RESUMEN
Este artículo caracteriza una lógica de investigación en teoría política distinguible tanto de la filosofía política o la teoría política normativa como de la ciencia política empírica, la historia de las ideas, el análisis del discurso o el estudio de las ideologías. Es decir, identifica una forma de trabajo académico que no realiza juicios de valor autónomos ‒siguiendo el planteamiento weberiano‒, pero que también evita reducir la teoría política a un trabajo únicamente descriptivo y/o explicativo. El ejemplo de Hannah Arendt, junto a otras contribuciones, servirá de modelo para definir las tareas y responsabilidades de esta lógica y delimitar el carácter político de sus aportaciones. Para ello, se argumentará que el trabajo comprensivo arendtiano tiene importantes similitudes con la propuesta metodológica de Max Weber, aunque vaya más allá.
Palabras clave: Teoría política; Hannah Arendt; Max Weber; metodología.
ABSTRACT
This article characterises a logic of research in Political Theory that is distinguishable from both (1) Political Philosophy or normative Political Theory and (2) empirical Political Science, the History of Political Ideas, Discourse Analysis or the study of Ideologies. In other words, it identifies a form of academic work that does not pass autonomous value judgements ‒following the Weberian approach‒, but also avoids reducing Political Theory to a just descriptive and/or explanatory work. The example of Hannah Arendt, together with other contributions, will serve as a model to define the tasks and responsibilities of this logic and to delimit the political character of its contributions. To this end, it will be argued that Arendt’s comprehensive work has important similarities with Max Weber’s methodological proposal, although it goes further.
Keywords: Political theory; Hannah Arendt; Max Weber; methodology.
La teoría política ha sido considerada en crisis tantas veces que incluso llegó a ser pertinente preguntarse si aún existía (Berlin, 1978 [1962]) o por cuánto tiempo más lo haría (Cobban, 1953). Tanto autores más optimistas, como Parekh (1996: 514), que achaca la percepción de crisis disciplinar durante los años cincuenta y sesenta a malentendidos, como aquellos que marcan el final de tal crisis en la publicación en 1971 de A Theory of Justice, de John Rawls, admiten que resulta imprescindible repensar la naturaleza y alcance de la disciplina. Es una necesidad tan acuciante que se habría convertido en una «febril procura contemporánea de su identidad como disciplina intelectual» (Máiz, 2005: 18).
La teoría política avanza en medio de estos importantes problemas de identidad, sumados a otros institucionales, y que no son sino dificultades para diferenciarse de otras empresas académicas cercanas. La historia de las ideas políticas, la filosofía política, la ciencia política empírica o la promoción de ideologías y de decisiones políticas derivadas de cierta visión del mundo son lógicas de trabajo razonablemente bien definidas. Ante ellas, tenemos el reto de demostrar que la expresión teoría política puede ser útil para denominar alguna actividad distinta, que no se limite a describir y explicar la realidad, pero que tampoco se confunda con la promoción de posiciones políticas o de filosofías concretas. Una subdisciplina valiosa que requiere el respaldo de reflexiones metodológicas para asegurar su calidad y continuidad.
Este artículo se propone identificar una lógica de investigación propia de la teoría política, entendiendo por lógica algo parecido a lo planteado por Glynos y Howarth (2007: 8), inspirados en Hacking (1985): «[…] the grammar of assumptions and concepts that informs a particular approach to the social world: a way of formulating problems, addressing them and then evaluating the answers». El acento aquí se podrá en las tareas a realizar y responsabilidades a asumir por los profesionales de la teoría política, además de en la delimitación de sus conceptos centrales, como política, comprensión, imparcialidad o representación.
Queriendo respetar la inextricable pluralidad disciplinar a la que da lugar el polisémico concepto de política en la etiqueta teoría política, se denomina a dicha lógica teoría política comprensiva, pues la comprensión ocupa efectivamente un lugar clave en la propuesta. Para definir tal lógica, el concepto de política arendtiano y su ejemplo investigador resultarán centrales.
Será en el apartado quinto donde se definirán estas tareas y responsabilidades argumentando que, además de relevancia académica, tienen importancia política. Para llegar a ello, primero se presentarán los retos de identidad a los que se enfrenta la teoría política y que justifican la propuesta (apartado 2). A continuación, será necesario establecer con claridad la weberiana prohibición de realizar juicios de valor desde la ciencia, distinguiéndola del positivismo y del desinterés por los juicios de valor (apartado 3). Esto permitirá mostrar que el planteamiento arendtiano respeta los límites weberianos en mayor medida de lo que frecuentemente se cree. Después, se presentará la noción de política arendtiana (apartado 4), que abre la posibilidad de pensar en qué sentido la teoría política puede responsabilizarse de sus efectos políticos sin violar radicalmente los límites que Weber marca al trabajo científico. Perseguir este fin permitirá definir las tareas y responsabilidades de una teoría política comprensiva.
Como resume Wolin, la relación de la teoría política con otras disciplinas cercanas y con el mundo político real es fuente de una controversia e incertidumbre perennes (Wolin, 2000: 3). Por un lado, algunos han querido entender que la teoría política no puede ser sino una ciencia social; un trabajo descriptivo de conceptos, ideologías y/o discursos. No se trata sino de la consecuencia lógica de la hegemonía que el behaviourismo llegó a alcanzar en la ciencia política. Así, especialmente durante los años cincuenta y sesenta, simplemente se entendió que no hay más teoría política legítima que aquella fruto de la inducción estadística (véase al respecto Harto de Vera, 2006: 165-167).
Como esa ciencia política empírica no siempre dedicaba la debida atención a la parte simbólica de su objeto, reduciendo frecuentemente lo cultural a mero entorno (Botella, 1997), en ocasiones se ha sugerido que la teoría política podría encontrar en las labores interpretativas y aclaratorias de los conceptos un espacio propio dentro de la ciencia social (entendida esta de forma ciertamente positivista). Se enmarcan en esta línea propuestas como la de Michael Freeden (1996), quien aspira a que la teoría política encuentre su razón de ser en el estudio de las ideologías. Aunque sus reflexiones teóricas sugieren frecuentemente vías más amplias (Freeden, 2012), en la práctica su trabajo a duras penas logra despegarse de los objetivos descriptivos.
Limitar la teoría política a lo descriptivo y lo explicativo tiene consecuencias indeseadas. Por un lado, se abandonan a su suerte tareas que exceden las posibilidades de los métodos empíricos y que sería muy conveniente realizar en condiciones académicas. Dada esta importancia, aparecen intentos de colmar su necesidad incluso entre quienes negaban la posibilidad misma de exceder lo descriptivo/explicativo desde la academia; en consecuencia, prescindiendo de todo apoyo y limitación metodológicos. Un ejemplo paradigmático puede verse en Skinner (2010), quien realiza una revisión de los conceptos de Estado para terminar identificando el mejor según su criterio. Becker (1990), por su parte, intentó construir una teoría normativa de la democracia a partir de elementos empíricos, lo que Habermas (2005 [1992]) demostró que se convertía en mera «propaganda cosmovisional».
Con este reduccionismo, por otro lado, se priva a nuestra disciplina de una reflexión pausada sobre la teoría; esto es, sobre el paso que dista entre la significación estadística y la significación humana. Queda así sin solución el riesgo de caer en la irrelevancia por pura obcecación metodológica.
En definitiva, por esta vía el encaje de la teoría política en la ciencia política se logra al precio de empobrecer al conjunto de la disciplina, cercenándola de las importantes tareas que más abajo se enumerarán, quedando en entredicho precisamente «la precisión científica» y la «honestidad intelectual» en nombre de las cuáles se nos impide comprender, que sucumben ante la «desesperada» «necesidad de comprender» (Arendt, 2018c: 486). Este problema de identidad y encaje de la teoría política, que algunos dieron por superado con el resurgimiento de la filosofía política en torno al trabajo de Rawls (1971), retornó hace más de una década, tal y como señalara Andrew Rehfeld (2010).
La amenaza a la teoría política como profesión y subdisciplina en Estados Unidos de América al desaparecer, por ejemplo, como línea en varios programas de doctorado y como asignaturas en los grados, se respondió entonces con cartas y reflexiones que no pudieron sino poner de manifiesto la conexión entre crisis institucional y crisis de identidad (Kaufman-Osborn, 2009). Ello sugiere que el renacer que el trabajo de Rawls propició, haciendo idénticas teoría política y filosofía política, tenía los pies de barro.
Efectivamente, contra quienes trataron de reducir a la teoría política a una ciencia social, otros autores habían concluido que la teoría política «es prácticamente lo mismo que eso que se llama Filosofía Política» (Vallespín, 2011: 28, n. 1). Ya antes del resurgir rawlsiano, Isaiah Berlin consideraba que las preguntas que afronta la teoría política son del tipo «¿por qué debo obedecer?», siendo la cuestión fundamental «no la de la génesis y condiciones de desarrollo, sino la de su validez y verdad» (Berlin, 1978 [1962]: 155-156). Por ello, para Berlin es «ineludible» que la teoría política «haga juicios de valor» (García Guitián, 2001: 23).
David Easton, por su parte, señaló la existencia de una crisis en la teoría política por haber quedado reducida a historia de las ideas políticas, dejando de lado aquello que el politólogo canadiense consideraba como principal función de la subdisciplina: «Creatively constructing a valuational frame of reference» sobre una base empírica. En su opinión, de hecho, «the task of the social scientist has been too sharply and artificially divorced from that of the politician», pues ambos tienen la obligación de dar respuesta a los problemas y necesidades sociales (Easton, 1961: 37, 48). Fernando Vallespín, por su parte, entiende desde la defensa de la interdisciplinariedad y con fuerte asiento en la teoría crítica que el «interés central [de la teoría política] reside en intentar justificar estrategias de acción social a partir del análisis de estructuras históricas objetivas»[2] (Vallespín, 2011: 38).
Comparto con estos autores la aspiración a construir teorías políticas «con capacidad
para reflejar el mundo actual y que luego puedan revertir reflexivamente sobre nuestra propia autocomprensión de la realidad», en palabras de Vallespín (íd.).
Como dijera Habermas, necesitamos una ciencia social «diseñada explícitamente con
intención política, pero a la vez científicamente falsable»[3] (citado por Vallespín, íd.). Sin embargo, estos deseos parecen más bien apuntar hacia
una tercera lógica de investigación, distinta de la teoría política normativa o de
la filosofía política Sin perjuicio de que, bajo la etiqueta filosofía política podamos, sin embargo, encontrar hoy buenos ejemplos del trabajo que aquí se denomina
«teoría política». No cabe caer si se quiere avanzar en enfrentamientos nominalistas
impulsados por la competencia institucional.
Véase también a este respecto Gunnell (
Es por ello pertinente intentar definir una tercera lógica de investigación, un «tertium
genus» entre ciencia y filosofía (
Aunque algunos autores hayan querido ver en Weber a un positivista ( En castellano pueden verse dos artículos de Weber sobre la cuestión (
Para Weber, el conocimiento social solo puede aparecer en «relación con los valores»
(wertbeziehung). Siguiendo el trabajo de Rickert, Weber entiende que la relación con los valores
es precisamente el elemento que más claramente distingue a las ciencias sociales de
las naturales ( Weber así lo explica, tanto en La ética protestante y el «espíritu» del capitalismo como en Weber (
En este sentido, por ejemplo, un trabajo empírico podría estudiar una propuesta política que algunos consideran buena sin entrar a valorar su bondad, eligiéndola por la relevancia que una disciplina (el estudio de las políticas públicas, por ejemplo) concede a este objeto. El objeto queda así delimitado de una forma particular, y no de otra, en virtud de unos valores contingentes. Sin embargo, una vez que el objeto es elegido para el estudio detallado y en comparación con tipos ideales (que enfatizan unas u otras dimensiones abstraídas de la realidad), el proyecto político se convierte en un hecho de la experiencia, quedando neutralizado el carácter normativo de los valores que se estudian o que fundan dichas abstracciones.
Esto no quiere decir, sin embargo, que la ciencia no pueda decir nada acerca de los
juicios de valor. Además de trabajar en la comprensión (Vehestehen) de los motivos de la acción social con ayuda de tipos ideales, las ciencias sociales
pueden realizar un tipo de análisis de los juicios de valor sin hacer a su vez juicios
de valor. Este trabajo consistiría en una reflexión guiada por la razón instrumental;
por tanto, sobre medios y fines, así como sobre causas y consecuencias tanto prácticas
como éticas. Joaquín Abellán (
—Desde la academia se podría, en primer lugar, determinar el nivel de coherencia interna
de un juicio de valor. Mostrar los axiomas desde los que se derivan distintas posiciones
ayudaría a dilucidar los fundamentos del desacuerdo, aunque –desde luego– no siempre
a resolverlo. Se trata más bien de acercarse «al conocimiento de por qué y en qué
no se puede llegar a un acuerdo»; «captar lo que el adversario –o incluso uno mismo–
opina realmente» (
—También podríamos deducir lógicamente las consecuencias que se seguirían de sostener un conjunto de axiomas determinados como base para un juicio de valor: en qué sentido se inclinaría la balanza ante un ejemplo concreto. La operación es lógica, pero se puede complementar empíricamente, mostrando una casuística de situaciones que podrían ser tenidas en cuenta al realizar el juicio de valor.
—Haciendo uso del conocimiento empírico acumulado y de la lógica, podremos además elaborar una casuística de situaciones que pueden derivarse de las actuaciones que demanda un determinado juicio de valor. Sabiendo los medios imprescindibles para satisfacer el juicio de valor, se pueden deducir consecuencias (quizás inesperadas o silenciadas). Además, lo que se quiere puede en sí mismo tener consecuencias no previstas, que la experiencia ha podido mostrar como más o menos probables, y que quizás entran en colisión con el sistema de valores que dio lugar a la decisión; es decir, pueden analizarse las posibles consecuencias no deseadas. Así, algunas propuestas pueden mostrarse imposibles ‒por la inexistencia o condena general de los medios necesarios‒, contraproducentes, etc.
—En cuarto lugar, podrían traerse a la discusión otros principios valorativos «que
el defensor de que se realiza una determinada exigencia no había tenido en cuenta,
por lo que no había tomado posición» sobre ellos. Quizás esos otros valores puedan
llevar a cambiar el juicio si se ponen de manifiesto claros conflictos, sea a nivel
lógico, de medios o de consecuencias (
De esta reflexión se siguen, por tanto, posibilidades de trabajo limitadas al análisis racional-instrumental, con la autorrestricción de no hacer juicios de valor. Ciertamente, en el segundo procedimiento podría entenderse que el juicio se hace, pero no en nombre de unos valores propios (juicio autónomo), sino que se aventuraría su resultado más probable a partir de unos valores ajenos.
Sin embargo, los analistas de ideologías políticas apenas están practicando estas
labores –y, cuando las realizan, carecen frecuentemente del necesario respaldo en
reflexiones metodológicas–. Es algo que llama la atención si recordamos que la diferencia
entre juicios de valor, coherencia lógica y juicios sobre los hechos fue recogida
por autores con tanta proyección en el estudio de las teorías políticas como el mismo
George Sabine (
Igual que con Weber, la popularidad de Hannah Arendt ha conllevado que se extiendan
algunas simplificaciones que no hacen justicia a su propuesta. Contrariamente a tantas
interpretaciones que clasifican a Arendt como una teórica normativa, y contra su propia
percepción negativa de Weber, trataré de mostrar que los aspectos fundamentales de
su metodología pueden entenderse dentro de la norma no santifiques juicios de valor con el prestigio de la ciencia De entre tantos autores que clasifican a Arendt como autora normativa, véase Vincent
(
Hannah Arendt rechazaba ser llamada «filósofa política», como mostró firmemente en
una inspiradora entrevista que ha pasado a la historia: «Mi profesión, si podemos
hablar en estos términos, es la teoría política» (
Por ello, y por su vocación de encontrar respuestas universales frente al pluralismo
intrínseco a la política, la filosofía política no sería sino un oxímoron peligroso. Si la metafísica busca reflexionar sobre el hombre, difícilmente podrá aportar algo sobre los hombres, que siempre se encuentran en plural en su existencia y opiniones. El peligro deriva
de que este deseo de eliminación de la política contribuiría, paradójicamente, al
avance del despotismo (
Tan perniciosa tradición tendría su origen en Platón y en su traumática experiencia
de la muerte de Sócrates (
La mencionada entrevista ya nos revela que la recuperación de esta concepción clásica
de la política corre pareja a su contribución metodológica para definir la teoría
política; van de la mano. Aunque las reflexiones metodológicas arendtianas son escasas
en comparación con su originalidad (
Arendt se habría preguntado cómo hacer una historia del totalitarismo, que no quería conservar, cuando conservar es precisamente lo que se logra mediante la historia. En otras palabras: quería responsabilizarse de las consecuencias políticas que su obra tendría y, aun así, hacer un trabajo académico, imparcial, científico, podríamos decir desde una concepción no positivista del concepto. Por ello, no quería hacer una historiografía del antisemitismo, lo que habría conllevado la «necesaria salvación y frecuente justificación». La alternativa habitual –contar la historia desde el punto de vista de las víctimas (de los judíos en este caso)– tampoco le parecía satisfactoria, pues habría resultado en una conversión de la historia en apología. Traducido a los términos weberianos: habría resultado en la santificación de un juicio de valor desde la ciencia.
Ante este dilema, empleó un «enfoque más bien atípico, no ya de los diferentes asuntos
históricos y políticos tratados […], sino del campo íntegro de las ciencias políticas
e históricas como tales». Como consecuencia, su obra «no pertenece a ninguna escuela
y apenas hace uso del instrumental oficialmente reconocido o controvertido», y tampoco
«se ocupa en realidad de los “orígenes” del totalitarismo ‒como su título desafortunadamente
afirma‒». Su lógica de investigación consistió no en buscar el origen histórico del totalitarismo, «sino que ofrece una descripción histórica de los elementos que
cristalizaron en el totalitarismo». A esto seguiría «un análisis de la estructura
elemental de los movimientos y la dominación totalitarios» (
La cuestión es que este «prestar oídos», junto con otras actividades que enumeraré, son intrínsecas a lo político tal y como Arendt lo define. Dicho de otra forma: el ejemplo arendtiano nos sugiere que, para definir una lógica de investigación dentro de la teoría política que vaya más allá de lo normativo y de lo empírico, resulta conveniente buscar los límites dentro de los cuales la disciplina puede realizar actividades políticas o, mejor dicho, que promueven la política, sin perder su propia identidad como empresa científica, académica.
El objetivo en adelante, por tanto, consistirá en definir estas tareas y responsabilidades,
así como el resto de conceptos en torno a los que se articula la lógica de investigación
propuesta. Se trata, por tanto, de «politizar la teoría» ( Cavarero llega a conclusiones muy distintas desde una lectura muy diferente de Arendt,
por lo que no se podrá establecer un diálogo en el espacio disponible.
En dicho capítulo, Freeden dice derivar estas responsabilidades principalmente de
la tradición liberal y, solo en algunos casos, del objeto mismo. Aquí, sin embargo,
se deja a un lado la tradición liberal para situar en el centro de las implicaciones
éticas el concepto arendtiano de política.
Este trabajo se apoya en las reflexiones previas sobre la metodología arendtiana, pero con una vocación propositiva. Entre esas reflexiones, destaca el
capítulo de Carello y Padilla (
La primera gran tarea y responsabilidad de la teoría política sería proporcionar buenos
ejemplos de pensamiento político, del que la teoría política no sería más que un tipo.
Arendt otorgaba gran importancia al ejemplo como forma de persuasión: sería «la única
forma de “persuasión” de la que es capaz la verdad filosófica sin caer en la perversión
o la distorsión»; la única forma en que la verdad filosófica puede «inspirar la acción
sin violar las normas del ámbito político» (
Una vez entendido esto, cobra un nuevo significado que la pensadora, en el prólogo
de Entre el pasado y el futuro, afirmase que el «único objetivo» de los ensayos que en él se recogen «es adquirir
experiencia en cuanto a cómo pensar» (en la práctica de pensar), dejando la cuestión de la verdad (de qué pensar) «en estado latente». Y esto, en un momento en el que la falta de pensamiento,
a su juicio, ponía en riesgo la existencia de un mundo común humano (ibid.: 20), condición necesaria para que la acción política tenga lugar. De aquí puede deducirse,
por tanto, que Arendt trata de mostrar un ejemplo sobre cómo pensar cuestiones políticas
(
Michael Freeden ha cuestionado que decir «cómo» pensar no tenga consecuencias sobre
qué se piensa y, finalmente, en lo que se hace. Al fin y al cabo, «to recommend a
particular way of thinking about politics […] is also to recommend a particular way
of acting in politics, to stablish the rules for acting» (
Para la pensadora alemana, la verdadera acción política, así como el verdadero juicio,
no están sometidos a ninguna regla general o principio En esta idea confluyen, según ha destacado Benhabib (
Si esta lógica de investigación está preocupada por la política y por la ejemplaridad, no sorprenderá que asigne un especial peso al presente, entendido como el tiempo abierto a la transformación futura mediante la acción. Así, se entiende mejor que los trabajos desde la teoría política se fijen especialmente en fenómenos recientes. También que estos trabajos tengan su preocupación puesta en el mañana, aunque sus pesquisas recurran siempre al pasado, bien para entender cómo se llegó a cierta situación o bien para rescatar voces relevantes capaces de ayudar a dar sentido a nuestro mundo. De ahí la importancia de la historia del pensamiento político para esta lógica de investigación. La historia tendrá además un papel fundamental para proporcionar los objetos de nuestra tarea central: la comprensión.
La relevancia de la experiencia para Arendt no concierne solo a la teoría política;
ni siquiera solo al pensamiento político. Para la autora, es condición de calidad
de todo pensamiento, en general. Consecuentemente, Arendt nos dice sobre sus ensayos
de Entre el pasado y el futuro que: «[…] se trata de ejercicios de pensamiento político, tal como surge de la realidad
de los incidentes políticos (aunque estos incidentes se mencionan solo de manera ocasional),
y mi tesis es que el propio pensamiento surge de los incidentes de la experiencia
viva y debe seguir unido a ellos a modo de letrero indicador exclusivo que determina
el rumbo» (
Arendt asume que las experiencias son el único elemento capaz de salvar –con algún
sentido– a los conceptos de caer en la radical contingencia que les es inherente.
En esto coincide con Voegelin, quien afirmara que «a no ser que active las experiencias
correspondientes […] una exposición teórica dará la impresión de un discurso vacío»
(
La pensadora pone especial acento en experiencias que aparecen como problemáticas:
en Entre el pasado y el futuro, se trata del peligro de la ausencia de pensamiento del que Eichmann fuera ejemplo.
En La crisis de la república, aparecen las cuestiones de la mentira o de la violencia en política. En La condición humana, Arendt muestra su preocupación por que el hombre llegue a concebir la Tierra como
prisión, «poseído por una rebelión contra la existencia humana tal y como se nos ha
dado»; una decisión política de primer orden ante la que Arendt propone «una reconsideración
de la naturaleza humana desde el ventajoso punto de vista de nuestros más recientes
temores y experiencias» (
La teoría política tendría como tarea ayudarnos a reconciliarnos con el sentido de
esas experiencias, a «sentirnos cómodos con el mundo» Los «acontecimientos» y los «hechos» son las experiencias fundamentales que apelan
al pensamiento (
Conocimiento y comprensión no son lo mismo, pero están interrelacionados. La comprensión se basa en el conocimiento, y el conocimiento no puede avanzar sin una inarticulada comprensión previa. La comprensión previa denuncia el totalitarismo como tiranía, y ha decidido que nuestra lucha contra él es una lucha por la libertad. Es cierto que quien no se movilice por estos motivos probablemente no se movilizará por ninguno […].
La comprensión antecede y sucede al conocimiento. La comprensión previa, que se halla
en la base de todo conocimiento, y la verdadera comprensión, que lo transciende, tienen
en común el que ambas hacen que el conocimiento resulte significativo. Ni la descripción
histórica ni el análisis político pueden probar que, dado que existe una naturaleza
del gobierno monárquico, republicano, tiránico o despótico, existe también tal cosa
como la naturaleza o la esencial del gobierno totalitario. Su naturaleza específica
se da por descontada en la comprensión previa que sirve de base a las ciencias, y
la comprensión previa impregna con naturalidad, pero no con una visión crítica, todo
el vocabulario de dichas ciencias. La verdadera comprensión vuelve siempre sobre los
juicios y prejuicios que precedieron y guiaron a la investigación estrictamente científica.
Las ciencias solo pueden iluminar, no probar ni refutar, la comprensión acrítica previa
de la que parten. Si el científico, desorientado por su propio trabajo de investigación,
empieza a hacerse pasar por experto en política y a despreciar la comprensión popular
de la que partió, entonces pierde de inmediato el hilo de Ariadna del sentido común,
que es el único que le puede guiar de forma segura por el laberinto de sus propios
resultados. Si, por otro lado, el académico quiere transcender su propio conocimiento
‒y la única forma de hacer que el conocimiento sea significativo consiste en transcenderlo‒,
entonces ha de
volverse humilde y, a fin de restablecer el contacto entre conocimiento y comprensión,
escuchar atentamente ese lenguaje popular en el que términos como totalitarismo son
usados a diario como clichés políticos y tergiversados como eslóganes (
Nótese la circularidad: el conocimiento se basa en el entendimiento, que a su vez
se apoya en conocimiento. Su teoría política, en lugar de poner el énfasis únicamente
en conocer los hechos y sus causas, dedica una especial atención a la comprensión en sus dos
acepciones principales: a la reconciliación con lo que ya sabemos y a la búsqueda
de sentido. Precisamente por este énfasis en la comprensión, algunos han considerado
que la teoría política debería ser considerada una ciencia humanística ( Dice Grant (
La comprensión requiere, en primer lugar, poner en relación lo nuevo con aquello que
ya conocemos; sin embargo, el respeto a la capacidad de la acción para crear algo
nuevo exige que el pensamiento establezca diferencias. «La verdadera comprensión»,
como explican Carello y Padilla ( Para una crítica a las distinciones arendtianas, véase Benhabib (
La circularidad entre conocimiento y comprensión nos permite entender mejor el papel
que juegan los juicios de valor en el pensamiento arendtiano y lo que ella fue capaz
de producir a partir de ellos, distanciándose de Weber. Arendt ciertamente promueve
una forma particular de entender la palabra política (entre otras posibles); una que conecta con una experiencia rescatada de la historia.
Y de aquí parte su habitual consideración como autora normativa: en los términos de
Freeden, dado que delimita el significado de un concepto controvertido, podría pensarse
que realiza un trabajo de ideóloga o de filósofa (
Freeden, no obstante, entiende que existe una excepción a esta regla por la que privilegiar
e imponer uno de los significados de entre los muchos que un concepto o sistema de
conceptos puede sustentar cae en el terreno de los ideológico. Este movimiento de
decontestation, de exclusión de las definiciones alternativas de un concepto controvertido, es la
única forma que tenemos para acceder al mundo político según el británico. Por ello,
afirma necesario establecer el «diferente orden» de, por un lado, una delimitación
de significado con intención de servir para objetivos políticos de, por otro, aquella
que sirve a la práctica académica de interpretación y teorización (
Sin embargo, entender la realidad para Arendt, como para Weber, no significa ni perdonar
ni justificar (Arendt, 2005a: 372). Con esta palabra, «entender» o «comprender» (understand, Verstehen Resta para futuros trabajos poner en relación la concepción arendtiana de la comprensión
con la weberiana, que busca los motivos de los actores para realizar las acciones
sociales.
El énfasis es mío.
Difícilmente podrá contribuir la teoría política a que los ciudadanos adquieran una
mejor comprensión de nuestro mundo mediante su ejemplo y contribuciones si ella misma
se vuelve incomprensible. Esta obligación de accesibilidad puede observarse en el
ejemplo de la propia Arendt, y Freeden la recoge como tarea derivada de la obligación
de relevancia: «The employment of accessible language» para «make the practice of
political thinking more accessible to ordinary people» (
Tal obligación, sin embargo, está en tensión con otras. Si por un lado la teoría política
se niega a construir una cerrada e inaccesible «sociedad de discurso» –en términos de Foucault (
No sin razón, Strauss ( En una línea parecida, Javier Roiz (
Arendt explicita la naturaleza representativa del pensamiento político de manera especialmente elocuente:
El pensamiento político es representativo La traducción puede inducir a error. «Representativo» aquí no quiere decir que el
pensamiento político tenga como característica representar bien nada; lo que quiere decir, como ella misma explica a continuación del pasaje citado,
es que su estructura está compuesta por representaciones de diversas posiciones. La
calidad de las representaciones abre la diferencia entre el buen pensamiento político
y el malo.
En este sentido, una teoría política que aspire a constituir un buen ejemplo de pensamiento
político deberá hacer algo similar. No se trata de nada muy distinto de aquello que
Freeden ha impulsado: una búsqueda empírica de opiniones diversas sobre un tema, pues
la propuesta de tal diversidad, en sus palabras, subyace al estudio de las ideologías
(
Esta propuesta no deja de coincidir en gran parte con la definición de la teoría política
que Berlin ofrece, si bien separando teoría y filosofía políticas al reservar la realización
de juicios de valor autónomos para esta última. Al fin y al cabo, para Berlin la teoría
política debía «proceder al examen de los modelos, paradigmas y estructuras conceptuales
que gobiernan las diferentes visiones del mundo y comparar las categorías implicadas»;
unos modelos que llegan a modificar la misma «percepción e interpretación de los hechos»
(
En términos arendtianos, pensar políticamente, de forma representativa, conlleva practicar el «pensamiento ampliado», intersubjetivo en los términos de la cita arriba presentada. Esto permite transcender la doxa, la opinión infundada, caprichosa, hacia opiniones que gozan de mayor generalidad mediante una expansión de la imaginación destinada a entender lo que sienten o piensan nuestros conciudadanos.
La colaboración en la creación de este mundo de representaciones entre los ciudadanos no deja de ser un acto de profundas consecuencias políticas, que van
más allá de la mera representación de distintas posturas para hacer énfasis en su
puesta en diálogo mediante el pensamiento. «La política es posible en la polis, más
que porque se pueda hablar, porque se es escuchado», escribió Arendt. Para el ciudadano, es esta posibilidad de aparecer en el espacio
público lo que «funda su libertad»: su capacidad para actuar. Para ello, es necesaria
una escucha que no sea mera subsunción. Por el contrario, se necesita una habilidad
específicamente política: la capacidad de juicio «como habilidad para ver cosas no
solo desde el punto de vista personal, sino también según la perspectiva de todos
los que estén presentes»; desde los sentidos comunes (
El esfuerzo por entender los sentidos ajenos es una exigencia normativa de la política, en último término inalcanzable, pero que demanda cumplimiento tanto al pensamiento académico como a los grupos ideológicos (de nuevo, en tensión con otras exigencias normativas que solo los actores e investigadores deberán resolver). Un deseo y esfuerzo por entender el mundo, incluidas las posiciones de los otros, es en todo caso exigible si se desea conservar la política.
Esto además rescata un objeto de investigación a veces olvidado: la forma en que se produce este juego de representaciones. Se trata de atender a la representación que los actores hacen no solo de ciertos objetos concretos o actores, sino también de otras declaraciones y argumentos. Así podrían identificarse, por ejemplo, falacias del hombre de paja contra los que se busca arremeter con facilidad, o enemigos de cartón piedra a los que se imputan amenazas inexistentes, entre otras figuras recurrentes.
Para los actores políticos (en democracia, para la gran masa de ciudadanos) puede ser inspirador, quizás incluso revelador, escuchar la forma en que el otro les entiende, si se les entiende, y también recoger las aportaciones que, siguiendo el esquema weberiano arriba descrito, la ciencia puede aportar sin salirse de su papel. El teórico político en tanto que politólogo no podrá juzgar bondadosas o malvadas estas alternativas, ni tampoco asegurar muchas veces si se alcanzarán o no los objetivos propuestos, pero sí argumentar su coherencia o incoherencia con respecto a un sistema de valores dado y dar pistas sobre los medios necesarios para su probable o improbable materialización gracias a las aportaciones al conocimiento de la ciencia política, la ciencia económica, la sociología, etc.
Por otro lado, «representar» en la formulación de Arendt no tiene un sentido únicamente
pasivo. Todo lo contrario: requiere de un esfuerzo activo de la imaginación para reconstruir
el lugar y argumentos de aquellos sujetos que nunca permanecen completamente estables
o impávidos y que, frecuentemente, ni siquiera siguen existiendo físicamente; «Un
objeto de pensamiento es siempre una re-presentación ( Para una reflexión más amplia sobre el papel de la imaginación en la teoría política,
véase Wolin (
Profundizar en este razonamiento permite concebir investigaciones consistentes en
adoptar los objetivos de los actores o autores estudiados como un actor interpreta o representa (en el sentido de actuación o performance) a un personaje, desarrollando y completando aquello que el texto no ofrezca, siempre
que estos desarrollos sean explícitos. Este tipo de trabajo, por ejemplo, podemos
encontrarlo en la interpretación que Arendt (
Esta interpretación o adopción de distintas posiciones o ideologías no solo permite sugerir lecturas de autores cuyo pensamiento es difícil de definir con los recursos de que disponemos; también permite imaginar diálogos entre sistemas de pensamiento que no hayan realmente coincidido en lugar o tiempo. Esto puede ser productivo no solo para el análisis y comprensión de los propios textos, sino también para conocer mejor los objetos a los que dichos pensamientos se refieren. La teoría política también puede imaginar qué habrían dicho pensadores o actores políticos ejemplares (autoridades) al respecto de cuestiones hoy acuciantes, aunque tales cuestiones no fueran objeto de su conocimiento, interés o estudio en su momento.
Estas posibles labores muestran de nuevo la fuerte interrelación entre la teoría política
y la historia del pensamiento político. Fundamentalmente, recuerdan la importancia
de que los teóricos políticos conozcan el pensamiento de los grandes autores de la
tradición (
Ante aquellas cuestiones de las que no pueden dar cuenta las investigaciones empíricas, sea por falta de datos, de técnicas adecuadas o de escala, esta forma de teoría política también podría recurrir a construcciones que, trasladando esquemas de otros ámbitos, ofrezcan sentidos provisionales. Podría incluso plantear las respuestas posibles ante preguntas importantes siguiendo la lógica, aun sabiendo que la realidad no siempre tiene este carácter lógico. Por esta vía, la teoría política puede jugar, como a menudo ha hecho históricamente, un papel importante para otros ámbitos académicos; por ejemplo, sugiriendo hipótesis que aquellos politólogos e historiadores con mayor pericia en y dedicación a lo empírico han tratado de refutar, demostrar o matizar. Escucharles de vuelta, coherentemente, resultará vital para conocer los límites fácticos que el pensamiento político debe respetar.
La manera en que Freeden ha prestado atención a la obligación del teórico de ser imparcial
es bajo el rótulo de «distancia crítica», concebida en síntesis como la necesidad
de ver los argumentos ángulo tras ángulo Nótese el parecido con la mentalidad ampliada de Arendt y la conexión, por tanto,
entre el carácter representativo del pensamiento político y la imparcialidad o generalidad
que posibilita.
Teniendo en cuenta los prejuicios existentes contra la política, que la igualan a mentiras y parcialidad, así como la tendencia a considerar a Arendt una autora normativa, puede resultar sorprendente descubrir que, para ella, el buen pensamiento político es imparcial –esto es, libre de intereses de parte–. De otro modo, la representación de las opiniones de otros no podría ser apropiadamente enjuiciadas y uno no podría llegar a desarrollar su propia visión particular y única, auténtica, pero caracterizada por una considerable generalidad.
La noción de imparcialidad, tal y como Arendt la concibe, superaría a la idea de objetividad en el sentido contemporáneo habitual (como completa ausencia de juicio Arendt ( La perspectiva basada en la razón instrumental que promovería Weber, en opinión de
Arendt, vaciaría el mundo de significado y lo cerraría a lo imposible: esto es, a
la acción y, por tanto, a la política. Sin embargo, Arendt está acusando erróneamente
a Weber de sostener a nivel ontológico lo que solo son consejos metodológicos para
el «análisis intelectual de los elementos últimos de la acción humana dotada de sentido»,
dejando fuera del estudio sociológico lo caótico y lo imprevisible, que pertenecen
a su parecer a otra disciplina: a la historia. Esta diferenciación precisamente implica
reconocer su existencia (
Contra las visiones normativistas de Arendt, ella aclara que las verdades del filósofo, del científico, del testigo, del juez, del periodista, del artista o del historiador no son (ni pueden ser) políticas en un sentido: no pueden, sin abandonar su posición, comprometerse con un fin político –unirse a una causa de la que se derive directamente su proceder investigador, informador, etc.–. En sus palabras: «Estos modos de estar solo se diferencian en muchos aspectos, pero comparten la imposibilidad de un compromiso político, de la adhesión a una causa» (ibid.: 273). Esto es, deben ser imparciales.
Es evidente, sin embargo, que Arendt parte de algunos supuestos de fuerte carácter normativo (el totalitarismo, la ausencia de pensamiento o la posible destrucción de la Tierra son considerados indeseables). La pregunta es, ¿de dónde se derivan estos axiomas? ¿Son autónomos; esto es, propios? Alguien podría entender que se tratan de postulados de la razón, necesidades derivadas del deseo de supervivencia. Por contra, Arendt no argumenta en ningún momento en su favor, sino que son tomados como principios de sentido común, de ese entendimiento externo a la investigación, pero que hace que el teórico político (al contrario que el filósofo), al ser su opinión «representativa», en cierto sentido no esté «solo» (ibid.: 273). Estos juicios son extraídos del contexto e incorporados a la investigación con su poder normativo congelado, aunque no esquilmado.
Desde luego, Arendt va más allá de la interpretación de hechos, pero explícitamente evita lo teórico normativo, lo filosófico y lo ideológico. Efectivamente, la suya se trata de una actividad de un orden distinto, que se caracteriza por incorporar objetivos políticos que son tomados del «entendimiento general» o comprensión previa (understanding) desde el que el investigador parte (de la relación con los valores imprescindible para definir el objeto), sin pretender que sean justificados por la investigación –sin considerarlos parte del «conocimiento» (knowledge) aportado–.
Puede ya intuirse que el planteamiento de Arendt, así explicado, respeta la limitación
weberiana de no hacer juicios de valor desde la ciencia. Como he señalado, Weber,
siguiendo a Rickert, afirmaba algo parecido: que las ciencias se constituyen en relación
con valores; unos valores que deben entenderse como «bienes culturales», contingentes,
que articulan «el derecho, la religión, la literatura, el arte, la economía […]» (
«Imparcialidad» no se utiliza aquí como equivalente de distante desinterés. Por un
lado, con Weber, porque es el «interés» (la relación con los valores de una época,
diría Weber) lo que pone en marcha la investigación y permite la construcción del
objeto. Por otro, y yendo más allá de Weber, porque imparcialidad no implica para
Arendt un acercamiento sin emoción. Dado que el objeto debe ser construido en relación
con los valores, privarlo del entendimiento corriente del que surge no permite una correcta interpretación del mismo: «Si describo
esas condiciones [de miseria en una sociedad próspera en el contexto de la cita] sin
dejar que mi indignación intervenga, coloco el fenómeno particular fuera de su contexto,
que es la sociedad humana y, por lo tanto, le robo parte de su naturaleza». Una postura
de investigación que Arendt, sin embargo, se preocupa mucho de diferenciar de actitudes
moralizantes o sentimentalistas, pero que se aparta «conscientemente de la tradición
del sine ira et studio» (
La pregunta que se nos plantea entonces es el tipo de verdad del que podemos hablar en el género pensamiento político, no solo en la especie teoría política o en la lógica de investigación comprensiva que aquí estoy tratando de definir.
Parece razonable pensar, en primer lugar, que el estudio de las ideologías puede elevar
hacia la academia problemas y perspectivas (verdades) minusvaloradas o directamente
ausentes en el pensamiento profesionalizado. Pero, además, Arendt aporta una idea
de verdad atractiva en su interpretación de la figura de Sócrates, quien traspasó
«la línea trazada por la polis para el sophos» sin que la polis entendiera «que Sócrates no afirmaba ser un sophos, un hombre sabio» (
La forma de acercarse a la verdad de uno mismo parece ser, por tanto, un diálogo que versará tanto sobre el conocimiento (los hechos) como sobre el entendimiento o comprensión del mundo. Arendt, sin embargo, es pesimista sobre las posibilidades de verdad en
el contexto actual, hasta el punto de plantear así su trabajo: «Por todas partes de
estos ejercicios el problema de la verdad se mantiene en suspenso; la cuestión es
solamente cómo moverse en esta brecha –la única región donde acaso la verdad acabará
por aparecer»– (
La crisis del pensamiento político, en general, y de la teoría, en particular, conecta
con la transformación positivista de la ideología. La dominación habría prescindido
de los relatos, expresándose, en expresión de Marcuse, «como sumisión al aparato técnico
que aumenta el confort de la vida y aumenta la productividad», en una tendencia hacia
una «sociedad racionalmente totalitaria» ( Así será mientras situemos entre dichos fundamentos a autonomía colectiva vehiculada
mediante la elección de partidos y líderes que representen diversas concepciones del
mundo, sin reducir la democracia a mero mecanismo pacífico de recambio de los poderosos.
Como señaló Arendt, el tiempo del antagonismo entre las «verdades de razón» y las
opiniones de la calle habría pasado, sustituido por «una hostilidad» hacia las verdades
de hecho «mayor que nunca». Así, en las sociedades libres, donde se permiten todo
tipo de afirmaciones sobre los hechos, entiende que se las acaba confundiendo con
opiniones, poniéndose en cuestión «la propia realidad común y objetiva». Arendt distingue
hechos de opiniones, por vinculadas que estén: las opiniones surgen de los hechos,
pero son legítimas solo en tanto que respeten los hechos. Un hecho, eso sí, tiene
una naturaleza «política»; «no es más evidente que la opinión» ni tiene un origen
transcendente, por lo que requiere de la persuasión (
La teoría política tiene aquí, en definitiva, uno de sus mayores retos, pero también una oportunidad para contribuir a densificar el mundo sobre el cual puede construir la política. Eso sí, nos dice Arendt, una «observación de la política desde la perspectiva de la verdad, como la aquí presentada, significa situarse fuera del campo político»; esto es, renuncia al «compromiso político» (ibid.: 273).
El artículo ha mostrado la necesidad de asumir responsabilidades y abordar tareas fundamentales para la Ciencia Política desde una lógica de investigación centrada en la comprensión de los fenómenos políticos y que respeta tanto la prohibición de realizar juicios de valor autónomos como la naturaleza política de su empresa. Quisiera, no obstante, concluir planteando tres limitaciones de la propuesta que permiten poner las tareas de esta lógica de investigación en perspectiva.
La primera limitación ya se ha mencionado: se trata de la necesidad de aceptar la valía de la definición arendtiana de política, entre las muchas otras concepciones disponibles, para sostener la propuesta. Solo desde esta definición horizontal cabe identificar algunas de estas tareas como políticas, siempre -eso sí‒ prescindiendo del compromiso político con una causa.
En segundo lugar, encontramos un punto ciego al tratar de asimilar la práctica socrática,
tan cercana a la lógica aquí propuesta, al trabajo arendtiano. Aceptemos que aquella
consistía en establecer un diálogo (sea interno –conócete a ti mismo– o externo) que
comienza desde el reconocimiento de no saber –«no puedo conocer la verdad del otro
sino preguntándole»– y que busca la coherencia: «Para Sócrates, el principal criterio
del hombre que comunica verazmente su propia doxa es “estar de acuerdo con uno mismo”: no contradecirse a sí mismo y no decir cosas
contradictorias» (
En tercer lugar, Arendt pone de relieve el peligro nihilista que el pensamiento mismo
implica. Si lo que antes se creía cierto de repente se presenta como ilusión y sin
posibilidad de cierre, ¿cómo sostener ahora ninguna opinión con ninguna seguridad?
(
Rafael del Águila desarrolló y condensó esta misma crítica contra Sócrates bajo la
rúbrica «falacia socrática»: la falsa creencia en que «la actividad reflexiva produce
siempre efectos saludables para la polis» (
¿Estamos pues ante un callejón sin salida ante la exigencia de aceptar la definición arendtiana de política, la coherencia (que ahoga el juicio político) y el peligro nihilista de todo pensamiento? No, pues los tres principios se vuelven mucho más razonables y menos amenazadores al entenderlos como valores en tensión con otros valores. El científico podrá presentar esta tensión honestamente, poniéndola a disposición de los actores políticos en caso de que tengan algún interés en conocerse y entenderse mejor y hacer lo propio con el resto de posturas –es decir, en preservar la política–. Así se ha intentado hacer aquí, con respecto al primer punto, al apellidar el programa de investigación definido. Como se indicó, el epíteto comprensiva no busca sino respetar la pluralidad de la subdisciplina.
Eso sí, lo que el científico no podrá afirmar una vez asumida la existencia de valores enfrentados en torno a los que se organizan distintos ámbitos de la vida (esto es, aceptado el pluralismo de valores) es que el uso de su trabajo, por muy bueno que sea académicamente, vaya a tener consecuencias para la política únicamente (y en todo sentido) positivas. No obstante, estas páginas han procurado únicamente negar la posición opuesta: que los teóricos políticos no podemos responsabilizarnos de producir ningún bien político con nuestro trabajo científico; esto es, que no podemos hacerlo sin salirnos de los límites que impone la razón instrumental al trabajo científico, tal y como los identificó Weber.
Al contrario, el artículo ha mostrado múltiples vías para contribuir políticamente desde la teoría política como disciplina científica, en la estela de aquel Sócrates que presumía de ser el único político auténtico de Atenas dada su vocación por hacer más verdaderos a los ciudadanos. Al densificar el mundo común mediante la representación de las distintas posiciones, en parte aplicando y extendiendo los procedimientos ya descritos por Weber, la teoría política hace posible el surgimiento de opiniones más auténticas y verdaderas. Esto, aun reconociendo (o, más bien, precisamente porque se reconoce) que el valor de la verdad puede entrar en conflicto con otros valores (sea el éxito político, romántico, económico, la supervivencia, etc.).
Lo primordial, por los motivos planteados en el apartado 2, es que la disciplina logre definir una lógica de investigación propia que realice todas estas tareas, tantas veces abandonadas y otras veces realizadas sin una adecuada reflexión metodológica que oriente y limite el trabajo. Esto quizás pueda facilitar también su organización académica, tantas veces amenazada, sin por ello tener que renunciar a su pluralismo interno y a sus conexiones con otras disciplinas, y sin perjuicio de que otras lógicas de investigación que anidan en la etiqueta puedan resultar también valiosas.
Hecho esto, aún tendrá el investigador que decidir en cada momento qué obligaciones priorizar de entre aquellas que gobiernan a la subdisciplina. Y también deberá valorar cuándo conviene quitarse el gorro de teórico político para anteponer otras obligaciones, como las de ciudadano. No obstante, se ha procurado reducir la confusión sobre las obligaciones que implica cada rol, lo que permite identificar cuándo se está actuando conforme a las responsabilidades de la subdisciplina y cuándo no, más allá de las declaraciones de intenciones. Dicho de otro modo: de haber logrado algún éxito, se habrá contribuido a aclarar el trabajo comprensivo que puede realizar la teoría política, paso previo imprescindible para poder reclamar su lugar entre las ciencias políticas.
[1] |
Este texto no habría sido posible sin la financiación de la beca/contrato para la Formación del Profesorado Universitario (Ministerio de Ciencia e Innovación), pero tampoco sin el infatigable ejemplo y certeros consejos de mi director de tesis, Joaquín Abellán. Quiero agradecer a los muchos profesores, compañeros y estudiantes que durante estos años han aportado comentarios sobre el texto, entre los que cabe destacar a los miembros de mi tribunal de tesis, además de Lasse Thomassen, Michael Freeden y los colegas del Seminario Joven de Teoría Política. Además, debo reconocer y agradecer la autoría de la coletilla comprensiva a una intervención del profesor Harto de Vera en el Seminario de Teoría Política UCM. Sea solo mía la responsabilidad de cómo recibí tantas y tan acertadas sugerencias. |
[2] |
Énfasis mío. |
[3] |
Habermas, J. ( |
[4] |
Sin perjuicio de que, bajo la etiqueta filosofía política podamos, sin embargo, encontrar hoy buenos ejemplos del trabajo que aquí se denomina «teoría política». No cabe caer si se quiere avanzar en enfrentamientos nominalistas impulsados por la competencia institucional. |
[5] |
Véase también a este respecto Gunnell ( |
[6] |
En castellano pueden verse dos artículos de Weber sobre la cuestión ( |
[7] |
Weber así lo explica, tanto en La ética protestante y el «espíritu» del capitalismo como en Weber ( |
[8] |
De entre tantos autores que clasifican a Arendt como autora normativa, véase Vincent
( |
[9] |
Cavarero llega a conclusiones muy distintas desde una lectura muy diferente de Arendt, por lo que no se podrá establecer un diálogo en el espacio disponible. |
[10] |
En dicho capítulo, Freeden dice derivar estas responsabilidades principalmente de la tradición liberal y, solo en algunos casos, del objeto mismo. Aquí, sin embargo, se deja a un lado la tradición liberal para situar en el centro de las implicaciones éticas el concepto arendtiano de política. |
[11] |
En esta idea confluyen, según ha destacado Benhabib ( |
[12] |
Los «acontecimientos» y los «hechos» son las experiencias fundamentales que apelan
al pensamiento ( |
[13] |
Dice Grant ( |
[14] |
Para una crítica a las distinciones arendtianas, véase Benhabib ( |
[15] |
Resta para futuros trabajos poner en relación la concepción arendtiana de la comprensión con la weberiana, que busca los motivos de los actores para realizar las acciones sociales. |
[16] |
El énfasis es mío. |
[17] |
En una línea parecida, Javier Roiz ( |
[18] |
La traducción puede inducir a error. «Representativo» aquí no quiere decir que el pensamiento político tenga como característica representar bien nada; lo que quiere decir, como ella misma explica a continuación del pasaje citado, es que su estructura está compuesta por representaciones de diversas posiciones. La calidad de las representaciones abre la diferencia entre el buen pensamiento político y el malo. |
[19] |
Para una reflexión más amplia sobre el papel de la imaginación en la teoría política,
véase Wolin ( |
[20] |
Nótese el parecido con la mentalidad ampliada de Arendt y la conexión, por tanto, entre el carácter representativo del pensamiento político y la imparcialidad o generalidad que posibilita. |
[21] |
Arendt ( |
[22] |
La perspectiva basada en la razón instrumental que promovería Weber, en opinión de
Arendt, vaciaría el mundo de significado y lo cerraría a lo imposible: esto es, a
la acción y, por tanto, a la política. Sin embargo, Arendt está acusando erróneamente
a Weber de sostener a nivel ontológico lo que solo son consejos metodológicos para
el «análisis intelectual de los elementos últimos de la acción humana dotada de sentido»,
dejando fuera del estudio sociológico lo caótico y lo imprevisible, que pertenecen
a su parecer a otra disciplina: a la historia. Esta diferenciación precisamente implica
reconocer su existencia ( |
[23] |
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