RESUMEN
El presente artículo explora el trabajo por la igualdad de Ida B. Wells (1862-1931), destacada activista afroamericana. En un contexto marcado por la opresión racista tras la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, Wells se convierte en un símbolo de resistencia y justicia. El texto se adentra en sus acciones clave, que consistieron en desafiar la segregación, exponer la verdad detrás de los linchamientos y reclamar sus derechos como afroamericana y como mujer. Su activismo contribuyó a la fundación de la National Association for the Advancement of Colored People y su legado continúa siendo relevante para entender la intersección entre la lucha persistente contra la discriminación y por la igualdad de género.
Palabras clave: igualdad; feminismo; discriminación; intersección; derechos civiles; racismo.
ABSTRACT
This article explores the work for equality of Ida B. Wells (1862-1931), a prominent African American activist. In a context marked by racist oppression after the abolition of slavery in the United States, Wells becomes a symbol of resistance and justice. The text delves into her key actions, which consisted of challenging segregation, exposing the truth behind lynchings, and claiming her rights as an African American and as a woman. Her activism contributed to the founding of the National Association for the Advancement of Colored People and her legacy continues to be relevant to understanding the intersection between the persistent fight against discrimination and for gender equality.
Keywords: Equality; feminism; discrimination; intersection; civil rights; racism.
Ida B. Wells nació en 1862 en el pueblo de Holly Springs, Misisipi, en situación de esclavitud, en el contexto de la guerra de Secesión y seis meses antes de que Abraham Lincoln (1809-1865) firmara la Proclamación de Emancipación. La población negra de Estados Unidos había estado sometida a la esclavitud desde que el continente americano empezó a ser colonizado; por ello, esta proclamación supondría un cambio decisivo en su historia, e iniciaría una lenta y no siempre regular tendencia hacia el reconocimiento de las personas afroamericanas como sujetos de derechos.
Así, en la segunda mitad del siglo xix en Estados Unidos se produjeron una serie de reformas políticas y legislativas que daban razones para la esperanza a la población negra, pues varios hechos al inicio de esta época resultaban prometedores: la mencionada Proclamación de Emancipación (1863), el fin de la guerra de Secesión (1861-1865), con la victoria de los estados antiesclavistas, y la aprobación de las enmiendas decimotercera (1865), decimocuarta (1868) y decimoquinta (1870) de la Constitución de los Estados Unidos, la llamada «tríada de la reconstrucción» (Tushnet, 2015: 237), las cuales declaraban, respectivamente, la abolición de la esclavitud, el reconocimiento de la ciudadanía y el derecho de voto sin discriminación (Franklin, 2013: 221-224).
Sin embargo, la realidad de las décadas posteriores a 1877, cuando finalizó el período de la reconstrucción, resultó prácticamente opuesta a lo que se podía esperar de estos avances iniciales. Tanto es así que las últimas décadas del siglo xix se han descrito como el tiempo de «desmoronamiento» de los avances de la reconstrucción (Muldoon, 2015: 5), y los años 1890 a 1930 como el gran nadir para la población negra estadounidense (Logan, 1954); esto es, el momento más bajo, de más penurias, en su historia desde el fin de la guerra de Secesión, donde se afianzó la ideología del supremacismo blanco y se perdieron muchos de los derechos conseguidos en la reconstrucción (Brown y Stentiford, 2014: 296), en un clima de «contrarrevolución» o «contraofensiva» dirigida a revertir las reformas realizadas (Perman, 2001: 9-10). Es decir, hubo un cambio de tendencia, pasando de unas décadas de avance (años sesenta y setenta) a otras de repliegue (años ochenta y noventa), cuyas consecuencias se vieron hasta bien entrado el siglo xx e, incluso, tienen influencia en la actualidad. Este retroceso se vio reflejado en las prácticas y las leyes de segregación, también llamadas leyes Jim Crow, que perpetuaron y acentuaron la subordiscriminación y la opresión de la población negra estadounidense.[3]
Estas prácticas y leyes se inscribían en un contexto, apunta Grimké, en que los negros
eran considerados «lo más bajo [mudsills]» La teoría mudsill, muy extendida en los estados del sur en la época de la esclavitud, defendía que la
sociedad debía estar jerarquizada en dos clases, con los blancos en la clase superior
y los negros abajo, encargados de realizar los trabajos más básicos, a modo de cimiento
bajo tierra (lo que sería, literalmente, un mudsill). (
En este contexto, contamos con la aparición de mujeres que, desde sus diferentes circunstancias,
realizaron aportaciones valiosas al activismo y la reflexión antirracista y de género.
El punto que las conecta es que en 1909 en Nueva York formaron parte del grupo diverso
de cuarenta personas que fundó la Asociación Nacional para la Defensa de las Personas
de Color (NAACP, National Association for the Advancement of Colored People) Los autores y autoras de este tiempo a menudo mezclan las palabras negro y colored, pero suelen usar, por un lado, negro (que hemos traducido como «negro(s)/a(s)») para referirse a las personas propiamente
negras o afroamericanas (expresión que en los años sesenta y setenta del siglo xx empezaría a sustituirse por black o african-american), y, por otro lado, colored (que en la actualidad se ha sustituido por people of color) para englobar, en algunas ocasiones, a todos los afroamericanos, incluyendo aquellos
con ascendencia también blanca y, en otras ocasiones, a todas las personas no blancas
o caucásicas. Seguramente, la expresión actual más ajustada a este segundo uso de
colored sería «persona racializada», pero, por mayor coherencia con el tono de la época, hemos
decidido traducirlo en general como «de color».
Este trabajo se centra en Ida B. Wells, y en él ponemos atención a algunos de sus
escritos más relevantes, contextualizados en su historia personal y su ambiente. En
sus publicaciones, Wells plasmó sus anhelos, denuncias y propuestas respecto a la
discriminación y la violencia sufrida por la población negra, especialmente las mujeres,
en Estados Unidos. Mi objetivo no es otro que rescatar algunas ideas de esta importante
autora y activista, identificando también la intersección entre sus diferentes tipos
de opresión, como las causadas por el sexo, la etnia Aunque sería más preciso el uso de «etnia» que de «raza», en general preferiremos
el segundo vocablo al primero, pues ofrece una traducción más fiel a la palabra race, no ethnicity, que utilizaban Wells y sus contemporáneos. Además, como apunta Solanes, aunque la
palabra «raza» no identifica ninguna realidad biológica y las doctrinas de superioridad
racial son, además de condenables moralmente, científicamente falsas, se sigue hablando
de «racismo», «discriminación racial» y conceptos similares; «no hay razas, pero sí
racistas» (
Wells creció en una familia numerosa, la mayor de siete hermanos. Cuando tenía dieciséis años, sus padres murieron de fiebre amarilla. Ella decidió hacerse cargo de su familia, por lo que se puso a trabajar de maestra y, más tarde, de periodista.
A los veintidós años sufrió un episodio de discriminación que decidió llevar a los tribunales y sería muy sonado en los años posteriores. En ese tiempo todavía no se habían puesto en marcha las leyes segregacionistas, pero sí empezaba ya un cambio de tendencia en el que cada vez más empresas privadas (de transporte, restaurantes, locales de ocio, etc.) tenían políticas de separar por raza más o menos formalizadas. Como la misma Wells rememora en su autobiografía, escrita en 1928, en esa época «no había vagones segregados, pero [desde] 1877 se habían hecho esfuerzos en todo el sur para separar por color [draw the color line] en los ferrocarriles» (2020: 17). Efectivamente, la primera ley de este tipo se aprobó en 1890 en Nueva Orleans, pero venía precedida de muchas prácticas de segregación que no solo no eran prohibidas, sino toleradas y hasta refrendadas por decisiones judiciales.
Como importante precedente de las leyes de segregación, cabe señalar la declaración
de inconstitucionalidad de la ley de derechos civiles (Civil Rights Act) en 1883.
Esta ley, aprobada en 1875, estaba orientada precisamente a garantizar a nivel federal
la no discriminación por razón de raza, pero el Tribunal Supremo de EE. UU. la declaró
inconstitucional y dejó en manos de los estados individuales la protección de la igualdad
(109 U.S. 3). En este sentido, la anulación de la Civil Rights Act dejó sin protección
a la población negra en cuanto a las prácticas discriminatorias. La segregación tuvo
su respaldo definitivo en la sentencia Plessy v. Ferguson, de 1896 (163 U.S. 537), que declaró la constitucionalidad de todas las leyes de segregación
bajo la doctrina «separados pero iguales» (separate but equal) y dio pie a que se aprobaran muchas más, incluso de ámbito federal (
En 1884, Wells viajaba en un tren de Memphis, donde trabajaba, a Woodstock, Tennessee,
cuando el revisor le pidió que abandonara el vagón en el que estaba porque se consideraba
exclusivo de personas blancas, por ser de primera clase. Ella se negó a hacerlo, pues
tenía el billete que le daba derecho a estar en ese vagón, y acabaron echándola a
la fuerza del tren. Wells demandó a la compañía de trenes y ganó el juicio en primera
instancia, pero la empresa recurrió al Tribunal Supremo de Tennessee, el cual, en
el caso The Chesapeake, Ohio and Southwestern Railroad Company v. Ida B. Wells (1887) dio la razón a la compañía y obligó a Wells a pagar las costas del juicio,
más de doscientos dólares. Esto provocó en ella una gran decepción en el sistema legal
y judicial de su país, pues vio que este «ni quería ni tenía la intención de proveer
de justicia a los negros. […] El Tribunal Supremo de la nación nos dijo que reclamáramos
a los tribunales estatales; cuando yo lo hice obtuve el tipo de justicia que [teníamos] los
negros» ( Esta sentencia del Tribunal Supremo de EE. UU. fue precisamente resultado de una
demanda promovida por la NAACP. Cabe mencionar como precedente a otra de las cofundadoras
de la NAACP, Mary Church Terrell, quien en los años cincuenta protagonizó acciones
de desobediencia civil en Washington DC y en 1953 logró, mediante una demanda que
llegó también al Tribunal Supremo, que se declararan ilegales todas las prácticas
de segregación de la ciudad en el caso Thompson Restaurant (346 U. S. 100).
En 1886, Wells dejó su puesto de maestra y empezó a escribir en periódicos, donde se dedicó principalmente a sacar a la luz noticias de linchamientos.
La historia de los linchamientos en Estados Unidos empezó a ser ampliamente documentada
hacia finales del siglo xx. El estudio de Tolnay y Beck, circunscrito a los antiguos estados esclavistas, muestra
que entre 1882 y 1930 hubo 2018 linchamientos en los que fueron asesinados 2462 hombres,
mujeres y niños afroamericanos. Las décadas de 1880 a 1920 fueron las más violentas,
con el cénit entre 1892 y 1893, con noventa personas asesinadas (1995: 17). En 2005,
la resolución 39 del Senado de Estados Unidos arrojaba que al menos 4742 personas,
predominantemente afroamericanos, fueron linchadas en Estados Unidos entre 1882 y
1968, y que en el 99 % de los casos nadie era juzgado por estos hechos (
En sus memorias, ella misma reconoce que, al principio, compartía la idea generalizada
de que los linchamientos se producían como venganza por crímenes sexuales de hombres
negros hacia mujeres blancas, y que, de algún modo, veía que la «ira irrazonable»
de la «masa [mob]» estaba «quizás justificada» ( De este modo, un linchamiento sería una especie agravada de pena «avergonzante» (shameful) destinada a castigar crímenes injustificables. Con este término, Pérez Triviño se
refiere a los castigos aplicados directamente por el grupo social para expresar su
desaprobación moral y, precisamente, avergonzar al delincuente y a su familia (
Esta «mitología» (
En 1892 se produjo el linchamiento de un amigo de Wells, Thomas Moss, un empresario
exitoso y que únicamente había estado envuelto en altercados en su tienda, precisamente
provocados por el resentimiento de otros empresarios blancos por su éxito. Thomas
Moss y dos empleados de la tienda fueron detenidos por estos disturbios y, mientras
estaban bajo custodia policial, fueron sacados de la comisaría y linchados. Este hecho,
afirma Wells, le «abrió los ojos» a la realidad de los linchamientos, y empezó a escribir
artículos en los que los caracterizaba como expresiones violentas de racismo, no aisladas,
sino dentro de un clima de humillación constante (
No se trataba de venganza por un delito, sino de la punta del iceberg del racismo,
el elemento más visible de un sistema discriminatorio y opresivo para las personas
negras y, especialmente, para las mujeres negras. Así, Wells denunciaría que la población
mayoritaria del sur había empezado a preocuparse por la indemnidad sexual de las mujeres
en el momento en que las mujeres blancas se habían visto afectadas; se trataba de
proteger a «la feminidad y la infancia blanca», pero el sufrimiento de las mujeres negras no contaba. «Este delito [la violación]
solo se castiga cuando las mujeres blancas acusan a los varones negros […]. El mismo
delito cometido entre personas negras, o por hombres blancos contra mujeres negras,
es ignorado» (
En este sentido, como apunta Balfour, Wells ponía atención en «la manipulación patriarcal
de la raza y el género» y, frente al discurso dominante, ofrecía una «contra-historia»
de las mujeres negras que han sufrido violaciones y abusos durante la esclavitud y
después de esta, de manera generalizada, impune e incluso socialmente aceptada (
Por otro lado, considerando los casos en que las relaciones interraciales (las ampliamente aceptadas hombre blanco-mujer negra, o las inconcebibles hombre negro-mujer blanca) podrían tratarse no de violaciones, sino de relaciones consentidas (si es que esto era posible en el clima de sumisión de la población negra), Wells denunciaba los dobles estándares racistas y machistas, que veían en la mujer blanca un ser sin capacidad ni libertad, que necesitaba la acción del varón blanco para ser salvada de la agresión del varón negro. «Lo que el hombre blanco del sur practicaba como correcto para él, lo consideraba impensable en las mujeres blancas. Ellos podían enamorarse, y de hecho lo hacían, de las muchachas mulatas […] y negras, pero mostraban su incapacidad para imaginar a las mujeres blancas haciendo lo mismo con los hombres negros y mulatos» (ibid.: 61).
Esto le granjeó duras críticas y ataques. El periódico Free Speech, del que era socia, fue vandalizado en 1892 y la culparon a ella por haber herido sensibilidades
con sus artículos. «Había perdido el periódico [y] se había puesto un precio a mi
vida», así que «sentí que me debía a mí misma y a mi raza el decir toda la verdad»
(ibid.: 58). Siguieron unos años en los que se dedicó a denunciar los linchamientos con un
tono mucho más firme y sin concesiones a los mitos racistas. Esto la ponía en contra
de periodistas y personalidades que hablaban de otras causas, como la falta de educación
o incluso la búsqueda de justicia, y que los describían como explosiones puntuales
de violencia (
En 1893, Wells publicó el artículo «La ley del linchamiento en Estados Unidos» (Lynch Law in the United States), en el que comentaba que
la culminación de esta guerra contra el progreso negro es la sustitución de los tribunales
de justicia por la ley de la calle [mob rule] por todo el sur. […]. Cada vez que un hombre negro es acusado de cualquier delito
contra una persona blanca, estas turbas, sin esconderse, lo sacan de la cárcel a plena
luz del día, lo ahorcan, lo fusilan o lo queman según les dicta su capricho. El jurado
forense dicta el veredicto de que «el fallecido murió a manos de personas desconocidas»
(
Así, Wells denunciaba también el consentimiento intolerable de las fuerzas de seguridad que miraban para otro lado y, en muchas ocasiones, no proveían de vigilancia especial cuando sabían de la probabilidad de un linchamiento.
Además, ponía atención en la «indiferencia silenciosa» (ibid.: 82) de la sociedad en general: «El resto de América se queda callada […] ante los
continuos atropellos y la voz de mi raza, torturada e indignada, es sofocada o ignorada
dondequiera que se alce en Estados Unidos en demanda de justicia» (ibid.: 86). Con este silencio e indiferencia se encontraban también activistas del norte, como
Mary White Ovington, quien también publicaba artículos y panfletos de denuncia de
los linchamientos, y, que cuando trataba de recabar el apoyo de personalidades para
que se pronunciaran en contra de ellos en declaraciones públicas o firmas de manifiestos,
solía encontrarse con negativas sin argumento, ya que, simplemente, «la campaña antilinchamientos
no les interesaba». Ovington comentaba por ello en los años treinta que «la indiferencia
es más difícil de enfrentar que el prejuicio [racista]» (
En 1895, Wells publicó un extenso informe, El registro rojo (The red record), en el que documentó con detalle todos los linchamientos producidos entre 1892 y
1894. Este informe fue prologado por el activista antiesclavista y sufragista Frederick
Douglass (1818-1895), que en esta época ya era una celebridad y un referente de la
lucha antirracista. En su texto, Douglass felicitaba a Wells «por tu texto fidedigno
sobre la abominación del linchamiento, que actualmente se practica de manera generalizada
contra la gente de color en el sur. […] Has abordado los hechos con frialdad y minuciosa
fidelidad, y has dejado que esos hechos desnudos y sin contradicciones hablen por
sí solos» (Douglass en
En este libro, además de recoger con el mayor detalle posible los destinos de las víctimas de linchamientos, incluyendo historias estremecedoras, Wells hacía un llamamiento a los poderes públicos con una sola petición: que hicieran posible la aplicación de la ley. «Pedimos un juicio justo […] para los acusados de delitos y un castigo legal después de una condena honesta. No pedimos ninguna simpatía sensiblera hacia los criminales, pero sí pedimos que la ley castigue a todos por igual» (ibid.: 90). También llamaba a los lectores, a la sociedad civil en general, a que difundieran los hechos entre sus conocidos, en sus asociaciones, sindicatos e iglesias, y a que organizaran marchas y protestas, y sugería, a quienes tuvieran dinero, que no realizaran inversiones en las ciudades donde los linchamientos eran más frecuentes (ibid.: 91).
Por las reacciones a sus escritos, Wells tuvo que mudarse al norte, a Chicago, donde se casó con el abogado Ferdinand L. Barnett (1852-1936), tuvo cuatro hijos y residió el resto de su vida.
En la actualidad se resalta que el acierto de Wells en sus análisis fue no reducir
los linchamientos a una simple descripción de hechos violentos supuestamente aislados,
sino utilizar «las únicas fuentes que existían, las del opresor, para desde ellas
descubrir cuestiones subyacentes a la dominación» (Jabardo en
Wells mostró que los linchamientos se utilizaban como herramienta para mantener la
dominación y frenar el posible ascenso social de la población negra (
Además, en sus críticas a los estereotipos sexuales y raciales, Wells se puede considerar
pionera del feminismo acuñado por Kimberlé Crenshaw como «interseccional», esto es,
que toma en cuenta las múltiples opresiones que enfrentan las mujeres negras, que
crean una situación de subordinación propia; como afirma Crenshaw, «la experiencia
interseccional es más grande [greater] que la suma del racismo y el machismo, y un análisis que no tome en cuenta la interseccionalidad,
no puede enfrentar de manera adecuada el modo en que las mujeres negras son subordinadas»
(
Así, Narnolia y Kumar subrayan la «astuta lectura que hace Wells del género y la sexualidad
y su intersección con la política racial de su país» (
En 2005, el Senado de EE. UU. publicó una petición de perdón por los linchamientos
y por la falta de acción legislativa ante ellos, describiéndolos como «la mayor [ultimate] expresión de racismo en los Estados Unidos», en línea con lo apuntado por Wells en
sus años de activismo. En todo caso, Balfour es crítica con esta declaración por considerarla
insuficiente, pues «sin el tipo de trabajo interpretativo que realizó Wells, las cifras
quedan aisladas» y no se ponen en relación con «las realidades más amplias del sistema
político que ayudaron a construir». Así, quedaría oculto «el grado de complicidad
oficial en los asesinatos y el papel educativo que tales actos públicos de violencia
desempeñaron en la construcción de la ciudadanía blanca y negra en la época de la
segregación», como la influencia de los linchamientos en el ejercicio del derecho
al voto y en el desarrollo económico de los afroamericanos (2015: 681). En 2020, Wells
recibió el premio Pulitzer de manera póstuma «por sus reportajes excepcionales y valientes
sobre la violencia horrible y cruel contra los afroamericanos durante la era de los
linchamientos» (
En 1893, se celebró en Chicago la World’s Columbian Exposition, exposición mundial en conmemoración del 400 aniversario del descubrimiento de América (estaba prevista para 1892, pero su inauguración se atrasó un año). En ella había delegaciones de diversos países y el propósito era mostrar el avance del continente en esos cuatro siglos, dando cuenta de sus riquezas y su diversidad.
Ferdinand L. Barnett, pareja de Wells y también activista antirracista, estuvo presente
en los trabajos organizativos de la exposición. Él cuenta que, al principio, hubo
un gran entusiasmo y diversidad de ideas sobre cómo presentar la «grandeza» de Estados
Unidos al mundo, en un clima de «buenos sentimientos» y «malicia hacia nadie y amor
hacia todos» (emulando el discurso inaugural de Lincoln de 1865). Varias personalidades
negras vieron en este evento su primera oportunidad para «mostrar al mundo lo que
se podía lograr [otorgando] la libertad y la ciudadanía» a personas que anteriormente
habían estado esclavizadas y que, contra todas las teorías de supremacismo blanco,
habían mostrado ser proactivas, trabajadoras, educadas y exitosas (Barnett en
Sin embargo, muy pronto quedaron decepcionados, pues enseguida «se les hizo entender
que eran persona non grata» (ibid.: 67); la manera en que se organizaron las elecciones de los representantes de los diferentes
estados provocó que ningún negro formara parte de la delegación estadounidense. Las mujeres (blancas) sí que tuvieron representación, con un departamento y edificio
propios, presidido por la filántropa Bertha Palmer (1849-1918). Aunque esto de alguna
manera también las dejaba aparte, en el edificio trabajaron enteramente artistas y
profesionales mujeres, lo que sirvió para darles proyección y relevancia ( En el documento oficial de más de seiscientas páginas, The World’s Columbian Exposition, donde se detalla el contenido de todos los departamentos y edificios de la delegación
estadounidense, solo aparecen mencionados sujetos negros en un par de ocasiones, como
personajes anónimos en alguna obra o instalación artística, y ninguna mención relevante,
ni mucho menos denuncia o crítica, a la esclavitud (182, 464, 510, 578). La población
indígena (llamada Indian) sí que aparece en muchas más instancias, pero retratada bien como personajes pintorescos
ornamentales, bien como seres salvajes y sin cultura.
Sin embargo, sí que hubo un delegado estadounidense negro, Frederick Douglass, pero
no por su país, sino por Haití, donde había trabajado como diplomático años antes
(
En el inicio de The reason why, Wells mostraba la pena y la rabia que le producía que dejaran fuera de la celebración
a las personas negras, y consideraba que había sido una oportunidad perdida para su
país: «La exhibición del progreso logrado por una raza en veinticinco años de libertad
frente a doscientos cincuenta años de esclavitud habría sido el mayor homenaje a la
grandeza y el progresismo de las instituciones estadounidenses que se podría haber
mostrado al mundo» (
El texto formulaba y trataba de responder la siguiente pregunta: «¿Por qué la gente
de color, que constituye un elemento tan importante de la población estadounidense
y que ha contribuido en gran medida a la grandeza estadounidense, no está más visiblemente
presente y mejor representada en esta exposición mundial?» (ibid.: 4) Wells es autora de cuatro de los siete capítulos del documento, dedicados a la
denuncia, el análisis y las propuestas para poner fin a la discriminación. The reason why también saca a la luz historias negras que podrían haberse mostrado en la exposición,
si se les hubiera permitido, listando éxitos y logros llevados a cabo por afroamericanos
en las ciencias, las artes y los negocios (
Volviendo a la pregunta planteada en The reason why, esto es, por qué la gente de color no ha sido invitada a la exposición, la respuesta se puede resumir en estos simples términos: porque Estados Unidos no acepta a las personas de color como sujetos en igualdad de condiciones. Los autores del texto, en realidad, se sirvieron de esta exclusión concreta que se había producido en la exposición universal para denunciar la exclusión generalizada a la que se veían sometidas todas las personas de color, y la respuesta era la misma: no se aceptaba a los afroamericanos como ciudadanos. Wells tenía muy claro por qué habían quedado fuera de la exposición universal, al igual que históricamente habían quedado siempre fuera de cualquier reconocimiento legal o social, pero defendía que no había ni razón lógica ni necesidad natural de que esto siguiera perpetuándose.
El fin de la esclavitud, a pesar de las promesas de las primeras décadas, no revirtió
las desigualdades causadas por esta institución secular y la mentalidad clasista que
forjó, por lo que Wells afirmaba: «La guerra civil [de Secesión] acabó con la esclavitud.
Nos hizo libres, pero también nos dejó sin casa, sin dinero, ignorantes, sin nombre
y sin amigos […]. Fuimos abandonados al hambre, la miseria y la muerte. Tan desesperada
era nuestra situación que algunos de nuestros estadistas declararon inútil tratar
de salvarnos mediante legislación, ya que estábamos condenados a la extinción» (
Esta salvación «mediante legislación» que menciona Wells, como sabemos, se refiere
a las leyes, como la Civil Rights Act de 1875, puestas en marcha en el período de
la reconstrucción, pero que se habían empezado a invalidar o derogar a partir de los
años ochenta del siglo xix. Entonces la legislación ya no se dedicó a la tarea hercúlea de fomentar el progreso
y garantizar la igualdad para la población afroamericana, sino todo lo contrario:
en The reason why se recogen los grandes y continuos abusos a los que la población negra es sometida,
de los cuales, como ya sabemos, Wells resaltaba los linchamientos, pero que solo eran
parte de lo que De Lucas llama una «maquinaria de discriminación» (2020: 112), esto
es, todo un sistema social y jurídico repleto de «prejuicios, miedo e intimidación»,
con instancias constantes y arraigadas de subordinación y explotación (
Así, Wells identificaría una serie de prácticas y leyes «hostiles hacia los intereses
de nuestra raza», como «el sistema de leasing de prisioneros Se trataba de un sistema de «arrendamiento» de mano de obra forzosa por parte empresas
privadas.
Wells insistía en que sobraban razones para considerar a la población negra como ciudadana de pleno derecho, aunque la esclavitud hubiera estado en la base de las primeras colonias y en la fundación de los EE. UU. como país: «[Los afroamericanos] estuvieron entre los primeros pobladores de este continente y desembarcaron en Jamestown, Virginia, en 1619 en un barco de esclavos [el White Lion], antes que los puritanos, que desembarcaron en Plymouth en 1620 [con el Mayflower]. Han contribuido en gran medida a la prosperidad y la civilización estadounidenses. El trabajo de la mitad de este país siempre ha sido y sigue siendo realizado por ellos» (ibid.: 3).
La discriminación sufrida por la población negra en Estados Unidos, históricamente
y en la actualidad, sigue siendo objeto de estudio y denuncia, y es aceptado que el
«todos los hombres son creados iguales» (all men are created equal) de la Declaración de Independencia de 1776, lejos de ser inclusivo, contenía grandes
exclusiones, entre ellas, cómo no, las de las personas esclavizadas. Como indica Barrère,
por ese ««todos» [de la Declaración de Independencia] no se entiende «la totalidad
del género humano», sino «la totalidad de los pertenecientes a un determinado grupo
social»» (2019: 45); la abstracción «individuo» o «sujeto» se desarrolló siguiendo
el modelo concreto del varón blanco y propietario, dejando fuera a quienes no entraban
en estas categorías (
Aparisi apunta a que el principio de igualdad proclamado en las declaraciones liberales
requiere de «algunas matizaciones», pues sirvió de base a proyectos revolucionarios
y emancipatorios, pero a la vez fue plenamente compatible con la perpetuación de las
desigualdades. La proclamación de la igualdad «meramente formal» estaría destinada
«tan solo» a «romper con la desigualdad y los privilegios propios de las sociedades
fuertemente estamentales de la época» y, por tanto, no planteó ninguna tensión lógica
con el mantenimiento de grandes instancias de desigualdad, como la esclavitud o, más
tarde, la segregación (
Siguiendo con esta visión crítica, De Lucas recuerda que el racismo en Estados Unidos
«hunde sus raíces […] en su momento fundacional». Por ello, el país se encuentra en
una contradicción constante, señalada por Brion Davis, entre ser «una nación libre»,
pero a la vez «construida sobre el trabajo forzado» (
Wells y sus compañeros proponían que su país se redimiera de este «pecado permanente»
(ibid.: 111) del racismo que atravesaba todos los aspectos de sus vidas, pues era un racismo
«institucional, estructural y sistemático» ( Solanes arguye, además, que este racismo sistémico se sigue encontrando, en mayor
o menor medida, en las sociedades democráticas actuales, pues también tienen en su
«germen ideas racistas que se aceptan como naturales» y por ello no siempre resultan
fáciles de identificar y revertir (
Estas ideas conectarían con el celebérrimo discurso de Martin Luther King en 1963
«I have a dream», en el que habló de un cheque por cobrar (check to cash) por parte de los afroamericanos. King se refería a la «promesa de igualdad» hecha
por el presidente Lincoln en la Proclamación de Emancipación de 1863, pero no solo:
también a las promesas de libertad e igualdad de las primeras declaraciones liberales
(
Como se apuntaba al inicio de este apartado, Wells consideraba una oportunidad perdida
que su país excluyera de manera tan constante y dolorosa a la población afroamericana.
Una entre las tantas instancias de exclusión había sido la exposición universal, y
con ello el país había perdido la ocasión de mostrar al mundo que realmente podía
estar a la altura (live up) de los valores que proclamaba (Rydell en
Esta visión se puede observar también en el documento fundacional de la NAACP, en
el que se habla de la «creciente opresión que enfrentan nuestros […] conciudadanos
de color como la amenaza más grande que enfrenta el país», y se afirma que esta «persecución
sistemática» de la población negra «es un crimen que en última instancia arrastrará
a un final infame a cualquier nación que permita que se practique» (
Así, a la población negra no se le había permitido formar parte del pacto social fundacional
de su propio país, pero Wells insistía en que era tiempo de acabar con esta exclusión.
Defendía lo que Arendt llamó el «derecho a tener derechos» (
Wells ofrece una visión de la igualdad como no discriminación La no discriminación es, precisamente, una de las acepciones de la igualdad formal
según Barrère ( De hecho, para Aparisi el principio de no discriminación puede entenderse como «puente»
entre la igualdad formal y la igualdad material (
Wells demanda su inclusión como ciudadana americana, como sujeto de derecho en pie
de igualdad. Ante la continua negación de este derecho, movimientos y autores posteriores
se han situado al margen del proyecto americano, incluso en su contra, pues ese proyecto
«les excluye, no ha contado ni cuenta nunca con ellos» (
Wells fue una firme defensora del derecho al voto, tanto de los afroamericanos como de las mujeres. En este ámbito, nuevamente, serán las mujeres negras las que experimentarán un mayor grado de discriminación, por la intersección entre sus diversos elementos de opresión.
Como se ha comentado, el derecho de voto para los varones afroamericanos fue reconocido
en la decimoquinta enmienda de la Constitución de EE. UU., aprobada en 1870. Para
entender el contenido de esta enmienda, es preciso contextualizarla en la mencionada
«tríada» de la reconstrucción ( Algunos autores apuntan a que esta excepción ha dado lugar a que se haya usado el
sistema de prisiones, con la encarcelación masiva de personas afroamericanas, para
privarlas de derechos, a pesar del propósito originario de la enmienda. Esta es la
tesis del documental «Enmienda XIII» (
El reconocimiento de la ciudadanía a los afroamericanos, como sabemos, había sido negado en tanto que eran esclavos, considerados no personas, propiedades en manos de sus amos. Esto, de manera lógica, llevaba a la relación directa entre libertad y ciudadanía: aquellos esclavos que habían adquirido la libertad sí eran considerados ciudadanos. De hecho, desde principios del siglo xix había (pocos) afroamericanos que participaban de la vida pública como jueces, políticos, etc. Sin embargo, en 1857, cuando la esclavitud se mantenía únicamente en el sur, el Tribunal Supremo de EE. UU. dictaminó en el caso Dred Scott (60 U. S. 393) que se debía negar la ciudadanía también a aquellos antiguos esclavos que habían adquirido su libertad. Esta sentencia sostuvo que el Congreso de EE. UU. no tenía potestad para prohibir la esclavitud, pues era decisión de los estados individuales, y que los negros no podían reclamar un derecho a la ciudadanía según la Constitución.
Basándose en el hecho, o la idea Finkelman apunta a que en algunos estados había negros libres que eran representantes
políticos y votaban en el tiempo de la aprobación de la constitución, en 1789 (
Esta sentencia fue enormemente controvertida por tomar una postura «extremadamente
pro esclavitud» y se considera uno de los elementos catalizadores del inicio de la
guerra de Secesión (
En cuanto a la decimoquinta enmienda, declara el «derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos a votar» y afirma que este «no podrá ser denegado [denied] o limitado [abridged] por los Estados Unidos o por cualquier estado por motivos de raza [race], color o condición anterior de servidumbre». Es decir, reconoce el derecho a voto sin discriminación, pero considera únicamente tres condiciones de discriminación a modo de numerus clausus, y que, además, se refieren prácticamente al mismo colectivo: los varones negros estadounidenses. La enmienda es una prohibición a los poderes públicos de restringir el derecho al voto por las razones mencionadas, pero no por otras, como podrían ser, y de hecho fueron, el sexo, el estatus económico o el nivel educativo.
Es por ello que, a pesar de estas enmiendas, en el tiempo del nadir, junto con las leyes de segregación, empezaron a multiplicarse, primero, las prácticas
fraudulentas para eliminar o anular el derecho a voto y, posteriormente, leyes locales
y estatales que lo restringían, no de manera directa por la «raza», el «color» o esta
condición previa de esclavitud, sino incluyendo únicamente a aquellos varones que,
en primer lugar, se registraran y, además, cumplieran otra serie de requisitos, como
exámenes de alfabetización o la presentación regular de declaraciones de impuestos.
Estas reformas iban destinadas, de manera más o menos explícita, a expulsar a los
votantes negros del sistema y, aunque también había ciudadanos blancos que se veían
perjudicados por ellas, la población negra se vio afectada en un grado mucho mayor
(
En los textos de Wells vemos frecuentes denuncias a esta privación o negación del
derecho al voto (disfranchisement), como una más de las prácticas discriminatorias y opresivas a las que se ve sometida
la población negra. Para Wells, lo más preocupante del disfranchisement, aparte de la discriminación en sí, era que provocaba una falta de representantes negros
en las altas instancias políticas y judiciales, lo que llevaba a una casi total ausencia
de fuerza de trabajo y participación negra en los cuerpos ordinarios del sistema judicial
y penitenciario. Wells denunciaba que «los jueces, jurados, sheriffs y funcionarios
de prisiones [eran] todos blancos» (
En definitiva, el disfranchisement no solo era la vulneración del derecho contenido en la decimoquinta enmienda, sino que llevaba a la violación de muchos otros derechos, pues tenía como resultado leyes, prácticas y decisiones que continuaban perpetuando la violencia impune y la falta de oportunidades para la población negra.
Este problema se alargó hasta bien entrado el siglo xx. En 1909, con ocasión del centenario del nacimiento de Abraham Lincoln, Wells firmó,
junto a Jane Addams y otros activistas, un manifiesto que llamaba al fin del disfranchisement para lograr la emancipación que el presidente había proclamado casi cincuenta años
antes (ibid.: 274). En esta línea, el documento fundacional de la NAACP denunciaba que a la población
negra se le había «robado prácticamente toda [posibilidad de] participación en el
gobierno» por medio del «disfranchisement basado únicamente en su raza», y que esto era una pérdida, obviamente, para los negros,
pero también para los blancos que quedaban privados del derecho a voto y, en definitiva,
para la democracia americana en su conjunto (
Bien entrado el siglo xx, Martin Luther King denunciaba que se seguían utilizando «todo tipo de métodos retorcidos»
con tal de impedir o disuadir a los negros registrarse como votantes, y consideraba
la negación de este derecho una «traición a los grandes mandatos de nuestra tradición
democrática» (
Como apuntábamos, Wells fue defensora del derecho al voto también para las mujeres, incluyendo a las mujeres negras. En este ámbito se encontró con grandes dificultades y más en soledad que al defender el derecho de voto de los varones negros.
La conexión del movimiento sufragista estadounidense con el racismo ha sido estudiada y probada, aunque está llena de matices que todavía dejan cuestiones abiertas. La NAWSA (National American Woman Suffrage Association, fundada en 1890), el principal organismo de defensa y petición del derecho a voto, fue liderada por mujeres blancas de clase media-alta, como Susan B. Anthony (1820-1906) o Elizabeth Cady Stanton (1815-1902). Por su parte, las mujeres negras estaban infrarrepresentadas en los grupos sufragistas, normalmente por su situación educativa y socioeconómica, que no les dejaba ni tiempo ni recursos para esas ocupaciones y que también les hacía relativizar la importancia que adquirir este derecho podía llegar a tener en sus vidas y las de sus familias.
Sin embargo, sí hubo importantes sufragistas negras que pusieron el acento en que
el movimiento también era de ellas y para ellas. Desde una visión crítica, Sojourner
Truth, en 1851, lanzaba la célebre pregunta «¿acaso no soy una mujer?» (ain’t I a woman?) La expresión original, con la construcción ain’t, además, muestra la intención de dignificar el uso del dialecto inglés afroamericano,
el llamado AAVE (African American vernacular English).
Como apuntábamos, el movimiento sufragista estadounidense ha estado fuertemente ligado
a la población blanca y, de hecho, como han documentado Cohen (
Así, en el contexto de la redacción de la decimoquinta enmienda, una de las asociaciones precursoras de la NAWSA, la NWSA (National Woman Suffrage Association) se opuso a su aprobación, precisamente por no incluir el sexo como una de las posibles causas de discriminación. Esto llevó a las sufragistas, aunque por obvias razones diferentes, a situarse al lado de los sectores más racistas de la sociedad.
A estos elementos se unió también un sentido práctico por avanzar la causa, esto es,
de buscar la oportunidad política para que las demandas de las mujeres fueran mejor
escuchadas. En este sentido, parte del movimiento sufragista hizo alarde de un «esencialismo»
en el que las mujeres blancas se erigían como «madres» de la nación americana ( Como apunta Johnson, no se ha documentado suficientemente el rol de otras mujeres
racializadas, como latinas, asiáticas o nativas americanas, quienes, desde sus situaciones
específicas, también enfrentaron discriminación (
Wells conoció a Susan B. Anthony y en su autobiografía le dedica unas palabras a su «querida buena amiga», resaltando de ella que tenía una gran capacidad de escucha y que estuvo de su lado en la lucha antirracista, apoyándola y animándola a hablar en público para denunciar las injusticias que Wells conocía de primera mano.
A menudo Anthony y Wells no estaban de acuerdo, pues la primera defendía que el voto
femenino era lo prioritario y que los grandes problemas de su país se resolverían
cuando este se garantizara. Wells cuenta que cuando hablaban de «injusticias, desigualdades,
mala aplicación de la ley, Miss Anthony siempre decía esperanzada: "Bueno, cuando
las mujeres consigan el voto [ballot], todo eso cambiará"», pero Wells consideraba que la situación política y social, especialmente
la de la población afroamericana, cambiaría más bien poco con el voto femenino (
Anthony practicó el llamado «enfoque de un solo tema [single issue]», esto es, la idea de priorizar el voto femenino frente a todas las demás causas
políticas y sociales (
En todo caso, ambas se tenían un gran respeto mutuo y entendían las dificultades de
las luchas que lideraban. Wells recordaba con cariño los «días valiosísimos en que
me senté a los pies de esta pionera y veterana del trabajo por el sufragio femenino»
(
Wells vivió en propia carne las constantes exclusiones, más o menos explícitas, que
las mujeres negras sufrieron dentro del movimiento sufragista. A principios del siglo
xx se unió al grupo sufragista de Chicago WSA (Women’s Suffrage Association) y constató
la dificultad de lograr que las mujeres negras se interesaran por el derecho al voto.
Además, pronto vio que los esfuerzos de la WSA se centraban, una vez más, en conseguir
el voto para las mujeres blancas (
Como presidenta del Alpha Suffrage Club, Wells asistió una importantísima manifestación
sufragista que tuvo lugar en Washington DC ese mismo año. Esta manifestación, organizada
por la NAWSA, trató de reunir a todas las asociaciones sufragistas del país, por lo
que las mujeres negras también estaban invitadas. Sin embargo, la organización del
evento pidió a las participantes negras que se situaran al final de la comitiva, para
no ofender a las mujeres blancas del sur, pero Wells se negó. Al momento de comenzar
la manifestación, Wells se unió a sus compañeras blancas de Chicago, Squire y Brooks,
quienes la dejaron en el centro para protegerla y así marchar juntas todo el recorrido.
(Chicago Tribune, 1913: 5;
El estudio de la figura de Wells muestra con nitidez las dificultades especiales enfrentadas
por las mujeres negras en el acceso a un derecho básico de la democracia como es el
derecho al voto. En el proceso de reconocimiento y garantía de este derecho en Estados
Unidos, las mujeres negras formaron parte de un colectivo singularmente excluido,
ignorado y atacado cuando lo reclamaron. Tras la aprobación de la decimoquinta enmienda,
las mujeres negras tuvieron que esperar cinco décadas a que la discriminación por
sexo fuera prohibida; por su parte, la decimonovena enmienda supuso una «victoria
agridulce» (
Entre finales del siglo xix y principios del xx hubo un importante cuerpo de pensamiento y activismo antirracista liderado por mujeres
en los Estados Unidos, con ideas novedosas y comunicación entre diferentes corrientes,
con el punto común de impulsar un «antirracismo basado en la igualdad» (
Este artículo ha pretendido sacar a la luz a una de estas autoras, Ida B. Wells, para poner en valor su trabajo valiente y honesto por la igualdad y en contra de la discriminación.
Wells identificó la exclusión y violencia sufrida por los colectivos oprimidos como fruto de ideologías machistas y racistas injustificables y, al exponerlas, fue un actor clave en la lucha por ponerles fin.
En la filosofía jurídica se ha destacado el papel del derecho como «vehículo privilegiado
de inclusión/exclusión» (
Desde la reflexión jurídica también se ha resaltado el importante papel de la ciudadanía
en la promoción y realización de los derechos fundamentales, de modo que la defensa
de la justicia es, o debería ser, tarea de todas las personas. Como afirma Bea, «solo
es posible resistir al mal desde la conciencia de nuestra responsabilidad y nuestros
deberes ante todo aquello que vulnera la dignidad humana»; Wells fue víctima y testigo
de numerosas opresiones, y desde ahí asumió su actividad incansable de protesta y
lucha contra ellas. De este modo, entendió la reivindicación de los derechos como
una obligación «de decir en voz alta aquello que está silenciado y sacar a la luz
aquello que está marginado o excluido»; luchar por los derechos no sería solo «luchar
por “mis” derechos, sino por los derechos de todos y, prioritariamente, por los derechos
negados a quienes no pueden expresar sus demandas o carecen de visibilidad» (
Wells mostró una fe en los instrumentos jurídicos y políticos que, lejos del conformismo y la inacción, se vio traducida en un empeño por escribir, criticar, denunciar y manifestarse por mejorarlos y acercarlos a sus ideales inspiradores. Su vida, sus ideas y su gran trabajo por la igualdad merecen ser conocidos y discutidos, planteando retos a la ciudadanía actual.
[1] |
Esta publicación es parte del proyecto de I+D+i MUVAN, «Mujeres a la vanguardia del activismo entre siglos (xix y xx): influencias en la filosofía femenina» (PID2020-113980GA-I00, financiado por MCIN/AEI/10.13039/501100011033). |
[2] |
Jim Crow era un personaje estereotípico negro representado en los teatros estadounidenses
a principios del siglo xix, en los que actores blancos con la cara pintada (blackface) mostraban los peores prejuicios de la época. Por un tiempo, se usó la expresión para
referirse peyorativamente a la población afroamericana, y después su uso pasó a designar
las leyes de segregación ( |
[3] |
Barrère y Morondo utilizan el vocablo subordiscriminación en estudios feministas «porque la definición jurídica de la discriminación al uso
(ruptura de un principio de igualdad de trato baso de la indiferenciación) resulta
insuficiente» ( |
[4] |
La teoría mudsill, muy extendida en los estados del sur en la época de la esclavitud, defendía que la
sociedad debía estar jerarquizada en dos clases, con los blancos en la clase superior
y los negros abajo, encargados de realizar los trabajos más básicos, a modo de cimiento
bajo tierra (lo que sería, literalmente, un mudsill). ( |
[5] |
Los autores y autoras de este tiempo a menudo mezclan las palabras negro y colored, pero suelen usar, por un lado, negro (que hemos traducido como «negro(s)/a(s)») para referirse a las personas propiamente negras o afroamericanas (expresión que en los años sesenta y setenta del siglo xx empezaría a sustituirse por black o african-american), y, por otro lado, colored (que en la actualidad se ha sustituido por people of color) para englobar, en algunas ocasiones, a todos los afroamericanos, incluyendo aquellos con ascendencia también blanca y, en otras ocasiones, a todas las personas no blancas o caucásicas. Seguramente, la expresión actual más ajustada a este segundo uso de colored sería «persona racializada», pero, por mayor coherencia con el tono de la época, hemos decidido traducirlo en general como «de color». |
[6] |
Aunque sería más preciso el uso de «etnia» que de «raza», en general preferiremos
el segundo vocablo al primero, pues ofrece una traducción más fiel a la palabra race, no ethnicity, que utilizaban Wells y sus contemporáneos. Además, como apunta Solanes, aunque la
palabra «raza» no identifica ninguna realidad biológica y las doctrinas de superioridad
racial son, además de condenables moralmente, científicamente falsas, se sigue hablando
de «racismo», «discriminación racial» y conceptos similares; «no hay razas, pero sí
racistas» ( |
[7] |
Esta sentencia del Tribunal Supremo de EE. UU. fue precisamente resultado de una demanda promovida por la NAACP. Cabe mencionar como precedente a otra de las cofundadoras de la NAACP, Mary Church Terrell, quien en los años cincuenta protagonizó acciones de desobediencia civil en Washington DC y en 1953 logró, mediante una demanda que llegó también al Tribunal Supremo, que se declararan ilegales todas las prácticas de segregación de la ciudad en el caso Thompson Restaurant (346 U. S. 100). |
[8] |
De este modo, un linchamiento sería una especie agravada de pena «avergonzante» (shameful) destinada a castigar crímenes injustificables. Con este término, Pérez Triviño se
refiere a los castigos aplicados directamente por el grupo social para expresar su
desaprobación moral y, precisamente, avergonzar al delincuente y a su familia ( |
[9] |
Con este silencio e indiferencia se encontraban también activistas del norte, como
Mary White Ovington, quien también publicaba artículos y panfletos de denuncia de
los linchamientos, y, que cuando trataba de recabar el apoyo de personalidades para
que se pronunciaran en contra de ellos en declaraciones públicas o firmas de manifiestos,
solía encontrarse con negativas sin argumento, ya que, simplemente, «la campaña antilinchamientos
no les interesaba». Ovington comentaba por ello en los años treinta que «la indiferencia
es más difícil de enfrentar que el prejuicio [racista]» ( |
[10] |
Las mujeres (blancas) sí que tuvieron representación, con un departamento y edificio
propios, presidido por la filántropa Bertha Palmer (1849-1918). Aunque esto de alguna
manera también las dejaba aparte, en el edificio trabajaron enteramente artistas y
profesionales mujeres, lo que sirvió para darles proyección y relevancia ( |
[11] |
En el documento oficial de más de seiscientas páginas, The World’s Columbian Exposition, donde se detalla el contenido de todos los departamentos y edificios de la delegación estadounidense, solo aparecen mencionados sujetos negros en un par de ocasiones, como personajes anónimos en alguna obra o instalación artística, y ninguna mención relevante, ni mucho menos denuncia o crítica, a la esclavitud (182, 464, 510, 578). La población indígena (llamada Indian) sí que aparece en muchas más instancias, pero retratada bien como personajes pintorescos ornamentales, bien como seres salvajes y sin cultura. |
[12] |
Se trataba de un sistema de «arrendamiento» de mano de obra forzosa por parte empresas privadas. |
[13] |
Solanes arguye, además, que este racismo sistémico se sigue encontrando, en mayor
o menor medida, en las sociedades democráticas actuales, pues también tienen en su
«germen ideas racistas que se aceptan como naturales» y por ello no siempre resultan
fáciles de identificar y revertir ( |
[14] |
La no discriminación es, precisamente, una de las acepciones de la igualdad formal
según Barrère ( |
[15] |
De hecho, para Aparisi el principio de no discriminación puede entenderse como «puente»
entre la igualdad formal y la igualdad material ( |
[16] |
Algunos autores apuntan a que esta excepción ha dado lugar a que se haya usado el
sistema de prisiones, con la encarcelación masiva de personas afroamericanas, para
privarlas de derechos, a pesar del propósito originario de la enmienda. Esta es la
tesis del documental «Enmienda XIII» ( |
[17] |
Finkelman apunta a que en algunos estados había negros libres que eran representantes
políticos y votaban en el tiempo de la aprobación de la constitución, en 1789 ( |
[18] |
La expresión original, con la construcción ain’t, además, muestra la intención de dignificar el uso del dialecto inglés afroamericano, el llamado AAVE (African American vernacular English). |
[19] |
Como apunta Johnson, no se ha documentado suficientemente el rol de otras mujeres
racializadas, como latinas, asiáticas o nativas americanas, quienes, desde sus situaciones
específicas, también enfrentaron discriminación ( |
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