La historia del siglo xx ha estado marcada por dos guerras mundiales, nacionalismos agresivos y la extensión del principio de nacionalidad como fundamento de las relaciones internacionales y de legitimidad de sus unidades políticas básicas, los Estados. Pero no es esta el único eje sobre el que se ha desplegado la historia humana del pasado siglo. Acompañando al nacionalismo, a veces en reacción, a veces fusionado con él, el siglo xx también vivió la proliferación de redes transnacionales que aspiraban a crear formas cooperativas de organización internacional bajo paraguas más o menos institucionalizados. Los historiadores han avanzado mucho en las últimas décadas en el conocimiento de esas redes internacionalistas y su contribución a dar forma a nuestro mundo. Sin embargo, apenas conocemos el papel de los actores españoles en el panorama internacionalista del siglo xx. Por ello, el trabajo de José Ramón Rodríguez Lago sobre Salvador de Madariaga y su protagonismo en los orígenes de lo que el autor acertadamente denomina «mundialismo» resulta un aporte pionero que abrirá el camino hacia futuras investigaciones en este campo.

Rodríguez Lago ha elaborado una sólida narrativa, basada en una variedad y riqueza de fuentes que solo se puede calificar de impresionante. Esa evidencia empírica le permite al autor ofrecer en toda su complejidad el panorama de la red de políticos, académicos, intelectuales, feministas, hombres y mujeres de diversas iglesias, sobre las que Madariaga se apoyó para impulsar su proyecto de construcción de una ciudadanía mundial. World Citizen sigue la trayectoria del diplomático español desde finales de la década de 1920, cuando el desencanto con el funcionamiento de la Sociedad de las Naciones le encaminó hacia una propuesta que trascendiera lo meramente institucional para centrarse en la propagación a escala mundial de un espíritu cosmopolita, hasta los años cincuenta, cuando el protagonista del libro abjuró de esos principios universalistas y se transformó en otro más de los Cold Warriors abrazando la causa atlantista.

El contexto, sin duda, marcó las posibilidades del proyecto mundialista, siempre enfrentado a crisis de enormes dimensiones: la Gran Depresión, el ascenso del nazismo, la Guerra Civil en España o, finalmente, la Segunda Guerra Mundial. Pero como muestra bien Rodríguez Lago, las vinculaciones personales de Madariaga, sus afectos y odios, el funcionamiento de sus redes transnacionales (que el autor releva con paciente minuciosidad) fueron igualmente importantes para que la empresa mundialista pudiera tener alguna repercusión. De esas conexiones dependían aspectos claves como conseguir dinero (por ejemplo de las fundaciones filantrópicas estadounidenses), acceder a ciertos foros y espacios de poder o difundir el mensaje mundialista entre los medios de comunicación más influyentes.

Hay que poner entre los méritos más destacados del libro el haber desentrañado el papel de dos tipos de actores en la construcción de estas redes transnacionales mundialistas. En primer lugar, los movimientos religiosos y espirituales, en su mayoría de matriz protestante, pero no exclusivamente, con los que Madariaga se vinculó. Este vínculo reforzó las preferencias propias del intelectual gallego y marcó el tono idealista (no en el sentido peyorativo con el que empleó este término la teoría realista de la relaciones internacionales, sino en el de su obsesión con la cuestión de educar conciencias y espíritus) que caracterizó al movimiento mundialista. En segundo lugar, las mujeres que ofrecieron su colaboración o amistad a Madariaga, como bien muestra Rodríguez Lago, fueron cruciales en muchos aspectos para que el proyecto mundialista siguiera funcionando. La norteamericana Ruth Cranston o la propia esposa de Madariaga, Constance Archibald, fueron fundamentales para construir redes con destacadas personalidades políticas e intelectuales en Estados Unidos o Gran Bretaña, respectivamente, sin las que el proyecto mundialista no podría siquiera haber despegado.

La mirada de Madariaga sobre lo que Estados Unidos podía ofrecer a Europa, en particular, y a la configuración de una nueva sociedad cosmopolita, en general, es otra de las contribuciones significativas de World Citizen. Aunque un trotamundos incansable, Madariaga era plenamente consciente de que en la gran potencia americana se jugaban muchas de las oportunidades de que el movimiento mundialista cuajara. Rodríguez Lago plantea de manera precisa esta cuestión. Más discutible resulta, no obstante, su repetida caracterización de la posible oposición al mundialismo en Estados Unidos como parte de la fuerza del aislacionismo norteamericano. Como ha mostrado de manera convincente la producción historiográfica reciente (por ejemplo, el excelente libro de Stephen Wertheim, Tomorrow the World), el aislacionismo es más una construcción de la época de Franklin D. Roosevelt, orientado a legitimar la intervención de Estados Unidos en la guerra, que una auténtica tradición política norteamericana.

En cualquier caso, los viajes transatlánticos de este libro siguiendo al propio Madariaga son otro de sus aportes más destacados. En las conclusiones de la obra, Rodríguez Lago elabora una sugerente comparación entre el presidente norteamericano Woodrow Wilson y Madariaga. Ambos, sostiene el autor, compartían un mundialismo «más pensado en términos morales cuando no bíblicos que contractuales». No era lo único que compartían el estadounidense y el español. Ambos estaban imbuidos de una visión elitista, por el que la transformación de los espíritus a la que aspiraban pasaba por el predominio de una opinión pública entendida de forma restringida. Ambos, por razones diferentes, criticaron el imperialismo: Wilson porque lo entendía como una criatura del antiguo régimen europeo, de una forma de hacer política que pertenecía al pasado; Madariaga, quizás, porque lo comparaba con una labor más espiritual que le había correspondido en el pasado a España. En cualquier caso, la denuncia del imperialismo y su reemplazo por un nuevo orden mundial ¿implicaba necesariamente el abandono del imperio? La evolución personal de Madariaga, que Rodríguez Lago traza de manera iluminadora en World Citizen, es sin duda un buen punto de partida para repensar esta pregunta.