguinario que manipula las reglas y reprime a los danzantes disidentes para apropiarse del territorio y de los recursos de un país rico en naturaleza y en petróleo, en el que traza un círculo estrecho para que bailen y se enriquezcan solo los suyos, entre los que se incluyen algunos funcionarios sin escrúpulos de la antigua potencia colonizadora, convertida hoy en un lugar alejado, donde por impericia y desdén no hay ni una opinión pública ni una clase política capaces de ejercer presión alguna sobre el sátrapa que canibaliza el Estado guineano. Una exmetrópoli en la que, en todo caso, solo se llora la ocasión perdida hace cuarenta años de sacar tajada en el boyante negocio petrolero, hoy capitalizado por grandes compañías americanas y chinas.

A pesar de la marginación de una mayoría desheredada y de una apariencia de modernidad impuesta por el dictador (sagazmente ridiculizado por un dibujante de cómics) como una cortina de humo con la que esconder la fragilidad de un Estado depredador, oprimido por el mal holandés e incapaz de diversificar su economía por los mezquinos intereses creados, subyace un país vivo, multicultural y multiétnico, que se resiste a perder sus raíces y sus tradiciones, tal como se vislumbra con las múltiples aportaciones de los ensayistas que en este segundo volumen reclaman, desde focalizaciones autónomas, a veces casi opuestas (como las sugerentes bitonalidades presentes en las escenas del sacrificio en La consagración de la primavera), atención sobre la lengua bubi para que sea comprendida desde su contexto cultural, en un espacio sociolingüístico marcado con fuerza por el castellano colonial e influenciado recientemente por la cooficialidad de otras lenguas europeas; o sobre el Bwiti fang, para que sea apreciado como un camino de resistencia frente a la destrucción de los valores tradicionales impuesta por los colonizadores, aunque sea con la hibridación del Malan con el cristianismo y diferentes fondos tradicionales africanos.

Otras voces intervienen para que se entienda que los cambios en la presentación social del cuerpo, en la que desaparecen unas prácticas y se introducen otras nuevas, son también la expresión de nuevas identidades cruzadas; o para reivindicar, en este proceso inevitable de mestizaje cultural, el sonido de la voz o máscara acústica, como un elemento central en muchas sociedades secretas del África Central en conexión estrecha con Cuba, a donde llegó con el comercio de esclavos y de donde retornó, reinterpretado, con los deportados cubanos.

La reclamación de valores ancestrales, como las manifestaciones artísticas históricas, sometidas en la actualidad a las especulaciones del mercado del arte, como sucede con el Eyima-Byeré; la validez, a pesar de sus limitaciones, de la medicina tradicional, a la que se recurre por la ausencia de un sistema de eficaz de salud pública; enfoques puntuales de género, describiendo unos las asimetrías en los espacios Nseng y Faa, masculino y femenino en la tradición fang, para reivindicar el empoderamiento de las mujeres en una sociedad tradicionalmente patriarcal y poligámica, y analizando otros la participación activa de la mujer guineana tanto en el ámbito doméstico como en el público, completan una obra que se cierra hablando de diásporas y de la imagen que ofrece hoy Guinea Ecuatorial en Estados Unidos, el gigante al que se dirige el grueso de sus exportaciones de petróleo y que acoge un número creciente de estudiantes universitarios guineanos.

Solo el tiempo dirá si esta obra monumental es el renacer de una nueva primavera, de un nuevo paradigma destinado, en un crisol de sonoridades, a descubrir y dar a conocer lo que ignoramos sobre Guinea y a corregir todo aquello que hemos deformado, o se queda en una loable iniciativa aislada, como la del antropólogo temerario que quiso renacer convertido en Bandji.