Mantener esculturas de hombres que representan el colonialismo o valores racistas, ¿promueve los crímenes raciales? Los coordinadores del libro sobre Culturas de la memoria en el siglo xix consideran que sí, que existe una relación directa entre la presencia de monumentos y el fomento de las ideas que encarnan. La política de las conmemoraciones sería una especie de mediador social entre teoría y acción, entre simbolizar una ideología y ejecutarla. La analizan los memory studies, que estudian lo que sabemos y cómo lo recordamos, cómo recreamos el pasado, y cómo los discursos públicos son condicionados por numerosos factores culturales y tecnológicos que terminan por decidir lo que una sociedad olvida o recuerda, y cómo lo hace.

El punto cero de su obra se sitúa en la matanza contra la comunidad afroamericana de Charleston, congregada en torno a la iglesia metodista Mother Emanuel. Dos semanas antes de perpetrar la masacre, el asesino peregrinó por lugares simbólicos: el puerto donde llegaban los cautivos, casas de esclavos y antiguas plantaciones. En los espacios del supremacismo blanco se fotografió con las banderas confederada y del apartheid. La vinculación entre monumentos y exaltación de la memoria racista queda patente en su crimen. Tras una impactante presentación con la noticia de la masacre, dejan claro que el recuerdo enaltecido del pasado es inseparable de los valores apoyados en el presente. Las esculturas en las plazas principales elogian valores y legitiman conductas. La vida, política, y acciones de personalidades que se monumentalizan tienen un público que las contempla: jóvenes, adultos o ancianos que consumen aquellas obras. Ciudadanos que elogian sus hazañas como méritos y consideran ejemplares esas esculturas porque dominan el espacio público. Tras la masacre de Charleston en 2015 tomaron plena consciencia de dicha relación. Se dispararon los debates sobre los monumentos que simbolizaban al movimiento confederado, promoviendo retirarlos como puntos de memoria o espacios turísticos. En América se intentó revisar la política monumental sobre la historia racial. En pleno siglo xxi tomaban consciencia del problema de que los lugares del recuerdo promuevan silenciosamente la segregación racial, y que su culto a las efigies ensalce la política colonial. También repararon en la exclusión de grupos raciales de las políticas de conmemoración de los estados eurocéntricos, cuando —según los autores— la tendencia democrática debería ser inclusiva.

Este libro se propuso analizar el mundo de las conmemoraciones del siglo xix. Aborda la cultura del recuerdo desde la historia, el arte o la música en Estados Unidos, Sudáfrica, India y Europa. Conjuga elementos presentes en la matanza de Charleston: memorias invocadas como arma política; ideas decimonónicas de raza y ciudadanía perpetuadas en las definiciones de pertenencia nacional; acciones de personas comunes que modelan recuerdos; los significados de desenvolver culturas del sentimiento, memoriales, itinerarios de viaje, o de conmemorar eventos históricos y pérdidas personales. Plantea el significado de la memoria consensuada desde el poder o estructurada entre grupos desfavorecidos. Aborda múltiples soportes conmemorativos públicos y privados para responder a aquella pregunta subyacente en el libro: cultivar recuerdos ¿modifica nuestra percepción del presente? ¿Condiciona la acción? Suscitan tales cuestiones el prólogo de Guy Beiner y la interesante introducción de Katherine Greiner y Amanda Mushal. Plantean conceptos esenciales en torno a la idea del recuerdo (que prefieren al concepto de memoria), basándose en autores que trataron el culto a los monumentos, los memoriales o la acción. Estructuran en dos partes su análisis.

El primer bloque trata la unión entre el consumo individual y colectivo de la memoria, personal o comunitaria. Analiza elementos de cultura material (objetos) e inmaterial (músicas, ritos), que lloran la muerte o celebran amistades y aniversarios, fomentados por la política consumista promovida por la cultura burguesa decimonónica, o generando modas con la propaganda. Susan Cook estudia las fotografías postmortem, «espejos con memoria» del fallecido o su alma. Trata dos formas de crear memorias que revelan diferentes actitudes ante la muerte. Primero, la fotografía que preservaba la imagen del muerto como conclusión de una vida, último recuerdo para quienes le sobrevivían. Segundo, la supuesta captura del espectro, variedad fantasmal espiritista que facilitaría la vida eterna, pues negaba la muerte. Tales instantáneas implicaban un acto de experiencia social dinámica, cambiante, que influenciaba la propia vida al repensar la memoria de la muerte, reinterpretando colectivamente sus significados.

Jennifer Black analiza los álbumes autógrafos, de moda desde 1850 entre grupos económicamente posicionados de Estados Unidos. Enraizaban con los album amicorum europeos. Eran libros donde familia y amigos escribían poemas, citas, versos, fragmentos de literatura o diseños, comunicando sentimientos, intercambios de afecto, amistad y simpatía. La propaganda con que libreros y comerciantes favorecían su consumo modeló el reflejo social de la amistad. Concretaban la visión personal sobre la memoria de las relaciones, anunciando la cultura de la sinceridad. Pero la aparición de manuales orientativos sobre cómo podían plasmar los sentimientos sus usuarios estandarizó diversas formas de expresar las emociones. Marcaron una división estereotipada de la esfera pública y privada, donde lo femenino reflejaba sentimiento o sinceridad, y lo masculino respetabilidad y honor, convirtiéndose en medios de construir una identidad.

Jaqueline Sholes estudia celebraciones de aniversario, cómo se conmemoran las vidas de los seres queridos. El cultivo regular de una cultura del sentimiento hacia la infancia enfatizó la celebración del individuo, fuese entre la realeza o la sociabilidad de salón entre las clases medias. Analiza el círculo del joven Johanes Brahams en la Alemania decimonónica. Varias melodías e himnos dedicados revelan el tono jocoso que promovía la convivencia, manifestando su amistad y relaciones personales. El famoso Happy birthday (Mildred Hill, Louisville, c. 1893, p. 70), cantado en clase o entre amigos, con pastel de aniversario, evidencia la necesidad de realizar ceremonias privadas para manifestar colectivamente el amor por los seres queridos.

Otro objeto para marcar la memoria es el harpón de 1880 que encontraron unos esquimales en 2005 al pescar una ballena en Alaska, donde los balleneros leen la «historia de vida» en el cuerpo de la presa. Kelly Bushnell analiza respuestas colectivas ante los peligros de la economía marítima, trata lugares de memoria en las obras de Herman Melvile o Robert Ballantyne, memoriales inmateriales inventados por las comunidades de balleneros para honrar los cuerpos perdidos, y ceremonias de incineración en el mar, cuando «los recuerdos profundos no producen epitafio» (p. 90). También Maura Coughlin examina magníficamente las respuestas conmemorativas de las comunidades de pescadores de bacalao en Francia. Estudia su identidad, definida por su vestimenta, peligrosa vida cotidiana, ritos y patrimonio inmaterial espiritual: el culto y los objetos votivos que equilibraban la cercanía entre vida y muerte. Trata las capillas de los perdidos en el mar, el muro de los desaparecidos en el cementerio, pinturas y barcos tallados como exvotos que representaban visualmente una cosmogonía donde se entregaba parte de sí para conseguir la salvación del marinero, terrenal o celestial.

El segundo bloque aborda las políticas de memoria en relación con la identidad cívica, monumentos y celebraciones públicas promotoras de turismos concretos, Estados unificados o mundos coloniales. Angela Riotto investiga la memoria promovida en la cárcel de prisioneros de guerra de Libby (Richmond, Virginia), convertida en museo en Chicago en 1889. Sus exposiciones buscaban calmar el trauma de guerra durante la guerra civil americana. Estilo gabinete de curiosidades de objetos que portaban mensajes de guerra (armamento, trofeos, reliquias, souvenires), libros y curiosidades, fue una atracción macabra, heroica y exótica que fomentó negocios propios y el dark tourism. Así, los antiguos prisioneros de guerra consideraban que tales memorias no respondían a su pasado traumático. Nunca se identificaron con aquel museo que minimizaba los horrores y no honraba su resistencia. Publicaron diarios y escritos buscando reconocimiento, cultivar la memoria de sus camaradas cautivos fallecidos y «encontrar algún sentido a su sufrimiento, y posiblemente incluso consagrarse —a través de la guerra— en la historia de su propia nación» (p. 126).

Ashley Towle analiza las conmemoraciones del senador de Carolina del Sur Benjamin Franklin Randolf. Por abanderar los derechos políticos afroamericanos fue asesinado en 1868 por defensores del supremacismo blanco opuestos a la Unión. En 1871 le honraron mediante un desfile donde civiles y organizaciones fraternales convirtieron la ciudad en escenario de su procesión al cementerio donde establecerían su culto (p. 146). Los cementerios se convirtieron en el espacio donde movilizar el activismo frente al terror de la violencia racial supremacista blanca. Aquellas manifestaciones simbólicas le convertían en mártir de las libertades. Junto con el obelisco y el día de su memoria consiguieron promover los derechos de las comunidades afroamericanas.

Jacob Ivey explora el papel de la raza en la cultura del recuerdo del Imperio británico. Trata las ramificaciones políticas de obeliscos y memoriales de nativos africanos en la Sudáfrica postcolonial. Parte del incidente del jefe indígena Langalibelele, que aniquiló grupos coloniales con sus aliados, «nativos leales» a la colonia. Aunque su líder está condenado como asesino en el memorial de Nelson Mandela, pasó de villano a héroe cuando la época post-apartheid ensalzó aquel encuentro contra las autoridades coloniales. Sirvió para reclamar derechos de ciudadanía a las comunidades sudafricanas originarias (invisibilizando los colaboradores).

Danielle Nielsen analiza las aparentes contradicciones de heroificación del colonizador en India. Memoriales y desfiles idealizaron la lealtad al Imperio, entre grupos británicos e indios, pues los «nativos lealistas» afirmaban el poder del Rajá. Analiza cómo la revuelta de tropas indias y veteranos de 1857 orientó el turismo de la metrópoli, donde rutas de peregrinaje cívico englobaron todos los monumentos del espacio público, reforzado con itinerarios que silenciaban la historia de la India. El pozo Cawnpore, en el jardín del memorial por los muertos británicos, era más visitado que el Taj Majal. Esta «narrativa del motín» que reconstruía el proyecto de Imperio británico excluía a los sujetos colonizados (no colaboradores) como desleales, insurrectos y no ciudadanos.

En espacios que confunden los intereses de los sujetos, Asaf Almog estudia desde una perspectiva positivista el imaginario construido en torno al legado separatista del Partido Federalista americano. El federalismo, que desde 1812 siguieron los presidentes Washington y John Adams, se esgrimía en tiempo de crisis, fue usado como argumento de separación, instrumentalizado por facciones opuestas para sus luchas, y usado para medir el patriotismo del partido político o para atacar a sus oponentes como desleales.

Johann Reusch estudia cómo los viajes pedestres promovidos para turistas alemanes de clase media ayudaron a construir la identidad alemana. Promovieron el patriotismo pisando la propia tierra. Este turismo, que despertaba sospechas al diferenciar al ciudadano del peregrino o vagabundo, se consagró con las prácticas higienistas. Identificaban las montañas con los espacios originarios, seguían los pasos de sus antepasados teutónicos, se regodeaban en el paisaje germánico y escalaban picos emulando triunfos militares alemanes. Los Gobiernos consideraron el «touring fatherland» (p. 227) la forma de conseguir la adhesión a la patria, apropiándosela para consolidar la identidad pangermánica.

Mira Waits trata el arte de la memoria en India en relación con la práctica artística que desvela la huella postcolonial, donde se busca en la identidad cierto sentido de pertenencia en la actualidad. Estudia las ceremonias Durbar, reinventadas para exaltar la soberanía y el poder del Imperio británico coronando a sus reyes. Sus esculturas se reunieron en el Parque de la Coronación de los Raqs (Delhi) tras colapsar como colonia, en un intento de descolonizarse ante las limitaciones de sus políticas públicas.

Este volúmen revela cómo numerosos rituales de conmemoración que hunden sus raíces en el siglo xix son operativos. Muestra que la memoria no es estática: se debe modificar al igual que se mueven los monumentos. Los recuerdos se reflejan simbólicamente en objetos que nos rodean y adornan nuestras plazas. La justicia también acarrea la conmemoración cuando las minorías (sociales o raciales) reclaman la reposición del honor, la justicia o su memoria. Este libro es esencial en las bibliotecas de todos los países con pasado colonial y dictatorial. Revela el compromiso científico con los problemas del presente. Dirigido por profesoras residentes en Charleston, muestra cómo desde sus despachos contribuyen al fortalecimiento de la democracia, promoviendo principios igualitarios y buscando políticas públicas que los representen.