RESUMEN
Barcelona fue el lugar elegido por muchos indianos enriquecidos en Cuba y Puerto Rico al instalarse en Europa. Unos indianos que durante el Sexenio Democrático se organizaron en el Círculo Hispano-Ultramarino de dicha ciudad para presionar por el mantenimiento de la esclavitud en ambas Antillas, primero, y para desestabilizar a la I República, después. Aquella entidad fue capaz de implicar en sus campañas antiabolicionistas y proesclavistas a las principales organizaciones económicas catalanas, así como a amplios sectores de las élites de Cataluña, quienes asumieron públicamente sus argumentos participando en plataformas más amplias como la Liga Nacional o la Comisión Defensora de los Intereses de España en Cuba. Y aunque la presión proesclavista no pudo evitar la abolición de la esclavitud en Puerto Rico y en Cuba, sí consiguió alargar su vigencia durante unos años en la Gran Antilla mediante la institución del Patronato. El legado más destacable (y también el más perdurable) del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona fue el Banco Hispano Colonial, una entidad financiera nacida en 1876 que acabaría transformándose en un verdadero banco de negocios y que gestionaría las aduanas cubanas hasta el final de la dominación española sobre la isla, en 1898.
Palabras clave: Barcelona; Cuba; Puerto Rico; esclavitud; antiabolicionismo.
ABSTRACT
Barcelona was the place chosen by many indianos, who acquired their riches in Cuba and Puerto Rico, when they returned to Europe. During the Sexenio Democrático, indianos organised themselves in the Círculo Hispano-Ultramarino of Barcelona to lobby for the maintenance of slavery in both Spanish Antilles, first, and to undermine the Spanish Republic, later. This institution recruited, for its anti-abolitionist and pro-slavery campaigns, the leading Catalan economic organisations as well as broad sectors of the Catalonian elite. The latter publicly assumed the Circulo’s arguments, participating in broader platforms such as the Liga Nacional or the Comisión para la Defensa de los Intereses de España en Cuba. Moreover, although the pro-slave pressures could not stop the abolition of slavery in Puerto Rico and Cuba, it favoured its continuity for a few more years in the island of Cuba through the institution of the Patronato. The most remarkable legacy (and also the most enduring) of the Círculo Hispano-Ultramarino of Barcelona was the Banco Hispano Colonial, a financial institution established in 1876 that would become a commercial bank that managed Cuban Customs until the end of the Spanish rule on the island in 1898.
Keywords: Barcelona; Cuba; Puerto Rico; slavery; anti-abolitionism.
A la altura de 1868, el único Estado europeo que no había abolido todavía la esclavitud en sus colonias americanas era España, país que mantenía la vigencia y legalidad de dicha institución en Cuba y Puerto Rico. Dos acontecimientos contemporáneos, acaecidos en octubre de 1868, vinieron a sacudir dicha anomalía: el triunfo de la revolución Gloriosa (en la península) y el Grito de Yara, que dio paso a la primera guerra por la independencia (en Cuba). En el nuevo escenario político abierto entonces se cuestionó públicamente y con fuerza el mantenimiento de dicha institución en ambas Antillas. No solo porque los líderes independentistas cubanos dieron pronto la libertad a sus esclavos (a condición, eso sí, de que se incorporasen a sus tropas), sino porque tras la Gloriosa algunos de los dirigentes de la Sociedad Abolicionista Española se convirtieron en ministros de los nuevos Gabinetes del Sexenio Liberal. Fue entonces, cuando ya nadie defendía públicamente en Europa la bondad de dicha institución, cuando muchos patricios alzaron sus voces y utilizaron sus plumas para sostener en España la necesidad de proteger la esclavitud vigente en ambas Antillas.
Se sucedieron a partir de entonces una serie de campañas antiabolicionistas y proesclavistas.
En este artículo me centraré en el análisis de dichas campañas en una sola ciudad:
Barcelona. Ejercicios similares al que propongo podrían realizarse para Madrid y también
para las principales ciudades españolas (como Sevilla, Cádiz, Bilbao, Valencia o Santander,
por ejemplo)[2]. Si me ocupo de la capital catalana es por dos razones: porque Barcelona era entonces,
sin duda alguna, la capital económica de la España peninsular, y porque de todas las
ciudades españolas era la que más vínculos económicos mantenía con Cuba y Puerto Rico.
Tal como recogió el diario madrileño La Época, en febrero de 1875, «Barcelona es la plaza de nuestra península que más cuantiosas
relaciones comerciales sostiene con las provincias de Ultramar y que, por consiguiente,
más interesada está en el porvenir y prosperidad de las mismas» La Época, 17-2-1875, p. 4.
En agosto de 1871 un destacado comerciante de Barcelona, José Canela Raventós, un
indiano enriquecido en La Habana, intentó, sin éxito, constituir en la capital catalana
un centro o casino «para defender la integridad nacional»
A imagen y semejanza del homónimo centro de Madrid, el Círculo de Barcelona empezó
a funcionar en diciembre de 1871, bajo el patrocinio de la gran patronal catalana,
el Fomento de la Producción Nacional. Se conformó, inicialmente, una comisión interina
encargada de poner en marcha la nueva entidad. Su presidente fue Bernardo Iglesias
y su secretario Diego A. Martínez. Tras un breve período de tiempo y de trabajo, dicha
comisión convocó la reunión fundacional del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona
«en los salones altos de la Casa Lonja» a las tres de la tarde del 28 de diciembre
de 1871. Aunque la citada comisión había mandado invitaciones nominales a un amplio
número de personalidades quiso, además, publicar anuncios en la prensa de la ciudad
para asegurar el mayor éxito posible de asistencia, animando «a todos los señores
que […] no hayan recibido esquela se tengan por invitados a ella […] porque en ella
todos los buenos españoles caben y con ellos se cuenta» La Convicción, 28-1-1871, p. 9.
Tabla 1.
Junta directiva del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona (1871)
Presidente | Juan Güell Ferrer |
Vicepresidente | Antonio López y López |
Vocales titulares | José María Serra Muñoz, José Amell Bou, José Antonio Salom Jacas, José Ferrer Vidal, Tomás Ribalta Serra, José Canela Raventós, Isidro Gassol Civit, Melchor Ferrer, José Munné Nugareda, Sebastián Plaja Vidal, Francisco Gumá Ferran |
Vocales suplentes | Salvador Vidal Largacha, José Sabater, Juan Jover Serra, José Telarroja, Juan R. Murga, José Rafecas, Carlos E. Sivatte, Nonito Plandolit |
Secretario | Diego A. Martínez |
Fuente: elaboración propia.
Cabe insistir, tal como señalara el primer marqués de Manzanedo, en el evidente hilo conector que vinculaba aquella empresa de los voluntarios catalanes de Cuba, de 1869, con la creación del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona, en diciembre de 1871. Máxime si tenemos en cuenta que siete de los diecisiete miembros que habían conformado la comisión cívica que impulsara el embarque de los voluntarios en 1869, acabarían tomando parte dos años después en la constitución del Círculo Hispano-Ultramarino: Antonio López, José María Serra, José Amell, José Canela, Juan Jover Serra, José Antonio Salom y José Ferrer Vidal. También resultan más que evidentes las conexiones americanas (especialmente cubanas) del núcleo fundador del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona. Al menos tres de sus miembros habían nacido en América (José María Serra en Chile, Nonito Plandolit en México y Carlos E. Sivatte en Cuba), mientras que otros trece, como mínimo, se habían enriquecido previamente en tierras americanas: uno en Chile (Salvador Vidal), otro en Puerto Rico (Sebastián Plaja) y otros once en la isla de Cuba. De aquellos once, seis lo habían hecho residiendo en La Habana (Güell, Salom, Canela, Gassol, Telarroja y Rafecas), dos en Santiago de Cuba (López y Amell), uno en Matanzas (Gumá), otro en Sagua la Grande (Ribalta) y otro en Gibara (Munné). Cabe señalar también, por último, las intensas conexiones cubanas de José Ferrer Vidal, quien estaba casado con la matancera Concepción Soler, cuyo hermano Rafael Ferrer Vidal se había enriquecido también en Matanzas y cuyo tío paterno, Juan Ferrer Roig, había sido capitán de buques negreros.
La elección de Juan Güell como primer presidente de la nueva entidad estaba relacionada,
sin duda, con el contenido de un folleto que había publicado apenas hacía unos meses
en Barcelona, en 1871, bajo el significativo título de Rebelión cubana, en el que vinculaba la defensa de la españolidad de Cuba con la apuesta proteccionista.
Para aquel senador, enriquecido en su juventud en La Habana, las colonias españolas
eran «la base de nuestras relaciones comerciales con otros pueblos y contribuyen a
mantener y acrecer nuestra importancia política entre las demás naciones». Añadía
además que «la Isla de Cuba, española y rica» era «el principal mercado exterior de
nuestros productos agrícolas y tal vez industriales […] el centro de donde irradia
todo nuestro comercio marítimo» hasta el punto de que para Güell «la pérdida de la
Isla de Cuba arrastraría no solo la de los grandes capitales españoles que radican
en la propiedad urbana y rural de la misma, los comprometidos en caminos de hierro,
sociedades, empresas comerciales y los invertidos en los buques nacionales, sino [que
deploraba además] lo mucho que se resentirían los capitales peninsulares con la falta
del principal mercado para sus productos». La conclusión era clara: «La irreparable
pérdida de la Isla de Cuba reduciría de más de la mitad la importancia política y
económica de España»
Aunque en su folleto Güell no quiso vincular explícitamente la defensa de la españolidad
de Cuba con la defensa de la institución de la esclavitud en la isla, estaba claro
que la apuesta por salvaguardar el modelo de dominación español sobre Cuba implicaba
la defensa de un statu quo colonial en el cual la explotación del trabajo esclavo seguía siendo, todavía entonces,
una pieza angular. En su librito Güell se opuso a la actividad del cubano Nicolás
Azcárate, así como del ministro de Ultramar Segismundo Moret, vinculados ambos a la
Sociedad Abolicionista Española. Y frente a reformistas y abolicionistas defendía
explícitamente la actuación del partido español de Cuba y de su brazo armado, los
voluntarios del comercio, cuyos «esfuerzos […] en todos los sentidos, esto es, en
sangre y dinero, secundando y auxiliando al benemérito ejército, se debe la conservación
de la Isla de Cuba». Al hacerlo, Güell defendía a (y se alineaba claramente con) los
sectores más inmovilistas de la isla, es decir, los integristas cubanos, acérrimos
defensores de la esclavitud en Cuba. Como ha demostrado Christopher Schmidt-Nowara
(
Que el Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona se destacó no solo por su oposición
a las reformas en política colonial en las Antillas, en términos generales, sino también
por la defensa de la institución de la esclavitud, en particular, resulta indudable,
tal como demostró hace tiempo Maluquer de Motes (
Entre los temas que repasó entonces el primer marqués de Manzanedo estaba «un problema
de grandes consecuencias», una cuestión «que reclama preferente examen: la abolición
de la esclavitud». Al abordar dicha cuestión, el presidente del Círculo Hispano-Ultramarino
de Madrid empezaba expresando una afirmación tan categórica como vana o retórica.
Afirmó, de entrada, sobre la abolición: «Exijenla los tiempos; la exijen los compromisos
contraídos; [y] la exijen la seguridad y el porvenir de las Antillas españolas [sic]».
Y si digo que Manzanedo no pasó de la retórica es por la segunda parte de aquella
frase, cuando añadió: «[…] pero al lado de esas razones poderosas, se alzan otras
que reclaman cordura, acierto en el modo de resolver tan delicado asunto». Y añadió
enseguida una serie de motivos que justificaban que «esa emancipación sea lenta, conciliando
los intereses todos, respetándose los derechos todos» y respetando también, por supuesto,
el sacrosanto derecho a la propiedad de los dueños de esclavos. Manzanedo hablaba,
por ejemplo, de «la ignorancia de esas razas, que hoy están en dependencia; [de] su
absoluta carencia de elementos para subsistir» y además de «otras mil causas más»
para justificar su oposición a la emancipación de los esclavos, sin más. Consideraba,
de hecho, que «lanzar» a la libertad a los esclavos de Puerto Rico o de Cuba significaba
situarlos «en un modo de ser para el que no están preparados» Ibid,: 21.
Aquella primera reunión celebrada en Madrid sirvió para acordar una serie de resoluciones
que pronto enviaron, el 25 de noviembre de 1872, al presidente del Consejo de Ministros.
Quienes firmaron aquellas resoluciones en nombre del círculo de Barcelona fueron su
secretario, Diego Alonso Martínez, y uno de sus vocales más activos, José Munné Nugareda.
Justo una semana después, el 2 de diciembre, viendo que el Gobierno seguía adelante
con su proyecto de ley para otorgar la inmediata libertad a los esclavos de Puerto
Rico, el Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona envió una nueva carta al presidente
del Gobierno insistiendo en su adhesión a las resoluciones acordadas por todos los
centros de la península y «haciendo nuestras las palabras del Centro Hispano-Ultramarino
de Madrid en la Exposición elevada a V. E. en 25 del pasado mes de noviembre con igual
objeto que la presente». Por cierto, quién firmó en primer lugar aquella carta fue
el naviero Antonio López, convertido en presidente interino de la entidad tras la
reciente muerte del primer presidente del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona,
su consuegro Juan Güell y Ferrer. Mientras tanto, el centro catalán invitó a que las
empresas y los empresarios de Barcelona se sumasen a una campaña que intentaba que
no se aprobase una ley que pretendía dar la libertad a los esclavos puertorriqueños.
Tuvieron ciertamente mucho éxito, puesto que en apenas tres días fueron capaces de
recoger un total de sesenta hojas
repletas de firmas de innumerables empresas y empresarios de la ciudad («los que suscriben,
propietarios, fabricantes, navieros, comerciantes, industriales, vecinos de esta capital,
a V. E. […] exponen [...]») quienes suscribían las tesis inmovilistas del Círculo
Hispano-Ultramarino de Barcelona Archivo Histórico Nacional, Ultramar, Cuba, Gobierno, legajo 3554.
Por otro lado, los líderes del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona se dirigieron
también a las principales entidades económicas catalanas, consiguiendo igualmente
su adhesión en cuestión de pocos días. Así lo hicieron tanto el Instituto Industrial
de Cataluña como el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro (representante de los
grandes intereses agrarios de Cataluña) y el Fomento de la Producción Nacional. La
junta directiva de esta última entidad se reunió el 7 de diciembre de 1872, «correspondiendo
a la escitación [sic] del Centro hispano-ultramarino barcelonés» con un único punto
en el orden del día: la discusión de si secundaban «la exposición elevada al presidente
del Consejo de Ministros por el centro Ultramarino de Madrid en solicitud de que [el
gobierno] no introduzca reformas en las leyes e instituciones que rigen en Puerto-Rico
hasta después de pacificada Cuba». En esa reunión y tras haberlo discutido, dicha
junta directiva «acordó dirigir al Gobierno de S. M. una instancia exponiendo que
el anuncio de ciertas reformas que al parecer se proyectan en las leyes e instituciones
vigentes en Puerto-Rico había alarmado a las clases productoras de Cataluña, que las
creen inoportunas y peligrosas mientras dure la insurrección de Cuba». Dicho en otras
palabras, también la patronal Fomento de la Producción Nacional quiso pronunciarse
entonces en contra de la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Cuatro días después,
en una nueva reunión «fue aprobada por
la Junta [del Fomento] la exposición que la misma acordó elevar al Excmo. Sr. Presidente
del Consejo de Ministros […] habiéndose resuelto que la Directiva en masa suscribiera
la misma solicitud, y que, a ser posible fuera entregada para su presentación a la
Comisión del Centro hispano-ultramarino barcelonés que salía pasado mañana para la
Corte» Archivo Histórico del Fomento del Trabajo Nacional, Actas de las sesiones de la Junta
Directiva, Libro segundo, acta de la reunión de 07-12-1872.
Mientras dure en la Isla de Cuba la desdichada insurrección […] es peligroso introducir
en la pequeña Antilla [o sea, en Puerto Rico] modificaciones que por el pronto no
podrían alcanzar a la grande [Antilla, o sea, Cuba …]. El temor de perder aquellas
preciadas provincias es la natural consecuencia de la convicción manifestada, y por
esto se alarma el patriotismo y existe legítima ansiedad al ver menguado el territorio,
y la navegación, el comercio, la industria y la agricultura al perder los principales
mercados de la Producción Peninsular Ibid., 11-12-1872.
En aquella intensa campaña, el Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona consiguió también la adhesión de diferentes entidades de otras localidades catalanas e incluso de varios ayuntamientos de la provincia de Barcelona. Sus acciones tuvieron eco, sobre todo, en aquellas ciudades del litoral provincial que más relaciones habían tenido y seguían manteniendo con el mundo colonial antillano. El Círculo de Barcelona consiguió así la adhesión a sus planteamientos de los ayuntamientos de Vilassar de Mar, Premiá de Mar, Masnou, Sitges y Vilanova i la Geltrú. En esa última localidad se llegó a constituir un Círculo Hispano-Ultramarino propio que secundaba las iniciativas antirreformistas de su homólogo de Barcelona y del resto de centros hispano-ultramarinos españoles.
En el marco de aquella campaña de presión quiero resaltar una iniciativa impulsada
igualmente por el Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona: el 8 de enero de 1873
un total de 238 mujeres firmaron un escrito dirigido al presidente del Consejo de
Ministros, Manuel Ruiz Zorrilla, en relación con la proyectada abolición de la esclavitud
en Puerto Rico. Dichas mujeres eran todas «nacidas en las islas de Cuba y Puerto Rico
y residentes en esta capital», Barcelona. Un número tan relativamente alto de mujeres
nacidas en ambas Antillas y residentes en la ciudad condal revela la importancia que
tenía en aquellas fechas el amplio colectivo de los indianos (nacidos o enriquecidos
en Cuba o en Puerto Rico) en el seno de la burguesía de la ciudad. En la redacción
de aquel manifiesto, las firmantes se identificaban «como cristianas» que, por haber
nacido en Cuba o en Puerto Rico, conocían «mejor sin duda» que los «hombres de Estado»
la cuestión de «la mal llamada esclavitud». Justamente por eso querían que su voz
se tuviese entonces en cuenta. Aquella carta la firmaba, en primer lugar, Luisa Bru
Lassús, nacida en Santiago de Cuba y esposa del entonces interino presidente del Círculo
Hispano-Ultramarino de Barcelona, Antonio López y López. Y la suscribían también las
mujeres de algunos de los más ricos empresarios de Cataluña, como, por ejemplo, Concepción
Soler (esposa de José Ferrer Vidal), Isabel López Bru (esposa de Eusebio Güell Bacigalupi),
Estanislaa Digat Irarramendi
(esposa de Agustín Goytisolo Lezarzaburu), Rita Robert (esposa de José Amell Bou)
y Clara Baró Jiménez (esposa de Leandro Soler Morell). Se sumaron también a la iniciativa
algunas ricas viudas de Barcelona nacidas en La Habana, como Manuela Xiqués de Llopart
o Dominga Juera de Vilar, entre muchas otras Archivo Histórico Nacional, Ultramar, Cuba, Gobierno, legajo 3553, documento 3 (30).
Lisa Surwillo (
En esa misma línea, un análisis textual del citado documento permite conocer en detalle
las formas concretas con las que la alta burguesía catalana (en este caso, sus mujeres)
defendía públicamente la esclavitud en Cuba y en Puerto Rico: «No queremos la esclavitud»,
empezaban afirmando para preguntarse enseguida, a modo de interrogación retórica:
«¿Qué hemos de quererla si somos mujeres y católicas? Pero queremos menos aún que
se suma en la barbarie a los infelices a quienes se pretende favorecer, haciendo de
la hermosa Cuba, de la bella Puerto Rico, dos tribus semejantes a la desdichada Santo
Domingo». Utilizando el espantajo de la rebelión de Haití, afirmaban aquellas mujeres
que la abolición de la esclavitud sería perjudicial, en primer lugar, para los propios
esclavos, quienes no sabrían vivir en libertad: «Póngase un arma en manos de un niño
y se herirá con ella. Niño es el que ha vivido siempre bajo tutela y arma mortífera
la libertad para quien no sabe hacer de tan precioso don el uso conveniente». Criticaban,
por lo mismo, a los abolicionistas a quienes caracterizaban como meros demagogos que
hablaban sin conocimiento de causa: «Mucho se habla y mucho se desbarra […] al tratar
de esta delicada cuestión, porque se presta tanto a pomposas y altisonantes declamaciones
[…]. Pero la verdad es que los que más declaman contra la mal llamada esclavitud de
las Antillas, filántropos de apariencia y católicos de doublé, tratan con más despótico
desprecio a sus criados que los habitantes de Cuba y Puerto Rico a sus llamados esclavos».
No entendían que se quisiese liberar del «suave yugo» de la esclavitud a quienes vivían
como esclavos en Puerto Rico. «Además, Excmo. Señor», seguían dirigiéndose a Ruiz
Zorrilla, «que uso conveniente se quiere que hagan [los esclavos] de su libertad sin
preparación alguna, unos seres que por sus naturales instintos, por su condición y
por otras razones de todos conocidas, no saben vivir sino guiados por el suave yugo
de los consejos y del amor de sus amos, con los que se hallan identificados», decían Íd.
A juicio de aquellas mujeres, una abolición incondicional solo traería desgracias,
para los propios esclavos. Únicamente estaban dispuestas a aceptar la coartación individual
de los hombres y mujeres esclavizados como vía hacia su libertad. En su escrito al
presidente del Gobierno acababan pidiéndole que paralizase la tramitación de la ley
que debía liberar a todos los esclavos de Puerto Rico: «Desista pues V. E. de las
malhadadas reformas y desistan los que le empujan por tan funesto camino, oigan la
voz de la razón y del deber»; solo así se podrá conseguir que «sigan siendo felices
y españolas las dos Antillas hermanas, en cuyos perpetuos vergeles desean vivir en
paz y morir, las que suscriben» Íd.
Los argumentos utilizados en aquel manifiesto impulsado por el Círculo Hispano-Ultramarino
de Barcelona y firmado por aquellas mujeres no diferían, en lo esencial, de las razones
que esgrimían entonces los líderes integristas en Cuba. En otro manifiesto, por ejemplo,
publicado en La Habana aquel mismo mes de enero de 1873, en el cual se hacían públicas
las bases para crear una Asociación de Hacendados y Propietarios de Esclavos en la
isla de Cuba, se mostraba idéntica defensa de la esclavitud frente a las doctrinas
abolicionistas, con argumentos similares: «A la propaganda abolicionista destructora,
que se ingiere hasta en las esferas oficiales, en los gobiernos y en la prensa europea
y americana, debemos oponer [decían] la propaganda mesurada de la razón, de la verdad
de nuestras aspiraciones conciliadoras, de nuestros derechos incuestionables, de nuestra
abnegación y patriotismo». Y en otro fragmento se afirmaba que la abolición de la
esclavitud significaría la inmediata ruina de Cuba: «¿Qué sería del Departamento Occidental
y de la Isla toda, si la cuestión social que bajo una forma inmediata se proyecta
resolver en Puerto Rico, viniera inesperadamente aplicada a Cuba, sin estar preparados
a recibir y remediar cambio tan trascendental en la servidumbre». Puestos a destacar,
por cierto, algunos nombres propios, vale la pena señalar que el principal impulsor
(y futuro presidente) de aquella Asociación de Hacendados y Propietarios de Esclavos
era Julián Zulueta, y
que entre los vocales de su primera junta directiva encontramos a Pedro Sotolongo.
Hablamos de dos individuos estrecha y personalmente vinculados, como veremos más adelante,
al Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona
En su campaña por evitar la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, el círculo
catalán impulsó, también en las primeras semanas de 1873, la creación de una entidad,
de mayor alcance, llamada Liga Nacional. Al crear aquella nueva entidad los hombres
del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona no hacían sino concretar uno de los acuerdos
tomados en una reunión que se celebró Madrid el 14 de diciembre de 1872, a iniciativa
del círculo madrileño y motivada precisamente por la tramitación de la ley que iba
a acabar con la esclavitud en Puerto Rico. Aquel día, los asistentes a dicha asamblea
acordaron secundar la idea del marqués de Manzanedo, quien propuso «que se nombraran
las personas que han de formar la junta de la Liga Nacional para defender la integridad
de España en Ultramar». Así se hizo, eligiéndose una junta de veintiocho miembros
entre los cuales había representantes no solo de nueve círculos hispano-ultramarinos
peninsulares (los de Madrid, Sevilla, Valencia, Cádiz, Zaragoza, Bilbao, Santander,
Valladolid y Palencia), sino también de un amplio abanico de tendencias políticas,
desde republicanos hasta carlistas, unidos todos en su oposición al Gobierno. pero,
sobre todo, a la abolición de la esclavitud. Una junta en la que estuvieron presentes
Antonio Cánovas del Castillo, Antonio Caballero de Rodas, Práxedes M. Sagasta y Víctor
Balaguer, entre otros La Época, 15-12-1872, p. 2-3.
La presentación en público de aquella madrileña Liga Nacional tuvo lugar a través
de un extenso manifiesto redactado por el escritor y exministro de Ultramar, el unionista
Adelardo López de Ayala. Una verdadera declaración de intenciones fechada en Madrid,
el 10 de enero de 1873. Tres eran las medidas reformistas que se estaban tramitando
y a las que se oponía la Liga Nacional con aquel manifiesto. Tres reformas planteadas
exclusivamente para Puerto Rico: un decreto sobre la reorganización de los municipios,
«otro decreto separando el mando civil del militar y la abolición inmediata, instantánea
de la esclavitud» en dicha isla. La Liga Nacional afirmaba que la suerte de Puerto
Rico iba ligada directamente a la de Cuba, y que mientras siguiera la guerra en suelo
cubano no había que adoptar reforma política alguna, tampoco en Puerto Rico. Menos
aún dar la libertad a los esclavos en dicha isla: «En tales circunstancias ningún
país del mundo ha abolido la esclavitud», decían. A partir de lo que había sucedido
tiempo atrás en Haití y en Jamaica afirmaban también que la abolición de la esclavitud
era tan perjudicial para los esclavos como para sus dueños y que, aunque así no lo
fuera, «en el caso presente nos opondríamos con todas nuestras fuerzas a tan infausto
apresuramiento, porque no hay principio, no hay sentimiento, por noble y levantado
que sea, que pueda obligarnos a ofrecerle en holocausto la ruina de la patria». Consideraban
que, de llevarse a cabo, la abolición
de la esclavitud en Puerto Rico significaría la ruina total de la economía cubana.
Y afirmaban también que los abolicionistas españoles «invoca[ba]n la humanidad para
facilitar la traición a la patria», pues no solo había un abierto interés de los Estados
Unidos por las Antillas españolas, sino que, además, aquellos «intrépidos abolicionistas»
se dejaban engañar por los cubanos alzados en armas, quienes les decían: «Resolved
en Puerto Rico el porvenir de Cuba, sin la intervención de Cuba. Inquietad a sus defensores
que permanecen unidos […]. Alterad la ley, perturbad los ingenios, matad la producción.
De prisa, de prisa, que el soldado español tiene pan y tiene pólvora» La Iberia, 14-01-1873, p. 1-2.
La creación de la Liga Nacional en la capital catalana tuvo lugar un mes después de
que se publicara tal manifiesto en Madrid. Una multitudinaria agrupación que también
tuvo, como veremos, un marcado carácter antiabolicionista y proesclavista. En su reunión
fundacional, y convocados por el Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona, se reunieron,
tal como recogía con gran alborozo la prensa conservadora madrileña, «más de 3000
personas pertenecientes a todas las clases de la sociedad y de las más importantes
de aquella industriosa población». Por cierto, destacaba también La Época que la capital catalana estaba entonces «unida con la grande y la pequeña Antilla
por los lazos de un continuado tráfico, por relaciones industriales y mercantiles
que constituyen una de las mayores fuentes de riqueza de Barcelona. Por esta razón
no acudieron solo a la Casa Lonja grandes navieros y grandes comerciantes, sino que
fueron también a prestar su apoyo al pensamiento de la Liga Nacional modestos industriales
que saben que la exportación para las Antillas proporciona los mayores lucros a su
industria», además de «artesanos […], individuos de la nobleza, propietarios, hacendados
y personas dedicadas a las carreras literarias». A todos les unía la convicción de
que la aplicación de las reformas en estudio para ambas Antillas iban a significar
«la pérdida de aquellas islas […] sin que se hubiesen alcanzado tampoco los resultados
que de su proyectos esperan los
partidarios de la inmediata abolición de la esclavitud». Tras la pertinente discusión,
se aprobaron entonces cuatro puntos, según la propuesta que formuló entonces el indiano
puertorriqueño Sebastián Plaja, quien actuó como portavoz del Círculo Hispano-Ultramarino.
En el primer punto afirmaban retóricamente que eran personas «enemigas de la esclavitud»,
pero añadían una serie de consideraciones por las que se oponían a su abolición inmediata
y pedían, al contrario, que el Gobierno procediese «con miras humanas y españolas».
En el segundo acuerdo insistían en que «no podía promulgarse aisladamente ninguna
ley […] que trascienda a la vida social y política de Puerto Rico si no puede ser
aplicable a la provincia de Cuba», añadiendo, además, «que deben ser acordadas tales
medidas con el concurso de los representantes de ambas provincias». En el tercer punto
declaraban constituida la Liga Nacional de Barcelona mientras que en el cuarto acordaban
conformar «una Junta compuesta de la directiva del Círculo Hispano-Ultramarino y de
72 personas elegidas en este acto que pertenezcan a las diversas clases sociales de
la ciudad», lo que hicieron a continuación. En su elección, la asamblea se limitó
a ratificar «por aclamación» la lista propuesta por los convocantes de la misma, presentada
igualmente por el portavoz del Círculo Hispano-Ultramarino, «una lista de dignísimas
personas pertenecientes a todas las clases de la sociedad, nobleza, clero, ejército,
exdiputados y senadores,
hacendados y propietarios, navieros, comerciantes, clases literarias, Bellas Artes,
periodistas, comercio al por menor, industriales y operarios» La Época, 16-02-1873, p. 2.
No solo el presidente del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona resultó elegido
primer presidente de la Liga Nacional en la ciudad, sino que todos los dirigentes
del círculo antiabolicionista integraron la comisión ejecutiva de la nueva organización.
Quedaba patente, en definitiva, tanto la vinculación y continuidad entre ambas iniciativas
como, sobre todo, la capacidad de liderazgo sobre las fuerzas conservadoras catalanas
de aquellos que se habían organizado previamente para impedir cualquier tipo de modificación
o reforma del statu quo colonial en las Antillas españolas. Autores como Borja de Riquer (
La reunión constitutiva de la Liga Nacional en Barcelona coincidió con la abdicación
de Amadeo de Saboya y con la proclamación de la República el 11 de febrero de 1873.
A pesar de sus intensas presiones, ni el movimiento de los círculos hispano-ultramarinos
ni la nueva Liga Nacional consiguieron paralizar la aprobación de la ley que otorgó
la libertad a los esclavos en Puerto Rico, aprobada finalmente por el Congreso de
Diputados el 22 de marzo de 1873 Gaceta de Madrid, 26-03-1873, p. 979.
El Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona mantuvo con dificultades su actividad
en tiempos de la I República (febrero-diciembre de 1873), pues algunos de sus dirigentes
optaron por residir fuera de España. La situación cambió, sin embargo, con el golpe
del general Pavía. Algunos de los dirigentes de dicha entidad se incorporaron entonces
al Ayuntamiento o a la Diputación de Barcelona. En el listado que el gobernador civil
publicó en febrero de 1874 con los diputados provinciales que debían renovar dicha
institución, aparecen: Antonio López y López, «hacendado, director de la compañía
trasatlántica de los vapores-correo»; José Antonio Salom, «ex-concejal y fabricante»;
José Canela Raventós, «ex–alcalde [de Barcelona], vocal de la Junta directiva del
centro hispano-ultramarino y del comercio», y Melchor Ferrer «vice-presidente de la
Comisión provincial y decano del colegio de abogados de Barcelona» La Época, 08-2-1874, p. 4.
En un hecho poco habitual, unos meses después, en septiembre, dicha entidad acordó
nombrar socio de mérito a José Ferrer de Couto, así como colocar su retrato «en la
sala de sesiones» donde se reunía la junta directiva, a modo de homenaje. Decidieron
igualmente que una delegación de la entidad iría expresamente a Madrid para encontrarse
allí con Ferrer de Couto, «con objeto de felicitarle y [de] poner en sus manos el
diploma de aquel nombramiento». Rendían así homenaje al «ilustrado y bizarro director
de El Cronista de Nueva York», sumándose a «las muestras de aplauso y simpatía a que su españolismo
le hace acreedor» La Época, 24-9-1874, p. 2.
De la extensa obra de aquel periodista gallego instalado en Estados Unidos cabe destacar un libro titulado Los negros en sus diversos estados y condiciones; tales como son, como se supone que son y cómo deben ser. Fue publicado originalmente en castellano (en Madrid y en 1864), aunque con intención de ser inmediatamente traducido al inglés y editado en los Estados Unidos, donde una cruenta guerra civil dirimía el mantenimiento, o no de la institución de la esclavitud en los estados del sur de la Unión. Ferrer de Couto escribió aquel libro con la intención, precisamente, de defender dicha institución, pensando no solo en el lector español, sino también en el lector norteamericano. Y lo hizo a partir del análisis del caso cubano y, por extensión, del puertorriqueño, en los que quiso centrar su análisis. La defensa que dicho autor realizó de la esclavitud en las Antillas españolas era tan extrema que se negaba, literalmente, a utilizar el concepto «esclavitud» para hablar, en su lugar, de la «institución organizada del trabajo forzoso de los negros». De la misma forma, al ilegal comercio transatlántico de africanos esclavizados con destino a Cuba le quiso llamar «rescate». Y es que, según él, los traficantes de esclavos debían ser vistos como agentes que practicaban una acción humanitaria porque al recoger cautivos en África los salvaban de una muerte segura: «Como principio altamente humanitario debe practicarse el rescate de negros bozales en las tierras de su naturaleza», afirmaba Ferrer de Couto, pues los africanos «no matarían a aquellos enemigos suyos, si hubiese quien los comprara». Y en otro pasaje insistió en la idea de la benignidad del tráfico atlántico de africanos esclavizados: «Como vivían los negros en el litoral de África antes que el interés de las colonias americanas aconsejara su rescate, ya lo hemos visto: errantes sin patria ni hogar; con ideas confusas y torpes respecto a la familia; agenos [sic] a toda civilidad, y en perpetua lucha unas tribus con otras, para sacrificarse como idólatras y devorarse como fieras». Para el autor de aquellas líneas, siempre era mejor cargarlos en los buques negreros y llevarlos directamente a Cuba que dejarlos vivir en África.
Para Ferrer de Couto la superioridad (e incluso la benignidad) de la institución de la esclavitud (o «trabajo forzoso») en las Antillas españolas se basaba, esencialmente, en la cuestión de la disciplina. Por dicha razón alababa el Reglamento de Esclavos de La Habana, de 1842, al que vio como instrumento necesario para mantener dicha disciplina entre los trabajadores esclavos. Con su libro quiso ofrecer, de hecho, un corpus doctrinal alternativo al discurso humanitario de los abolicionistas (británicos y no británicos), merced al cual no solo cuestionaba la pretendida superioridad moral de las doctrinas abolicionistas, sino que señalaba la verdadera superioridad moral tanto de quienes se ejercitaban en el tráfico de cautivos africanos hacia Cuba como de los propietarios de esclavos en dicha isla y en Puerto Rico. Más aún, según él España no debía acabar con la trata africana ni con la esclavitud en sus colonias ultramarinas si no quería acabar con la prosperidad de ambas Antillas.
Tras la restauración de la dinastía borbónica en el trono en enero de 1875, el Círculo
de Barcelona aumentó, si cabe, su intensa actividad. Así, el 20 de enero tuvo lugar
su asamblea anual ordinaria. Uno de sus socios leyó allí un folleto o memoria titulado
«La perla de las Antillas» y su contenido mereció el aplauso del resto de socios,
hasta el punto ue el Círculo decidió publicarla lo antes posible para contribuir a
su difusión La Época, 31-03-1875, p. 1; La Iberia, 03-04-1875, p. 1.
Tabla 2.
Junta directiva del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona (1875)
Presidente | José Antonio Salom Jacas |
Vicepresidente | Antonio López y López |
Tesorero | José Canela Reventós |
Contador | Francisco Gumá Ferran |
Vocales titulares | Isidro Gassol Civit, José O. Amell Robert, José Munné, Nugareda, Antonio Ferrer Feliu, Sebastián Plaja Vidal, Francisco Quadrado, Bruno Quadros, Pedro Milá, Manuel Marqués |
Vocales suplentes | Ruperto Masià, Esteban Suárez, Florentino Martínez, Pedro Vall Lloveras, Joaquín Martí, Manuel E. Fernández, Antonio Renter, Juan Busquets, Cayetano Roger, Santos Arévalo, Gabriel Marsal, Leandro Goicochea |
Secretario | Federico Nicolau |
Delegado en Madrid | Diego Alonso Martínez |
Fuente: elaboración propia.
Ahora bien, más allá de su labor propagandística, es preciso resaltar la intensa actividad
del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona como grupo de presión en relación con
las cuestiones antillanas. Así, apenas conformado el nuevo gobierno Cánovas, una delegación
de la entidad se desplazó a Madrid a mediados de febrero de 1875, donde se reunieron
con los ministros de Guerra y de Ultramar, así como con el recién nombrado capitán
general de Cuba, el general Blas de Villate, conde de Valmaseda. Con este último departieron
durante hora y media (en presencia del «Sr. Longoria, del Centro [Hispano-Ultramarino]
de Avilés») y le insistieron en «la urgentísima [necesidad] de acabar con la guerra
[en Cuba], de la cual se dimanan y originan los apuros en los negocios y malestar
de los negocios». Parece bastante claro, pues, que detrás del «más puro y levantado
patriotismo» que, según decían, movía la actuación del Círculo de Barcelona, se escondía
una motivación eminentemente económica, empresarial. Aquellas reuniones fueron bien
para los intereses del Círculo de Barcelona según informaba el diario conservador
La Época: «Nos consta que vuelven satisfechos de la acogida que han encontrado en los señores
ministros [afirmaba el órgano canovista], no solo por sus circunstancias personales
sino por lo que significa el importante Círculo que representan» La Época, 17-2-1875, p. 4.
Dos fueron las peticiones que la entidad barcelonesa trasladó entonces a los ministros
de la Guerra y de Ultramar (Joaquín Jovellar y Adelardo López de Ayala): la necesidad
de profundizar en la solución militar para derrotar a los cubanos alzados en armas,
enviando más y más soldados a la gran Antilla, así como la de acabar con la corrupción
en la Administración insular (especialmente en el orden fiscal). Y a ambas peticiones
se mostraron sensibles ambos ministros, quienes se comprometieron «al inmediato embarque
de 3.000 hombres» para Cuba. Ciertamente, aquellas dos demandas fructificarían en
una serie de operaciones que acabarían provocando la creación del Banco Hispano Colonial,
una entidad financiera cuyo nacimiento permitió concretar el apoyo logístico y financiero
que la delegación del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona prometió entonces al
primer gobierno de la Restauración, o sea, «todo el apoyo moral y material que en
la esfera de su acción puedan prestarle las asociaciones por ellos representadas» Íd.
Y es que la sintonía del Gobierno presidido por Antonio Cánovas del Castillo con el
movimiento de los círculos hispano-ultramarinos (en España) y con el integrismo españolista
más intransigente (en Cuba) resultó notable. Aquella fue, de hecho, la primera de
las diversas reuniones que servirían para que los diferentes ministros implicados
en las cuestiones cubanas recogieran las demandas de los líderes integristas de uno
y otro lado del Atlántico. En verano de 1875, sin ir más lejos, el cubano Pedro Sotolongo
se desplazó desde La Habana hasta Madrid para reunirse con diversos ministros del
Gobierno español. Sotolongo era vocal del Casino Español de La Habana, además de socio
de la casa de comercio de Samá Sotolongo y Cía, o sea, de la firma consignataria en
la capital cubana de los vapores de la sociedad Antonio López y Cía. El principal
gerente de aquella firma naviera catalana era Antonio López y López, vicepresidente
del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona. En sus reuniones con diferentes ministros
del Gabinete Cánovas, el cubano Pedro Sotolongo actuó precisamente por delegación
de López. Aprovechando su estancia en la capital española, el círculo madrileño quiso
nombrar al empresario cubano socio de honor, lo que hizo en su reunión del 8 de septiembre
de 1875. Más allá de las cuestiones formales o simbólicas, al agradecer su nombramiento
Pedro Sotolongo quiso dejar claras dos cosas: a) la sintonía política entre los líderes
integristas de Madrid, de Barcelona
y de La Habana, y b) la capacidad de unos y otros de tejer alianzas y de compartir
negocios, sin exclusiones. Según sus palabras, al presentarse ante el Gobierno de
España, y «si bien el Excmo. Sr. D. Antonio López le había autorizado para brindar
al gobierno […seis millones de reales], había reservado el hecho al Sr. Duque de Santoña
[o sea, al marqués de Manzanedo] para no privarle de la satisfacción de ser su excelencia
quien prestase el servicio y considerando a la vez que de ese modo daba lugar a qué
se reconociera la unidad de miras y tendencias y las sinceras relaciones que existen
entre el elemento leal de Cuba, los casinos antillanos y el centro de Madrid, de que
es presidente el Duque de Santoña». En su condición de delegado del Círculo de Barcelona
en la capital española, Diego A. Martínez tomó entonces la palabra para insistir en
idénticos argumentos, «pidiendo se consignara en el acta que el señor [Antonio] López
era vicepresidente de aquella asociación, circunstancia conveniente de recordar porque
demostraba la identidad de propósitos e íntimas relaciones que reina entre este centro
y el barcelonés» La Correspondencia de España, 9-9-1875, p. 7.
Es más, apenas unos días después una delegación del Círculo Hispano-Ultramarino de
Barcelona volvió a desplazarse a Madrid para seguir presionando directamente al Gobierno
en reuniones con diferentes responsables ministeriales. Y cuando dicha comisión se
dispuso a regresar a Cataluña, sus miembros afirmaron hallarse «muy satisfechos del
resultado de sus gestiones» La Correspondencia de España, 23-9-1875, p. 1.
Museo Marítimo de Barcelona, Compañía Trasatlántica, Real Orden 526. La Época, 28-12-1875, p. 3.
Semanas después, el 11 de enero de 1876, el Círculo organizó un banquete «en la fonda
de las Cuatro Naciones» con el único objeto de «mostrar a los señores [Julián] Zulueta
y [Manuel] Calvo, que se hallan accidentalmente en Barcelona, su reconocimiento por
los servicios que han prestado en la isla de Cuba por la causa de la integridad nacional».
En sus discursos de respuesta al brindis de rigor, «los señores Zulueta y Calvo […]
hicieron cumplidos elogios del Círculo hispano ultramarino de Barcelona, y en general
de Cataluña entera, por haber partido de ella el principal apoyo en la empresa patriótica
a que se habían dedicado». Ambos mostraron también la sintonía del integrismo cubano
con el Gobierno Cánovas: Julián Zulueta «hizo presente que el gobierno de su majestad
había inaugurado una nueva era y que de él habían salido las importantes medidas que
hacían augurar el restablecimiento de la paz en Cuba», mientras que Manuel Calvo destacó
«el apoyo que había hallado en Madrid para desbaratar los planes de los enemigos de
España» La Época, 14-1-1876, p. 3.
Diario de Barcelona, 18-1-1876, p. 677.
Coincidiendo con la asamblea anual del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona, realizada
el 20 de enero de 1876, la que tal vez contó con la presencia de Zulueta y Calvo,
un socio del mismo presentó una memoria con tres líneas argumentales principales,
en consonancia las tres con la labor propagandística de la entidad, así como con las
teorías esbozadas años antes por el Socio de Mérito José Ferrer de Couto; a saber:
a) el tráfico de esclavos hacia la América española fue un hecho positivo porque permitió
a muchos africanos salir de la barbarie (incluyendo su probable muerte en sacrificios
rituales) e incorporarlos a la civilización occidental; b) sacados de la barbarie
africana, una vez en Cuba los esclavos se convierten en seres felices —tan felices
que no quieren dejar de ser esclavos—, y (3) todo es gracias a la legislación española.
O sea, a la legislación de una España cristiana, de un país que representaba como
ningún otro, a juicio de dicho autor, la benignidad de los principios del catolicismo
convertidos en corpus legal
En aquel año de 1876 la situación de la hacienda española era delicada. Tal como señaló
José María Serrano Sanz (
El 5 de agosto de 1876 se firmó en Madrid un convenio provisional entre el Gobierno
presidido por Antonio Cánovas del Castillo y «Don Antonio López y López, en representación
propia y de varios establecimientos de crédito y particulares de Barcelona, D. Manuel
Calvo y Aguirre, en representación de La Habana, y el señor marqués de Vinent y Don
Rafael Cabezas, en representación del Banco de Castilla», domiciliado en Madrid Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona, Luis Gonzaga Soler Pla, manual de 1876,
tercera parte, 30-10-1876.
Aquel convenio provisional sería el acta de nacimiento de una nueva entidad financiera,
llamada significativamente Banco Hispano Colonial. La trayectoria de dicho banco ha
sido ya descrita y analizada en profundidad, lo cual me evita tener que hacerlo aquí
Es más, como premio a las intensas gestiones que el abogado Diego A. Martínez había realizado en Madrid en nombre del círculo catalán, López le nombró primer contador del nuevo banco. El primer gerente del Banco Hispano Colonial no fue otro que el cubano Pedro Sotolongo, quién había negociado entre bambalinas con el gobierno español y en representación de Antonio López en el verano de 1875, como antes señalé. Un Sotolongo que abandonó su residencia en La Habana para instalarse en Barcelona. Y cuando el Banco Hispano Colonial procedió a las dos ampliaciones sucesivas del empréstito —por 25 millones de pesetas en octubre de 1877 y por otros 25 millones de pesetas más en marzo de 1878—, se dirigió al presidente del Círculo Hispano-Ultramarino de Madrid, el marqués de Manzanedo, con quien el banco suscribió un préstamo que permitió a este antiguo comerciante negrero incorporarse a tan suculento negocio al aportar varios millones de pesetas.
Hablo, por cierto, de «suculento negocio» porque así lo fue. De entrada, los impulsores del Hispano Colonial consiguieron del Gobierno Cánovas unas condiciones altamente ventajosas: a) un alto tipo de interés, del 12 %; b) la recaudación de las aduanas cubanas como garantía del empréstito y, eventualmente, la propia garantía del Estado español, que aceptó hipotecar su patrimonio a favor de los prestamistas, c) la cesión de la gestión de dichas aduanas al banco y la posibilidad de que sus accionistas recibiesen hasta la mitad de los incrementos que dicho banco pudiese conseguir en la recaudación de las mismas. Con tales condiciones, en apenas cuatro ejercicios (entre noviembre de 1876 y octubre de 1880) los accionistas del Hispano Colonial percibieron dividendos por valor de 62 millones de pesetas, a razón de una tasa media de rentabilidad del 14,7 % al año. Desde el punto de vista estrictamente económico, no cabe duda de que invertir en aquel Banco Hispano Colonial, nacido a resultas de la actividad del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona, había resultado un buen negocio.
Los fondos allegados al Gobierno español por dicho banco se utilizaron básicamente
para gastos militares. Así, en el otoño de 1876 el Gobierno Cánovas pudo enviar varios
miles de soldados españoles más a Cuba, tal como habían pedido insistentemente los
círculos hispano-ultramarinos en la península. Nuevamente, fueron los vapores de la
naviera Antonio López y Compañía los encargados de transportar dichas tropas. Y mientras
tanto la labor del Círculo Hispano-Ultramarino en la propia Barcelona seguía siendo
notable. Bajo su impulso se había creado en noviembre de 1875 una autodenominada Comisión
Defensora de los Intereses de España en Cuba y lo primero que habían acordado fue
nombrar como su «representante en Madrid al Sr. Diego A. Martínez, que lo es también
del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona». Lo hicieron, según decían, en reconocimiento
del «interés y constancia con que hace años se viene consagrando a los asuntos antillanos»
en la capital española. Entre quienes se sumaron a aquella nueva iniciativa impulsada
por el Círculo de Barcelona estaban los propietarios de tres periódicos de la ciudad:
el Diario de Barcelona, La Crónica de Cataluña y La Imprenta (Antonio María Brusi, Teodoro Baró y Juan Bautista Faure, respectivamente), una buena
muestra de la sintonía entre la susodicha entidad y algunos influyentes medios escritos
de la capital catalana La Época, 25-11-1875, p. 3; 14-1-1876, p. 3.
La heterogénea composición de dicha Comisión Defensora de los Intereses de España
en Cuba, creada en Barcelona, pone de relieve la capacidad del Círculo Hispano-Ultramarino
de la ciudad encontrar apoyos entre los principales sectores de la burguesía y de
las élites de la capital catalana. Así, por ejemplo, un manifiesto que dicha comisión
dirigió a Antonio Cánovas del Castillo en el otoño de 1876, agradeciéndole la firmeza
política de su Gobierno en la gran Antilla (caracterizada, entre otras cosas, por
«el envío de grandes refuerzos militares» y por su decisión de allegar «recursos extraordinarios
para cubrir las perentorias atenciones de la guerra», pese a los problemas de las
haciendas insular y peninsular) venía firmado, además de por el propio Círculo Hispano-Ultramarino
de Barcelona, por dos representantes de la Asociación de Propietarios de la ciudad,
por un representante del «clero catedral» y por otro del «clero parroquial», por el
marqués de Palmarola (en representación del cuerpo de la nobleza), por sendos representantes
de las patronales Fomento de la Producción Nacional e Instituto Agrícola Catalán de
San Isidro, por un delegado de la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País
y por diferentes individuos que afirmaban representar a «los que profesan ciencias
morales y políticas» (Manuel Duran y Bas), «los que profesan la literatura» (Joaquín
Rubió y Ors) y «los que profesan las Bellas Artes» (Pablo Milá), así como también
a los comerciantes y
navieros y a los corredores reales de cambio La Época, 08-12-1876, p. 2.
Paralelamente, los centros hispano-ultramarinos peninsulares seguían en constante
comunicación con las instituciones que agrupaban a los integristas cubanos. El 29
de julio de 1877, sin ir más lejos, en la junta general del Casino Español de La Habana
se leyó una carta firmada por José Antonio Salom como presidente del Círculo de Barcelona
«en la que se anuncia[ba] la idea de promover un particular estudio sobre la importantísima
cuestión de brazos en esta Antilla». El Casino de La Habana acordó dirigirse entonces
al resto de casinos españoles de la isla, situados en las principales ciudades, para
que «estudiaran por su parte esta cuestión en consonancia con sus respectivos intereses
jurisdiccionales» y elevasen sus conclusiones a la entidad habanera, la cual finalmente
remitiría «una bien meditada Memoria al mencionado Círculo», como le habían pedido
desde Cataluña La Época, 27-8-1877, p. 1.
El Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona mantuvo sus actividades también en 1878.
El 23 de mayo de aquel año, por ejemplo, una delegación del círculo catalán marchó
a Madrid para entregar en mano un regalo a Adelardo López de Ayala, quién había redactado
el manifiesto fundacional de la Liga Nacional y quien fuera ministro de Ultramar en
diversos momentos. López de Ayala era entonces el presidente del Congreso de los Diputados.
Le regalaron una estatua del conquistador Hernán Cortés, realizada por el afamado
escultor catalán Agapito Vallmitjana Diario de Barcelona, 19-5-1878, p. 5937; 23-5-1878, p. 6088.
El conflicto militar no terminó como muchos integristas habían soñado, con una rotunda victoria militar por parte de España. El entonces capitán general de Cuba, Arsenio Martínez Campos, optó por buscar un acuerdo con los líderes independentistas que acabase con un conflicto militar que hacía más de nueve años que duraba. Ambas partes acordaron la Paz del Zanjón, firmada el 10 de febrero de 1878, que significó el final de aquella primera guerra por la independencia de Cuba. Entre las concesiones realizadas por Martínez Campos cabe destacar el reconocimiento de la libertad para todos aquellos esclavos que habían sido liberados previamente por los insurrectos, los cuales se habían incorporado a las tropas mambisas. También acordaron la legalización de los partidos políticos en la isla y el reconocimiento del derecho de los cubanos a elegir sus representantes en el Congreso español de los Diputados (un derecho que habían perdido en 1837, cuando las Cortes españolas expulsaron a los diputados representantes de la isla). Aquel reconocimiento a la libertad de los esclavos rebeldes fue, sin duda, el inicio del fin de la esclavitud en la isla.
Una vez las autoridades españolas fueron capaces de reconocer la libertad de unos
antiguos esclavos que habían llegado a enfrentarse militarmente a los soldados de
la metrópoli, matando incluso a muchos de ellos, no tenía mucho sentido mantener bajo
el yugo de la esclavitud a quienes, por el contrario, se habían mantenido sumisos
al orden colonial y a sus amos. Fue entonces, en 1879, cuando empezó la discusión
del proyecto de ley que debía regular la libertad de los esclavos en Cuba. Finalmente,
la ley que determinó el principio del fin de la esclavitud en Cuba se publicó en la
Gaceta de Madrid el 18 de febrero de 1880 Gaceta de Madrid, 18-2-1880, pág. 435.
La disolución del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona tuvo lugar en diciembre
de 1880, apenas diez meses después de la promulgación de aquella ley que marcó el
principio del fin de la esclavitud en Cuba. El final de la guerra de los Diez Años,
tras la paz del Zanjón en 1878, por un lado, y la aprobación de la susodicha ley en
febrero de 1880, por otro, quitaban buena parte del sentido a la existencia de dicha
entidad. Fue a finales de aquel año cuando el último presidente del Círculo Hispano-Ultramarino
de Barcelona, el indiano José Munné Nugareda, se dirigió al presidente del Consejo
de Ministros notificándole su decisión de disolverse «por creer terminado su objeto».
Pronto les respondió Antonio Cánovas del Castillo quien les agradeció genéricamente
su labor al consignar que «el gobierno se congratula[ba] del concurso que en todas
las corporaciones y clases ha encontrado para facilitar los medios de concluir la
guerra que destrozaba aquella preciosa Antilla», añadiendo que comprendía, sin embargo,
la decisión que acababan de tomar La Correspondencia de España, 25-1-1881, p. 3.
Barcelona fue el lugar elegido por muchos indianos enriquecidos en Cuba y Puerto Rico a la hora de instalarse en Europa. Unos ricos e influyentes indianos que se organizaron durante el Sexenio Democrático en un Círculo Hispano-Ultramarino local que presionó por el mantenimiento de la esclavitud en ambas Antillas, primero, y para desestabilizar a la I República, después. Su explícita defensa de la esclavitud resultaba una clara anomalía, en términos de historia europea, en un momento en que todos los Estados del Viejo Continente habían abolido ya dicha institución. Aquella entidad tuvo la capacidad de implicar en sus campañas a las principales organizaciones económicas catalanas, como el Fomento de la Producción Nacional, así como a amplios sectores de las élites de Cataluña, quienes asumieron públicamente sus argumentos antiabolicionistas y proesclavistas, participando en plataformas más amplias como la Liga Nacional o la Comisión Defensora de los Intereses de España en Cuba. Y aunque la presión proesclavista no pudo evitar la abolición de dicha institución (aprobada para Puerto Rico, en 1873, y para Cuba, en 1880) sí consiguió alargar su vigencia durante unos años, en la Gran Antilla, mediante la institución del patronato.
El legado más destacable (y, a la postre, también el más perdurable) del Círculo Hispano-Ultramarino de Barcelona fue el Banco Hispano Colonial, una entidad financiera nacida en 1876 que acabaría transformándose en un verdadero banco de negocios y que gestionaría las aduanas cubanas hasta el final de la dominación española sobre la isla, en 1898. Un banco domiciliado en Barcelona que sobreviviría hasta julio de 1950, cuando fue absorbido por el madrileño Banco Central.
[1] |
Este artículo forma parte del proyecto de investigación financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación PID2019-105204GB-I00. |
[2] |
Sobre la labor del Círculo Hispano Ultramarino de Sevilla, cfr. Romero ( |
[3] |
La Época, 17-2-1875, p. 4. |
[4] |
Izard ( |
[5] |
La Convicción, 28-1-1871, p. 9. |
[6] |
Güell ( |
[7] | |
[8] |
Ibid,: 21. |
[9] |
Archivo Histórico Nacional, Ultramar, Cuba, Gobierno, legajo 3554. |
[10] |
Archivo Histórico del Fomento del Trabajo Nacional, Actas de las sesiones de la Junta Directiva, Libro segundo, acta de la reunión de 07-12-1872. |
[11] |
Ibid., 11-12-1872. |
[12] |
Archivo Histórico Nacional, Ultramar, Cuba, Gobierno, legajo 3553, documento 3 (30). |
[13] |
Íd. |
[14] |
Íd. |
[15] |
A los hacendados…, |
[16] |
La Época, 15-12-1872, p. 2-3. |
[17] |
La Iberia, 14-01-1873, p. 1-2. |
[18] |
La Época, 16-02-1873, p. 2. |
[19] |
Gaceta de Madrid, 26-03-1873, p. 979. |
[20] | |
[21] |
La Época, 08-2-1874, p. 4. |
[22] |
La Época, 24-9-1874, p. 2. |
[23] |
La Época, 31-03-1875, p. 1; La Iberia, 03-04-1875, p. 1. |
[24] |
La Época, 17-2-1875, p. 4. |
[25] |
Íd. |
[26] |
La Correspondencia de España, 9-9-1875, p. 7. |
[27] |
La Correspondencia de España, 23-9-1875, p. 1. |
[28] |
Museo Marítimo de Barcelona, Compañía Trasatlántica, Real Orden 526. |
[29] |
La Época, 28-12-1875, p. 3. |
[30] |
La Época, 14-1-1876, p. 3. |
[31] |
Diario de Barcelona, 18-1-1876, p. 677. |
[32] | |
[33] |
La esclavitud en Cuba… ( |
[34] |
Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona, Luis Gonzaga Soler Pla, manual de 1876, tercera parte, 30-10-1876. |
[35] | |
[36] |
La Época, 25-11-1875, p. 3; 14-1-1876, p. 3. |
[37] |
La Época, 08-12-1876, p. 2. |
[38] |
La Época, 27-8-1877, p. 1. |
[39] |
Diario de Barcelona, 19-5-1878, p. 5937; 23-5-1878, p. 6088. |
[40] |
Gaceta de Madrid, 18-2-1880, pág. 435. |
[41] |
La Correspondencia de España, 25-1-1881, p. 3. |
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