RESUMEN
La caída del poder del último ministro de Fernando VII, Francisco de Cea Bermúdez, marcó el final definitivo del absolutismo en España y fue el principio del proceso que llevó a la instauración de un régimen liberal en el contexto de la guerra carlista. Este artículo defiende que esta ruptura fue impuesta a la regenta María Cristina de Borbón por una fuerte corriente de opinión pública, canalizada por las redes familiares y de afinidad de la clase política de la monarquía, cuyos integrantes actuaron por convicción ideológica sincera de que una mayor representación de la nación era necesaria, tanto o más que por sus propios intereses. Asimismo, argumenta que el papel de los militares no fue específico y debe integrarse dentro de las redes propias de los funcionarios de la monarquía. Finalmente, el texto destaca el papel desempeñado por Francisco Javier Castaños y su sobrino Pedro Agustín Girón, marqués de las Amarillas.
Palabras clave: Liberalismo español; absolutismo; Cea Bermúdez; redes relacionales; cambio político.
ABSTRACT
The fall from power of Francisco de Cea Bermúdez, Ferdinand VII’s last minister, represented the definitive end of absolutism in Spain, and marked the beginning of the process which led to the liberal society, in the context of the carlist civil war. This article contends that this break-up was imposed to the regent María Cristina de Borbón by a strong movement within public opinion, channelled by the family and affinity networks in the «political class» of the Monarchy, whose members acted moved by a sincere belief that a better representation of the Nation was necessary, as much as by their own interests. It also argues that there were no specific role played by the military, integrated as they were within the functionaries. The part played by Francisco Javier Castaños and Pedro Agustín Girón is emphasized.
Keywords: Spanish liberalism; absolutism; Cea Bermúdez; networks of relationships; political change.
El 15 de enero de 1834, tres meses después de la muerte de Fernando VII, el último monarca absoluto, la reina gobernadora María Cristina de Borbón despidió al presidente del Consejo de Ministros, Francisco de Cea Bermúdez, que había sido nombrado por su difunto esposo y estaba decidido en no cambiar la estructura del régimen. En su lugar, María Cristina nombró al liberal Francisco Martínez de la Rosa.
Se afirmó muy a menudo que este cambio se debió al pronunciamiento por escrito de
dos generales: el capitán general de Cataluña Manuel Llauder y Camín, y el capitán
general de Castilla la Nueva Genaro Quesada y Arango, ambos movidos por su propio
interés. Tal planteamiento, que como veremos está en parte motivado por opiniones
políticas, no da cuenta de la complejidad de un momento que consideramos clave, ya
que puede considerarse como fecha de la ruptura definitiva con el absolutismo en España[2], a pesar de que la incipiente guerra carlista no garantizaba que lo fuera. Este artículo
intenta demostrar que la ruptura de enero de 1834 fue el resultado de una fuerte corriente
de opinión dentro de la sociedad española, canalizada por una parte de las elites
político‑administrativas del Estado monárquico[3]. Las redes de amistad y de parentesco jugaron un papel importante Imízcoz Beunza (
En consecuencia, considero que se debe matizar el papel de los militares en esta ruptura.
Contrario a planteamientos que sobrevaloran los pronunciamientos verbales de generales
como Quesada o Llauder Burdiel ( Calvo Maturana (
El cese de Cea Bermúdez debe, por lo tanto, considerarse como un punto de inflexión
de mayor entidad
Finalmente, se pondrá de relieve la importancia del factor político, en el sentido moderno de la palabra (ideológico), en la ruptura con el absolutismo. Los actores del cambio deseaban poner fin al statu quo y favorecían una amnistía amplia y la instauración de un régimen representativo y censitario. Al insistir en la dimensión ideológica del cambio, el texto busca resaltar la importancia de las convicciones personales de los actores, y no meramente una cuestión de intereses personales.
Las fuentes utilizadas son de diversa índole. Contamos con las memorias y testimonios
de varios actores implicados en los eventos: Javier de Burgos Pando y Fernández de Pineda, marqués de Miraflores ( La Parra López y Larriba ( Dedieu ( Este instrumento pensado para la Historia social del siglo xviii ayuda a la historia política del siglo xix.
En primer lugar, analizaremos el proyecto y la actuación política de Cea Bermúdez. Luego intentaremos mostrar que la oposición al ministro, aunque no fuera estructurada, adquirió, por el peso de las relaciones interpersonales, cierta cohesión interna en torno al Consejo de Gobierno establecido por el difunto monarca. Finalmente, nos centraremos en la cuestión de las convicciones que pudieron llevar a quienes componía la clase política de la monarquía a favorecer el cambio.
Francisco de Cea (o de Zea) Bermúdez (1779-1850) nació en una familia de comerciantes
malagueños vinculados a Antonio Colombí, cónsul general de España en San Petersburgo
e importante comerciante en el imperio ruso Salvo mención contraria, las informaciones sobre el personaje en: Fichoz, n.° 0017517A,
y Donézar Díez de Ulzurrun ( Su hija Gertrudis, I condesa de Colombí, se casó en 1832 con el hermano menor de Cea,
Salvador, secretario de la embajada de España en París (AGMJ, Conde de Colombí, Exp.
3275, doc. 11). El título recompensaba las gestiones de su padre.
Cea fue nuevamente nombrado primer secretario del Despacho en septiembre de 1832,
aunque solamente llegó a Madrid a finales de noviembre (con lo cual no tuvo parte
en el decreto de amnistía)
Antes de la muerte del rey, reemplazó a todos los ministros que parecían más favorables
a la integración de los liberales: José Cafranga (artífice del decreto de amnistía
del 15 de octubre de 1832), Juan Antonio Monet y, luego, Francisco Fernández del Pino.
Este último fue cesado el 25 de marzo de 1833, a los tres días del decreto aclaratorio
de la amnistía García Fernández y Casero Ángel ( Pando y Fernández de Pineda, marqués de Miraflores (
El estallido de la guerra carlista aumentó el rechazo a Cea, cuya gestión generó muchas
críticas. La guerra aceleró el cambio, al generar más crítica hacia el Gobierno. Con
la división del realismo entre partidarios de don Carlos y de la infanta Isabel, los
voluntarios realistas resultaban ser un peligro. Esta milicia había sido creada para
controlar la movilización popular a favor del rey y contrarrestar la falta de confianza
de este en su ejército Fontana ( Ibid.: 206.
Girón, marqués de las Amarillas (1978: 24).
Una vez muerto el rey, Cea quiso mantener el rumbo marcado por el difunto. El 4 de
octubre, María Cristina de Borbón, como gobernadora del Reino, publicó un manifiesto
redactado por Cea, en el cual el ministro reafirmaba su compromiso con el absolutismo:
«Tengo la más íntima satisfacción de que sea un deber para mí conservar intacto el
depósito de la autoridad real que se me ha confiado. Yo mantendré religiosamente la
forma y las leyes fundamentales de la Monarquía, sin admitir innovaciones peligrosas,
aunque halagüeñas en sus principios, probadas ya sobradamente para nuestra desgracia» Sobre la reputación positiva de Ofalia, véase Garrido Muro (
El nuevo ministro, antiguo afrancesado que había conseguido como muchos rehabilitarse
en la Década Ominosa gracias a sus relaciones con el banquero Aguado Luis ( Ibid.: 155.
En términos generales, en el ámbito diplomático, la política española se encontraba
en una situación muy compleja, sobre todo con respecto a Portugal. Cea Bermúdez mantuvo
la política seguida por Fernando VII desde 1828: defensa a ultranza del absolutismo
ultra encarnado por don Miguel, usurpador de su sobrina, en contra de las propuestas
más liberales encarnadas por su hermano mayor don Pedro, emperador de Brasil, e incluso
de las «intenciones constitucionales» del padre de ambos, João VI Véase Fernández de Córdova y Valcárcel ( Fernández de Córdova y Valcárcel (
Cuando consultó al Consejo de Gobierno para validar su política, Cea le preguntó cómo «[…] precaver a España de las inquietudes que pudiera causarle con sus instituciones, o su conducta, el Gobierno que por consecuencia definitiva prevaleciese en Portugal». Los consejeros contestaron criticando la falta de previsión del Gobierno español: la similitud de situación entre don Miguel y don Carlos, contra los derechos de sus sobrinas y sus opiniones ultras hubieran debido alertar desde años:
El carácter personal de Don Miguel, sus relaciones de familia; la influencia de las
princesas sus hermanas, la exageración de los principios que han profesado los inmediatos
y predilectos servidores de aquel Príncipe, habían hecho preveer [sic] muy de antemano
que la legítima heredera del Trono de España tenía siempre que recelar que los beneficios
dispensados al Señor Don Miguel por SM el Rey difunto podrían algún día convertirse
en daño de la Augusta descendencia de éste AHN, Estado, 906, Consejo de Gobierno, sesión extraordinaria del 13/11/1833.
Se desprende de la consulta del Consejo de Gobierno cierto escepticismo respecto a
las capacidades de Cea como diplomático. En su carta a la reina (15 de noviembre),
Miraflores compartía este escepticismo Pando y Fernández de Pineda, marqués de Miraflores (
Estos se volvieron cada vez más numerosos tras la muerte del rey. Según Javier de
Burgos, los que se oponían a la marcha del Gobierno eran poco numerosos, y se limitaban
a los liberales y a un puñado de ambiciosos en el Consejo de Gobierno y en la Corte.
Según el flamante ministro, «los pueblos veían esta marcha del gobierno con un entusiasmo
unánime. La Gaceta de Madrid, llena todos los días de disposiciones benéficas, era, por donde quiera, esperada con
impaciencia y devorada con ansias»
La oposición a la continuidad de Cea Bermúdez en el ministerio fue amplia, casi generalizada,
y proveniente de sectores distintos de la incipiente opinión pública y de las elites,
o mejor dicho, de lo que aunque se tratara todavía de un régimen de monarquía absoluta
puede llamarse la clase política española, en el sentido de «grupo ejerciendo un poder de hecho que puede ser más efectivo
que la soberanía»
Isabel Burdiel insiste sobre la «opacidad» que imperaba en la corte isabelina, la
cual impide desentrañar fácilmente las complejas maniobras políticas que ahí tenían
lugar Arias Teijeiro ( Moral Roncal (
Parte de la nobleza cortesana era favorable a un cambio político. En marzo de 1833,
el conde de Puñonrostro, Juan José Matheu Arias Dávila, sobrino político del general
Castaños Fichoz, n.° 0025095A y árbol genealógico.
No cabe creer en todos estos rumores, recogidos por Pizarro. Se llegó incluso a decir
que se iba a desterrar a Castaños por conspiración, lo que suscita el sarcasmo del
diarista Ibid.: 371.
Arias Teijeiro ( Pando y Fernández de Pineda, marqués de Miraflores ( AGP, Personal, 954/27, expediente personal del duque de San Fernando de Quiroga. Pando y Fernández de Pineda, marqués de Miraflores (
Ahora bien, parece claro que los cortesanos hostiles a Cea carecieron de una actividad
coordinada, y el ministro, al conseguir ganarse la confianza de María Cristina, no
tuvo demasiadas dificultades en desbaratar sus planes. No se sabe si Puñonrostro y
San Fernando se concertaron, ni si Fernández del Pino, muy cercano ideológicamente
y apreciado por la reina, les era afín. El marqués de Miraflores, el individuo más
destacado del grupo, mostró mucha actividad, y se entrevistó con la reina apenas muerto
el rey. Burgos recuerda con sorna: «No había pasado una hora después de la muerte
de su padre [de Isabel II] cuando Miraflores se presentó en palacio a indicar a la
reina viuda la marcha que, en su opinión, debía adoptar»
En todos casos, los cortesanos que se oponían a Cea en torno al duque carecían de
suficiente cercanía a la Reina, que prefería al duque de Alagón, antiguo favorito
de Fernando VII, quien ya no buscaba influir en política Pando y Fernández de Pineda, marqués de Miraflores (
En torno a estos, se agrupaba otra fracción cortesana enemistada con Cea Bermúdez.
El 5 de diciembre, el infante publicó un manifiesto criticando su poca participación
en el Gobierno y apuntando a que «[…] es curiosa que la causa de la reina está en
peor estado después de la jura y Cortes, que antes», según la paráfrasis de García
de León Ibid.: 435.
Archivo General del Ministerio de Justicia (AGMJ), Marqués de Casa Riera, Exp. 2225,
doc. 1, 3 y 4. Sobre Riera, véase Luis ( Burdiel (
Se desconoce el papel político desempeñado por Fernando Muñoz, de quien María Cristina
se enamoró y con quien se casó en diciembre de 1833. Sin embargo, sabemos que siempre
defendió posicionamientos involucionistas Burdiel ( García de León y Pizarro (
En total, la acción de los grupos cortesanos no fue en absoluto decisiva. Los partidarios cortesanos de una mayor apertura política no gozaban de una posición lo suficientemente firme como para influir mucho en los eventos. Además, las relaciones entre María Cristina y su ambiciosa hermana Luisa Carlota habían empezado a enfriarse. En realidad, la verdadera oposición a Cea vino de los funcionarios y del Consejo de Gobierno.
En su testamento, redactado en 1830, Fernando VII nombró un Consejo de Gobierno para
ayudar a María Cristina, reina gobernadora Sobre el Consejo de Gobierno, Montanos Ferrín (
No pudo menos de sorprenderme esta nueva contradicción en el carácter del difunto
Monarca o tan incontestable testimonio de la debilidad de su alma. Jamás en su vida
me confió la menor cosa, […] me nombra en un testamento cerrado, para ser uno de los
siete españoles en quienes al morir fía el Trono de su hija… y ¿qué sentimiento, qué
idea presidiría a tal elección? Probablemente, la de la confianza en la rectitud del
carácter de los elegidos, que su debilidad no le permitió emplear en vida, por la
contradicción que encontraría, porque los Reyes absolutos, mucho más cuando deben
su poder a las revoluciones de los pueblos, son esclavos del partido que los elevó
a su aparente omnipotencia Girón, marqués de las Amarillas (
Más que un miedo al «partido que lo elevó», esta decisión del rey y su designación
de individuos de opiniones diversas podría deberse a un intento de evitar la convocatoria
de instituciones representativas, creando una institución consultativa que representara
las distintas sensibilidades políticas bajo líneas estamentales (distinguía entre
eclesiásticos, Grandes, militares y magistrados). Este sorprendente Consejo sería,
pues, lo más lejos que el rey estaba dispuesto a llegar en términos representativos
Casi de inmediato, el Consejo de Gobierno se convirtió en el principal y más peligroso foco de oposición a Cea. En efecto, aunque meramente consultativo y manteniendo una actitud de respeto hacia la reina y la voluntad del difunto, los consejeros disponían de los medios de oponerse al ministro. Entre sus miembros, el arzobispo de México Pedro Fonte y los Grandes, el marqués de Santa Cruz y el duque de Medinaceli, no tuvieron una actividad destacada, pero los otros sí.
Los miembros más influyentes fueron, sin duda, Francisco Javier Castaños, flamante
duque de Bailén, y su sobrino Pedro Agustín Girón, marqués de las Amarillas. Ya vimos
que Castaños tenía malas relaciones con Cea. Sin embargo, era conocido su oportunismo
y su voluntad de evitar los problemas. García de León recoge un pequeño diálogo que
tuvo con él y manifiesta esta actitud: «Castaños, al salir, me dijo muy fino: “Amigo,
aprenda usted a gobernar”; yo le respondí: “Y a perder buenas causas”; le dije que
él tenía años, pero no era viejo; yo tenía años y estaba inútil, etc.; me dijo: “Es
que usted toma las cosas demasiado acaloradamente; lo que no se puede remediar, dejarlo
correr” etc.» Girón, marqués de las Amarillas ( Sus enemigos percibían muy bien que el prestigio de Castaños dependía de su condición
de vencedor de Bailén, que intentaron arrebatarle: Burgos (
El Gobierno en su comunicación no me mandó, como hubiera debido, ponerme «al instante
en camino», sino que «me preparase a marchar», y nombró para reemplazarme al general
Quesada; este se negó a obedecer, y se retiró al pueblo de Pinto, cercano a Madrid,
lo que hizo fuese más larga mi detención en Andalucía […]. No me adelantaré a asegurar
que fue torcida la intención del Gobierno en dar lugar a esta detención, pero los
celos que el Ministerio, y en particular su jefe, Zea, mostró después del Consejo
y señaladamente de mí, dan lugar a la sospecha Girón, marqués de las Amarillas (
De hecho, Cea y Burgos pensaron cortocircuitar la posible oposición del marqués nombrándole
ministro de Guerra y llevando a José de la Cruz, ministro del ramo, al Consejo, del
que era suplente. Amarillas aceptó el Ministerio con la condición de que pudiera seguir
asistiendo al Consejo, lo que era justamente lo que Cea no quería. Un acuerdo entre
el ministro y los consejeros de Gobierno llevó al nombramiento de Antonio Remón Zarco
del Valle, un general cercano a Amarillas y sobre todo a Castaños, el 16 de noviembre
de 1833 Fernández de Córdova y Valcárcel (
Castaños y Amarillas fueron los principales opositores a Cea dentro del Consejo de
Gobierno, pero no los únicos. El consejero liberal Nicolás María Garelly, antiguo
ministro de Gracia y Justicia con Martínez de la Rosa en 1822, manifestó también pronto
su disconformidad: el 29 de octubre, presentó una memoria al Consejo en la cual criticaba
la forma con la que se había marginalizado el Consejo en el primer mes de su existencia AHN, Estado, leg. 906, sesión del 29/10/1833, memorial de Garelly. Girón, marqués de las Amarillas ( AHN, Estado, leg. 906, sesión del 26/11/1833. Ibid., sesión extraordinaria del 12/12/1833.
En cuanto llegaron todos sus miembros (finales de octubre), el Consejo de Gobierno aprovechó cualquier ocasión para manifestar su falta de confianza respecto a Cea y su política. La consulta sobre los asuntos de Portugal (13 de noviembre) está llena de críticas medianamente veladas:
[…] si se escuchase el voto libre e imparcial de los tres Estados de una Nación amante
de sus Príncipes [Portugal], de su independencia y de su religión, y que recuerda
sus antiguas franquicias, es muy verosímil que de esta fuente más pura podrían nacer
instituciones saludables capaces de restablecer y consolidar el orden, de curar las
llagas causadas por años de extravío y de exageración, y de consolidar un Gobierno
vigoroso e ilustrado capaz de inspirar confianza a sus vecinos Ibid., sesión extraordinaria del 13/11/1833.
Este llamamiento a colaborar con miembros moderados del círculo de don Pedro, cobra
bastante fuerza cuando se recuerda que este y algunos partidarios de su hija inspiraban
mucho recelo en toda Europa. El mismo Gobierno británico les juzgaba demasiado agitados:
hay cierta audacia en las recomendaciones del Consejo de Gobierno
El Consejo tenía en sí poco poder, ya que Fernando VII solo le otorgó una función
consultativa. Pero al nombrar entre sus miembros personas de gran influencia y contactos,
creaba la posibilidad de un potente foco de oposición al Ministerio. Castaños y Amarillas
tenían relaciones de parentesco y de amistad con buena parte de los cortesanos que
se oponían a Cea (San Fernando de Quiroga, Puñonrostro Fichoz, genealogía de Francisco Javier Castaños; Girón, marqués de las Amarillas
( Fichoz, n.° 0023075A; Girón, marqués de las Amarillas ( Fichoz, n.° 0018960A y 0010348A.
La oposición del Consejo de Gobierno y sus miembros se conocía, y debió alentar la de otros individuos. El manifiesto de Miraflores del 15 de noviembre criticaba la debilidad institucional en el que el Ministerio había dejado el Consejo de Gobierno:
¿Son, en fin, hechos, la completa y absoluta nulidad en que se halla la preciosa institución
del Consejo de gobierno, legado grande y generoso del Rey difunto, que la historia
calificará como el acto más digno de su precioso reinado? ¿Es un hecho que la infracción
del testamento del Rey sería un crimen que la nación que respeta y acata a última
voluntad de su soberano, calificaría como un delito de alta traición? Pando y Fernández de Pineda, marqués de Miraflores (
En el mismo sentido se expresó Llauder. En su exposición a la Reina del 24 de diciembre de 1833, empieza reclamándose de Castaños:
Gráfico 1.
Cuadro parcial de las relaciones de afinidad entre los principales actores políticos (1833)
Fuente: elaboración propia.
[…] En los destinos subalternos que he desempeñado, mi responsabilidad ha descansado
siempre en la de los gefes superiores a cuyas órdenes he servido, pero en los destinos
superiores mi deber es de otra importancia, y bastarían para convencerme de toda la
extensión de mi responsabilidad las aprobaciones que he recibido del mismo gobierno
[…] en haber tomado sobre mí varias medidas que algunos meses antes se me prohibían
[…] así como expresarme el presidente del Consejo Real, duque de Bailén, que mi previsión
y resolución en no conformarme con las órdenes que se me comunicaban por el ministro,
había salvado a esta provincia y servido de apoyo a la causa de Isabel II
Pizarro, a su amarga manera, valora la existencia del Consejo de Gobierno preguntándose
cómo pueden soportar a Cea Bermúdez Ibid.: 449).
El gráfico siguiente recoge el peso de las relaciones personales tejidas por los dos hombres entre la clase dirigente española del momento. Los individuos que aparecen en este gráfico representan los actores que aparecen a menudo en las fuentes manejadas. Podemos comprobar que en torno a Castaños y Amarillas se forma uno de los principales nudos en las redes de afinidades vinculando a los protagonistas del momento.
Cea Bermúdez entendió a finales de otoño de 1833 que su posición se tambaleaba peligrosamente. Intentó entonces reconciliarse con el Consejo de Gobierno, con propuestas de asociarle de manera plena al gobierno diario, lo que este rechazó. Sin embargo, pareció que durante el mes de diciembre las relaciones entre Gobierno y consejo mejoraron. En estas circunstancias, el duque de San Fernando se quejó de haber quedado aislado por esta «conciliación». En realidad, era una impresión engañosa y Cea debió de adivinarlo si se tiene en cuenta la manera con la que reaccionó a las quejas de los capitanes generales.
Los títulos de Castilla concedidos a Riera (marqués de Casa Riera) y a Quesada (marqués
de Moncayo) en diciembre de 1833 y a principios de enero de 1834 fueron probablemente
un intento de suscitar la adhesión de los agraciados. En el caso de Quesada, la maniobra
resulta clara: el general estaba molesto por la pérdida de su empleo de comandante
de la Guardia de Infantería, resentido contra Cea por su alejamiento de la Corte,
había rechazado la Capitanía General de Andalucía y aceptado la de Castilla la Vieja
a regañadientes. Con un título cuyo decreto de concesión no escatimaba en cuanto a
elogios de su lealtad y actividad en Vieja Castilla AGMJ, Marqués de Moncayo, Exp. 1404, doc. 1.
Al mismo tiempo, Morillo, Rodil, Anglona y Ezpeleta manifestaron su oposición. Algunos
días antes, Llauder había llamado en una exposición a la reina a la convocatoria de
Cortes, y al cese de Cea, quien «[…] se ha hecho ya tan impopular que compromete la
tranquilidad y mina el trono de Isabel II» Ibid.: 203.
Ante las críticas de los capitanes generales, el Gobierno pidió al Consejo de Gobierno
que condenara la exposición de Quesada. No las otras, ya que Quesada había sido más
destemplado Ibid.: 204.
El Consejo […] estará siempre muy distante de apoyar que se hagan innovaciones peligrosas
o que se emprenda la carrera azarosa de los experimentos políticos o la desviación
sustancial de las leyes fundamentales de esta Antigua Monarquía; pero está persuadido
al mismo tiempo de que la fiel observancia de ellas es lo que en las actuales circunstancias
puede conciliar los ánimos, evitar los trastornos, [extirpar] cualquier funesto germen
de revolución que pueda existir […]. Puntos de tamaña importancia requieren para su
pronto y feliz terminación de un modo solemne e irrecusable, la reunión del Reino
en Cortes según las leyes, usos y costumbres de esta Monarquía […]. No puede pues
ser depresivo para la Autoridad Soberana lo que es arreglado a las leyes, usos y costumbres
de esta Monarquía; y en cuanto a la manera de reunir las Cortes si después de meditado
el punto con el pulso y madurez que exige su importancia se creyese oportuno hacer
alguna mejora o modificación, atendida la diferencia de épocas y circunstancias, tampoco
lo resistirían las leyes fundamentales ni la práctica de los siglos […]. Estas medidas
[…] serían muy conformes a las intenciones manifestadas por el Señor Rey difunto en
su Real Decreto de 4 de Mayo de 1814 AHN, Estado, leg. 906, sesión extraordinaria del 13/01/1834.
Burgos abandonó a Cea a su suerte: afirma que fue suya la idea de consultar al Consejo,
sabiendo que no iba a apoyar al presidente del Consejo, lo que provocaría su caída.
Parece que buscaba llegar a presidente del Consejo con algunos ministros liberales,
aunque se presenta en sus Anales como un estadista desinteresado
De esta forma, aunque manteniendo las formas, se impuso a la reina un cambio político
que no deseaba, pero que aceptó al entender que los manifiestos de los capitanes generales
eran la punta visible de un movimiento de oposición generalizado en la opinión pública
y en los círculos de poder en contra de Cea. María Cristina le mantuvo su aprecio:
siguió recibiéndolo con los ministros Íd. Cea Bermúdez (
Cabe ampliar la vista más allá del círculo de los políticos madrileños y de los funcionarios y militares. ¿Qué podemos decir del estado de la opinión pública en los meses que siguieron a la muerte de Fernando VII?
No se trata en este apartado de hacer una nueva investigación sobre la opinión pública
en 1833-1834, lo cual merecería un trabajo por sí solo. Este apartado será, por tanto,
breve dentro del marco analítico propuesto por historiadores que estudiaron detenidamente
el tema: desde M. Agulhon, respecto a la politización de las clases populares, hasta
Javier Fernández Sebastián y Gonzalo Capellán Fernández Sebastián y Capellán ( De la Guardia Herrero (
En su afán apologético, Javier de Burgos parece contradecirse: afirma que se veía
con aprobación universal la actuación del Gobierno (o más bien la suya propia) y,
más adelante, habla de la «animadversión general, sostenida por una prensa que ni
la censura previa, ni el rigor contra los escritores turbulentos bastaban a contener» Ibid.: 415-416.
En cuanto a la actitud de las elites y clases medias o «acomodadas», por emplear un
término contemporáneo, las fuentes muestran en mayor o menor grado un descontento
con el statu quo que encarnaba Cea, tanto en Madrid
Así, no se puede considerar que la caída de Cea Bermúdez fuera consecuencia de un suave pronunciamiento escrito de Llauder y Quesada. Tampoco se trató únicamente del resultado de maniobras internas de la clase dirigente, desconectadas del conjunto de la sociedad española. Al contrario, se podría decir que estos dirigentes se identificaban con las elites del país en un sentido más amplio, deseosas de ensanchar su participación en los asuntos políticos y de favorecer una lucha más eficiente contra las partidas carlistas, consideradas como facciosas y ladrones.
Javier de Burgos, quince años después de los eventos, consideraba en sus Anales que el cambio de 1834 se debía esencialmente a la ambición de unos pocos intrigantes
movidos por su interés propio: Amarillas, Castaños, Llauder y Quesada. El viejo afrancesado
negaba toda dimensión ideológica al cese de Cea Bermúdez, aunque consideraba que la
agitación de los liberales (turbulentos, ambiciosos, inexpertos o todo a la vez, afiliados
a sociedades secretas) había sido una causa importante de la rebelión carlista, la
cual, aparentemente, no hubiera llegado a tanto sin los alborotos liberales
Ahora bien, el desencanto respecto al régimen liberal español pudo llevar a que parte
de la historiografía siguiera el planteamiento de Burgos, cuya influencia en la interpretación
del cambio de 1834 resulta importante, e insistiera en el papel determinante de los
«personalismos» Girón, marqués de las Amarillas ( Ibid.: 196-197.
La explicación de tanta inquina es simple: la escuela tradicionalista apareció durante la dictadura franquista, la cual trataba, implícitamente, de justificar la época de Fernando VII aminorando su represión, y haciendo de la política liberal un juego mediocre de ambiciones personales. Comentando este posicionamiento historiográfico, Carlos Marichal escribe:
De acuerdo con algunos historiadores, este golpe de estado palaciego [la caída de
Cea Bermúdez] fue sencillamente el resultado de la conspiración del clan de los aristócratas
moderados y de los «pashás» militares para deshacerse de un alto funcionario dogmático
que resultaba molesto para sus intereses. Este análisis de la crisis política de 1833
es correcto pero superficial, ya que no da suficiente importancia a la profundización
de la escisión dentro de las clases dominantes en su conjunto y a través de todo el
país
El problema es que estos planteamientos, que ya criticó en su tiempo M. Artola
Al contrario, factores ideológicos, políticos en el sentido moderno del término, determinaron
el desenlace de la crisis gubernamental abierta por la muerte de Fernando VII. La
manera en la que se debía ejercer el poder tras la desaparición del Deseado era un
tema fundamental. Antonio Calvo Maturana recuerda que no hubo total ruptura en la
clase política de la monarquía antes y después de 1808, y los militares, funcionarios
y eclesiásticos que ejercían parte del poder se vinculaban ideológicamente a la Ilustración:
el servicio a la nación iba substituyendo paulatinamente el servicio al rey, y el
concepto de «buen ciudadano» al de «buen vasallo» Ibid.: 188-211).
El rechazo de Cea Bermúdez a cualquier transacción con la idea de una representación
nacional precipitó su cese. Ahora bien, no es pequeña paradoja que el propio Cea formara
parte del grupo que tanto contribuyó a su caída, el de la clase política de los últimos años del absolutismo. Las fuentes demuestran que el llamamiento a una
convocatoria de Cortes tenía amplia aceptación entre ella, bajo los presupuestos tradicionales
pero «[…] si después de meditado el punto con el pulso y madurez que exige su importancia
se creyese oportuno hacer alguna mejora o modificación, atendida la diferencia de
épocas y circunstancias, tampoco lo resistirían las leyes fundamentales», como escribió
el Consejo de Gobierno AHN, Estado, leg. 906, sesión extraordinaria del 13/01/1834.
Años más tarde, amargado por la desviación revolucionaria que supuso para él la desaparición del Estatuto Real de 1834, el marqués de las Amarillas no renegaba de su compromiso representativo de 1834:
Es menester convenir en que todos deseábamos las Cortes por Estamentos, o lo que es lo mismo, un Gobierno representativo con dos Cámaras, la una elegida libremente por el pueblo y la otra, parte hereditaria, parte electiva por el Rey […] porque nos persuadimos, y yo el primero que, después de las tormentas pasadas, éste y no otro podía ser el puerto de nuestra salvación. El ministro Zea se había manifestado abiertamente opuesto a todo lo que no fuera un Gobierno absoluto, si bien de progreso e ilustración, y todos deseábamos su salida como indispensable para el establecimiento del nuevo orden de cosas que se apetecía.
Los reformadores nos parecíamos en eso a los revolucionarios, y nuestra necia buena
fe y la pureza de nuestras miras hicieron su juego. Nosotros queríamos una Carta otorgada por la Reina, para cerrar, como dijo Luis XVIII de Francia, el abismo de las revoluciones […] Girón, marqués de las Amarillas (
El marqués no era el único en desear una apertura política: el anciano Puig, a pesar
de ser el exdecano del Consejo de Castilla, institución clave del entramado jurídico
del Antiguo Régimen, quería también que se convocaran Cortes, en acuerdo con las antiguas
leyes fundamentales del reino. Se integraba en una potente tradición historicista
en España, que utilizaba la historia y una reconstrucción idealizada del pasado medieval
para justificar el fin del absolutismo y un sistema representativo y restringido Martínez Marina (
Castaños, que no tenía la cultura jurídica de su sobrino, encajaba en este tipo de
posicionamiento. Mantuvo a lo largo del reinado de Fernando VII unas opiniones ilustradas
y de tolerancia que apuntan a que no veía con malos ojos un sistema representativo
que no fuera la Constitución de Cádiz. En 1817, intentó influir al Gobierno en favor
de la abolición de la trata de negros, tan decididamente que sorprendió a García de
León y Pizarro, a la sazón ministro AGP, Reinados, Fernando VII, Papeles reservados de Fernando VII, tomo 13, f. 394-435,
consulta a los capitanes generales sobre posibilidad de amnistía. Respuesta de Castaños
20/06/1817.
Arias Teijeiro ( Girón, marqués de las Amarillas (
Ahora bien, si los manifiestos de Llauder y Quesada fueron siempre considerados como
determinantes, quizás fue porque, a diferencia de los miembros del Consejo de Gobierno,
de quienes se esperaba un llamamiento a convocar Cortes, su intervención era sorprendente.
Es cierto que ambos eran «conocidos por su dura antipatía a la libertad, y por el
vigor e incansable celo con que habían contribuido al triunfo del absolutismo en 1823» Girón, marqués de las Amarillas (
No se debe subestimar la importancia de las convicciones políticas de la clase dirigente
en la ruptura de 1834, impuesta a una Corona fragilizada que hubiera preferido quedarse
con Cea. Esta clase era la heredera de la de la Ilustración y del reinado de Carlos
IV, y en estas elites había calado un discurso político en el que el soberano gobernaba
en colaboración con sus fieles funcionarios. En palabras de A. Calvo Maturana: «El
llamado Despotismo ilustrado fue un proyecto de gabinete cuyos miembros crecieron
de forma cualitativa y cuantitativa hasta el momento en que pudieron quedarse el poder
y repartirlo censitariamente»
Ahora bien, tampoco se debe pecar por idealismo. Miraflores presenta su papel subsiguiente,
su nombramiento como embajador en Londres, como un sacrificio patriótico: se fue de
ministro plenipotenciario, cuando como grande de España le correspondía el rango de
embajador Pando y Fernández de Pineda, marqués de Miraflores ( AGP, Personal, 954/27, expediente del duque de San Fernando de Quiroga. AGP, Personal, 16762/26, expediente de Pablo Morillo, conde de Cartagena y marqués
de la Puerta.
Pierre (
He intentado mostrar en este trabajo que la ruptura con el absolutismo en enero de 1834 fue un evento de gran importancia, impuesto a la reina por una amplia corriente de opinión pública, canalizada por las elites administrativas de la monarquía, organizadas en redes familiares y de amistad, cuyo principal núcleo giraba en torno a Francisco Javier Castaños y Pedro Agustín Girón. No se debió, por lo tanto, a la ambición de unos pocos individuos. La interpretación del cambio como producto de personalismos, cuya génesis encontramos en el relato de Javier de Burgos, oscureció el verdadero alcance del cambio llevado a cabo el a principios de 1834
El cese de Cea Bermúdez fue impuesto a María Cristina en la medida en que se le hizo entender respetuosamente que debía ensanchar su base de apoyos. Los protagonistas de esta ruptura con el absolutismo, no por blanda menos definitiva, fueron militares y funcionarios del aparato estatal, envalentonados y convencidos de que, al rechazar el statu quo, tenían el apoyo de amplios sectores sociales de la nación, y en la que los partidarios de un giro representativo y una alianza con el liberalismo eran muy numerosos.
La defensa de los intereses propios y la de las convicciones políticas no es necesariamente contradictoria. El cambio que quisieron implementar era favorable a los intereses de las elites, aristocráticas y de clase media, en el sentido que se daba a la palabra en aquella época, se parecía al régimen inglés antes de la reforma de 1832, donde Wellington, amigo de Castaños y Amarillas, llegó a ser primer ministro.
Fueron sectores tradicionales que impulsaron el cambio (cortesanos, aristócratas y
funcionarios), convencidos de que el absolutismo era un callejón sin salida Marichal (
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