RESUMEN
El influjo y la aplicación de algunos de los postulados de lo que se dio en llamar el giro lingüístico supuso, a partir de la década de los años setenta, una honda renovación en el campo de estudio de la historia intelectual. Entre las corrientes que vinieron a romper con la tradicional historia de las ideas destacan el contextualismo histórico (historia de los lenguajes y los discursos políticos) de la denominada escuela de Cambridge y la historia de los conceptos políticos y sociales (Begriffsgeschichte) del historiador alemán Reinhart Koselleck. Entre convergencias y controversias, ambas escuelas han devuelto ideas y textos a su historicidad en forma de lenguaje. La historia conceptual alemana concretamente, en sus investigaciones sobre el cambio político-conceptual operado en la modernidad, su relación con la historia social y su dimensión teórica en el estudio de las temporalidades históricas, conoce en España, desde finales del siglo xx, un fructífero arraigo, habiéndose consolidado tanto en el ámbito de la filosofía como en el de la historiografía como la corriente principal de la historia de las ideas políticas y sociales. El empuje de la historiografía hispana ha alcanzado incluso una dimensión trasnacional, cristalizando en diversos proyectos, diccionarios y publicaciones de carácter iberoamericano. Tras veinticinco años de resultados, las posibilidades que ofrecen la teoría y metodología de la historia conceptual están lejos aún de agotarse.
Palabras clave: Historia conceptual; historia de las ideas políticas y sociales; historiografía; España; Iberoamérica.
ABSTRACT
The influence and application of some of the main postulates of what is known as the linguistic turn led, beginning in the 1970s, to a deep renewal in the field of intellectual history. Among the currents that broke with the traditional history of ideas are the historical contextualism (history of languages and political discourses) of the so-called Cambridge School and the history of political and social concepts (Begriffsgeschichte) of the German historian Reinhart Koselleck. Throughout convergences and controversies, both schools have returned ideas and texts to their historicity in the form of language. German conceptual history, with its research on political-conceptual change in modernity, its relationship with social history and its theoretical dimension in the study of historical temporalities, has had fruitful roots in Spain since the late twentieth century, up to the point of becoming, both in the field of philosophy and historiography, the main current in the history of political and social ideas. The thrust of Hispanic historiography has even reached a transnational dimension, crystallizing in various Ibero-American projects, dictionaries and publications. After twenty-five years of results, the possibilities offered by the theory and methodology of conceptual history are far from being exhausted.
Keywords: Conceptual history; History of Political Thought; Historiography; Spain; Latin America.
Las ideas políticas no son pelotas que los autores se vayan pasando de siglo en siglo.
Cuando en 1969 un joven Quentin Skinner publicó «Meaning and understanding in the
History of Ideas»[1], un texto convertido hoy ya en clásico, sentó los fundamentos para la renovación
de la historia intelectual tal y como había sido estudiada hasta el momento. En él
cargaba, no sin ironía, contra el enfoque tradicional de la historia de las ideas
como un canon de autores y textos clásicos (practicado por Lovejoy para el mundo anglosajón
o por Meinecke y su Ideengeschichte en el ámbito germano Sabine (
Aquellas mitologías no constituían otra cosa que formas anacrónicas Aunque Syrjämäki (
Quentin Skinner señalaba así la gran diferencia entre el significado de un texto y
la verdadera comprensión de este, de forma análoga a como se concibió en la tradición
alemana del siglo xix, de Marx Weber a Dilthey y frente al positivismo, la distinta metodología aplicable
a las ciencias de la naturaleza (Erklären, explicación de fenómenos causales) y a las «ciencias del espíritu», guiadas por la
comprensión (Verstehen) del significado de la acción desde el punto de vista del agente
La Escuela de Cambridge, de la que Quentin Skinner es un máximo exponente junto a otros preeminentes autores como J. G. A. Pocock, John Dunn, James Tully, David Armitage o Anthony Pagden, pretende así devolver los textos históricos a su historicidad (al significado que pudieron albergar en su momento histórico), de acuerdo a los siguientes presupuestos: a) considerar los textos y obras políticas e intelectuales del pasado como un «speech act», un acto del lenguaje que, en la línea con la pragmática de Wittgenstein y la teoría de las «expresiones performativas» de Austin (afirmaciones que, en vez de limitarse a describir una realidad dada, buscan cambiar la realidad sobre la que versan), son equiparables a toda acción histórica; b) para comprender dichos actos del lenguaje es necesario asomarse a su contexto, las condiciones de posibilidad para que algo semejante pudiera ser dicho, especialmente en lo que respecta al utillaje lingüístico (conceptual, retórico y discursivo) disponible en su momento, y c) el historiador debe preguntarse igualmente por el sentido de ese discurso en tanto que acto performativo, es decir, por la intencionalidad del autor: a quién responde, a quién se dirige, qué efecto buscaba causar en su público.
No existe, por tanto, tal y como pretendía Lovejoy, una historia de «ideas-unitarias»
con un «significado esencial»
De manera paralela al surgimiento y expansión de la nueva metodología de la escuela
de Cambridge en el mundo anglosajón, surgió en el ámbito germano una segunda tradición
centrada igualmente en la semántica histórica: la historia de los conceptos (Begriffsgeschichte), liderada por el historiador Reinhart Koselleck. Ambas corrientes insistían en el carácter
performativo del lenguaje, capaz no solo de describir realidades dadas, sino de (aspirar
a) transformarlas. La obra de Koselleck pretendía así, tanto en su vertiente teórica
como metodológica, vincular la filosofía del lenguaje con la teoría política y la
historia social
A pesar de las concomitancias entre ambas formas de aproximación lingüístico-histórica
a la teoría política, muchas son también sus diferencias, particularmente en los aspectos
que han resultado más débiles o criticados para cada una de las escuelas
Por último, la discrepancia probablemente más sustancial entre ambas aproximaciones
residiría en el arco temporal estudiado y, especialmente, en la propia concepción
de la temporalidad histórica Palonen ( Pocock ( Pocock (
A pesar de estas discrepancias, muchos son los investigadores que apuestan hoy por
una posible convergencia o enriquecimiento mutuo entre ambos enfoques Melvin Richter, de la Universidad de Harvard, máximo difusor y adalid de la historia
de los conceptos en el mundo anglosajón, fue uno de los principales defensores de
este acercamiento (
No existirían, en fin, ideas determinadas a las que diversos autores contribuyeron
a lo largo de la historia y con las que el filósofo político de hoy pueda discutir
ajeno a los «ataques del perspectivismo»; algo similar ocurriría con los conceptos
normativos que la historiografía política e intelectual tradicional han venido proyectando
«desde fuera» a los propios agentes Fernández Sebastián (
El tránsito de la antigua historia de «ideas» a la llamada «nueva historia intelectual»,
y las transformaciones teórico-metodológicas con ello aparejadas, han supuesto, en
fin, una reconfiguración fundamental del objeto de estudio Conf., por ejemplo, el trabajo de Sánchez-Prieto ( Sobre la Begriffsgeschichte como historia social, conf. Koselleck (
«El concepto de perro no puede ladrar» es una máxima spinozista de la que Althusser
se sirvió para desvincular los conceptos de la realidad empírica, cuyo conocimiento
no pasaría por el contacto inmediato con lo «concreto», sino por la producción de
un concepto de conocimiento como condición de posibilidad teórica; los conceptos,
por lo tanto, carecerían de historia
El lenguaje, por lo demás, habría sido tratado como mero epifenómeno de realidades
no-lingüísticas desde el enfoque materialista, mientras que, en el otro extremo, desde
el idealismo se le habría atribuido la capacidad de determinar la realidad en tanto
que expresión del espíritu humano. Pero ninguna de estas dos aproximaciones resolvía
satisfactoriamente para el historiador alemán Reinhardt Koselleck la cuestión de la
diferencia entre la realidad histórica y su forma lingüística, y la compleja relación
entre los sucesos y el lenguaje que conceptualiza aquello que sucedió, pudo haber
sucedido o podría suceder en el futuro. No hay experiencia sin lenguaje: la hace inteligible,
comunicable, la interpreta y puede incluso transformarla. Todas las vidas se constituyen
a partir de experiencias particulares que necesitan de conceptos para ser integradas:
«El ser humano, por su propia naturaleza, necesita el lenguaje para moverse, para
mirar, para escuchar, para recordar o para desear o esperar algo y, por tanto, para
actuar y para pensar» Koselleck (
Entre las circunstancias históricas y su registro lingüístico existe siempre una tensión;
el cambio conceptual mantiene una relación compleja con las transformaciones que tienen
lugar en el plano factual
De eso y no otra cosa trata la semántica histórica, de inquirir en los significados
vividos por los actores políticos del pasado, renunciando a toda semántica trascendente de los conceptos entendidos como esencias intemporales. Gadamer defendía, frente al
estudio de los textos del pasado en su alteridad histórica, la pertinencia de una
interpretación filosófica y hermenéutica a la luz de las inquietudes del presente,
y algo semejante sostenía Ricoeur cuando afirmaba que «lo que el texto nos dice ahora
importa más que lo que su autor quiso decir»
El nombre de Begriffsgeschichte («historia conceptual») proviene de Hegel
El análisis conceptual investiga así acerca del uso de los conceptos ligados a una
situación y a unos hablantes con una carga de intenciones determinada, a través de
los cuales y en cuyo debate los actores políticos de una sociedad dada se piensan
y constituyen, forjando nuevos argumentarios, horizontes programáticos e identidades
políticas. Ya hemos apuntado al hecho de que, lejos de presentar un único y determinado
significado, los conceptos han sido históricamente formados como un campo de batalla
en el que se despliegan diferentes definiciones concurrentes, diferentes formas de
entender la realidad y sus posibilidades de transformación (puesto que son nociones
que incluyen, más allá de una estricta referencia a lo ya existente, la capacidad
performativa de crear nuevas realidades de acuerdo a una determinada voluntad de futuro,
por lo que discurso y acción resultan indisociables). Polivalentes, difusos y polisémicos,
cargados de historicidad y controversia, y al servicio de argumentaciones y finalidades
múltiples, tal y como señalaba Melvin Richter, «en los conceptos «contestables» las
discrepancias forman parte indispensable de su significado»
Así, frente a la claridad y coherencia semántica objeto del análisis filológico por
parte de los lexicógrafos, la historia de los conceptos políticos fundamentales se
centraría en su concentración de significados, capaces de evocar realidades a menudo
contradictorias y otras aún no existentes, prestando especial atención a los contextos
lingüísticos y sociopolíticos (condiciones epistémicas y de estrategias discursivas)
en una aproximación sincrónica
En el marco de ese hincapié en el cambio conceptual ocurrido en el arco temporal en
el que arranca nuestra contemporaneidad, momento de transformaciones aceleradas y
explosión de neologismos, la teoría de Koselleck destacó una serie de características
clave de las metamorfosis operadas en el vocabulario político: la primera, una tendencia
a la abstracción plasmada en el surgimiento de los nuevos singulares colectivos, que
habría hecho, por ejemplo, de los estados/estamentos, en tanto que posición social
propia de la sociedad jurídicamente heterogénea y desigual del Antiguo Régimen (status), el Estado contemporáneo, unidad política racional-burocrática con soberanía sobre
su territorio y población
A la concentración y acumulación de significados en un nombre singular y genérico
le habrían acompañado, además, otros cuatro grandes rasgos destacables: a) la democratización de su uso (los conceptos pasan de ser monopolio de algunos pocos hombres, filósofos
y miembros de la república de las letras, a abrirse a un abanico más amplio de hablantes
a través del debate en la esfera pública, difundidos en periódicos y tertulias, y
llegando incluso a calar en las capas más populares de la población); b) la ideologización (el mismo concepto es objeto de usos y significados contrapuestos, de acuerdo a las
diferentes tradiciones de la filosofía política y al lenguaje en el que se enmarque);
c) la politización (en el debate cotidiano de las luchas partidistas tiene lugar un pulso por monopolizar
el uso del concepto y manipular la fijación de su significado específico), y d) por
último, la temporalización, aspecto clave en la teoría de Koselleck porque, tal y como veremos, la resemantización
implica también connotaciones temporales y una particular relación de tensión entre
el pasado, el presente y el futuro que queda plasmada en el propio significado de
la palabra, alejándola de toda idea de una evolución progresiva y constante, tal y
como se había considerado desde la tradicional historia de las ideas Koselleck, en la introducción («Einleitung») al GG de Brunner et al. (
La ordenación alfabética y la primacía de los conceptos como objeto de análisis de
aquel gran GG, modelo para proyectos ulteriores, fue objeto de crítica por parte de los principales
autores de la escuela de Cambridge: si Pocock acusaba a esa disposición de no mostrar
la interrelación insoslayable entre diversas narrativas interactuantes, Skinner, desde
su interpretación de los conceptos como actos de lenguaje irrepetibles, criticó duramente
la asunción implícita en la teoría de Koselleck de que los conceptos tendrían un sentido
capaz de trascender el margen de las situaciones comunicativas Pocock (
Voces más recientes han defendido la necesidad de una nueva orientación dirigida a
la exploración de campos conceptuales y argumentaciones
El diccionario GG, en sus más de siete mil páginas, recogía el análisis de esos conceptos fundamentales
desde su origen en la Antigüedad, pero asumiendo como tesis fundamental la existencia
de un periodo de profundo cambio conceptual, en el que se dieron todas esas grandes
transformaciones antes mencionadas, y que se situaría en el arco temporal comprendido
entre 1750 y 1850, momento en que la propia vida política y social fue objeto, de
la crisis del Antiguo Régimen y la Ilustración a las revoluciones industrial y francesa
o la Restauración, de hondas mutaciones que forjaron nuestro mundo (y vocabulario)
político contemporáneo. A aquel gran «momento conceptual», entendido en el sentido
de tipo ideal weberiano
La aplicación de ese «tiempo a horcajadas» como herramienta heurística, justificada
por la identificación de esas grandes metamorfosis de los conceptos fundamentales
anteriormente referida, hacía especial énfasis en la temporalización de estos: el tiempo histórico, que por entonces se volvía autorreflexivo y consciente,
entraba de lleno a formar parte de la semántica de esos conceptos, dotados ahora de
una estructura temporal interna. El propio concepto de «modernidad» (Neuzeit en alemán, literalmente «tiempo nuevo», porque así fue específicamente percibido por
sus protagonistas, como algo inédito en la historia), o incluso el de «historia» (Geschichte), convertido en un singular colectivo que puso fin a la tradicional distinción en lengua
alemana entre las historias de los acontecimientos y la narración de los mismos (historie), apuntaban a una nueva relación entre el pasado, el presente y el futuro como característica
clave de la nueva época
Y es que la semántica de esos conceptos políticos fundamentales de la modernidad (algunos
neologismos, otros, rescates del pasado resignificados) estaba atravesada por una
tensión temporal inherente a sus nuevos significados: la tensión entre el «campo de
experiencia» (estratos de significado acumulados a través de las experiencias personales
y colectivas del pasado) y un nuevo «horizonte de expectativas» (conceptos cuyo sentido
se proyecta hacia el futuro, nombrando realidades aún no existentes) que cada vez
cobraba más peso en la carga semántica. La condensación de significados de los conceptos
fundamentales sumaba así al contenido experiencial el potencial dinámico y de transformación,
temporalmente generado dentro del lenguaje Koselleck (
En torno a las revoluciones atlánticas un gran número de conceptos políticos perdieron
así parte de su contenido experiencial para adoptar un cariz fuertemente performativo y un potencial de pronóstico derivado
de su capacidad para diseñar y construir el futuro. Si el filósofo Bergson había propuesto
una filosofía del tiempo en tanto que apertura hacia lo nuevo de carácter ontológico Bergson (
Pero del concepto de tradición también surgió el tradicionalismo, cuya expectativas y programa de futuro perseguían precisamente un regreso al pasado.
Y es que el Sattelzeit nunca marcó una cesura total entre el viejo y el nuevo orden al modo de las revoluciones
científicas y los paradigmas kuhnianos. Se produce así lo que Koselleck llama la «simultaneidad
de lo no-simultáneo», la pervivencia de lo no-contemporáneo en el significado presente
a través de conceptos que contienen diversos estratos procedentes de significados
pasados. Y no podemos hablar del tiempo si no es a través de metáforas espaciales:
las experiencias no forman una línea recta, sino que se convierten en sedimentaciones,
unos «estratos de tiempo» que «remiten a planos temporales de distinta duración y
origen, y que existen y actúan simultáneamente»
Discípulo de Gadamer o Carl Schmitt, e influido, frente a la filosofía analítica anglosajona,
por otros filósofos como Heidegger y el historicismo alemán, sus orígenes intelectuales
no han estado exentos de críticas, empezando por los recelos de Habermas Oncina Coves (
«Intruso para dos gremios» Hoffmann et al. (
Consciente de estas y otras debilidades, a lo largo de su obra Koselleck no dudó en
reiterar que la cientificidad de la historia necesitaba ser teóricamente fundamentada
para poder trascender las trampas del historicismo. Del mismo modo que Althusser,
que reivindicaba la «necesidad absoluta de liberar a la teoría de la historia de todo
compromiso con la temporalidad “empírica” Koselleck y Gadamer (
Con la modernidad, la propia idea de la historia se había convertido en un concepto metaempírico y en su propio sujeto, capaz de dar cuenta de los hechos ocurridos y de la misma naturaleza de su investigación a partir de presupuestos tanto lingüísticos como extralingüísticos. El esbozo de una histórica, en un historiador con una impronta teórica tan acentuada, quedó trazada a lo largo de toda la obra de Koselleck, con la preocupación por la naturaleza del tiempo histórico y su relación con la modernidad como guía. Empezando por la acuñación de categorías metahistóricas como «espacios de experiencia» y «horizontes de expectativa», para saltar después a una teoría de los tiempos históricos plasmada en la estratificación temporal fruto de la diversidad de planos temporales y distintas velocidades de cambio, hasta llegar a la reflexión sobre la propia ciencia histórica: su para qué, su cómo, sus condiciones y sus límites o la posibilidad de su representación, tensionada entre la narración de acontecimientos y la descripción de estructuras.
Convencido de que «todo espacio histórico se constituye en virtud de la fuerza del
tiempo» Ibid.: 121-123.
La histórica de Koselleck ha sido objeto de gran interés y debate académico en los últimos tiempos,
empezando por la cuestión de la propia necesidad de una «teoría de los tiempos históricos»
a la hora de abordar el análisis conceptual. Pero Koselleck ya puso como meta de la
historia de los conceptos la histórica, resaltando su prioridad teórica
Jörn Leonhard, uno de los máximos especialistas en historia conceptual de nuestros
días, apuntaba a la necesidad de aunar en el análisis a las dicotomías básicas de
la histórica, el estudio de los campos semánticos, las metáforas, transferencias y traducciones,
para así ser capaces de estructurar la complejidad del mundo social Fernández Torres ( Ibid.: 92.
Las dos últimas ocasiones en las que coincidí con Koselleck, el historiador alemán
ya no era el historiador de los conceptos que todos reclamaban. Dedicó sus últimos
años al estudio de una nueva línea de investigación, centrada esta vez en la iconografía
monumental y sus relaciones con el culto a la muerte y la memoria nacional Así lo llamaba Gadamer. Conf. Oncina Coves (
El teórico literario de la Universidad de Stanford Hans Ulrich Gumbrecht, colaborador
en el proyecto enciclopédico del GG, hablaba hace ahora una década de una «súbita elefantiasis histórico-conceptual en
castellano» con la acelerada y profusa producción de diccionarios o, lo que él llamaba,
«pirámides espirituales»
La recepción en España de la obra de Koselleck —aún con el obstáculo idiomático que
por la naturaleza del objeto de estudio resulta tan fundamental— es, sin embargo,
una historia de altibajos que solo a finales de siglo pareció cuajar con solvencia.
A pesar de la temprana traducción al castellano de su primer libro fruto de su trabajo
doctoral, Crítica y crisis. Un estudio sobre la partogénesis del mundo burgués ( El original alemán fue publicado en 1959. La traducción española, que se anticipa
a la de otras lenguas europeas, fue publicada por la editorial Rialp (1965) bajo el
título de Crítica y crisis del mundo burgués. El siglo xxi ha visto una nueva edición actualizada (
Sin practicar necesariamente la teoría y el método de la historia de los conceptos
propuesta por Koselleck, la sensibilidad lingüística ya había hecho acto de presencia
en la historiografía hispana, así como en otras disciplinas afines, en fechas similares
o incluso anteriores. Trabajos precursores fueron, en ese sentido, el de la historiadora
del periodismo español María Cruz Seoane, quien ya centró muy tempranamente el objeto
de análisis de su tesis de doctorado en el vocabulario político e ideológico de las
Cortes de Cádiz (
En cuanto a las traducciones de las obras de Koselleck, estas no han hecho sino aumentar
desde aquel Futuro pasado (
La eclosión de nuevas obras del historiador alemán en el mercado español ha venido acompañada (o incluso se podría decir que ha sido propiciada) por el surgimiento y consolidación de dos núcleos diferenciados de estudio hoy ya bien asentados, responsables en buena medida de que la historia conceptual alzase el vuelo en España de esa manera tan elefantiásica. Tanto la recepción teórica como la aplicación metodológica de la historia de los conceptos (aspectos ambos indisociables en el pensamiento de Koselleck) han desembocado en nuestro país en dos líneas de investigación paralelas, pero complementarias y en ocasiones entrecruzadas, aunque a menudo sometidas a los condicionamientos prácticos de sus respectivas disciplinas. Estamos hablando del desarrollo teórico, por un lado, privilegiado desde el campo de la filosofía, y el trabajo metodológico y empírico aplicado en el ámbito de la historiografía.
La vertiente filosófica comenzó articulándose en torno a las universidades de Murcia
y Valencia, con José Luis Villacañas y Faustino Oncina a la cabeza (ambos autores,
por ejemplo, del estudio introductorio a la obra de Koselleck y Gadamer, Historia y hermenéutica, El subtítulo del nombre de esta revista (1998) ha ido transitando de los conceptos
políticos a la filosofía política, y actualmente a «Revista de Historia de las Ideas
Políticas», al mismo tiempo que mudaba su lugar de edición de la Universidad de Murcia
a la Universidad Complutense.
Conf. Villacañas (
Fue también a mediados de la década de los noventa cuando arrancó el grupo historiográfico
que ha venido desde entonces trabajando en la historia conceptual, y del que nos ocuparemos
especialmente aquí. Esta producción historiográfica ha concentrado sus esfuerzos en
la vertiente metodológica y práctica de la obra de Koselleck, con énfasis en el método,
las herramientas heurísticas disponibles y las posibilidades de una aplicación empírica
al mundo hispánico a caballo entre la historia y la lingüística, pero sin olvidarse
tampoco de su dimensión teórica. Liderado por el profesor de la Universidad del País
Vasco Javier Fernández Sebastián, y en colaboración con Juan Francisco Fuentes, de
la Universidad Complutense, la concesión de un proyecto de investigación que ambicionaba
trasladar la experiencia del diccionario alemán al contexto español fue el punto de
partida de una serie de encuentros anuales en la Universidad del País Vasco (1996-1999)
que tuvieron por objeto la difusión y discusión de la nueva propuesta conceptual entre
los historiadores, y que dieron como ulterior resultado la publicación del primer
diccionario, Diccionario político y social del siglo xix español (2002), al que siguió otro proyecto de investigación centrado en el concepto de opinión
pública, diversos trabajos sobre el concepto de liberalismo, así como nuevos y ambiciosos
lexicones, que abrieron su ámbito de estudio a nuevas temporalidades y espacios geográficos Conf. Fernández Sebastián y Fuentes Aragonés (
Aquel primer diccionario, compuesto por más de un centenar de vocablos, asumía los
presupuestos básicos de la Begriffsgeschichte, pero con una aproximación crítica que lo complementaba con elementos de otras escuelas
(escuela de Cambridge, lexicografía francesa) o cuestionaba la restricción de fuentes
utilizadas para el gran diccionario alemán, centrada en los grandes textos y autores
de la filosofía y la teoría política. Frente a ello, el mundo lingüístico-político
del xix español presentaba una «ventaja paradójica» Fernández Sebastián (
La labor de aquel primer lexicón continuó en un segundo diccionario seis años después,
encuadrado en el mismo marco espacial, pero desplazando el eje temporal al siglo xx. Con más de un centenar de voces ordenadas alfabéticamente también en este caso, y
limitando de forma drástica el espacio dedicado a cada concepto, este segundo diccionario
contó, sin embargo, con apenas una veintena de acuñaciones hispánicas originales,
mientras que el resto de nuevas voces fueron calificadas por los directores del proyecto
de «europeísmos» Fernández Torres (
Una de las concomitancias cruciales que destacar para el caso de ambos núcleos de
investigación (tanto el filosófico como el historiográfico), es que en ninguno de
los dos casos se trató, en aquel primer momento, de una recepción directa de la tradición
alemana (el problema de la traba idiomática anteriormente referido). Así, si los contactos
con el grupo de la Universidad de Padua, abanderado por Sandro Chignola y Giuseppe
Duso, fue clave para el despegue del interés en torno a la historia conceptual en
el grupo de filosofía de las universidades del Levante Chignola y Duso (
La experiencia del gran diccionario de conceptos fundamentales germanos había contado
de hecho, antes incluso que con su modelo en español, con una primera traslación al
ámbito francés (aunque eso sí, publicado todavía únicamente en alemán), mientras que
de manera simultánea se publicaba otra gran obra colectiva, el Dictionnaire des usages socio-politiques du français (1770-1815), fruto de los trabajos de reflexión seminales llevados a cabo ya en la
década de los ochenta por Jacques Guilhaumou o Pierre Rosanvallon Reichardt y Schmitt (
Pero lo que sin duda abrió las puertas a la historia de los conceptos para el grupo
de historiadores españoles fue su participación en el History of Political and Social
Concepts Group (HPSCG, simplificado ahora como HCG), fundado en Londres en 1998 por
un grupo de investigadores internacionales (actualmente comprende más de un centenar
y medio de integrantes de hasta catorce nacionalidades distintas) con el objetivo
de esclarecer, a caballo entre la Begriffsgeschichte alemana y la historia de los discursos de Cambridge (de hecho, tanto Koselleck como
Skinner participaron en su gestación), los lenguajes de la política, sus procesos
de gestación y la evolución del léxico sociopolítico moderno europeo Conf. su web: https://www.historyofconcepts.net/
No cabe duda de que la recepción a través de estos y otros canales internacionales,
así como la proyección en los mismos de trabajos provenientes del ámbito español y
latinoamericano, han contribuido al crecimiento que esta corriente de la historia
intelectual conoce en nuestros días. Así quedó plasmado, ya desde la primera década
de nuestro siglo, en los dosieres monográficos que algunas de las más importantes
de nuestras revistas científicas consagraron a la historia de los conceptos: abrió
la estela Historia Contemporánea con un número doble especial (2003, 27; 2004, 28), y ese mismo año Ayer dedicó a la historia conceptual un número monográfico coordinado por Javier Fernández
Sebastián y Juan Francisco Fuentes (2004, 53), al que siguió otro especial en la Revista de Estudios Políticos (2006, 134). Todas ellas contaron con contribuciones tanto nacionales como internacionales,
con nombres de la talla de Melvin Richter, Sandro Chignola, Guillermo Zermeño, Pierre
Rosanvallon o los propios Quentin Skinner y Reinhart Koselleck, entre otros. Tras
el fallecimiento del historiador alemán, revistas del ámbito de la filosofía o las
humanidades se sumaron a esta lista con números especiales de homenaje: así lo hicieron
Isegoría (2007, 37), o Anthropos (
Más allá de todos estos encuentros y colaboraciones internacionales, y en consonancia con una creciente globalización de la historiografía (desde la historia comparada a la historia transnacional), surgieron propuestas que ambicionaban superar los tradicionales límites de los marcos nacionales a la hora de estudiar la formación de un vocabulario político moderno que, las más veces, tenía mucho de común. Aquella internacionalización que caracterizaba a los conceptos políticos de la modernidad, a los que paradójicamente acompañó un proceso de nacionalización de los discursos políticos, sugería ahondar en la línea de trabajos comparativos y cruzados que arrojasen nueva luz a la formulación, distintos usos y circulación de los nuevos vocablos político-sociales, más aún cuando el periodo que analizar (1750-1850) no respondía exactamente, ni con idéntico arraigo, a las fronteras de los Estados nacionales que buena parte de la historiografía ha venido aplicando de forma retrospectiva hasta fechas recientes.
La ambiciosa propuesta de un gran diccionario europeo de conceptos políticos y sociales,
no obstante, lanzada precisamente desde España y que se habría servido de la red del
HPSCG como plataforma
La Red Iberoamericana de Historia Político-Conceptual e Intelectual, conocida más
tarde con el nombre de Iberconceptos, surgió a partir del congreso que el HPSCG celebró en Río de Janeiro en 2004. Su primer
paso fue la creación de un foro virtual que acogió los nacientes debates transnacionales
en historia intelectual y, al calor de experiencias y culturas políticas más o menos
compartidas, puso en marcha los primeros proyectos conjuntos entre América Latina
y la península ibérica. Coordinado desde la Universidad del País Vasco por Fernández
Sebastián, y con la participación de más de setenta investigadores integrados en nueve
equipos de trabajo nacionales (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, España, México,
Perú, Portugal y Venezuela), el proyecto se puso como objetivo dar el salto desde
la experiencia del diccionario español a un lexicón que, con una aproximación comparativa,
pudiera recoger las distintas experiencias del ámbito iberoamericano y sus formulaciones
político-lingüísticas durante el transcurso de la crisis de las monarquías ibéricas
y la era de las revoluciones. Partiendo así de un vocabulario en buena medida compartido,
pero mediado por circunstancias políticas y sociales particulares de cada espacio
geográfico, se empezó a trabajar en torno a una decena de conceptos políticos fundamentales
(ciudadanía, constitución, liberalismo, nación, pueblo, república…) que evidenciaron las distintas modalidades, a veces fuertemente contrastadas (diferencias
de significación, o de cronología), de entender las prácticas, categorías e instituciones
de la nueva vida política en esa fase crítica de la historia, marcada por cambios
acelerados y un nuevo universo conceptual surgido en la tensión entre nuevas experiencias,
hasta entonces inéditas en la mayoría de los casos, y un abanico de expectativas que
se desplegaba sin fin
Aquel primer diccionario iberoamericano Fernández Sebastián (
A aquel primer diccionario iberoamericano de 2009 le siguió un segundo diccionario
(2014) que, modificando levemente su marco temporal (1770-1870), volvió a reunir
el estudio comparado de otros diez conceptos fundamentales, de la civilización a la
soberanía, divididos ahora en diez pequeños volúmenes. Desde entonces, una tercera
fase del proyecto (Iberconceptos III) ha optado por la descentralización (a través de la formación de nuevos grupos internacionales
en torno a áreas temáticas como el estudio de las traducciones, la temporalidad histórica
o los vínculos entre política y religión) y el abandono del formato de lexicón que
no ha estado exento de críticas metodológicas o limitaciones prácticas. Así, entre
las más recientes monografías publicadas a uno y otro lado del Atlántico vinculadas
al estudio de la historia conceptual por parte de los miembros integrantes de esta
red podemos destacar obras como Linguagens da identidade e da diferença no mundo ibero-americano ( Bastos Pereira das Neves et al. (
Y es que, la dificultad general para conectar las dos vertientes de la obra koselleckiana, teoría y práctica, y la separación a la que ha abocado su recepción en España en distintas áreas pese a la tan reivindicada interdisciplinariedad, y aun sin llegar a constituirse en barrera infranqueable, ha evidenciado a menudo los límites de la aproximación estrictamente histórica y metodológica, especialmente en lo que respecta al formato de diccionario (historia descriptiva de los usos de un término) y las decisiones prácticas que ello conlleva. Así, desde la propia selección (qué conceptos se recogen y cuáles se descartan) al hecho de presentar los conceptos desvinculados de sus contextos discursivos, ordenados alfabéticamente (esto es, no relacionados entre sí de acuerdo a familias léxicas y sin confrontar con sus respectivos contraconceptos o «conceptos asimétricos»), los problemas que presenta una herramienta lexicográfica de este estilo (para algunos, de mero carácter instrumental) se multiplicaron a la hora de cubrir todo el espectro del mundo iberoamericano o euroatlántico, evidenciando la tensión entre sus presupuestos teórico-metodológicos (que apuntaban a la transnacionalidad como marco de referencia) y la práctica del trabajo organizado en equipos de carácter nacional.
El trabajo de los historiadores conceptuales, tanto del lado peninsular como del lado
americano, no ha obviado, sin embargo, estos inconvenientes ni ha desechado la inmersión
teórica desde un enfoque crítico, lo que vendría a justificar, en buena medida, el
cariz de esta última fase de Iberconceptos. Así, por ejemplo, sin negar lo fecundo del análisis combinado con algunos de los postulados
de la escuela de Cambridge, Fernández Sebastián, director del proyecto, ya reivindicó
en el primer diccionario del mundo ibérico la pertinencia de volcar el producto de
la investigación en el formato de un diccionario centrado en conceptos desacoplados
del esquematismo de los lenguajes políticos (liberal o republicano), puesto que «los
conceptos no pertenecen a un modelo de discurso, sino que transitan entre ellos»
La necesidad de un diálogo permanente entre ambas dimensiones teórica y práctica,
que no son coto exclusivo ni de los estudios filosóficos ni del análisis histórico,
avanza así hacia una historiografía cada día más abierta a las cuestiones metahistóricas,
como la propia temporalidad, objeto de la historia y que moldea inexorablemente la
semántica de los conceptos. Trabajos como los de Elías Palti desde Argentina y, desde
este lado, los de Luis Fernández Torres o, en su vertiente práctica, el análisis de
los conceptos sociotemporales de decadencia y regeneración de Pablo Sánchez León Palti ( Capellán de Miguel (
Todo apunta a que la consolidación de la historia de los conceptos, tanto en el mundo
español y latinoamericano como en el resto del mundo, no sea una moda pasajera. Su
capacidad sobradamente probada para integrar la historia intelectual y lingüística
con la historia política y social hace de ella un campo de estudio particularmente
fecundo donde la última palabra aún no está dicha. Superadas las objeciones frente
al formato de diccionario, y aunque este sea un campo de trabajo que tampoco está
agotado, a falta de un gran diccionario europeo, de variantes regionales en lenguas
minoritarias que se apartan del modelo del Sattelzeit o pudiendo abrirse también a otras lenguas no-occidentales Ámbitos en los que ya han comenzado las investigaciones, de Corea a Turquía, y entre
las que destaca el trabajo de Fleisch y Stephens (
Ampliado el campo lexicológico, el espacio temporal, y abierto a la creciente globalización
de los saberes académicos que cada día hacen más asequibles los estudios comparativos
o transnacionales capaces de ofrecernos una visión más completa y variada, proliferan
del mismo modo los trabajos que abordan redes conceptuales y campos semánticos, ya
sea desde el ejemplo de las antinomias asimétricas o, como propone Fernández Torres,
la posibilidad de una historia diacrónica de conceptos que gire en torno a un único
problema teóricamente fundamentado Conf. Godicheau y Sánchez León (
Aquella visión platónica, que acostumbraba a atribuir a los conceptos (o ideas) una
suerte de atemporalidad, estabilidad y asepsia filosófica, ha quedado en todo caso
superada frente a la evidencia de su historicidad, maleabilidad y controversia. La
posición del propio historiador ha sido, a través de esta revisión, sometida a una
historización, haciendo de sus preguntas, sus categorías e interpretaciones algo transitorio, ya
que, tal y como afirmaba Gadamer, no existe el «presente», tan solo horizontes cambiantes
de futuro y pasado
La conciencia de la historicidad de la que todos somos cautivos, no obstante, no debe hacernos caer en el relativismo de todo conocimiento histórico. A aquel «veto de las fuentes» reivindicado como límite, Koselleck añadió el esbozo de una histórica entendida como una teoría de la historia capaz de dotarla de condiciones trascendentes de posibilidad. Sus límites ya señalados abren ahora una fecunda brecha por la que avanzar en el conocimiento teórico. Y es que la historia de los lenguajes y conceptos sociopolíticos sigue ayudándonos a comprender aquel mundo sobre el que se fundaron los cimientos de nuestro presente.
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