SUMARIO
  1. NOTAS

El concepto de geopolítica posee una connotación determinista —Montesquieu fue recuperado por los positivistas del xix—. Pero la suerte de África subsahariana no está echada. Juan Ramón Álvarez Cobelas manifiesta alternativas de actuación favorables a África subsahariana —el valor diferencial del petróleo africano que debieran comercializar sus propios propietarios (bajo contenido de azufre, menores inestabilidades políticas que el golfo Pérsico y Oriente Próximo, menores disturbios políticos en tierra firme salvo en Tchad y Sudán, y facilitador de menores dependencias de la Federación Rusa y las exrepúblicas asiáticas soviéticas)— y cuestiona la endeblez de ciertas políticas africanistas emprendidas desde el mundo desarrollado —entrada de empresas de seguridad que favorecen una nueva forma de colonialismo—. Sus sugerencias prácticas en torno a África subsahariana son muchas.

El extenso territorio al que Juan Ramón Álvarez Cobelas dedica su última publicación —el territorio subsahariano— está delimitado por el desierto del Sahel. Desde el tercer milenio antes de Cristo, el desierto dividió al continente africano en dos partes: de una parte, la orilla meridional y septentrional del Mediterráneo forman una comunidad del norte, bereber y musulmana; y de otra, se encuentra el África del sur, subsahariana. Tal franja seca demarca el aciago destino del África subsahariana. El índice de desarrollo humano (IDH) del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) señala que, de los 41 Estados de nivel más bajo de desarrollo humano, 36 son africanos, debido principalmente al cambio climático: las sequías alcanzan al 22 % de la población y la pobreza de los suelos conducen a la inseguridad alimentaria. También se da una inseguridad vital: guerras civiles, conflictos y disturbios internos, crisis políticas crónicas y guerras interestatales (pág. 192). Reúne además el mayor número de niños trabajando en la economía informal, el 29 %, con un mayor riesgo aún para las niñas, estando peor pagadas por más horas y ser víctimas de explotación sexual, venta y tráfico de personas, y servidumbre incluso por deudas (pág. 183). Y refleja, paradójicamente, entre muchas otras perplejidades, que cuantas más desigualdades padecen sus Estados, más estables resultan políticamente.

La suerte de África está indefectiblemente unida a sus recursos naturales, que no se redujeron a las materias primas, sino que comprendieron, también, con tamaña crudeza, a la mano de obra humana empleada como esclava. África ha sufrido la mayor devastación demográfica de la historia de la humanidad, pues la trata fue el negocio más rentable de la economía global de tiempos muy pretéritos. Con la primera revolución industrial, los imperios coloniales saquearon los recursos naturales y comercializaron poblaciones negras completas. Álvarez Cobelas subraya que la gran tragedia de África es no haber contado con tiempo para crecer en todas sus potencialidades referidas a la organización política, burocrática y administrativa, a veces sumamente compleja antes de la colonización. Benin, Congo, Malí, Grandes Lagos y Zimbabwe evitaron la cristianización con una cultura autóctona que resistió. Pero, a pesar de estos logros, no solo se bloqueó cualquier alternativa soberana de África, sino que se la convirtió en espectáculo vergonzante bajo la visión curiosa del folklorista, el extrañamiento antropológico y el trato bienintencionado de las ONG. África es el continente atrasado del que se sirve el desarrollo expoliador del primer mundo, pero Álvarez Cobelas subraya su resiliencia y deseo de remontar su reducción occidental a cero con una vitalidad magnífica: Sudán acabó con una dictadura de treinta años; Senegal, Kenia y Botswana iniciaron experiencias democráticas; Angola, Mozambique, Liberia y Sierra Leona tuvieron exitosas transiciones pacíficas; la República Sudafricana logró la superación multirracial del apartheid; la República Democrática del Congo, Madagascar y Zimbabwe… propiciaron huelgas contra la dictadura. Las cautelas metodológicas en el estudio de África subsahariana han de ser numerosas. Además, un africanista bien pertrechado y cauto tendrá que considerar las «consecuencias no queridas de la acción» en las intervenciones occidentales en África —el «argumento perverso» en palabras del economista Albert O. Hirschman[1] en 1991— sobre organizaciones principalmente tan salvíficas como las ONG: empoderan a las poblaciones locales y debilitan a los Estados. Y todas estas observaciones y precauciones las reúne este libro.

El estudio de Álvarez Cobelas es crítico de la trágica geopolítica africana. No asume esta geopolítica, pero la conoce con gran meticulosidad. En realidad, solo quien conoce muy bien un objeto de estudio es capaz de explicarlo de forma trasparente. Bajo esa sencillez que el lector observa hay una espeleología durísima del subsuelo estudiado antes de que los resultados sean observables a plena luz del día. Geopolítica de África subsahariana es una obra de madurez de un investigador francotirador, ya que no se pliega a un patrón académico y tampoco pretende solamente la acreditación investigadora. Pese a tener una muy sólida metodología de estudio y haber consultado toda la documentación y fuentes de estudio exhaustivamente, estamos ante una obra de investigación independiente que se ha forjado en numerosas bibliotecas y, desgraciadamente, con muy limitado apoyo académico. El autor de este libro es doctor en Derecho Internacional Público por la UNED, ha sido investigador en el International Human Rights Law Institute de la DePaul University y forma parte del Grupo de Estudios Africanos que dirigió Francisco Peña en la Universidad Autónoma de Madrid. Su vocación científica da ahora lugar a este excelente libro, precedido de Africa saqueada: la occidentalización y sus trampas (Queimada Ediciones, 2015, 564 págs.).

Tenemos una visión holística de África, como un continente subdesarrollado, más o menos unitario. Pero su realidad política es muy versátil. Se ha de considerar, por ejemplo, que entre la desarrollada y competitiva República Sudafricana y el paupérrimo Sudán del Sur median dos mundos extremadamente diferentes, unidos, eso sí, por el expolio a los nativos por una larga historia de colonización explotadora y esclavitud. Se calcula que habrá 200 millones de subsaharianos y magrebíes en la Unión Europea en el 2050, buscando una vida digna. Pero las corrientes migratorias principales se dan dentro del continente africano mismo, a través de corredores de desigualdad económica nacional, hacia República Sudafricana, Ruanda, República Democrática del Congo, Zambia, Angola y el Cuerno de África. Las remesas que los emigrantes envían a sus países de destino padecen las tasas más altas del mundo, el 12 % de cada envío: de 46 000 millones de dólares transferidos en 2018, 4800 millones quedaron en manos de los intermediarios bancarios y no llegaron a las familias africanas. La última operación segregativa de Inglaterra y Dinamarca, bajo manto humanitario, es enviar a todos los inmigrantes ilegales a Ruanda tras un fuerte pago al país receptor (Soledad Gallego-Díaz, «El hastío no es una justificación», El País, Ideas, domingo, 24 de abril de 2022, pág. 9). El libro de Álvarez Cobelas cree firmemente que existe una deuda moral y económica con África subsahariana y, sin embargo, contiene tan rigurosa reflexión que también plantea las dificultades para localizar su mejor y auténtico acreedor: ¿a quién se repara, a los Estados africanos actuales o a los descendientes de los esclavos en las repúblicas americanas y del Caribe? ¿Con qué instrumentos legales? ¿Cómo se cuantifica el número de esclavos que se desplazó de la costa de África al Nuevo Mundo? El autor de Geopolítica de África subsahariana es tan crítico como prudente, pues duda de la conveniencia de abrir un proceso de reparación extenso en el derecho internacional: sería abrir la caja de Pandora de la incertidumbre pues «media humanidad ha sido esclava de la otra media» en algún momento de la historia (pág. 188).

No existen ni archivos ni textos fundacionales ni legajos cuando se trata de retroceder a los orígenes del África política. Álvarez Cobelas nos recuerda que mientras la tradición africana se conserva y trasmite oralmente, la supremacía cultural occidental solo conoce una realidad presente en libros, códigos, estados contables, amparados en grandes edificios públicos y bibliotecas (pág. 23). Quien se adentre en la realidad africana del pasado no se verá con el polvo de los libros antiguos, sino con una imaginación reconstructiva. La memoria institucional y popular de África es la tradición escrita de historiadores y pensadores que la conservaron.

Por ello, la información que Geopolítica de África subsahariana aporta es tan importante. Su relato parte de los imperios africanos antes del contacto con los europeos. Al remontarse a tiempos tan pretéritos, este libro deshace el prejuicio que desconoce la existencia de un conjunto de imperios, reinos menores, ciudades-Estado y comunidades étnicas con jefaturas claras antes de la colonización. Poseían sus propias organizaciones sociales y jerarquías políticas. El libro se remonta al siglo x para dar cuenta de seis imperios: Reino de Ghana, Reino de Malí, Imperio de Songhai, Sahel central con las ciudades-Estado Hausa, el Reino Kongo de África ecuatorial, la civilización swahili del África oriental índica y el Gran Zimbabwe del África meridional. El mosaico político, étnico, religioso de estos imperios es muy complejo. Los conocimientos débiles de útiles agropecuarios; la organización política sumamente descentralizada en cantones (kafo) y aldeas (dugu), cuando no reinos feudados y pequeños reinos vasallos; la tolerancia religiosa del animismo al islam; las rutas comerciales; el auge cultural en el arco del Sahel, que dio lugar a la Universidad de Tombuctú y muchas escuelas coránicas; la feudalización de la propiedad servida por los esclavos son hitos que se suceden entre los siglos v y xv. Los primeros contactos con las monarquías europeas se dieron por el Reino Kongo mediante el kilombo, una estructura muy militarizada y jerarquizada que introdujo ventajas como una Administración de burócratas alfabetizados, una escuela de oficios, el catolicismo, los títulos de nobleza y la prohibición de la poligamia. Geopolítica de África subsahariana detalla los primeros movimientos comerciales de trata en la isla de Santo Tomé y materias primas, maderas preciosas, oro y marfil, realizados por portugueses. La exposición del libro da cuenta de las tensiones militares entre los nativos y los portugueses. Los portugueses se rindieron ante la sofisticada belleza de la avanzada civilización swahili, primero venerada y pronto devastada en lo que se refiere a su compleja red de relaciones comerciales de Mozambique a Cantón (China). El libro nos sumerge en un mundo rico demasiado poco conocido. Los tratados de protección con el rey de Portugal no evitaron enfrentamientos, derrotas militares de los portugueses y una dominación de los nativos que nunca fue completa pues solo penetraron en el interior de Mozambique con avanzada tecnología militar en el siglo xx. A veces, Álvarez Cobelas acude a la arqueología para atisbar la legitimidad de los monarcas africanos precoloniales por el conocimiento técnico de una minoría; un primer rey-Dios mítico; la llegada de un intruso saqueador de la hija del rey, las cosechas y el ganado; y las acumulaciones de etnias menores desplazadas sobre el mismo territorio. Los hitos fundacionales cívico religiosos abren paso a las taxonomías de Estados africanos que sistematizan la variedad prolija de fenómenos: fuertemente burocratizados y centralizados, religiosos (islamistas y animistas) y poco centralizados, guerreros-campesinos o guerreros-pastoriles fuertemente militarizados y jerarquizados.

Álvarez Cobelas delimita muy bien las diferencias diáfanas entre la forma de Estado expandida hacia el exterior desde Europa para la colonización y la forma política de los africanos subsaharianos con dos mundos, visible —jefe político y tradición oral— e invisible —mágico y de la deidad de los antepasados—. Solo existe una aparente unidad política en los reinos africanos atizada por el nepotismo de los clanes familiares y étnicos, la manipulación de datos económicos y la burocracia baldía que evita la innovación y soterra cualquier contestación popular, en el diagnóstico de Geopolítica de África subsahariana.

Como el libro reúne una sistematicidad impecable de los lineamientos del proceso histórico subsahariano quedaría lastrado narrativamente con el detalle de aspectos muy concretos y relevantes. Para salvar este inconveniente, el libro recoge no solo una colección de mapas históricos estupenda, sino también una serie de explicaciones enmarcadas fuera del texto central. En la paginación conveniente, aparecen explicaciones en forma de cuadro que van de la urdimbre jurídica de la descolonización francesa al riesgo padecido por los albinos o la influencia de la brujería, pasando, por ejemplo, por los falsos derechos de la Guinea Ecuatorial o los gastos militares. El libro reúne quince croquis, cincuenta y siete mapas y veinticuatro explicaciones encuadradas.

Este libro realiza un diagnóstico histórico de los padecimientos de África subsahariana. La historia de la trata de negros, la imposición del colonialismo imperial, las alianzas y choques de los imperios en torno a las materias primas africanas, los reflejos políticos de las dos grandes guerras mundiales, los efectos de la Guerra Fría en el continente africano y la lenta descolonización, cuando África les causa a los imperios más problemas que ventajas, son algunos de los hitos pasados de una excelente narración, muy rigurosamente articulada. Álvarez Cobelas traza un sugestivo análisis del surgimiento del comercio de esclavos. Antes del siglo xvi, había esclavitud en África subsahariana, pero los esclavos no tenían valor directamente económico al no existir una agricultura extensiva de exportación. El oro era un valor superior y prioritario de los romanos y los musulmanes al no necesitar de una «esclavo-herramienta» y su consiguiente comercialización. Entre los siglos xv y xix, se dio la trata: primero, en la pionera feria de Guimares en el siglo xiii, pronto proseguida por las de Sevilla, Cádiz, Génova, Venecia y Florencia, que hacían llegar la mercancía humana hasta la isla de Java, la India y la China. Geopolítica de África subsahariana analiza las rutas comerciales altomedievales del imperio de Carlomagno. Se nos señala cómo la revolución científico—técnica y la cultura en general se movilizaron en el descubrimiento de mundos desconocidos. La Escuela de Navegación de Segres fue pionera en la irrupción de Portugal en África. La bula Inter Coeterra (1493) y el Tratado de Tordesillas (1504), se nos refiere, sirvieron para repartirse entre España y Portugal un mundo que la ciencia y la técnica ayudaron a dimensionar. Álvarez Cobelas identifica cuatro elementos básicos en las organizaciones políticas europeas —aunque sea muy incipientemente— que serán considerados requisitos de la soberanía estatal por el derecho internacional: territorio, poder centralizado, limitación de los poderes privados y urdimbre administrativa. Leemos cómo diversos agentes económicos y políticos —financieros, banqueros, Corona— impulsaron una primera globalización económica a través de los puertos del sur (Sevilla y Lisboa) y del norte (Amberes y Amsterdam) de Europa. Observamos cómo las armas de fuego —a menudo moneda de cambio europea por esclavos de los reinos africanos— se añadieron al arsenal ideológico-tecnológico-institucional en la agresiva expansión europea por el globo hasta el desierto del Sáhara en África. El lector tiene una buena información acerca del papel de los imperios en este tiempo. Gran Bretaña fue innovadora en la implementación del comercio humano a través de la sociedad comercial East Indian Company desde la India hacia sus industrias desde el siglo xvi y, más decididamente, en los siglos xviii y xix. Francia impulsó el paralelo comercio francés de esclavos mediante la Compagnie Rouennaise y la Compagnie des Indies Occidentales (1664). Leemos cómo estas oscuras sinergias pasaron a los portugueses y a los españoles, que aprovecharon la experiencia de los pilotos lusos. La propia colaboración africana —por ejemplo, de los «ovimbundu»— propició la trata para el cultivo de caña de azúcar y cacao.

Geopolítica de África subsahariana data ente 1780 y 1880 la mayor extracción de población esclava para los nuevos imperios comerciales con armas y nuevas tácticas militares invencibles para los reinos africanos. Aunque muchos de los datos y reflexiones de este libro son de recogida y atribución personal, Álvarez Cobelas acude siempre a los puntos de vista académicos que forman su contexto. Así, en relación con el impacto de la trata en la demografía africana: los puntos de vista históricos de Catherine Coquery-Vidrovitch, Saint Croix de la Roncière, Hugh Thomas, Josepnh Ki-Zerbo, D. Acemoglu y J. Robinson, y Philip Curtiss son tomados en consideración. Pueden discutirse los números de comercializados, pero sus sujetos se suceden dentro de un negocio que Álvarez Cobelas describe mientras denuncia. La propia África Oriental practicó este macabro comercio. Sus responsables se van sucediendo sin fin desde sus inauguradores ibéricos. El imperio de los sultanes de Omán se equipó de armas británicas sobrantes tras su guerra con Napoleón. El objetivo fue comercializar marfil y esclavos por una talasocracia africana. En Ciudad del Cabo confluyeron el racismo británico y holandés sin solución de continuidad y con sus propias luchas y alianzas contra la mayoría negra. El avance imperialista de los imperios sobre la República Sudafricana no impidió la formación de un potente ejército bantú. Geopolítica de África subsahariana sitúa aquí el origen de un excepcional Estado zulú militarista, fuertemente centralizado, administrado por protofuncionarios a las órdenes del rey y no dependientes de otros miembros de la familia real. Pero no fue, ni mucho menos, el único caso de fuerte resistencia centralizada frente al poder colonizador referido en el libro, pues Madagascar es ejemplo, también, de una resistencia encarnada por el reino guerrero hova con un Estado altamente burocratizado.

Geopolítica de África subsahariana pasa revista a los colonialismos comerciales francés, belga, británico, alemán e italiano. Álvarez Cobelas describe la versatilidad invasiva de todas estas manifestaciones. Sin embargo, su trabajo no es el de un historiador, sino, tanto mejor, el de un teórico político con perspectiva histórica. Lejos de dejarnos ante una casuística inabarcable de manifestaciones esclavistas de poder, acude (weberianamente) a una tipología ideal (la realidad mezcla y no encarna ningún tipo en estado puro) de justificaciones del imperialismo europeo, atribuida a G. N. Uzoigwe: marxistas de explicación del imperialismo monopolista que acabaría fagocitando al capitalismo; darwinista social de supremacía blanca sobre las «razas atrasadas»; cristianismo evangélico de proselitismo sobre los pueblos de religión animista; búsqueda de prestigio colonial, equilibrio de poder continental pacificador para la segunda revolución industrial tras las guerras napoleónicas; posición global de África en la estrategia global de escala en las rutas comerciales de Francia e Inglaterra, y dimensión africana abastecedora de materias primas calóricas para una clase trabajadora rentable inserta en la segunda revolución industrial.

Geopolítica de África subsahariana ni retroproyecta el presente para comprender el pasado de África subsahariana más de lo estrictamente necesario ni aplica categorías de las potencias coloniales a los endebles Estados africanos. Aunque la Conferencia de Berlín (1884, 1885) —un intento de anticiparse a los problemas que África causaba y cerrar su reparto— se refiera a «Estado colonial», Álvarez Cobelas deshace el malentendido de considerar Estados soberanos a los africanos, por lo menos hasta la Declaración de los Derechos Humanos (1948). Aquellos Estados no reúnen las características weberianas: comunidad humana que aplica la violencia legítima (con éxito) sobre un territorio definido. El Estado colonial no se atiene a la definición de Estado moderno por: la dependencia de una unidad política mayor e imperial; la indefinición territorial; el sometimiento a la jurisdicción del protectorado; la restricción de ciudadanía a los nativos; la condición subalterna del hombre africano; la ausencia de derechos subjetivos del nativo sometido o al paternalismo o a la explotación con total carencia de bienestar.

Dentro del tablero de la I y la II Guerra Mundial, África subsahariana no estuvo excluida de las operaciones de guerra. África oriental alemana fue objeto de operaciones enemigas. Se nos advierte que los ingleses cortaron todo el comercio de los países de la Entente con las colonias alemanas. Los africanos fueron carne de cañón en el frente europeo (medio millón murieron en el frente europeo; doscientos sesenta mil congoleños salieron de porteadores para la guerra; seis mil mozambiqueños fueron porteadores de guerra para el ejército alemán, treinta mil para el portugués, sesenta mil para el británico) y la explotación de mano de obra y la extracción de materias primas fueron intensificadas. Todas las potencias coloniales aprovecharon: Francia detrajo mucho, Inglaterra menos, Portugal aprovechó y Bélgica profundizó rivalidades étnicas. Hasta hoy, un lema de actuación de los países europeos sobre África subsahariano es «divide y vencerás». En el periodo de entreguerras, se ejerció una misión civilizatoria de desarrollo de los territorios africanos bajo soberanía real de los países desarrollados. El mandato colonial conjugaba, según Álvarez Cobelas, la promesa de autogobierno futuro con la tutela presente. Japón quiso favorecer el envío de sus excedentes de población, pero hubo oposición. Los territorios franceses (págs. 93-‍95), británicos (págs. 95-‍101), portugueses (págs. 101-‍104) y belgas (págs. 104-‍105) sufrieron en cascada las crisis bursátiles, ambiciones en materia de ferrocarril, dependencias coloniales en materias primas concretas, necesidades de mano de obra semiesclava, reticencias a los cambios de los asentamientos blancos en las colonias, pago de prebendas bélicas (granjas) a los blancos movilizados, división racial estricta, el bloqueo de la industrialización modernizadora, darwinismo social, batería de leyes segregacionistas, feroz competencia salarial de negros y blancos, enajenación de territorios para los colonos afrikáner. Las desgracias se sumaron para el África subsahariana durante la II Guerra Mundial. Álvarez Cobelas analiza las operaciones militares, las políticas para conservar los imperios coloniales dentro de una estrategia de administración fiduciaria de las propias colonias bajo tutela de la ONU.

Geopolítica de África subsahariana traza de forma diáfana los periodos en que se produjo la descolonización y autodeterminación de los pueblos. Primero, las etnias que formaban el imperio Romanov se autodeterminarían y entrarían voluntarias e iguales en la URSS. Segundo, la Conferencia de Paz de Versalles de 1919 reconocería la autodeterminación interna y externa de los pueblos. Tercero, la Carta del Atlántico de 1941 y la Conferencia de Bandung (Indonesia) de 1955 agruparon a las potencias en torno a las superpotencias EE. UU. y la URSS, alumbraron el concepto de tercer mundo y concedieron a este un estatuto de neutralismo y de próxima autodeterminación e independencia. Los obstáculos a la descolonización eran reflejo de las crisis y dependencias extractivas de las metrópolis; también de las resistencias de los colonos blancos asentados. Cada país siguió su ritmo, dependiendo de los obstáculos interpuestos en su camino. Encontramos en Geopolítica de África subsahariana la panoplia de fórmulas destinadas a asegurar una autonomía dependiente: por ejemplo, en el caso de Francia, se planteó si era mejor una confederación francesa o la formación de Estados independientes con tratados con Francia; y el Estado francés sustituyó a las compañías privadas en la construcción de los futuros Estados. A la luz de este libro, la peor parte, como siempre, se la llevaron los nativos trabajadores, víctimas de un genocidio, la división del país y la eliminación de derechos en el caso de la descolonización belga del Congo. A veces, los modelos paternalistas seguidos en el Congo servían a países como Ruanda-Urundi. Las sinergias se desplazaban de belgas a alemanes con la intervención de los cascos azules de la ONU a demanda de la colonia (ONUC, 1961). Tampoco África subsahariana quedó bien parada en la Guerra Fría: se prodigaron allí los Gobiernos sátrapas del capitalismo, la militarización republicana vertebró a los débiles Estados africanos, arraigó el tribalismo partidista y fracasó el Estado inclusivo a mayor fuerza de un nacionalismo etnopolítico.

Geopolítica de África subsahariana da cuenta de la violencia física y racial que recorre su pasado y presente. No siempre el derecho internacional define suficientemente esas realidades idiosincráticas. Álvarez Cobelas explica la privatización de la seguridad y la defensa en mercenarios diferenciables de los simples combatientes no nacionales. El apartheid de facto y jurídico y la privatización de la violencia en el modelo sudafricano sostienen el sometimiento de la mayoría negra a la minoría blanca (Total Strategy). La República de Sudáfrica encabezó toda una política de seguridad frente a las conspiraciones del Kremlin impulsoras de las guerrillas de Angola y Mozambique contra su territorio: armas probadas en combate, material letal antidisturbios, armas nucleares, armas químicas, predomino blanco en el Ejército, alta productividad manufacturada para la exportación... Álvarez Cobelas supone que el apartheid ahondó una grieta racial fáctica mediante la constitucionalización de la separación. Todos los mecanismos de segregación quedan explicados en este libro, que incluye los planos de una oficina de correos y una vivienda como representación visual del apartheid. Y uno de los momentos más emocionantes del libro es todo el movimiento antiapartheid que fue desarrollándose: desde la creación del Congreso Nacional Africano (1912) y el Partido Comunista de Sudáfrica (1921) —las diferencias estratégicas entre ambos, la lucha armada, las detenciones, la apertura a los medios de comunicación, la aceptación de un futuro gobierno multirracial…— y la política de «palo y zanahoria» —no exenta de escuadrones paramilitares— del Gobierno blanco ante la resistencia, hasta la fundación del Frente Democrático Unido (1983), que boicoteó las políticas blancas y recabó el apoyo internacional que facilitó la liberación de Mandela (1990), la legalización de CNA, la no discriminación del voto, las políticas multirraciales e, incluso, el rugby multirracial.

Todo el movimiento legal que impulsó la consecución de autonomía política a los Estados africanos, su pasado y su presente, está exhaustivamente recogido y sistematizado en Geopolítica de África subsahariana desde la Organización de la Unidad Africana (1963). Se trata de un archivo crítico de los avances legales, que incluye los aspectos ideológicos —panafricanismo— e intereses políticos en juego de África subsahariana y de Occidente. Las reticencias de los Estados, recién llegados a la soberanía, a la internacionalización fue palmaria. Pusieron resistencias a su incorporación a la Unión Africana. El cruce del panafricanismo con el marxismo facilitó un internacionalismo proletario (negro) desde las reuniones de Manchester y París (1945). Pero el lector de este libro puede tener la impresión de que tal internacionalismo fue tan poco correspondido por los Estados africanos como el de la Liga de los Comunistas de 1847 en Londres por los grandes Estados occidentales. Aunque Álvarez Cobelas recorre todos los hitos jurídicos internacionales africanos —en línea con el derecho internacional público—, su perspectiva nunca deja de ser material y politológica. Da cuenta de los principios institucionales de la OUA con un ojo puesto siempre en sus disfunciones y causas de fracaso. Los ejemplos de unidad africana —señala— son forzados o por mandato de Naciones Unidas: Eritrea, Camerún, Tanzania... El autor de Geopolítica de África subsahariana deslinda rigurosamente el mal llamado Estado colonial de los Estados africanos soberanos, establece la identidad entre Estado africano descolonizado y Estado occidental-liberal, pero separa a estos últimos en el requisito del «gobierno efectivo» que aquellos no cumplen sino endeblemente. La descolonización jurídica formal y las especificidades del constitucionalismo africano —prohibición de la esclavitud y el trabajo forzado, soberanía sobre los recursos económicos, delimitación y descripción geográfica rigurosas, inhabilitación de mecanismos de plasmación práctica de lo declarado, superación de las etnicidades, débil panafricanismo…— no agotan las especificidades políticas del proceso descolonizador, pues los recién independizados, se nos advierte, recogieron las peores experiencias de los modelos administrativos francés e inglés: sobredimensionamiento étnico-clientelar de la Administración, Estado liviano (soft-state), Estado de patrimonialismo patológico (pathological patrimonilism)... Los modelos de desarrollo endógeno de los Estados africanos —tanzano, mozambiqueño, etíope guineano ecuatorial— sustentaron la dependencia tecnológica respecto de los países del Este y Cuba; la agricultura de subsistencia junto al capitalismo agroindustrial; el fracaso cooperativo; la oscilación entre la colectivización socialista y el surgimiento de una burguesía agraria rica; la conjunción del paternalismo benevolente y la evangelización soterradora de la cultura nativa…

Geopolítica de África subsahariana detalla los mecanismos jurídicos y políticos del nuevo impulso regional de África. El Tratado de Lomé extinguió la OUA y creaba la Unión Africana. Desde entonces, la Arquitectura de Paz y Seguridad de la Unión Africana, en el argumento del libro, estableció las líneas de cooperación occidental con África, previó la intervención estatal para evitar masacres de vidas y los pilares básicos para la superación de las guerras. Sin embargo, auguro que el lector de este libro tendrá la impresión de plurisecular permanencia del conflicto y la violencia en África subsahariana. La aparición de negocio de la seguridad y la defensa en África subsahariana —nuevos mercenarios, contratistas civiles— no deja dudas acerca de que el negocio no será rentable en situaciones de paz y deberá ser provocado artificialmente. Álvarez Cobelas detalla las menores ventajas, mayores inconvenientes y disfuncionalidades de las empresas privadas de seguridad, y realizada una tipología de tales empresas armadas. Es convincente cuando señala que la proliferación de poderes intermedios entre el Estado africano y los ciudadanos —incluidas ONG arropadas por empresas de seguridad— sitúa a los Estados africanos ante su frecuente precipicio: los Estados fallidos. La estatalidad formal o declarativa resta mucho de ser una estatalidad real o empírica. Geopolítica de África subsahariana diagnostica que muchos países no serían Estados africanos tras la descolonización sin la soberanía protegida por las organizaciones internacionales. Muchos países cumplen los requisitos de estatalidad de la Convención de Montevideo (1933). Pero Álvarez Cobelas se ve en la obligación teórica de reformular el concepto occidental de Estado fallido para que no sea demasiado abarcador de Estados africanos subsaharianos. Adaptado el concepto a los Estados africanos, Geopolítica de África subsahariana propone someterlos a un test de pérdida de control de una parte sustantiva del territorio, cronificación de crisis humanitarias, graves crisis económico-sociales y consiguientes protestas de la población, guerra civil abierta…

¿Qué futuro presagia este libro? La Agenda 2030 marca el paso del futuro reparable a muchos de los males causados a África subsahariana. Las vías internacionales de estabilización se hicieron imprescindibles en materia militar, económica y de institucionalización forzosa. Álvarez Cobelas refiere todos los mecanismos de ajuste económico neoliberal obligatorio que impusieron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para tenerlos dentro del mundo crediticio. Ahora no se dividieron las etnias de cada país, se fracturó el continente africano en cuatro regiones económicas —señala el autor del libro— dentro del plurisecular «divide y vencerás» practicado por occidente en África. Las ciento sesenta y nueve medidas para ciento setenta objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible le pueden resultar también muy bienintencionados al lector y no solo al autor del libro. Y las ayudas se tuercen. La otra vía internacional practicada son los tratados Estado a Estado en materia de seguridad y defensa bajo el aspecto de Ayuda Oficial al Desarrollo. Álvarez Cobelas no es maniqueo y reparte responsabilidades entre Occidente y África subsahariana. El BM identificó los problemas endógenos y abrió el acceso de la sociedad civil con las ayudas vía ONG. Pero, advierte, Álvarez Cobelas, las iniciativas cubiertas por las ONG resultan efectivas cuando surgen desde abajo; por ejemplo, en materia de conservación y reforestación de los medios ambientes degradados por las explotaciones más intensivas. No lo son cuando caen desde las alturas occidentales. Las economías informales se vuelven, incluso, delictivas para poder sobrevivir económicamente. Sus actores económicos más frágiles son utilizados vilmente o son explotados sexualmente como ocurre con las niñas africanas. Los datos del libro son reveladores: muchos países africanos superan el 90 % del trabajo informal en sus economías. Y nuestra responsabilidad es grande.

El libro se cierra con un capítulo algo alentador: «África en el siglo xxi» (capítulo 8). Aquí se detallan los retos de la UA para el futuro próximo en relación con el retraso económico, la paz y la seguridad y la superación de las crisis humanitarias. Ellos tienen responsabilidades ineludibles y nosotros compromisos inaplazables. De una parte, el débil desarrollo de las economías africanas y la consiguiente pobreza, y de otra, el cambio climático, son lacras sociales y económicas que les causamos. Son los más perjudicados y los menos culpables de la destrucción climática. Álvarez Cobelas nos recuerda que hubo un cierto despegue económico de África subsahariana debido a la venta que lograron de materias primas. Así mismo, El BM y el FMI corrigieron vicios estructurales de sus economías, aunque redujeran a parte de su población a las economías informales. El FMI ha responsabilizado a África subsahariana de su atraso por encima de sus lastres endógenos insalvables. El rasero occidental le resultará muy exigente al lector. Pero padecen la ralentización de la economía mundial, la tensión entre las dos superpotencias y la crisis económica de su mayor importador, la UE. La agenda climática se agrava, si cabe, más en el África subsahariana que en el resto del planeta. Geopolítica de África subsahariana da buena cuenta de los signos de alarma. Pero el libro recoge, también, síntomas esperanzadores: los relevos constitucionales pacíficos en el cono sur en 2018-‍19, con ejemplos contundentes de elecciones libres para todo el continente; logros de estabilidad política pacífica; la formación de una generación de gobernantes honorables posteriores a la Guerra Fría (el presidente de Etiopía y premio nobel, Abiy Ahmed, es un ejemplo para todo el continente).

Juan Ramón Álvarez Cobelas concluye su reflexión con el deseo de que África potencie su propio impulso renovador. Más vale que los africanos tomen las riendas, nos dice, y dejen de ser compadecidos, gratificados y objeto de la congratulación humanitaria de Occidente. No cabe mejor deseo. Geopolítica de África subsahariana forma parte excelente, no me cabe duda, de ese deseo africanista de desarrollo económico y trasformación social profunda de toda África.

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[1]

Albert O. Hirschman, Retóricas de la intransigencia (traducción de Tomás Segovia), México, Fondo de Cultura Económica, 1992, 204 págs.