RESUMEN
Este artículo analiza la transición de devoción dinástica a devoción nacional de la Inmaculada Concepción en España y Portugal durante la primera mitad del siglo xix. Esta reformulación simbólica constituyó una vía de politización y nacionalización a través de la religión en ambos países ibéricos. El estudio de los discursos religiosos nos lleva a considerar que, a pesar de las contradicciones entre liberales y católicos, ni unos ni otros renunciaron a la centralidad del componente religioso heredado a la hora de construir la nación tras la caída del Antiguo Régimen.
Palabras clave: Inmaculada Concepción; nacionalización; politización; catolicismo; liberalismo.
ABSTRACT
This article analyses the transition of the Immaculate Conception from dynastic devotion to national devotion in Spain and Portugal during the first half of the 19th century. This symbolic reformulation was a way of nation-building and politicisation through religion in both Iberian countries. The study of religious discourses leads us to consider that, in spite of the contradictions between liberals and catholics, neither of them renounced the centrality of the inherited religious component at the time of building the nation after the fall of the Ancien Régime.
Keywords: Immaculate Conception; nation-building; politicisation; catholicism; liberalism.
«No hizo lo mismo con todas las naciones». Con este versículo del Libro de los Salmos
(147, 20) se ha invocado en numerosas ocasiones la predilección divina de la Virgen
María por una determinada nación. Así, por ejemplo, el polígrafo católico Basilio
Sebastián Castellanos de Losada señalaba que a ningún otro país como a España se aplicaba
con tanta propiedad las palabras del salmista, pues ella «es hija predilecta de la
religión del Crucificado». Y en nota añadía la causa última de esta trascendente identificación
entre la nación española y el catolicismo: España tenía «por escudo y defensa de su
fe a la Virgen Inmaculada», el «escudo salvador de nuestra nación»[2]. Pero lo cierto es que esta pretensión de monopolizar el favor de la Virgen no era
privativa de los españoles. También por entonces los católicos portugueses aclamaban
a la Virgen como su particular protectora, e igualmente lo hacían en su advocación
como Inmaculada, la Virgen de la Concepción. Su historia como Padroeira de Portugal se remontaba a los tiempos de lucha frente a la Monarquía Hispánica, cuando
Juan IV la eligió como patrona por «os conhecidos beneficios que a nação portugueza
recebu sempre do Patrocinio da Santisima Virgem da Conceição em todas as épocas arriscadas
da monarchia»
Las siguientes páginas proponen un análisis comparativo en los países ibéricos del
proceso de politización y nacionalización de este misterio mariano en su transición
de advocación dinástica a devoción nacional en la primera mitad del siglo xix. Los fenómenos devocionales de esta centuria constituyen un objeto de estudio explorado
cada vez más por la historiografía contemporaneísta. Este campo, que anteriormente
no dejaba de ser un ámbito reservado a estudiosos eclesiásticos, se ha ido abriendo
a nuevas miradas para considerar cómo, más allá de los moldes institucionales de la
Iglesia, los discursos y las prácticas religiosas se plantearon a modo de respuesta
ante el arranque de la modernidad y las necesidades simbólicas que con ella surgían
en el campo religioso. En este sentido, se ha subrayado la intensificación de algunos
cultos, como el Sagrado Corazón de Jesús, que respondían a las mutaciones sobrevenidas
tras el impacto de la Revolución Kselman ( Coreth (
El caso que aquí nos ocupa nos lleva a considerar las posibilidades del uso de lo
religioso como elemento de nacionalización en el siglo xix. La religión, que había sido uno de los pilares del Antiguo Régimen, se convirtió en
el nuevo contexto liberal en una fuente inagotable de recursos para extender la idea
de nación entre los ciudadanos Haupt (
Además, en ese proceso de apropiación y resignificación la Inmaculada se revistió
no solo de caracteres nacionales, sino también políticos. Y ello en un momento de
tensión entre la Iglesia y el liberalismo en toda la Europa católica y, por tanto,
también en la península ibérica. Es en este contexto —y no casualmente— cuando se
produjo la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Anteriormente, la creencia
de que María había sido preservada del pecado original había constituido una opinión
muy piadosa, pero que no todos compartían en el seno de la Iglesia. Fue Pío IX quien
tomó la iniciativa de elevarla a categoría de dogma de fe. Desde su exilio en Gaeta,
a donde le había llevado a refugiarse la Revolución de 1848, el papa inició el proceso
de proclamación dogmática con la encíclica Ubi primum de 2 de febrero de 1849. En ella se solicitaba la opinión de los obispos, en su inmensa
mayoría favorables. De vuelta en Roma, Pío IX puso en marcha la definición dogmática,
que sería dada a conocer en la bula Ineffabilis Deus el 8 de diciembre de 1854. Si bien no contenía un compendio de errores modernos, como
se barajó en un primer momento, el contenido de la bula distaba mucho de ser políticamente
aséptico. Ante todo, suponía un reforzamiento de la autoridad del papa en el seno
de la Iglesia. Pero, además, en su vertiente doctrinal el dogma de la Inmaculada reafirmaba
las creencias del pecado original (del que María fue preservada) y de la divinidad
de Jesucristo (en la que se fundamentaba ese privilegio), oponiéndose a las ideas
del racionalismo y del indiferentismo religioso. No en vano la Inmaculada era representada
pisando la serpiente, lo que reactualizaba la profecía que Dios dirigió al reptil
tras incitar a Eva a pecar: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre su simiente
y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón» (Génesis
3, 15). Y en un momento en el que la Iglesia se sentía acosada por la revolución y
la modernidad, una Inmaculada triunfante sobre el mal no solo era una imagen reconfortante,
sino también movilizadora entre las propias filas Cecchin (
Nuestro análisis examina los discursos religiosos sobre la Inmaculada Concepción en España y Portugal y su evolución de devoción dinástica a devoción nacional en el siglo xix. Con ello pretendemos poner de relieve una misma dinámica religiosa en ambos países ibéricos en el tránsito del Antiguo Régimen a la época del liberalismo. Su interés estriba en constatar cómo, a pesar de las contradicciones entre liberales y católicos, ni unos ni otros renunciaron a la centralidad del componente religioso heredado a la hora de construir la nación tras la caída del Antiguo Régimen. Y ello a pesar de que constituyese un elemento polémico, no solo entre el liberalismo y las alternativas legitimistas (miguelismo en Portugal y carlismo en España), sino entre las distintas sensibilidades dentro del espectro ideológico liberal y en el propio seno de la Iglesia. Así pues, este tipo de análisis nos confronta con una visión más poliédrica de las relaciones entre liberalismo y catolicismo.
Ya desde el siglo xiii constan evidencias documentales de la celebración de la fiesta de la Concepción en
Portugal, de la misma manera que se celebraba en otros países, si bien la creencia
de que la Virgen fue concebida sin pecado original no era compartida por todos los
teólogos
Pasados los años, ya en el siglo xix, el uso simbólico y político de la Inmaculada como patrona de Portugal tuvo un hito
fundamental en el Trienio Vintista, entre 1820 y 1823. Este breve periodo de tiempo
en el que el liberalismo intentó la implantación de un sistema constitucional se caracterizó
por un fuerte enfrentamiento entre el Estado liberal y una Iglesia reticente a cualquier
tipo de reforma
Para hacer frente a la apropiación simbólica reaccionaria de la aparición ocurrida
en Carnaxide, el Gobierno liberal ordenó recoger la imagen y llevarla a la catedral
de Santa María Mayor. El traslado se llevó a cabo el día 5 de agosto y para verificarlo
se necesitó la intervención de un regimiento. Una vez en Lisboa, el sermón de bienvenida
a la imagen correría a cargo de Marcos Pinto Soares Vaz Preto. Más conocido como el
padre Marcos, se trataba de un religioso de hondas convicciones liberales y masón,
además de amigo personal del ministro de Negocios de Justicia, José da Silva Carvalho
Pedi a Maria santissima alcance pelas suas rogativas a Graça do Espirito Santo para
as presentes Cortes, e para a acertada escolha das Cortes futuras. Pedi-lhe que ampare
as outras Authoridades Ecclesiasticas e Temporaes, e que em fim Deos recebendo benigno
os Cultos que a Nação Portugueza hoje consagra a Maria, dê a todo o Reino Unido a
Graça do Ceo, a fertilidade da terra, o augmento das Artes, o vigor da Industria,
a abundancia do Comercio
Sin embargo, en mayo de 1823 la experiencia liberal sería truncada por una rebelión que, en un primer momento, tenía al príncipe Miguel como su líder, aunque en seguida fue capitalizada por su padre. El 23 de junio la familia real al completo acudió a la catedral lisbonense para agradecer a la Virgen de la Concepción su protección. Con el retorno al Antiguo Régimen, el uso de esta devoción en los discursos contrarrevolucionarios fue recurrente. En una publicación de 1823 que llevaba el expresivo título de Refutação da Constituição dos Insurgentes podía leerse que la aparición ocurrida el año anterior mostraba «signaes de verdadeiramente prodigioso, ou milagro, na defeza da Religião, e juntamente da monarquia Portugueza». El descubrimiento de la imagen de la Virgen no era un suceso fortuito, sino un hecho providencial para recuperar la alianza del Trono y el Altar en Portugal:
Milagres evidentes forão praticados na invocação á Soberana Virgen Mãi de Deos em
sua Imagem Apparecida, consagrada ao mysterio de sua Immaculada Conceição. Pessoas
entrevadas pelo espaço de annos de repente recobrárão saude, invocando a Mãi de Deos,
diante da sua Imagem Milagrosa. Á vista destes, e outros prodigios continuados a Fé
da Religião de Jesu Christo se firmou nos corações dos Portuguezes, e com ella a fidelidade,
e sobordinação ao seu Rei, a quan anda sempre unida com o fervor, a desempenho da
Religião. O que ama, e respeita a Deos, ama, e respeita o Rei
Al mismo tiempo, su identificación con el príncipe se hizo cada vez más evidente Lousada y Ferreira ( Lousada (
Así pues, el símbolo de la Inmaculada Concepción, que hollaba la serpiente del pecado,
era fácilmente identificable con un príncipe Miguel triunfante sobre la Revolución.
De esta manera describe los sucesos ocurridos a raíz de la aparición de la Virgen
de la Concepción en Portugal Lourenço José Alves en una larga composición poética
publicada en 1824. En ella no solo narraba la milagrosa aparición de la Virgen, sino
también las «finezas, graças e favores que a Senhora tem feito á Nação Portugueza»,
según rezaba el título. En este sentido, trazaba una línea de continuidad mesiánica
entre el descubrimiento de la imagen de la Virgen y la restauración del trono y el
altar. En primer lugar, para legitimar el movimiento contrarrevolucionario, comparaba
la aparición de la Virgen en la cueva con el nacimiento de Jesús en Belén, pues ambos
eran perseguidos por los regímenes políticos del momento, aunque estuvieran tan alejados
temporalmente el uno del otro. De hecho, afirmaba que a los impíos liberales «de Herodes
só lhes faltou / dar aos innocentes morte»
Tudo a fim de apoucar
pia liberalidade,
com que o Povo á Senhora
offerta de boa vontade.
Disse, que as Imagens Santas,
Lá segundo o seu pensar,
Na rua, e frente das cazas
Nunca deverião estar.
Tambem Satanaz não gosta
De as ver em tanta parte;
E se os genios são concordes,
Todos fallão d’igual arte Ibid.: 16.
El clímax de la composición llegaba en los providenciales sucesos que traerían la
libertad al reino: la noche del 27 de mayo de 1823 (en el aniversario en que la Virgen
de la Rocha había hecho su aparición) el príncipe Miguel salía de Lisboa y, gracias
al patrocinio de María, comenzaba la salvación de Portugal: «Com a graça de Maria,
/ de São Miguel protecção, / conseguio a liberdade / do reino, e toda a Nação». Desde
entonces, la Virgen de la Concepción de la Rocha y el miguelismo estarían íntimamente
unidos Prueba de ello es un testimonio recogido en Nossa Senhora (
Es difícil considerar esta utilización política de la devoción religiosa en un sentido
nacional. Por el contrario, la Inmaculada Concepción seguía siendo para el miguelismo
un culto dinástico que ponía de manifiesto la lealtad de los súbditos a la monarquía
por medio de una religión que compartían todos los portugueses, y que tenía como un
rasgo presuntamente distintivo y propio la creencia en la concepción de la Virgen
sin mancha de pecado. Aunque en estos discursos apareciese la palabra nación, el término conservaba todavía su acepción etimológica al denotar una identidad basada
en el origen geográfico dentro de los reinos de una monarquía y no un sujeto político
soberano. Esta apropiación de términos (también ocurría con el de libertad, como hemos podido comprobar) constituía un recurso de los miguelistas para neutralizar
el contenido semántico político del vocabulario liberal y sustituirlo por contenidos
propios del Antiguo Régimen revestidos de categorías morales positivas Lousada (
Habría que esperar, pues, al establecimiento de un régimen liberal para que la Inmaculada
se convirtiese en una devoción de la nación portuguesa. De hecho, fue tras la proclamación
dogmática cuando los discursos religiosos que se referían a la Inmaculada en clave
nacional se multiplicaron. Además, ello coincidió con la normalización de las relaciones
entre la Iglesia y el Estado portugués después de un período abierto por la Revolución
liberal que algunos llegaron a caracterizar de «cismático»
Ese componente aparece claramente reflejado en un opúsculo aparecido en Lisboa en
1853. Tal y como el título advertía, su anónimo autor disertaba sobre las «congruencias
sociales» que implicaría tal proclamación, a saber: una condena en firme a los «errores
modernos» por la voz autorizada del sucesor de san Pedro. El asunto de la Inmaculada
Concepción no podía ser abordado como un tema de religiosidad popular por los católicos,
sino como el «baluarte mais poderozo e opportuno que no prezente tempo se possa oppôr
á invasão da heresia mais o menos descuberta»
Se Maria por singular privilegio foi preservada do peccado original, logo a estirpe
de Adão não he pura e santa de origem, mas viciada e culpada e precizada de redempção.
Se Maria foi preservada porque Mãe de Deos; logo Christo, seu filho, não he uma idea,
mas sim uma pessoa historica e real; não he um filosofo humanitario, mas sim verdadeiro
Deos, unindo na simples hypostasis do Verbo eterno a divina á humana natureza. Se
Maria foi preservada pelos merecimentos do mesmo Christo reparados da humanidade decaida;
logo a missão de Christo não foi terrena e civil, mas celeste e sobrenatural; isto
he o resgate do homem do peccado, da morte da alma, da escravidão de Lucifer: a graça
que Christo nos trouxe não foi a civilização politica, mas sim a fé, a vida sobrenatura,
a adopção de filhos de Deos, a felicidade para a qual por elle fomos destinados, não
he a temporaria desta vida, mas a eterna do ceo, e por conseguinte a Igreja não tem
missão ou dever de nos fazer felizes terrenamente Ibid.: 16-17.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María dejaba claro que el hombre no era bueno
por naturaleza. La humanidad estaba corrompida desde que sus primeros padres desoyeron
el mandato divino. Si Adán pecó, sus hijos podían volver a pecar; la naturaleza humana
no era ni podría ser independiente. Y concluía: «Por isso as maximas da liberdade
absoluta, da independencia do pensamento, do reinado da opinão, da soberania humanitaria,
são falsas e erradas» Ibid.: 17.
Así, después de 1854 los discursos religiosos vertidos tras la proclamación dogmática
en Portugal incorporarían a la dimensión nacional ese componente de enfrentamiento
con las ideologías modernas. Los sermones pronunciados a lo largo del país ilustran
bien esta amalgama de nación y contrarrevolución. Se celebraba que el papa hubiera
definido una creencia particular de la nación portuguesa, como hacía el consejero
deán de la sede patriarcal al comenzar su sermón interpelando a los sentimientos nacionales
que despertaba la definición dogmática: «Sus portuguezes! Erguei a cabeça com orgulho!» P. ej., la pastoral del arzobispo de Braga, 4-4-1855.Recogida en Pombo (comp.) (
E vós, meus amados filhos, que, com grande satisfação Nossa, tendes dado constantes
documentos da vossa piedade e sublime veneração, que tributais à Santíssima Mãe de
Deus, sob a invocação de Sua Conceição Imaculada, vós —que pela graça de Deus, e regenerados
pelo baptismo, pertenceis ao corpo místico da Igreja Católica, e à Fidelíssima NAÇÃO
PORTUGUESA, Padroado da Augusta Rainha dos Anjos sobre aquela gratíssima invocaçã,
e que com tanta especialidade tem sido visívelmente protegida nas situações mais arriscadas,
nas públicas calamidades, nos perigos, aflições e trabalhos particulares, pela valiosa
intercessão de nossa poderosíssima PADROEIRA; vós —finalmente— que acatais, submissos
e dóceis, as decisões da Igreja, e prestais pura obediência e firme adesão a seus
juízos supremos, pronunciados pela voz autorizada do Vigário de Jesus Cristo, centro
luminoso da Unidade Católica— não podeis ficar mudos espectadores, quando a Igreja
exulta, quando a Nação Portuguesa, desde o Trono dos nossos Reis até ao mais humilde
dos Cidadãos, correm ao Templo a-porfia, endereçando ao Senhor pomposas acções de
graças, cânticos, e hinos de louvor, e piadosa devoção à Santíssima Virgem, pela faustíssima
nóva que ora vos anunciamos Pastoral del obispo de Viseu, 30-4-1855. Recogida en Pombo (comp.) (
Claro está que esos valores que unían a los católicos no eran políticamente asépticos.
Los eclesiásticos no dejaron de subrayar el significado doctrinal de la definición
dogmática frente a los «errores modernos». José Luís Alves Feijó, gobernador del obispado
de Bragança, se admiraba de que la proclamación hubiese llegado «no meio do indiferentismo
e do racionalismo do século xix» Pastoral del gobernador eclesiástico de Braganza, 18-4-1855. Recogida en Pombo (comp.)
( Pastoral del arzobispo de Évora, 25-4-1855. Recogida en Pombo (comp.) (
As correntes do Jordão;
de Holofernes a Judid;
o Abiatar de David;
as graças da Conceição;
a mae Eva; o pae Adão;
O Embaixador Gabriel;
os leões de Daniel;
linguas grossas e carnaes;
Babilonia e salgueiraes;
No obstante, el protagonismo fue para los discursos religiosos que celebraban el nuevo
dogma. Y si hubo versos que se difundieron, esos fueron los de O triumpho da Igreja Romana na definição da Immaculada Conceição de Maria del jesuita miguelista Carlos João Rademaker, en los que «Os sabios, os filosophos
se inclinam» ante la verdad que revelaba el papa y no la razón
La Inmaculada Concepción había sido una devoción estrechamente vinculada a la monarquía
española desde la Baja Edad Media, pero no fue hasta mediados del siglo xvii cuando la Corona hizo de la definición dogmática su particular caballo de batalla.
En 1652 Felipe IV creó una Junta para conseguir este propósito, que acabó siendo una
cuestión de Estado en las relaciones entre Madrid y Roma. El interés de la monarquía
católica estribaba en aprovechar la ambigua postura de la Santa Sede, que no terminaba
de decidirse ante esta materia teológica, y así intervenir en asuntos eclesiásticos
al erigirse en primera potencia católica de la Contrarreforma. Además, la creencia
en la singular concepción de María fuera del pecado original legitimaba la acción
evangelizadora hispana en América, pues al igual que María había sido preservada de
la herencia de Adán y Eva para preparar la venida de Cristo, los indígenas podían
romper con el lastre de sus religiones anteriores y abrazar la salvación Broggio ( Como advierte Álvarez Junco (
Con la guerra de la Convención entre 1793 y 1796 y, sobre todo, la invasión francesa
de 1808, se puso de relieve la crisis en la que se encontraba la monarquía española
y se abrieron las puertas a nuevas alternativas para solventar esta grave situación.
En este sentido, en el devenir político que se desarrolló desde entonces hasta 1814
asistimos a los inicios de la contemporaneidad en España en medio de un proceso bélico
inserto en el contexto internacional posterior a la Revolución francesa, y que tiene
su correlato interior en una guerra entre patriotas y afrancesados, acompañada por el proceso revolucionario que alumbrará la Constitución de 1812. En
ambas dimensiones —bélica y política— el uso de la religión y sus símbolos fue un
factor fundamental en el bando patriota para movilizar a la población frente al invasor
y garantizar su lealtad en momentos de dificultades e incertidumbres. Desde púlpitos
y publicaciones se predicaba una guerra justa incardinada en la historia multisecular
de enfrentamiento del bien y el mal, lo trascendente y lo mundano, la Iglesia y sus
perseguidores, adobada con un tono apocalíptico que rayaba en lo mesiánico y multitud
de referencias veterotestamentales, así como continuas apelaciones a un pasado de
la patria —o, ahora cada vez más, la nación— caracterizado por la predilección divina
hacia los españoles Álvarez Junco (
Esta retórica fue ampliamente utilizada por aquellos que vieron tambalearse la monarquía
que durante siglos había sido el referente común, junto con la religión, de los súbditos
de la monarquía católica. Pero también fue asumida por el temprano liberalismo hispano
a la hora de plantear su acción política en aras de la instauración de un régimen
constitucional. Lo que buscaban estos primeros liberales era posibilitar el paso de
una monarquía a un Estado nacional de manera que las lealtades de los antiguos súbditos
permanecieran intactas entre los nuevos ciudadanos, aunque orientadas a la revolucionaria
realidad política que aspiraban a implantar. En este sentido, el catolicismo fue un
elemento irrenunciable a la hora de conservar y redirigir los sentimientos de pertenencia
de la población española, en tanto que la religión había sido el elemento definitorio
de una monarquía cuyo título principal era el de católica y que había tenido como objetivos fundamentales de su actuación en el concierto internacional
la defensa del catolicismo en Europa y su extensión en América. Fue así como, en medio
de la crisis de esa monarquía católica, el liberalismo español identificó la comunidad
de ciudadanos con la comunidad de creyentes, dando a luz una nación católica que heredaba las antiguas lealtades a la religión y las extendía al sistema liberal Portillo Valdés (
Es por todo ello que el símbolo de la Inmaculada Concepción se utilizó profusamente,
tanto por los absolutistas que deseaban derrotar a los franceses para restaurar la
alianza del trono y el altar, como por los liberales, cuyos horizontes políticos alumbrarían
un sistema constitucional. En primer lugar, en el proceso de formación de juntas se
exigió a los integrantes de estas que pronunciaran el juramento de defender la opinión
de que María había sido concebida sin mancha de pecado, lo que refleja, más allá de
un fenómeno devocional que conjugaba un rasgo de piedad mariana con una identidad
colectiva más o menos extendida, la propia lealtad a la monarquía que tanto se había
identificado con el patrocinio de la causa inmaculista Pueden verse los juramentos de las juntas en la prensa patriota de la época. Por
ejemplo, en el caso de la del Principado de Cataluña, en Diario de Madrid, 21-8-1808.
Serenísimo Señor:
Desengañémonos: mientras no pongamos nuestra confianza en Dios y su Madre no esperemos
conseguir victoria de nuestros enemigos. [...] Haga V. A. voto (como ya se lo han
aconsejado) a nombre de nuestro amado Rey Fernando 7.º de solicitar la canonización
del Misterio de la Concepción de la Virgen. Pues está revelado que ha de llegar tiempo
que este dulce Misterio se ha de celebrar en la Iglesia como mysterio de fe: aora
[sic] es el tiempo: pues a un beneficio grande, debe preceder una calamidad y tribulación
grande: y quál puede ser mayor? Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 52-H, exp. 410. Anónimo sin fecha.
El asunto de la Inmaculada también fue objeto de discusión en las Cortes de Cádiz.
A la hora de establecer los términos del juramento ante las Cortes que el monarca
habría de pronunciar llegado el día de su advenimiento al trono, el diputado guatemalteco
Antonio de Larrazábal, clérigo liberal, propuso, entre otras adiciones, que en el
texto del juramento se incluyese la defensa de la creencia en la Inmaculada Concepción.
Larrazábal exponía la profunda raigambre que tenía «la devoción española» de la Inmaculada
en la historia de la monarquía como su particular protectora. Por ello, consideraba
que «en la constitución fundamental de la monarquía, que ahora establece la nación,
congregada en las Cortes generales y extraordinarias las más solemnes que se han visto,
es muy debido se coloque esta fórmula de juramento en obsequio de su patrona y protectora».
Terció entonces en el debate Argüelles, subrayando que el rey ya juraba defender y
conservar la religión católica, por lo que juzgaba innecesario hacer mención al misterio
de la Inmaculada. Además, si esta era patrona de España, también lo era Santiago,
y habría que hacer una mención también al santo compostelano. Pero Larrazábal insistía
en la necesidad de ampliar el juramento, y en lo conveniente que era en el contexto
de la resistencia frente a los ejércitos napoleónicos: «Señor, mi principal intento
es que toda la nación entienda que confiando V. M. el salvamento de la patria al patrocinio
de la gran madre de Dios, se interesan las Cortes en promover las glorias del misterio
de su Concepción, que aunque no es de fe, ha llegado al estado de próxima definibilidad
en que con gozo universal le vemos por nuestra dicha» Esta cita y las anteriores en Diario de Sesiones, n.º 379, 16-10-1811.
No obstante, el verdadero uso como símbolo nacional de la Inmaculada Concepción en
España habría de esperar a la proclamación dogmática de este misterio, en diciembre
de 1854. Con el regreso de la alianza del trono y el altar con Fernando VII, y el
intento de perpetuar esa situación por su hermano Carlos de Borbón, los liberales
vieron el peligro del uso de las devociones populares, especialmente las marianas,
por parte de poderes públicos dispuestos a movilizar a la población frente a cualquier
tipo de reforma. No en vano, Antonio Alcalá Galiano censuraba el nombramiento de la
Virgen de los Dolores como Generalísima de las tropas carlistas como un «linaje de devoción impertinente que casi rozaba con
la impiedad». Y en un sentido similar, Antonio Pirala calificaba ese nombramiento
como «prueba oficial de fanatismo». Ambos sabían que no hacía tanto tiempo que los
españoles habían invocado a la Virgen y a los santos para hacer frente a los franceses,
pero su valoración moral de uno y otro uso de lo religioso estribaba en los distintos
objetivos que se perseguían, así como en el tiempo transcurrido desde entonces Alcalá Galiano (
Sin embargo, no fue solo la definición como artículo de fe lo que incitó al uso nacionalizador
de esta advocación, sino también, y muy particularmente, el contexto de desavenencias
entre la Iglesia y el Estado debido a la nueva situación política abierta por el Bienio
Progresista, en el que el debate de una nueva constitución amenazaba la exclusividad
del culto católico en el país. Con las posiciones polarizadas, la bula de la definición
dogmática de la Inmaculada vino a generar más tensiones en torno a la religión en
España Kiernan (
Ya las noticias del advenimiento de la definición dogmática levantaban recelos entre
el liberalismo progresista, que asistía expectante a lo que consideraba —y en realidad
así era— una deriva de fortalecimiento del poder papal en un sentido reaccionario
y ultramontano. Por esto, y ante la encíclica pontificia del 1 de agosto de 1854 convocando
a los obispos a las conferencias previas a la proclamación dogmática, un artículo
en el periódico progresista La Iberia recordaba al Gobierno «su sagrado deber de protector de los cánones» ante «tamaño
abuso», «para que no recaiga tanta mengua sobre una nación que siempre ha blasonado
de católica» La Iberia, 17-11-1854. El debate siguió tras la definición dogmática y acabaron imponiéndose
los autores inmaculistas, que reconocían la licitud del procedimiento de Pío IX al
respecto. Véase Mínguez Blasco ( Y ello con notables prevenciones, según se puede leer en la Real Orden: «S. M. la
Reina [...] se ha servido dar el Pase en la forma ordinaria a la Bula Ineffabilis Deus [...] entendiéndose que es sin perjuicio de las leyes, reglamentos y disposiciones
que organizan en la actualidad o arreglen en lo sucesivo el ejercicio de la libertad
de imprenta y la enseñanza pública y privada, de las demás leyes del Estado, de las
regalías de la Corona, y de las libertades de la Iglesia española». La Real Orden
de 9-5-1855 se recoge en Colección legislativa de España. Tomo LXV (
Los sermones realizados con motivo de la definición dogmática también conjugaban en
España el componente nacional con el elemento contrarrevolucionario, la unidad nacional
con la comunión trascendente del orbe católico. Así, desde el púlpito de Santa María
del Mar en Barcelona el franciscano exclaustrado Ramón Buldú, «amante como el que
más de las glorias de nuestra patria», afirmaba ante su auditorio la vinculación entre
el nuevo dogma y los españoles, quienes «como hijos primogénitos de María» habían
sido los primeros en defenderlo. Ahora, Pío IX les daba la razón con su autorizada
e infalible voz como depositario de las esencias de la religión. Una voz que acudía
como un bálsamo ante una «enfermedad» que sufría el siglo: el exceso de confianza
de los hombres en «sus propias luces», la exaltación del «imperio de la razón sobre
todo imperio», la insumisión ante cualquier autoridad
Siglo xix, tu ambición, tu pasión consiste en alcanzar la unidad; ¿dónde te será dado encontrarla?
¿Quién te la proporcionará? ¿Acaso esas numerosas sectas que han querido dirigir tu
marcha? Pero reflexiona qué es lo que han hecho para procurártela todas ellas. ¿Qué
han hecho en favor de la unión los sistemas sensualistas? ¿Qué la escuela racionalista? ¿Qué la filosofía escocesa? ¿Qué el kantismo? ¿Qué el fatalismo? ¿Qué los sansimonianos con su amor recíproco entre los hombres? ¿Qué Fourier con su atracción apasionada? ¿Qué Owen con sus sociedades cooperativas? ¿Qué tantos otros sistemas que te prometían la unión, y con ella la felicidad? Nada,
absolutamente nada han hecho para proporcionártela; digo mal [sic: más], ellos trabajaron para hacerla imposible. Sin embargo no te será difícil encontrarla.
Escucha lo que van repitiendo todos los príncipes de la Iglesia, todos los obispos
del orbe católico, todos los ministros del altar, todas las vírgenes consagradas a
Dios, y más de doscientos millones de fieles: Creo que la Beatísima Virgen María fue
preservada del pecado original
Esa unidad en torno a la Inmaculada y en torno al catolicismo también se podía verificar
a escala nacional. España, «nación católica por antonomasia», no debía olvidar su
próspero pasado, fruto de la identificación sin fisuras entre los españoles y el catolicismo.
Y esa unidad se patentizaba, según Buldú, en la antigua y firme creencia de los españoles
en la Inmaculada, pues «sinónimos han sido hasta ahora las voces español y defensor
de la gracia original de María» Ibid.: 14.
Muñoz y Garnica ( Claret (
Las obras de los publicistas católicos recogían el mismo tono que los sermones. El
prolífico Joaquín Roca y Cornet señalaba que el dogma venía a declarar «viciada y
desnuda toda la naturaleza humana, la necesidad de una reparación, la odiosa existencia
de una culpa de origen que imposibilita al hombre gobernarse y satisfacerse por sí
solo» Ibid.: 22. Confundía en el primer caso el breviario original del arzobispo hispalense con
el que editó siglos después Cisneros. Respecto a san Ildefonso de Toledo, el llamado
Capellán de María, defendió su maternidad virginal, no su concepción inmaculada.
[El libro] Está escrito con la entera voluntad de un alma creyente, y de un español
entusiasta de las glorias de su patria, de la que es la mayor la santísima Virgen
nuestra divina Patrona, que se dignó asistirnos con su gracia, visitándonos en cuerpo
y alma antes de su dichoso tránsito, para imponernos el deber de amarla como su pueblo
escogido, al señalar al Apóstol Santiago la dedicación del templo de Zaragoza, que
fue el primero de la cristiandad que se levantó en honor suyo Castellanos de Losada (
En suma, en España la lectura en clave nacional del nuevo dogma recogía el componente
contrarrevolucionario que sobre él había proyectado Pío IX. Además, la identificación
entre nación y religión por medio de la Inmaculada venía a rebatir aquellas posturas
que en los debates constitucionales del Bienio Progresista abogaban por la tolerancia
religiosa. Todo ello permearía después en la concepción integrista y excluyente de
lo que sería el nacionalcatolicismo
A la luz del recorrido hecho hasta aquí, podemos afirmar que el uso nacional y político de la Inmaculada Concepción como patrona de Portugal y España fue paralelo en los dos países ibéricos. Ambos partían de un pasado de devoción mariana estrechamente vinculada a la identidad de sus respectivas monarquías, pero el patronazgo de la Inmaculada llegaría en momentos críticos para las mismas como elemento de legitimación: en Portugal durante la lucha por la restauración de la dinastía de los Braganza en el trono a mediados en el siglo xvii, y en España ante los primeros síntomas de crisis de la monarquía atlántica en la segunda mitad del siglo xviii. En ambos casos, se trataba de una devoción dinástica que expresaba el conjunto de lealtades del Antiguo Régimen que vinculaban a los súbditos con la monarquía, utilizando para ello un elemento de referencia como el de la religión. Con la crisis del Antiguo Régimen, ese uso político se intensificó, como han puesto de relieve los ejemplos de la guerra de la Independencia en el caso español y el miguelismo en el caso portugués. Si bien es cierto que en esos momentos comienza a utilizarse el término nación para hacer mención a la comunidad que era objeto del favor singular de la Virgen, es difícil atribuir a esta palabra la denotación de un sujeto colectivo con vocación política. Así, no fue hasta la imposición del liberalismo cuando los discursos religiosos asumieron el componente nacional, como ponen de manifiesto tras la proclamación dogmática de 1854. Para entonces, junto con esa dimensión nacional, la Inmaculada Concepción estaría cargada de connotaciones contrarrevolucionarias que los eclesiásticos y los autores católicos también se encargaron de transmitir a la población.
La nacionalización y politización de una devoción dinástica que acabó convertida en devoción nacional nos pone sobre la pista de un proceso paralelo en España y Portugal, pero que también sería preciso indagar en otros países católicos. Se trata del paso de monarquía a nación a través del componente religioso: en España, de monarquía católica a nación católica; en Portugal, de monarquía fidelísima a nación fidelísima. Y no parece que la importancia de la religión en este paso estribase en la correlación de fuerzas en el momento de la caída del Antiguo Régimen, que supuestamente hubiese impedido un pleno desarrollo del liberalismo. Muy al contrario, este fenómeno exige una óptica que calibre el factor religioso como elemento de continuación y de atribución de las antiguas lealtades del Antiguo Régimen a las realidades políticas abiertas por el liberalismo, así como un análisis de su funcionalidad política en ese nuevo contexto. En fin, podemos afirmar que liberalismo y catolicismo se impregnaron mutuamente a la hora de plantear la construcción de la nación, aunque desde presupuestos distintos. Y es en esta contradicción donde puede explorarse la confrontación entre ambos, no en términos de secularización frente a clericalismo, sino de distintos intereses que pretendían la instrumentación de lo religioso en su favor.
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