RESUMEN
En este artículo se analiza la labor desarrollada en los talleres de costura por la organización femenina de Mujeres al Servicio de España. A partir de la crítica de las bases teóricas proporcionadas por los estudiosos de la agencia y la acción colectiva, y utilizando como fuentes la prensa y diversa documentación procedente de archivos privados y militares, se analizan los actores, agentes y marcos de captación de las primeras inscritas, el proceso de expansión de los talleres y las motivaciones de los diferentes grupos de afiliadas. Se concluye destacando la relativa capacidad de agencia de estas mujeres y su importante papel en cuanto a la generación de activos materiales y simbólicos de gran importancia en el contexto de la Guerra Civil, en particular en lo relativo a su rol como agentes de socialización y su contribución al reforzamiento de las identidades colectivas de los sublevados y a la reafirmación del paradigma de mujer defendido por estos.
Palabras clave: Agencia; mujer; identidad femenina; Guerra Civil; Mujeres al Servicio de España.
ABSTRACT
This article analyses the work carried out in the sewing workshops by the women’s organisation Mujeres al Servicio de España. The actors, agents and frameworks of recruitment of the first registrants, the process of expansion of the workshops and the motivations of the different groups of affiliates are examined. To do this, we start by reviewing the theoretical foundations provided by the agency’s specialists and the scholars of collective action and we use the press and documentation from private and military archives as sources. It concludes by highlighting these women’s relative capacity for agency and their important role in generating material and symbolic assets of great importance in the context of the civil war. Above all, with regard to their role as agents of socialization and their contribution to strengthening the collective identities of the rebels and to the reaffirmation of the paradigm of women defended by them.
Keywords: Agency; woman; female identity; Spanish civil war; Mujeres al Servicio de España.
Las tareas desempeñadas por las mujeres en la retaguardia como respuesta a las necesidades
bélicas gozan de una larga tradición[1], aunque los estudios más recientes han permitido cuestionar la tajante diferenciación
de roles en ambas zonas y poner el acento en los elementos culturales de la movilización
femenina Núñez Seixas (
En esta aportación nos centraremos en el análisis de la organización de Mujeres al Servicio de España (MSE) en Galicia, utilizando como punto de partida la crítica de las bases teóricas proporcionadas por los estudiosos de la agencia y la acción colectiva, subrayando sus limitaciones y destacado sus potencialidades para una investigación como la propuesta. La base empírica parte de la utilización de un amplio repertorio de fuentes que abarca desde diferentes archivos privados y públicos hasta contados testimonios orales de la época, pasando por una amplia selección de prensa regional, provincial y local, fundamental para reconstruir las relaciones sociales y personales de estas mujeres, desentrañar sus motivaciones y profundizar en los límites de su capacidad para reproducir o modificar determinados aspectos de su realidad a través de diferentes prácticas discursivas.
Los estudios sobre la agencia en diferentes contextos han experimentado un desarrollo
notable, sobre todo a partir de los años noventa Sen ( Jiménez Aguilar ( McGee Deutsch ( Berthezène (
No falta, sin embargo, quien considera que ello ha sido una fuente de tensión y confusión
en el pensamiento social como consecuencia de los ataques de que ha sido objeto por
las diferentes variantes de la teoría de la acción, la teoría normativa y el análisis
político-institucional
Por otro lado, diversos especialistas en el análisis de los movimientos sociales han
alertado del riesgo de «reificación» que supone la tendencia creciente a atribuir
el calificativo de actores a determinados grupos, cuando este concepto debería reservarse para aquellas entidades
que disponen de los medios para decidir y actuar conforme a sus decisiones, cuyas
características son cualitativamente distintas a las de la suma de las decisiones
de los individuos que las integran y a las cuales se les puede atribuir responsabilidad
por los resultados de sus acciones Harre (
En consecuencia, a juicio de E. García Sánchez, solo podrían ser considerados actores colectivos aquellas entidades cuyos miembros están integrados en torno a intereses, percepciones
y creencias similares o, al menos, convergentes; que, además, cuentan con cierto grado
de organización y recursos y con mecanismos para la resolución de conflictos internos;
que poseen los medios y la capacidad para decidir y/o actuar intencionada y estratégicamente
para la consecución de un objetivo común como unidad suficientemente cohesionada;
y a los que, por consiguiente, se le puede atribuir alguna responsabilidad por sus
decisiones y/o actuaciones. No obstante, la propia autora reconoce que la capacidad
de actuación unitaria de los actores colectivos no es algo permanente e inquebrantable,
sino que puede debilitarse o ceder ante un problema específico por la divergencia
de opiniones o ante la capacidad de liderazgo de uno de sus miembros, acudiendo a
F. W. Scharpf para diferenciar distintos grados de integración y, por ende, diferentes
tipos de actores colectivos
De este modo, suele ser frecuente utilizar categorías agregadas para describir las
acciones paralelas de poblaciones de individuos que comparten ciertas características
sobresalientes sin tener en cuenta que los entes colectivos observables por el historiador
presentan un grado de integración muy diferente, por lo que resulta habitual que sus
acciones sean consideradas al margen de los agentes individuales y las interacciones
que se producen entre ellos y el colectivo. En el caso de los actores nominales, por ejemplo, la integración solo existe en el plano del análisis, dado que entre sus
miembros no existe relación alguna y no tienen otro nexo de unión que las similitudes
que los investigadores les atribuimos, y que bien pudieran carecer de toda significación
para sus miembros. Así, las mujeres no podrían ser reconocidas en sí mismas como actores porque los individuos que conforman este colectivo no desarrollan actividades conjuntas
para conseguir un objetivo común, carecen de una organización que les permita tomar
decisiones, procesar conflictos y agregar visiones sobre sus preferencias y capacidades
No obstante, en los últimos años han proliferado las investigaciones relacionadas
con la agencia femenina en numerosos contextos, en particular en el de la Guerra Civil
y el franquismo, siendo de especial interés el estudio de los procesos que condujeron
a una generalizada pérdida de agencia en ámbitos diferentes Ruiz Franco ( Gallego Méndez (
Estos enfoques han permitido incorporar de forma paulatina al ámbito de la historia,
aunque sea de soslayo, elementos del sempiterno debate acerca de si son las estructuras
sociales o la agencia humana lo que determina el comportamiento de los individuos.
Así, mientras buena parte de los teóricos sociales contemporáneos se inclinan por
intentar ponderar el peso de cada una de ellas, reconociendo que las estructuras condicionan
el comportamiento de los individuos, pero estos son capaces de modificarlas dependiendo
de su capacidad de agencia Bourdieu (
La atención prestada a la agencia y a la estructura —o, menos frecuentemente, al análisis
de la multilateralidad de relaciones entre ambas y de las contradicciones en los procesos
analizados—, ha conducido a que el proceso de toma de decisiones y las posibilidades
de elección aparezcan eclipsadas en muchas de estas investigaciones, quizá como reflejo
de las notables discrepancias que existen en la teoría sociológica a la hora de abordar
cómo aquellas se manifiestan en el contexto de dicha agencia. En esta deficiencia
reside una parte de las críticas que sostienen que detrás de la adopción del enfoque
teórico agencia-estructura se encuentra, en realidad, un deliberado intento de renunciar
a las explicaciones sociológicas y apostar por transmitir una imagen de la sociedad
que nos resulta confortable
La capacidad de agencia vendría a ser la aptitud que tienen los seres humanos de «producir
una diferencia» —en tanto el agente puede obrar de forma distinta— en un estado de
cosas específico o en el curso de procesos o sucesos preexistentes mediante el despliegue
de un espectro de poderes causales, incluido el poder de influir sobre el desplegado
por otros, lo que convierte al individuo en la unidad de referencia apropiada para
el análisis de la acción y a esta en el ejercicio de poder, entendido como aptitud transformadora
La agencia puede ser reflexionada como una cualidad performativa, en el sentido de
la capacidad para reproducir o modificar determinados aspectos a través de diferentes
prácticas discursivas
No obstante, consideramos que si bien la agencia no siempre tiene que estar caracterizada
en primera instancia por componentes voluntaristas que se proyectan sobre un marco
estructural determinado, en determinados contextos es necesario analizar las preferencias,
objetivos, elecciones y procesos de decisión para entender los fundamentos de la conducta
agéntica, con independencia de que el resultado final de la misma sea la consecuencia de un
proceso en el que intervienen la dimensión temporal y la interacción entre lo individual
y los elementos situacionales. De lo contrario, estaríamos negando su capacidad para
representarse las distintas trayectorias posibles de la acción en el curso de las
demandas emergentes, los dilemas y las ambigüedades de las situaciones en evolución
a las que se refieren los propios autores; es decir, la propia concepción de la agencia
como el «compromiso construido temporalmente por actores de diferentes entornos estructurales
—los contextos temporales-relacionales de la acción— que, a través de la interacción
del hábito, la imaginación y el juicio, reproduce y transforma esas estructuras en
respuesta interactiva a los problemas planteados por las situaciones históricas cambiantes»
En nuestra opinión, la capacidad de agencia entraña un proceso activo de redefinición
situacional por parte de los actores que comporta una serie de elecciones como resultado
de las cuales deciden si intentan integrar, reproducir o alterar las diferentes estructuras
o el medio en el que intervienen y mediante el cual actúan, entendidas estas no como
algo externo al individuo que lo constriñe, sino como algo implícito en la propia
acción y, en consecuencia, que se pone de manifiesto a través de la práctica y sobre
la que se puede incidir. En dicho proceso intervienen elementos de diferente naturaleza,
desde sus condicionantes económicos, sociales y culturales previos —los denominemos
«condiciones estructurales», que son a un tiempo medio, proceso y resultado de las
prácticas sociales, al modo de Giddens, «objetivaciones» al de Bourdieu o «condiciones
de vida previas» al de Sen Giddens (
No resulta difícil imaginar, sin embargo, un agente con capacidad de «producir una
diferencia» en un estado de cosas específico que actúe careciendo de toda preferencia;
sin tener el deseo de realizar unas preferencias que ni se ha planteado; que no se
preocupe por utilizar los medios más o menos adecuados para su realización; que no
sea consciente de que no puede llevar a cabo una elección o que carece de opción y
que no desarrolla sus acciones en base a esto último; ni que sea conocedor de al menos
dos cursos distintos de acción y, en consecuencia, de que pueda valorarlos y decidirse
por uno de ellos ante las limitaciones situacionales percibidas Tomo estas referencias del significado que Skrobanek y Ardic ( Jaramillo Marín (
Una vez proclamado el estado de guerra y triunfante el golpe, mujeres de la más diversa
clase y condición no tardaron en hacerse presentes en el espacio público de las distintas
ciudades y villas de la España rebelde. Enseguida pudo vérselas en las primeras manifestaciones
patrióticas apresuradamente organizadas, arengando a los voluntarios que se incorporaban
a las columnas militares y asumiendo un papel protagonista en petitorios y cuestaciones
para proveer de toda clase de recursos a los sublevados. Y también confeccionando
emblemas, brazaletes, monos, camisas y uniformes para los milicianos de las organizaciones
que se suman al golpe y para los integrantes de las unidades de segunda línea que
no tardarían en proliferar El Pueblo Gallego, 6-2-1937, 4; Rumbo, 7-3-1937, 4; La Región, 5-1-1937, 3; Arco, 14-11-1937, 4.
La Voz de Galicia, 26-7-1936, 1.
No parece que el llamamiento cosechase grandes entusiasmos, al menos a juzgar por
el hecho de que solo unas jornadas después tomasen el relevo en las labores de captación
dos mujeres estrechamente relacionadas con los círculos militares del Cuartel de Intendencia
de la ciudad herculina: María Natividad Cánovas Lacruz, hija del teniente coronel
de Infantería Pascual Cánovas Carrillo y de Práxedes Lacruz Tordesillas y hermana
del coronel jefe del servicio de Ingenieros de la VIII División Orgánica Enrique Cánovas
Lacruz, el militar que firmó el bando de declaración del estado de guerra en dicha
capital, y Carmen Herrán Rodiles, esposa del capitán de Ingenieros Manuel Arias-Paz
Guitián. Ellas fueron las que reclutaron a la primera decena de incondicionales que
formarían la «célula embrionaria» de lo que serían los primitivos talleres de la organización,
radicados en un modesto local de la Plaza de María Pita que tuvo que hacer las veces
de salón de costura La Voz de Galicia, 21-8-1937, 6. La reconstrucción de las relaciones familiares en el caso de A Coruña
proceden del vaciado exhaustivo de la prensa local, en especial de La Voz de Galicia desde el año 1909, y de diversa documentación dispersa del «Fondo Gobierno Civil»
del Archivo del Reino de Galicia (ARG) y del «Fondo Servicio Estado Mayor, n.º 1 y
4» del Archivo Intermedio Militar Noroeste (AIMN).
De este núcleo inicial también formaban parte la presidenta, Matilde Vela Bermúdez, hermana del general de Artillería de la Armada Manuel Vela Bermúdez, y la secretaria general, Josefa Canalejo Castells, hermana del teniente de Intendencia y triunviro de FE-JONS Juan Canalejo, y viuda del comerciante y excandidato independiente al Ayuntamiento en tiempos de la monarquía José María Rodríguez Perich, a su vez hijo del conocido industrial José María Rodríguez Pardo y hermano del contador de fondos del Ayuntamiento y del médico de la Beneficencia municipal. Otro tanto ocurría con la encargada del fichero nominativo de la Oficina Central de San Nicolás, Josefina Jiménez Veiga, hija del fallecido capitán Jiménez Montero y de Julia Veiga, y con la directora del primero de los talleres de la Caja de Ahorros, Celia Molezún Mariñas, esposa del auditor Leoncio Agudín Aspe y perteneciente a una conocida familia de la burguesía local: su padre era Miguel Molezún Lauga, alcalde de Cambre, propietario de una industria de papel de hilo y curtido de pieles en Anceis y de varios molinos harineros, y su tío y padrino de boda el industrial y propietario Ricardo Molezún y Lauga, director-gerente de La Primera Coruñesa, dueño de un importante almacén de maderas y padre del coronel de Infantería Ricardo Molezún Núñez y del alférez provisional Ramón Molezún Núñez.
La práctica totalidad de este grupo inicial de mujeres estaba familiarmente vinculado
a los círculos militares de la ciudad herculina—eran esposas, hijas o hermanas de
oficiales, a su vez muy relacionados entre sí—, en especial al Cuerpo de Intendencia.
Buena parte de ellas habían coincidido a lo largo de los años en numerosas iniciativas
patrióticas o solidarias y en diferentes espacios de sociabilidad de la urbe. Los
apellidos Herrán, Canalejo o Molezún, por ejemplo, eran asiduos contribuyentes a una
suscripción popular de larga tradición en A Coruña desde que en noviembre de 1909
la condesa de Pardo Bazán se puso su frente tras dirigir una elocuente carta al diario
La Voz de Galicia: «El aguinaldo del soldado». La insigne escritora fue, además, la primera en encabezar
la cuestación para llevar cigarros y dulces navideños a los valientes soldados de
Melilla, por entonces en plenas operaciones de pacificación tras el desastre del barranco
del Lobo del mes de julio. Otro desastre, el de Annual, serviría para retomar la iniciativa
durante varias Navidades a partir de 1921, al igual que sucedería tras el golpe militar
de julio de 1936 Las referencias a Pardo Bazán y a la suscripción de 1909 en La Voz de Galicia, 27-11-1909, 1. Noticias sobre los contribuyentes a partir de 1921 en diversos números
hasta 1925 desde principios del mes de diciembre, el primero en La Voz de Galicia, 2-11-1921, 4. La coincidencia de los mismos apellidos en las listas de donantes de
oro en La Voz de Galicia, 23-8-1936, 8.
Varios de estos ilustres apellidos de larga tradición militar coincidían también con
otros vinculados a la burguesía local en los famosos bailes y reputadas verbenas del
Sporting Club, que tras la sublevación mantendría la tradición de organizar fiestas
para recaudar dinero a beneficio de cualquier iniciativa desarrollada por el Ejército Véase, por ejemplo, la organizada con ocasión de la suscripción pro-Avión en La Voz de Galicia, 11-10-1936, 7. Ejemplos de dichas verbenas en La Voz de Galicia, 11-8-1931, 1.
Un ejemplo en La Voz de Galicia, 24-3-1931, 2.
Ejemplos de contribuciones a las mismas y de la participación en diversas actividades
organizadas en su beneficio en La Voz de Galicia, 19-11-1926, 6; 14-11-1926, 6; 26-11-1926, 5; 11-11-1927, 4; 18-11-1927,
6; 28-11-1927, 6; 18-8-1928, 4; 16-11-1928, 2; 4-11-1928, 3; 10-7-1929, 2; 21-5-1930,
1; 4-6-1930, 4; 16-8-1930, 4; 5-5-1931, 7; 22-5-1931, 2; 7-6-1931, 7; 10-7-1931,
7; 19-8-1931, 7; 22-5-1932, 5; 21-9-1933, 1; 26-4-1934, 5; 28-8-1934, 2; etc.
No muy diferente, pero sí más matizado, es el cuadro que ofrecen otras localidades
en las que la importancia del elemento castrense no era comparable a la capital de
la División Orgánica. En Ourense, por ejemplo, la procedencia social de las mujeres
que se incorporaron a la primera directiva en los puestos más relevantes certifica
que el peso de la iniciativa era también esencialmente militar: Carmen Fuentes García
—esposa del gobernador militar, el teniente coronel de Infantería Luis Soto Rodríguez—,
Maruja Quiroga Fragoso —hija del teniente coronel y gobernador civil Manuel Quiroga
Macia—, Sabina Albizu Musné —casada con el comandante de Infantería y presidente de
la Diputación Rafael Valcárcel Sanz y madre de varios reputados falangistas de primera
hora— y Carmen González Anta —hermana del general de División retirado y alcalde de
la ciudad Enrique González Anta—. Pero en un segundo nivel de responsabilidad, también
tenían cabida representantes de las principales instituciones locales y conocidos
apellidos vinculados al comercio, la industria, el funcionariado y los propietarios
de inmuebles rústicos y urbanos Las relaciones familiares en el caso de Ourense, Lugo y Pontevedra, además de la
prensa local —con especial referencia, respectivamente, a La Región y Rumbo, El Progreso y El Pueblo Gallego—, proceden de las hojas de servicio de los militares destinados en dichas capitales
en el momento de producirse el golpe de Estado y durante la Guerra Civil custodiadas
en el Archivo General Militar de Segovia (AGMS) y de diversa documentación del AIMN
y el ARG ya mencionada en el caso de A Coruña.
Como sucedía en A Coruña, aunque quizá de modo menos marcado, la compartimentación espacial también era notoria en la vieja Auria. Estas mujeres, por su extracción familiar, estaban domiciliadas de forma mayoritaria en la zona norte de la ciudad, donde compartían calles e incluso edificios con industriales, comerciantes, funcionarios de alto nivel, políticos, algunos rentistas y descendientes de hidalgos de menor o mayor abolengo. También coincidían en similares cuando no idénticos espacios de sociabilidad, y ni siquiera en las fiestas más populares del Corpus, el San Lázaro, los Mayos, Carnavales o Magostos, gustaban mezclarse con los sectores más populares. Pero, si en algo se manifestaba, más aún que en las fiestas, la íntima unión entre estructuración social y espacial era en el paseo. Todo un acto social que constituía un ejemplar ejercicio de pompa y acompañamiento al más puro gusto burgués de la época y al que no tardaron en sumarse las clases populares, eso sí, respetando siempre, escrupulosamente, las particulares jerarquías, como acontecía en el interior de los templos, donde las convenciones sociales, al menos hasta bien avanzada la Segunda República, no permitían que los menestrales invadiesen los asientos reservados por las convenciones a aquellas durante el oficio.
Y no muy diferente era el panorama que ofrecían las diversas villas a las que se extendió la iniciativa. Cuando no existía algún militar retirado de cierta significación, las esposas, hijas y hermanas de «las fuerzas vivas de la localidad» copaban las directivas, incluidas familiares de los principales representantes del poder local. En Xinzo de Limia se reunían en el Casino Antelano, principal centro de sociabilidad de los varones más acomodados ya antes del golpe. En O Bolo y Viana, la directiva estaba copada por mujeres emparentadas con funcionarios municipales, comerciantes, pequeños industriales y propietarios locales, al igual que sucedía en Mondoñedo, Carballiño o Maside. En Verín, el núcleo dirigente lo formaban un buen número de apellidos vinculados en su mayoría al comercio local en lo económico y a las redes clientelares de la CEDA en lo político; de forma nada casual, la sede del taller estaba en Club Artístico, tradicional lugar de reunión de las derechas locales. En Celanova, además de la extracción apuntada, también daban cabida a dos mujeres casadas con otros tantos abogados, y en Trives a la aristocrática María Luisa Maldonado y Alvarado, III marquesa de Trives y VII marquesa de Castellanos. Y así un largo etcétera.
El análisis micro de un buen número de localidades, tanto ciudades de tipo medio y
pequeño, como de villas y capitales municipales nos ha permitido constatar lo acertado
de la tesis de Bourdieu de cómo personas de un entorno social homogéneo tienden a
compartir estilos de vida parecidos en tanto en cuanto sus recursos, estrategias y
formas de evaluar el mundo presentan grandes similitudes. Y, lo que es más importante
para nuestro análisis, cómo este habitus, entendido como el conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales los sujetos
perciben el mundo y actúan en él, favorece que esas mismas personas, en el contexto
de la sublevación y ante el llamamiento realizado por el elemento militar y sus apoyos
sociales, respondan de forma similar en la medida en que no solo esa «presencia actuante
de todo el pasado» del cual el habitus es producto
Se trata, en efecto, de mujeres que en su mayoría se encuentran en una posición y
situación de clase definida relativamente homogénea. Al menos en el sentido de que
comparten experiencias, marcos identitarios e intereses previos que se han venido
forjando no solo como resultado de compartir espacios de sociabilidad e iniciativas
solidarias y patrióticas anteriores o de estar muchas veces vinculadas entre sí por
razones de familiaridad o amistad, sino también porque, como resultado de ello, han
desarrollado formas de diferenciación propias; es decir, prácticas distintivas en
cuya generación también intervinieron elementos de confrontación propios de la agitada
coyuntura política y social anterior al golpe. Así, por ejemplo, teniendo en cuenta
el abrumador porcentaje de las mismas que estaban emparentadas con militares, no podían
permanecer inmunes a los ataques al Ejército protagonizados por sectores extremistas
de izquierda, en especial durante la etapa del Frente Popular y, por consiguiente,
no podían mostrarse insensibles al desarrollo de una labor altruista que redundaba
en su beneficio. Y no solo como colectivo: cuando el portavoz de la «juventud antifascista»,
el periódico Espartaco, se cebaba con el comandante militar de la plaza de Ourense o este era insultado en
cuanta manifestación se organizaba en la capital Espartaco, 15-3-1936, 3.
La Voz de Galicia, 10-6-1932, 1.
Las motivaciones que impulsan a esas primeras mujeres que se suman a MSE no presentan
mayor complejidad analítica, pero no sucede lo mismo con las que se incorporan en
hornadas sucesivas. Lo que en las zonas en las que triunfa el golpe de Estado pudo
presentarse como una iniciativa patriótica de un selecto grupo de damas durante unas
cuantas jornadas, pasadas las primeras semanas se reveló como un instrumento al servicio
de las necesidades militares que era necesario encauzar y someter a férreo control.
El 17 de agosto de 1936, el teniente coronel de la Guardia Civil y gobernador civil
de A Coruña, Florentino González Vallés, ordenó la creación de un nuevo negociado,
el noveno, de cuya cuarta sección pasaron a depender los «trabajos femeninos al Servicio
de España». Al frente de la misma estaba la ya citada María Natividad Cánovas y sus
misiones esenciales eran la «confección de ropas de todas clases, taquígrafas, mecanógrafas,
sustitución de personal masculino y, en general, todos los que deban o puedan ser
efectuados por mujeres» La Voz de Galicia, 20-8-1937, 5. Pocos días después se produjo una reorganización interna, con la creación
de un nuevo negociado, del que pasó a depender lo relacionado con Prensa, Radio y
Propaganda. Con ello, el Negociado n.º 9 quedó dividido en tres secciones, pasando
los trabajos femeninos al Servicio de España a la segunda.
La conjunción de propaganda, coacción y fiebre colaboracionista disparó de forma exponencial
el número de mujeres que acudían a coser a los diferentes talleres y de las que preferían
desarrollar esta labor en sus propios domicilios. Así, en febrero de 1937, los talleres
coruñeses habían experimentado un más que notable crecimiento. En los de la Caja de
Ahorros se trabajaba de ocho de la mañana a ocho de la noche y contaban ya con más
de seiscientas máquinas de coser y varios miles de mujeres trabajando, la mayoría
de forma gratuita, pero otras con su jornal correspondiente. También se había conseguido
instalar máquinas que hacían entre diez y doce ojales por minuto, cuchillas eléctricas
que cortaban hasta veinticinco tabardos o capotes al mismo tiempo, máquinas para fabricar
botones, etc., y los dos talleres de la Casa Orjuma y la Casa Barrié funcionaban también
a pleno rendimiento La Voz de Galicia, 5-1-1937, 1.
La Voz de Galicia, 15-11-1937, 2.
Por entonces, la iniciativa, con nombres diversos, ya se había extendido a un buen
número de ciudades, villas y pequeñas localidades gallegas y de una parte de la geografía
rebelde, caso de San Sebastián o Valladolid. En Santiago, durante su primer mes de
funcionamiento, en enero de 1937, se habían contabilizado más de 5200 horas del conjunto
de las afiliadas; un mes más tarde el número de talleres ascendía a tres, aunque el
tercero adolecía de falta de personal La Voz de Galicia, 5-2-1937, 2 y 18-2-1937, 5.
La Voz de Galicia, 8-8-1937, 5.
La Voz de Galicia, 13-3-1937, 5.
En Ourense, el capitán de Infantería Luis Fernández-España Vigil, delegado del gobernador
militar en los talleres, con el auxilio del ya referido grupo inicial de mujeres,
impulsó una eficaz campaña de prensa y propaganda que veinte días después había conseguido
captar a doscientas cincuenta afiliadas; dos meses y medio más tarde, estas casi alcanzaban
el millar. Poco después, la iniciativa se extendió a las diferentes capitales de partido.
No obstante, a la altura de mayo de 1937, el número de inscritas era ciertamente desigual:
Allariz, 110; Carballiño, 150; Celanova, 220; Ribadavia, 170; Trives, 109; Verín y
Valdeorras 180; Viana do Bolo, 70, y 128 Xinzo de Limia. En la ciudad de Lugo, el
primero de los talleres se inauguró el 7 de marzo de 1937 bajo la presidencia honorífica
de la hermana del caudillo, Pilar Franco Bahamonde; dos meses antes ya se había constituido
la organización de mujeres en Mondoñedo. Los talleres de Pontevedra se inauguraron
en octubre de 1936 y aunque el ritmo inicial de los trabajos fue más lento, pronto
se alcanzarían los tres centenares de inscritas. Desde la capital los talleres se
fueron extendiendo por diversas localidades (Caldas, Cambados, Bugarín, Xesteira,
O Grove, Lalín, A Cañiza, A Guarda, Marín, Moaña, Pontecaldelas, Ponteareas, Rebordelo,
Salvaterra, Sanxenxo, Silleda, Tui, Vilagarcía, Abo, Baiona, Bouzas, Bueu, Crecente,
Cerdedo, Cangas, Cuntis, Campolameiro, Covelo, O Rosal, Forcarei, Gondomar, A Golada,
As Neves, A
Ramallosa, Meira, Meis, Porriño, Redondela, Tomiño, Cesures, etc.), donde la media
de asistencia era muy inferior El Pueblo Gallego, 1-1-1938, 1.
De acuerdo con las cifras dadas a conocer por L. Moure de Mariño en 1939, la labor
realizada en el conjunto de los talleres de MSE en Galicia hasta que con el final
de la guerra se decretó su extinción, resulta espectacular: cuatro millones de prendas
en A Coruña y diez mil trabajadoras —sin contar las fábricas auxiliares de botones,
impermeables y tinturas—, cincuenta y seis talleres en la de Pontevedra, tres mil
afiliadas en Ourense y 2,5 millones de prendas, cinco mil afiliadas lucenses en casi
cincuenta talleres desparramados por la provincia para un total de 1073 millones de
prendas y 977 724 horas de trabajo Moure Mariño ( López Modrón (
La multiplicación de los talleres supuso, como es lógico, un incremento de la diversificación social, ideológica y cultural de las voluntarias que los servían, aunque sus directivas siguieron en su mayoría copadas por el perfil descrito con anterioridad. En consecuencia, a las mujeres que compartían marcos identitarios, intereses y expectativas previos acordes con lo que representaba la sublevación se sumaron otras en las que aquellos, más que primigenios, eran producto de diversos elementos confluyentes y no siempre separables con facilidad, incluso cuando se analizan a nivel individual. En primer lugar, como resultado de la profusa utilización de los medios de propaganda, sobre todo la prensa y la radio, que combinaban hábilmente los mensajes en positivo, promoviendo la competencia entre afiliadas, talleres y provincias, destacando las bondades y los logros de aquella «magna empresa patriótica» e insistiendo en la promesa de futuras distinciones, con las amenazas, nada veladas, a las que se mostraban remisas a la colaboración.
En segundo lugar, de los efectos derivados de la movilización de sus familiares varones, a los que, por un lado, se considera necesario proveer de toda clase de prendas como una especie de obligación natural derivada del rol tradicional de soporte de madres, hermanas y esposas; y por otro, de la asunción de la necesidad de contribuir a la victoria de los ejércitos sublevados en la medida en que la prolongación de la guerra conduce a la toma de conciencia de que una derrota situaría a aquellos en un escenario de oportunidades desfavorable tras su final. Y, naturalmente, de la percepción de un buen número de mujeres de que también se abre para ellas un marco de oportunidad generado por la sublevación y las expectativas de victoria que bien podía traducirse en el acceso a reconocimientos colectivos y, sobre todo, a recompensas simbólicas y materiales individuales y/o transitivas, es decir, para sus allegados varones: reconocimiento público, diploma-medalla, posibilidad de situarse en una posición más favorable para el acceso a determinados empleos, etc.
No podemos olvidar, por fin, que los talleres y un variado conjunto de actividades
vinculadas a ellos (visitas de propagandistas y autoridades, festivales, colectas,
bailes, manifestaciones patrióticas, etc.) constituían un espacio privilegiado de
persuasión y de socialización en los valores de la cruzada que reforzaba las conexiones entre las afiliadas y perseguía hacer de ellas eficaces
propagandistas capaces de contribuir a la captación de otras nuevas mediante la difusión
entre sus círculos más próximos de todo lo relacionado con aquellos. En este sentido,
cabe subrayar que la semejanza de las acciones de un determinado número de actores
individuales «no solo se basa en la similitud inicial de sus características, sino
que también se refuerza a través de los mecanismos de retroalimentación»
Ahora bien, esa innegable transversalidad obliga a tener presente, cuando nos adentramos en el campo de las motivaciones, que un porcentaje imposible de determinar con precisión de mujeres que formaron parte de MSE no llegaron a compartir un marco identitario, unos intereses ni unas expectativas previas ni generadas acordes con lo que representaba la sublevación. Algunas se inscribieron porque los talleres también constituían una oportunidad de acceso a un nuevo espacio relacional y de sociabilidad o, simplemente, por mera curiosidad. Otras lo hicieron por necesidad, en unos casos material, como las consideradas «obreras», que recibían un salario tras agotadoras jornadas de trabajo, pero también las que confiaban en que podrían «distraer» algunas prendas o apropiarse de género o lienzo para mejor atender las necesidades de su propia casa o para revenderlas de forma clandestina exponiéndose a duras sanciones por un comportamiento que no era infrecuente que acabase siendo derivado a la jurisdicción militar. En otros, la necesidad podría considerarse más bien inmaterial, en el sentido en que remitía a la expectativa de mejorar su posición o la de sus familiares varones en la nueva coyuntura, como ocurría cuando el objetivo declarado era lograr la complicidad de otras mujeres influyentes o de las jerarquías que dirigían el taller o lo visitaban para obtener el preciado aval que, tal vez, resultase decisivo para atemperar el rigor de los tribunales de guerra o para acelerar la salida de la cárcel de sus deudos.
Otras, en fin, lo hicieron como resultado directo de la coacción a la que fueron sometidas,
tanto como colectivo como de forma más o menos directa. En ocasiones, por miedo o
para evitar el estigma o el señalamiento social; a veces por aparentar afección a
la causa y a menudo directamente forzadas. No podía ser de otro modo cuando a medida
que la iniciativa se fue institucionalizando y extendiendo a un crecido número de
provincias y localidades de forma paralela al incremento de las necesidades de Intendencia,
su carácter en teoría voluntario se fue desdibujando. Primero fueron los llamamientos
genéricos en la prensa a las afiliadas que se mostraban renuentes a la hora de acudir
con puntualidad al taller o de entregar las prendas que confeccionaban en sus domicilios.
A continuación, se recurrió a los avisos nominativos a las que se consideraba que
no habrían «rendido el trabajo que las circunstancias exigen» y más tarde a la amenaza
velada de «recurrir a medidas extremas» para conseguir que «todas las mujeres […],
sin excepción, colaboren en tan patriótico fin» Ejemplos de oficios de advertencia en Archivo privado de María del Carmen Encinas
Diéguez (en adelante A. Encinas-Diéguez). Los primeros llamamientos en la prensa en
Rumbo, 2-3-1937, 3 y la advertencia de adopción de medidas extremas en Rumbo, 8-4-1937, 2. Referencias al clima de coacción existente en «Entrevista del autor con
Irene Prada Rodríguez», realizada el 2 de febrero de 1992. Archivo del autor.
Una copia del oficio de «militarización» del trabajo femenino en A. Encinas-Diéguez
y un resumen de sus términos en La Voz de Galicia, 14-10-1937, 5.
La Voz de Galicia, 1-1-1938, 2.
Decreto n.º 378, BOE n.º 356, de 11-10-1937, 3.785-3.787. Véase, asimismo, Decreto
n.º 418 aprobando el Reglamento del «Servicio Social», BOE, n.º 406, de 30-11-1937,
4.586-4.590.
«Entrevista del autor con María del Carmen Encinas Diéguez el 6 de octubre de 1999».
Archivo del autor.
Ahora bien, que determinadas circunstancias de constreñimiento social determinen que
ciertos individuos «carezcan de opción», no significa que la acción haya sido reemplazada
por una mera reacción
Mujeres que, por un lado, y al margen de que su compromiso fuese voluntario o forzoso, contribuyeron a la generación de importantes activos materiales, plasmados en la elaboración de millones prendas y en la captación de fondos, y simbólicos, por su papel como agentes proactivas de socialización a través de las actividades que desarrollaban y agentes pasivas como consecuencia de la propaganda en los medios de comunicación de sus acciones como grupo y, en algunos casos, como individuos singulares, lo que contribuía al reforzamiento de las identidades colectivas y a la reafirmación del paradigma de mujer que se intenta potenciar en la retaguardia sublevada. Y, por otro lado, que distaban mucho de constituir un colectivo uniforme. De hecho, la atención al discurso adoctrinador no puede dejar de tener en cuenta que incidía sobre mujeres de extracción social diversa, que tenían marcos identitarios y expectativas vitales diferentes y que estaban limitadas en su capacidad de acción por unas condiciones estructurales no coincidentes. Ni siquiera la propaganda oficial, interesada en transmitir la imagen de un colectivo uniforme y sin fisuras a través de la prensa y la radio, alcanzaba a ocultar la realidad de unas afiliadas que albergaban motivaciones e intereses contrapuestos y que, en consecuencia, reaccionaban de forma distinta a las interpelaciones de la organización.
Estas mujeres, como por lo demás sucedería en muchos otros ámbitos, no fueron meras
receptoras pasivas y sumisas de los discursos dominantes ni simples víctimas, sino
que también dispusieron de un cierto margen de negociación para apropiarse de ellos
y reelaborarlos en función de sus intereses
Las diferentes respuestas de las integrantes de MSE a las interpelaciones de las autoridades militares son expresión de su capacidad de agencia dentro de un marco estructural desfavorable que reducía sus posibilidades de elección, restringiendo los recursos disponibles e intentando amoldar los comportamientos a un conjunto de reglas limitativas. Unas y otras, en diferente grado, eran conscientes de sus acciones y de las de las otras en un contexto que restringía su libertad para conducirse de acuerdo con sus particulares intereses y expectativas, lo que significa que reflexionaban sobre las mismas utilizando los conocimientos, saberes y prácticas aprehendidos y, por consiguiente, que eran capaces de evaluar y reconstruir críticamente las condiciones de su propia existencia. Reconocerles capacidad de agencia, entendida en el sentido de poder actuar de otra manera en un marco limitado de opciones, y cognoscibilidad acerca de lo social implica aceptar su capacidad de incidir, aunque sea de forma restringida, sobre ese marco estructural a través de sus elecciones individuales.
Esa capacidad, sin embargo, no era la misma para todas las mujeres. Ni tampoco todas ellas compartían análogos marcos identitarios, intereses y expectativas ni respondieron del mismo modo a dichas interpelaciones a lo largo del tiempo, aunque todas formasen parte del colectivo analizado. Un colectivo que no puede ser entendido ni representado en términos de uniformidad, teniendo en cuenta los diferentes niveles de agregación existentes en su interior. En MSE convivían mujeres que ya acreditaban una prolongada e intensa relación en el marco de espacios de sociabilidad restringidos y muy exclusivos, dotados de un conjunto de normas formales e informales que definían el modo de conducirse en su interior y en los que la conciencia de pertenencia se construía no solo a través de su aceptación y de la asunción voluntaria de las expectativas de comportamiento establecidas por el grupo sino también de su autodefinición en oposición a los otros. Pero también lo hacían simples agregados de mujeres que carecían de toda interacción previa y entre los que a su vez se conformaron diferentes niveles de integración, que iban desde aquellas que desarrollaban su labor en sus domicilios, sin apenas contacto con el taller ni interés por construir nuevas interacciones, a las que fueron capaces de cimentar otras relativamente prolongadas hasta que el final de la guerra condujo a su extinción.
Quienes estuvieron en condiciones de incidir en el curso de la acción social y, por consiguiente, dispusieron de una capacidad mayor de agencia fueron aquellas cuyos marcos identitarios, intereses y expectativas, ya fuesen previos o creados, presentaban mayores niveles de coincidencia con los del conglomerado de intereses que confluye en el golpe. Ellas no fueron, en efecto, simples receptoras sumisas de los discursos dominantes ni se limitaron a reaccionar a las interpelaciones que se les hacían desde diversos ámbitos de forma subalterna, sino que su capacidad de negociación, aun limitada, les permitió intervenir de forma activa en los diferentes espacios relacionales y de persuasión, haciéndose visibles y generando nuevas interacciones a través de las cuales se apropiaron de ellos, los reelaboraron en función de aquellos y, en consecuencia, coadyuvaron a su redefinición.
Difícilmente podía ocurrir lo mismo con quienes se situaban en el extremo opuesto. Las mujeres que se vieron obligadas, aun a su pesar, a tomar parte en esta «iniciativa patriótica» forzadas por la coacción y el férreo control social impuesto y cuyos marcos identitarios, intereses y expectativas se encontraban muy alejadas de las anteriores carecieron, en la práctica, de posibilidades de cambiar de forma radical el curso de la acción social de acuerdo con aquellos. Lo que no significa que careciesen de capacidad de agencia, aunque limitada, en el sentido de que no siempre dispusieron de medios y de recursos para actuar conforme a su libre albedrío. Hubo quienes, en efecto, se resistieron a acudir a los talleres y a las manifestaciones o fueron decayendo en su compromiso por flojedad o pereza, pero también quienes lo hicieron como muestra de rechazo o animadversión a lo que representaban. Incluso, a juzgar por las advertencias nada veladas de las autoridades, debió de haberlas que se mostraron negligentes en la tarea como expresión evidente de desafección. Ello viene a demostrar las posibilidades dinámicas de la agencia humana cuando la contemplamos como un compendio de orientaciones variables y cambiantes a lo largo del tiempo, lo que a su vez pone en evidencia cómo los entornos estructurales de la acción son sostenidos o alterados dinámicamente por aquella gracias a su aptitud para formular proyectos alternativos y pugnar por su realización. Buena prueba de ello es que, en un marco estructural tan desfavorable, estas mujeres lograron hacerse visibles en el espacio público a través de los medios de comunicación y de propaganda y obligaron a esas mismas autoridades a rediseñar estrategias y a adoptar medidas extraordinarias para asegurar su cumplimiento, incluida la militarización del trabajo femenino.
Resaltar esta capacidad de agencia no puede conducir, sin embargo, a minusvalorar el rol colectivo de MSE a la hora de generar activos materiales y simbólicos de singular importancia en el contexto bélico. A su labor más visible en los talleres de confección y a su destacado papel a la hora de recaudar fondos es necesario añadir su contribución como agentes de socialización a través de las diversas actividades susceptibles de proyectarse en el espacio público en las que se vieron implicadas. Proscritas las actitudes de rechazo y desafección y dosificada de forma conveniente su exposición a fin de que las renuentes racionalizasen el coste de su posible estigmatización, la exaltación de su esfuerzo y la amplificación de su labor en los diversos medios de comunicación solo podía redundar en el reforzamiento de las identidades colectivas de los afectos y en la reafirmación del paradigma de mujer que emergerá de los campos de batalla. Que ello no fuese el fin perseguido por todas las que participaron de la experiencia ni estuviese en la intención de sus acciones, no es obstáculo para reconocer que sí contribuyó a su resultado.
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