RESUMEN
Este artículo tiene como objetivo analizar el fenómeno de la posverdad desde el pensamiento político de Hannah Arendt. Para tal fin, se ha dividido en dos partes. En la primera se analiza el antiguo vínculo entre política y verdad como algo consustancial a la política, estableciendo el límite de esa tensión en la ruptura total entre el discurso oficial y la realidad misma. En la segunda parte se aborda la conceptualización de la idea de posverdad a partir de tres ejes de análisis identificados en la obra de Arendt, como son la lealtad tribal, el ajuste entre realidad y mentira y la ruptura del mundo común.
Palabras clave: Posverdad; tribalismo; mentira; mundo común.
ABSTRACT
This article aims to analyze the post-thruth phenomenon from the political thougth of Hannah Arendt. To do so, it has been divided into two parts. The first part addresses the old link between politics and truth which is analyzed as something inherent to politics, establishing the limit of that tension in the total rupture between oficial discourse and reality itself. The second part deals with the conceptualization of the idea of post-truth base on three axes of analysis identified in Arendt´s work, such as tribal loyalty, the reckoning between reality and falsehood, and the breakdown of the common world.
Keywords: Post truth; tribalism; falsehood; common world.
A finales de 2016, tras las campañas por el referéndum del Brexit en el Reino Unido y la de la elección presidencial en Estados Unidos que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, el término posverdad fue elegido como la palabra del año por el Diccionario de Oxford como «aquellas circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes a la hora de conformar la opinión pública que las apelaciones a la emoción y las creencias personales» (OED, 2016). Un consenso casi unánime de prensa y academia utilizó la palabra para designar la pérdida de influencia de la verdad factual en favor de la mentira y de las emociones. Pero fue Hannah Arendt, quien en un ensayo titulado Verdad y mentira en política, publicado por primera vez en la famosa revista The New Yorker en 1967, popularizó el uso de la expresión «verdad factual» como una categoría política en oposición a la idea de «verdad racional» propia de la especulación filosófica o la ciencia empírica (Arendt, 2017: 35). Para Arendt, la «verdad factual» hacía referencia a «una realidad común y comúnmente reconocida» (ibid.: 32); se refiere a hechos que podrían haber ocurrido de otra manera o no haber ocurrido (Arendt, 2018). Con ello inauguraba una de las máximas fundamentales que sostienen nuestras democracias: lo opuesto a la verdad factual en un sistema democrático no es exactamente la mentira, pues la mentira es un modo de acción para la pensadora que forma parte de la libertad humana, incluso del mundo político, sino la acción de despojar a la realidad factual los propios hechos que la constituyen para inocular falsedades de forma deliberada (Arendt, 2016: 590). Por el contrario, las democracias peligran cuando se rompe ese consenso sobre la realidad fáctica que hace posible la pluralidad de opiniones propia de los sistemas democráticos. Es entonces, siguiendo a Hannah Arendt, cuando podríamos hablar de posverdad. Casi un siglo después, Casper Grathwhol, el presidente de los diccionarios Oxford, afirmó que no le sorprendería que la palabra «posverdad» se volviera «una de las palabras que definan nuestro tiempo» (Flood : 2016).
Este artículo tiene como objetivo analizar y definir el fenómeno de la posverdad como condición de nuestro tiempo a partir del marco teórico arendtiano. Para ello se identificarán tres ejes que, siguiendo las ideas de Arendt, configurarían los rasgos característicos de la misma. Aunque abunda la bibliografía académica sobre Arendt y la posverdad, nuestra pretensión aquí es definir la idea misma de la posverdad a partir de su pensamiento, junto a lo que vamos a considerar los principales ejes de comprensión de la misma y su vinculación con la democracia.
La idea de que los políticos son incapaces de acceder a la verdad o de que, incluso, tienden a ocultarla no es nueva. La cuestión de los vínculos entre política y verdad tanto como política y mentira siempre han interrogado a la teoría política. ¿En qué momento, pues, debemos considerar que esa interrogación rebasa las líneas rojas? Cuando el régimen de Putin ha presentado a su población la invasión de Ucrania como «una operación especial» y un encuadre represivo y propagandístico de la esfera pública ha pretendido establecer una verdad estatal, el vínculo entre el discurso oficial y la realidad se rompe inexorablemente. Y lo propio cabría afirmar de Trump y sus verdades alternativas, la idea que acuñó Kellyanne Conway, consejera del expresidente Donald Trump, en 2017, para cuestionar la cifra de asistentes al acto inaugural de la presidencia de Trump. Un ejemplo de las mismas ha consistido en una supuesta elección robada por parte del Partido Demócrata en los comicios de 2020, algo que nos permite hablar de un cambio en la relación política de la verdad y la mentira consistente en esa ruptura completa del discurso político oficial con la realidad. Al estudio de este fenómeno, esto es, la quiebra del discurso político con la realidad, está dedicada la primera parte de este artículo.
La segunda parte del presente artículo aborda directamente la conceptualización de la idea de posverdad a partir de tres ejes de análisis. El primero, la lealtad tribal, se entendería dentro de la dimensión del movimiento por el que el líder conduce a la tribu a una huida que va de la realidad a la ficción a cambio de ofrecer una realidad alternativa donde encontrar consistencia, pertenencia y certidumbre. El segundo, el ajuste entre la realidad y la mentira, se produce cuando la distinción entre realidad y ficción deja de funcionar porque las tribus se instalan en la realidad alternativa creada por el líder. El tercero, la ruptura del mundo común, sería definido a través de la idea arendtiana de verdad factual como la base a partir de la cual es posible el acuerdo o la discusión misma en democracias. La idea del mundo común es probablemente el elemento más vinculado con la calidad democrática o la propia supervivencia de las democracias al hacer referencia a una comunidad de entendimiento compartido que al romperse genera división social. Una democracia solo puede sobrevivir si hay una aceptación compartida de la realidad. La articulación de esta última idea se hará a partir de las obras de la pensadora alemana Los orígenes del totalitarismo (1948), La condición humana (1958) y Verdad y mentira en política (1967).
Este artículo pertenece al ámbito de la teoría política, de forma que la metodología aplicada será el análisis de textos inspirados en la hermeneútica arendtiana y el análisis de la actualidad política a la luz de esa hermenéutica. El artículo se centra especialmente en la retórica trumpista como paradigma de la era de la posverdad, sin pretender abarcar los hitos fundamentales de su presencia en el mundo político desde que apareció su figura durante la campaña presidencial estadounidense de 2016. Algunos de los fenómenos que se estudian merecen una mayor profundización con literatura específica sobre el impacto de Internet en la construcción de la infraestructura comunicativa que permitió tanto su ascenso como consolidación en el poder y su posterior influencia en el movimiento global de las derechas extremas hasta la actualidad. Las mentiras han existido siempre, pero las redes sociales han fomentado un ecosistema en el que es más fácil alimentar teorías conspirativas y en el que la veracidad de las informaciones deja de importar (De Vicario et al., 2015). Sin embargo, lo que precisamente demuestra la obra de Arendt, es que la red no es responsable de todo: los antisemitas encontraron formas de mantener vivas sus ideas y propagarlas sin necesidad de Internet. La finalidad del artículo, por tanto, es la conceptualización desde la teoría política, y más concretamente desde la teoría política de Hannah Arendt, del fenómeno de la posverdad junto a los tres ejes que se han identificado en su obra para esclarecer la idea de posverdad. Es oportuno recordar, además, que Hannah Arendt siempre se consideró teórica política y que renegó de un sistema sólido de pensamiento. Para ella, tanto como para Judith N. Shklar, la teoría política consiste en «hacer que nuestras conversaciones y convicciones sobre la sociedad que habitamos sean más completas y coherentes, así como en revisar críticamente los juicios que normalmente hacemos y lo que de forma habitual vemos como posible» (Shklar, 2022: 355). Con ese ánimo está escrito este artículo.
La naturaleza del vínculo entre la verdad y política, y más concretamente, entre verdad
y democracia, es un problema tan antiguo como la filosofía. La tensión entre verdad
y política ha existido siempre. En política la lucha contra la mentira es un «combate
lleno de ambigüedad», como sostuvo Rafael del Águila (2007: 22). Ocultar deliberadamente o falsear hechos no es algo distintivo de nuestra época;
su uso es tan antiguo como los arcana imperii, concebidos desde Maquiavelo como medios legítimos de ocultación de la «verdad» con
un fin político. Aunque ni siquiera Platón excluyó el uso de la mentira si quienes
la utilizan, como explica en Fedro o Teeteto, son los sabios[1]. Pero fue el florentino quien nos advirtió sobre la importancia del arte de la simulación
y la disimulación en política y de cómo al final lo que cuenta como real es aquello
que funge como tal aunque no encaje exactamente en la «verdad factual». Por eso, a
veces, aunque sea excepcionalmente, conviene mentir si con la mentira se preserva
un bien mayor. Y es importante tomarse en serio esa idea, pues como nos muestra de
nuevo Rafael del Águila (
Por supuesto, este conflicto entre la verdad factual y la política es también reconocido por Hannah Arendt, para quien la «mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no solo de políticos y los demagogos sino también del hombre de Estado» (ibid.: 15).
Sin embargo, durante los últimos años, tanto académicos como periodistas comenzaron
a utilizar la palabra posverdad para referirse a una cultura política en la que la
verdad deja de ser importante para la ciudadanía. La posverdad no es la simple negación
de la verdad, sino la falta de apego a intercambiar opiniones basadas en hechos, algo
que tiende a degradar la conversación pública en un relativismo de opiniones que no
se preocupa por estar fundamentado en la realidad de los hechos, como afirma Myriam
Revault d´Allonnes (
Pero es imposible no aproximarse a esta idea desde un punto de vista epistemológico, esto es, desde la naturaleza del conocimiento y de cómo accedemos a una comprensión sobre el mundo. Desde ese punto de vista, la era de la posverdad no estaría tan relacionada con las turbulencias políticas que supusieron la elección de Trump o el Brexit —aunque también—, como con otro giro espistemológico en la vieja relación entre mentira y política y la manera en la que nos relacionamos con esto.
Matthew D´Ancona, en Post-Truth: The new war on truth and how to fight back, habla de cómo la decadencia del valor de la verdad en la sociedad se va aceptando
y acomodando y en qué sentido el relativismo comienza a afirmarse como un escepticismo
legítimo (
Sin embargo, el combate contra la posverdad en política no consistiría solo en abrazar la verdad como el valor supremo que hay que defender en los sistemas democráticos o la mayor presencia de autoridades científicas en comisiones parlamentarias. Nadie como Hannah Arendt ha descrito en su obra el fenómeno que consiste en sustituir los hechos por la pura ficción, en despojar la realidad de su facticidad. Por eso podemos considerarla como una pensadora precursora del análisis crítico sobre la posverdad, a pesar de que jamás utilizó el término como tal en sus análisis. Este artículo propone utilizar las herramientas conceptuales que la pensadora alemana brindó para hablar sobre la relación entre verdad, mentira y política y llevarlo al ámbito contemporáneo. Es imprescindible, para ello ,analizar el eje democracia/verdad, porque en política todo intento de imponer una verdad siempre será sospechoso, y debe serlo. Al análisis de ello pasamos ahora.
La verdad no es un valor político. Lo son la libertad, la igualdad, la solidaridad
o la justicia. Todos ellos se basan en la opinión imparcial común (
En el momento en que decidimos adscribirnos a un sistema democrático con base normativa
nos entregamos a una serie de principios que ordenan nuestra convivencia. Uno de los
más importantes es el de la pluralidad de opiniones, pues con la discusión, dice Hannah
Arendt, «humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros mismos
por el mero hecho de hablar sobre ello y mientras lo hacemos aprendemos a ser humanos»
(
Si hay algún dominio en el que la defensa de una única verdad es más peligrosa, ese
es la política, pues ninguna solución o respuesta en este campo puede abrirse paso
en el mundo sin dilemas, sin contradicciones, sin tener que atender no solo a la pluralidad
de puntos de vista, sino también de intereses. Ese, según afirma Myriam Revault d´Allonnes
siguiendo a Arendt, podría ser «el modelo Aristóteles», aquel que enfatiza el papel
de la contingencia en las decisiones humanas y, por tanto, los inevitables desacuerdos
que forman parte de la naturaleza misma de la política, donde el poder de convencer
es más importante que el de saber y lo probable y dilemático es más importante que
lo verdadero (
Sin embargo, en nuestra época el pensamiento dilemático parece haber desaparecido.
Así lo afirma Zygmunt Bauman como uno de los rasgos distintivos para entender el contexto
actual. Este pensamiento dilemático al que obliga el juicio político va desapareciendo
progresivamente en la era de internet porque el «Yo puedo», dice Bauman, se ha transformado
en un «Yo debo»: si no estás presente en las redes sociales, no existes. Aquí no caben
dilemas: «Vivimos en una realidad de posibilidades, no de dilemas» (
El problema es que irse al otro extremo puede conllevar caer en un relativismo peligroso.
Pero los posmodernos, que nos enseñaron con razón que detrás de toda verdad lo que
hay es un discurso de poder, en realidad eran escépticos en relación con la mentira.
Bernard Williams nos muestra, por ejemplo, de qué manera el propio Nietzsche, padre
del famoso dictum que afirmaba que no existen hechos sino solo interpretaciones de esos hechos, al intentar
desenmascarar un sistema de poder para descubrir un engaño, lo que puso de manifiesto
en el fondo fue el valor mismo de la verdad (
Hay un momento, por tanto, en el que el debate sobre la verdad y la mentira desaparece
para devenir en pura estrategia comunicativa. Así lo cuenta el libro La mentira os hará libres (
Tal idea habría que completarla hoy con esa otra afirmación de Rafael del Águila de
que si en algún momento la fe consistió en creer sin ver, ahora «la fe consiste en
ver algo e igualmente no creerlo» (
Comencemos por una de las más llamativas afirmaciones de Donald Trump en un mitin
en la ciudad de Sioux Center en Iowa durante la campaña de 2016: «Tengo a la gente
más leal, ¿alguna vez habéis visto algo así? Podría pararme en medio de la Quinta
Avenida y disparar a alguien y no perdería votantes» «Elecciones en EEUU. Trump: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería
votos”», El País, 28-1-2016. Disponible en: http://tinyurl.com/2uwby3au.
Fernández Pereda, Cr. y Ayuso, S. Donald Trump: «Nunca ha habido un movimiento como
este», El País, 20-1-2017. Disponible en: http://tinyurl.com/yeyn7dc2.
Los movimientos prosperan apartando a los individuos de la realidad. La dominación total sucede cuando las personas dejan de distinguir entre hecho y ficción, socavando la importancia de la verdad en nuestras democracias. Este distanciamiento del mundo real es descrito por Arendt por esa «huida de la realidad a la ficción, de la coincidencia a la consistencia» (ibid.: 487) porque el mundo ficticio es más tranquilizador, es coherente dentro de sí mismo. Una vez que lo que se instituyen son movimientos que presentan sistemas alternativos de significado perfectamente coherentes, lo que convence a sus integrantes, dice Arendt, no son los hechos, «ni siquiera los hechos inventados, sino solo la consistencia del sistema del que son presumiblemente parte» (ibid.: 487). Por eso, uno de los elementos más importantes para crear estas comunidades de pertenencia que adoptan la forma política de movimientos, es la construcción de una narrativa de arraigo mediante un método que resulta infalible. La realidad es incierta, caótica e inquietante. Los movimientos tratan de crear esas realidades alternativas que ofrezcan esa estabilidad del mundo ficticio, la promesa de un mundo coherente y estable. Lo importante no son los hechos, como dice Arendt, sino que ese mundo ficticio sea coherente dentro de sí mismo. La gente pasará por alto las mentiras si el movimiento promete consistencia. Las masas desean, pues, escapar de la realidad, «en función de su desarraigo» (ibid.: 488).
Lo hemos comprobado con Donald Trump. Se trata de ofrecer una feliz fantasía de cobijo
en un mundo en el que la capacidad protectora del Estado disminuye y aumenta nuestro
sentimiento de vulnerabilidad. Cuando Donald Trump dice que va a «construir un muro
con México que proteja nuestras fronteras» ( «Acuerdo de París: “Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh no
de París”, y otras frases de Trump sobre el pacto climático». El País, 2-6-2017. Disponible en: http://tinyurl.com/2ra8a474.
Durante la inauguración presidencial de Donald Trump, las imágenes tomadas desde el
National Mall, la avenida que une al Congreso con la Casa Blanca, dejaban ver nítidamente
que la afluencia de público fue mucho menor en comparación con los cerca de 1,8 millones
de personas que consiguió convocar Obama. El hecho descarnado era ese: el número de
asistentes congregado por Trump fue más escaso. Poco después se realizó una interesante
prueba. Se pidió a un grupo de personas que dijeran en qué foto veían a más personas;
la fotografía A mostraba la toma de posesión de Trump, mientras que la foto B capturaba
la de Obama. Pues bien, el 15 % de votantes de Trump señaló que había más gente en
la foto A (
Obviamente aquí no fue tan importante el engaño como su variante más peligrosa, el
autoengaño: aquel en el que la distinción entre verdad y mentira deja de funcionar
porque directamente te instalas en ese mundo ficticio que te conviene, que se ajusta
a tu prejuicio. A veces, lo que uno quiere creer es más importante que lo que puede
ser probado. Por eso con frecuencia la mentira es más verosímil que la verdad, «más
atractiva para la razón que la realidad, porque quien miente tiene la gran ventaja
de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír» (
Lo paradójico es que el líder totalitario aparece como el narrador de la verdad oculta,
esa verdad que tanto las élites intelectuales como políticas supuestamente no se atreven
a revelar porque no quieren ofender a nadie. A Trump la ruptura de lo políticamente
correcto le permite abordar el racismo, sexismo e islamofobia en sus declaraciones
sin ninguna penalización social para construir una narración sobre la América a la
que él volverá a otorgar su grandeza. Si seguimos de nuevo a Arendt, el objetivo de
Trump aquí no es necesariamente desacreditar los hechos particulares. Lo que está
haciendo más bien es generar «un desprecio por los hechos como tales, porque en su
opinión los hechos dependen enteramente del poder del hombre que pueda fabricarlos»
(
En Los orígenes del totalitarismo, Arendt nos explica de qué manera los regímenes totalitarios se caracterizan por su
recurso masivo a la mentira. Por eso mismo es importante aclarar el lugar de la verdad
en el marco democrático. Porque cuando la verdad se vincula con autocracias, lo que
pretende es imponer un orden establecido: no permite su revisión deliberativa o su
falsación. La verdad frena la conversación y la capacidad de elección, dos elementos
que constituyen los fundamentos de nuestras libertades. Eso da sentido a la famosa
premisa de Arendt: «Si tuviéramos la verdad no seríamos libres» (
Ese mundo común para Arendt se da en la esfera pública «y la consiguiente transformación
del mundo en una comunidad de cosas que agrupa y relaciona a los hombres entre sí»
(
Esta idea conecta inevitablemente con esas instituciones que en democracia producen
las realidades que nos afectan. El pensador Tymothy Snyder (
Por eso «la famosa grieta de la credibilidad […] se ha transformado de repente en
un abismo» (
Frente a la lógica liberal democrática, la política tribal tiene que adaptar la realidad
al lenguaje del «nosotros contra ellos». Deja fuera todas las normas básicas de la
ética comunicativa liberal: el «pluralismo razonable» (
A lo largo de este artículo hemos tratado de demostrar por qué Hannah Arendt adelantó
con su obra, y especialmente con su ensayo Verdad y mentira en política (1967) y su libro Los orígenes del totalitarismo (1948), el análisis crítico sobre la posverdad. Aunque no utilizó en ningún momento
esa palabra, la pensadora alemana proporcionó el marco teórico que hoy nos ayuda a
entender fenómenos que tienen que ver con la pérdida del valor otorgado a la verdad
en la esfera pública, que tanto prensa como academia, han convenido en analizar bajo
el paraguas general de la posverdad. Ningún pensador como ella ha descrito con mejor
precisión teórica el fenómeno contemporáneo que consiste en sustituir los hechos por
realidades alternativas y la razón en emoción. A pesar de la heterogeneidad de su
pensamiento, sí podemos identificar «un principio cohesionador común» que tendría
que ver con «el retorno a los hechos, a la realidad, como base del pensar, el actuar
y el juzgar» (
Desde la perspectiva de Hannah Arendt, la posverdad está relacionada con lo que hemos denominado aquí como la política tribal, una lógica política que desde los últimos años —especialmente a partir de 2016— ha empezado a colonizar la lógica liberal democrática. La primera se caracteriza por adaptar la realidad al lenguaje excluyente del «nosotros frente a ellos», de fragmentación del espacio público debido a la movilización de tribus con sistemas alternativos de significación que han renunciado a procesos de deliberación y convicción mutua. La segunda, la lógica liberal, trata de preservar una esfera pública como espacio compartido donde existen valores con estatus de verdades que deben ser reconocidos y compartidos por todos, incluido el respeto por la verdad factual. Al mismo tiempo que se preserva ese consenso sobre la verdad factual, la democracia está vinculada a la idea de las cosas deben resolverse mediante la deliberación y no a través de la violencia. Pero para que la deliberación «no sea una farsa», como dice Arendt, es necesario que las personas estén de acuerdo en que hay una verdad que es accesible a través de la discusión.
El estrechamiento de la lógica liberal por la tribal vendría de la mano de tres procesos que hemos descrito en la segunda parte del artículo, también inspirados en la obra de la pensadora alemana. La posverdad como ruptura del consenso sobre la realidad común vendría promovida por los movimientos tribales, cohesionados por una lealtad total hacia el líder que les ofrece un mundo alternativo coherente y previsible. Esa lealtad total provoca a su vez que la tribu sea incapaz de diferenciar entre el mundo ficticio y el mundo real, aquel a partir del cual es posible la deliberación pública y la negociación de un futuro.
La obra de la pensadora nos ofrece una importante lección: la protección del pluralismo de las opiniones y de las ideas en democracia es fundamental para evitar que el autócrata monopolice una verdad. Ese exigente aparato de deliberación que debe preservar la democracia, a su vez permitirá cuestionar todo poder o todo discurso que se presente como verdadero, o toda autoridad que pretenda imponer una verdad.
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«Elecciones en EEUU. Trump: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”», El País, 28-1-2016. Disponible en: http://tinyurl.com/2uwby3au. |
[3] |
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