Semblanza de Ramón Máiz Suárez

Nieves Lagares Diez Profesora titular de Ciencia Política, Universidade de Santiago de Compostela

9 de octubre de 2025

Conocí a Ramón hace casi cuarenta años, apenas se le veía detrás de la amplia muralla de libros que delimitaba la superficie de su mesa, encerrando la luz de aquel flexo articulado. Un enorme despacho donde los libros eran protagonistas indiscutibles, incluso la gigantesca mesa auxiliar que ocupaba la mayor parte de aquel despacho estaba cubierta totalmente por montañas y montañas de libros. Ramón y los libros, desde el primer día una constante en su vida y en la de todos los que lo rodeamos. Los libros son los apéndices de Ramón, no son sólo sus herramientas, son su forma de comprender y construir su interpretación de la vida, de la sociedad de la política; son la hélice fundamental de ese ADN que nos ha impregnado a todos y todas.

Y por eso, mientras reviso su currículum para escribir esta laudatio, contemplo el continuo retorno de Ramón a sus libros, a los de hoy y a los de antes, como los intelectuales, con mayúsculas, de otro tiempo ya perdido. Porque, aunque no lo crean, hubo un tiempo en que el conocimiento era algo más que una opinión, en que el saber era algo más que una técnica y la investigación algo más que un simple modelo de regresión en R, Stata o SPSS.

Ramón nació a la investigación en ese tiempo, inclinado a reconocer como complejos los problemas que lo eran, a no simplificarlos, a integrarlos y desintegrarlos siempre a través de un esquema interpretativo. Detrás de cada esquema de Ramón hay una cosmología, una interpretación global y certera que trata de incorporar todos los matices explicativos de la realidad que interpreta. El esquema que interpreta la construcción de la nación era machine learning antes de que el machine learning existiese; el esquema aprendía, se transformaba, se adaptaba a cada nuevo momento de la investigación para abarcar más factores explicativos. Y una y otra vez funcionaba. Igual cuando lo aplicaba al nacionalismo gallego que al indigenismo boliviano; porque detrás de cada adaptación había una profunda reelaboración de los factores claves para la construcción de las identidades.

Nunca tuvo una sola línea de investigación, desde el principio viajó por varios caminos a un tiempo, pero cuando contemplas su currículo te das cuenta que siempre hubo tres espacios de interés o tres lógicas de la investigación: comprender las identidades nacionales que le conectaba con los fenómenos sociales de su tiempo, releer e incorporar a su trabajo a los clásicos del pensamiento político, que le amarraba a los libros, y viajar en la ola de la vanguardia de la Ciencia Política, que excitaba al estudioso que siempre llevó dentro.

Nunca se apartó de estos tres caminos, leyó el nacionalismo como construcción colectiva de la identidad, desde las lecturas más tradicionales, pasando por las teorías de la movilización. Concibió un nacionalismo constructor de la nación, primero amparado en Tilly o Tarrow, y más adelante incorporando factores como los medios de comunicación, los marcos discursivos, los líderes, la cultura política o las emociones a la explicación constructivista de la nación. En un tiempo en el que empezaba debilitarse el marxismo, Maiz encontró en el nacionalismo su vínculo académico con la política real, la verdadera vocación del científico social por explicar lo que ocurre en su entorno. Fue ese afán explicativo, profundamente científico, el que transformó al jurista que nunca quiso ser en politólogo empírico y no sólo teórico de la política.

Tengo un amigo que afirma que Ramón no es un teórico político, que en su obra, la producción de Teoría Política es más bien escasa, algunas cosas sobre la libertad y la igualdad, algunas sobre la democracia o el multiculturalismo y su estudio de los clásicos. Pero si contemplas su producción te das cuenta de que el ingente conocimiento que tiene y usa de teoría política no se vuelca en producir más teoría política sino en explicar la realidad. Lo que le cuesta ver a mi amigo es que en Ramón ambas cosas son compatibles, que el uso que Ramón hace de la teoría lo lleva a producir teorías de rango medio aplicables a nivel interpretativo y explicativo, una práctica que nadie ha podido reproducir hoy en día en nuestro país con el rigor con que él lo hace. Es una forma peculiar de producir conocimiento científico, una forma exigente en la fundamentación, en la definición y articulación de los elementos que conforman los esquemas interpretativos con los que trabaja, pero que a la postre se rinde extremadamente eficiente.

Desde esta visión Máiz sostiene la idea de una nación que no antecede al nacionalismo, sino que se revela en la propia expresión de la competición política, igual para la nación gallega o catalana que para la española. Una lectura que no le granjeó las simpatías del nacionalismo gallego. Ramón ayudó a comprender como funcionaba el nacionalismo sin que el propio nacionalismo quisiera comprenderlo a él.

Más de ochenta escritos sobre el nacionalismo y la nación dan cuenta de la prolija actividad investigadora y productiva de Ramón Máiz en torno a la identidad nacional. Seguramente será difícil encontrar otro autor en lengua española que haya dedicado tanto tiempo, y tratado de manera tan variada, este tema. Desde las lecturas más historicistas de juventud a las más vinculadas a los planteamientos de la acción colectiva y el movimentismo social, pasando por las que conectan nacionalismo y democracia, especialmente a través de la deliberación, o el papel de los medios de comunicación, Ramón Máiz ha hecho un extenso recorrido por las aristas de la construcción de la identidad nacional.

El segundo espacio de trabajo, el que le lleva a releer, repensar y traducir a los clásicos, está vinculado a su pasión por los libros. Desde Sieyès, pasando por Castelao, Marx, Bauer, a la traducción y revisión crítica de EL Federalista, Ramón Máiz ha dedicado una buena parte de su actividad investigadora a poner en valor piezas del pensamiento político gallego y universal. Detrás de esta tarea el vínculo con el libro, un vínculo que hace a Ramón poseedor de una erudición impropia de su tiempo, de un bagaje de conocimientos imposibles de juntar en la era de la especialización y de la parcelación de los saberes. Casi nadie consideraría este tipo de estudios y traducciones una tarea grata, con continuas revisiones y seguimiento del trabajo, mucho esfuerzo y poco producto; salvo que pienses en ello como una oportunidad para poner los libros al alcance de todos.

El vínculo de Ramón con los libros es tan fuerte que ha sido él quien durante años ha seleccionado y cubierto las fichas de los libros que se pedían a la biblioteca, para que todos dispusiésemos de ellos. Nadie tenía que ocuparse, porque él recorría catálogos buscando los libros que cada uno necesitaba para su investigación.

Su tercer espacio de trabajo responde a su propia concepción de la profesión. Ramón siempre ha mantenido que hay que dedicar tiempo al estudio; en ese formato clásico de estudiar para aprender, para ampliar conocimientos. No hay ninguna otra forma de no quedarse atrás. La mayoría de la gente no comprende esto, creen que llega un momento en que eres un experto y ya no tienes que ampliar tus conocimientos, sólo ordenar y formular juicios con lo que sabes. Hay un tiempo para aprender y otro para enseñar. Pero la velocidad de producción del conocimiento es tan grande en nuestro tiempo que sólo el estudio continuo puede garantizarte estar al día.

Ramón es un buscador de nuevo conocimiento, poseedor de una extrema vocación de estar en vanguardia, de conocer lo que se está produciendo cada día. Es la permanente curiosidad de aquel niño de A Coruña que quiere saberlo todo, y contarlo, compartirlo con los que tiene a su lado. Si de alguien se puede decir, sin temor a equivocarse, que es una fuente de conocimiento es de Ramón Máiz. Y ese conocimiento riega de todos y todas los que le rodeamos, nos permite nutrirnos de su abundancia. Lo saben bien sus alumnos, sus doctorandos, pero también todos los que recurrimos a él continuamente para preguntar: ¿qué hay sobre esto? Y entonces, Ramón saca su carpeta de artículos ordenados y subrayados y, mientras te la entrega, te cuenta por dónde debes empezar a leer y qué hay en cada artículo.

Ahora, cuando mis alumnos recurren a la inteligencia artificial para que les resuma o les sintetice algo sobre un tema, yo me acuerdo que siempre disfruté de ese recurso gracias a la inteligencia natural de Ramón Máiz. Les cuento algo más: no sólo una vez, no les diré cuántas, cuando se terminaba el tiempo para entregar una publicación, recurrí a aquello de entregárselo a Ramón para que lo puliera y completara. Y yo lo confieso aquí, pero no era solo yo la que lo hacía.

Y aunque no lo crean, estoy convencida de que esa es la verdadera vocación del Profesor Máiz. Me he guardado esta palabra hasta ahora para darle todo el sentido profundo que tiene en este caso. Ramón ha nacido para ser Profesor, vive para ser Profesor, disfruta de ser Profesor. Es en el aula donde Ramón se transforma en el Profesor Máiz, donde el orden extremo y controlado puede contener e integrar el pensamiento de los clásicos con una serie de moda, una película de autor, una obra literaria o una pintura de época. Los recursos de Ramón en la docencia han convertido sus clases en un privilegio al alcance de todos sus estudiantes.

Profesor, esa es la palabra que Ramón reverencia, nadie como Ramón ha tenido tanto respeto, tanta profesionalidad, tanta vocación por sublimar esta palabra, y tanta dedicación a honrarla y llevarla con orgullo. Es en la docencia donde el Profesor Máiz completa el círculo de su labor universitaria, su pasión por el estudio, su capacidad para atesorar conocimiento, la calidad extrema y original de su investigación, su afán por estar en la vanguardia, se ordenan y sintetizan para llegar al estudiante en forma clara y comprensible. Aquel investigador que no renunciaba la complejidad de lo que estudiaba es capaz de deglutirlo todo para ordenar tres, seis o diez puntos fundamentales que compendian todo el saber sobre la materia. Los apuntes del Profesor Máiz, seguramente la mayor obra de ingeniería docente realizada desde Aristóteles.

Son los grandes tesoros de Ramón, sus carpetas de temas, sus esquemas de investigación, sus apuntes de clase. Todos han ido creciendo con él, con la incorporación de más conocimiento a cada uno de estos espacios, y mientras crecían también nos has hecho crecer a nosotros, como alumnos, como investigadores, como docentes. Ramón ha nacido para ser profesor, para atesorar e incrementar el conocimiento, y para compartirlo con los que están a su lado. Nunca lo ha ocultado, el aula es su hábitat natural. Cualquiera que haya asistido a una clase de Ramón sabe que, como en la jungla, el hábitat siempre se ha rendido a su rey.

No he venido aquí a enumerar el currículo de Ramón, no tendría tiempo, he venido a hablarles desde detrás de ese inmenso currículo que nos avergüenza y enorgullece al mismo tiempo. Y detrás de ese currículo está el trabajador incansable, el que ha dedicado cada minuto de su vida a la Universidad, el que sigue, después de cuarenta años, encerrado tras una muralla de libros, como aquel joven al que conocí hace casi cuarenta años, tratando de aprender y transmitir lo último que se ha publicado.

Por eso no puedo olvidar la pasión de Ramón por la política real, por la política vivida; ni el modo en que ha conectado el estudio y la investigación con su pasión política. Y en este apartado, Ramón es, ante todo, un militante del federalismo. La lógica federal siempre estuvo presente en la investigación de Ramón Máiz, a veces acompañando la lectura autonómica, a veces reprimida en su lectura de la nación. Pero en los años del cambio de siglo empieza a ganar más espacio en su currículo y más peso en su explicación y en su propuesta de solución de los problemas de territorialidad. Ramón ya había percibido el antagonismo entre la solución federal y la solución nacionalista, y se esforzaba por hacerlos compatibles en su desarrollo. Entre 1996 y 2000 ven la luz una serie de trabajos dedicados a analizar el federalismo en sociedades plurinacionales. Buscaba soluciones integrales e integradoras, más allá de que fueran beneficiosas para tal o cual comunidad. Ramón intuyó el poder de las identidades, su fuerza ante la debilidad de las ideologías y los riesgos del extremismo en la identificación que nos ha conducido la polarización actual.

Su afán por conocer si la solución federal era tan extraña y ajena a la ciudadanía nos llevó a formular en Cataluña una encuesta en la que rompíamos el antagonismo metodológico entre nacionalismo y federalismo, incluyendo como ítem una solución federal que comprendiera Cataluña como nación. Entonces las opciones de las soluciones federales se hicieron mayoritarias.

Es un hecho que en la política las soluciones integradoras no conforman estrategias del gusto de los actores políticos, porque no posicionan a los electorados, pero tan bien lo es que la ciencia social debe explorar estas soluciones si quiere estar al servicio de las sociedades. Y Ramón ha comprendido esto siempre.

Aquel jovencísimo Ramón Máiz que acompañaba a Geluco y a Touriño en la negociación del Estatuto de Galicia, aquel profesor brillante y algo nervioso que abrió las puertas de la Ciencia Política en Galicia se ha convertido en el faro académico de más de treinta promociones de politólogos, maestro de sus profesores y ejemplo de todos.

No sería lo que soy sin ti, no seríamos lo que somos sin ti, pero me gusta pensar que tampoco tú serías lo que eres sin nosotros. Y como no quiero que nada ni nadie te falte en este día tan merecido, me voy a permitir terminar mi intervención con unas palabras que Petene te ha escrito.

“Querido Ramón

Supongo que entenderás que esta forma de ser que me ha granjeado tantas amistades no me iba a impedir encontrar el modo de colarme en tu fiesta y unirme a este merecidísimo homenaje.

No te oculto que cuando me puse a pensar qué momento de nuestra vida valía la pena recordar en un día como hoy, apenas me vinieron a la mente algunos momentos académicos; más bien recordé los asados de Mariquiña, las olas de Meirás, las cenas en las que soñábamos cambiar Galicia, la manguera con la que tratábamos que el fuego no alcanzara la casa, o incluso el día en que llegamos a Políticas y tuvimos que meter todos los pupitres en el aula, porque no era trabajo de los bedeles.

Hace unos días, una profesora costarricense nos invitó a ir Costa Rica a celebrar un congreso. Y nos señaló que desde San José podíamos ir a un mirador bellísimo, por encima de las nubes, con un hotel maravilloso.

Yo ya estuve allí, pensé, uno de los lugares más bellos y románticos del mundo, docenas de parejas abrazadas viendo la puesta de sol desde encima de las nubes. Y yo allí y a mi lado Ramón Máiz. En fin…

He pasado más de treinta años sin entender que hacía allí contigo; ha tenido que llegar este momento para darme cuenta que cada vez que he intentado sacar los pies del suelo y caminar por encima de las nubes, tú estabas allí para llevarme.

Ha sido un privilegio aprender de ti, un orgullo formar parte de tu equipo, y una satisfacción, la más grande, llamarte amigo.

Gracias por estos cuarenta años. Seguimos volando”.

El texto reproduce la intervención de la autora en el seminario “Historia, presente y futuro de la teoría política Homenaje a Ramón Máiz y Fernando Vallespín” que tuvo lugar en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales el 30 de septiembre y el 1 de octubre de 2025.

Cómo citar esta publicación
Lagares Diez, Nieves (9 de octubre de 2025). Semblanza de Ramón Máiz Suárez. Blog del CEPC https://www.cepc.gob.es/blog/semblanza-de-ramon-maiz-suarez