RESUMEN

El presente artículo aborda la cuestión nacional italiana en los artículos publicados por Antonio Gramsci en el semanario socialista L’Ordine Nuovo en el periodo 1919-‍1920. De manera general, la apropiación de la idea de nación italiana por parte del discurso del PCI se identifica con la política de nacionalización del partido que dirige Palmiro Togliatti después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el presente trabajo quiere mostrar que el Gramsci de L’Ordine Nuovo del periodo 1919-‍1920 se caracteriza por ofrecer un lugar de privilegio a la nación en su estrategia de superación del orden liberal y realización del comunismo. En particular, este artículo analizará la cuestión nacional italiana según Gramsci en conexión con las posiciones de Marx, Engels y Lenin sobre la materia, la cuestión meridional italiana y la crítica del Risorgimento como revolución «incompleta» o «traicionada».

Palabras clave: Gramsci; comunismo; marxismo; revolución; nación; nacionalismo; Italia.

ABSTRACT

This research paper analyses the Italian national question as discussed in the articles written by Antonio Gramsci published on the socialist weekly newspaper L’Ordine Nuovo between 1919 and 1920. Broadly speaking, the adoption of the idea of the Italian nation by the Italian Communist Party (PCI) is commonly associated to Palmiro Togliatti’s leadership after the Second World War. However, this paper argues that Gramsci and his articles in L’Ordine Nuovo over that two-year span feature prominently the concept of the Italian nation in his strategy to subvert the liberal order and help establish a communist society. This paper mainly explores the following: the Italian national question according to Gramsci vis-à-vis Marx, Engels and Lenin’s positions in the matter, the southern question, and an evaluation of the Risorgimento as an «incomplete» or «betrayed» revolution.

Keywords: communism; marxism; revolution; nation; nationalism; Italy.

Cómo citar este artículo / Citation: Del Palacio Martín, J. (2022). Antonio Gramsci y la cuestión nacional italiana: un análisis de los artículos de L’Ordine Nuovo (1919-‍1920). Revista de Estudios Políticos, 197, 109-‍136. doi: https://doi.org/10.18042/cepc/rep.197.04

SUMARIO
  1. RESUMEN
  2. ABSTRACT
  3. I. INTRODUCCIÓN
  4. II. MARXISMO Y CUESTIÓN NACIONAL: LA POSICIÓN DE GRAMSCI EN L’ORDINE NUOVO
  5. III. CUESTIÓN NACIONAL Y CUESTIÓN MERIDIONAL: LA CRÍTICA DEL RISORGIMENTO EN L’ORDINE NUOVO
  6. IV. CUESTIÓN NACIONAL Y REFORMA MORAL EN EL GRAMSCI ORDINOVISTA
  7. V. CONCLUSIÓN
  8. NOTAS
  9. Bibliografía

Hoy la clase «nacional» es el proletariado.

Antonio Gramsci, L’Ordine Nuovo (1919)

I. INTRODUCCIÓN[Subir]

La producción precarcelaria de Antonio Gramsci, en la que se encuadran sus artículos en «reseña semanal de cultural socialista» L’Ordine Nuovo (1919-‍1920), ha tenido una fortuna editorial muy distinta en comparación con el éxito que ha caracterizado la trayectoria de las Lettere dal carcere y los Quaderni del carcere desde su publicación en la posguerra (‍Giasi, 2011)[3]. En general, los estudiosos de Antonio Gramsci han priorizado los Quaderni como la principal referencia teórica para analizar su pensamiento político. La razón estriba en que se les atribuye, de manera razonable, una condición más madura y acabada a pesar sus características, mientras que el contenido teórico de los trabajos de juventud se considera demasiado ligado a debates políticos coyunturales, muchos vinculados a la vida de partido, como para atribuirles un valor permanente.

Cabe destacar que el propio Antonio Gramsci también contribuyó a la percepción de sus escritos precarcelarios como una suerte de trabajos menores. Los describió como intervenciones polémicas destinadas a morir en el día. En una carta enviada en septiembre de 1931 desde la cárcel de Turi a su cuñada Tatiana Schucht, Antonio Gramsci explicaba por qué había declinado sistemáticamente las propuestas recibidas para publicar sus artículos del periodo precarcelario: «En diez años de periodismo he escrito tantas líneas como para poder llenar 15 o 20 volúmenes de 400 páginas, pero estaban escritas al día y no debían, en mi opinión, ni sobrevivir a la jornada» (‍Gramsci, 2014a: 160[4].

Por añadidura, entre las razones que han convertido los textos precarcelarios de Gramsci en secundarios frente a la producción carcelaria, también debe señalarse la lógica editorial con la que el PCI administró la publicación de la obra gramsciana tras su muerte. Togliatti, secretario del PCI hasta 1964, subordinó la edición y publicación de la obra de Gramsci a la adaptación ideológica del partido al nuevo contexto político de posguerra. Tal y como Togliatti explicó a Dimitrov en 1941, la obra de Gramsci solamente podría ser útil al partido «después de una cuidadosa elaboración»[5]. La difusión de los Quaderni en plena Guerra Fría, con el énfasis en la hegemonía cultural como vía al poder, resultaba menos inconveniente para el PCI, al que Togliatti convirtió en pieza fundamental de la nueva democracia republicana, que el radicalismo del Gramsci de L’Ordine Nuovo[6]. La aspiración inmediata del Gramsci ordinovista, por el contrario, se cifraba en abatir la democracia liberal y sustituirla por la dictadura del proletariado como fase de transición a una «democracia proletaria»[7]. Vale la pena notar, en este punto, que la publicación de los artículos gramscianos de L’Ordine Nuovo no se produce hasta 1954.

Lo cierto es que los artículos ordinovistas de Gramsci, lejos de morir en el día, como decía en la carta dirigida a su cuñada, jugaron un papel fundamental en el proceso de radicalización ideológica que llevaría a la facción comunista del PSI a romper con el partido y fundar el PCI en 1921. En particular, la experiencia de Gramsci al frente de la redacción del semanario socialista L’Ordine Nuovo (1919-‍1920), punto de referencia de este artículo, se considera una actividad de dirección política y cultural de primer orden. Tanto es así que la campaña de Gramsci a favor de los principios de la III Internacional y contra el ala reformista del PSI merecieron el elogio del propio Lenin[8]. De hecho, los artículos de Gramsci se caracterizan por mostrar su fascinación por Lenin, a quien considera «el más grande de los estadistas de la Europa contemporánea; el hombre que desprende prestigio, que inflama y disciplina los pueblos» (‍Gramsci, 1954: 6); el culto de la Revolución de Octubre, como el evento con el que «La historia de la lucha de clases ha entrado en una fase decisiva» (ibid.: 373), y como una acusada intransigencia de clase cuyo radicalismo se ajusta a la convicción en la inminente llegada de la revolución a Occidente (ibid.: 61)[9].

La producción intelectual de Antonio Gramsci al frente de la redacción del L’Ordine Nuovo (1919-‍1920) se ha identificado, principalmente, con la teorización sobre los consejos de fábrica como «el modelo de un nuevo tipo de Estado proletario» (ibid.: 37). Esta atención privilegiada a los consejos de fábrica se justifica porque constituye la primera gran formulación teórica del comunismo italiano, que encarnaba la aspiración gramsciana de traducir al lenguaje histórico italiano la experiencia de los soviet (‍Bedeschi, 2002: 123)[10]. No obstante, la importancia de los artículos de Gramsci en las páginas de L’Ordine Nuovo no se agota en los consejos de fábrica. Los artículos de Gramsci, principalmente sobre el desarrollo de la vida política nacional e internacional de la primera posguerra, no solo reflejan la convicción gramsciana en que el orden liberal occidental estaba destinado a hundirse ante el empuje de la onda expansiva de la Revolución de Octubre, sino que muestran hasta qué punto el leninismo se integra en el pensamiento de Gramsci, determinando sus ideas, diagnósticos y estrategias. En conjunto, hay elementos de juicio suficientes para afirmar que los artículos ordinovistas de Gramsci constituyen una referencia necesaria para entender las ideas que el comunista sardo desarrollará, si bien con otra hoja de ruta revolucionaria, en los Quaderni del carcere[11].

El presente artículo tiene como objetivo analizar la posición teórica que Antonio Gramsci desarrolla en sus artículos de L’Ordine Nuovo (1919-‍1920) sobre la cuestión nacional italiana. Los análisis de Gramsci sobre la cuestión nacional en Italia encuentran su versión más acabada en los Quaderni, con la teorización del partido comunista como el Príncipe Moderno encargado de forjar una nueva voluntad colectiva de carácter nacional-popular (‍Gramsci, 2014b: 1558-‍1561)[12]. No por casualidad, las reflexiones de los Quaderni constituyen la base teórica de la nacionalización del PCI que Palmiro Togliatti dirigirá en la posguerra, obedeciendo las directrices de la URSS de Stalin para los partidos comunistas en Occidente. En particular, el historiador Emilio Gentile ha señalado que esta apropiación del mito de la nación italiana que realiza el PCI de Togliatti en la posguerra puede ser interpretada como «la última metamorfosis laica del mito de la Gran Italia» (‍Gentile, 1997: 332).

Este artículo pretende mostrar que los principales ingredientes gramscianos que inspiran el nuevo discurso nacional del PCI en la posguerra —léase, la vocación universal de la nación italiana, la crítica del Risorgimento como revolución incompleta o la identificación de la unificación nacional con un proceso de reforma moral—, se encuentran presentes en la etapa gramsciana de L’Ordine Nuovo (1919-‍1920). Aún más, frente a alternativas revolucionarias puramente internacionalistas presentes en el ala revolucionaria del PSI —como la de Amadeo Bordiga, también futuro fundador del PCI—, el pensamiento del Gramsci ordinovista se caracterizará por ofrecer un lugar de privilegio a la nación en su estrategia de superación del orden liberal y realización del comunismo.

II. MARXISMO Y CUESTIÓN NACIONAL: LA POSICIÓN DE GRAMSCI EN L’ORDINE NUOVO[Subir]

El 13 de enero de 1921, Antonio Gramsci publicó un artículo en L’Ordine Nuovo titulado «El Congreso de Livorno». El artículo, como el nombre adivina, era el primero de una serie escrita por Gramsci para fijar la posición de la facción comunista del PSI frente a las corrientes maximalista y reformista que iban a enfrentarse en el XVII Congreso del partido, celebrado en Livorno entre los días 15 y 21 de enero[13]. En su desarrollo, el artículo decía lo siguiente:

La clase obrera es clase nacional e internacional. Debe ponerse a la cabeza del pueblo trabajador que lucha por emanciparse del yugo del capitalismo industrial y financiero nacional e internacionalmente. La tarea nacional de la clase obrera está fijada por el proceso de desarrollo del capitalismo italiano y del Estado burgués, que es su expresión oficial. El capitalismo italiano ha conquistado el poder siguiendo esta línea de desarrollo: ha sojuzgado el campo a las ciudades industriales y ha sojuzgado la Italia central y meridional a la septentrional. […] La burguesía ha unificado territorialmente el pueblo italiano; la clase obrera tiene el deber de llevar a término la obra de la burguesía, tiene el deber de unificar económica y espiritualmente el pueblo italiano (‍Gramsci, 1978: 39-‍40).

Este artículo de Gramsci resulta de especial interés para el estudio de su posición sobre la cuestión nacional en Italia en la etapa precarcelaria. El citado pasaje recoge, a la altura de 1921, el núcleo del pensamiento gramsciano que implementará en los Quaderni del carcere sobre el desarrollo histórico de la cuestión nacional italiana, su integración en el marco general de la revolución proletaria mundial y el papel, en definitiva, que Gramsci asigna al partido del proletariado en dicho proceso. En particular, este fragmento permite analizar, al menos, tres ideas clave que en el pensamiento de Gramsci conectan revolución socialista y cuestión nacional. La primera, la coherencia de la producción precarcelaria de Gramsci con la posición general del marxismo sobre los procesos históricos de formación nacional en Occidente. La segunda, la importancia que Gramsci concede al problema meridional como expresión de los límites de la burguesía italiana en el proceso de unificación italiano. La tercera, el análisis de la unificación nacional como proceso de reforma moral de la sociedad.

A la hora de analizar el encaje de la posición del Gramsci ordinovista en el marco de las respuestas que ofrece el marxismo de entreguerras a la cuestión nacional, debe prestarse atención a dos elementos que tocan a la formación política e intelectual de Gramsci. En primer lugar, la biografía de Gramsci explica el origen de la atención especial que el revolucionario sardo dedica durante toda su vida a la cuestión nacional italiana. Como punto de partida, la reflexión sobre las causas de la situación de atraso, pobreza y miseria que caracterizan su Cerdeña natal llevará al joven Gramsci a simpatizar con el nacionalismo sardo. El sardismo de Gramsci, sin embargo, no profundizará en la vía del autonomismo regional. Al contrario, madurará, en contacto con el socialismo revolucionario continental, hasta desembocar en la formulación del problema meridional italiano como parte integral de la cuestión nacional italiana (‍Lussana, 2006).

En segundo lugar, la relación de Antonio Gramsci con el marxismo requiere una doble aclaración. Hasta la Revolución de Octubre no cabe señalar a Karl Marx entre los principales pensadores de referencia del joven Gramsci, a pesar de su adhesión al ala revolucionaria del PSI. Desde finales de 1917, por el contrario, Marx se convertirá en una referencia ineludible en los análisis de Gramsci (‍Rapone, 2011: 281). La relación de Gramsci con el marxismo, sin embargo, no es lineal ni directa, sino mediada. A saber, está condicionada tanto filosófica como políticamente. Filosóficamente, por la influencia del neoidealismo italiano a través de la obra de Giovanni Gentile y Benedetto Croce. Políticamente, por la oposición al ala reformista del PSI, liderada por Filippo Turati y Claudio Treves y caracterizada en el plano de las ideas por su adhesión al positivismo (‍Bergami, 1977: 9-‍14; ‍Paggi, 1970: 29).

Gramsci va a desarrollar una visión particular de la cuestión nacional italiana desde sus primeros artículos en la prensa socialista. Debe señalarse que el interés de Gramsci por la cuestión nacional italiana no puede disociarse del clima de radicalización ideológica que preside Italia en la segunda década del siglo xx. Un clima que encuentra su cima en la cristalización de dos ideologías revolucionarias, el fascismo y el comunismo, animadas por el odio a la burguesía, orientadas hacia la destrucción del Estado liberal y el encumbramiento de la «nación» o la «clase» como nuevos sujetos colectivos (‍Gentile, 2020: 268-‍269). En este sentido, buena parte de las primeras tomas de posición sobre el fenómeno del nacionalismo de Gramsci nacen al calor del debate con la Associazione Nazionalista Italiana (ANI) y los intelectuales de la órbita del partido, como su fundador Enrico Corradini o Alfredo Rocco. La ANI —que en 1923 confluiría en el Partido Nacional Fascista— era expresión de un nacionalismo de corte imperialista, que compaginaba elementos positivistas con voluntaristas y que se presentaba, en lo estratégico, asociado al proteccionismo de la burguesía industrial del norte de Italia. El discurso de la ANI, sin embargo, también apelaba a las clases trabajadoras a través de los conceptos «nación proletaria» y «socialismo nacional», con la promesa de trascender la lucha de clases por medio de la incorporación de Italia a la competición de naciones en clave imperialista (‍Fonzo, 2019: 22-‍23; ‍Gentile, 1997: 108-‍112).

En los debates con la ANI y su entorno cultural —como el periódico L’idea Nazionale— los artículos de Gramsci, textos de combate y polémica partidista, subrayan lugares comunes del internacionalismo proletario. Por ejemplo, la idea en virtud de la cual los «nacionalistas son conservadores, son la muerte espiritual, porque hacen de una organización la organización definitiva» y la nación «no es nada estable ni definitivo, sino solo un momento de la organización económico-política de los hombres» (‍Gramsci, 1975: 200). O la clásica defensa de la condición sin patria de los obreros, que Gramsci realiza al comentar la novela Les déracinés de Maurice Barrès, cuyo pensamiento acusa de importar acríticamente al nuevo nacionalismo italiano:

El proletariado no puede vivir la idea territorial de patria, porque no tiene historia, porque no ha participado nunca de la vida política, porque no tiene tradiciones de vida colectiva fuera del círculo municipal. Se ha convertido en ser político a través del socialismo; en su conciencia el territorio carece de concreción espiritual; la necesidad nacional no hace resonar ningún recuerdo de pasión específica, de dolores, de mártires concretos. Su pasión, sus dolores, sus mártires vienen de otra idea, de la liberación del hombre de toda esclavitud, de la conquista de toda posibilidad para el hombre como tal, que no tiene territorio, que no conoce límite más allá de las inhibiciones de su conciencia. Para el socialismo el hombre ha vuelto a sus caracteres genéricos: es por eso que hablamos tanto de humanidad y queremos la Internacional (‍Gramsci, 2019: 728-‍729).

No obstante, la posición más interesante de Gramsci sobre la cuestión nacional, la que ofrece un perfil diferenciado, no tiene que ver con la repetición de las tesis más populares del internacionalismo obrero. A diferencia del socialismo revolucionario puramente internacionalista de Amadeo Bordiga (‍Bongiovanni, 2005), la posición de Gramsci se caracteriza por buscar el engranaje del principio de realización nacional con la revolución del proletariado. Una preocupación que se hace presente desde el mismo primer artículo que Gramsci publica en la prensa socialista. En el artículo «Neutralidad activa y operante», publicado el 31 de octubre de 1914, en el periódico Il Grido del Popolo, Gramsci afirmaba:

Y nosotros, los socialistas italianos, nos planteamos este problema: «¿Cuál debe ser la función del Partido Socialista italiano (véase, y no del proletariado o el socialismo en general) en el momento presente de la vida italiana? Porque el Partido Socialista al que entregamos nuestra actividad es también italiano, es decir, aquella sección de la Internacional socialista que se ha arrogado la tarea de conquistar la nación italiana para la Internacional. Esta tarea inmediata, siempre actual, le confiere caracteres especiales, nacionales, que le obligan a tomar en la vida italiana una función específica, una responsabilidad propia (‍Gramsci, 1975: 3)[14].

A pesar de que el marxismo de Gramsci solo se define y perfila a partir de la Revolución de Octubre, hay una línea de continuidad argumental entre los artículos «Neutralidad activa y operante» (1914) y «El Congreso de Livorno» (1921). Esta línea destaca por su coherencia con la evolución del marxismo ante la cuestión nacional en Occidente. La idea de «conquistar la nación italiana para la Internacional» por parte del socialismo sintoniza con la idea del Manifiesto Comunista en virtud de la cual el proletariado «ha de constituirse a sí mismo en nación»[15], mientras que la convicción de que «la clase obrera tiene el deber de llevar a término la obra de la burguesía», del artículo gramsciano de 1921, introduce una variante leninista sobre la materia. A la luz de una clase burguesa incapaz de completar la unificación nacional, la función nacionalizadora debe ser asumida por el proletariado, a través del partido, en su condición de «clase nacional e internacional».

Se ha objetado que la llamada cuestión nacional es el talón de Aquiles de la teoría marxista. Sobre todo, porque Marx y Engels no ofrecieron un tratamiento autónomo ni sistemático sobre la relación entre marxismo y nacionalismo. O sobre el punto de engarce de la revolución proletaria y los procesos históricos de construcción nacional (‍Stuart, 2006: 2; ‍Haupt y Löwy, 1980: 11). Sin embargo, a falta de una teoría concreta sobre la cuestión nacional, la obra de Marx y Engels, en tanto que testigos de excepción de la política del siglo xix, ofrece una colección de posicionamientos sobre fenómenos asociados a la cuestión nacional que permite definir un marco interpretativo estable. Como punto de partida, para los autores del Manifiesto Comunista el nacionalismo, como ideología, debía ser juzgado negativamente en tanto que «falsa conciencia», mientras que el Estado nación debía ser considerado una forma política destinada a desaparecer en el futuro por la lógica de desarrollo del capitalismo. Sin embargo, la creación de grandes Estados nacionales como espacios políticos que ensanchan la civilización era juzgada positivamente desde un razonamiento histórico, dialéctico y subordinado al primado de la lucha de clases. A saber, los Estados nacionales grandes eran considerados instrumentos al servicio del progreso porque asumían una función modernizadora: acababan con los vestigios del Antiguo Régimen, sentando las bases para el desarrollo del capitalismo y, por ende, del proletariado. De aquí las simpatías de Marx y Engels, por ejemplo, por los movimientos de unificación nacional alemán e italiano y su desconfianza, por el contrario, ante los nacionalismos orientados a la realización de pequeñas unidades estatales a través de procesos de secesión (‍Avineri, 1991).

Los artículos ordinovistas de Antonio Gramsci reflejan a la perfección la convicción marxista en el progreso histórico como proceso de armonización de la humanidad a costa de las diferencias histórico-políticas, consideradas contingentes: «El cisma del género humano no puede durar mucho. La humanidad tiende a la unificación interior y exterior, tiende a organizarse en un sistema de convivencia pacífica que permita la reconstrucción del mundo» (‍Gramsci, 1954: 9). También recogen la tesis marxista en virtud de la cual «la historia demanda grandes unidades sociales, orgánicas, cohesionadas, capaces de encarnar un único y gran espíritu animador» (ibid.: 284). Reivindican que «El Estado ha sido siempre el protagonista de la historia» (ibid.: 14). Finalmente, sus análisis asumen un movimiento histórico longue durée por el cual el Estado deviene en Estado nación capitalista por la acción de la burguesía, para después convertirse en «Estado socialista nacional, dispuesto y organizado para poder engranar con los demás Estados socialistas» (ibid.: 378-379).

A partir de la sintonía general de Gramsci con la lógica que organiza la relación del marxismo y la cuestión nacional, cabe señalar que la principal fuente de inspiración del comunista sardo en la materia es Lenin. Como es conocido, en su obra El derecho de las naciones a la autodeterminación, publicada en 1914, Lenin establecía, en congruencia con Marx y Engels, que los Estados nacionales «son los que mejor cumplen las exigencias del capitalismo contemporáneo». Por ello, concluía, «para toda Europa Occidental, es más, para todo el mundo civilizado, el Estado nacional es por ello lo típico, lo normal en el periodo capitalista» (‍Lenin, 1984: 275). Para cerrar cronológicamente su argumento, Lenin establece que la época de las revoluciones democráticas burguesas —es decir, la época de los movimientos nacionales y creación de los Estados nacionales— abarca desde 1789 a 1871 (ibid.: 285).

La fecha de cierre que ofrece Lenin para periodizar la época de creación de Estados nacionales en Occidente reviste especial interés en relación con Gramsci. Señala la fecha en la que se culminaron los procesos de unificación de Alemania e Italia. A partir de este juicio, por tanto, puede darse por sentado que para Lenin la cuestión nacional está resuelta en los países de Occidente, entre los que también comprende Italia (íd.). Se trata de una afirmación que Antonio Gramsci asume como punto de partida, dado que en sus escritos ordinovistas Italia comparece como un Estado nacional en el cuadro político de Occidente. La originalidad gramsciana, sin embargo, reside en el hecho de que hace compatible la idea de que en Italia la cuestión nacional está resuelta —es decir: no existen proyectos nacionales alternativos capaces de poner la integridad territorial del Estado en cuestión— con la idea de que el proyecto nacionalizador que tiene su origen en el Risorgimento es incompleto y debe ser llevado a término. En este punto, precisamente, Gramsci introduce su aplicación del leninismo a la cuestión nacional italiana: ante la pérdida de impulso nacionalizador de la clase burguesa, el proletariado, a través del partido, debe asumir la función de clase nacional y completar el proceso de nacionalización del país.

De este modo, en el pensamiento político de Antonio Gramsci la realización de la unidad nacional, la creación de una conciencia colectiva de carácter nacional se convierte en la precondición para la realización del socialismo. Sobre todo, en ausencia de un capitalismo desarrollado que pueda poner las bases de la revolución burguesa, llamada históricamente a construir el Estado nacional. En este sentido, en la teoría gramsciana la política de construcción nacional en manos del proletariado asume la función de política de transformación social (‍Forman, 1998: 158-‍159).

Merece la pena, en este punto, ilustrar el razonamiento gramsciano que subraya el valor positivo que la unidad nacional adquiere para la estrategia del proletariado con un fragmento de un artículo titulado, precisamente, «La unidad nacional», y publicado en octubre de 1919 en L’ordine Nuovo:

Hoy la clase «nacional» es el proletariado, es la multitud de obreros y campesinos, de los trabajadores italianos, los que no pueden permitirse la disgregación de la nación, porque la unidad del Estado es la forma del organismo de producción y cambio construido por el trabajo italiano, es el patrimonio de riqueza social que los obreros quieren llevar a la Internacional comunista. Solo el Estado proletario, la dictadura proletaria, puede detener el proceso de disolución de la unidad nacional, porque es el único poder real que puede forzar a la facciosa burguesía a no perturbar el orden público, imponiéndoles trabajar, si quieren comer (‍Gramsci, 1954: 278).

En las páginas de L’ordine Nuovo Gramsci también desarrolla un interés especial por la conexión entre la política nacional e internacional del mundo que sigue al final de la Primera Guerra Mundial. Como ha señalado el historiador Silvio Pons, los artículos gramscianos de L’Ordine Nuovo sobre política internacional están dominados por la idea de que el viejo orden liberal, que quiebra con la Primera Guerra Mundial, será sustituido por un nuevo orden que nacerá de la dialéctica entre el internacionalismo wilsoniano y el internacionalismo leninista. Wilson y Lenin, por tanto, se convierten para el Gramsci ordinovista en los símbolos del mundo capitalista y el mundo comunista en competición a partir de 1918 (‍Pons, 2021: 5-‍11).

La lectura que Antonio Gramsci realiza de la política internacional de la primera posguerra tiene especial interés para la cuestión nacional, siempre en relación con la realización de la lucha de clases a escala mundial. En primer lugar, Gramsci sitúa en la dialéctica Wilson-Lenin el nacimiento de dos proyectos rivales de unificación del mundo: uno capitalista de carácter autoritario, basado en la concentración de la propiedad privada y dominado por el mundo anglosajón, frente a otro proceso de unificación comunista, animado desde Rusia, de carácter no autoritario sino espontáneo, «por adhesión orgánica de las naciones» (‍Gramsci, 1954: 228). En segundo lugar, el dominio político angloamericano del escenario postbélico es interpretado por Gramsci como sinónimo de dominio del capitalismo angloamericano. Para el comunista sardo este dominio supone, en la práctica, «la muerte del Estado, en cuanto soberano e independiente». Sobre todo, porque «el capitalismo nacional se ha visto reducido a la condición de vasallo» (ibid.: 227). Se trata de una tesis central que atraviesa y vertebra los análisis de política internacional gramscianos. En los que Italia, tras el Tratado de Versalles, se considera un Estado que ha perdido autonomía nacional y económica para convertirse en «un mercado de explotación colonial, una esfera de influencia, un dominion, una tierra de capitulación, todo menos un Estado independiente y soberano» (ibid.: 262).

En este contexto, la interacción de la cuestión nacional y la política internacional del proletariado adquiere un rol estratégico para Gramsci, quien impone a la clase obrera el objetivo de realizar la independencia nacional contra el dominio del capitalismo angloamericano como un capítulo necesario de la lucha de clases a nivel internacional. Gramsci afirma que «cuanto más bajo ha precipitado la clase dirigente a la nación italiana, tanto más duro será el sacrificio que deberá hacer el proletariado para recrear para la nación una personalidad histórica independiente» (ibid.: 263). Precisamente, la situación postbélica permite a Gramsci, siempre atento a la necesidad de traducir el principio de la lucha de clases al lenguaje histórico italiano, movilizar recursos de la cultura política del Risorgimento y hacer congruentes a Marx, Lenin y Mazzini. En particular, para animar al proletariado a asumir el papel de fuerza de liberación nacional ante una clase dirigente tradicional incapaz de defender la libertad nacional italiana, ni entender «su alcance espiritual e histórico»:

Con la huelga del 20-‍21 la nación italiana, como proletariado, entra en el juego de la política mundial, con fines y preocupaciones mundiales. Se hace iniciadora de una acción cuyos efectos pesarán en la fortuna de todos los pueblos del mundo, de todos los pueblos oprimidos que esperan aquella liberación que la guerra «democrática» no les podía dar. Egipcios, indios, chinos, irlandeses, como complejo nacional, todos los pueblos del mundo, como proletariado, ven en el duelo Lenin-Churchill la lucha entra la fuerza que los sujeta y la fuerza que puede crear las condiciones de su autonomía. La nación italiana, como proletariado, ha por tanto retomado la tradición mazziniana dándole sustancia histórica y una forma concreta en la lucha de clases (ibid.: 264).

En definitiva, como ha señalado Leonardo Paggi, el contexto de la primera posguerra, que introduce una variación en la estructura de los equilibrios de poder internacional, permite a Gramsci articular positivamente la lucha de clases y la defensa del interés nacional desde el punto de vista del antiimperialismo. A saber, para el Gramsci de L’Ordine Nuovo la lucha contra el capitalismo mundial refuerza la función de la clase obrera como verdadera depositaria del interés nacional. De modo que proteger y profundizar en la personalidad histórica independiente de la nación adquiere un carácter democratizador y revolucionario para el proletariado en el marco de la lucha contra el capitalismo mundial (‍Paggi, 1970: 279).

III. CUESTIÓN NACIONAL Y CUESTIÓN MERIDIONAL: LA CRÍTICA DEL RISORGIMENTO EN L’ORDINE NUOVO[Subir]

Entre septiembre y noviembre de 1926 Antonio Gramsci trabajó en el borrador de un ensayo sobre la cuestión meridional italiana que dejó inacabado. El ensayo fue publicado por primera vez en 1930 en la revista Lo Stato Operaio, a cargo de Palmiro Togliatti y mientras Gramsci cumplía su tercer año de condena en la cárcel. Desde entonces, «Algunos temas de la cuestión meridional», como se llamó el trabajo, ha pasado a ser el punto de referencia para entender el origen de la estrategia de alianza de clases que Gramsci propone a los comunistas italianos tras la consolidación del fascismo en el poder. En opinión de Gramsci, si el proletariado italiano quería constituirse en una nueva «clase nacional» en sustitución de la burguesía, debía obtener el consenso de las masas campesinas e incorporarlas a un nuevo sujeto colectivo.

El ensayo de Gramsci anticipa elementos importantes que encontrarán su desarrollo en los Quaderni. Por ejemplo, la identificación de la ideología como una dimensión de la política donde también se realiza la integración social. Y que otorga, como consecuencia, una función central a los intelectuales como instrumentos de legitimación o deslegitimación del statu quo (‍Forman, 1998: 151-‍152). Gramsci señala, en concreto, que «el campesino meridional está atado al gran terrateniente por la mediación del intelectual» (‍Gramsci, 1930: 21). Por tanto, siguiendo a Lenin una vez más, afirma que el éxito del proletariado a la hora de obtener el consenso de las masas campesinas dependerá «de su capacidad para disgregar el bloque intelectual que es la armadura flexible, pero muy resistente, del bloque agrario» (ibid.: 26)[16].

Si «Algunos temas de la cuestión meridional» resulta relevante para el análisis de la cuestión nacional en Gramsci, lo es porque su tesis encuentra asiento en el diagnóstico que el comunista sardo realiza sobre los límites y debilidades del proceso histórico de unificación italiano. En particular, el tratamiento de la cuestión meridional y el problema de las alianzas de clase que realiza Gramsci entronca con una línea de crítica del Risorgimento que el fundador del PCI desarrolla desde sus textos juveniles, hasta que encuentra su forma casi definitiva en los artículos del L’Ordine Nuovo. En las reflexiones posteriores, Gramsci refinará sus instrumentos de análisis sobre la cuestión meridional, sobre todo en los Quaderni. Sin embargo, nunca abandonará como horizonte interpretativo del problema meridional los resultados a lo que llega su análisis del periodo ordinovista 1919-‍1920.

No en vano, «Algunos temas de la cuestión meridional» comienza citando y tomando como punto de apoyo un extenso pasaje de un artículo publicado en 1919 en L’Ordine Nuovo, explicativo de la posición de los «comunistas turineses» sobre la situación del Mezzogiorno. Su tesis central se resume en las primeras líneas de la cita: «La burguesía septentrional ha subyugado a la Italia meridional y las islas, y las ha reducido a colonias explotadas; el proletariado septentrional, al emanciparse de la esclavitud capitalista, emancipará a las masas campesinas meridionales, sometidas a la banca y al industrialismo parasitario del Norte» (‍Gramsci, 1930). Como puede observarse, se trata de la misma idea fuerza recogida en el citado artículo «El Congreso de Livorno», de 1921, escrito para el XVII Congreso del PSI: «El capitalismo italiano ha conquistado el poder siguiendo esta línea de desarrollo: ha sojuzgado el campo a las ciudades industriales y ha sojuzgado la Italia central y meridional a la septentrional».

En los Quaderni la crítica que Antonio Gramsci realiza al Risorgimento se asocia con el concepto de «revolución pasiva». Este concepto sirve al fundador del PCI para identificar un proceso de ruptura con el Antiguo Régimen que, sin embargo, carece de carácter radical porque no incorpora a las masas populares al cambio político. Aún sin el concurso de la categoría «revolución pasiva», los artículos de L’Ordine Nuovo recogen el mismo diagnóstico gramsciano. El Risorgimento es interpretado como un proyecto de cambio político que se concreta no en un proceso de ruptura radical con el pasado, sino con el compromiso entre las clases dominantes peninsulares, bajo la dirección particular de la burguesía del norte, que tiene como resultado la exclusión de las masas populares de la dirección del nuevo Estado (‍Aguilera de Prat, 1984: 35).

Por tanto, en lo que interesa a la cuestión nacional, el principal argumento que Antonio Gramsci desarrolla en L’Ordine Nuovo contra el Risorgimento es el carácter limitado del proceso de unificación italiano que se completa en la década 1861-‍1871, con la incorporación final de los Estados Pontificios al nuevo Estado italiano. A saber, en opinión de Gramsci, el Risorgimento italiano puede considerarse un proceso exitoso de unificación territorial que deja, empero, sin completar la revolución burguesa en su dimensión económica e ideológica. Del carácter incompleto del Risorgimento como revolución se deriva, según Gramsci, de una parte la explotación económica del norte industrial sobre el campo meridional, citada anteriormente. Pero también, de otra, la insistencia en que el nuevo Estado italiano, a pesar de la fachada liberal de las instituciones y la fraseología liberal de las clases dirigentes, no pasa de la condición de «dictadura feroz que ha sometido a hierro y a fuego la Italia meridional y las islas» (‍Gramsci, 1954: 86-‍87).

En un artículo titulado «La tradición monárquica», publicado en marzo de 1920 en L’Ordine Nuovo, Gramsci analiza el resultado político de la unificación italiana como la decantación de un proceso político que se ha caracterizado por orillar de la vida nacional el elemento popular, al que identifica con las figuras de Mazzini y Garibaldi. Vale la pena reproducirlo en su integridad por la información que ofrece sobre el modo de razonar gramsciano sobre la materia:

¿Pero qué unidad? El carácter de esta no tardaría en hacerse notar; está ya presente en la bandera unificadora, comercial e industrial misma. La clase que ha enarbolado está bandera naturalmente no sostendrá el Estado si el Estado no la sostiene, y esta clase es, ella misma, una minoría frente a la gran masa del pueblo. El pueblo ha permanecido como espectador casi inerte, ha aplaudido a Garibaldi, no ha entendido a Cavour, espera del rey la solución de su problema, del problema que siente directamente, el de la miseria, el de la opresión económica y feudal. Pero el nuevo reino ha nacido con un vicio de origen que lo hace incapaz, no ya de resolver, sino de sentir el problema del pueblo, el nuevo reino ha nacido del encuentro de un interés dinástico con un interés de la clase comerciante, luego el nuevo reino no podrá hacer menos que utilizar la fuerza de la Corona para sostener, contra la mayoría de la nación, los intereses de esta clase. La unidad, afirmada como resultado, es negada en las premisas y será continuamente contradicha en la práctica (ibid.: 329).

El problema nacional italiano según Gramsci no tiene que ver con la creación de un Estado unificado, territorialmente definido. La preocupación de Gramsci tiene que ver con la necesidad de profundizar y revitalizar el proyecto nacional que nace del Risorgimento a través de la incorporación de las mases populares —el pueblo que «ha permanecido como espectador inerte»— a la dirección del Estado. De este razonamiento se deriva, directamente, la importancia que Gramsci otorga a la política de alianzas de la clase obrera. A saber: la lógica de exclusión que ha guiado la construcción del nuevo Estado que nace del Risorgimento determina históricamente, para Gramsci, la naturaleza del nuevo sujeto nacional llamado a completar la revolución y solucionar de manera definitiva el problema de la unidad italiana:

El obrero y el campesino deben colaborar en modo concreto encuadrando sus fuerzas en un solo organismo. El levantamiento les ha encontrado unidos, quizás por casualidad, la revolución debe encontrarlos conscientemente unidos y de acuerdo. El control de la fábrica y la conquista de la tierra deben ser un problema único. Septentrión y Mediodía deben cumplir juntos el mismo trabajo, preparar de consuno la transformación de la nación en una comunidad productiva. Debe aparecer cada vez más claro que únicamente los trabajadores están hoy en grado de resolver, y de manera «unitaria», el problema del Mediodía; es decir, el problema de la unidad que tres generaciones burguesas han dejado sin resolver será resuelto por los obreros y los campesinos colaboradores en una forma política común, en la forma política en la cual conseguirán organizar y hacer victoriosa su dictadura (‍Gramsci, 1954: 67)

Como es conocido, en los Quaderni del carcere Gramsci desarrollará la diferenciación entre «guerra de posición» y «guerra de movimiento» como dos estrategias diferenciadas para los países occidentales y orientales, aquellos países modernos y tradicionales. En la cárcel, por tanto, Gramsci parte de la convicción, elevada a la categoría de axioma, de que la Revolución rusa de 1917 fue el último caso de éxito de una «revolución democrática» que deviene en «revolución proletaria» a través de un golpe de Estado (‍Vacca, 2012: 130). Sin embargo, el joven Gramsci de L’Ordine Nuovo cree en la igualdad de condiciones entre Rusia e Italia: «Las condiciones históricas de Italia no eran y no son muy diferentes de aquellas rusas. El problema de la unificación de clase de los obreros y los campesinos se presenta en los mismos términos» (‍Gramsci, 1954: 25). Esto hace que la estrategia de la alianza de clases que propone Gramsci tenga una doble fuente de legitimación: el análisis histórico del Risorgimento y la interpretación de la experiencia de la Revolución rusa: «La paradoja histórica verificada en Rusia de la clase obrera que salva la nación de la dominación extranjera, se delinea también para Italia como una realidad» (ibid.: 168).

El paralelismo histórico que establece Gramsci entre Rusia e Italia para justificar el modelo bolchevique como ejemplo para el proletariado italiano debe leerse en paralelo a la línea de argumentación contra la Revolución de Octubre que desarrolla el ala reformista del PSI, con Turati y Treves a la cabeza, en su revista Critica sociale. Precisamente, la defensa de la legalidad, como marco de acción, y de las elecciones, como instrumento al servicio de la integración del proletariado en la vida política nacional, llevarán a Turati y Treves, en polémica abierta con el Gramsci ordinovista, a rechazar de plano cualquier analogía política entre Italia y Rusia. Y a trazar, por añadidura, una separación radical entre el mundo occidental y el oriental, como realidades políticas diferenciadas donde operan las elecciones o la insurrección como vías al poder (‍McNally, 2017: 321-‍323).

Conviene no confundir, en todo caso, la actitud crítica de Antonio Gramsci frente al Risorgimento con una posición de principio antirisorgimental, propia, en este caso, de algunos grupos de inspiración católica y monárquica, vinculados al legitimismo borbónico, que encarnarán la oposición al Estado unitario italiano desde su creación. El proceso al que Gramsci somete el Risorgimento, como se ha tratado de mostrar, no pone en el punto de mira el valor de la unidad nacional italiana. Al contrario, en su visión de la historia como desarrollo de la lucha de clases, la realización del Risorgimento, en tanto que encarnación italiana de la revolución burguesa, es la premisa para la realización histórica del comunismo. De aquí que el núcleo de la crítica gramsciana esté orientado a subrayar la debilidad histórica de la burguesía italiana, a la que acusa de ser incapaz de cumplir con una verdadera función nacional.

Finalmente, cabe señalar que la crítica de Gramsci al proceso de unificación italiano se inscribe en la tradición de la interpretación del Risorgimento como revolución «traicionada» o «incompleta». Si bien la principal clave de lectura del Gramsci ordinovista sigue siendo el marxismo-leninismo, resulta interesante observar que el fundador del PCI, en cuanto intérprete de la historia italiana, enraíza su comunismo en la «guerra civil ideológica» que está en el origen de la cultura política del Risorgimento, que enfrenta al modelo liberal-monárquico contra el democrático-republicano y que encuentra su antítesis más representativa en las figuras de Cavour y Mazzini. El primero, como modelo de reformismo y gradualismo político. El segundo, como arquetipo de revolucionario milenarista, abanderado de una concepción sacralizada de la política (‍Salvadori, 2013: 55-‍56).

Mazzini, de cuya decepción ante el resultado de la unificación italiana se deriva la idea del Risorgimento como revolución «traicionada» o «incompleta», calificó el Estado liberal que nace del Risorgimento como «cuerpo inerte» al que faltan «el hálito fecundador de Dios y el alma de la Nación». Esta tradición se convertirá, andando el tiempo, en toda una idea-mito movilizadora que asociará la rectificación histórica de la revolución «traicionada» o «incompleta» con la conquista de la modernidad y la libertad para Italia. Se trata, ciertamente, de una idea-mito caracterizada por una acusada flexibilidad ideológica y una gran capacidad de adaptación programática. De ella participarán no solo el comunismo de Gramsci, sino el fascismo de Mussolini y la mayoría de las culturas políticas radicales de oposición al Estado liberal nacido del Risorgimento (‍Buchignani, 2017; ‍Pertici, 2011).

IV. CUESTIÓN NACIONAL Y REFORMA MORAL EN EL GRAMSCI ORDINOVISTA[Subir]

Como se puede leer en el fragmento del artículo «El Congreso de Livorno» anteriormente extractado, Antonio Gramsci afirma en L’Ordine Nuovo que el proletariado, consagrado como nueva clase nacional e internacional, «tiene el deber de llevar a término la obra de la burguesía, tiene el deber de unificar económica y espiritualmente el pueblo italiano» (‍Gramsci, 1978: 39-‍40). La clave de lectura que permite entender la llamada del Gramsci ordinovista a unificar «espiritualmente el pueblo italiano» es la identificación que el fundador del PCI establece entre proceso de unificación nacional y proceso de reforma o regeneración moral. Una identificación que tiene su origen en la definición de nación como «instrumento de vida moral» que el joven Gramsci defiende en sus debates con el nacionalismo italiano de la ANI (‍Gramsci, 1975: 202).

Esta concepción de la nación como «instrumento de vida moral» debe leerse a la luz del vínculo entre revolución, incorporación de las masas a la política y función educadora del partido, que cumple un papel estratégico esencial en el pensamiento del joven Gramsci. En las páginas de L’Ordine Nuovo el revolucionario sardo afirma, desde la lógica del marxismo y la fascinación por el modelo de la Revolución rusa, que «la historia demanda unidades sociales grandes, orgánicas, cohesionadas, capaces de expresar un gran espíritu animador (‍Gramsci, 1954: 284). Se trata de un análisis que Gramsci lanza sobre la realidad italiana para volver a someter a examen el resultado del Risorgimento. Para el revolucionario sardo, la no incorporación de las masas populares a la nación que nace del Risorgimento no solo ha tenido consecuencias en la esfera de la dirección del Estado. También ha sido una decisión instrumental para mantener una buena parte de la población italiana —sobre todo el campesinado meridional— al margen de la experiencia histórica del Estado nación contemporáneo; por ende, fuera de las dinámicas cohesionadoras y civilizadoras de la modernidad. El resultado, para Gramsci, como señala en el artículo «Obreros y campesinos», es que el campesinado italiano, condenado a sobrevivir en un hábitat semifeudal, se ha caracterizado por su incapacidad para pensarse a sí mismo como sujeto colectivo y actuar, en consecuencia, en defensa de su propio intereses:

El campesino ha vivido siempre fuera del dominio de la ley, sin personalidad jurídica, sin individualidad moral: ha permanecido como un elemento anárquico, átomo independiente de un tumulto caótico, frenado solo por el miedo al carabinero y al diablo. No comprendía la organización, no comprendía el Estado, no comprendía la disciplina; paciente y tenaz en el esfuerzo individual de arrancar a la naturaleza escasos y magros frutos, capaz de sacrificios inauditos en el ámbito de la vida familiar, era, empero, impaciente y violento, de manera salvaje, en la lucha de clases, incapaz de ponerte un fin general de acción y de perseguirlo con perseverancia y lucha sistemática (‍Gramsci, 1954: 23).

Para contextualizar el razonamiento del Gramsci ordinovista sobre el nivel de vida moral al que el liberalismo italiano ha degradado a las clases populares, no puede perderse de vista que, a lo largo de sus escritos juveniles, el fundador del PCI fue desarrollando un interés cada vez mayor por Inglaterra como modelo acabado de sociedad capitalista con el que comparar el resto de las experiencias históricas. A empezar por la italiana. Lo interesante, como ha señalado Leonardo Rapone, es que el interés de Gramsci por el capitalismo inglés se centra en su dimensión moral. Gramsci hace descansar su pensamiento en la convicción de que el liberalismo político y económico tienen la función histórica de desencadenar las energías vivas y espontáneas de una sociedad. Para Gramsci, por tanto, el éxito del capitalismo inglés no solo se verifica en su dimensión material o su potencia imperial, sino en la capacidad de encarnar una condición espiritual y moral superior que se expresa en un individualismo que da forma de una iniciativa libre, autónoma, creadora y productiva. Sobre la cual, en definitiva, el proletariado debe apoyarse para edificar su nueva sociedad (‍Rapone, 2011: 155).

Esta valoración positiva del modelo del liberalismo inglés sirve a Gramsci para mostrar, sensu contrario, la responsabilidad de la burguesía italiana en la difícil relación de Italia con la modernidad. No ya solo, como se ha visto, en términos políticos y económicos, sino de pura civilidad, señalando, una vez más, a la burguesía italiana como una clase que ha perdido su carácter de instrumento del progreso social y moral de la nación, para convertirse en un factor de disolución o disgregación de la nación como colectivo. Como escribirá Gramsci en 1920 en L’Ordine Nuovo:

De las fuerzas reales que chocan hoy —clase obrera, industrial, casta militar— una solo es nacional, la clase obrera. Los industriales, que hacen emigrar al extranjero los capitales, que buscan exonerarse del pago de los impuestos necesarios para la vida del Estado, son un disolvente de la nación: como en Rusia y en Hungría piensan en abrir los confines a un militarismo extranjero que les asegure su propiedad y la esclavitud de la clase trabajadora. La casta militar es una excrecencia de la vida nacional, que solo se preocupa de gozar de sinecuras y se ha transformado en un estado mayor policiesco: ve al enemigo en la clase obrera nacional y no en quien puede eliminar a la nación su independencia (‍Gramsci, 1954: 168-‍169).

En este sentido, en las páginas de L’Ordine Nuovo Gramsci busca fijar un contraste radical entre la incapacidad del liberalismo italiano para culminar la unificación italiana, rematándola con un vínculo moral entre la clase dirigente y el pueblo, con el potencial del comunismo como instrumento de regeneración moral de la sociedad que debe, por la especificidad de la historia italiana, dar cima a la tarea del Risorgimento asumiendo el papel nacionalizador de la burguesía. En este punto, el comunismo, que encuentra su primera realización histórica en la Revolución de Octubre, es identificado por el Gramsci ordinovista como el advenimiento de una nueva civilización que incorporará a las masas populares a la historia dotándoles de una nueva personalidad colectiva. Para los obreros y campesinos, «la espina dorsal de la revolución», el comunismo «es su civilización, es el sistema de condiciones históricas en las que adquirirán una personalidad, una cultura, por la que se convertirán en espíritu creador de progreso y belleza» (ibid.: 25). Gramsci señala que «la revolución rusa es la revolución completada por hombres organizados en el Partido comunista, que en el partido se han formado una nueva personalidad, han adquirido nuevos sentimientos, han realizado una vida moral que tiende a devenir conciencia universal y fin para todos los hombres» (ibid.: 158)[17].

Aún más, en el periodo ordinovista Antonio Gramsci refuerza su concepción del comunismo como instrumento de reforma moral de la sociedad recurriendo a la comparación entre los comunistas y los primeros cristianos, entre la participación en el Partido y la participación en una comunidad religiosa. En un largo artículo titulado «El Partido Comunista», publicado en dos partes entre septiembre y octubre de 1920, Gramsci afirma que «El Partido comunista es, en el actual periodo, la única institución que puede compararse a las comunidades religiosas del cristianismo primitivo»:

El esclavo o el artesano del mundo antiguo «se conocía a sí mismo», actuaba su liberación entrando a formar parte de una comunidad cristiana, donde concretamente sentía ser un igual, ser un hermano, hijo de un mismo padre; así el obrero, entrando a formar parte del Partido Comunista, donde colabora a «descubrir» y a «inventar» modos de vida originales, donde colabora «voluntariamente» en la actividad del mundo, donde piensa, prevé, tiene una responsabilidad, donde es organizador además de organizado, donde siente formar parte de una vanguardia que va adelante arrastrando consigo toda la masa popular (ibid.: 157-158).

La idea de nación como «instrumento de vida moral» del joven Gramsci se va a convertir, por lo tanto, en un elemento central en la manera gramsciana de evaluar la cuestión nacional italiana. No solo va a determinar, como hemos visto, el sentido en el que Gramsci cuestiona la efectividad del proyecto nacionalizador de la burguesía italiana en los artículos de L’Ordine Nuovo. En el periodo carcelario, Gramsci seguirá considerando la unidad moral de la nación como uno de los criterios que determinan el éxito de un proceso de construcción nacional. En los Quaderni Gramsci aborda el concepto de «nacional-popular», asociado a los debates sobre la lengua y la literatura italiana, y a apunta de nuevo a la necesidad de realizar «la unidad intelectual y moral de la nación y del Estado», cuyo origen problemático se remonta a la fundación del Estado italiano (ibid.: 2118).

La idea de nación como «instrumento de vida moral» con el que Gramsci opera en L’Ordine Nuovo permite analizar la doble funcionalidad que el revolucionario sardo otorga a la realización del principio de unidad nacional en manos de la clase obrera. Primero, como se ha señalado en la primera sección, en ausencia de un capitalismo desarrollado, el proceso de construcción nacional liderado por el proletariado adquiere el carácter de impulso de transformación económica y social. Segundo, cuando el proceso de realización de la unidad nacional recae en el proletariado, también tiene, a través de la dirección del partido, la misión histórica de someter a la sociedad a un proceso de regeneración moral que recree, introduciendo nuevos valores y vínculos sociales, la sociedad comunista del futuro. De este modo, los artículos ordinovistas de Gramsci anticipan la posibilidad que ofrecen los Quaderni de interpretar la nación como el resultado de la competición histórica entre proyectos hegemónicos y contrahegemónicos. En última instancia, la revolución comunista según Gramsci también pasa por la construcción de una nueva civilización dentro de la antigua. Punto en el cual la cuestión nacional adquiere un valor primordial como vehículo de la sociedad del futuro (‍Forman, 1998: 159).

Como se ha señalado en el apartado anterior, la crítica del Risorgimento como una revolución «traicionada» o «incompleta» de la que participa Gramsci forma parte de la cultura política de los grupos de oposición radical al Estado liberal, que en las primeras décadas del siglo xx se confunde con la oposición a la figura del político Giovanni Giolitti. Del mismo modo, a pesar de que la principal clave de lectura del Gramsci ordinovista sigue siendo el marxismo-leninismo, la forma en la que Gramsci aborda la cuestión nacional no puede disociarse del clima cultural de matriz antipositivista que florece en Italia a comienzos del siglo xx. Gramsci no solo encontraría en la reacción contra el positivismo el utillaje teórico para enfrentarse al ala reformista del PSI. También encontró en el neoidealismo, en las vanguardias culturales representadas por el futurismo y la revista florentina La Voce, proyectos que aspiraban, desde una posición crítica frente al Estado liberal y su clase dirigente, a realizar una revolución de naturaleza política, moral y cultural, como instrumento de regeneración nacional (‍Gentile, 1997: 91-‍92)[18].

En particular, el pensamiento del joven Gramsci lleva la huella de la filosofía neoidealista de Giovanni Gentile[19]. Como ha señalado Leonardo Paggi, «la filosofía de Gentile se introduce en el pensamiento juvenil de Gramsci como una reafirmación radical de la libertad de la voluntad humana, como un punto de apoyo de la polémica anti determinista» (‍Paggi, 1970: 20-‍21). A favor de esta tesis, que no es pacífica, suele citarse el célebre artículo de Gramsci «La revolución contra El Capital», publicado en la edición milanesa del Avanti! en noviembre de 1917, en el que Gramsci celebra el éxito de la Revolución de Octubre como una victoria de la voluntad revolucionaria frente a la rigidez de los «cánones del materialismo histórico». Para ilustrarlo se refería como sigue a la relación de los bolcheviques con el marxismo:

Sin embargo, en estos acontecimientos también hay una fatalidad, si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan del pensamiento inmanente, vivificador. No son «marxistas», eso es todo; no han elaborado con las obras del Maestro una doctrina exterior, de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que no muere nunca, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas. Y este pensamiento no pone como máximo factor de la historia los hechos económicos, en bruto, sino el hombre, la sociedad de los hombres, los hombres que se acercan, que se entienden entre sí, desarrollan a partir de estos contactos (civilización) una voluntad social, colectiva, y comprenden los hechos económicos, los juzgan, los adecúan a su voluntad hasta que ésta se convierte en el motor de la económica, la plasmadora de la realidad objetiva, que vive, y se mueve, y adquiere carácter de materia telúrica en ebullición, que puede ser canalizada donde a la voluntad le plazca, como a la voluntad le place (‍Gramsci, 1975: 150)

Cabe señalar, en este punto, que la forma en la que el fundador del PCI analiza la cuestión nacional, en relación con la revolución comunista, no puede disociarse de la idea de acción política como ejercicio de reforma político-religiosa de los italianos que inspira el proyecto filosófico de Gentile. Nótese como ha puesto de manifiesto el historiador Emilio Gentile que para Giovanni Gentile el principal problema de la Italia postbélica era la necesidad de formar una conciencia nacional que diese cima al proyecto del Risorgimento. Y que este problema era un problema de naturaleza moral y religiosa, en la medida en que estaba vinculada a la necesidad de formar un carácter nacional serio y activo, a la altura del destino de Italia como Estado (‍Gentile, 1996: 426-‍427).

Lo importante, desde la óptica de la cuestión nacional, es que el concepto de nación asociado al neoidealismo gentiliano se hacía incompatible con una definición positivista de nación, declinada en términos étnicos, naturalistas o antropológicos. Al contrario, en el contexto bélico de efervescencia nacionalista 1914-‍1918, Gentile, al igual que Gramsci, polemiza con el concepto de nación organicista sostenido por Corradini, fundador de la ANI, para defender una idea de nación como actividad de creación constante y progresiva de la voluntad humana en la historia. Según Gentile en su artículo «Nación y nacionalismo» de 1917: «La nación no está, si no en cuanto se hace» (ibid.: 430).

Antonio Gramsci, desde el marco de su internacionalismo marxista, no da espacio en su discurso sobre la cuestión nacional italiana al tono nacionalista de Gentile ni la clase obrera, como sujeto histórico, se desvanece en su pensamiento para dejar paso al primado de la nación. Sin embargo, entre los artículos del joven Gramsci encontramos, de manera significativa, un elogio de 1917 a la crítica de Giovanni Gentile al nacionalismo de matriz positivista: «He leído hace unos días un escrito de Giovanni Gentile. Y he encontrado una expresión magnífica, como conclusión de un examen profundísimo del ideal nacionalista: Canis nationalis, asinus universalis» (‍Gramsci, 2015: 165). Se trata del artículo «Crítica de lugares comunes. Nación y nacionalismo» de Gentile, publicado en el Resto del Carlino, en el que defendía un concepto de nación como una «realidad espiritual», «conciencia», «acto de vida» frente a las versiones naturalistas de la nación que hacen del hombre «una bestia bizarra, atada a una cadena, una especie de canis nationalis» (ibid.: 166)[20].

Precisamente, en el primer número de la revista L’Ordine Nuovo, publicado el 1 de mayo de 1919, el semanario socialista dedicó el espacio «La batalla de las ideas» a la reseña del libro Guerra y fede de Giovanni Gentile. Una antología que recogía, casualmente, el artículo citado por Gramsci en 1917. El autor de la reseña —Palmiro Togliatti, con el pseudónimo Empedocle— cita a Gentile como «el maestro más insigne y escuchado de la escuela filosófica italiana». Y se refiere como sigue a su valoración de la versión positivista de la nación: «Debemos rechazar sin ambages, y Gentile nos es guía, la interpretación naturalista que dan los nacionalistas. La nación es para ellos una realidad étnica, antropológica o también una realidad histórica, pero siempre algo fijo en sus efectos, por obra de fuerzas actualmente independientes de cualquier actividad específicamente humana» (‍Togliatti, 1919)

En definitiva, el nacionalismo de matriz antipositivista de Gentile, inscrito en su filosofía neoidealista, sirve a Gramsci, como al grupo de L’Ordine Nuovo, para elaborar una posición crítica frente al nacionalismo naturalista. Además, como ha señalado Giuseppe Bedeschi, la extraordinaria influencia neoidealista de Gentile impulsa a Gramsci a dar la vuelta a Marx y considerar que «es la conciencia, es la voluntad humana, la que plasma la realidad, la que transforma la economía, la que la adecúa a las necesidades y las exigencias del hombre» (‍Bedeschi, 2002: 281-‍282). Precisamente, esta concepción de la historia como plasmación de la voluntad humana, radicalmente antideterminista, es la matriz de la idea gramsciana en virtud de la cual la clase obrera, en ausencia de una burguesía capaz de estar a la altura de su tarea histórica, debe hacerse cargo de «recrear para la nación una personalidad histórica independiente» (‍Gramsci, 1954: 263).

V. CONCLUSIÓN[Subir]

El presente artículo ha abordado el problema de la cuestión nacional italiana en los artículos de Antonio Gramsci publicados en el semanario de cultura socialista L’Ordine Nuovo. El principal objetivo del artículo ha sido mostrar que en el periodo 1919-‍1920, en el que L’Ordine Nuovo aspira a dirigir la opinión del ala revolucionaria del PSI, los artículos de Gramsci presentan una idea del desarrollo histórico de la nación italiana, de su engranaje en el proceso general de la revolución del proletariado y del papel del partido obrero consistente y reconocible.

Aún más, el tratamiento que Gramsci ofrece de la cuestión nacional italiana en su periodo ordinovista no solo anticipa los desarrollos teóricos sobre la materia que Gramsci ofrecerá en los Quaderni del carcere, sino que avanza el núcleo del nuevo discurso nacional que caracterizará al PCI dirigido por Palmiro Togliatti tras la Segunda Guerra Mundial. En particular, el artículo ha analizado, a través del examen de los artículos originales de Gramsci en L’Ordine Nuovo del periodo 1919-‍1920, la sintonía de la posición gramsciana sobre la cuestión nacional con el legado de Marx, Engels y Lenin; la relación del análisis gramsciano sobre el proceso de unificación italiano con la idea del Risorgimento como revolución «traicionada» o incompleta», y la identificación que realiza Gramsci entre proceso de unificación nacional y proceso de reforma moral de la sociedad como paso hacia el comunismo.

NOTAS[Subir]

[1]

Este artículo se enmarca en el proyecto «Práctica electoral y quiebra del constitucionalismo en España (1923-‍1936)» (Ref. V792) dirigido por el profesor Roberto Villa García.

[2]

Quiero agradecer a los profesores Giuseppe Bedeschi, Luis Arranz y Ángel Rivero el tiempo que han dedicado a la lectura y comentario de los primeros borradores de este trabajo.

[3]

La «reseña semanal de cultura socialista» L’Ordine Nuovo fue fundada en mayo de 1919 por Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti, Umberto Terracini y Angelo Tasca, todos ellos militantes del PSI y miembros del ala revolucionaria del partido. La revista fue publicada semanalmente entre mayo de 1919 y diciembre de 1920. Con la fundación del PCI en enero de 1921 L’Ordine Nuovo se convertirá en el nombre del nuevo periódico orgánico del comunismo italiano. Para la fundación de L’Ordine Nuovo, pueden consultarse D’Orsi (‍2017: 98-‍112), Fiori (‍2008: 138-‍155) y Spriano (‍1971).

[4]

Todos los textos de Gramsci en italiano (o de otros autores) están traducidos por el autor del artículo.

[5]

«Los Quaderni de Gramsci, que he estudiado casi todos con gran cuidado, contienen materiales que solo pueden ser utilizados después de una cuidadosa elaboración. Sin tal tratamiento el material no puede ser utilizado e incluso algunas partes, si fuesen utilizadas en la forma en la que están actualmente, podrían no ser útiles al partido. Por esta razón considero que es necesario que este material permanezca en nuestro archivo para ser elaborado aquí». Carta de Togliatti a Dimitrov del 25 de abril de 1945 (‍Daniele, 2005: 25).

[6]

Sobre la vinculación estratégica de la orientación nacional y democrática que Togliatti impone al PCI de posguerra y la política exterior de la URSS de Stalin, véase Aga Rossi y Zaslavsky (‍1997: 62-‍80).

[7]

«El Parlamento es, por tanto, una mofa siniestra; los diputados hablan, votan, cacarean, se golpean, sin que su acción pueda tener resultado alguno. La institución está muerta: puede dañar, no puede, en este punto, hacer nada útil. Debe ser sustituida, sobre la base de un principio y de una práctica constitucional que haga posible la elección de hombres valientes y capaces de administrar los asuntos públicos. Este principio y esta práctica tienen ya una historia en las experiencias constitucionales de las Repúblicas soviéticas» (‍Gramsci, 1954: 265).

[8]

«Con relación al Partido Socialista Italiano, el II Congreso de la III Internacional considera acertadas, en lo fundamental, la crítica a este partido y las propuestas prácticas expuestas al Consejo Nacional del mismo, en nombre de la sección de Turín en la revista L’Ordine Nuovo del 8 de mayo de 1920 que corresponden por entero a todos los principios fundamentales de la III Internacional». Tesis sobre las tareas fundamentales del Segundo Congreso de la Internacional Comunista (‍Lenin, 1986: 206).

[9]

«La pequeña y mediana burguesía es, de hecho, la barrera de humanidad corrupta, disoluta, putrefacta con la que el capitalismo defiende su poder económico y político, humanidad servil, abyecta, humanidad de sicarios y lacayos […] expulsarla del campo social, como se expulsan las langostas de un campo semidestruido, a hierro y fuego, significa aligerar el aparato nacional de producción y de cambio de un accesorio pesado que lo sofoca e impide funcionar, significa purificar el ambiente social y enfrentarse al adversario específico: la clase de los capitalistas propietarios de los medios de producción» (‍Gramsci, 1954: 61-‍62).

[10]

«Solo cuando los soviets se convierten en una máquina estatal única es posible que en la labor del Gobierno participe real y verdaderamente toda la masa de explotados, que con la democracia burguesa más civilizada y libre ha estado siempre, de hecho, excluida de participación en el noventa y nueve por ciento de los casos». Tesis para el Segundo Congreso de la Internacional Comunista (‍Lenin, 1986: 194).

[11]

Por ejemplo, la importancia que Gramsci concede a los consejos de fábrica convive con una concepción del partido, en línea con el leninismo, que prefigura la idea del Príncipe Moderno de los Quaderni: «El órgano de educación comunista, el fuego de la fe, el depositario de la doctrina, el poder supremo que armoniza y conduce a la meta las fuerzas organizadas y disciplinadas de la clase obrera y campesina» (‍Gramsci, 1954: 9).

[12]

«El Príncipe moderno debe, no puede no ser, el heraldo y el organizador de un reforma intelectual y moral, lo que significa crear el terreno para un ulterior desarrollo de la voluntad colectiva nacional-popular hacia la realización de una forma superior y total de civilización moderna» QC III / n.º13 (1932-‍1934) (‍Gramsci, 2014b: 1560).

[13]

El XVII Congreso del PSI se saldó con la escisión de la facción comunista del partido y la constitución, el 21 de enero de 1921, en el teatro San Marco de Livorno, del PCd’I como sección italiana de la Internacional Comunista. Este fue el nombre oficial del partido hasta su conversión en Partito Comunista Italiano (PCI), en 1945, tras la disolución del Comintern.

[14]

Este artículo fue publicado por Antonio Gramsci en defensa de la posición de Benito Mussolini, todavía director del Avanti! y miembro destacado del PSI, quien criticó abiertamente el neutralismo del socialismo italiano ante la Primera Guerra Mundial. Según la tesis de Gramsci, la entrada de Italia en la guerra hubiese sido instrumental para favorecer la lucha de clases. El grupo turinés que fundó L’Ordine Nuovo en 1919, y que constituiría el PCI en 1921, fue de adscripción mussoliniana en el periodo de militancia socialista 1912-‍1914 (‍De Felice, 2019: 141-‍142).

[15]

«Los obreros no tiene patria. No se les puede quitar lo que no tienen. Sigue siendo nacional el proletariado en la medida en que ha de conquistar primero la hegemonía política, en que ha de elevarse a clase nacional, en que ha de constituirse a sí mismo en nación, pero en ningún modo en el sentido de la burguesía» (‍Marx y Engels, 2004: 65).

[16]

Lenin había observado en 1920 que «Los campesinos ricos forman el más numeroso de los sectores burgueses, enemigos directos y acérrimos del proletariado revolucionario. En toda su labor en el campo, los partidos comunistas deben prestar la atención principal a luchar contra este sector, a liberar a la mayoría de la población rural trabajadora y explotada de la influencia ideológica y política de estos explotadores». Tesis para el Segundo Congreso de la Internacional Comunista (‍Lenin, 1986: 182).

[17]

La idea del proceso revolucionario ruso como una revolución moral puede rastrearse desde los primeros escritos que Gramsci dedica al ciclo revolucionario ruso. En «Notas sobre la revolución rusa», publicado en el Grido del Popolo el 29 de abril de 1917, Gramsci escribe: «El hombre delincuente común se ha convertido, en la revolución rusa, el hombre sobre el que Immanuel Kant, el teorizador de la moral absoluta, había predicado, el hombre que dice: la inmensidad del cielo fuera de mí, el imperativo de mi conciencia dentro de mí. Se trata de la liberación de los espíritus, de la instauración de una nueva conciencia moral la que estas pequeñas noticias nos rebelan» (‍Gramsci, 1975: 107-‍108).

[18]

La admiración de Gramsci por el proyecto cultural de la revista La Voce resulta conocida. Mario Montagnana, miembro de la facción comunista del PSI y futuro redactor de L’Ordine Nuovo, afirmó en 1919 que la revista semanal dirigida por Gramsci debía ser para los jóvenes socialistas lo mismo que «para la parte más inteligente de la burguesía la revisa La Voce, que se publica en Florencia. Debe ser, esto es, el punto de apoyo sobre el cual todas las inteligencias y la voluntad de comprender y saber, se realizan y desarrollan» (‍Paggi, 1970: 207; ‍Gentile, 1999: 105). Finalmente, en una carta enviada a Trotsky, fechada el 8 de septiembre de 1922, Gramsci reconoce que en los primeros años del futurismo, los obreros veían en el movimiento de vanguardia «elementos de una lucha contra la vieja cultura académica italiana, inmóvil y alejada de las masas populares» (‍Gramsci, 2009: 250).

[19]

Giovanni Gentile (1875-‍1944) fue ministro de Educación Pública del primer Gobierno Mussolini (1922-‍1924), redactor del Manifiesto de los intelectuales fascistas (1925) y uno de los principales ideólogos del régimen de Mussolini. A pesar de que existe un amplio consenso sobre la influencia de la filosofía de Gentile en el joven Gramsci y el grupo ordinovista (‍Rapone, 2011; ‍Bedeschi, 1998, ‍2002; ‍Paggi, 1970; ‍Bergami, 1977), el propio Gramsci de los Quaderni, como el mundo cultural del comunismo italiano, en general, ha tendido a minimizar, a posteriori, esta relación intelectual.

[20]

Para un ejercicio de contextualización del artículo «Reapertura de ejercicio» de Gramsci, con la referencia a Giovanni Gentile, véase el rico aparato crítico que la edición nacional de los escritos de Gramsci dedica a su producción literaria de 1917. Edición a cargo de Leonardo Rapone (‍Gramsci, 2015).

Bibliografía[Subir]

[1] 

Aga Rossi, E. y Zaslavsky, V. (1997). Togliatti e Stalin. Il PCI e la política stera staliniana negli archivi di Mosca. Bologna: Il Mulino.

[2] 

Aguilera de Prat, C. (1984). Gramsci y la vía nacional al socialismo. Madrid: Akal.

[3] 

Avineri, S. (1991). Marxism and Nationalism. Journal of Contemporary History, 26 (3-‍4), 637-‍657. Disponible en: https://doi.org/10.1177/002200949102600315.

[4] 

Bedeschi, G. (1998). Gentile e Gramsci: due volti del totalitarismo. Nuova Storia Contemporánea, 2 (3), 47-‍66.

[5] 

Bedeschi, G. (2002). La fabbrica delle ideologie. Il pensiero político nell’Italia del Novecento. Roma: Laterza.

[6] 

Bergami, G. (1977). Il giovane Gramsci e il marxismo 1911-‍1918. Milano: Feltrinelli.

[7] 

Bongiovanni, B. (2005). Il socialismo contro la nazione: il caso di Amadeo Bordiga (1911-‍1918). En M. Cataruzza. La nazione in rosso. Socialismo, Comunismo e «Questione nazionale»: 1889-‍1953 (pp. 83-‍106). Soveria Mannelli: Rubbettino.

[8] 

Buchignani, P. (2017). Ribelli d’Italia. Il sogno della rivoluzione da Mazzini alle Brigate Rosse. Venezia: Marsilio.

[9] 

D’Orsi, A. (2017). Gramsci. Una nuova biografía. Milano: Feltrinelli.

[10] 

Daniele, Ch. (2005). Togliatti editore di Gramsci. Roma: Carocci Editore.

[11] 

De Felice, R. (2019). Mussolini il rivoluzionario, 1883-‍1920. Torino: Einaudi.

[12] 

Fiori, A. (2008). Vita di Antonio Gramsci. Roma: Laterza.

[13] 

Fonzo, E. (2019). Antonio Gramsci y el nacionalismo italiano. Lucha política y reflexión histórica. En L. Picarella y C. Scocozza (eds.). Del pueblo soberano al soberano del pueblo (pp. 19-‍58). Bogotá: Taurus.

[14] 

Forman, M. (1998). Nationalism and the International Labor Movement. Pennsylvania: Pennsylvania State University. Disponible en: https://doi.org/10.1515/9780271072500.

[15] 

Gentile, E. (1996). Le origini dell’ideologia fascista 1918-‍1925. Bologna: Il Mulino.

[16] 

Gentile, E. (1997). La Grande Italia. Ascesa e declino del mito della nazione nel ventesimo secolo. Milano: Mondadori.

[17] 

Gentile, E. (1999). El mito dello Stato nuovo. Roma: Laterza

[18] 

Gentile, E. (2020). Le origini dell’Italia contemporanea. L’età giolittiana. Roma: Laterza.

[19] 

Giasi, F. (2011). Problemi di edizione degli scriti pre-carcerari. Studi Storici, 4, 837-‍857.

[20] 

Gramsci, A. (1930). Alcuni temi della quistione meridionale. Lo Stato Operaio, 4 (1), 9-‍26.

[21] 

Gramsci, A. (1954). L’Ordine Nuovo 1919-‍1920. Torino: Einaudi.

[22] 

Gramsci, A. (1975). Scritti giovanili 1914-‍1918 (4.ª ed.). Torino: Einaudi.

[23] 

Gramsci, A. (1978). Socialismo e fascismo. L’Ordine Nuovo 1921-‍1922 (7.ª ed.). Torino: Einaudi.

[24] 

Gramsci, A. (2009). Epistolario I. 1906-‍1922. Roma: Istituto della Enciclopedia Italiana.

[25] 

Gramsci, A. (2014a). Lettere dal carcere. Torino: Einaudi.

[26] 

Gramsci, A. (2014b). Quaderni del carcere. Torino: Einaudi.

[27] 

Gramsci, A. (2015). Scritti (1910-‍1926) (vol. 2: 1917 a cargo de L. Rapone). Roma: Istituto della Enciclopedia Italiana.

[28] 

Gramsci, A. (2019). Scritti (1910-‍1926) (vol. 1: 1910-‍1916 a cargo de G. Guida y M. L.Righi). Roma: Istituto della Enciclopedia Italiana.

[29] 

Haupt, G. y Löwy, M. (1980). Los marxistas y la cuestión nacional. Barcelona: Editorial Fontamara.

[30] 

Lenin, V. I. (1984). Obras completas (vol. 25: marzo-julio 1914). Moscú: Progreso.

[31] 

Lenin, V. I. (1986). Obras completas (vol. 41: mayo-noviembre 1920). Moscú: Progreso.

[32] 

Lussana, F. (2006). Gramsci e la Sardegna. Socialismo e socialsardismo degli anni giovanili alla Grande Guerra. Studi Storici, 47 (3), 609-‍635.

[33] 

Marx, K. y Engels, F. (2004). Manifiesto Comunista. Madrid: Alianza Editorial.

[34] 

McNally, M. (2017). Socialism and democratic strategy in Italy`s Biennio Rosso: Gramsci contra Treves. Journal of Modern Italian Studies, 22 (3), 314-‍337. Disponible en: https://doi.org/10.1080/1354571X.2017.1321932.

[35] 

Paggi, L. (1970). Antonio Gramsci e il moderno príncipe. Roma: Editori Riuniti.

[36] 

Pertici, R. (2011). Parabola del «revisionismo risorgimentale». Ventunesimo secolo, 10 (26), 93-‍120.

[37] 

Pons, S. (2021). I comunisti italiani e gli altri. Visioni e legami internazionali nel mondo del Novecento. Torino: Einaudi.

[38] 

Rapone, L. (2011). Cinque anni che paiono secoli. Antonio Gramsci dal socialismo al comunismo (1914-‍1919). Roma: Carocci Editore.

[39] 

Salvadori, M. L. (2013). Storia d’Italia, crisis de regime e crisis de sistema 1861-‍2013. Bologna: Il Mulino.

[40] 

Spriano, P. (1971). L’Ordine Nuovo e i Consigli di fabbrica. Torino: Einaudi.

[41] 

Stuart, R. (2006). Marxism and National Identity. Socialism, Nationalism and National Socialism during the French Fin de Siècle. New York: State University of New York Press.

[42] 

Togliatti, P. (1919). La bataglia delle idee. L’Ordine Nuovo, 1, 4.

[43] 

Vacca, G. (2012). Vita e pensieri di Antonio Gramsci 1926-‍1937. Torino: Einaudi.