RESUMEN
Hegel se sitúa en la tradición del realismo político. Así nos lo mostraría su perspectiva para abordar la realidad política. No obstante, la condición filosófica de su obra, su sistema filosófico con pretensiones de abarcar la totalidad de lo real, destinado a un fin superior —la realización del espíritu absoluto en la historia—, acaba estrechando su politicismo. Y es que será la teleología histórica la que merme su concepción realista de lo político, pues esta mirada apuesta por una contingencia en la temporalidad histórica que, como en Maquiavelo o Spinoza, no determina la historia a un telos. Explorar estas tensiones entre el Hegel más político y el más filosófico, mostrar algunas de sus ideas adscritas al realismo político, así como exponer su intento de articular la libertad de los antiguos con la de los modernos, lo particular con la unidad sustancial, serán los objetivos de este breve acercamiento.
Palabras clave: Hegel; realismo político; teleología; burgués; Estado.
ABSTRACT
Hegel situates himself within the tradition of political realism. This is evident in his perspective for addressing political reality. However, the philosophical nature of his work, his philosophical system with aspirations to encompass the totality of the real, destined for a higher purpose —the realization of the absolute spirit in history— ultimately narrows his political focus. The historical teleology, in particular, diminishes his realistic conception of the political, as this perspective advocates for a contingency in historical temporality that, as in Machiavelli or Spinoza, does not determine history toward a telos. Exploring these tensions between the more political Hegel and the more philosophical one, highlighting some of his ideas aligned with political realism, and presenting his attempt to reconcile the freedom of the ancients with that of the moderns, the particular with substantial unity, will be the objectives of this brief exploration.
Keywords: Hegel; political realism; teleology; bourgeois; State.
Escribía Xavier Zubiri en el siglo pasado que «la madurez de Europa es Hegel» y que «toda auténtica filosofía comienza hoy por una conversación con Hegel» (Zubiri, 1955: 209). Más de medio siglo ha transcurrido desde esta sentencia, quizá excesiva, y, sin embargo, no se ha visto del todo desgastada por el discurrir de los años. Queramos o no, su filosofía ha sido discutida y repensada por muchos de los pensadores del presente. Además, sus categorías sobre el mundo han sufrido embestidas en la facticidad occidental desde la Segunda Guerra Mundial que aún vuelven más necesaria su relectura. Sin duda alguna, nuestra época no es la de Hegel. Sin embargo, sus secuelas están presentes, tanto en el desplazamiento de sus categorías en la materialidad del mundo y su espíritu como en la reflexión del hoy. Así, nos encontramos ante dos cuestiones que le ponen de actualidad: la de la crisis desde hace décadas —al partir de la crisis cultural de finales de los años sesenta del pasado siglo y la llegada de la posmodernidad— de algunas de las categorías sociales y políticas con las que Hegel pensó la modernidad; y la del ejercicio reflexivo de la realidad con el filósofo alemán por parte de bastantes teóricos contemporáneos, pese a que su mundo ya no sea el nuestro.
En cuanto a lo primero, la subjetividad desafiante al orden burgués occidental y al sistema soviético —ambos asentados en el modo de producción fordista y en un Estado fuerte, sea keynesiano o socialista—, que fue Mayo del 68, atacó la descriptiva hegeliana del mundo. Pensemos como el viejo Hegel, convertido en mandamás de la universidad alemana en Berlín y vuelto pensador del orden establecido (Safranski, 2020: 217), en los Fundamentos de la filosofía del derecho sienta las bases de la modernidad burguesa, de esa madurez europea que diría Zubiri (1955: 209), mediante sus nociones de familia, sociedad civil y Estado, formuladas dialécticamente (Hegel, 2017a). Es ante esta cosmovisión contra la que, indirectamente, se lanza el ataque de finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo xx, que sentará algunas de las bases del espíritu de época posmoderno. La familia tradicional burguesa fue puesta en cuestión por la contracultura y el feminismo. De igual manera la sociedad civil —bürgerliche Gesellschaft—, identificada con el mercado y sus relaciones individualistas —donde el sujeto es arrojado después del lecho familiar y se convierte en individuo—, fue desbordada por unas subjetividades juveniles de época que renegaban no solo del trabajo fabril, sino de la mercantilización que se producía en distintas esferas de la vida social. Por último, el Estado, «la realización del espíritu en la existencia» (Hegel, 1971: 45), donde el burgués se constituye en ciudadano, ha sido objeto de críticas debido a la burocratización que genera y por considerársele instrumento para la dominación según una gran cantidad de movimientos sociales críticos, por no mencionar la merma que ha sufrido en sus atributos durante la última globalización[2]. En definitiva, el significado de las categorías hegelianas sobre la realidad social es desbordado por las transformaciones que suponen la posmodernización y las nuevas subjetividades que la acompañan.
Además, en el pensar contemporáneo nadie parece abogar por sus recetas políticas de una manera estricta. Las exigencias que supondrían para el individuo de llevarse a cabo dichas pretensiones desbordarían el material humano con el que está constituido en nuestro mundo líquido. Lo que pretendemos señalar es que, incluso para los partidarios de Hegel, la idea de un ciudadano comprometido con las virtudes públicas —pensado por el filósofo germano a modo de imitación del de la polis griega (Gleen Gray, 1941)—, puesto en contraposición al burgués ocioso y egoísta, parece descartada en las condiciones sociales del presente, al ser difícil la configuración de unas subjetividades que puedan encarnar ese ideal de una ciudadanía fuerte. Tampoco su concepción teleológica parece quedar en pie tras la disolución de la fe ciega en un telos histórico, como propugnaron después de él las religiones políticas seculares con su componente salvífico (Voegelin, 2014), ni la visión de un progresivo conocimiento de la totalidad de lo real, mediante el despliegue del espíritu absoluto en la historia, queda a salvo con la crítica posmoderna (Lyotard, 2016). En este sentido, como señalaba Jean Michel Palmier hace medio siglo, «el hegelianismo ha muerto» (Palmier, 1971:7). Efectivamente, nadie parece abogar hoy en día por un hegelianismo stricto sensu. Pero, como indica otra vez el propio Palmier, «su derrumbe es un mundo, el mundo que nosotros vivimos» (íd.), pues la posmodernidad ha encarnado la crisis de esa madurez europea que es Hegel. Su defunción no solo se debería, en su descriptiva de lo social, a la crisis de la tríada conceptual, familia, sociedad civil y Estado, sino a que nuestra contemporaneidad occidental supone también el rechazo de sus ideas de totalización política y búsqueda de una teodicea que, realizada en la historia, lleve necesariamente a la consecución de la libertad y al conocimiento absoluto de la totalidad de lo real.
Sin embargo, y he aquí la segunda cuestión de su actualidad, paradójicamente, este
mundo poshegeliano es reflexionado con él. A favor suyo, nutriéndose de su filosofía
algunos pensadores para pensar el presente, o en contra, rechazando el espíritu de
sus postulados otros autores. Entre sus partidarios se encuentran algunos de los más
eminentes filósofos de la corriente comunitarista que, en la teoría política contemporánea,
pensaron en contra del liberalismo de John Rawls y de la tradición del atomismo político (Taylor, 1985), inspirándose para tal tarea en algunos aspectos de su obra (Taylor, 1983). Sobre todo, se nutrieron de la visión hegeliana que pretende instalar al individuo
en una comunidad política concreta, pudiendo efectuar con ello sus críticas a la noción
de sujeto desenraizado de Rawls, de herencia más o menos kantiana. De igual modo,
conocidos en la actualidad son los desarrollos de Slavoj Žižek sobre la filosofía
hegeliana (Žižek, 2012), así como también de otros filósofos de las últimas décadas con sus lecturas sobre
el autor de la Fenomenología del espíritu (Nancy, 2006; Han, 2019). Igualmente se podría señalar la influencia hegeliana en el psicoanálisis de inspiración
lacaniana[3].
Tampoco hay que olvidarse de cómo el espectro hegeliano —concretamente, la concepción
de la lucha por el reconocimiento de sus textos de juventud en Jena ( Nos referimos al clima filosófico anglosajón surgido al partir del magisterio de
Karl Popper en torno a la figura de Hegel. El eminente filósofo de la ciencia sitúa
a Hegel en el campo de los enemigos de la libertad, propulsores de los totalitarismos
( Exceptuando su obra de juventud, Stato e Diritto nel giovane Hegel (
Todas estas cuestiones no son más que una muestra de la presencia indirecta del espectro
hegeliano hoy o desde hace medio siglo, desde los últimos coletazos de la modernidad
hasta lo que se ha denominado la posmodernidad para designar a nuestro presente. En
cualquier caso, aquí no se revisarán los cambios sociológicos contemporáneos que han
afectado a las categorías que Hegel sentó para la modernidad, como tampoco se entrará
en la mayoría de los campos de su vasta obra. Simplemente trataremos de exponer al
Hegel más político. Concretamente, para este escrito nos interesa el Hegel que disfruta
de un puesto de honor entre el elenco de pensadores eminentemente políticos (
Ahora bien, cuando a continuación exploremos la condición política de sus escritos, se observará una tensión entre esa faceta realista-política y su vertiente metafísica; entre su olfato político apegado a la facticidad de los hechos y una sistematicidad teorética que busca envolver la totalidad de la realidad y sus acontecimientos para dotarles de un sentido último que se manifiesta en la historia como espíritu de la divinidad. La «astucia de la razón», que supera las voluntades particulares de los hombres, permite el despliegue en la historia del espíritu absoluto, mediante sus diferentes estadios de manifestación, hasta su consumación final con la autoconciencia de sí, lo que políticamente se traduce en la consecución de la libertad y del asentamiento del Estado como metas de la travesía histórica. Será esta narrativa teleológica la que quiebre su realismo político. Pero ahora, centrémonos, primero, en su concepción realista de lo político.
Uno de los textos donde Hegel se muestra más político es la Constitución de Alemania. Texto finalizado para 1802, no publicado en vida, y que podríamos incluir en lo que
se ha denominado el periodo de Jena del pensador. Es en este tiempo, justamente, cuando
se produce uno de sus periodos más políticos (
El Maquiavelo alemán en la Constitución, al igual que denunció el florentino con su fragmentada Italia, se queja de la situación
de Alemania por su falta de unidad política Jean-Francois Kervégan señala que, en este texto, «nunca se expresó en Hegel con
tal claridad el realismo de tipo maquiavélico» (
Expuesta la situación de Alemania, Hegel nos enseña el modo de operar en su texto:
«La publicación de los pensamientos de este escrito no puede tener otra finalidad
ni otro efecto que la comprensión de aquello que es» (
Sin embargo, según la misma mirada hegeliana, los acontecimientos no son singulares
o fortuitos, como muchos interpretan para amoldar lo real a su visión, sino que forman
«un sistema de sucesos dirigido por un espíritu» (íd.), aspecto que, como veremos,
merma su visión realista Y de todos modos, aquí, desde su misma juventud, pese a su realismo político, ya
vemos cómo existe una causa que ordena la historia y sus acontecimientos. Un «espíritu»
que no es más que sentido histórico, que es orientación de los acontecimientos hacia
una finalidad última. Como veremos en el último punto de este artículo, ello a la
larga arruinará ese frío realismo al pretender reconducir los acontecimientos históricos
a un telos. La frialdad de un realismo genuino no pretende orientar los hechos históricos a una
meta última, no es su objeto; Hegel, por el contrario, sí lo pretende. Su metafísica,
no obstante, así lo exige. Tal y como se verá en sus obras de madurez, o en otras
obras intermedias, la historia se convierte en el teatro de operaciones que conduce
a la consecución irrevocable de la libertad o, en otros términos, sirve para la legitimación
del Estado prusiano de su tiempo, que, a su vez, es la manifestación de la divinidad
como espíritu.
Esta sentencia es la que será combatida por los jóvenes hegelianos de izquierda.
Concretamente, la segunda parte de la sentencia, la cual resulta conservadora al legitimar
el mundo existente de su tiempo. Lo real, el mundo social alemán de la época no era
para nada racional como denunciará más adelante Marx. Es, por el contrario, lo irracional
de las asimetrías y desigualdades sociales lo que rige el mundo. Véase al respecto
la crítica del joven Marx a Hegel (
Además de la cuestión del tipo de acercamiento a lo político, del método o actitud
realista, Hegel, en su análisis de Alemania, también nos da algunas pinceladas sobre
otros aspectos clave de lo político. Por ejemplo, nos muestra ya en este texto su
perspectiva sobre las relaciones internacionales. En este sentido, recordemos los
pasajes de la Constitución donde expone cómo los Estados se relacionan entre sí a través de la lógica del «poder
y la astucia» ( La influencia de Hegel en Schmitt la encontramos también en la visión del jurista
sobre la dictadura como necesaria en momentos de excepcionalidad ( En cuanto a la cuestión de la guerra, más allá de la comprensión conflictiva de las
relaciones interestatales, Hegel la dota de una instrumentalidad. Así, en ese texto
obscuro que es El sistema de la eticidad, cercano en el tiempo a la redacción de La Constitución, Hegel, consciente de la fragmentación que supone el mundo burgués, expone cómo la
guerra puede convertirse en un factor de aglutinación del pueblo mediante la constitución
de un enemigo (
Hegel, repetimos, en estos pasajes no se lleva a engaños. Trata de respetar la realidad de las cosas: la verdad es lo que las cosas son. Y eso implica aceptar que, entre otros aspectos, la moral y la política están separadas. Son, por decirlo en términos weberianos, esferas de acción distintas. Su realismo político se muestra en estas páginas de juventud comentadas que, extendidas después a lo largo de toda su obra, establecen la condición autónoma de lo político como ya hizo Maquiavelo. Ahora veremos cómo, ante la despolitización y fragmentación social que supone la irrupción del mundo burgués, tratará de repolitizar la existencia social de su tiempo. Pero integrando la cosmovisión burguesa, de la que es hijo y uno de sus mayores exponentes. Ante un mundo apolítico, como es el de la sociedad burguesa, Hegel introduce la cuestión política.
Si antes hemos señalado la superación por parte de Hegel de la disyuntiva entre los
juristas teóricos y los positivistas, como modo epistemológico de acercarse a la realidad
política, cabe señalar que el filósofo de Stuttgart intenta aunar la tradición de
Goethe, Herder, del «expresivismo», de lo que, en términos amplios, podemos denominar
el Sturm und Drang, con la tradición ilustrada que se encarna en Kant (
No obstante, detrás de este intento por aunar estas dos tradiciones filosóficas en
tensión, se esconde en Hegel una cuestión netamente política, a saber: la despolitización
del mundo burgués. Esa libertad radical, esa autoafirmación de la subjetividad, cristalizada
en el individualismo liberal, resulta apolítica, como bien verá también después Schmitt.
Por ello, Hegel admiraba a los griegos. Porque constituyeron una unidad política armónica,
donde el bien común prevalecía sobre los intereses particulares. Pero esa comunidad
política loada, más bien soñada, había desaparecido hace tiempo. Ante tal situación,
como hemos dicho, se podría tener en mente a los griegos, pero eso no bastaba. El
espíritu humano, mediante el despliegue de la historia, había llevado en su desarrollo
a la aparición de la individualidad, producto del principio de la interioridad surgido
de la Reforma ( Proyecto, el de esta articulación, que, pese a la inmensa distancia, intenta efectuar
Jürgen Habermas para la contemporaneidad con su democracia deliberativa (
En este sentido, el problema de cómo integrar al Spinoza leído por la tradición alemana, a Goethe o Herder con Kant o Fichte se transforma en una problemática política. El apostar por lo comunitario, la sustancia, o por la libertad autodeterminativa de la razón abstracta es, simultáneamente, la preferencia por la primacía de la comunidad política sobre las voluntades particulares o por la afirmación del individualismo burgués. Hegel operará esta politización mediante la recuperación del ciudadano. El individuo deberá ser bourgeois y, simultáneamente, citoyen. En tanto que miembro de la sociedad civil, el sujeto está ligado a su condición burguesa, mientras que, como miembro del Estado, el sujeto es un ciudadano. La primera condición responde a sus intereses particulares, efectuados en la sociedad civil, mientras que la segunda alude a su praxis en aras de la generalidad, del bien común. Esta operación teorética, pese a encontrarse en otros textos, se fraguará del modo más desarrollado en su obra política más madura, la Filosofía del Derecho. A continuación, trataremos de detallar este alegato del ciudadano y del Estado frente al individualismo y antiestatalismo liberales.
Sin duda, su reivindicación del Estado y de un sujeto político fuerte, comprometido
con la res publica, parte del estado social de su tiempo. En este sentido, pese al idealismo que le caracteriza,
sus reflexiones sobre la constitución material del mundo social son agudas; no podría
ser de otro modo siendo un realista político. Así, sus escritos de 1803 y 1804 de
la Filosofía del espíritu nos enseñan un Hegel que traza una sociología del trabajo, en la cual se estudian
la división del trabajo y sus secuelas en el hombre ( Para un análisis y exposición sobre la visión del trabajo y de la economía en el
joven Hegel, desde la visión marxiana, véase (
A diferencia de Wilhem von Humboldt ( Son conocidas sus palabras laudatorias sobre la Revolución francesa, de la que llegará
a decir hablando sobre ella que «desde que el sol se halla en el firmamento y los
planetas giran en torno suyo, no se había visto aún que el hombre se basara en su
cabeza, esto es, en el pensamiento, y que construyera según este la realidad», y continúa
un poco más adelante: «Todos aquellos que piensan han celebrado esta época. En aquel
tiempo reinó una emoción excelsa, un entusiasmo del espíritu estremeció el mundo como
si solamente ahora se hubiese logrado la conciliación real de lo divino con el mundo»
(
Por el contrario, en su noción de Estado, superando tanto la concepción liberal como
la antigua, «la persona individual y sus intereses particulares puedan encontrar su
desarrollo total y el reconocimiento de su derecho para sí […], a la vez que los individuos
y sus intereses pasan a formar parte del interés general y reconocen a este conscientemente
y voluntariamente como su propio espíritu sustancial, actuando a favor de él como
su fin último» (ibid.: 259). Esto es, en el Estado hegeliano lo general y lo particular se unen, «pero sin
que el fin general pueda progresar sin el propio reconocimiento y la voluntad de lo
particular, cuyos derechos han de ser conservados» (ibid.: 260). La generalidad se asienta sobre una particularidad que libremente la desea y
la consiente. Y es que «la voluntad libre puede solo satisfacerse al comprender que
ella busca y ha buscado siempre la libertad en una organización racional, universal
de la libertad» (
Toda esta operación conceptual, por la cual el individualismo es reconducido a la
unidad sustancial, podría pensarse que se realiza de manera abrupta, a posteriori,
una vez el Estado se asienta después de los momentos de afirmación y negación de la
familia y de la sociedad civil. Esto es, que el Estado, como momento posterior a la
sociedad civil, corregiría las patologías de esta, que identificada con el mercado
se compondría de individuos egoístas. Sin embargo, no es así. Si bien el Estado, como
hemos dicho más arriba, es el tercer movimiento de reconciliación entre la sociedad
civil y la familia —es resultado a nivel conceptual de estas dos para así lograr su
demostración científica—, en la realidad fáctica, por decirlo así, es el fundamento
de las dos. El Estado es «lo primero», lo que determina a ambas, las cuales son mediaciones
del individuo con este. Además, la sociedad civil no es aquí esa mera sopa de átomos
egoístas que promulga el liberalismo, sino que está compuesta por estamentos y corporaciones
(
En definitiva, Hegel posee una teoría de carácter organicista frente al mecanicismo de otros pensadores como, por ejemplo, Hobbes. Pero todo esto no invalida la pregnancia de lo político en su pensamiento. En su reflexión se efectúa una politización del apoliticismo del mundo burgués al reconducir la autoafirmación de la individualidad moderna hacia el fin superior del Estado. Se articula así el desarrollo libre de la individualidad con la unidad sustancial; la libertad del sujeto con la comunidad política. Sin embargo, esta politización del apoliticismo es a su vez un medio para un fin más alto de corte ético y teológico —el Estado, la realización del espíritu en la mundanidad—, lo que, en parte, puede disminuir su politicismo.
Hasta ahora hemos visto cómo Hegel es un genuino pensador político. Su método realista
para acercarse a lo político, su distinción entre moral y política, su perspectiva
para abordar las relaciones interestatales, su reivindicación del ciudadano, comprometido
con la causa del Estado, la necesidad del mismo Estado para paliar las patologías
sociales de su época u otras cuestiones no abordadas así parecen indicarlo. No obstante,
no estamos ante un mero teórico político, sino ante uno de los más grandes pensadores
sistemáticos de la historia de la filosofía. Esta vocación de sistema, la cual pretende
ordenar la totalidad de lo real, le llevará a que su realismo político se vea mermado.
No piensa solo en términos políticos; su objeto de conocimiento es más amplio. De
ahí su grandeza, pero también que su analítica política se vea disminuida al intentar
encontrarla acomodo en su sistema totalizador. El realismo político se ve reducido,
entre otras cuestiones, por su concepción teleológica de la historia. El Hegel político
entra en tensión con el Hegel metafísico. Con ello, su analítica política, la cual
como todo realista político encuentra en la experiencia histórica el fundamento de
su reflexión —la historia como magistra vitae de los clásicos— ( La cuestión de la teleología, entendida como un proceso predeterminado que lleva
necesariamente a un «final de la historia», no es una cuestión que solo se dé en Hegel.
Así, sus orígenes, por lo menos, se remontan hasta Joaquín de Fiore con sus tres estadios
históricos: el del Padre, el del Hijo y el del Espíritu Santo. Después de Hegel, la
encontraremos tanto en discursos teóricos críticos, como el de Marx, como en positivistas,
como el de Comte, que más adelante se impregnarán en todas las ideologías modernas
(
De todos modos, Hegel no es el único que diviniza la historia en el contexto cultural
alemán. Así, anteriormente, Herder ya señaló que la historia «es la marcha de Dios
a través de los pueblos» ( Sobre esta cuestión, relacionada con la interpretación hegeliana de Spinoza en torno
a la cuestión de la sustancia, según la cual su dialéctica la pondría en movimiento
frente a la supuesta condición estática en su lectura —tal vez, errónea— de Spinoza,
véase, entre otros, Macherey (
Vittorio Morfino (
Como decimos, la divinización del Estado, como meta del espíritu en su realización
en la historia (
Pese a todo, Hegel es un pensador político. Esto no se puede negar, aunque su realismo
no sea pleno. La teleología no anula totalmente su disposición a pensar políticamente
algunos elementos del mundo social ni que sean presentados fríamente por su respeto
a la realidad, como las relaciones interestatales o la necesidad de politizar el mundo
burgués. Pero sí que esta cuestión merma su analítica política al localizar una tensión
—irremediable por la condición de su obra— entre su especulación filosófica y su realismo
político, que acaba en la victoria de la primera sobre el segundo. No obstante, su
dimensión política es uno de los elementos más presentes de su herencia intelectual
en nuestro tiempo. Como se apuntó en los primeros párrafos de este escrito, su teleología,
que es la que perjudicó a su mirada realista de lo político, paradójicamente es la
que es desechada en la contemporaneidad. La historia no parece estar dirigida por
ningún fin último que configure un camino de progreso moral ni de cualquier otra índole.
Su actualidad no estaría en su teodicea; tampoco en su descriptiva social del mundo,
hoy mermada por la realidad de los procesos de posmodernización en Occidente. Más
bien, paradójicamente, su vigencia provendría de la crisis de algunos elementos políticos
de la posmodernidad que pusieron en tela de juicio algunas de sus ideas. Concretamente,
el contexto internacional parece que anima a ser reflexionado con su perspectiva de
las relaciones conflictivas
entre Estados. El Estado, el cual es central en su óptica, recobra fuerza frente a
algunos de los planteamientos posmodernos sobre el fin de la historia, así como de
la estatalidad westfaliana, que, del mismo modo, bebieron de su obra Recordemos cómo la posmodernidad triunfal, sea en el caso de corrientes liberal-conservadoras,
como las de Fukuyama con su fin de la historia (
En definitiva, podríamos afirmar que Hegel está muy lejos de nosotros, pero también muy presente. Lejos, en forma de espectro, porque la posmodernidad pisa suelo sobre su tumba —el fin de su realidad histórica, definida mediante sus nociones de familia y sociedad civil, pero también de su teodicea histórica‒. Su mundo ya no es el nuestro. Presente, en alguno de sus preceptos políticos, por la vuelta con fuerza del Estado en la actualidad y de cierto antagonismo que merma la perspectiva más consensual en el orden político internacional. De manera paradójica en su relación conflictiva entre metafísica y política, su teleología, que fue lo que acabó con su realismo político, es en nuestra opinión lo más prescindible de su obra para pensar efectivamente el presente —por lo menos, el presente político e histórico—, mientras que su instinto político realista, así como algunos de sus preceptos políticos, lo que mejor ha envejecido de su pensamiento.
[1] |
El autor ha podido realizar el artículo gracias a las “Ayudas para la Recualificación del Sistema Universitario Español para 2021-2023” UPV/EHU (Margarita Salas, cód. MARSA 21/04), financiado por la Unión Europea-Next Generation EU y el Ministerio de Universidades. |
[2] |
De todos modos, esta última idea habría que ponerla en cuarentena; por lo menos, afuera del mundo occidental. Si bien es verdad que la globalización merma las facultades del Estado, la crisis de la hegemonía norteamericana que estamos viviendo supone la irrupción de Estados fuertes, como China o la Rusia de Putin. En este sentido, algunas de las interpretaciones que se suelen hacer sobre el Estado fuerte hegeliano pueden casar bien en este contexto. |
[3] |
Lacan, pero también otros intelectuales de posguerra, fueron introducidos en Hegel,
y más concretamente en la Fenomenología del espíritu, a través de las lecciones que Alexandre Kojève ( |
[4] |
Nos referimos al clima filosófico anglosajón surgido al partir del magisterio de
Karl Popper en torno a la figura de Hegel. El eminente filósofo de la ciencia sitúa
a Hegel en el campo de los enemigos de la libertad, propulsores de los totalitarismos
( |
[5] |
Exceptuando su obra de juventud, Stato e Diritto nel giovane Hegel ( |
[6] |
Jean-Francois Kervégan señala que, en este texto, «nunca se expresó en Hegel con
tal claridad el realismo de tipo maquiavélico» ( |
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Y de todos modos, aquí, desde su misma juventud, pese a su realismo político, ya vemos cómo existe una causa que ordena la historia y sus acontecimientos. Un «espíritu» que no es más que sentido histórico, que es orientación de los acontecimientos hacia una finalidad última. Como veremos en el último punto de este artículo, ello a la larga arruinará ese frío realismo al pretender reconducir los acontecimientos históricos a un telos. La frialdad de un realismo genuino no pretende orientar los hechos históricos a una meta última, no es su objeto; Hegel, por el contrario, sí lo pretende. Su metafísica, no obstante, así lo exige. Tal y como se verá en sus obras de madurez, o en otras obras intermedias, la historia se convierte en el teatro de operaciones que conduce a la consecución irrevocable de la libertad o, en otros términos, sirve para la legitimación del Estado prusiano de su tiempo, que, a su vez, es la manifestación de la divinidad como espíritu. |
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Esta sentencia es la que será combatida por los jóvenes hegelianos de izquierda.
Concretamente, la segunda parte de la sentencia, la cual resulta conservadora al legitimar
el mundo existente de su tiempo. Lo real, el mundo social alemán de la época no era
para nada racional como denunciará más adelante Marx. Es, por el contrario, lo irracional
de las asimetrías y desigualdades sociales lo que rige el mundo. Véase al respecto
la crítica del joven Marx a Hegel ( |
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La influencia de Hegel en Schmitt la encontramos también en la visión del jurista
sobre la dictadura como necesaria en momentos de excepcionalidad ( |
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En cuanto a la cuestión de la guerra, más allá de la comprensión conflictiva de las
relaciones interestatales, Hegel la dota de una instrumentalidad. Así, en ese texto
obscuro que es El sistema de la eticidad, cercano en el tiempo a la redacción de La Constitución, Hegel, consciente de la fragmentación que supone el mundo burgués, expone cómo la
guerra puede convertirse en un factor de aglutinación del pueblo mediante la constitución
de un enemigo ( |
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Proyecto, el de esta articulación, que, pese a la inmensa distancia, intenta efectuar
Jürgen Habermas para la contemporaneidad con su democracia deliberativa ( |
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Para un análisis y exposición sobre la visión del trabajo y de la economía en el
joven Hegel, desde la visión marxiana, véase ( |
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Son conocidas sus palabras laudatorias sobre la Revolución francesa, de la que llegará
a decir hablando sobre ella que «desde que el sol se halla en el firmamento y los
planetas giran en torno suyo, no se había visto aún que el hombre se basara en su
cabeza, esto es, en el pensamiento, y que construyera según este la realidad», y continúa
un poco más adelante: «Todos aquellos que piensan han celebrado esta época. En aquel
tiempo reinó una emoción excelsa, un entusiasmo del espíritu estremeció el mundo como
si solamente ahora se hubiese logrado la conciliación real de lo divino con el mundo»
( |
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La cuestión de la teleología, entendida como un proceso predeterminado que lleva
necesariamente a un «final de la historia», no es una cuestión que solo se dé en Hegel.
Así, sus orígenes, por lo menos, se remontan hasta Joaquín de Fiore con sus tres estadios
históricos: el del Padre, el del Hijo y el del Espíritu Santo. Después de Hegel, la
encontraremos tanto en discursos teóricos críticos, como el de Marx, como en positivistas,
como el de Comte, que más adelante se impregnarán en todas las ideologías modernas
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Sobre esta cuestión, relacionada con la interpretación hegeliana de Spinoza en torno
a la cuestión de la sustancia, según la cual su dialéctica la pondría en movimiento
frente a la supuesta condición estática en su lectura —tal vez, errónea— de Spinoza,
véase, entre otros, Macherey ( |
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Recordemos cómo la posmodernidad triunfal, sea en el caso de corrientes liberal-conservadoras,
como las de Fukuyama con su fin de la historia ( |
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