SUMARIO

  1. Bibliografía

Durante los últimos veinticinco años y bajo la dirección de Javier Fernández Sebastián, la colección de Clásicos del Pensamiento Político y Social del País Vasco ha contribuido a rescatar los textos de diversos autores que dejaron su impronta en los debates intelectuales y políticos de su época (Valentín de Foronda, Gregorio de Balparda, Juan de Olavarría, etc.). El último libro de la colección está dedicado al estudio y análisis del pensamiento político de uno de los principales dirigentes del socialismo español durante la II República: Indalecio Prieto. El estudio corre a cargo de Ricardo Miralles, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco y destacado especialista en la historia del socialismo vasco durante la primera mitad del siglo xx.

Ricardo Miralles publicó en 1988 una exhaustiva obra titulada El socialismo vasco durante la Segunda República y es autor de una espléndida monografía sobre Negrín, en la que desmontó mucho de los «mitos» que circulaban sobre un político de indiscutible altura intelectual y moral. Su conocimiento de la historia del socialismo, tanto de la evolución del partido como de las biografías y trayectorias de algunos de sus principales dirigentes, ha permitido al autor elaborar un riguroso estudio del pensamiento de Indalecio Prieto en relación al denominado problema vasco en el contexto más amplio de un ambicioso proyecto de modernización de España. La obra viene acompañada de 37 textos —fruto de una cuidadosa selección llevada a cabo por el autor— que ilustran y sintetizan el pensamiento de Prieto sobre dichas cuestiones.

Miralles, en diálogo con la historiografía sobre el socialismo republicano, formula interpretaciones que, en ocasiones, divergen de las mayoritarias. De esta forma contribuye notablemente a reabrir el debate sobre un periodo crucial de nuestra historia y sobre el papel que en el mismo desempeñó un personaje decisivo como fue Indalecio Prieto. Por otro lado, y a partir de un minucioso trabajo de investigación en archivos, desvela los entresijos —poco conocidos— de las muy conflictivas relaciones del nacionalismo vasco con el partido socialista, sobre todo una vez acabada la guerra civil.

El estudio está dividido en dos partes. Aunque la primera lleva por rúbrica «Prieto y la nación española», se trata más bien de una sugerente reconstrucción del ideal socialista del político bilbaíno. En la medida en que ese ideal se concretaba en un ambicioso proyecto reformista y modernizador de España, era inseparable de una determinada concepción de la cuestión nacional. Desde esta óptica, se examina el papel que Prieto desempeñó en el escenario político de la Segunda República. La segunda parte se centra ya exclusivamente en el novedoso enfoque con que Prieto afrontó «el problema vasco» y en su decisiva intervención para dotar al País Vasco de un estatuto de autonomía.

Miralles destaca cómo Prieto («socialista a fuer de liberal») fue «un verdadero socialdemócrata, que defendió la acción de la política —y su máxima expresión, el parlamentarismo— como un medio de progreso real de la sociedad, y que concibió al Estado como el instrumento absolutamente necesario para la igualación social» (p. 17). Prieto concibió el socialismo «como la culminación del liberalismo, como su perfeccionamiento, nunca como su negación» (p. 18). Nunca fue un doctrinario, sino un «realista absoluto», un pensador de la «realidad» de España. Por ello, y a diferencia de otros ilustres socialistas de la época, su socialismo no fue de raíz intelectual sino fruto de su experiencia vital. Miralles subraya cómo lo característico del socialismo de Prieto fue su rechazo a la revolución y su defensa de la política y del parlamentarismo como medio para el progreso real de la sociedad. Es decir, su compromiso con el Estado de derecho en la misma medida que propugnó el socialista Jean Jaurés, asesinado en 1914 en Francia. El objetivo del socialismo era la modernización de España y por ello el lenguaje de Prieto fue más regeneracionista que marxista. Desde el Ministerio de Obras Públicas en 1932 y 1933 pudo poner en práctica estas ideas.

Ahora bien, para Prieto el parlamentarismo no podía funcionar sin opinión pública. Sin opinión pública que es la «fuente de energía política» no hay acción parlamentaria. Por ello Prieto deploró el estado de las masas españolas a las que «no hay quien saque de su musulmana indiferencia» (p. 25). A la forja de esa opinión contribuyó notablemente. Miralles advierte que «podría afirmarse […] que la historia de España de la primera mitad del siglo xx sería incomprensible sin las columnas, crónicas y artículos de Indalecio Prieto en la prensa española en general, pero, sobre todo, en su querido El Liberal, de Bilbao» (p. 29).

El hecho de que el partido socialista se convirtiera en la principal fuerza política del proletariado vizcaíno a través del liderazgo sindical influyó notablemente en su estrategia. Una estrategia que combinaba radicalismo sindical y aislamiento político (de las fuerzas democrático republicanas) y que no lograba proyección alguna ni sobre las instituciones ni sobre la opinión pública. Miralles destaca cómo fue mérito de Prieto romper esa tendencia obrerista y «abrir paso al socialismo moderno en el País Vasco» (p. 34). Alejamiento de cualquier extremismo político y sindical, entendimiento con las fuerzas democráticas, encauzamiento de la acción política en la competición electoral, moderación laboral. Estos eran los postulados defendidos por Prieto y que en palabras de Miralles dieron al socialismo vasco «una especificidad propia en el conjunto del socialismo español» (p. 34). Miralles examina el papel jugado por Prieto para derribar la monarquía y alumbrar el régimen republicano. Prieto insistió siempre en que sería más difícil consolidar la Republica que instaurarla. «Sin la colaboración del Partido Socialista […] podemos asegurar que sería imposible consolidar la República» (p. 43). No todos sus compañeros de partido pensaban igual.

Como es sabido, Prieto se vio tentado por la revolución (de 1934) y participó en ella, aunque pronto fue consciente del error cometido y lo reconoció públicamente. Miralles atribuye a ese error unas consecuencias de mayor gravedad que las admitidas por otros autores. La historiografía de manera generalizada explica el error de Prieto en términos de disciplina de partido. Miralles, y este es uno de sus puntos de vista alternativos, rechaza esa explicación: «No, desde mi punto de vista esa explicación no sirve para contestar a todo lo que ocurrió. La revolución de 1934 no fue ni un simple error político de Prieto […] ni un acto episódico. Al contrario, la actuación de Indalecio Prieto fue continuada en el tiempo, al menos desde noviembre y diciembre de 1933 hasta el verano de 1934. No puede calificarse, por tanto, como un “error” episódico, lo que fue un “proyecto” continuado en el tiempo» (p. 54). La interpretación que propone el autor no se limita a cuestionar la calificación de la actuación de Prieto como mero error, sino que le lleva a ver en ella la causa de su rechazo a presidir el Gobierno en mayo de 1936.

El fracaso de la revolución de octubre de 1934 estuvo a punto de dividir el partido socialista en dos. Una facción bolchevizadora encabezada por Largo Caballero y otra centrista encabezada por Prieto. Este propuso la reconstrucción de la alianza electoral con los republicanos de izquierda para recuperar la República. Tras el triunfo electoral del Frente Popular, y promovido Azaña a la Presidencia de la República, le encargó a Prieto formar Gobierno. Este rehusó, aunque sintiéndose «muy atraído» a aceptarlo. El sector caballerista del partido se lo impedía. Aceptar el encargo de Azaña habría provocado, sin duda, una escisión del Partido Socialista. Miralles niega que esa fuera la verdadera causa de la negativa. El error de Prieto —de 1934— está detrás. La p. 58 es fundamental: «La explicación de por qué rehusó en mayo de 1936 tiene que ser otra: en realidad, Prieto, pese a sentirse muy atraído a aceptarlo […] fue un hombre demasiado marcado por octubre, comprometido con sus objetivos y aventurado en su desarrollo como para aceptar formar el Gobierno de Azaña. Su resignación final habría que verla […] más en relación con ese inmediato pasado revolucionario […] que con un eventual rechazo caballerista que él siempre invocó […]. Así pues, su “error” de 1934 le impidió un eventual “acierto” en mayo de 1936 […]. El hombre de la “revolución” no podía aspirar a ser —y probablemente, él lo supo antes que nadie— el hombre de la conciliación». Como toda interpretación de las intenciones y motivaciones últimas de un comportamiento político, no es susceptible de comprobación. Con todo, aunque durante unos pocos meses Prieto fuera el hombre de la revolución, la conclusión principal de la obra de Miralles es precisamente que el político bilbaíno fue el hombre de la conciliación y del compromiso entre la clase trabajadora y la burguesía liberal reformista. Hasta tal punto que como se subraya al final de la primera parte del trabajo, Prieto fue el primero en apuntar «soluciones de transición» para la recuperación de la libertad en España.

Miralles formula varias conclusiones: a) a pesar de que Prieto «pudo haber definido la política más acertada para España» nunca tuvo de lado al partido y mucho menos a la UGT. Esa fue su gran debilidad (p. 71); b) para Prieto la idea de libertad estaba por encima de la patria y del socialismo. Los valores del liberalismo cívico defendido por Prieto no fueron «los dominantes históricamente en el PSOE» (p. 72), y c) a diferencia del resto de los socialistas españoles, su confluencia con los republicanos no fue circunstancial, sino que formó parte de su ideal político (p. 73). Como dijo Santos Juliá, «a Prieto no le separaba nada de Azaña y quizá fuera Azaña quien expresara, mejor que Prieto, lo que el mismo Prieto defendía: una República democrática, liberal y parlamentaria».

La visión del socialismo y de España, el proyecto político democratizador y modernizador del país de Prieto —expuesto en la primera parte del libro— es el contexto que permite comprender y otorgar todo su valor y sentido al modo en que el político bilbaíno abordó el «problema vasco». Este es el objeto de la segunda parte del libro que es la más extensa y relevante del mismo.

Prieto —subraya Miralles— «fue el hombre que acabó con la ensoñación fuerista» (p. 77) y desmontó la visión de los fueros como una suerte de constitución o democracia originaria. Frente a un camino que no conducía a ninguna parte, Prieto se planteó reconducir la cuestión foral vasca a través de la legalidad constitucional. «Prieto comprendió mejor que nadie que solo mediante la absorción de la idea de los fueros en la Constitución, se realizaría la modernización de la reivindicación» (p. 78). En coherencia con este planteamiento, Prieto fue junto con Azaña «el principal artífice de la solución constitucional de la cuestión regional» (p. 79). Desde esta óptica, Miralles describe el decisivo papel desempeñado por Prieto en la solución autonómica. Solución que formaba parte de un mismo proyecto de democratización y modernización de España a través de la República. El nacionalismo vasco contemplaba la autonomía de manera muy distinta.

Desde que en 1885 el socialismo se instaló en el País Vasco su principal adversario político e ideológico fue el nacionalismo. Prieto siempre abominó del discurso nacionalista por su integrismo católico y su carácter xenófobo. «Soy un enemigo acérrimo del nacionalismo vasco porque representa un espíritu rural y reaccionario incompatible con las esencias liberales que constituyen la divisa de toda mi vida» (p. 84). Este implacable adversario del nacionalismo vasco fue uno de los principales protagonistas del proceso que condujo a la creación de la autonomía vasca. El otro fue el dirigente nacionalista vasco José Antonio Aguirre. La amistad entre ambos dirigentes políticos no puede hacernos olvidar que el socialista fue «la bestia negra» del nacionalismo y que para Aguirre «la doctrina del constitucionalismo —de la que Prieto era uno de los más insignes representantes— es nuestro enemigo (sic) número uno» (p. 171).

Miralles expone el tortuoso proceso que condujo al alumbramiento de la autonomía vasca y contrapone claramente la visión de Prieto y la de los nacionalistas. Para Prieto la autonomía vasca era «un instrumento de consolidación del Estado republicano» (p. 94), una solución final, mientras que para el nacionalismo solo era el primer paso para futuros escenarios más ambiciosos, es decir, una fórmula provisional. Con estas premisas se examina el pensamiento de Prieto sobre la cuestión vasco republicana.

En cuanto al origen de la autonomía vasca, esta procedía del Pacto de San Sebastián. Por lo que se refiere a su contenido, Prieto defendió —y logró— que el Estatuto fuera un texto sencillo, no muy largo, «obra de concordia» (p. 100) y conforme a los principios y valores del liberalismo acordados en San Sebastián y reflejados en la Constitución. Por otro lado, Prieto fue siempre consciente de los peligros inherentes a la autonomía y defendió el establecimiento de garantías concretas para el caso de que los entes autonómicos contravinieran los principios del nuevo régimen: primacía de los derechos individuales e instrumentos de fuerza para el caso de que la libertad resultara comprometida.

Al margen de todas las cuestiones técnicas, Miralles se centra en la finalidad política que Prieto atribuye al otorgamiento de la autonomía. Esta era la «búsqueda de una integración satisfactoria y leal del nacionalismo vasco en el nuevo régimen. ¿En algún momento —se pregunta el autor— pudo creer Prieto en esa integración leal?: «Prieto aspiró a ello, pensando ingenuamente que quizás el nacionalismo —una vez obtenido el Estatuto— se quedaría sin programa y sus masas dispuestas para embarcarse en proyectos de cambio social como los que defendían los socialistas» (p. 107). En todo caso, y Miralles insiste en ello, el Estatuto fue para Prieto una afirmación del liberalismo español y una concesión de la República.

En el libro se analizan los numerosos conflictos surgidos entre el Gobierno vasco y el central durante la guerra civil y la desvinculación del nacionalismo vasco desde abril de 1939 de todo compromiso con la República y con los partidos que la respaldaban, entre ellos y principalmente el socialista. Se examinan después con detalle los enfrentamientos entre el partido socialista y el nacionalismo vasco en el exilio. Estos epígrafes revisten un especial interés porque se trata de una historia poco conocida. El Gobierno vasco en el exilió asumió un programa separatista y exigió una «filiación nacional vasca» a todo partido integrante del mismo. Ello suponía que los partidos actuasen con independencia de todo organismo exterior al País Vasco, lo que en el caso del partido socialista hubiera implicado su escisión del PSOE. Prieto se opuso desde México con rotundidad y contundencia a tales pretensiones.

En los años 1942 y 1943 el enfrentamiento entre socialistas y nacionalistas fue total. A partir de entonces Prieto ya no habla del problema vasco, sino del «problema del separatismo»: «El problema del separatismo me preocupa tremendamente porque si se presentasen circunstancias favorables al restablecimiento de las instituciones democráticas de España, nos encontraríamos con un problema gravísimo» (p. 150). El Partido Socialista puso fin a su presencia en el Gobierno vasco y realmente —aun cuando ello no estaba a su alcance como partido político— a dar por finiquitada dicha institución.

El análisis precedente permite a Miralles formular la siguiente conclusión: «La República fue la gran oportunidad perdida —desaprovechada, ¿despreciada?— por el nacionalismo vasco de integrarse de una manera satisfactoria en un proyecto común, es decir, como siempre deseó Prieto, en un solo país, apartándose de un foralismo reinventado en cada momento histórico, o claramente de un nacionalismo separatista» (p. 172). El mérito del pensamiento y la actuación de Prieto residió por ello en haber rescatado para la modernidad y el constitucionalismo «una foralidad y una nacionalidad vascas penetradas de etnicismo y cuya capacidad de integración no podía ser otra cosa que nula» (p. 173). Esto es lo que Prieto —y la República— ofrecieron y otorgaron al nacionalismo vasco.

La lectura del libro de Miralles confirma lo acertado de su inclusión en una colección de clásicos. Pedro de Vega —añorado director de esta revista— advertía en un brillante ensayo sobre otro clásico del socialismo, Fernando de los Ríos, de que a la hora de reivindicar a un autor como un clásico lo relevante no es tanto «ensalzar sus nombres para terminar ocultando los problemas a los que como protagonistas de la historia tuvieron que enfrentarse y dar respuesta, sino a la inversa, de asumir sus problemas en la medida en que, en muchos aspectos, siguen siendo los nuestros. A fin de cuentas es ese el destino de los clásicos, el de no poder permanecer en el pasado como estatuas inertes a las que se contempla con mayor o menor admiración, sino el de convertirse en alma inspiradora y alentadora del presente» ( ‍Vega García, P. de (2017). Fernando de los Ríos: Teórico y clásico del socialismo español. En R. Rubio Núñez (ed.). Obras escogidas de Pedro de Vega García (pp. 139-153). Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.Vega García, 2017). Desde esta óptica, el libro de Miralles pone de manifiesto la actualidad y la vigencia del pensamiento de Prieto en relación a los grandes problemas que se examinan en la obra: la democracia, el socialismo, el problema vasco. Tras la guerra civil, Prieto fue el primero en reconocer que España solo se reconstruiría en paz mediante la reconciliación. Y que esa reconciliación debía dar lugar a una democracia parlamentaria, no necesariamente a una república y mucho menos a una revolución. Como ha subrayado Santos Juliá, Prieto fue un precursor de la transición que finalmente tuvo lugar quince años después de su fallecimiento. En ese sentido, Miralles subraya cómo «Prieto abrió con esta política —antes que cualquier otro socialista español— el camino para el apartamiento definitivo del socialismo español de su vertiente revolucionaria» (p. 175). Ello hizo posible su conversión en un partido homologable a las demás fuerzas socialdemócratas europeas y su decisiva contribución a la Transición española. Sus ideas del compromiso, de la conciliación, de la concordia como elementos fundamentales de la política democrática conservan plena vigencia. Como la conservan su concepción liberal de la nación como proyecto modernizador e integrador.

Por otro lado, el encauzamiento de los nacionalismos periféricos a través de una solución autonómica, esto es la fórmula adoptada por Prieto (en conjunción con Azaña) en la República, ha sido también la asumida por nuestra Constitución de 1978. Para Prieto —como para la constituyente de 1977-‍78— la autonomía fue «una fórmula unionista española». El político bilbaíno «esperó siempre a cambio —aunque temió lo contrario— una lealtad constitucional de los nacionalistas vascos, pues era consciente de que serían sus principales beneficiarios, como así fue» (p. 175). A día de hoy, no es el problema vasco sino el catalán uno de los principales desafíos para nuestro sistema constitucional. Las reflexiones de Prieto sobre el separatismo vasco extrapolables al catalán revisten también por ello una extraordinaria vigencia.

Todo ello hace que el riguroso y bien documentado libro de Ricardo Miralles, con su meritoria reconstrucción del pensamiento político de Prieto, resulte de extraordinario interés no solo para historiadores, politólogos, juristas y otros científicos sociales, sino también para cualquier ciudadano interesado en conocer a un personaje fundamental de nuestra historia y que puede todavía contribuir notablemente a iluminar nuestro presente.

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[1] 

Vega García, P. de (2017). Fernando de los Ríos: Teórico y clásico del socialismo español. En R. Rubio Núñez (ed.). Obras escogidas de Pedro de Vega García (pp. 139-‍153). Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.